Capítulo VI
El teléfono del departamento se escuchó, Mateo estaba dormido, así que hizo un mohín molesto por la interrupción de su descanso y solo sacó la mano de las mantas para responder con pesadez.
-¿Sí? – su voz apenas se escuchó
-“…Dóbraye útra, daragoi”
El castaño apretó los parpados al escuchar la voz de su amigo por el auricular – buenos días, Misha – saludó con debilidad y bostezó.
-“…¿Cómo te fue ayer? aunque tu voz ronca me indica que no descansaste mucho y el que estés aun en casa, me dice que posiblemente pasaste una noche muy ocupada...” – el tono era en claro doble sentido.
-Misha… – el ojiverde llevó la mano a su garganta, le molestaba – me fue bien y me acabas de despertar…
-“…Entonces, ¿sí dormiste con tu asistente?...”
-No – suspiró – solo salimos… – un estornudo interrumpió su plática – ah… lo siento… ayer nos agarró la lluvia y… creo que amanecí con resfrío.
-“Mateo, necesitas cuidarte más…” – la voz del otro lado de la línea sonó preocupada – “…ahora veo por qué sigues en cama cuando ya van a dar las nueve…”
-¡¿Qué?! – el ojiverde se incorporó de un salto y observó su despertador, faltaban cinco para las nueve y él no se había levantado – ¡mierda! Misha, luego hablamos…
-“…¡No!...”
-Misha, debo alistarme para salir – dijo el castaño con ansiedad, sin atreverse a colgarle a su amigo.
-“…Tu no vas a salir de tu casa, ni de tu cama, si estás enfermo debes descansar y en este momento le llamaré a tu madre para avisarle…”
-No te atrevas, Misha – amenazó, pero el otro no respondió y alcanzó a escuchar que hablaba a lo lejos.
“Buenos días, señora Andrade, soy Mikhail… muy bien, ¿y usted?...”
-Misha… no lo hagas, ¡Misha! – su grito apenas se escuchó, pues la voz se le fue – no, no, no – el ojiverde colgó, imaginando que su amigo había usado otra línea para marcarle a su progenitora.
Corrió al baño para tomar una ducha rápida, debía salir antes de que su madre quisiera hacerse cargo de la situación. Aún estaba en la ducha cuando empezó a escuchar el teléfono de su departamento, luego el sonido insistente de su celular.
-No voy a contestar, no lo haré – dijo con nervios y salió de la regadera.
Se cambió con el primer traje que encontró y ni siquiera se peinó, ni lavó sus dientes, pensó que era mejor hacerlo en su oficina para no tardar más. Casi corre por el departamento, agarrando su maletín, sus llaves y bajando por el elevador, silenciando el celular, pues era la cuarta llamada de su madre en entrar.
Ni siquiera saludó a los guardias, simplemente pasó rápidamente al elevador que lo llevaría al estacionamiento y solo alcanzó a escuchar la voz de uno de ellos, llamándolo.
-Señor Andrade, su madre…
La puerta se cerró, así que no pudo recibir el mensaje completo; Mateo suspiró y pasó saliva, seguramente su mamá había llamado a los guardias del edificio para que lo detuvieran, pero ya era muy tarde para ello.
-Lo siento, madre – sonrió con nervios – pero tengo cosas que hacer hoy, especialmente, hablar con Rodrigo y un simple catarro no me va a detener…
Un estornudo lo sorprendió y gruñó un momento después, sacando un pañuelo del bolsillo de su saco, para limpiar su nariz.
* * *
Rodrigo estaba en su escritorio le extrañaba que Mateo no hubiese llegado, pues normalmente era puntual, al menos para entrar, aunque siendo el jefe no checaba su hora de entrada y podía llegar en cualquier momento; como no había ningún pendiente, ni reunión a temprana hora para ese día, no le preocupó mucho, aunque decidió que si a las diez no llegaba, le marcaría.
El teléfono se escuchó y al ver la extensión, un sobresalto lo cimbró; era el presidente de la disquera, así que rápidamente tomó el auricular.
-Buenos días, señor Andrade – saludó con nervios.
-“…Buenos días, Rodrigo…” – dijo el hombre con seriedad – “…mi hijo, ¿no ha llegado?...”
-No, señor – respondió con cautela.
-“…De acuerdo, Rodrigo, esto es de vida o muerte…” – la frase estremeció al menor – “…en cuanto llegue, avísame a la oficina, no dejes que salga a ningún lado y no le digas que llamé buscándolo, ¿entendiste?...”
-Sí, señor – respondió con rapidez.
La llamada se cortó y Rodrigo se quedó un momento con el auricular en la mano; ¿por qué era tan importante no dejar salir a Mateo? ¿Qué ocurría? Era muy extraño pues nunca antes había sucedido algo así.
* * *
Casi diez minutos después de la llamada de su padre, el castaño llegó a la oficina.
-Buenos días… – saludó con voz extraña, pues traía la nariz congestionada.
-Buenos días, señor – el universitario se puso de pie para recibirlo, pero se sorprendió de ver el aspecto del mayor.
Mateo traía la nariz roja, sus ojos estaban llorosos, su ropa estaba mal acomodada y su cabello despeinado, además, traía un pañuelo en mano, cerca de su rostro.
El ojiverde pasó frente a él y antes de alcanzar la puerta a su despacho, estornudó – odio la gripe – dijo en un murmullo tratando de limpiar su nariz, con el pañuelo – Rodrigo – el nombre de su asistente no sonó bien pues en ese estado no podía pronunciar bien la ‘r’ – prepárame un café, pide algo de desayunar para ambos y vienes a verme para mis pendientes – ordenó con molestia, perdiéndose tras el umbral, sin permitir que el menor reaccionara del todo.
El pelinegro dudó un momento, pero terminó marcando a la extensión del presidente, avisándole a Claudia que Mateo había llegado y después, al área de comedor para que llevaran algo de desayunar; ingresó a la oficina particular del mayor después de recoger su tableta y algunos documentos que debía entregarle.
-¿Señor? – levantó la voz para llamar a su jefe, pues no lo miraba.
-¡Voy! – Mateo apenas se escuchó, era obvio que estaba en el baño.
Rodrigo llegó al escritorio y esperó de pie. Minutos después, Mateo salió, bien peinado, con su traje casi impecable, pues se notaba arrugado en algunas partes y aún con el pañuelo en mano; el pelinegro tuvo que morder su labio para aguantar la risa, pues el otro traía algo de papel en los orificios de su nariz, a modo de taponcitos.
-Odio la gripe – repitió el ojiverde sentándose en su sillón y el universitario no pudo evitar reír – ¿qué? – indagó el mayor con molestia.
-Lo siento, es que, su voz suena algo…
-No lo digas – gruñó y volvió a estornudar – ¡me lleva! – sacó el pañuelo pero ya estaba todo húmedo – necesito pañuelos desechables – anunció para su asistente, antes de limpiarse y lanzar ese a la basura.
-En un momento… – sonrió el menor, caminando a la cocineta, pues en uno de los compartimientos, había una cajita de pañuelitos nueva.
Cuando Rodrigo regresó, Mateo estaba hundido en su sillón.
-¿No me diga que esto fue por la mojada de ayer? – indagó el universitario, entregando la cajita.
-Sí, lo fue – sacó un trozo de papel y limpió su nariz, después de retirar los papeles que se había colocado antes – ve a comprarme unos antigripales, un té de limón o manzanilla y algo para la garganta.
El pelinegro suspiró y haciendo caso omiso a la indicación, caminó hasta colocarse al lado de su jefe y puso el dorso de la mano en su frente – ¡trae fiebre!
-Tengo gripe, Rodrigo – dijo el otro como si fuese lo más obvio del mundo – obvio que tengo un poco de fiebre, dolor de garganta y todos esos horribles síntomas, como la nariz tapada y la voz chistosa – soltó con molestia.
-Esto fue por mi culpa – el menor se preocupó.
-Ni te atrevas a decir nada sobre eso – Mateo lo señaló con su índice – mucho menos a arrepentirte del día de ayer.
-Pero, si no hubiese salido conmigo…
-Si no hubiese salido contigo, habría sido un día como todos los demás – reclamó, se sentía irritado por la enfermedad y que el universitario se estuviera afligiendo por lo ocurrido, le molestaba más – me gustó salir contigo y que de eso no quede duda, así como me gustó el panda de peluche, las flores y los demás regalos, ¿entendiste?
El pelinegro se estremeció, no había visto a Mateo enfermo y enojado a la vez, pero aunque se miraba adorable con sus mejillas y nariz sonrojada, era obvio que no andaba de buen humor y era mejor no molestarlo más – Sí, señor…
Mateo se inclinó, dejando los codos en su escritorio y pasando las manos por su cabello – lo siento – dijo en un murmullo – no es tu culpa, de verdad… es solo que, no me gusta enfermarme…
Rodrigo se puso en cuclillas y acercó la mano al castaño, acariciando una mejilla – lo que necesita es descansar – sonrió condescendiente – ¿por qué vino si se sentía tan mal? Debió tomarse el día…
-Vine porque… quiero hablar contigo – respondió sincero.
-¿Sobre qué? – los ojos castaños lo observaron con curiosidad.
-Ayer… te esforzaste mucho, con tus regalos – mencionó el mayor, mirando a su asistente de soslayo – realmente me sorprendiste, especialmente con el peluche – sonrió de lado – por eso, quiero saber… ¿por qué lo hiciste?
-¿Por qué lo hice? – indagó el pelinegro con algo de confusión.
-Sí – Mateo intentó asentir, pero le dolía la cabeza, así que lo omitió – quiero saber, es solo para redimirte por lo de diciembre o… ¿por algo más?
Rodrigo se sorprendió por la pregunta tan directa, dudó, pero si Mateo se lo preguntaba, tal vez, era el momento de ser sincero, igual que lo había sido consigo mismo la noche anterior.
-Realmente no es solo por eso – negó – sino que…
-¡Mateo Andrade!
El grito femenino retumbó en la oficina; el castaño se puso de pie de inmediato, irguiéndose por completo y puso cara de susto al ver a la mujer rubia de grandes ojos verdes, que resaltaban gracias a su maquillaje. Los tacones chocaron en el piso mientras ella caminaba con paso firme hasta el castaño; Rodrigo se puso de pie de inmediato y observó a la recién llegada, era una mujer muy bella, aunque tenía unas ligeras marcas en su rostro, debido a su edad y de una estatura menuda que disimulaba con unos altos tacones.
-Ma… má – la voz del ojiverde apenas se escuchó.
-¡¿Qué estás haciendo aquí si estas enfermo?! – regañó ella, señalándolo – mira nada más que ‘facha’ traes – llegó hasta ponerse frente a su hijo y le acomodó el saco y la corbata – eres todo un caso, ¿por qué no me respondiste las llamadas? – Mateo estaba por responder pero ella no lo permitió – ¡no digas nada! No quiero escuchar mentiras – puso las manos en el rostro de su hijo – ¡estás ardiendo en fiebre! ¡¿Qué hiciste ayer?! No viniste a trabajar, ya me dijo tu padre, ¿a dónde fuiste? Seguro no comiste bien, necesitas ir a descansar.
-Madre… – el castaño hizo un mohín.
-¡No me entornes los ojos, jovencito!
-Estoy bien – aseguró, pero un estornudo lo asaltó, así que rápidamente agarró un pañuelo para limpiar su nariz.
-No, no lo estás, vamos, te llevaré a tu departamento, me aseguraré que no salgas de tu cama y que comas bien – dijo con molestia mientras lo sujetaba del brazo.
-Pero, ¡sí he estado comiendo bien!
-¡Cómo si fuera a creerte!
-¡Es cierto! – acotó – es más, Rodrigo está de testigo – estiró la mano y jaló el brazo de su asistente – dile a mi madre que comimos bien ayer…
-Ah… sí – asintió el menor con nervios – es cierto…
-Así que tú eres Rodrigo – la mujer puso un gesto de sorpresa y curiosidad, dando un paso hacia atrás – a ver, déjame verte – repasó con sus ojos verdes al universitario y puso la mano cerca del rostro, en un claro gesto dubitativo – no está mal, nada mal – sonrió – a ver da una vuelta…
-¿Yo? – los ojos castaños se abrieron desmesuradamente.
-Sí, tú, cariño, anda – puso las manos por los hombros del menor y lo hizo girar para verlo por la espalda – déjame ver si mi hijo sacó mi buen gusto en hombres – comentó levantando la parte trasera del saco para verle el trasero.
-¡Madre!
-¿Qué? – preguntó la rubia con desconcierto, mientras el rostro de Rodrigo empezaba a ponerse tan rojo como un tomate – tu padre ya me lo dijo, así que…
-¡¿Qué te dijo?! – el color se le fue a Mateo.
-Pues… – hizo girar una vez más al universitario – que quisiste a ‘Rodry’… – se inclinó y lo abrazó, recargándose en su hombro – de secretario y asistente personal para estar con él, porque te gusta…
-¡¿Te dijo que soy gay?!
-¡Ay, claro que no! – ella hizo un ademán restándole importancia – eso yo lo sabía desde hace años…
-¡¿Qué?! Pero, ¿cómo…? – Mateo estaba desconcertado.
-¿Acaso crees que no me daba cuenta de las miradas que le echabas a Dima, de ‘borreguito a medio morir’? – indagó la rubia – no soy tonta, bebé, pero bueno, no pudo ser con él, aunque también hubiese sido un buen yerno – suspiró – en fin, centrémonos en el ahora – se alzó de hombros – y el ahora, es este buen mozo que tienes a tu lado…
-Madre, ¡por favor! – otro estornudo hizo callar al castaño.
-Está bien, volvamos al asunto que me trajo aquí hoy – levantó una ceja – dime Rodry, ¿estuviste todo el día con mi hijo, ayer?
Rodrigo estaba claramente confundido, pero tenía que responder – ah… sí, señora – asintió lentamente.
-Día del amor – sonrió con picardía – ¿así que tuvieron una escapada, solitos?
-¡No! – Mateo negó – fue por cosas del trabajo – mintió.
-¡Sí, claro! – la ojiverde rió – como si fuera a creerte, pero no importa… ¿que desayunaron ayer? – indagó, fijando sus ojos en el pelinegro.
-Ah… pues… – el menor aún no entendía del todo lo que ocurría ni tampoco sabía cómo reaccionar – desayunamos en el restaurante de un hotel – respondió con lentitud.
-Un hotel, me imagino que pasaron el resto del día en una habitación – miró a su hijo con curiosidad y una amplia sonrisa en su rostro.
-¡No! – respondió Mateo.
-¿No? – ella se cruzó de brazos – qué lento eres Rodrigo – puso las manos en su cintura y miró molesta al universitario – yo tuve sexo con mi marido en mi primera cita…
-¡Mamá!
-Si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo – dijo ella con diversión – además, ya no eres un niño, Maty, y sabes bien que los bebés no vienen del huevo de una cigüeña, además de que esa es la razón del porque te tuve a mis dieciocho años – se alzó de hombros – pero eso no viene al caso ahora, prosigamos, Rodry, ¿qué comieron?
-Co… comimos en un restaurante de comida oriental – respondió en un murmullo, apretando los puños, sintiendo sus mejillas arder, avergonzado de saber cosas tan intimas de la familia de su jefe.
-¿Fideos? – miró a su hijo con molestia.
-No solo fueron fideos – se defendió el ojiverde, limpiando su nariz, pues momentos antes un nuevo estornudo lo había sorprendido.
-Y, ¿la cena? – la rubia levantó una ceja.
-No… no cenamos juntos… – aseguró el menor con nervios.
-¡Ajá! – ella señaló a su hijo – ¡me mintieron! – sentenció – dijeron que habían pasado todo el día juntos y no es cierto – levantó una ceja mirando a su hijo con desaprobación – y seguramente tu no cenaste, ¿verdad?
-Comí dos veces en el día, es mejor que nada, ¿no? – se defendió el castaño cruzándose de brazos.
-Por eso estás enfermo – dijo ella con toda seguridad – vas a regresar a tu departamento, te quedarás en cama todo el día y si es necesario, no vienes a trabajar hasta el lunes – la voz de su madre era autoritaria.
-No puedes decidir eso – el ojiverde la encaró – ¡no puedo dejar botado mi trabajo solo por un simple catarro!
-Tu padre ya dijo que sí – sonrió la rubia – así que, vas a obedecer.
-No voy a…
-¿Te vas a negar? – entrecerró los ojos.
-¡Claro!
-Bien, vámonos Rodry – ella estiró el brazo y sujetó al menor.
-¿Yo? – preguntó con susto, sin comprender por qué esa mujer ahora lo llevaba hacia la salida.
-Por supuesto, mi esposo dijo que tu fueras a cuidar a Mateo a su departamento, pero si él no quiere ir, de todos modos, tú tienes el día libre y lo vas a pasar conmigo – sonrió la ojiverde con dulzura – ¡tenemos mucho de qué hablar! Tengo que darte consejos para que no tardes más en ir a la cama con mi hijo, que lo que sea de cada quien, es un buen partido y muy guapo…
-¡No puedes…! – otro estornudo y Mateo gruñó – ¡devuélveme a Rodrigo!
-¿Vas a ir a descansar a tu departamento? – presionó la rubia, mirando a su hijo por encima del hombro.
El castaño apretó la mandíbula, sus músculos se tensaron y ahogó el grito desesperado en su garganta; respiró con agitación y finalmente pasó la mano por su cabello.
-Sí… iré – dijo con resignación.
-¡Bien! – la mujer regresó y lo abrazó – te prepararé un rico caldo de pollo y Rodry se quedará a tu lado todo el día, así aprovechas para que te apapache…
-¡Madre!
-Anda, vamos – sonrió ella guiando a su hijo a la salida – Rodrigo, ¿quieres que te lleve o nos sigues?
-Ah… yo…
-Yo me voy con él – Mateo se soltó de la mano de su madre – y tú nos sigues – sujetó el brazo de Rodrigo.
-¿Crees que soy tonta? Tú lo que quieres es irte con alguien más a otro lado y no ir a tu departamento a descansar.
-Es eso o ambos nos quedamos – amenazó el castaño.
La rubia suspiró y entornó los ojos – de acuerdo, pero sí voy a ir a tu departamento, no creas que estoy bromeando y si no estás en cama cuando yo llegue, te va a ir mal, ¿entendido?
-Sí, mamá… – la voz de Mateo era cansada.
-Bien, iré a avisarle a tu padre que estarás en cama – la ojiverde se acercó a su hijo y le besó la mejilla con amor – cuídate, bebé…
Ella salió de la oficina con rapidez y Mateo fue a su escritorio, agarrando su maletín, después de limpiar su nariz por haber estornudado una vez más – vamos – dijo con pesadez – no debemos hacerla enojar.
-Y… ¿los pendientes? – preguntó el pelinegro aún confundido.
-Avísale a Claudia, seguro que ella puede encargarse – pasó la mano por su cabello – ya vámonos – ordenó – me duele la cabeza y tengo ganas de asesinar a Mikhail…
Rodrigo no dijo nada más, solo asintió; salió tras Mateo, agarró sus cosas y lo siguió.
* * *
Casi veinte minutos después, la pareja llegó al pent-house; apenas entrar, Mateo lanzó su maletín sin cuidado hacia un lado, se quitó los zapatos, aflojó su corbata y caminó por el pasillo, yendo a su alcoba, caminando con algo de lentitud y tambaleándose, se notaba fatigado.
-Buenos días – una mujer mayor, de piel apiñonada y cabello negro con varias canas, se asomó desde la cocina, saludando al universitario.
-Ah, buenos días – sonrió el menor – soy Rodrigo Fernández – se presentó – asistente de Mateo.
-Soy Irma Casas – sonrió ella – soy quien se encarga del aseo en el departamento del niño Mateo – especificó y Rodrigo se asombró por la palabra ‘niño’ – ya empecé con el caldo de pollo que ordenó la señora Andrade.
-Muchas gracias – sonrió el universitario – yo iré a ver si se le ofrece algo a Mateo y si no es mucha molestia, ¿podría prepararme un recipiente con agua fresca y unos pañuelos, para intentar bajarle la fiebre?
-Por supuesto – asintió la mujer – en un momento lo llevo a la habitación.
Rodrigo dejó sus pertenencias en el recibidor, recogió las cosas que su jefe había dejado al lado de la puerta sin mucho cuidado y después lo siguió, encontrando al castaño acostado en una cama, encima de los edredones pulcramente acomodados y abrazando al enorme peluche que él le había comprado para el día anterior
-Mateo… – llamó el pelinegro, acercándose a su jefe.
-Déjame dormir – musitó el otro a media voz – me duele la cabeza…
-Pero, tienes que acostarte bien – dijo con suavidad y se sentó a la orilla de la cama, moviendo sus manos para desvestirlo.
Mateo se dejó hacer, se sentía tan cansado que ni siquiera podía abrir los parpados. Rodrigo le quitó el saco, los calcetines, desabrochó la camisa y al darse cuenta que traía una más delgada y suave debajo, se la quitó, sonriendo con ilusión al darse cuenta que el otro portaba en su muñeca la pequeña pulsera que le había dado el día anterior; negó para salir de sus pensamientos, debía concentrarse y solo quedaba el pantalón, pero no sabía si era correcto despojarlo de él, así que optó por dejárselo puesto, aunque le quitó el cinto. Irma llegó con un gran recipiente y el menor le colocó un paño húmedo en la frente a su jefe, esperando que eso le ayudara a bajarle temperatura. Lo estaba cubriendo con la sabana más delgada, cuando la puerta se abrió; la madre de Mateo entró con sigilo.
-¿Cómo está?
-Sigue con fiebre – respondió el menor – tal vez deba bañarse con agua fría, pero no sé si eso le haga daño – suspiró.
-Ya llamé al médico – anunció la ojiverde con algo de preocupación – dijo que vendría de inmediato – aseguró – no debemos dejar eso sin atender, porque puede empeorar – suspiró – ya ha ocurrido porque él no se preocupa por sí mismo…
-Está bien – asintió el pelinegro.
-Lamento no haberme presentado de manera formal en la oficina – sonrió ella y extendió su mano a manera de saludo – soy Minerva Lozano de Andrade, tu futura suegra…
Rodrigo pasó saliva y aceptó la mano – ah… Rodrigo Fernández – sonrió nervioso, sintiendo que el calor subía a su rostro – su… futuro… ¿yerno?
-Más vale que sea de esa manera – la rubia levantó una ceja – aunque insisto en que eres muy lento – le guiñó el ojo – bueno, quédate al lado de mi bebé, yo iré a ver su comida y a esperar al médico – se acercó y besó la mejilla del universitario, aunque se movió hasta susurrar en su oreja – no está mal si te quieres aprovechar, pero recuerda que está enfermito, trátalo con cariño y cuidado…
Las mejillas de Rodrigo ardieron y le ojiverde se alejó, saliendo de la habitación con rapidez.
El pelinegro respiró profundamente y luego, fijó su mirada en la cabellera castaña de Mateo – jamás me atrevería a aprovecharme – dijo en un murmullo y se sentó en la orilla del colchón, cambiando el paño húmedo – al contrario – sonrió débilmente – estoy esperando que él se aproveche de mí…
* * *
Mateo durmió casi toda la mañana, solo despertó para desayunar un caldo de pollo y cuando el médico llegó a revisarlo, pero en ambas ocasiones estaba soñoliento y aletargado, como para darse cuenta de lo que le rodeaba, aun así, entre Minerva y Rodrigo, lograron que se pusiera un pijama de tela delgada y pudiera dormir más cómodo. El menor estuvo velando el sueño de su jefe todo el tiempo, incluso, su ‘suegra’ le dijo que se recostara con él, pero lo evitó, acercando a la cama un sillón que estaba en la misma habitación del castaño y sentándose ahí.
Antes de las tres, Mateo despertó, estirándose en la cama y pasando la mano por su rostro, antes de incorporarse un poco.
-¿Cómo te sientes? – preguntó el pelinegro, sorprendiéndolo.
-Rodrigo… – musitó el mayor – ¿qué haces aquí?
-Cuidándote – sonrió y se movió para quitarle el paño que había caído a la cama cuando el otro se incorporó, constatando con su mano que el ojiverde ya no tenía fiebre – parece que ya estás mejor, aun así, debes tomarte pronto los medicamentos…
-¿Te quedaste por tu cuenta o mi madre te dejó encerrado aquí, conmigo? – preguntó con desconfianza, sentándose por completo.
-La señora Minerva me pidió que te cuidara, pero si lo hice fue porque quise, no porque me lo pidiera realmente – explicó el universitario – no me dejó encerrado – aseguró divertido, imaginando que la mujer era capaz de eso y más.
Mateo bajó la mirada y sonrió – gracias…
-De nada – Rodrigo se sentó a la orilla de la cama – me preocupaste – confesó.
-¿De verdad? – el mayor buscó la mirada de su asistente – ¿por qué?
Rodrigo pasó saliva y rió nervioso – pues… es que…
-Rodrigo… – Mateo estiró la mano y le acarició la mejilla al otro – ¿por qué? – repitió la pregunta con algo de ansiedad.
El universitario se estremeció por la caricia, lentamente se acercó al mayor, en un claro gesto de que quería algo más y Mateo lo entendió bien, pues también se inclinó, acercando el rostro a su asistente, intentando acercar sus labios a la boca del otro.
-Porque – la voz del pelinegro era un murmullo y entrecerró los ojos dejándose llevar – tú…
-¡Daragoi! – la voz femenina consiguió que ambos se alejaran de inmediato.
Rodrigo se puso de pie, sintiendo su rostro arder y se sorprendió de ver a la joven de cabello rojizo, que entró corriendo, subiéndose a la cama y se lanzó contra Mateo, abrazándolo con fuerza; los ojos castaños se abrieron desmesuradamente al ver cómo esa chica repartía besos en las mejillas de su jefe y sus músculos se tensaron, denotando los celos que esa acción le producían.
-Anya… – el ojiverde sonrió nervioso – ¿qué haces aquí?
-¿Qué hago aquí? – preguntó ella con un tono ofendido – he venido a verte – sentenció – ¿cómo es posible que estés enfermo y me tenga que enterar por casualidad y gracias al idiota de mi hermano en vez de que tú me lo digas? – regañó – si me hubieses marcado o enviado un mensaje, ¡hubiese venido de inmediato a cuidarte!
-No es nada… es solo un simple catarro – dijo el mayor restándole importancia.
-Claro, un simple catarro, y ¿por algo tan simple Misha y Dima se pusieron de acuerdo para venir a verte? – levantó una ceja – no soy tonta ‘daragoi’, seguramente tienes algo más…
-¿Misha y Dima vinieron? – preguntó Mateo confundido.
-¡Claro! – asintió ella – están saludando a ‘mamá’ – sonrió, pues ella le decía también mamá a la madre de Mateo – pero yo vine directamente a verte – estiró la mano y acarició la mejilla del mayor con cariño – sé que cuando te enfermas, te puedes poner muy mal…
-¡Daragoi!
Mikhail iba entrando a la habitación y Mateo lo fulminó con la mirada, sujetó la almohada que tenía al lado, esperó a que su amigo se acercara lo suficiente y le lanzó con ella; el cojín dio de lleno en el rostro del pelirrojo, pero este ni se inmutó.
-Creo que estás enojado – sonrió.
-¡Eres un maldito traidor! – señaló el castaño – sabes que no me gusta que le avises a mi madre cuando me enfermo – reclamó.
-Si no le aviso yo, ¿quién?
-Sí, y ahora no puedo salir de mi departamento – recriminó el ojiverde.
-Ya, no seas infantil – se burló el recién llegado – hola, ‘malchik’ – sonrió para Rodrigo – parece que aun te falta un poco para poder ser capaz de cuidar de Mateo – levantó una ceja con sarcasmo – sales un día con él y se enferma, eso no es bueno para ganar puntos conmigo…
El pelinegro frunció el ceño, que le dijera que no era capaz de cuidar de Mateo le había hecho enojar, “no tengo que ganar puntos contigo, sino con él…” pensó con molestia.
-¿Por eso no fuiste a la fiesta?– Anya fijó sus ojos verdes en Mateo – ¿saliste de la ciudad por trabajo?
-Algo así… – asintió el castaño.
Rodrigo volteó de inmediato a ver a su jefe; le había ofendido que dijera que su salida había sido por algo del trabajo, más luego bajó el rostro, él había especificado que era solo como amigos, así que tampoco podía exigir mucho.
-Deberías estar feliz porque vinimos a visitarte – Mikhail sonrió – además, te traje a alguien a quien, según me dijiste el otro día, extrañabas mucho – le guiñó un ojo a su amigo y levantó la voz – ¡Dima, ven acá! Mateo está presentable.
Rodrigo levantó el rostro de inmediato, observando a la puerta de la alcoba, la primera que ingresó, fue Minerva, quien sonreía con dulzura para su acompañante, tras ella, un hombre llegó con un inmenso ramo de lirios amarillo limón.
“…¿Acaso crees que no me daba cuenta de las miradas que le echabas a Dima, de ‘borreguito a medio morir’?...” las palabras de Minerva retumbaron en la mente de Rodrigo y sintió que el mundo se abría a sus pies; el sujeto que se acercaba con paso seguro era de cabello ligeramente largo, pelirrojo y peinado de manera impecable, con unos profundos ojos azules, una barba de candado que enmarcaba una de las sonrisas más perfectas que había visto en un varón, además de ser alto y con un porte de caballero que seguramente hacía que cualquiera quedara a sus pies.
-‘Mílyi’ – dijo el recién llegado con suavidad, fijando su mirada en Mateo.
Rodrigo pasó saliva al escuchar esa voz grave, varonil, seductora; sintió que todo daba vueltas y movió su mano instintivamente para sujetarse del respaldo del sillón dónde estuvo sentado toda la mañana. Ese hombre era completamente opuesto a él y era obvio que tenía mucha experiencia, tanta, que podía cautivar a quien se lo propusiera, especialmente a su jefe.
-Dima…
El universitario sintió una punzada en su pecho al ver la sonrisa de Mateo; jamás imaginó que podía ver un gesto más radiante en él y en ese momento lo estaba apreciando en todo su esplendor.
El ojiazul dio pasos largos y llegó hasta la cama, inclinándose, abrazando al castaño y besando las mejillas con insistencia y Mateo le correspondió con la misma intensidad; Rodrigo desvió la mirada, tenía una mezcla de sentimientos difícil de explicar, estaba enojado, celoso, triste, temeroso y algo decepcionado de sí mismo, al compararse con ese sujeto.
-‘Mílyi’ – repitió el pelirrojo al alejarse de Mateo – ayer no fuiste a verme y hoy estás enfermo – reclamó con seriedad – ¿debo empezar a preocuparme?
-Lo siento – rió el ojiverde – ayer tuve un compromiso…
-Sí, me lo comentó Misha – la voz del ojiazul se puso extremadamente seria – un compromiso que te aleja de mí, no es muy conveniente para mis intereses – sonrió de lado – menos con las novedades que hay, pero hablaremos de eso después – dijo restándole importancia – mira, traje tus flores favoritas – colocó el ramo frente al castaño.
-Muchas gracias – las manos de Mateo acariciaron las flores con suavidad, temiendo maltratarlas – ah, pero no puedo tenerlas aquí, Dima…
-Yo las pondré en un mejor lugar – anunció Minerva, extendiendo las manos para recibir el gran ramo de flores, con algo de dificultad – en un momento las traigo…
-Rodrigo – Mateo llamó al universitario – ¿puedes, por favor, ayudar a mi madre? – pidió con dulzura.
El pelinegro apretó la mandíbula, forzó una sonrisa y asintió – será un placer, señor – extendió las manos y sujetó el ramo que su ‘futura suegra’ estaba teniendo dificultades para sostener – yo las llevo – anunció.
-¿Él es tu nuevo asistente? – preguntó el pelirrojo, mirando de soslayo a Rodrigo.
-Sí, él es Rodrigo Fernández – presentó el ojiverde con orgullo.
El ojiazul se puso de pie y miró a Rodrigo hacia abajo, escudriñándolo con la mirada y después le sonrió de lado – un placer, soy Dimitry Aramburo – le ofreció la mano.
-El placer es mío – dijo el pelinegro con algo de frialdad, sosteniendo con algo de problemas, el ramo de flores en un brazo y aceptando el saludo.
-Yo soy Anya Aramburo – se presentó la joven pelirroja desde su lugar, haciendo un ademán con su mano y el universitario movió el rostro a modo de respuesta.
-La madre de Mateo me dijo que lo estabas cuidando – sonrió el ojiazul – no te preocupes, ya no tienes que hacerlo más, creo que puedo cuidarlo por ti…
-Nosotros también – secundó Anya con inocencia, parecía no darse cuenta que no era a lo que su hermano se refería.
-Es mi trabajo hacerlo – dijo el menor con seriedad.
El rostro de Mateo mostró la sorpresa que esas palabras le causaron y sintió una punzada de dolor en su pecho; hacía un momento, le había preguntado la razón del por qué estaba ahí y le dijo que había sido porque quería, pero ahora especificaba que era su trabajo, había sido un duro golpe de realidad para el ojiverde; una vez más, el menor le dejaba en claro sus verdaderas razones y no eran las mismas por las que él actuaba. Mikhail miró a su amigo y se dio cuenta de su semblante triste, era obvio que las palabras de Rodrigo le habían afectado y eso lo hizo enojar.
-Ah, bueno, si es solo por tu trabajo entonces, no te preocupes – Mikhail le dio palmaditas en el hombro al universitario – nosotros lo hacemos por cariño – reprochó y se inclinó hasta el menor – elegiste mal las palabras ‘malchik’ – susurró con molestia – así no puedes ganar – regañó.
El pelinegro se asustó por ese comentario y se dio cuenta que Mikhail lo miraba con desaprobación.
-Bien, vamos ‘Rodry’ – Minerva sonrió – le diré a Irma que se apresure con la comida…
-¿Mi ‘nana’ está aquí? – Mateo se sorprendió por el nombre, saliendo de su ensimismamiento.
-Siempre viene, bebé – la rubia entornó los ojos – que no te des cuenta es otra cosa, ¿acaso creías que tu departamento estaba limpio por obra de duendes? – se burló – vamos cariño – le hizo una seña al menor – busquemos un florero…
Rodrigo suspiró y siguió a la ojiverde, aunque le dedicó una mirada triste a Mateo, antes de salir de la habitación; el castaño desvió la mirada, se había decepcionado y no podía ocultarlo.
Dimitry se sentó en la orilla de la cama y sujetó la mano de Mateo – a ver, ¿qué ocurrió para que enfermaras? – preguntó con seriedad, acariciando la piel.
-Nada – negó el ojiverde – solo me empapé con la lluvia ayer…
-¿Anduviste al aire libre con el clima tan horrible? – Anya se cruzó de brazos – a veces eres un inconsciente, ‘daragói’…
-Sí, bueno… no pensé que fuera a llover…
-Normalmente no te preparas para nada – Mikhail se sentó en el sillón que había estado ocupando Rodrigo.
-Aun así, debiste avisarnos desde temprano – la pelirroja hizo un mohín – ¿sabes lo preocupada que estuve de camino para acá? Temí que estuvieras tan mal como aquella vez que estuviste en el hospital hace años…
-Es solo un catarro – se excusó el ojiverde.
-¡Eso que importa! – dijo ella con molestia – una sola llamada y yo hubiese venido de inmediato.
Dimitry suspiró y buscó la mirada de Mikhail; su hermano entendió lo que el mayor quería que hiciera, así que se puso de pie.
-Anya, vamos por algo de beber…
-Pero, quiero quedarme…
-Pero Mateo tiene que estar tomando muchos líquidos – presionó el ojigris – ¿acaso no quieres que se mejore?
-Está bien – la chica accedió de inmediato ante esas palabras, siempre trataba de estar al pendiente de Mateo, excusándose en que todos sabían que le gustaba, aunque parecía más una segunda madre – vuelvo, ‘daragoi’ – se inclinó, besó la mejilla de Mateo y se bajó de la cama –¿quieres algo especial?
-Me gustaría café, pero dudo que mi madre quiera que beba eso – sonrió – así que, pregúntenle qué puedo beber.
-Yo sí quiero un café – pidió Dimitry.
-Bien, volvemos en unos minutos – Mikahil miró fijamente a su hermano mayor, denotando que no iban a tardar demasiado, así que, lo que fuera a hacer, debía hacerlo rápido.
Anya y Mikhail salieron de la habitación, dejando a Dimitry y Mateo a solas.
El pelirrojo acarició la mano del otro, entrelazando sus dedos y llevándola cerca de su rostro, para depositar un delicado beso en el dorso – ¿de verdad, ya te sientes mejor, ‘mílyi’?
-Sí, gracias – sonrió.
-Me preocupaste mucho – Dimitry buscó la mirada verde – y ayer te eché de menos en la fiesta de mi madre – confesó acercando la mano al rostro del castaño acariciando la mejilla – te he extrañado estos últimos meses que no he estado en el país…
Mateo se sorprendió por las caricias; meses atrás esos cariños le habrían puesto nervioso y quizá, se había emocionado, pero ahora no ocurría, aun así, era extraño que el ojiazul se comportara tan cariñoso – Dima… – su voz no se escuchó así que carraspeó – Dima… – repitió con más seguridad – ¿Qué te ocurre? – indagó aún consternado.
-¿Por qué? – sonrió el mayor condescendiente y sus dedos repasaron la barbilla del otro.
-Es que, te estás comportando muy raro – respondió – normalmente no eres tan… ah… cariñoso… es decir… si eres muy amable, pero…
El pelirrojo suspiró – ‘mílyi’ – guardó silencio un momento, pues parecía dudar, finalmente prosiguió con más calma – realmente me preocupaste – dijo con seriedad – tu madre le dijo a Misha que estuviste inconsciente y con fiebre toda la mañana, pensé que estabas tan grave como la vez que estuviste en el hospital…
Mateo sonrió más tranquilo – no es nada – aseguró – es solo que, sabes que mis defensas no son muy buenas y cualquier cosa me ‘tumba’.
-Eso no es bueno – los ojos azules lo miraron con tristeza – ¿sigues sin comer de manera adecuada?
-Aunque no lo creas, he estado comiendo mejor, Rodrigo se ha estado encargando de ello – su voz se fue apagando, al recordar las palabras del universitario.
El rostro de Dimitry se ensombreció – ya veo – forzó una sonrisa – tu asistente hace un buen trabajo…
El ojiverde entrecerró los ojos – sí, lo hace – soltó con algo de molestia – pero volviendo al tema – necesitaba pensar en otra cosa – normalmente no te acuerdas de mi cuando estás fuera del país, ¿a dónde fuiste esta vez?
-Tuve uno asuntos en el extranjero – sonrió el mayor – uno de nuestros clientes más importantes va a abrir unos complejos turísticos en varias partes de Asia y Europa, así que tenía que ir a verificar algunas cosas en las zonas – dijo tratando de restarle importancia – además se atravesaron las fiestas y debía visitar a mi familia en Rusia, pero ahora que ya volví, me quedaré algunas semanas en la ciudad y aprovecharé para pasar tiempo contigo…
-Y ¿tus novias? – el castaño lo miró de soslayo.
-¿Cuáles? – se burló el pelirrojo – sabes que no tengo una novia oficial…
-No, pero siempre andas con muchas mujeres tras de ti y solo con chasquear los dedos tienes a un sequito tratando de llamar tu atención, no soy rival para las beldades que siempre te rodean…
Dimitry rió – ¿por qué tendrías que tratar de competir con esas mujeres? – preguntó el mayor con diversión – tú eres Mateo Andrade, el hombre más especial sobre la tierra para mi…
El ojiverde rió, esas palabras siempre le habían hecho feliz antes, pues sentía que era alguien sumamente especial para Dimitry, pero también sabía que eso solo significaba algo, que lo miraba como a otro hermano, nada más, pues alguna vez se lo dijo.
-Entonces, ¿no tienes pensado hacer algo especial estos días? – preguntó el castaño – ¿salir a reuniones con hijas de empresarios o algunas modelos?
-No, no realmente, ¿te gustaría acompañarme mientras ando por aquí? ¿Salir a algún lado? – especificó el de barba.
-Pues… – Mateo suspiró – si mi madre me lo permite sí, ¿por qué no? Pero ya sabes cómo es, siempre preocupándose de mí…
-Eso es bueno, ella te cuida porque te quiere, igual que todos nosotros – buscó la mirada verde con ansiedad – igual que yo – dijo con seriedad.
“…te cuida porque te quiere…” eso había sido un golpe para Mateo, pues le recordaba que Rodrigo no lo hacía por eso.
Dimitry se dio cuenta del semblante de Mateo, estaba dolido y necesitaba encontrar la manera de hacerlo sentir mejor – Dime, Mílyi, ¿te interesaría salir conmigo? – preguntó con suavidad.
-¿Salir? ¿A dónde?
-A dónde desees – respondió el ojiazul y acercó la mano de Mateo a sus labios, besando los dedos – no me gusta verte triste – acotó – sabes que haría lo que fuera para que sonrieras…
Mateo sonrió con debilidad – está bien… creo que sería bueno despejar mi mente y pensar en algo más… – “que no sea Rodrigo…” terminó en su mente.
-¡Volví! – Anya entró con una charola en mano – aquí está, ‘mamá’ dijo que podías tomar algo de café – sonrió colocando la charola en la cama, frente a Mateo, con mucho cuidado.
-Gracias, Anya – sonrió el ojiverde.
-Me tardé porque esperé el chocolate – señaló la taza que llevó para ella, misma que tenía unos malvaviscos dentro.
Mateo pasó saliva, observando que era la taza que Rodrigo le había regalado el día anterior.
-No sabía que tenías tazas tan bonitas – dijo divertida la pelirroja antes de beber un sorbo de su chocolate.
Instantes después, Mikhail y Rodrigo ingresaron a la habitación, cada uno con un florero.
-Esta vez, te excediste en las flores – sentenció el ojigris para su hermano.
-Es que eran por el día de ayer y por hoy – respondió el mayor con diversión.
Rodrigo dejó el florero que llevaba en el buró – señor… – dijo para Mateo – su madre pregunta si va a comer aquí o en el comedor…
-Supongo que puedo ir a comer allá, no me siento tan mal – respondió el ojiverde sin mirarlo a los ojos.
-Entonces, le avisaré, con permiso – dio media vuelta y se alejó.
-Rodrigo…
El universitario volvió sus pasos hasta colocarse a un lado de la cama – ¿sí?
-Ya puedes irte – sentenció el castaño – tu trabajo terminó por hoy y no te preocupes, mañana no tienes que venir hasta acá, te veo el lunes en la oficina…
El menor no pudo evitar mostrar su desconcierto – ¿está seguro? – preguntó a media voz.
-Sí – sentenció Mateo, manteniéndose firme – tu trabajo solo concierne a atenderme en la oficina…
Rodrigo se sorprendió, abrió su boca para decir algo pero no se atrevió. Sus ojos repasaron a los acompañantes de Mateo; Anya, entretenida bebiendo su chocolate, no parecía estar enterada de lo que ocurría; Dimitry tenía una mirada molesta y casi parecía querer matarlo ahí mismo y Mikhail lo miraba con algo de reproche.
-De acuerdo – bajó el rostro – con permiso y que se mejore…
Dio media vuelta y salió con paso rápido de la habitación, yendo a la sala a agarrar sus cosas, para dirigirse a la salida.
-‘Rodry’ – Minerva lo llamó desde el comedor, dónde estaba tomando una taza de café con Irma – ¿a dónde vas, corazón?
-Ya tengo que irme, señora – intentó sonreír sin conseguirlo – su hijo me encargó unas cosas y debo volver a la oficina – mintió.
-¿De verdad? – la rubia puso un gesto confuso, no podía creer que su hijo le hubiese pedido a ese niño que se fuera – pero, pensé que te quedarías esta noche…
-Hoy no puedo faltar a la universidad, porque ayer no fui – se excusó – por eso no puedo quedarme, sino, con gusto…
-Está bien – la voz sonó triste, ella esperaba que entre su hijo y Rodrigo, surgiera algo rápido, pero quizá, no debía presionarlo, aunque sabía que si no lo hacía, perdería la oportunidad, justo como había sucedido años antes con Dimitry, por fingir que no estaba enterada – que te vaya bien, cariño…
-Con permiso…
El universitario salió del departamento y fue al elevador, tenía la mirada en el piso, mientras esperaba.
-Eso estuvo mal – la voz de Mikhail lo sacó de sus pensamientos.
Rodrigo lo miró de soslayo, pero no se atrevió verlo de frente o el otro se daría cuenta que tenía los ojos húmedos, por las enormes ganas de llorar que lo invadían.
-¿Qué cosa? – preguntó a media voz.
-Lo que dijiste – respondió el otro con frialdad – ¿sabes lo doloroso que fue para Mateo saber que solo estabas cuidándolo por tu trabajo?
El pelinegro levantó el rostro de inmediato – ¡eso no es cierto! – su voz sonó molesta – no lo hice solo por mi empleo.
-Eso fue lo que dijiste – el pelirrojo lo miró con desaprobación – te lo advertí, ‘malchik’ – siseó – te dije que no quería ver tristeza en sus ojos por tu culpa, de nuevo…
Rodrigo fijó su mirada castaña en el mayor, desafiante, esperando su ‘castigo’, aunque no podía ocultar la humedad de sus ojos, ni su gesto triste.
-Él te dio una oportunidad y yo lo acepté, pero no puedo ayudarte más después de esto – sentenció – así que, en lo que a mi concierne, la poca ayuda que pudiste obtener de mi parte, la has perdido…
-Usted no me ha ayudado en nada…
-Eso es lo que crees – sonrió el ojigris – pero eso no importa, solo quiero advertirte – lo señaló con el índice – esta vez te salvaste porque no lloró – dijo con poco interés – pero si lo haces llorar, date por muerto – frunció el ceño – y créeme, te estaré vigilando.
Mikhail dio media vuelta y volvió al departamento de Mateo, mientras Rodrigo tomaba el elevador; mantuvo un semblante serio todo el trayecto, hasta que llegó al estacionamiento, dónde estaba su automóvil, pues Mateo había llegado con él, porque no estaba en condiciones de manejar. Cuando se sentó en su lugar recargó la frente contra el volante y apretó los parpados, sin poder contener más las lágrimas.
-Perdón… – se disculpó – no quise decir eso, de verdad… yo, realmente estaba ahí, porque te quiero, Mateo – dijo con tristeza – perdón por no habértelo dicho a tiempo – musitó – debí confesarte que me enamoré de ti… es mi culpa… – sollozó – lo lamento…
* * *
Mikhail había vuelto al departamento, pero salió a la terraza a hacer una llamada antes de ir a la habitación de Mateo. Cuando regresó, le hizo una seña a su hermano para que saliera; Dimitry se disculpó y dejó al ojiverde platicando con su Anya, para poder ir con el ojigris.
-¿Le dijiste algo a Mateo? – indagó Mikhail en un perfecto ruso, a sabiendas que, si alguien los llegaba a escuchar no le entenderían, pues Mateo solo conocía algunas palabras.
-No – negó el mayor – no es el momento…
-¿De nuevo dudas?
-No dudo de mis sentimientos por él, pero no quiero presionarlo, se nota que quiere a ese niño y ahora mismo no está en condiciones de nada, está enfermo.
El ojigris dio un vistazo al anterior de la recámara y suspiro – cierto – admitió – Mateo no está en condiciones de nada y ahora mismo, es más importante que se recupere…
-¿Sabes si el niño lo quiere? – preguntó el mayor.
-No, pero lo sabremos pronto – dijo con frialdad.
-Cualquier cosa, infórmame…
-¿Por qué te interesa saber eso? – Mikhail entrecerró los ojos.
-Porque tampoco quiero interferir, si Mateo lo quiere y es recíproco, debo respetarlo – sentenció Dimitry – pero si tengo la oportunidad, no voy a titubear en acercarme.
* * *
*Dóbraye útra (До́брое у́тро) significa, Buenos días y es el primer saludo del día.
*malchik (мальчик) es ‘niño’ en ruso (aunque también se traduce como chico)
* Mílyi (милый) es otra manera de decirle ‘cariño’ a un varón, se lee ‘Míly’ (en inglés, puede ser traducido como ‘cute’, darling’, ‘sweet’, ‘honey’, e incluso ‘lovely’)
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