Capítulo IV
Aunque fue difícil, Joseph y Reina, aceptaron que Agustín se quedara con el canino, especialmente porque usaron las palabras del mismo anciano, para refutar sus negativas.
—No es un lobo, es un Wolfdog —sentenció el canoso cuando ellos dijeron que era un lobo del bosque—, una cruza que se usa para proteger algunas casas que están en los bosques y cazar animales grandes, como alces, debido a su temperamento y lealtad.
Debido a eso, Joseph ya no pudo negarse, aunque les dijo que debían entrenarlo adecuadamente, porque de lo contrario, tendrían problemas, especialmente con el león de las nieves que ya tenían, pues se suponía que eran animales que no se llevaban bien unos con otros.
Así, la vida en la Hacienda Becker siguió su curso.
El rey seguía yendo cada dos meses, pero cuando eso ocurría, los jóvenes tenían que mantener a sus mascotas lejos del monarca, ya que notaron que, desde que ambos lo vieron por el balcón, empezaron a tener actitudes hostiles y no querían que su padre enviara a los guardias para deshacerse de ellos.
Erick y Agustín hacían varias actividades durante el día; en la mañana acudían a clases con Joseph; antes de la cena, acudían con Pascal, para entrenar a un par de potros que serían sus monturas después; pero a pesar de todo, Erick tenía un par de horas para pintar después de la comida, pues era su tiempo libre y había quedado con sus tutores, que le darían ese tiempo para pulir sus habilidades artísticas, así que diariamente, se quedaba en un salón o salía a un lugar tranquilo para poder pintar; en ocasiones, Agustín lo acompañaba, pero la mayoría de las veces, su hermano jugaba con su lobo en el patio, tratando de enseñarle algunos trucos.
Mientras el ojiazul daba unos brochazos en el lienzo, preparando el fondo del mismo, basándose en el paisaje que tenía enfrente, para poder hacer trazos más delicados, escuchó ruidos tras él; giró el rostro en busca del motivo de esos sonidos, pero no descubrió nada. Sabía que aun faltaba algo de tiempo para que fueran a buscarlo, así que podía ser algún animal y temía que fuera algo peligroso, pero no podía ver nada.
Siguió pintando y volvió a escuchar otro ruido, así que se giró por completo.
—¿Quién es? —preguntó con toda calma.
No hubo respuesta, solo escuchó como si alguien pisara hojas tras él y tuvo que girar de nuevo, buscando el origen de esos sonidos.
—¿Hay alguien ahí? —apretó el pincel en su mano y titubeó.
Ahora el sonido provenía de otro lado, por lo que empezó a ponerse nervioso; su labio inferior tembló, pero trató de mantener su pose imperturbable, pues no tenía manera de defenderse en realidad.
Finalmente, el silencio volvió y Erick suspiró
—He estado nervioso últimamente —pensó y trató de concentrarse en su pintura.
Fijó sus ojos en el lienzo, imaginando qué podría hacer para darle sentido, cuando algo se posó en su hombro y con un movimiento brusco, lo hizo girar.
Los ojos azules se abrieron con sorpresa, especialmente al ver el rostro de un joven muy cerca al suyo; era un chico bien parecido, rubio, de ojos verdes y le sonreía con suficiencia, mostrándole unos filosos colmillos.
El pelinegro parpadeó con asombro, pero antes de que pudiera reaccionar, el otro lo besó; un beso demandante, posesivo, incluso agresivo. Erick quiso gritar, pero al abrir la boca, la lengua intrusa ingresó, ahogando completamente su voz y solo permitiendo que un sonido, mitad gemido, escapara de una forma vergonzosa.
Al principio, las manos de Erick se movieron intentando apartar al extraño, pero al sentir como el rubio lo abrazaba y bajaba las manos por su espalda, un escalofrío lo cimbro y terminó sujetándose de la camisa blanca que su agresor portaba. Por alguna razón, el beso no le desagradó, al contrario, poco a poco empezó a disfrutarlo e incluso, aun en su inocencia, porque jamás había besado con anterioridad, intentó corresponder.
Las manos de Erick se movieron con timidez, subiendo del pecho del rubio, hasta los hombros y luego, sus dedos se enredaron en la melena dorada que tenía largos mechones, dándole al otro una naturaleza salvaje.
El ojiverde se apartó y besó la comisura del labio, luego la mejilla y bajó por el cuello que se exponía, debido a la ligera ropa que el otro portaba. Erick quiso gritar, pero algo en su interior no lo permitió; deseaba más de lo que estaba teniendo en ese momento, aunque no sabía qué era con exactitud, por lo que se abrazó al otro con ansiedad.
—Por favor… —suplicó, sintiendo que su cuerpo comenzaba a calentarse y las manos traviesas del desconocido llegaban a su trasero—. Yo… Necesito…
—¿Qué necesitas?
La voz profunda y varonil, logró que toda la piel de Erick se erizara.
—No… No sé… —titubeó, sintiéndose vulnerable y temeroso—. Tengo… Miedo…
—Tranquilo —sonrió el otro—, sabes que nunca te lastimaría…
—Pero… No sé… No sé quién eres…
—Si lo sabes —aseguró el rubio con seguridad y le dio un ligero beso en los labios—, lo sabes muy bien…
Un beso más demandante, logró que solo un nombre llegara a la mente de Erick.
—Alex… —musitó.
Después de decir ese nombre, Erick abrió los ojos de golpe, despertando de inmediato.
Se había quedado dormido en una mesilla del salón, con el lienzo sobre un caballete, en el cual, había la figura de un joven rubio, el cual había estado apareciendo constantemente en sus sueños, desde meses atrás. Pasó la mano por su cabello y observó que Alex, su felino, estaba a su lado, mirándolo con curiosidad.
—No supe en qué momento me dormí —ahogó un bostezo y luego se acuclilló, acariciando la melena dorada del felino—, pero creo que has estado metiéndote en mis sueños y eso no es correcto.
El león se inclinó y colocó la cabeza contra la mejilla del joven, haciendo un sonido, cómo un ronroneo.
—Vamos, es mejor que tome un poco de aire —Erick le acarició las orejas y le besó la cabeza—, necesito pensar con claridad…
Erick se puso de pie y acomodó las cosas, dejando los pinceles en un bote con diluyente, ya que debía dejar que se limpiaran. Mientras el chico hacía su rutina, el león observaba la pintura, dónde el joven de cabello rubio y ojos verdes, parecían mirarlo directamente.
—Vamos, Alex…
La voz del ojiazul, logró que el felino girara la cabeza.
—Vamos con Agus y Juls —sentenció el pelinegro con una sonrisa en sus labios—, eso me hará pensar con claridad.
El león se puso de pie y le dedicó una última mirada a la pintura, antes de seguir a su dueño.
—No es un lobo, es un Wolfdog —sentenció el canoso cuando ellos dijeron que era un lobo del bosque—, una cruza que se usa para proteger algunas casas que están en los bosques y cazar animales grandes, como alces, debido a su temperamento y lealtad.
Debido a eso, Joseph ya no pudo negarse, aunque les dijo que debían entrenarlo adecuadamente, porque de lo contrario, tendrían problemas, especialmente con el león de las nieves que ya tenían, pues se suponía que eran animales que no se llevaban bien unos con otros.
Así, la vida en la Hacienda Becker siguió su curso.
El rey seguía yendo cada dos meses, pero cuando eso ocurría, los jóvenes tenían que mantener a sus mascotas lejos del monarca, ya que notaron que, desde que ambos lo vieron por el balcón, empezaron a tener actitudes hostiles y no querían que su padre enviara a los guardias para deshacerse de ellos.
Erick y Agustín hacían varias actividades durante el día; en la mañana acudían a clases con Joseph; antes de la cena, acudían con Pascal, para entrenar a un par de potros que serían sus monturas después; pero a pesar de todo, Erick tenía un par de horas para pintar después de la comida, pues era su tiempo libre y había quedado con sus tutores, que le darían ese tiempo para pulir sus habilidades artísticas, así que diariamente, se quedaba en un salón o salía a un lugar tranquilo para poder pintar; en ocasiones, Agustín lo acompañaba, pero la mayoría de las veces, su hermano jugaba con su lobo en el patio, tratando de enseñarle algunos trucos.
Mientras el ojiazul daba unos brochazos en el lienzo, preparando el fondo del mismo, basándose en el paisaje que tenía enfrente, para poder hacer trazos más delicados, escuchó ruidos tras él; giró el rostro en busca del motivo de esos sonidos, pero no descubrió nada. Sabía que aun faltaba algo de tiempo para que fueran a buscarlo, así que podía ser algún animal y temía que fuera algo peligroso, pero no podía ver nada.
Siguió pintando y volvió a escuchar otro ruido, así que se giró por completo.
—¿Quién es? —preguntó con toda calma.
No hubo respuesta, solo escuchó como si alguien pisara hojas tras él y tuvo que girar de nuevo, buscando el origen de esos sonidos.
—¿Hay alguien ahí? —apretó el pincel en su mano y titubeó.
Ahora el sonido provenía de otro lado, por lo que empezó a ponerse nervioso; su labio inferior tembló, pero trató de mantener su pose imperturbable, pues no tenía manera de defenderse en realidad.
Finalmente, el silencio volvió y Erick suspiró
—He estado nervioso últimamente —pensó y trató de concentrarse en su pintura.
Fijó sus ojos en el lienzo, imaginando qué podría hacer para darle sentido, cuando algo se posó en su hombro y con un movimiento brusco, lo hizo girar.
Los ojos azules se abrieron con sorpresa, especialmente al ver el rostro de un joven muy cerca al suyo; era un chico bien parecido, rubio, de ojos verdes y le sonreía con suficiencia, mostrándole unos filosos colmillos.
El pelinegro parpadeó con asombro, pero antes de que pudiera reaccionar, el otro lo besó; un beso demandante, posesivo, incluso agresivo. Erick quiso gritar, pero al abrir la boca, la lengua intrusa ingresó, ahogando completamente su voz y solo permitiendo que un sonido, mitad gemido, escapara de una forma vergonzosa.
Al principio, las manos de Erick se movieron intentando apartar al extraño, pero al sentir como el rubio lo abrazaba y bajaba las manos por su espalda, un escalofrío lo cimbro y terminó sujetándose de la camisa blanca que su agresor portaba. Por alguna razón, el beso no le desagradó, al contrario, poco a poco empezó a disfrutarlo e incluso, aun en su inocencia, porque jamás había besado con anterioridad, intentó corresponder.
Las manos de Erick se movieron con timidez, subiendo del pecho del rubio, hasta los hombros y luego, sus dedos se enredaron en la melena dorada que tenía largos mechones, dándole al otro una naturaleza salvaje.
El ojiverde se apartó y besó la comisura del labio, luego la mejilla y bajó por el cuello que se exponía, debido a la ligera ropa que el otro portaba. Erick quiso gritar, pero algo en su interior no lo permitió; deseaba más de lo que estaba teniendo en ese momento, aunque no sabía qué era con exactitud, por lo que se abrazó al otro con ansiedad.
—Por favor… —suplicó, sintiendo que su cuerpo comenzaba a calentarse y las manos traviesas del desconocido llegaban a su trasero—. Yo… Necesito…
—¿Qué necesitas?
La voz profunda y varonil, logró que toda la piel de Erick se erizara.
—No… No sé… —titubeó, sintiéndose vulnerable y temeroso—. Tengo… Miedo…
—Tranquilo —sonrió el otro—, sabes que nunca te lastimaría…
—Pero… No sé… No sé quién eres…
—Si lo sabes —aseguró el rubio con seguridad y le dio un ligero beso en los labios—, lo sabes muy bien…
Un beso más demandante, logró que solo un nombre llegara a la mente de Erick.
—Alex… —musitó.
Después de decir ese nombre, Erick abrió los ojos de golpe, despertando de inmediato.
Se había quedado dormido en una mesilla del salón, con el lienzo sobre un caballete, en el cual, había la figura de un joven rubio, el cual había estado apareciendo constantemente en sus sueños, desde meses atrás. Pasó la mano por su cabello y observó que Alex, su felino, estaba a su lado, mirándolo con curiosidad.
—No supe en qué momento me dormí —ahogó un bostezo y luego se acuclilló, acariciando la melena dorada del felino—, pero creo que has estado metiéndote en mis sueños y eso no es correcto.
El león se inclinó y colocó la cabeza contra la mejilla del joven, haciendo un sonido, cómo un ronroneo.
—Vamos, es mejor que tome un poco de aire —Erick le acarició las orejas y le besó la cabeza—, necesito pensar con claridad…
Erick se puso de pie y acomodó las cosas, dejando los pinceles en un bote con diluyente, ya que debía dejar que se limpiaran. Mientras el chico hacía su rutina, el león observaba la pintura, dónde el joven de cabello rubio y ojos verdes, parecían mirarlo directamente.
—Vamos, Alex…
La voz del ojiazul, logró que el felino girara la cabeza.
—Vamos con Agus y Juls —sentenció el pelinegro con una sonrisa en sus labios—, eso me hará pensar con claridad.
El león se puso de pie y le dedicó una última mirada a la pintura, antes de seguir a su dueño.
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