Capítulo V
El miércoles llegó y Rodrigo salió de su casa a temprana hora, con ropa casual, un pantalón de mezclilla, una camisa manga larga, un suéter y un saco largo, porque aún hacía algo de frío en las mañanas y al oscurecer; le había dicho a su madre que tenía trabajo fuera de la oficina y que volvería entrada la noche, pero no le dijo que faltaría a la escuela. Tenía la dirección de Mateo desde que inició como su asistente, aunque no había ido con anterioridad a ese lugar, por eso, cuando llegó al edificio, quedó completamente admirado por lo lujoso de los condominios.
El área de estacionamientos estaba restringida, así que solo pudo dejar su auto en el acceso; cuando se presentó ante los guardias en recepción, ellos le permitieron el paso a los elevadores y se ofrecieron a llevar su vehículo al aparcamiento de invitados. Rodrigo subió al último piso con una bolsa en mano y al llegar al pent house, sintió que su cuerpo temblaba; tocó el timbre y esperó impaciente.
La puerta se abrió y Mateo sonrió al asomarse.
-¡Buenos días! – saludó.
Rodrigo se quedó paralizado al verlo; Mateo traía un pantalón de mezclilla y una de sus camisas en tono verde aqua y para el menor se miraba sencillamente perfecto.
-¿Sucede algo? – el ojiverde levantó una ceja.
-Ah… no… buenos días… – se apresuró a saludar, consiguiendo que el otro sonriera divertido por el desconcierto que tenía.
-Pasa… – indicó el castaño – solo voy por unas cosas y podemos irnos – anunció – llegaste temprano…
El pelinegro lo siguió y observó el departamento de su jefe. A simple vista, era muchísimo más grande que la modesta casa en que él vivía y eso que solo miraba la estancia, la sala, el comedor, la salida a la amplia terraza y otros lugares dentro que estaban llenos de libros; pero algo le llamó la atención, el decorado. Igual que en la oficina, había pandas por todos lados, incluso, un reloj de pared con forma de panda estaba en la sala, anunciando la hora con una cara que parecía irradiar felicidad.
“Es como un niño…” pensó el menor y sonrió, le gustaba esa faceta de Mateo, que tuviera esa parte dulce y tierna, realmente era algo que le hacía querer abrazarlo.
-Ya estoy – Mateo salió por un corredor, con su gabardina en el brazo y la bufanda que Rodrigo que había regalado en navidad, colgada en su cuello.
El menor sonrió bobamente; el color verde le quedaba al castaño y además, combinaba con sus ojos, pero cuando el otro levantó el rostro, decidió desviar la mirada para que no se diera cuenta que lo observaba.
-Por cierto, esto… – carraspeó – esto es para usted – Rodrigo extendió la mano y le entregó la bolsa de regalo en color verde.
-¿Para mí? – Mateo la recibió, se sentía extraño por recibir algo, pues no lo esperaba.
-Es por este día… – sonrió nervioso – ah, compré algo más, pero ese lo traerán aquí, a su casa, aunque no sé quién lo recibirá, porque no sé a qué hora lo van a entregar y si lo regresan, mañana tengo que ir por él…
-Por eso no te preocupes, solo diré en recepción que lo reciban y le dejen aquí en la sala de mi departamento, eso hacen con algunos paquetes – rió – ¿puedo abrirlo? – señaló la bolsa con un ademán.
-Ah, sí… es suyo…
-Creí que fuera de la oficina nos hablaríamos con más confianza – recriminó el mayor, pues sentía que habían dado un paso atrás, volviendo a la formalidad innecesaria.
-Perdón, lo olvidé – aseguró el pelinegro – no volverá a pasar, te lo prometo…
Mateo sonrió complacido, caminó a la mesa y dejó la bolsa ahí, mientras sacaba las cosas de su interior; cuatro cajas de diferentes tamaños fue lo que encontró.
-Si las cajas vienen envueltas, ¿para qué la bolsa? – indagó confundido.
-Porque no quería traerlas en una bolsa de plástico del supermercado – rió el pelinegro.
Mateo agarró la caja más grande y le quitó la tapadera, encontrándose con un estuche con aceites aromáticos, algunos inciensos, tanto de varita como de cono y su incensario; el castaño observó curioso el paquetito.
-Dijiste que no usabas velas y como en la oficina pones inciensos, creí que te gustarían – comentó el menor – los aceites, son para el baño… creo…
El mayor no dijo nada, dejó de lado la cajita y agarró la siguiente, encontrándose con que eran sus chocolates favoritos.
-Esa no tenía pierde – comentó Rodrigo – sé cuáles te gustan…
Una tenue sonrisa se dibujó en los labios de Mateo, mientras agarraba la tercera caja y al abrirla, tuvo que morder su labio con fuerza para no denotar la emoción que lo embargó; una nueva taza de panda, en esta ocasión, con una cucharita a juego, también con forma de oso, que se asomaba por la orilla.
-Creí que… creí que la otra taza necesitaba un compañero… – dijo el pelinegro, muriendo de nervios, pues Mateo no parecía muy feliz con los regalos.
Con mucho cuidado, el ojiverde dejó la taza en la mesa y abrió la última cajita; era una pulsera de plata, con eslabones ligeramente gruesos y broche de ‘T’, de la cual, colgaba una pequeña medalla con la figura de un panda.
-Supongo que no te gustó la que te di en diciembre – Rodrigo pasó la mano por su cabello – pero espero que esta compense la anterior… además… en esta ocasión, todos los regalos los compré pensando en ti…
Mateo observó curioso el objeto, por fin, se permitía sonreír – muchas gracias… – dijo con sinceridad y sin dudar se colocó la pulsera en su mano – realmente me sorprende que sigas recordando esos detalles.
-¿Cómo olvidarlos? – la voz de Rodrigo fue un murmullo, pero aun así, Mateo la escuchó.
El castaño sintió que el calor lo envolvía, pero debía poner los pies en la tierra – realmente yo no te compré nada, lo siento – se disculpó – pero puedes pedirme lo que sea y te lo daré…
-¿Lo que sea? – los ojos de Rodrigo se abrieron con sorpresa.
-Sí – asintió el mayor.
-Yo… – “¡quiero un beso!” pensó con desespero, pero no lo dijo, “sería demasiado atrevido pedirle algo así” se regañó mentalmente – yo… realmente… no necesito nada… – su voz sonó nerviosa mientras forzaba una sonrisa – con que me acompañes este día, es más que suficiente…
Mateo se sintió decepcionado por esa respuesta, pero sabía que no podía esperar mucho de ese niño; aun no entendía la razón de esa invitación a salir y aunque se había hecho ilusiones, debía estar consciente que lo más probable era que no significaba nada para el menor, quizá, solo quería redimirse por lo de navidad.
-Bien, vamos a desayunar – anunció el ojiverde – muero de hambre.
-Sí – Rodrigo suspiró y lo siguió sumisamente, temiendo haber arruinado la única oportunidad que tenía de acercarse a su jefe.
* * *
Mateo decidió que ambos fueran en su auto, así se sentía en control de la situación.
Lo primero que hicieron fue desayunar en el restaurante del hotel de lujo dónde comía con Mikhail, pues los desayunos de ahí le gustaban al castaño. Después fueron a recorrer el centro histórico de la ciudad, entraron a los museos y recorrieron los jardines de los alrededores.
-¿Tienes frío? – preguntó el universitario, mientras caminaban por un sendero que los llevaba a varias fuentes del centro.
Era un camino que en primavera y verano, era cubierto por las copas de los árboles que estaban alrededor, como si fuese un túnel de varias tonalidades, gracias a las flores que adornaban las plantas, pero en invierno, los árboles no tenían hojas, por ser plantas perenes. Aun así, eran adornados por luces que danzaban en las noches y seguía siendo muy popular; era un recorrido que muchos hacían y en ese día, las parejas abarrotaban el lugar.
-No – el castaño negó – vengo bien abrigado – dijo divertido mientras pasaba la mano por la bufanda que traía en su cuello.
-Bueno… – Rodrigo suspiró – ah… sabes, hace tiempo quería agradecerte todo lo que ha hecho por mí y no lo había hecho.
-¿Agradecerme por qué?
-Darme un gran empleo, la ropa, el apoyo – enunció el menor – en fin, todo… incluyendo aceptar salir conmigo hoy…
-No tienes nada qué agradecer – respondió el otro – además, yo quería preguntarte algo desde hace tanto…
-¿Qué cosa?
-¿Por qué aceptaste ser mi asistente? – los ojos verdes buscaron la mirada castaña.
Rodrigo se sobresaltó, sonrió nervioso, metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se alzó de hombros – pues… porque… – titubeó – yo…
-Quiero la verdad.
El universitario comprendió que era mejor ser sincero – te mentiría si dijera que solo fue por el empleo – confesó – admito que es uno muy bueno pero, realmente, si acepté fue porque desde hace tiempo, quería tener la oportunidad de acercarme a ti y conocernos mejor, como escribiste en el regalo que me diste en navidad…
Mateo lo miró de soslayo, la respuesta la había agradado, pero no dijo nada, siguió caminando, tratando de no denotar la emoción que sintió.
-Pero al volver de vacaciones, pensé que estabas molesto y no quería causarte problemas, así que, mantuve mi distancia – prosiguió el menor – pero ese día, cuando me preguntaste si aceptaría el empleo sabiendo que era trabajar directamente contigo, creo que… creo que fue la razón más importante para aceptar y esforzarme.
-Me alegro – anunció el otro.
-Y ¿tu? – Rodrigo también tenía curiosidad – ¿por qué quisiste que yo fuera tu asistente?
“Porque me enamoré de ti, así que quería y quiero tenerte a mi lado para conquistarte…” pensó el ojiverde, pero no estaba seguro que esa fuera la respuesta adecuada; en el fondo, quería ser sincero con el universitario, pero no sabía si al hacerlo, terminaría alejándolo, así que prefirió callar, al menos en ese momento.
-Porque, con lo poco que te conozco, sé que eres una buena persona – suspiró – eres amable, sincero y un joven muy trabajador, así que, supuse que serías la persona adecuada para el empleo y soportar mis tonterías – rió – como has notado, soy una persona con ciertas ‘mañas’ – se alzó de hombros – y antes de… – una molestia se hizo presente en su estómago, así que prefirió evitar el nombre – antes de mi ex secretaria, tuve varias que no podían adecuarse a mi ritmo, ni a mis constantes olvidos de fechas, ni mi desorganización natural, ni mi falta de atención en algunas cosas y detalles, como las comidas…
Rodrigo sonrió tristemente, él había esperado que fuera por otra cosa, pero, supuso que después de lo de navidad, Mateo lo había superado.
-Además – prosiguió el mayor – realmente… – ladeó el rostro y buscó la mirada castaña, sonriendo dulcemente – me gusta pasar tiempo contigo…
El pelinegro se sorprendió por esa sonrisa y palabras; su cerebro tardó un momento en procesar lo que el otro había dicho, pero luego sonrió más animado. Tal vez había no había aprovechado bien lo que ocurrió en diciembre, pero aún no podía darse por vencido, especialmente si a Mateo le gustaba estar con él.
* * *
A la hora de comida, el castaño decidió comer en un restaurante oriental y Rodrigo descubrió que, aunque muchas veces decía que no tenía hambre, la comida china era algo a lo que Mateo no se reusaba en lo más mínimo, especialmente a los fideos.
Después, caminaron hasta el parque central, donde estaban algunas personas presenciando los eventos que se habían organizados.
A pesar de que había sido un gran día para ellos, Mateo no estaba del todo feliz; estaba consciente que, aunque estaba con Rodrigo no eran una pareja, como todos los demás que había alrededor. Le dolía no haber podido olvidar por más de cinco minutos ese pequeño detalle, especialmente al notar que había parejas de varones disfrutando su amor sin temor y se encontró envidiándolos, por no poder tener algo así.
El menor, también se encontraba inquieto por esa situación; mientras caminaba, tuvo el deseo de sujetar del brazo a ojiverde en varias ocasiones, pero se detenía en el último momento. Aun así, el semblante del castaño no pasó desapercibido para él y eso le dolía; a él le gustaba Mateo con una gran sonrisa, alegre, jovial y animado.
-Vuelvo… – dijo mientras se habían detenido a ver a unos artistas callejeros que estaban realizando pinturas en aerosol.
El ojiverse se sorprendió porque su compañero lo dejara solo, pero no pudo objetar, pues Rodrigo salió corriendo.
“Tal vez fue un error salir hoy…” pensó el castaño y metió las manos en los bolsillos de su pantalón “¿a quién quiero engañar?” se preguntó con tristeza “él es un jovencito que debería estar con personas de su edad, o sino, al menos con una chica bonita, como Ximena… debí haber ido con Misha en vez de aceptar salir con él… posiblemente, en otro día hubiese sido mejor salir en plan de amigos, ¿pero este día? Solo hay parejas alrededor y seguramente se siente inquieto…”
Aún estaba en su monólogo personal, cuando Rodrigo volvió – ¡aquí está! – anunció llamando la atención del mayor, quien se sorprendió de verlo y después, sintió sus mejillas arder – espero que te guste – le guiñó un ojo y le entregó lo que había ido a comprar – aunque si te avergüenza, yo puedo llevar el globo.
Mateo no sabía qué decir, ya que el pelinegro había vuelto con un globo de helio en forma de panda, sosteniendo un enorme corazón con una frase cariñosa, además de llevarle una paleta en forma del mismo animalito, pero hecha de bombón.
-¿Por…? ¿Por qué…? – musitó aún confundido, consiguiendo que Rodrigo se inclinara, para escuchar la voz, pues el murmullo de la gente que los rodeaba, era demasiado – ¿por qué haces esto? – terminó la pregunta, buscando la mirada castaña, mientras acercaba con lentitud la mano, para sujetar los obsequios.
-¿Por qué? Porque no me gusta verte triste y sé que los pandas te hacen feliz – respondió con sinceridad – y si para que sonrías necesito darte uno, lo haré, aunque me tenga que disfrazar con una botarga porque uno de verdad sería imposible de conseguir…
El castaño se quedó sin habla por un segundo y luego rió, era el cumplido más dulce que había recibido en su vida, y era de parte de un chico; el chico que le gustaba desde hacía un par de meses atrás.
-Gracias… – Mateo sujetó el globo y la paleta – vamos, aún hay muchas cosas que ver – anunció empezando a caminar y alejándose de Rodrigo, pues no quería que viera esa expresión que siempre ponía cuando algo le gustaba demasiado.
El menor sonrió satisfecho, había conseguido que su compañero se sintiera mejor y era lo único que importaba.
* * *
Después de caminar un rato, observar lo que había en la explanada y comprar uno que otro dulce, llegaron al área dónde la sinfónica iba a realizar su presentación al aire libre, no había asientos, pues era un mini concierto; durante un largo rato escucharon la música y decían uno que otro comentario gracioso entre ellos, riendo amigablemente. Rodrigo bromeó porque el mayor no parecía querer comer la paleta que le había dado, pues la guardó en el bolsillo de su saco.
-La comeré en casa – anunció el ojiverde con algo de vergüenza, ya que realmente le parecía un crimen hacerlo.
Estuvieron más de una hora disfrutando la música hasta que una ligera llovizna empezó a caer; al principio la ignoraron, pero rápidamente aumentó de intensidad, volviéndose un chubasco, así que tuvieron que alejarse inmediatamente, para tratar de ponerse bajo resguardo.
Instantes después llegaron a las marquesinas de un edificio y se acomodaron en una orilla, junto con mucha gente del concierto, que también buscaba refugio.
-¡Rayos! – Rodrigo sacudió su cabello – no pensé que fuera a llover…
-Dímelo a mí – rió el castaño, quien había tenido que usar el globo para tratar de no mojarse tanto, pero aun así, su ropa estaba completamente húmeda – quedamos empapados – se burló.
-Sí – dijo el menor y tiritó – lo peor es que hace frío…
-Ven… – ordenó el ojiverde y lo abrazó, pasando sus manos por los brazos del menor, frotando insistentemente con sus palmas, para tratar de darle calor.
El corazón de Rodrigo se aceleró y sin pensar, recargó el rostro en el hombro de su jefe, restregando el rostro sobre el mismo, sin importar la humedad que ahí había; mientras el mayor seguía tratando de confortarlo, el jovencito se removió, hasta acercar su rostro al cuello y aspiró el aroma de su perfume.
-Mateo… – musitó.
-¿Sí? – indagó el castaño.
El pelinegro titubeó, la frase ‘me gustas’ quedó en su boca, pues no se atrevió a decirla – gracias por… acompañarme hoy… – dijo en un murmullo – lamento que la lluvia lo haya arruinado…
Mateo sonrió y siguió confortándolo – no te preocupes, realmente me divertí.
-Mateo… – la voz del pelinegro era ansiosa.
-¿Mjú?
El universitario movió las manos, aferrándose al cuerpo de su jefe; su mente estaba hecha un caos, tenía tantas cosas que quería decirle, pero no podía, por miedo.
-Tal vez… – musitó – si quieres… otro día, podría intentar compensarte por lo que te hice en navidad… cuando no llueva, obviamente – rió nervioso – ¿te gustaría volver a salir?
El castaño suspiró; quería volver a salir con Rodrigo, pero no para que el otro intentara compensarlo por algo, sino porque quisiera pasar tiempo con él.
-Claro… – sonrió tristemente – otro día saldremos…
-Mateo…
-¿Sí?
El silencio reinó y el mayor solo pudo sentir como su asistente se aferraba con fuerza a su cuerpo.
-Perdón… – musitó.
-¿Perdón? – preguntó el ojiverde – ¿por qué?
-Perdóname si te lastimé… – prosiguió con seriedad – sé que en navidad esperabas más de mí, pero, dame una oportunidad de redimirme – pidió con ansiedad – no volveré a lastimarte… lo prometo…
Mateo suspiró – no te preocupes – trató de que el pelinegro no se sintiera mal por lo pasado, pues él ya lo estaba superando – ya estamos bien, ¿o no?
-Sí… – respondió Rodrigo – pero quisiera estar mejor – dijo con sinceridad – quisiera que fuésemos, más… cercanos… – se alejó un poco, buscando la mirada verde con anhelo.
-Ya… lo somos… – respondió el castaño en un murmullo.
El rostro de ambos quedó de frente, sus labios estaban a escasos centímetros y podían sentir sus respiraciones chocar; la boca de los dos se entreabrió, pasaron saliva y estuvieron a punto de besarse, pero un sonido a su lado los sobresaltó, haciendo que se alejaran de inmediato. La gente aglomerada en la marquesina anunciaba que la lluvia empezaba a disminuir de intensidad, por tanto, ya podían irse de ahí.
-Vamos… – dijo el mayor – es mejor que nos retiremos, antes de que empiece a llover de nuevo…
El universitario desvió la mirada y asintió.
Amos emprendieron el camino hacia el automóvil, iban uno al lado del otro, pero no se atrevieron a dirigirse la mirada, perdidos en sus propios pensamientos, sin saber que eran idénticos; ambos se arrepentían de no haber aprovechado la oportunidad que tuvieron, para obtener un beso de los labios del otro.
* * *
Aunque Mateo le ofreció a Rodrigo prestarle un cambio de ropa, el menor se negó; así, apenas bajó del automóvil del mayor, se despidió y fue por su auto. El castaño se sentía un poco inquieto por lo que había ocurrido y un tanto decepcionado, pero no podía hacer más.
Ensimismado en sus pensamientos, subió por el elevador del estacionamiento y llegó a recepción, para tomar el panorámico hacia el pent-house.
-Buenas noches, señor Andrade – el guardia de la recepción lo detuvo – llegó el paquete que esperaba, mis compañeros lo dejaron sobre la mesa del comedor, como siempre – anunció entregando una llave secundaria, pues solo la tenían si Mateo se las proporcionaba.
-Gracias… – sonrió el ojiverde, recibiendo el pequeño objeto.
Mateo subió por el elevador, llevaba entre sus manos el globo de panda y lo observaba con algo de añoranza, recordando lo que había ocurrido ese día, “porque no me gusta verte triste y sé que los pandas te hacen feliz y si para que sonrías necesito darte uno, lo haré…” con esas palabras suspiró.
-Ya no necesito un panda para ser feliz – musitó – solo, quiero que sientas por mí, lo que yo siento por ti – acercó el globo a su pecho y lo abrazó con cariño.
El elevador se detuvo y él llegó a la puerta de su departamento. Al entrar, dejó las llaves a un lado de la puerta, en un pequeño contenedor en forma de panda, caminó hacia el comedor; quería revisar lo que el guardia le había dicho y se quedó sin aliento. En la mesa, un gran oso panda de felpa estaba sentado, con un arreglo floral entre sus pequeñas y rechonchas manos; el castaño acercó a los objetos y acarició una de las flores con sumo cuidado.
-Lirios amarillo limón – sonrió con ilusión y después, rozó la punta de la nariz del oso con su índice – alguien se esmeró mucho para este día, pero ¿por qué? – preguntó con algo de confusión – duele tu amabilidad, ¿sabes? – bajó el rostro y empezó a anudar el cordón del globo a la base del arreglo – porque tus acciones me dicen que te interesas en mí, pero realmente, solo tratas de compensarme por lo que ocurrió en diciembre – sentenció dejando la paleta de panda en la mesa.
Observó una vez más el arreglo y sonrió – bueno, si es todo lo que puedo tener de ti, por ahora está bien…
Revisó al peluche y se dio cuenta que solo estaba sujeto al arreglo por un cordón, así que lo liberó, rodeó la mesa y sujetó al panda por debajo de los brazos, alejándolo con cuidado – vamos, ‘Rodry’ – sonrió divertido al haber bautizado al oso – si no puedo tener al de verdad, tú tomarás su lugar y empezarás a dormir conmigo…
Mateo llevó al panda a su alcoba, dejándolo en su cama; fue al vestidor y, aunque su primer impulso fue ir a darse una ducha con agua tibia, prefirió solo ponerse ropa seca e ir a dormir, porque se sentía cansado.
* * *
Rodrigo llegó a su casa más temprano de lo acostumbrado, su madre y hermana estaban ahí, pues era el día de descanso de ellas.
-¿Pero, qué te pasó, Rodrigo?- su madre se sorprendió de verlo empapado.
-Ah, la verdad, el evento al que asistí era al aire libre y bueno, me mojé – dijo con naturalidad, pues no era una mentira del todo – así que no pude ir a la escuela…
-Ay, mi niño, ve a bañarte – ordenó la pelinegra – voy a prepararte un té, para que no enfermes, está haciendo frío y la humedad es mala para ti…
-Está bien, má…
El universitario fue a su recamara; después de dejar sus cosas en el buró, se quitó la ropa que portaba, preparándose para ir al baño, pero su mente le trajo los recuerdos de esa noche.
El momento en el que abrazó a su jefe, bajo la marquesina, estaba demasiado presente.
-Mateo… – musitó y observó sus manos con ansiedad – ¿por qué no puedo decirte la verdad? – su voz tomó un tinte lleno de coraje – ¡quería decírtelo! – dijo entre dientes – me gustas… – confesó para sí mismo – me gustas tanto que, he empezado a quererte y aun así, tengo miedo de decírtelo – apretó los puños y sus parpados – porque no sé si te decepcionaste tanto de mí en diciembre que ya me olvidaste… – pasó las manos por su cabello, estrujándolo con desespero – no sé cómo comportarme contigo, no sé qué decir… no sé qué hacer… me siento confundido, perdido… necesito… necesito que me guíes, Mateo – pidió con ansiedad – porque de otra manera, estoy a la deriva y no sé cómo actuar contigo…
El menor pasó las manos por su rostro, desesperado por no tener el valor de confesar sus sentimientos, pero seguía temeroso de que si se atrevía, el otro le dijera lo que más temía, que lo que le dijo en diciembre que había sentido por él, había sido algo pasajero y ya se había terminado, todo porque lo había decepcionado.
* * *
El miércoles llegó y Rodrigo salió de su casa a temprana hora, con ropa casual, un pantalón de mezclilla, una camisa manga larga, un suéter y un saco largo, porque aún hacía algo de frío en las mañanas y al oscurecer; le había dicho a su madre que tenía trabajo fuera de la oficina y que volvería entrada la noche, pero no le dijo que faltaría a la escuela. Tenía la dirección de Mateo desde que inició como su asistente, aunque no había ido con anterioridad a ese lugar, por eso, cuando llegó al edificio, quedó completamente admirado por lo lujoso de los condominios.
El área de estacionamientos estaba restringida, así que solo pudo dejar su auto en el acceso; cuando se presentó ante los guardias en recepción, ellos le permitieron el paso a los elevadores y se ofrecieron a llevar su vehículo al aparcamiento de invitados. Rodrigo subió al último piso con una bolsa en mano y al llegar al pent house, sintió que su cuerpo temblaba; tocó el timbre y esperó impaciente.
La puerta se abrió y Mateo sonrió al asomarse.
-¡Buenos días! – saludó.
Rodrigo se quedó paralizado al verlo; Mateo traía un pantalón de mezclilla y una de sus camisas en tono verde aqua y para el menor se miraba sencillamente perfecto.
-¿Sucede algo? – el ojiverde levantó una ceja.
-Ah… no… buenos días… – se apresuró a saludar, consiguiendo que el otro sonriera divertido por el desconcierto que tenía.
-Pasa… – indicó el castaño – solo voy por unas cosas y podemos irnos – anunció – llegaste temprano…
El pelinegro lo siguió y observó el departamento de su jefe. A simple vista, era muchísimo más grande que la modesta casa en que él vivía y eso que solo miraba la estancia, la sala, el comedor, la salida a la amplia terraza y otros lugares dentro que estaban llenos de libros; pero algo le llamó la atención, el decorado. Igual que en la oficina, había pandas por todos lados, incluso, un reloj de pared con forma de panda estaba en la sala, anunciando la hora con una cara que parecía irradiar felicidad.
“Es como un niño…” pensó el menor y sonrió, le gustaba esa faceta de Mateo, que tuviera esa parte dulce y tierna, realmente era algo que le hacía querer abrazarlo.
-Ya estoy – Mateo salió por un corredor, con su gabardina en el brazo y la bufanda que Rodrigo que había regalado en navidad, colgada en su cuello.
El menor sonrió bobamente; el color verde le quedaba al castaño y además, combinaba con sus ojos, pero cuando el otro levantó el rostro, decidió desviar la mirada para que no se diera cuenta que lo observaba.
-Por cierto, esto… – carraspeó – esto es para usted – Rodrigo extendió la mano y le entregó la bolsa de regalo en color verde.
-¿Para mí? – Mateo la recibió, se sentía extraño por recibir algo, pues no lo esperaba.
-Es por este día… – sonrió nervioso – ah, compré algo más, pero ese lo traerán aquí, a su casa, aunque no sé quién lo recibirá, porque no sé a qué hora lo van a entregar y si lo regresan, mañana tengo que ir por él…
-Por eso no te preocupes, solo diré en recepción que lo reciban y le dejen aquí en la sala de mi departamento, eso hacen con algunos paquetes – rió – ¿puedo abrirlo? – señaló la bolsa con un ademán.
-Ah, sí… es suyo…
-Creí que fuera de la oficina nos hablaríamos con más confianza – recriminó el mayor, pues sentía que habían dado un paso atrás, volviendo a la formalidad innecesaria.
-Perdón, lo olvidé – aseguró el pelinegro – no volverá a pasar, te lo prometo…
Mateo sonrió complacido, caminó a la mesa y dejó la bolsa ahí, mientras sacaba las cosas de su interior; cuatro cajas de diferentes tamaños fue lo que encontró.
-Si las cajas vienen envueltas, ¿para qué la bolsa? – indagó confundido.
-Porque no quería traerlas en una bolsa de plástico del supermercado – rió el pelinegro.
Mateo agarró la caja más grande y le quitó la tapadera, encontrándose con un estuche con aceites aromáticos, algunos inciensos, tanto de varita como de cono y su incensario; el castaño observó curioso el paquetito.
-Dijiste que no usabas velas y como en la oficina pones inciensos, creí que te gustarían – comentó el menor – los aceites, son para el baño… creo…
El mayor no dijo nada, dejó de lado la cajita y agarró la siguiente, encontrándose con que eran sus chocolates favoritos.
-Esa no tenía pierde – comentó Rodrigo – sé cuáles te gustan…
Una tenue sonrisa se dibujó en los labios de Mateo, mientras agarraba la tercera caja y al abrirla, tuvo que morder su labio con fuerza para no denotar la emoción que lo embargó; una nueva taza de panda, en esta ocasión, con una cucharita a juego, también con forma de oso, que se asomaba por la orilla.
-Creí que… creí que la otra taza necesitaba un compañero… – dijo el pelinegro, muriendo de nervios, pues Mateo no parecía muy feliz con los regalos.
Con mucho cuidado, el ojiverde dejó la taza en la mesa y abrió la última cajita; era una pulsera de plata, con eslabones ligeramente gruesos y broche de ‘T’, de la cual, colgaba una pequeña medalla con la figura de un panda.
-Supongo que no te gustó la que te di en diciembre – Rodrigo pasó la mano por su cabello – pero espero que esta compense la anterior… además… en esta ocasión, todos los regalos los compré pensando en ti…
Mateo observó curioso el objeto, por fin, se permitía sonreír – muchas gracias… – dijo con sinceridad y sin dudar se colocó la pulsera en su mano – realmente me sorprende que sigas recordando esos detalles.
-¿Cómo olvidarlos? – la voz de Rodrigo fue un murmullo, pero aun así, Mateo la escuchó.
El castaño sintió que el calor lo envolvía, pero debía poner los pies en la tierra – realmente yo no te compré nada, lo siento – se disculpó – pero puedes pedirme lo que sea y te lo daré…
-¿Lo que sea? – los ojos de Rodrigo se abrieron con sorpresa.
-Sí – asintió el mayor.
-Yo… – “¡quiero un beso!” pensó con desespero, pero no lo dijo, “sería demasiado atrevido pedirle algo así” se regañó mentalmente – yo… realmente… no necesito nada… – su voz sonó nerviosa mientras forzaba una sonrisa – con que me acompañes este día, es más que suficiente…
Mateo se sintió decepcionado por esa respuesta, pero sabía que no podía esperar mucho de ese niño; aun no entendía la razón de esa invitación a salir y aunque se había hecho ilusiones, debía estar consciente que lo más probable era que no significaba nada para el menor, quizá, solo quería redimirse por lo de navidad.
-Bien, vamos a desayunar – anunció el ojiverde – muero de hambre.
-Sí – Rodrigo suspiró y lo siguió sumisamente, temiendo haber arruinado la única oportunidad que tenía de acercarse a su jefe.
* * *
Mateo decidió que ambos fueran en su auto, así se sentía en control de la situación.
Lo primero que hicieron fue desayunar en el restaurante del hotel de lujo dónde comía con Mikhail, pues los desayunos de ahí le gustaban al castaño. Después fueron a recorrer el centro histórico de la ciudad, entraron a los museos y recorrieron los jardines de los alrededores.
-¿Tienes frío? – preguntó el universitario, mientras caminaban por un sendero que los llevaba a varias fuentes del centro.
Era un camino que en primavera y verano, era cubierto por las copas de los árboles que estaban alrededor, como si fuese un túnel de varias tonalidades, gracias a las flores que adornaban las plantas, pero en invierno, los árboles no tenían hojas, por ser plantas perenes. Aun así, eran adornados por luces que danzaban en las noches y seguía siendo muy popular; era un recorrido que muchos hacían y en ese día, las parejas abarrotaban el lugar.
-No – el castaño negó – vengo bien abrigado – dijo divertido mientras pasaba la mano por la bufanda que traía en su cuello.
-Bueno… – Rodrigo suspiró – ah… sabes, hace tiempo quería agradecerte todo lo que ha hecho por mí y no lo había hecho.
-¿Agradecerme por qué?
-Darme un gran empleo, la ropa, el apoyo – enunció el menor – en fin, todo… incluyendo aceptar salir conmigo hoy…
-No tienes nada qué agradecer – respondió el otro – además, yo quería preguntarte algo desde hace tanto…
-¿Qué cosa?
-¿Por qué aceptaste ser mi asistente? – los ojos verdes buscaron la mirada castaña.
Rodrigo se sobresaltó, sonrió nervioso, metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se alzó de hombros – pues… porque… – titubeó – yo…
-Quiero la verdad.
El universitario comprendió que era mejor ser sincero – te mentiría si dijera que solo fue por el empleo – confesó – admito que es uno muy bueno pero, realmente, si acepté fue porque desde hace tiempo, quería tener la oportunidad de acercarme a ti y conocernos mejor, como escribiste en el regalo que me diste en navidad…
Mateo lo miró de soslayo, la respuesta la había agradado, pero no dijo nada, siguió caminando, tratando de no denotar la emoción que sintió.
-Pero al volver de vacaciones, pensé que estabas molesto y no quería causarte problemas, así que, mantuve mi distancia – prosiguió el menor – pero ese día, cuando me preguntaste si aceptaría el empleo sabiendo que era trabajar directamente contigo, creo que… creo que fue la razón más importante para aceptar y esforzarme.
-Me alegro – anunció el otro.
-Y ¿tu? – Rodrigo también tenía curiosidad – ¿por qué quisiste que yo fuera tu asistente?
“Porque me enamoré de ti, así que quería y quiero tenerte a mi lado para conquistarte…” pensó el ojiverde, pero no estaba seguro que esa fuera la respuesta adecuada; en el fondo, quería ser sincero con el universitario, pero no sabía si al hacerlo, terminaría alejándolo, así que prefirió callar, al menos en ese momento.
-Porque, con lo poco que te conozco, sé que eres una buena persona – suspiró – eres amable, sincero y un joven muy trabajador, así que, supuse que serías la persona adecuada para el empleo y soportar mis tonterías – rió – como has notado, soy una persona con ciertas ‘mañas’ – se alzó de hombros – y antes de… – una molestia se hizo presente en su estómago, así que prefirió evitar el nombre – antes de mi ex secretaria, tuve varias que no podían adecuarse a mi ritmo, ni a mis constantes olvidos de fechas, ni mi desorganización natural, ni mi falta de atención en algunas cosas y detalles, como las comidas…
Rodrigo sonrió tristemente, él había esperado que fuera por otra cosa, pero, supuso que después de lo de navidad, Mateo lo había superado.
-Además – prosiguió el mayor – realmente… – ladeó el rostro y buscó la mirada castaña, sonriendo dulcemente – me gusta pasar tiempo contigo…
El pelinegro se sorprendió por esa sonrisa y palabras; su cerebro tardó un momento en procesar lo que el otro había dicho, pero luego sonrió más animado. Tal vez había no había aprovechado bien lo que ocurrió en diciembre, pero aún no podía darse por vencido, especialmente si a Mateo le gustaba estar con él.
* * *
A la hora de comida, el castaño decidió comer en un restaurante oriental y Rodrigo descubrió que, aunque muchas veces decía que no tenía hambre, la comida china era algo a lo que Mateo no se reusaba en lo más mínimo, especialmente a los fideos.
Después, caminaron hasta el parque central, donde estaban algunas personas presenciando los eventos que se habían organizados.
A pesar de que había sido un gran día para ellos, Mateo no estaba del todo feliz; estaba consciente que, aunque estaba con Rodrigo no eran una pareja, como todos los demás que había alrededor. Le dolía no haber podido olvidar por más de cinco minutos ese pequeño detalle, especialmente al notar que había parejas de varones disfrutando su amor sin temor y se encontró envidiándolos, por no poder tener algo así.
El menor, también se encontraba inquieto por esa situación; mientras caminaba, tuvo el deseo de sujetar del brazo a ojiverde en varias ocasiones, pero se detenía en el último momento. Aun así, el semblante del castaño no pasó desapercibido para él y eso le dolía; a él le gustaba Mateo con una gran sonrisa, alegre, jovial y animado.
-Vuelvo… – dijo mientras se habían detenido a ver a unos artistas callejeros que estaban realizando pinturas en aerosol.
El ojiverse se sorprendió porque su compañero lo dejara solo, pero no pudo objetar, pues Rodrigo salió corriendo.
“Tal vez fue un error salir hoy…” pensó el castaño y metió las manos en los bolsillos de su pantalón “¿a quién quiero engañar?” se preguntó con tristeza “él es un jovencito que debería estar con personas de su edad, o sino, al menos con una chica bonita, como Ximena… debí haber ido con Misha en vez de aceptar salir con él… posiblemente, en otro día hubiese sido mejor salir en plan de amigos, ¿pero este día? Solo hay parejas alrededor y seguramente se siente inquieto…”
Aún estaba en su monólogo personal, cuando Rodrigo volvió – ¡aquí está! – anunció llamando la atención del mayor, quien se sorprendió de verlo y después, sintió sus mejillas arder – espero que te guste – le guiñó un ojo y le entregó lo que había ido a comprar – aunque si te avergüenza, yo puedo llevar el globo.
Mateo no sabía qué decir, ya que el pelinegro había vuelto con un globo de helio en forma de panda, sosteniendo un enorme corazón con una frase cariñosa, además de llevarle una paleta en forma del mismo animalito, pero hecha de bombón.
-¿Por…? ¿Por qué…? – musitó aún confundido, consiguiendo que Rodrigo se inclinara, para escuchar la voz, pues el murmullo de la gente que los rodeaba, era demasiado – ¿por qué haces esto? – terminó la pregunta, buscando la mirada castaña, mientras acercaba con lentitud la mano, para sujetar los obsequios.
-¿Por qué? Porque no me gusta verte triste y sé que los pandas te hacen feliz – respondió con sinceridad – y si para que sonrías necesito darte uno, lo haré, aunque me tenga que disfrazar con una botarga porque uno de verdad sería imposible de conseguir…
El castaño se quedó sin habla por un segundo y luego rió, era el cumplido más dulce que había recibido en su vida, y era de parte de un chico; el chico que le gustaba desde hacía un par de meses atrás.
-Gracias… – Mateo sujetó el globo y la paleta – vamos, aún hay muchas cosas que ver – anunció empezando a caminar y alejándose de Rodrigo, pues no quería que viera esa expresión que siempre ponía cuando algo le gustaba demasiado.
El menor sonrió satisfecho, había conseguido que su compañero se sintiera mejor y era lo único que importaba.
* * *
Después de caminar un rato, observar lo que había en la explanada y comprar uno que otro dulce, llegaron al área dónde la sinfónica iba a realizar su presentación al aire libre, no había asientos, pues era un mini concierto; durante un largo rato escucharon la música y decían uno que otro comentario gracioso entre ellos, riendo amigablemente. Rodrigo bromeó porque el mayor no parecía querer comer la paleta que le había dado, pues la guardó en el bolsillo de su saco.
-La comeré en casa – anunció el ojiverde con algo de vergüenza, ya que realmente le parecía un crimen hacerlo.
Estuvieron más de una hora disfrutando la música hasta que una ligera llovizna empezó a caer; al principio la ignoraron, pero rápidamente aumentó de intensidad, volviéndose un chubasco, así que tuvieron que alejarse inmediatamente, para tratar de ponerse bajo resguardo.
Instantes después llegaron a las marquesinas de un edificio y se acomodaron en una orilla, junto con mucha gente del concierto, que también buscaba refugio.
-¡Rayos! – Rodrigo sacudió su cabello – no pensé que fuera a llover…
-Dímelo a mí – rió el castaño, quien había tenido que usar el globo para tratar de no mojarse tanto, pero aun así, su ropa estaba completamente húmeda – quedamos empapados – se burló.
-Sí – dijo el menor y tiritó – lo peor es que hace frío…
-Ven… – ordenó el ojiverde y lo abrazó, pasando sus manos por los brazos del menor, frotando insistentemente con sus palmas, para tratar de darle calor.
El corazón de Rodrigo se aceleró y sin pensar, recargó el rostro en el hombro de su jefe, restregando el rostro sobre el mismo, sin importar la humedad que ahí había; mientras el mayor seguía tratando de confortarlo, el jovencito se removió, hasta acercar su rostro al cuello y aspiró el aroma de su perfume.
-Mateo… – musitó.
-¿Sí? – indagó el castaño.
El pelinegro titubeó, la frase ‘me gustas’ quedó en su boca, pues no se atrevió a decirla – gracias por… acompañarme hoy… – dijo en un murmullo – lamento que la lluvia lo haya arruinado…
Mateo sonrió y siguió confortándolo – no te preocupes, realmente me divertí.
-Mateo… – la voz del pelinegro era ansiosa.
-¿Mjú?
El universitario movió las manos, aferrándose al cuerpo de su jefe; su mente estaba hecha un caos, tenía tantas cosas que quería decirle, pero no podía, por miedo.
-Tal vez… – musitó – si quieres… otro día, podría intentar compensarte por lo que te hice en navidad… cuando no llueva, obviamente – rió nervioso – ¿te gustaría volver a salir?
El castaño suspiró; quería volver a salir con Rodrigo, pero no para que el otro intentara compensarlo por algo, sino porque quisiera pasar tiempo con él.
-Claro… – sonrió tristemente – otro día saldremos…
-Mateo…
-¿Sí?
El silencio reinó y el mayor solo pudo sentir como su asistente se aferraba con fuerza a su cuerpo.
-Perdón… – musitó.
-¿Perdón? – preguntó el ojiverde – ¿por qué?
-Perdóname si te lastimé… – prosiguió con seriedad – sé que en navidad esperabas más de mí, pero, dame una oportunidad de redimirme – pidió con ansiedad – no volveré a lastimarte… lo prometo…
Mateo suspiró – no te preocupes – trató de que el pelinegro no se sintiera mal por lo pasado, pues él ya lo estaba superando – ya estamos bien, ¿o no?
-Sí… – respondió Rodrigo – pero quisiera estar mejor – dijo con sinceridad – quisiera que fuésemos, más… cercanos… – se alejó un poco, buscando la mirada verde con anhelo.
-Ya… lo somos… – respondió el castaño en un murmullo.
El rostro de ambos quedó de frente, sus labios estaban a escasos centímetros y podían sentir sus respiraciones chocar; la boca de los dos se entreabrió, pasaron saliva y estuvieron a punto de besarse, pero un sonido a su lado los sobresaltó, haciendo que se alejaran de inmediato. La gente aglomerada en la marquesina anunciaba que la lluvia empezaba a disminuir de intensidad, por tanto, ya podían irse de ahí.
-Vamos… – dijo el mayor – es mejor que nos retiremos, antes de que empiece a llover de nuevo…
El universitario desvió la mirada y asintió.
Amos emprendieron el camino hacia el automóvil, iban uno al lado del otro, pero no se atrevieron a dirigirse la mirada, perdidos en sus propios pensamientos, sin saber que eran idénticos; ambos se arrepentían de no haber aprovechado la oportunidad que tuvieron, para obtener un beso de los labios del otro.
* * *
Aunque Mateo le ofreció a Rodrigo prestarle un cambio de ropa, el menor se negó; así, apenas bajó del automóvil del mayor, se despidió y fue por su auto. El castaño se sentía un poco inquieto por lo que había ocurrido y un tanto decepcionado, pero no podía hacer más.
Ensimismado en sus pensamientos, subió por el elevador del estacionamiento y llegó a recepción, para tomar el panorámico hacia el pent-house.
-Buenas noches, señor Andrade – el guardia de la recepción lo detuvo – llegó el paquete que esperaba, mis compañeros lo dejaron sobre la mesa del comedor, como siempre – anunció entregando una llave secundaria, pues solo la tenían si Mateo se las proporcionaba.
-Gracias… – sonrió el ojiverde, recibiendo el pequeño objeto.
Mateo subió por el elevador, llevaba entre sus manos el globo de panda y lo observaba con algo de añoranza, recordando lo que había ocurrido ese día, “porque no me gusta verte triste y sé que los pandas te hacen feliz y si para que sonrías necesito darte uno, lo haré…” con esas palabras suspiró.
-Ya no necesito un panda para ser feliz – musitó – solo, quiero que sientas por mí, lo que yo siento por ti – acercó el globo a su pecho y lo abrazó con cariño.
El elevador se detuvo y él llegó a la puerta de su departamento. Al entrar, dejó las llaves a un lado de la puerta, en un pequeño contenedor en forma de panda, caminó hacia el comedor; quería revisar lo que el guardia le había dicho y se quedó sin aliento. En la mesa, un gran oso panda de felpa estaba sentado, con un arreglo floral entre sus pequeñas y rechonchas manos; el castaño acercó a los objetos y acarició una de las flores con sumo cuidado.
-Lirios amarillo limón – sonrió con ilusión y después, rozó la punta de la nariz del oso con su índice – alguien se esmeró mucho para este día, pero ¿por qué? – preguntó con algo de confusión – duele tu amabilidad, ¿sabes? – bajó el rostro y empezó a anudar el cordón del globo a la base del arreglo – porque tus acciones me dicen que te interesas en mí, pero realmente, solo tratas de compensarme por lo que ocurrió en diciembre – sentenció dejando la paleta de panda en la mesa.
Observó una vez más el arreglo y sonrió – bueno, si es todo lo que puedo tener de ti, por ahora está bien…
Revisó al peluche y se dio cuenta que solo estaba sujeto al arreglo por un cordón, así que lo liberó, rodeó la mesa y sujetó al panda por debajo de los brazos, alejándolo con cuidado – vamos, ‘Rodry’ – sonrió divertido al haber bautizado al oso – si no puedo tener al de verdad, tú tomarás su lugar y empezarás a dormir conmigo…
Mateo llevó al panda a su alcoba, dejándolo en su cama; fue al vestidor y, aunque su primer impulso fue ir a darse una ducha con agua tibia, prefirió solo ponerse ropa seca e ir a dormir, porque se sentía cansado.
* * *
Rodrigo llegó a su casa más temprano de lo acostumbrado, su madre y hermana estaban ahí, pues era el día de descanso de ellas.
-¿Pero, qué te pasó, Rodrigo?- su madre se sorprendió de verlo empapado.
-Ah, la verdad, el evento al que asistí era al aire libre y bueno, me mojé – dijo con naturalidad, pues no era una mentira del todo – así que no pude ir a la escuela…
-Ay, mi niño, ve a bañarte – ordenó la pelinegra – voy a prepararte un té, para que no enfermes, está haciendo frío y la humedad es mala para ti…
-Está bien, má…
El universitario fue a su recamara; después de dejar sus cosas en el buró, se quitó la ropa que portaba, preparándose para ir al baño, pero su mente le trajo los recuerdos de esa noche.
El momento en el que abrazó a su jefe, bajo la marquesina, estaba demasiado presente.
-Mateo… – musitó y observó sus manos con ansiedad – ¿por qué no puedo decirte la verdad? – su voz tomó un tinte lleno de coraje – ¡quería decírtelo! – dijo entre dientes – me gustas… – confesó para sí mismo – me gustas tanto que, he empezado a quererte y aun así, tengo miedo de decírtelo – apretó los puños y sus parpados – porque no sé si te decepcionaste tanto de mí en diciembre que ya me olvidaste… – pasó las manos por su cabello, estrujándolo con desespero – no sé cómo comportarme contigo, no sé qué decir… no sé qué hacer… me siento confundido, perdido… necesito… necesito que me guíes, Mateo – pidió con ansiedad – porque de otra manera, estoy a la deriva y no sé cómo actuar contigo…
El menor pasó las manos por su rostro, desesperado por no tener el valor de confesar sus sentimientos, pero seguía temeroso de que si se atrevía, el otro le dijera lo que más temía, que lo que le dijo en diciembre que había sentido por él, había sido algo pasajero y ya se había terminado, todo porque lo había decepcionado.
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