Capítulo VII
El viernes, aunque Rodrigo quería ir a ver a Mateo, prefirió quedarse todo el día en la oficina, pues el mayor le había dicho que lo miraría hasta el lunes; cambió todas las citas que había para la siguiente semana y acudió a la reunión por su jefe, haciendo un informe detallado de la misma, para entregárselo a Mateo, aun así, su semblante era apagado y algo triste. Claudia intentó animarlo, invitándolo a salir esa noche, pero se excusó con ella, alegando que debía ir a la escuela, especialmente porque el día anterior, un amigo le había prestado los apuntes del miércoles y debía devolverlos.
Su jornada terminó y titubeó en si ir o no a clases, pues estaba demasiado deprimido, pero terminó aceptando que era su obligación, así que, aunque no podía ocultar su pésimo ánimo y poco interés, tenía que cumplir; después de cambiarse de ropa, colocándose algo más informal, el pelinegro fue al estacionamiento por su automóvil, para dirigirse a su escuela.
Al llegar a su facultad, sacó su mochila, su laptop y fue corriendo a su primera clase, pues siempre llegaba cuando había empezado, pero sus profesores sabían que trabajaba, así que no le ponían muchas objeciones.
Cuando el menor llegó al salón, fue directamente a su pupitre, aunque se sorprendió de no ver a Gabriel en su lugar; sabía que su amigo era muy serio y responsable en las clases, además de que se esmeraba siempre por tener una nota perfecta, así que faltar no era una opción para él, por eso le era muy extraño que no estuviera ahí.
Las clases pasaron y su compañero no llegó, se preocupó un poco, pero al imaginar que lo miraría al día siguiente, en sus clases sabatinas, le restó importancia, pues tenía otras cosas qué pensar. Las clases terminaron y cuando salió de la escuela, ya entrada la noche, observó una figura sentada en un macetero al exterior, con una pequeña mochila al hombro, pero pudo reconocer su cabello y sus lentes.
-¿Gaby? – el pelinegro se acercó al otro, observándolo con curiosidad.
El castaño escuchó a Rodrigo y pasó la mano por sus ojos, después de quitarse los lentes un momento; a pesar de la poca luz, el recién llegado pudo notar que su amigo traía una mejilla inflamada.
-¿Qué te pasó? – preguntó Rodrigo con cautela.
-Nada… – negó y desvió la mirada con nerviosismo.
-Gaby, ¿qué sucede?, dime – presionó, especialmente al notar un par de lágrimas que resbalaban por las mejillas del castaño.
Gabriel levantó el rostro y cuando Rodrigo se sentó a su lado lo abrazó con rapidez, empezando a llorar con fuerza contra su hombro; el pelinegro se sorprendió por esa acción, no supo qué hacer y solo atinó a abrazarlo, dejando de lado sus cosas. Jamás había visto al castaño en ese estado, pues siempre mantenía una pose seria y ahora parecía estar completamente roto; pasó las manos por la espalda de su amigo y empezó a confortarlo lo mejor que podía, sin saber si lo estaba haciendo bien o no.
El de lentes tardó casi media hora en calmarse un poco, por lo menos para poder hablar; Rodrigo sacó el pequeño paquete de pañuelos desechables que su hermanita le había dado el día anterior, cuando estornudó en su casa y pensó que también le había dado gripe, igual que a su jefe, pero como no los había usado, se los entregó a su amigo. Gabriel se limpió los ojos y la nariz, para finalmente dar un largo suspiro.
-Lo siento… – dijo débilmente.
-Ya me vas a decir, ¿qué pasa? ¿Por qué no entraste a clases?
-Yo… – estrujó el paquetito en sus manos – voy a dejar la escuela… – intentó sonreír, pero le fue imposible.
-¡¿Qué?! ¿De qué hablas?
Rodrigo se sorprendió, Gabriel era un excelente alumno, el semestre anterior había sacado las mejores notas y le apasionaba la carrera, aunque, como muchos de los que estaban ahí, no tenía suficiente dinero para poder pagar una escuela diurna y normal.
-Es que… no tengo para pagar – respondió débilmente.
-Pero, y ¿tus papás? – el pelinegro se inclinó para verlo a los ojos, los padres de Gabriel le ayudaban a pagar su colegiatura, o al menos eso le había dicho cuando se conocieron, porque él trabajaba de dependiente en una tienda de conveniencia y no le alcanzaba más que para pagar la mitad de la misma y comprar los pocos útiles que tenía.
-Ellos… ellos… – negó, se mordió el labio y finalmente suspiró – me corrieron de casa hoy… – su voz se quebró – no tengo a dónde ir, no tengo dinero, no tengo ropa… – su voz parecía una clara burla para sí mismo y sus ojos volvieron a humedecerse – ni siquiera tengo mis útiles escolares, ni mi uniforme del trabajo… – se encogió de hombros – no tengo nada… – negó.
-¡¿Por qué?! – Rodrigo no quería presionar a su amigo, pero no comprendía lo que ocurría.
-Porque… – pasó saliva con dificultad y debió la mirada – porque mi hermano les dijo que soy gay – musitó.
-¡¿Eres gay?! – la confesión tomó por sorpresa al pelinegro.
-Sí… – asintió el castaño – mi hermano descubrió mi libreta, dónde escribía sobre el chico que me gustaba hace tiempo y él… él se enojó conmigo hoy y se lo dijo a mis padres… así que… ellos piensan que, si soy gay, soy un prostituto, aunque ni siquiera tengo pareja, ni jamás he tenido que ver con nadie – dijo con debilidad – para ellos soy… la vergüenza de la familia… y mi papá… él… me golpeó…
-Gaby…
Rodrigo lo abrazó, jamás imaginó que la familia de su amigo fuera de esa manera, pero no creía que fuese correcto hacerle eso a alguien como él, quien siempre era amable y muy tranquilo; los meses que tenía de conocerlo, mantenía un comportamiento irreprochable, recto y jamás mostró interés amoroso por nadie, a pesar de que sabía que algunas chicas de su misma clase pensaban que era atractivo y se le insinuaban, aunque ahora entendía el por qué no les correspondía.
-No llores… – pidió el pelinegro, pero no sabía cómo ayudar a su amigo, aunque, solo tenía una opción – si no tienes dónde quedarte, ven a mí casa – dijo condescendiente, era la única manera que tenía de darle apoyo.
-No, Rodrigo, gracias – suspiró el de lentes – no quiero causarte problemas – negó – tu mamá puede molestarse y no sería justo…
-Se molestará más si te abandono a tu suerte – sentenció Rodrigo con convicción – vamos… – se puso de pie y lo sujetó de la mano – iremos a tu casa por tus cosas, si tus padres no tienen nada que hacer con ellas, no tienen por qué negártelas, al menos tus útiles escolares y tu uniforme de trabajo – dijo con total seguridad – porque tú los compraste con el dinero de tu paga.
-No, Rodrigo – el castaño tembló – ellos se enojarán y…
-No me interesa, – negó – tú necesitas tus cosas, ¡vamos!
* * *
Quince minutos después, el automóvil se estacionó frente a la casa de Gabriel; Rodrigo ya lo había llevado un par de veces, pero esta vez, lo acompañó hasta el umbral. El de lentes titubeó, realmente no quería tocar el timbre, pero Rodrigo lo hizo; cuando las luces se encendieron, el castaño dio un paso hacia atrás y su respiración se agitó, su amigo le puso la mano en el hombro para darle ánimo.
La puerta se abrió y un hombre de cabello castaño, ligeramente robusto se asomó.
-¿Si? – preguntó con molestia.
-Soy Rodrigo Fernández – se presentó el pelinegro – compañero de escuela de Gabriel y hemos venido por sus cosas.
-¿Eres su puta? – preguntó el sujeto entre dientes.
-¡Padre! – la voz Gabriel se escuchó con susto.
-¡No me llames así! – el hombre hizo ademán de golpear a su hijo y Rodrigo se interpuso, evitando que diera el golpe.
-Si lo fuera, a usted, ¿qué le importa? – encaró al hombre con rapidez – ¿Acaso no lo corrió de su casa?
-¡¿Cómo te atreves?! – el hombre hizo ademán de golpearlo una vez más y Rodrigo metió el brazo, sosteniéndolo antes de que le hiciera daño.
-Escuche, usted es quien me está agrediendo y además no hemos hecho nada malo – prosiguió con seriedad – y si usted no nos entrega las cosas de Gaby, me veré en la necesidad de llamar a la policía.
-¿Crees que te harán caso, escuincle? – sonrió el sujeto.
-¿A quién le creerán más…? – preguntó el pelinegro – ¿a usted o a nosotros?, especialmente con el golpe que Gaby luce en su rostro – sonrió de lado – además, según tengo entendido, Gaby aún no cumple los dieciocho, por tanto, es menor de edad y usted, lo ha maltratado …
El hombre gruñó, tenía enormes deseos de golpear al pelinegro, pero tampoco sabía si era menor de edad como su hijo, así que se contuvo – ¡sus cosas están en la basura! – sentenció y cerró la puerta de golpe.
Rodrigo entornó los ojos y se giró para ver a su amigo, quien seguía temblando.
-Vamos, al menos sabemos dónde está lo que vinimos a buscar – sonrió condescendiente.
El castaño asintió y ambos caminaron a las bolsas negras que estaban a la espera de que el camión de la basura pasara por ellas, a la mañana siguiente. Las cosas de Gabriel estaban bien, por lo menos no tenían nada de desechos; recuperó sus libretas, algo de ropa y su uniforme de trabajo. Cuando se volvieron a subir al automóvil, Rodrigo observó a alguien asomarse por la ventana, era el rostro de un muchacho, posiblemente el hermano de su amigo, pero no dijo nada; no sabía realmente cual era la relación con ese jovencito y si por un berrinche había ocasionado el problema, no era nada bueno.
En el trayecto a su casa, Gabriel ya había recuperado su calma.
-Jamás creí que te comportarías así – dijo extrañado.
-¿Así, cómo? – preguntó el pelinegro.
-Bueno, tan… rudo – dijo con media sonrisa.
-Ah, yo tampoco – rió su amigo – al menos tu papá creyó lo que le dije, porque no sé si iba a resultar – se burló – pero ya no te preocupes, todo va a estar bien, ya lo verás…
-Gracias – el castaño acomodó sus lentes – no sé cómo voy a pagarte esto…
-No tienes que pagarme nada – negó – tu solo preocúpate por la escuela y tú trabajo, porque ahora vas a necesitarlos más que nunca…
-Sí, lo sé… pero de verdad, te agradezco la ayuda – dijo con sinceridad – aunque los estudios, no sé si pueda pagarlos…
-Yo voy a tratar de ayudarte con la colegiatura – sonrió el pelinegro – después de todo, tengo beca de mi trabajo y me ahorro algo de dinero, así que, ya veremos cómo hacerle, ¿de acuerdo?
Gabriel se sorprendió y sonrió amablemente – gracias – dijo con infinita gratitud.
* * *
Rodrigo llegó a su casa y abrió la puerta con su llave; al entrar, Carmen, su madre, salió de su habitación con paso rápido, parecía preocupada.
-¡Mi amor! – soltó un suspiro, como si se hubiera quitado un gran peso de encima – llegas tarde, me tenías preocupada… – dijo con seriedad.
-Ah, mamá – el pelinegro sonrió – invité a Gaby a quedarse – dijo con rapidez.
La mujer sonrió – buenas noches, Gaby – saludó al joven castaño, a quien ya conocía porque algunas otras veces fue a su casa a hacer trabajos de la escuela con su hijo – bienvenido…
-Ah, buenas noches, señora Fernández, lamento la molestia, realmente no quiero incomodar, pero su hijo no me dio muchas opciones – se disculpó.
-No te preocupes… – sonrió la pelinegra, pero cuando el otro levantó el rostro, se asustó al ver el golpe en su rostro, sus ojos castaños se posaron en su hijo, haciendo una pregunta muda, pero con un simple ademán, Rodrigo le dio a entender que después le explicaría – ah… hay cena en el refrigerador – anunció ella – si necesitas que prepare algo más, dime…
-Está bien, má, no te preocupes, solo deja llevo a Gaby a mi alcoba, y en un momento salimos a cenar.
-De acuerdo – sonrió ella y caminó hacia la recámara.
Rodrigo llevó al castaño a su cuarto y lo dejó acomodando las pocas pertenencias que llevaba, mientras iba con su mamá; la puerta estaba entreabierta, así que solo dio unos golpecitos y entró.
-¿Qué paso? – preguntó ella cruzándose de brazos – no se metieron en algún pleito, ¿verdad?
-No, claro que no – negó él – má… – suspiró – le ofrecí la casa a Gaby, porque sus papás lo corrieron hoy…
-¡¿Por qué?! – la pelinegra se sorprendió.
-Porque, Gaby es gay y sus padres lo descubrieron, así que su papá lo golpeo y lo corrió – explicó con rapidez y a grandes rasgos – fuimos a su casa por sus cosas y ya las habían tirado a la basura, así que las recogimos de ahí, para poder venir para acá.
-Pobrecito… – dijo la mujer con tristeza cuando su hijo terminó de explicar.
-Lamento no haberte pedido permiso, pero…
-No te preocupes – negó ella – si no tiene dónde quedarse, está bien – sonrió condescendiente – no puedo creer que aun hayan personas tan cerradas de mente – tenía un gesto de molestia en su rostro – tratar así a su propio hijo, ni que fuera un ‘apestado’ – soltó el aire por la nariz y después suspiró – lo malo es que, no tenemos otra cama – pasó la mano por su mentón – podría decirle a Flor que se venga a dormir conmigo y que él use esa…
-No te preocupes, má – Rodrigo negó – me acaban de pagar, así que mañana podré comprar un colchón extra para Gaby, por mientras…
-Eso está bien – sonrió.
-Bueno, iré a cenar…
-Ah, Rodry – la pelinegra lo detuvo y su hijo la observó con extrañeza – tú… – ella se mordió el labio – ¿eres gay? – preguntó con curiosidad.
-Ah… – las mejillas del menor se tiñeron de rojo inmediatamente – ¿por qué…? ¿Por qué preguntas? – dijo a media voz, nervioso.
-Bueno, porque si tú y él… van a… – su mama sonrió pícaramente – pues, para darles su espacio y no molestarlos…
-¡No! – negó él – no, de verdad – negó con efusividad y sintió sus mejillas arder – solo somos amigos, ¡en serio!
Su mamá levantó una ceja, la actitud de su hijo le decía todo lo contrario, pero tampoco lo iba a presionar, aunque se sentía un poco mal de que no le tuviera confianza.
-Bien, ve a cenar – señaló – Flor ya debe estar dormida, pero mañana le explico, yo también ya voy a dormir, porque es tarde…
-Gracias, má, que descanses…
El menor salió de la habitación y fue por Gabriel para ir a cenar. Se sentía mal pues no podía decirle a su madre que era gay porque no lo había aceptado abiertamente, aunque la atracción que sentía por Mateo era cada vez mayor; si no se atrevía a dar el paso para decírselo al castaño, menos a su progenitora. Y aunque se decidiera a hacerlo, el que más le interesaba era el ojiverde, pero con lo que había ocurrido un día antes, menos seguridad tenía de hacerlo, pues no sabía ni cómo disculparse.
Rodrigo sirvió dos platos y llamó a Gabriel para cenar y momentos después, estaban en el comedor.
-Ahorita te daré una pomada para el golpe – anunció el pelinegro.
-Gracias – sonrió su amigo – por cierto, ayer no te vi y con esto… bueno, no pude preguntarte…
-¿Qué cosa?
-¿Cómo te fue en tu cita? – indagó el de lentes.
Rodrigo suspiró – supongo que bien…
-Si te hubiera ido bien, no tendrías esa cara – el castaño lo miró de soslayo.
-No fue por eso, realmente creo que el miércoles me fue bien, aunque no pude decirle que me gustaba – aseguró – pero ayer, todo se fue al diablo porque… – suspiró – hice algo malo, Gaby…
-¿Qué hiciste?
-Dije una tontería sin pensar…
-¿La insultaste? – el gesto de susto se hizo presente en la cara del otro.
-No… es que… dije que estaba a su lado por… por trabajo – suspiró.
El castaño palmeó su frente y negó – ¿cómo pudiste ser tan bruto? – preguntó con incredulidad.
-No lo sé – Rodrigo negó – yo… es que, no lo pensé – se excusó – me molestó que otro se le acercara y cuando ese sujeto me dijo que él podía hacerse cargo y que me retirara, le dije que hacía mi trabajo y…
-Ella lo malinterpretó – terminó su amigo – ¡ay, Rodrigo! – suspiró – si no arreglas el malentendido, no vas a poder conseguir nada…
-Parece que sabes mucho del tema…
-No sé nada del tema – confesó el de lentes – solo estoy siendo razonable – aseguró – si no te confesaste y además, dijiste que estabas con ella por el trabajo, es obvio que se va a sentir sumamente ofendida y por muchos regalos que le diste o quieras darle para redimirte, no será tan sencillo…
Rodrigo pasó las manos por su cabello, estrujando los mechones de manera frustrada – tengo que disculparme…
-Y mejor lo haces rápido – dijo su amigo con seriedad – o tu oportunidad con ella tendrá una probabilidad de cero…
-Gracias por el apoyo – la voz del pelinegro era sarcástica.
-Solo quiero que abras los ojos, si la quieres no le des tantas vueltas…
-Es que… tengo miedo…
-¿Por qué? ¿Por ser mayor que tú? ¿Por ser una chica de clase alta?
-No… – Rodrigo levantó el rostro y fijó sus ojos castaños en Gabriel – porque “ella” es un chico y es mi jefe…
Los ojos aceitunados de Gabriel se abrieron enormemente, el silencio reinó por unos momentos y luego asintió con lentitud.
-Ya… veo… – dijo el castaño y acomodó sus lentes – bueno, siendo así, tienes razón – aceptó – es algo complicado aceptarlo abiertamente – sonrió nervioso – pero, me dijiste que te dijo que le gustabas, ¿no?
-Pero eso fue hace mucho… además, ayer conocí a su anterior amor…
-¿Su anterior amor?
-Sí – el pelinegro respiró profundamente – y si me comparas con él, soy un cero a la izquierda…
Gabriel ahogó una risita – no importa cómo te sientas tú, sino como te mire él y a lo mejor, él no te quiere a su izquierda, sino a su derecha – dijo a modo de consuelo – vamos Rodrigo, solo anímate, no pierdes nada con intentarlo, mientras que si no lo haces, puedes arrepentirte toda la vida – dijo con tristeza – y en eso, sí tengo experiencia…
-¿Te arrepentiste de no haberle dicho a alguien que te gustaba?
-Sí… – admitió el de lentes – hace tiempo me gustaba un chico, pero yo nunca acepté abiertamente que era gay, por mi familia – sonrió – y cuando él me dijo que le gustaba, en la preparatoria, yo… no quise admitir que él también me gustaba – respiró profundamente – así que, perdí la oportunidad y el semestre pasado lo miré… fue a la tienda donde trabajo y realmente, me dolió verlo tan feliz con otra persona – confesó – pero fue mi culpa por no decirle las cosas de frente, Rodrigo – fijó su mirada en el otro – no seas tonto, te lo digo porque te aprecio como amigo – especificó – lo peor que puedes hacer es no decir lo que sientes, porque luego te arrepentirás…
-¿Y si me rechaza?
-¿Y si no lo hace? – indagó el castaño con seriedad – no puedes saberlo si no te atreves…
Rodrigo movió el cubierto sobre su comida, jugando con ella – supongo que tienes razón – dijo un poco más seguro de ello, después levantó el rostro – Gaby…
-¿Sí?
-Bueno, ahora que ya admitiste que eres gay… ¿tienes a alguien que te guste en este momento?
-No – negó – no me fijo en cualquiera – su voz sonó fría – muchos piensan que por ser gay, uno ya tiene interés en cualquier chico que está a nuestro lado y no es cierto – sonrió – así que, espero que llegue alguien adecuado…
-Tienes razón…
-¿En qué?
Rodrigo sonrió – aunque somos gais, no nos fijamos en cualquiera, por eso, no tengo otros ojos más que para Mateo – se sinceró.
-¿Sabes? – su amigo lo miró con diversión – tal vez, deberías comprar una grabadora, decir lo que sientes y luego reproducirla delante de él, porque lo que entiendo es que sientes miedo de admitirlo con él, pero no frente a otros – rió – tienes todo este rato diciendo “me gusta” en diferentes formas y no comprendo cómo es que no puedes hacerlo con él…
Las mejillas de Rodrigo se tiñeron de rojo; Gabriel tenía razón, ya había superado lo más difícil, aceptar que le gustaba Mateo, ahora solo debía superar su miedo y atreverse a decírselo a él.
* * *
Eran las dos de la mañana cuando, Mikhail recibió una llamada; él estaba dormido en su cama, pero contestó, a sabiendas que debía ser algo importante. Escucho lo que su interlocutor le decía; era solo un aviso.
-Entiendo… – dijo con seriedad y colgó momentos después.
Se puso de pie y salió de su alcoba, solo en bóxer, ya que dormía de esa manera. Caminó a su despacho y encendió su computadora personal.
Momentos después, abrió su correo y encontró el mensaje de la persona que le acababa de marcar; al abrirlo, varias imágenes adjuntas se mostraron.
Eran fotografías de Rodrigo, abrazando a un jovencito castaño, de lentes y después llevándolo en su automóvil; unas más de ellos en una casa, luego como un sujeto quiso golpearlos y revisando bolsas de basura. Finalmente, cuando llegaron a una casa y ya se introdujeron a la misma; al pie de todas las imágenes, la persona le decía que investigaría al jovencito castaño y la familia de la primera casa dónde estuvieron, para darle las novedades al día siguiente.
-Así que, la realidad es que ya tienes pareja – el pelirrojo dio un puñetazo en el escritorio – ¿todo este circo es solo para tu maldita diversión? – se preguntó con ira – tengo que hacer algo, no permitiré que sigas engañando a Mateo…
Apagó su computadora y regresó sus pasos a la alcoba, mientras buscaba el número de su hermano en su celular – tienes suerte, Dima – sonrió – voy a volver a apostar por ti, aunque también me decepcionaste hace años…
Entrecerró los ojos, recordando la vez que su hermano le dijo que le gustaba Mateo y, aunque él casi lo obliga para que se lo confesara, el mayor prefirió tratarlo con respeto y no ‘presionarlo’, pues el ojiverde jamás había mostrado un interés amoroso por él – si en aquella ocasión me hubieses hecho caso, Mateo ya sería tu esposo y parte de nuestra familia – sentenció con cansancio, pues para él, su amigo era como otro hermano y no se imaginaba a nadie mejor para Dimitry – espero que no desaproveches esta segunda oportunidad o esta vez, si voy a golpearte…
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