Capítulo I
Era finales de otoño, pero el frío había llegado antes de que el último mes iniciara, por eso, dos niños jugaban entre la nieve del patio interior en la Hacienda.
Erick ya tenía diez años y Agustín tenía siete años; eran medios hermanos, porque Agustín era hijo del rey, con una de las damas de compañía que la Duquesa había tenido durante varios años. El rey aceptó que el niño viviera porque la Duquesa se lo pidió, pero ordenó el destierro de la madre de Agustín, antes de que su esposa, la reina, la mandara ejecutar.
—Niño Erick, Agustín, ¡ya está el desayuno! —gritó Reina, la Nana de ambos desde la puerta de la cocina.
—¡Ya vamos! —respondió Erick, con rapidez y su hermano aprovechó para lanzarle una bola de nieve, que dio de lleno en su pecho—. ¡Agustín! —gritó el ojiazul—. ¡Eso era tiempo fuera!
—No avisaste con tiempo —se alzó de hombros el menor, pero de inmediato se quejó, porque una bola de nieve golpeó contra su hombro—. ¡Ey! ¡Era tiempo fuera! —gritó enfurruñado.
—No avisaste tampoco —objetó el ojiazul.
Con esas palabras, ambos niños rieron y corrieron hacia la puerta de la cocina, desde dónde Reina les había llamado.
Ambos llegaron y se limpiaron las manos, antes de sentarse en la mesa de la cocina a desayunar; debido a que los pocos siervos originales de la familia Becker, eran personas de mucha edad, los niños evitaban darles mucho trabajo, así que no comían en el comedor principal, a menos que los visitara su padre.
—Después del desayuno, deben ir a estudiar con Joseph… —comentó la canosa con amabilidad, sirviendo los platos con pan y huevo—. Haré estofado de ternero para la comida
—Gracias, Nana —sonrió el ojiazul.
—¡Estofado! —Agustín se emocionó y la anciana le acarició el cabello.
Ella era la abuela legítima de Agustín, quien se quedó a velar de ambos niños, pues no volvió a ver a su hija y cuando la Duquesa falleció por una enfermedad incurable, supo que Erick también la necesitaría.
—En unos días más, vendrá el rey —comentó la mujer con cuidado—, así que esfuércense en su estudio, para que Joseph no tenga que mentir en eso, ¿de acuerdo?
—Siempre nos esforzamos, Nana —señaló Erick.
—Sí, pero no está de más decirlo de nuevo, ¿verdad, Guti?
El mas pequeño se encogió de hombros, pues no le gustaba mucho estudiar los modales y la historia que Joseph les inculcaba, al contrario, era partidario de aprender a usar la espada, aunque solo Pascal, un viejo soldado que sirvió a los padres de la Duquesa y se había quedado al cuidado de los caballos en la Hacienda, era el único que les enseñaba lo básico, pues los guardias que enviaba el rey, no se molestaban en dirigirles la palabra.
—Sí, ya entendí, abuela —el niño hizo un mohín.
—¡Así me gusta! —la mujer sonrió—. Si se portan bien, cuando su padre se vaya, les haré galletas, ¿trato?
—¡Sí! —dijeron los dos al unísono y empezaron a devorar su desayuno, para ir a clases con el anciano Joseph.
Erick ya tenía diez años y Agustín tenía siete años; eran medios hermanos, porque Agustín era hijo del rey, con una de las damas de compañía que la Duquesa había tenido durante varios años. El rey aceptó que el niño viviera porque la Duquesa se lo pidió, pero ordenó el destierro de la madre de Agustín, antes de que su esposa, la reina, la mandara ejecutar.
—Niño Erick, Agustín, ¡ya está el desayuno! —gritó Reina, la Nana de ambos desde la puerta de la cocina.
—¡Ya vamos! —respondió Erick, con rapidez y su hermano aprovechó para lanzarle una bola de nieve, que dio de lleno en su pecho—. ¡Agustín! —gritó el ojiazul—. ¡Eso era tiempo fuera!
—No avisaste con tiempo —se alzó de hombros el menor, pero de inmediato se quejó, porque una bola de nieve golpeó contra su hombro—. ¡Ey! ¡Era tiempo fuera! —gritó enfurruñado.
—No avisaste tampoco —objetó el ojiazul.
Con esas palabras, ambos niños rieron y corrieron hacia la puerta de la cocina, desde dónde Reina les había llamado.
Ambos llegaron y se limpiaron las manos, antes de sentarse en la mesa de la cocina a desayunar; debido a que los pocos siervos originales de la familia Becker, eran personas de mucha edad, los niños evitaban darles mucho trabajo, así que no comían en el comedor principal, a menos que los visitara su padre.
—Después del desayuno, deben ir a estudiar con Joseph… —comentó la canosa con amabilidad, sirviendo los platos con pan y huevo—. Haré estofado de ternero para la comida
—Gracias, Nana —sonrió el ojiazul.
—¡Estofado! —Agustín se emocionó y la anciana le acarició el cabello.
Ella era la abuela legítima de Agustín, quien se quedó a velar de ambos niños, pues no volvió a ver a su hija y cuando la Duquesa falleció por una enfermedad incurable, supo que Erick también la necesitaría.
—En unos días más, vendrá el rey —comentó la mujer con cuidado—, así que esfuércense en su estudio, para que Joseph no tenga que mentir en eso, ¿de acuerdo?
—Siempre nos esforzamos, Nana —señaló Erick.
—Sí, pero no está de más decirlo de nuevo, ¿verdad, Guti?
El mas pequeño se encogió de hombros, pues no le gustaba mucho estudiar los modales y la historia que Joseph les inculcaba, al contrario, era partidario de aprender a usar la espada, aunque solo Pascal, un viejo soldado que sirvió a los padres de la Duquesa y se había quedado al cuidado de los caballos en la Hacienda, era el único que les enseñaba lo básico, pues los guardias que enviaba el rey, no se molestaban en dirigirles la palabra.
—Sí, ya entendí, abuela —el niño hizo un mohín.
—¡Así me gusta! —la mujer sonrió—. Si se portan bien, cuando su padre se vaya, les haré galletas, ¿trato?
—¡Sí! —dijeron los dos al unísono y empezaron a devorar su desayuno, para ir a clases con el anciano Joseph.
Durante la hora de estudio, Joseph les mostraba un mapa del reino, señalando las tierras de los señores que aún quedaban vivos.
—El reino Blausmeer no es tan grande en extensión, por eso, aunque no hay muchos señores que lo guíen y todo el poder se centra en el rey y su milicia, es fácil mantenerlo estable —dijo con pesar.
—¿Algún día conoceremos al mar? —preguntó Agustín con curiosidad, ya que el reino estaba en una pequeña península y aunque al norte había un vasto territorio, nadie se aventuraba en el mismo y solo se podía salir del reino por barco.
—Es muy probable —asintió el anciano.
—¿Qué hay en el norte? —preguntó el ojiazul.
Joseph suspiró y sonrió.
—La Tierra de Nadie —respondió—, un inmenso bosque que se extiende por territorio inexplorado —repitió con calma—, no hay otros reinos que colinden con el nuestro, debido a que este bosque —señaló el mapa—, es demasiado peligroso.
—Hace unos días, encontré un libro en la biblioteca —mencionó Erick—, decía que es un bosque mágico, custodiado por una familia de hechiceros, quienes convocan bestias mágicas para protegerlo —hizo un mohín—, por eso nadie se adentra en él.
—Joven Erick —el canoso se acercó a la silla que ocupaba y se sentó lentamente, ya que, debido al frío, le dolían las piernas—, es solo un bosque —aseguró—, no hay bestias mágicas, ni hechiceros, ni otra cosa extraordinaria —sonrió—, solo es un bosque con animales peligrosos cómo osos, tigres y lobos, por eso, no hay quien pueda apropiarse de esas tierras, por lo que no hay un reino que lo domine.
—Pero si hay hechiceros en otros lados, ¿verdad? —curioseó Agustín con emoción.
El anciano rió— no, lamentablemente no —suspiró—, la magia es solo algo que vive en la imaginación de las personas y nada más.
—Pero yo creo en la magia —señaló Erick.
—¡Y yo también! —secundó su hermano.
—Está bien creer en la magia —Joseph sonrió—, pero hay que saber diferenciar, lo que es real y lo que es solo fantasía —dijo con calma y volvió a ponerse de pie, ayudado de su bastón—. Ahora, prosigamos con la clase.
Joseph volvió al pizarrón y empezó a escribir algunas fechas en el mismo, mientras hablaba de la historia del país.
Erick suspiró y empezó a garabatear con un carboncillo, sobre el pergamino que tenía enfrente.
Él era un soñador y desde temprana edad, empezó a hacer dibujos y pinturas, basándose en los paisajes que miraba cerca de su hogar, pero también, desde que empezó a leer por sí mismo, empapándose de las historias y leyendas en los libros de la biblioteca, imaginaba un reino donde los hechiceros invocaban bestias mágicas, para enfrentar a los caballeros malvados que querían invadirlos.
Agustín observó cómo su hermano estaba dibujando lo que parecía un hombre con sombrero puntiagudo y una varita, invocando algo parecido a un dragón y sonrió, inclinándose un poco.
—La magia existe, Erick —sonrió— y cuando crezcamos, saldremos de aquí e iremos en busca de un hechicero para probarlo, te lo prometo.
El ojiazul sonrió y asintió— sí, algún día veremos uno.
—El reino Blausmeer no es tan grande en extensión, por eso, aunque no hay muchos señores que lo guíen y todo el poder se centra en el rey y su milicia, es fácil mantenerlo estable —dijo con pesar.
—¿Algún día conoceremos al mar? —preguntó Agustín con curiosidad, ya que el reino estaba en una pequeña península y aunque al norte había un vasto territorio, nadie se aventuraba en el mismo y solo se podía salir del reino por barco.
—Es muy probable —asintió el anciano.
—¿Qué hay en el norte? —preguntó el ojiazul.
Joseph suspiró y sonrió.
—La Tierra de Nadie —respondió—, un inmenso bosque que se extiende por territorio inexplorado —repitió con calma—, no hay otros reinos que colinden con el nuestro, debido a que este bosque —señaló el mapa—, es demasiado peligroso.
—Hace unos días, encontré un libro en la biblioteca —mencionó Erick—, decía que es un bosque mágico, custodiado por una familia de hechiceros, quienes convocan bestias mágicas para protegerlo —hizo un mohín—, por eso nadie se adentra en él.
—Joven Erick —el canoso se acercó a la silla que ocupaba y se sentó lentamente, ya que, debido al frío, le dolían las piernas—, es solo un bosque —aseguró—, no hay bestias mágicas, ni hechiceros, ni otra cosa extraordinaria —sonrió—, solo es un bosque con animales peligrosos cómo osos, tigres y lobos, por eso, no hay quien pueda apropiarse de esas tierras, por lo que no hay un reino que lo domine.
—Pero si hay hechiceros en otros lados, ¿verdad? —curioseó Agustín con emoción.
El anciano rió— no, lamentablemente no —suspiró—, la magia es solo algo que vive en la imaginación de las personas y nada más.
—Pero yo creo en la magia —señaló Erick.
—¡Y yo también! —secundó su hermano.
—Está bien creer en la magia —Joseph sonrió—, pero hay que saber diferenciar, lo que es real y lo que es solo fantasía —dijo con calma y volvió a ponerse de pie, ayudado de su bastón—. Ahora, prosigamos con la clase.
Joseph volvió al pizarrón y empezó a escribir algunas fechas en el mismo, mientras hablaba de la historia del país.
Erick suspiró y empezó a garabatear con un carboncillo, sobre el pergamino que tenía enfrente.
Él era un soñador y desde temprana edad, empezó a hacer dibujos y pinturas, basándose en los paisajes que miraba cerca de su hogar, pero también, desde que empezó a leer por sí mismo, empapándose de las historias y leyendas en los libros de la biblioteca, imaginaba un reino donde los hechiceros invocaban bestias mágicas, para enfrentar a los caballeros malvados que querían invadirlos.
Agustín observó cómo su hermano estaba dibujando lo que parecía un hombre con sombrero puntiagudo y una varita, invocando algo parecido a un dragón y sonrió, inclinándose un poco.
—La magia existe, Erick —sonrió— y cuando crezcamos, saldremos de aquí e iremos en busca de un hechicero para probarlo, te lo prometo.
El ojiazul sonrió y asintió— sí, algún día veremos uno.
Glosario:
Blausmeer: Significa mar azul en alemán.
Blausmeer: Significa mar azul en alemán.
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