Capítulo III
Durante dos días, los hermanos le buscaron nombre al felino, pero por alguna razón, no encontraban alguno adecuado. Al final, cuando estaban a punto de rendirse, con varios libros sobre la mesa y el gato sobre ellos, Erick miró los ojos verdes fijamente y un nombre apareció fugazmente en su mente.
—Alex —dijo con rapidez.
Agustín lo miró confundido, mientras el felino se restregó contra el hombro del pelinegro, parecía feliz con ese nombre.
—¿Alex? —preguntó su hermano con algo de duda.
—Sí, lo leí en alguno de los libros…
Erick buscó entre todos los libros desperdigados y encontró uno con la leyenda del Bosque Celestial, donde decía que el primer rey de la dinastía Celestial, se había llamado Alejandro.
—Pero, Pascal, nos dijo que los animales necesitan nombres cortos, ¿no? —sonrió el ojiazul—. Así que Alex será —sonrió al nombrarlo y el felino pareció reaccionar al nombre de inmediato, maullando lentamente.
—¡Creo que le gusta! —Agustín se emocionó.
—Sí, es un nombre bonito —Erick estiró la mano y le acarició la cabeza al gato, quien le lamió los dedos con cariño.
Desde ese día, el felino se mantuvo al tanto de los niños, especialmente del ojiazul, con el cual dormía todas las noches y una semana después, cuando Erick ya tenía diecisiete y el felino se encontraba recuperado lo suficiente, lo llevaron a conocer el exterior de la Hacienda.
Erick llevó al gato en brazos, hasta que salieron de la barda perimetral y luego lo dejó sobre la nieve, avanzando hasta dónde iniciaba el bosque cercano.
—Ven, Alex —llamó el ojiazul, mientras avanzaba varios pasos hacia los árboles.
El gato caminó entre la nieve, tratando de alcanzarlo, aunque al caminar, se podía ver que cojeaba un poco, por lo que los jovencitos se detuvieron a unos cuantos metros, para esperarlo.
—Parece que aún le molesta —Agustín se cruzo de brazos—, tal vez, aun debemos mantenerlo dentro de la hacienda, una semana más.
Erick retrocedió unos pasos y se acercó al minino, sujetándolo en brazos, algo que el otro pareció disfrutar, pues se arremolinó rápidamente contra su pecho.
—Sí, es mejor no sacarlo, hasta que esté completamente recuperado…
—¿Volvemos? —preguntó Agustín, pues habían pedido permiso para ir a dar un paseo.
—Supongo que…
Erick puso un gesto de susto, mientras su mirada azul se fijaba tras Agustín; el niño se dio cuenta del gesto de su hermano y giró el rostro, dándose cuenta que tras él, había un par de caninos que parecían lobos.
—¿Son… lobos? —preguntó Erick con nervios.
—No lo sé… —musitó el menor y se movió lentamente, ya que el animal de pelaje castaño, dio unos pasos hacia él, mostrando los colmillos.
Erick intentó dar un paso atrás, quiso gritar, esperando que los guardias de la Hacienda alcanzaran a escuchar su voz desde tan lejos, pero esta apenas salió de su boca y no dijo nada en realidad.
El lobo gruño, pero antes de que se acercara más, el gato que el ojiazul llevaba en brazos, saltó y se paró frente al otro, bufando con fiereza.
—Hay que… correr —dijo Agustín con miedo.
—No, Agus —el ojiazul negó—, tal vez fueron los animales que lo hirieron —tembló—, ¡podrían matarlo esta vez!
El más pequeño titubeó, pero por el rabillo del ojo, vio una rama cubierta de nieve, así que, con un movimiento rápido, la sujetó y la puso delante de él, como si se tratara de una espada, tratando de proteger a su hermano, pero lo que ambos vieron, los dejó sorprendido.
El can que les había gruñido, aún estaba frente al gato, pero se había recostado en la nieve, con las orejas hacia abajo en forma de sumisión y el de pelaje negro que estaba tras él, lo imitó.
—Parece que… ¿Le tienen miedo a Alex? —comentó Erick con sorpresa.
«Esto es extraño», pensó Agustín, pero vio una oportunidad de escapar— será mejor volver a la hacienda.
—Sí —el otro asintió—, pero no podemos dejar a Alex aquí.
—¡¿Crees que es una buena idea importunar a esos lobos?! —preguntó el menor con miedo, al ver que su hermano se acercaba al gato con cuidado.
Erick no respondió, solo se inclinó y sujetó al felino en brazos; Alex les dedicó un bufido a los caninos y se arrebujó contra los brazos de Erick. Con esa acción, los perros movieron la cabeza, observando con curiosidad la situación, pero no se movieron, por lo que los niños avanzaron poco a poco, para volver a los límites del bosque.
Cuando ya había un par de metros de distancia entre ellos, los caninos se pusieron de pie y se miraron entre sí. El de pelaje negro dio media vuelta y se alejó con rapidez, mientras que el de pelaje café empezó su andar, yendo tras los niños.
—¡¿Nos va a atacar?! —Agustín se sobresaltó al ver al animal seguirlos.
—No parece que quiera hacernos daño —negó Erick, observando el comportamiento del canino—, solo… Creo que quiere… ¿Seguirnos?
Erick se detuvo y cuando lo hizo, el canino se acercó un poco mas y volvió a recostarse en la nieve, con gesto sumiso.
Alex, aun en los brazos del ojiazul, bufó y su mirada verde parecía condenar al otro animal, pero al final, con otro salto, se apartó de los brazos de Erick y caminó hasta el perro, rodeándolo con una actitud orgullosa.
—Ya no cojea —susurró Agustín, confundido por la situación.
—Si, me doy cuenta —asintió su hermano, viendo al felino, que minutos atrás no parecía poder caminar bien, ahora lo hacía sin ningún problema.
Después de un par de vueltas alrededor del canino, el gato le bufó de nuevo, regresó con Erick, sentándose frente a él y maulló, de una manera que parecía estar exigiendo algo.
—¿Qué quieres? —Erick se acuclilló y acarició la cabeza del minino—. ¿Quieres que lo llevemos a casa también? —preguntó confundido, por alguna razón, sentía que entendía lo que el gato quería decirle.
Alex se restregó en la mano y pareció ronronear.
—Agus, creo que son amigos…
—¿Un perro y un gato, amigos? —el menor frunció el ceño—. Eso es muy extraño.
—Pues a mi me parece que el perrito es muy noble, ni siquiera nos ha atacado en realidad —sonrió—, deberíamos llevarlo a casa.
—¡¿Y si es un lobo?!
Ante ese grito, el canino se puso de pie, aun con las orejas caídas y se acercó a Agustín; echándose frente a él, dio un ligero aullido, mientras su mirada ambarina se posaba en los ojos miel del niño.
—Parece que te está suplicando.
—Lo dudo —Agustín negó.
El animal movió la cola en modo juguetón, antes de volver a dar un ligero aullido.
—¡Vamos, Agus! —Erick sonrió—. Es obvio que quiere ir con nosotros o específicamente, contigo.
—No creo que el maestro, Joseph, nos deje tener otro animal en casa y menos ¡un lobo!
—Podríamos convencerlo.
Agustín le dedicó una mirada seria al can, pero por alguna razón, cuando su mirada miel se cruzó con la ambarina, sintió que todo su recelo se disipaba, así que se acuclilló y le acarició las orejas.
—Está bien —dijo con resignación, antes de que el perro le lamiera la cara.
—Alex —dijo con rapidez.
Agustín lo miró confundido, mientras el felino se restregó contra el hombro del pelinegro, parecía feliz con ese nombre.
—¿Alex? —preguntó su hermano con algo de duda.
—Sí, lo leí en alguno de los libros…
Erick buscó entre todos los libros desperdigados y encontró uno con la leyenda del Bosque Celestial, donde decía que el primer rey de la dinastía Celestial, se había llamado Alejandro.
—Pero, Pascal, nos dijo que los animales necesitan nombres cortos, ¿no? —sonrió el ojiazul—. Así que Alex será —sonrió al nombrarlo y el felino pareció reaccionar al nombre de inmediato, maullando lentamente.
—¡Creo que le gusta! —Agustín se emocionó.
—Sí, es un nombre bonito —Erick estiró la mano y le acarició la cabeza al gato, quien le lamió los dedos con cariño.
Desde ese día, el felino se mantuvo al tanto de los niños, especialmente del ojiazul, con el cual dormía todas las noches y una semana después, cuando Erick ya tenía diecisiete y el felino se encontraba recuperado lo suficiente, lo llevaron a conocer el exterior de la Hacienda.
Erick llevó al gato en brazos, hasta que salieron de la barda perimetral y luego lo dejó sobre la nieve, avanzando hasta dónde iniciaba el bosque cercano.
—Ven, Alex —llamó el ojiazul, mientras avanzaba varios pasos hacia los árboles.
El gato caminó entre la nieve, tratando de alcanzarlo, aunque al caminar, se podía ver que cojeaba un poco, por lo que los jovencitos se detuvieron a unos cuantos metros, para esperarlo.
—Parece que aún le molesta —Agustín se cruzo de brazos—, tal vez, aun debemos mantenerlo dentro de la hacienda, una semana más.
Erick retrocedió unos pasos y se acercó al minino, sujetándolo en brazos, algo que el otro pareció disfrutar, pues se arremolinó rápidamente contra su pecho.
—Sí, es mejor no sacarlo, hasta que esté completamente recuperado…
—¿Volvemos? —preguntó Agustín, pues habían pedido permiso para ir a dar un paseo.
—Supongo que…
Erick puso un gesto de susto, mientras su mirada azul se fijaba tras Agustín; el niño se dio cuenta del gesto de su hermano y giró el rostro, dándose cuenta que tras él, había un par de caninos que parecían lobos.
—¿Son… lobos? —preguntó Erick con nervios.
—No lo sé… —musitó el menor y se movió lentamente, ya que el animal de pelaje castaño, dio unos pasos hacia él, mostrando los colmillos.
Erick intentó dar un paso atrás, quiso gritar, esperando que los guardias de la Hacienda alcanzaran a escuchar su voz desde tan lejos, pero esta apenas salió de su boca y no dijo nada en realidad.
El lobo gruño, pero antes de que se acercara más, el gato que el ojiazul llevaba en brazos, saltó y se paró frente al otro, bufando con fiereza.
—Hay que… correr —dijo Agustín con miedo.
—No, Agus —el ojiazul negó—, tal vez fueron los animales que lo hirieron —tembló—, ¡podrían matarlo esta vez!
El más pequeño titubeó, pero por el rabillo del ojo, vio una rama cubierta de nieve, así que, con un movimiento rápido, la sujetó y la puso delante de él, como si se tratara de una espada, tratando de proteger a su hermano, pero lo que ambos vieron, los dejó sorprendido.
El can que les había gruñido, aún estaba frente al gato, pero se había recostado en la nieve, con las orejas hacia abajo en forma de sumisión y el de pelaje negro que estaba tras él, lo imitó.
—Parece que… ¿Le tienen miedo a Alex? —comentó Erick con sorpresa.
«Esto es extraño», pensó Agustín, pero vio una oportunidad de escapar— será mejor volver a la hacienda.
—Sí —el otro asintió—, pero no podemos dejar a Alex aquí.
—¡¿Crees que es una buena idea importunar a esos lobos?! —preguntó el menor con miedo, al ver que su hermano se acercaba al gato con cuidado.
Erick no respondió, solo se inclinó y sujetó al felino en brazos; Alex les dedicó un bufido a los caninos y se arrebujó contra los brazos de Erick. Con esa acción, los perros movieron la cabeza, observando con curiosidad la situación, pero no se movieron, por lo que los niños avanzaron poco a poco, para volver a los límites del bosque.
Cuando ya había un par de metros de distancia entre ellos, los caninos se pusieron de pie y se miraron entre sí. El de pelaje negro dio media vuelta y se alejó con rapidez, mientras que el de pelaje café empezó su andar, yendo tras los niños.
—¡¿Nos va a atacar?! —Agustín se sobresaltó al ver al animal seguirlos.
—No parece que quiera hacernos daño —negó Erick, observando el comportamiento del canino—, solo… Creo que quiere… ¿Seguirnos?
Erick se detuvo y cuando lo hizo, el canino se acercó un poco mas y volvió a recostarse en la nieve, con gesto sumiso.
Alex, aun en los brazos del ojiazul, bufó y su mirada verde parecía condenar al otro animal, pero al final, con otro salto, se apartó de los brazos de Erick y caminó hasta el perro, rodeándolo con una actitud orgullosa.
—Ya no cojea —susurró Agustín, confundido por la situación.
—Si, me doy cuenta —asintió su hermano, viendo al felino, que minutos atrás no parecía poder caminar bien, ahora lo hacía sin ningún problema.
Después de un par de vueltas alrededor del canino, el gato le bufó de nuevo, regresó con Erick, sentándose frente a él y maulló, de una manera que parecía estar exigiendo algo.
—¿Qué quieres? —Erick se acuclilló y acarició la cabeza del minino—. ¿Quieres que lo llevemos a casa también? —preguntó confundido, por alguna razón, sentía que entendía lo que el gato quería decirle.
Alex se restregó en la mano y pareció ronronear.
—Agus, creo que son amigos…
—¿Un perro y un gato, amigos? —el menor frunció el ceño—. Eso es muy extraño.
—Pues a mi me parece que el perrito es muy noble, ni siquiera nos ha atacado en realidad —sonrió—, deberíamos llevarlo a casa.
—¡¿Y si es un lobo?!
Ante ese grito, el canino se puso de pie, aun con las orejas caídas y se acercó a Agustín; echándose frente a él, dio un ligero aullido, mientras su mirada ambarina se posaba en los ojos miel del niño.
—Parece que te está suplicando.
—Lo dudo —Agustín negó.
El animal movió la cola en modo juguetón, antes de volver a dar un ligero aullido.
—¡Vamos, Agus! —Erick sonrió—. Es obvio que quiere ir con nosotros o específicamente, contigo.
—No creo que el maestro, Joseph, nos deje tener otro animal en casa y menos ¡un lobo!
—Podríamos convencerlo.
Agustín le dedicó una mirada seria al can, pero por alguna razón, cuando su mirada miel se cruzó con la ambarina, sintió que todo su recelo se disipaba, así que se acuclilló y le acarició las orejas.
—Está bien —dijo con resignación, antes de que el perro le lamiera la cara.
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