Prólogo
Había una vez, en un reino muy lejano, un rey malicioso, el cual, gobernaba por medio del miedo hacia sus súbditos. Este rey, pese a estar casado y con dos hijos varones, abusaba de su poder y secuestraba a las mujeres más bellas para tenerlas cómo concubinas, algunas de ellas incluso, eran nobles y con ello, se aseguraba de tener bajo su control a todas las familias más importantes de su reino también, evitando que éstos se pusieran en su contra, por miedo a que lastimaran a las jóvenes.
Esa era la razón, del por qué tenía otros hijos ilegítimos y aunque la reina no deseaba que esos niños estuvieran cerca de ella, el rey los mantenía a su lado, cuidándolos, mientras destruía a las familias, para quedarse con todo lo que les pertenecía.
Aun así, el rey tenía una consorte favorita, la Duquesa de Becker, a la cual, podía llegar incluso a querer más que a su propia esposa, pues había estado enamorado de ella desde antes de casarse, pero debido a que su matrimonio con la princesa del reino vecino ya estaba previsto y la joven Duquesa aún era muy pequeña, no pudo llevar a cabo su deseo.
De esa joven Duquesa, nació un hermoso niño, con el cabello negro como su madre, pero de intensos ojos azules, un rasgo distintivo del rey, que sus hijos con la reina no compartían, por lo que su esposa quiso que el soberano desapareciera a ese niño, pero no podía lograr su cometido, ya que no solo era otro príncipe, sino que era el único heredero al ducado Becker y lo necesitaban con vida.
El rey, para evitar problemas, después de eliminar a toda la familia de la Duquesa, la envió, junto al bebé, a la Hacienda Becker, pero manteniéndola custodiada por sus propios caballeros, para no permitir que los siervos, fieles a la familia Becker, le ayudaran a escapar, antes de deshacerse de todos ellos.
Fue en ese lugar que Erick, el joven príncipe sin derecho al trono y heredero al título de Duque, debía ser criado como un pequeño caballero, que solo debía obedecer a su padre.
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