Capítulo II
Durante las dos semanas que estuvo aprendiendo, Rodrigo se puso al corriente de casi todas sus actividades. Una de sus más valiosas herramientas era su memoria, por lo cual, todo lo que le decía Claudia, lo recordaba con suma facilidad.
Antes de que Rodrigo volviera a la escuela, Claudia se ofreció a ayudarlo el último sábado que tenía de vacaciones, a pesar de que no era día laboral para los ejecutivos de la disquera y sus asistentes; con ello terminaría su instrucción y estaría listo, pues el siguiente lunes ya no podían quedarse más horas extras en las tardes. Metieron la solicitud en recursos humanos para obtener el permiso. Mateo se enteró, porque Aracely le pasó una copia del mismo.
* * *
Mateo quería saber detalles y cuando Rodrigo estaba entregándole unos documentos ese viernes en la tarde, se atrevió a indagar, pues desde que el pelinegro se convirtió en su asistente, habían entablado una amistad más estable y ya no había tantos nervios al hablar entre ellos.
-Así que… ¿vendrás mañana? – preguntó disimuladamente.
-Sí, señor – sonrió el menor – Clau me dijo que me daría un curso intensivo y aprovecharé que aún no entro a la escuela para tomarlo, porque desde el lunes ya no tendré tanto tiempo – explicó.
-¡Qué bien! – el castaño sonrió, aunque le molestó que Rodrigo se refiriera a la secretaria de su padre, de manera tan amistosa – y dime, ¿tienes idea de a qué hora terminarás tu instrucción?
-Pues… no – el pelinegro negó y los mechones revueltos de su cabello se movieron al compás – supongo que como a las dos o tres… creo… ¿por qué?
-Porque necesitamos hacer algo con tu imagen – señaló el ojiverde.
El rostro de Rodrigo ardió ante esas palabras y no pudo evitar observarse a sí mismo. Los últimos días se había puesto camisas formales, manga larga y pantalones de vestir, tratando de adecuarse a la manera de vestir de todos en la disquera, pero, no tenía mucha ropa, mucho menos un simple traje.
-Yo… disculpe si no tengo buena presentación – dijo con una débil sonrisa en sus labios – pero, es que… bueno, yo… no tenía ningún traje y esperaba a mi próxima paga para comprarme uno…
-Yo no he dicho que no te veas bien – sentenció el mayor – realmente me gusta cómo te ves – aseguró, consiguiendo que el otro parpadeara sorprendido por esa declaración – tienes un aire muy fresco y juvenil, pero no quisiera que te sintieras cohibido los próximos días, si me tienes que acompañar a mis reuniones o fuera de la disquera – explicó – y ahora que me lo dices, veo que realmente si te estabas preocupando por ello – le sonrió condescendiente – además, hay otras cosas que hay que arreglar, así que mañana saldremos tu y yo, a comprar lo necesario.
-Pero… – el universitario se tensó – realmente, no tengo mucho dinero – su voz apenas se escuchó.
Mateo volvió la vista a los documentos – no te preocupes por eso – dijo con seriedad – ahora, ve a prepararme un café – hizo un ademán con la pluma que traía en mano, señalando hacia la cocina.
Rodrigo no dijo nada más, caminó con rapidez hacia la pequeña área de cocina y buscó una taza para servir el café; todos los días anteriores, Mateo no le había pedido uno, así que sería la primera vez que prepararía esa bebida y como no sabía el gusto de su jefe, lo haría como si fuese para él. Entre todas las cosas que había en la cocineta, encontró la taza que él le había regalado y sonrió, pero aunque en un principio pensó en usar esa, no quería molestar a Mateo, así que, optó por agarrar otra; agarró una taza grande, en tono verde pastel, sirvió el café, le agregó azúcar y lo llevó hasta su jefe, sobre una pequeña charolita.
-Espero que le guste – dijo al dejarlo en el escritorio.
El castaño observó de soslayo la taza y entrecerró los ojos, claramente molesto. Agarró el recipiente, le dio un sorbo y suspiró; al menos sabía bien.
-El café no está mal – dijo con media sonrisa y dejó la taza en la charola – pero esa no es la taza que uso – reclamó – ve y sírvelo en ‘mi’ – hizo énfasis en la palabra – taza…
El menor pasó saliva y asintió, entendiendo con rapidez a cuál taza se refería el otro; agarró el café y volvió a la cocina a volver a prepararlo. Mientras se alejaba, Mateo lo observó con diversión.
“Lindo…” pensó y sonrió, pero al instante, negó, suspiró y desvió la mirada.
Le gustaba ver a Rodrigo y todas sus actitudes al dudar en cómo atenderlo, pero tenía que disimular. Estaba consciente de que no lo estaba tratando tan bien como pensó en un principio, pero también dudaba en acercarse más por el momento; desde que todo empezó, decidió dejar pasar un poco más de tiempo para eso, pues no podía acercarse como quería, sabiendo al otro heterosexual.
* * *
El sábado, por la mañana, Claudia le explicó muchas cosas a Rodrigo, le entregó un archivo de contactos, con quienes Mateo tenía reuniones periódicas y otro, con gente que exigía hablar con él para cerrar algunos tratos, especialmente mujeres, agentes de artistas, quienes siempre buscaban una excusa para estar cerca del ojiverde, aunque fuera por poco tiempo. También le pasó un calendario, en el que estaban las juntas generales a las cuales el castaño debía acudir, sin objeción.
Para las dos de la tarde, Claudia estaba segura de que Rodrigo podía hacerse cargo de todo sin necesidad de supervisión y en caso de tener alguna contingencia, le dijo que podía hablarle en cualquier momento y ella le ayudaría.
-Terminamos por hoy – anunció la pelinegra recargándose en su silla.
-¿Tan pronto? – indagó el menor con sorpresa.
-Sí – asintió ella – creo que con esto, estás completamente listo para el trabajo y no tendrás muchas dificultades – aseguró.
-Muchas gracias, Clau – el universitario sonrió – realmente me has ayudado mucho estos días, no sé cómo agradecerte – dijo mientras acomodaba unos documentos en su nueva agenda.
-Bueno… – ella se inclinó y recargó el rostro en una mano – podrías invitarme a salir un día – le guiñó un ojo coqueta.
Rodrigo se asombró por esa respuesta – ah, supongo que sí – dijo con nervios – si no te molesta salir con alguien como yo, no le veo problema…
-¿Por qué dices eso? – preguntó la mujer con recelo.
-Pues… – el menor suspiró – supongo que no tengo muy buena suerte con mujeres que buscan algo estable, ya que yo, apenas estoy en la universidad – explicó.
La pelinegra levantó una ceja y negó, recordando la situación con Ximena; seguramente, Rodrigo estaba algo cohibido con las chicas mayores por culpa de ella y todo lo que le dijo.
-Cariño… – ella sonrió – a mí me gustan chiquitos – susurró y se acercó peligrosamente al menor – son más lindos, dulces… – su manos se movió hasta acariciar la mejilla del otro disfrutando el sonrojo que tiñó las mejillas de Rodrigo – y, no necesito que me mantengan, al contrario, si tú te dejas, yo podría mantenerte a cambio de ciertos favores que ambos disfrutaríamos mucho, te lo aseguro – dijo con suavidad y se relamió los labios.
-¿Siguen ocupados? – la voz seria de Mateo los interrumpió, acababa de llegar en ese momento y no le agradó en lo más mínimo que la chica estuviera tan cerca de su asistente.
Claudia se asustó y se alejó de Rodrigo con rapidez, sonriendo con nervios – se… señor – carraspeó poniéndose de pie y acomodando su blusa, pues no llevaba traje ese día – ah, no, claro que no – negó – ya terminamos, ¿cierto, Rodrigo?
El universitario asintió con rapidez, pero no le dirigió la mirada al castaño, pues al verlo de soslayo, notó que estaba molesto y esa mirada fría lo hizo estremecer.
-¡Qué bien! – el ojiverde sonrió, una sonrisa que calmó a Claudia, pero que al pelinegro le hizo temblar más, pues sabía que era simple cortesía y en el fondo, no estaba feliz, su mirada lo demostraba – Rodrigo y yo tenemos un compromiso y temía interrumpirlos en su trabajo.
-¡Ah!, no sabía que iba a verlo después de aquí – la chica sonrió – disculpe si lo retrasé.
-No, no te preocupes – el castaño negó – no es nada importante, solo quiero mencionarle detalles personales, para que los tenga en cuenta al hacer mi agenda…
-Bueno, entonces yo me retiro – Claudia se movió, agarró su bolso y se inclinó hasta Rodrigo, besándole la mejilla y dejándole la marca de su lápiz labial en la piel – hablamos luego, cariño – susurró y se alejó del menor – con permiso, jefe, que pase buena tarde – dijo con dulzura.
Ella encaminó los pasos hacia el elevador, chocando sus tacones en el piso, haciendo un sonido llamativo al caminar, mientras contoneaba su cadera de manera sugerente.
Cuando ambos se quedaron solos, Mateo se cruzó de brazos y levantó una ceja, observando a Rodrigo, quien mantenía la mirada en el piso.
-No sabía que se llevaran tan bien – dijo el ojiverde con sarcasmo, sin poder contener sus celos.
-Bueno, la verdad… yo tampoco – mencionó el menor, levantando el rostro.
Los ojos del pelinegro recorrieron a su jefe de pies a cabeza, pues era la primera vez que lo miraba vestido de manera informal. El castaño forzó una sonrisa y consiguió que el universitario siguiera cohibido, volviendo a desviar la mirada.
-Te dejó una mancha – mencionó el mayor, señalando su propia mejilla, a manera de espejo, para su asistente.
Rodrigo pasó con rapidez el dorso de su mano por su piel y, este también quedó impregnado con el color carmesí del lápiz labial de Claudia. Sin dudar, empezó a tallar con sus dedos, para quitar el resto.
-Ten – Mateo se acercó y le entregó un pañuelo – ve a lavarte al baño – señaló su oficina – si no, solo te ensuciarás más…
-Sí…
El menor se puso de pie y caminó a dónde el otro le indicó. Cuando el universitario se perdió tras a puerta, el castaño se sentó en el sillón de la sala de espera y suspiró.
-Solo somos amigos – dijo con lentitud – no debo ponerme así, a él le gustan las mujeres y seguramente, Claudia es su tipo – masajeó sus parpados, recordando que al otro le gustaba Ximena y por ello había ocurrido todo lo que decantó en esa situación en la que ahora estaba envuelto, con pocas posibilidades en realidad.
-Debo dejar de pensar tonterías y tratarlo como a Mikhail – susurró, tratando de pensar en su amigo – sí, solo debo actuar como si se tratara de ‘Misha’ – repitió con desespero, tratando de pensar en el pelinegro como si fuese su mejor amigo.
Mientras tanto, Rodrigo llegó al baño de la oficina de su jefe y observó su rostro en el espejo – ¡rayos! – dijo con asombro al ver la pintura en su mejilla – eso fue vergonzoso – aseguró al abrir la llave.
Estuvo a punto de humedecer el pañuelo de Mateo, pero prefirió no hacerlo; agarró un poco de papel y fue con lo que se limpió gran parte del lápiz labial. Finalmente, pasó el pañuelo por su piel, para quitar los restos de humedad y, en ese momento, percibió el perfume de su jefe; se quedó inmóvil un momento y después acercó la tela a su nariz, aspirando el aroma, perdiéndose en la fragancia del mayor, esa que los últimos días se había convertido en su favorita.
De golpe, volvió a la realidad, negó rápidamente y alejó el pañuelo de su rostro; eso no era algo bueno, aunque en el fondo, le agradaba esa sensación. Mientras terminaba de secar su mejilla, se puso a pensar en la actitud de su jefe.
-Parece que se enojó… – dijo con debilidad – o quizá… – una sonrisa se dibujó en sus labios – ¿se puso celoso? – preguntó para su reflejo.
Por alguna razón, esa idea lo hizo sentir feliz. Creer que su jefe aun sentía algo por él, consiguió que se sintiera especial, así que debía intentar mantener ese interés y con ello, en poco tiempo, él también podría aceptar lo que sentía sin problemas, para poder decírselo de frente. Con esa idea en mente, se apresuró a salir, en busca del otro.
-¿Listo? – preguntó Mateo al verlo salir de la oficina, ya estaba más repuesto y había calmado su enojo, volviendo a una actitud más normal.
-Sí – anunció el universitario, contrariado por el cambio del ojiverde, pues esperaba seguir viéndolo un poco celoso – aquí está su pañuelo… muchas gracias – dijo con debilidad, extendiendo la mano para entregarlo.
-Quédatelo – el mayor dio media vuelta – vamos, se hace tarde y no quiero perder más tiempo.
Rodrigo se quedó confundido, no entendía lo que ocurría y un poco de decepción se hizo presente. Suspiró y bajó el rostro pero su inquietud desapareció al darse cuenta que podía quedarse con algo de su jefe; sonrió ilusionado y lo guardó en su bolsillo, antes de agarrar su pequeña mochila, para seguir al otro. Debía ser positivo y pensar que al menos, podrían pasar juntos, un poco de tiempo fuera de la oficina.
-Y, ¿a dónde vamos? – preguntó el menor.
-De compras – el ojiverde metió las manos en los bolsillos de su pantalón – mi madre dice que es un deporte que quita el estrés – sonrió – así que vamos a ponerlo en práctica para que te relajes, antes de empezar con tu trabajo…
* * *
En el trayecto a su destino, el silencio reinó; Mateo manejaba, pero no parecía prestarle mucha atención a Rodrigo, quien seguía un poco inquieto ante la actitud del mayor. El pelinegro observaba de soslayo al otro, pero dudaba en decir algo; no sabía si al otro le molestaría que lo desconcentrara o que dijera algo mientras escuchaba la música que había puesto al iniciar el camino.
-¿Quieres comer antes de ir de compras? – Mateo rompió el silencio.
-Ah, sí, bueno, si quiere…
-¿Podrías dejar de llamarme de usted? – preguntó el ojiverde – en navidad me hablaste de tu, creí que ya estábamos bien, me desespera que hayas vuelto a tu actitud anterior…
-Pero… es mi jefe…
-Entonces háblame de ‘usted’ en el trabajo, ahora estamos en plan de amigos, ¿de acuerdo?
Rodrigo sonrió y asintió, de esa manera era mucho más sencillo hablar con Mateo – sí, está bien…
-Ahora, dime, ¿qué quieres comer?
-Pues… un emparedado está bien, es lo que como normalmente – respondió el universitario.
-¿Un emparedado? – Mateo lo miró con sorpresa – no vamos a comer eso, vamos a tardar en las compras, así que necesitamos algo más sustancioso, además, si mi madre llega a enterarse que comí un simple emparedado, me mata – se burló.
-¿Tu mamá? – Rodrigo levantó una ceja, no se imaginaba que Mateo, siendo un hombre maduro, aun dependiera de su madre para esas cosas, pues él con dieciocho, le daba muy poca razón de su vida a la suya.
-Mi madre es un poco sobreprotectora – explicó – y, cuando estuve en la escuela preparatoria, así como en la universidad, tuve problemas alimenticios porque siempre olvidaba comer – contó con rapidez mientras entraban al estacionamiento de un centro comercial – incluso estuve en el hospital por anemia y bueno, desde ahí, ella está muy al pendiente de mí, porque sigue pensando que soy su ‘bebé’ – soltó con algo de desagrado.
-Todas las madres piensan eso de sus hijos – sonrió el pelinegro – la mía también pero, me da mi espacio, quizá porque se enfoca más en mi hermana, que es más pequeña…
-Ojalá yo tuviera un hermano – el ojiverde suspiró – pero soy hijo único, así que toda la atención de mis padres es para mí y eso es bueno, pero otras veces, siento que me tratan como niño de cinco años…
El mayor estacionó el automóvil, Rodrigo dejó sus pertenencias bajo el asiento del copiloto, ya que no llevaba más que una pequeña mochila y ambos bajaron para entrar al edificio. Poco después, el ojiverde llevó a su compañero a un restaurante con buffet y a diferencia de Rodrigo, que se sirvió bastante, Mateo apenas si colocó un poco de comida en su plato.
-¿Es todo lo que vas a comer? – preguntó el universitario con curiosidad.
-Sí – asintió el castaño – realmente no como mucho y en este momento no tengo tanta hambre – “aún traigo revuelto el estómago por el coraje” terminó en su mente mientras caminaba a la mesa – pero es una comida bastante variada – señaló el plato que llevaba con algo de ensalada, un poco de carne y un par de guarniciones – por lo que se compensa…
-Quizá por eso tu mamá se preocupa de que no comes – mencionó el otro con rapidez.
-Y ahora tú te estás comportando como mi madre – recriminó el ojiverde.
-Ahora soy tu asistente – acotó el menor – y uno de mis trabajos es asegurarme que te alimentes bien – le guiñó un ojo.
Mateo sintió que el aire se escapaba de sus pulmones ante ese gesto y desvió la mirada, tratando de calmar esa emoción que sintió; no solo por ese trato tan amistoso, sino porque se preocupara por él.
-Ya que termine esto, me serviré mas – se excusó.
-Obvio que lo harás – sentenció Rodrigo – yo me encargaré de eso…
* * *
Después de la comida, Mateo llevó a su compañero a una de las tiendas de ropa para caballeros, más prestigiosas de todo el complejo. Rodrigo lo siguió y, mientras observaban los trajes, el menor sintió que el alma se le escapaba al ver los precios.
-Ah, Mateo… – susurró, inclinándose un poco hacia el otro – yo… creo que mejor dejamos para después lo de la ropa – dijo con nervios.
-¿Por qué? – preguntó el mayor confundido.
-Porque, bueno, realmente no me alcanza para nada – dijo el menor, aunque había llevado algo de sus ahorros, no podía comprar ni una mísera corbata en ese lugar.
El ojiverde rió – escucha… – le puso la mano en el hombro – no nos vamos a ir de aquí, hasta que yo – hizo énfasis en el ‘yo’ – te compre suficiente ropa para los próximos días, y no puedes negarte, si tu traes o no dinero, no me interesa, yo voy a pagar…
-Pero… es que…
-No – el dedo del mayor se colocó sobre los labios del universitario – esto es un capricho mío – sonrió de lado – y si hago esto, no es solo por el empleo – dijo con toda sinceridad – sino que, realmente, será un placer comprarte ropa que uses para mí – confesó.
Rodrigo sintió que el calor inundaba su cuerpo ante esa confesión tan desinhibida y rápidamente sintió su rostro arder, pero no pudo objetar, solo asentir embelesado, manteniendo su mirada miel en los ojos del otro.
-Ahora, vamos… – el ojiverde se colocó tras su compañero y lo empujó hacia el interior de la tienda – que hay muchas cosas que comprar…
La pareja recorrió los amplios pasillos, observando las prendas; mientras caminaban, Mateo sacó varios trajes, conjuntos casuales, camisas, corbatas y se los entregó al menor, quien terminó con demasiadas prendas en sus manos, sin poder moverse con facilidad, así que, un vendedor les ayudó con algunas otras.
Después, fueron a los probadores y Mateo se sentó en un sillón, mientras Rodrigo se probaba todo lo que había elegido para él; cuando salía del vestidor, el castaño lo observaba, le obligaba a dar un par de vueltas y decía si se quedaba con él o no.
Tardaron casi tres horas en esa tienda, pues el mayor le compró no solo ropa, sino distintos accesorios y algunos pares de zapatos. Al pasar a pagar, el ojiverde le cubrió los ojos al universitario, para que no viera la cuenta, pues lo notaba nervioso.
-No sé cómo voy a pagarte todo esto – dijo el pelinegro con vergüenza, al salir de ahí, ambos iban con muchas bolsas y paquetes.
-Ah, no te preocupes, he pensado que puedes ser mi esclavo por un par de años y tu cuenta quedará saldada – dijo el otro de manera burlona.
-Creo que necesitaré más de un par de años – sentenció el menor.
-Posiblemente – sonrió el castaño – y aún falta…
-¡¿Qué?!
-Sí, pero primero, vamos a dejar esto, porque no quiero andar cargando con todo…
Fueron al automóvil y dejaron todas las cosas en la maletera, algunos otros paquetes los colocaron en el asiento trasero y volvieron una vez más al edificio.
Rodrigo ya no quería ver nada, pero Mateo casi lo arrastra hasta una tienda de una compañía telefónica, dónde le compro un nuevo celular, también pasaron por una tienda de electrónica y le compró una tableta digital; finalmente, lo llevó con una estilista, para que le arreglara el cabello, ya que el menor lo usaba ligeramente largo y, debido a que era ondulado y rebelde, no se le acomodaba adecuadamente.
Estaba oscureciendo cuando salieron del centro comercial y Mateo llevó a Rodrigo a su casa.
-Siento que falta algo… – mencionó el mayor en el trayecto – ¿tú qué dices?
Rodrigo estaba observando su reflejo en el vidrio, pasando la mano por su cabello, que se lo habían peinado para un lado, dejando todo su rostro al descubierto.
-Yo… no sé – negó – yo creo que esto fue demasiado – dijo con vergüenza.
-¿Demasiado, por qué? – preguntó el ojiverde – es todo lo necesario para tu empleo, ¿crees que no me di cuenta que tu celular estaba obsoleto?
-Bueno, sí, el celular lo entiendo, pero… ¿la ‘tablet’?
-Vas a llevar mi agenda, es el mejor equipo que puedes usar para ello, te lo aseguro – contestó el castaño con rapidez.
-De acuerdo – admitió el menor – pero fue demasiada ropa, no necesitaba tanta…
-Eso es lo que tú crees – sonrió – por cierto, aunque estás en la escuela, habrá días que tengas que faltar…
-¿Por qué? – preguntó el pelinegro con susto.
-Porque a veces salgo de la ciudad, un fin de semana o algunos días más y, tendrás que acompañarme en esas ocasiones.
-Vaya… – Rodrigo frunció el ceño – supongo que tendré que pedir permiso y ponerme al corriente después…
-Eso, exactamente, es lo que tienes que hacer… por cierto, ¿ya buscaste escuela de inglés?
-Sí – respondió con rapidez – de hecho, mañana empiezo mis clases – sonrió emocionado – pagué la inscripción y el primer mes ayer, por eso no tenía mucho dinero ahora – explicó.
-Entonces, necesito que le envíes la información de tus dos escuelas a Alberto – sentenció el mayor.
-¿Para qué?
-Porque trabajas para mí y el curso de inglés es indispensable para tu empleo, así que la empresa va a pagar tus colegiaturas – dijo con seriedad.
-¿De verdad? – Rodrigo se sorprendió.
-Sí, no te mentiría en algo tan serio – aseguró el castaño – es como una beca.
-Ya veo… bueno, el lunes le paso los datos al señor Pacheco…
Una vez más, reinó el silencio, pero Mateo parecía estar pensando; sentía que algo le faltaba para que Rodrigo estuviera completamente listo, para ser su asistente.
-Cuando entre a la escuela, tendré que llevar otro cambio de ropa – mencionó el pelinegro sin mucho interés, para sí mismo, pues seguía observándose en el reflejo del cristal.
-¿Un cambio de ropa? – Mateo lo miro con curiosidad.
-Sí, no puedo ir tan formal a la universidad – respondió con vergüenza – y menos, porque si me ven tan bien vestido, me pueden asaltar en el transporte…
-Transporte… – repitió el ojiverde – ¡eso es lo que falta! – sonrió – Rodrigo, ¿sabes manejar?
-¿Manejar? No, bueno sí, pero no mucho, sólo lo básico – explicó – cuando mi padre vivía, trabajaba vendiendo casas y tenía auto, pero era prestado por la empresa, con ese me enseñó un poco, ¿por qué?
-¿Tienes licencia?
-No, nunca la saqué…
-Mmm, eso nos pone en un predicamento – apretó el volante con sus manos – bueno, no importa – negó y siguió su camino, pues se habían detenido en un semáforo – el lunes recuérdame hablar con Ernesto Álvarez…
Rodrigo se movió con rapidez y sacó de la mochila que llevaba en sus pies, un papel y una pluma, apuntando esa indicación para tenerla presente.
Momentos después, el automóvil se estacionó frente a la pequeña casa; el menor sacó varios paquetes y el castaño le ayudó con otros, dejándolos en la entrada.
-Ah, ¿gustas pasar? – preguntó el universitario con nervios.
-No – negó el ojiverde – tú tienes mucho que hacer y yo debo volver a casa, el lunes llega temprano y, no olvides ir con uno de los trajes nuevos – le guiño un ojo y le ofreció la mano para despedirse.
Rodrigo aceptó la despedida y sintió un hormigueo ante la calidez en su palma.
-Nos vemos – dijo el mayor, dando media vuelta.
-Adiós…
Mateo llegó a su automóvil y abrió la puerta, se sentó y en ese momento recordó que no le había dado una última indicación, así que volvió a salir.
-¡Rodrigo! – levantó la voz, consiguiendo que el otro lo observara, antes de abrir la puerta de su casa – no olvides usar tus nuevas herramientas de trabajo – sonrió – el lunes, seguramente habrá más cosas en mi agenda y si mi padre sabe que pierdo una sola cita, tu y yo, vamos a tener problemas.
-No te preocupes – el pelinegro asintió – lo tendré en mente – aseguró.
Después de eso, Mateo se alejó en su auto y el menor abrió la puerta de su casa; su madre y hermana todavía no llegaban, pues salían hasta más tarde de su empleo, por lo tanto, él podía acomodar todo en su habitación y explicarles lo que había ocurrido, cuando llegaran.
Tardó un largo rato, pues trató de cuidar que los trajes no se maltrataran en lo más mínimo y, para eso, tuvo que sacar toda su ropa de su pequeño guardarropa, dejando todo el espacio para ellos. Cuando guardó cada una de las prendas, puso a cargar su nuevo celular y la tableta.
Finalmente, decidió ir a ducharse y empezó a desnudarse, para dejar la ropa sucia en el cesto, fue en ese momento que sacó del bolsillo de su pantalón, el pañuelo que había recibido por parte de Mateo. Al verlo, sonrió con ilusión y lo acercó a su rostro, disfrutando una vez más el olor que tenía impregnado, solo por un instante, antes de guardarlo en la gaveta de su buró e ir a bañarse; tenía un nuevo tesoro y tendría tiempo en las noches de admirarlo, como todo lo demás que había recibido del castaño con anterioridad.
* * *
Mateo regresó a su departamento y, en cuanto cruzó el umbral, se quitó los zapatos, lanzándolos hacia un lado, sin importarle en lo más mínimo dónde cayeran; encendió solo una luz, recorrió la zona y prendió un incienso, antes de lanzarse al sillón y activar la contestadora. Tenía varios mensajes, uno de su padre, uno de su madre, algunos de chicas que ni siquiera recordaba, pero el último lo hizo temblar.
-“De acuerdo, Mateo…” – la voz grave y con acento marcado, sonaba molesta – “…desde navidad no has querido verme y decidí darte tu espacio, aprovechando que estaría fuera de la ciudad por cuestiones familiares y de mi trabajo, pero vuelvo en unos días y necesitamos hablar…” – el castaño pasó saliva – “…así que, ya deja de ser tan infantil y ¡contesta mis malditas llamadas! De lo contrario, te juro que lo primero que haré al volver a la ciudad, será ir a tu departamento o a tu oficina y así tenga que tumbar la puerta, no me iré hasta que me des la cara, ¿entendido?...” – el ojiverde apretó los párpados, sabiendo que el otro hablaba en serio – “…nos vemos después, ‘daragói’…”
Cuando el mensaje se cortó, Mateo pasó las manos por su rostro, frustrado. Si no había querido hablar con su amigo, era porque Mikhail era de ascendencia rusa y, tenía muy bien entendido que en ese país, la homosexualidad era mal vista; aunque la familia del pelirrojo vivía en México, estaba plenamente consciente que él viajaba constantemente a Rusia y tenía muy buena relación con su familia materna, quienes todos eran rusos, por tanto no se atrevía a decirle eso a alguien quien, siempre había sido muy conservador en algunos temas. Aunado a ello, había otro pequeño detalle que lo llenada de vergüenza y era su mayor secreto, algo que no podía decirle a su amigo.
-¿Qué voy a hacer? – se preguntó con cansancio y temor, pero sabía que no podía ocultarse por más tiempo.
* * *
*Daragói, en ruso (дорогой), es usado para decir ‘querido’ a un varón.
Antes de que Rodrigo volviera a la escuela, Claudia se ofreció a ayudarlo el último sábado que tenía de vacaciones, a pesar de que no era día laboral para los ejecutivos de la disquera y sus asistentes; con ello terminaría su instrucción y estaría listo, pues el siguiente lunes ya no podían quedarse más horas extras en las tardes. Metieron la solicitud en recursos humanos para obtener el permiso. Mateo se enteró, porque Aracely le pasó una copia del mismo.
* * *
Mateo quería saber detalles y cuando Rodrigo estaba entregándole unos documentos ese viernes en la tarde, se atrevió a indagar, pues desde que el pelinegro se convirtió en su asistente, habían entablado una amistad más estable y ya no había tantos nervios al hablar entre ellos.
-Así que… ¿vendrás mañana? – preguntó disimuladamente.
-Sí, señor – sonrió el menor – Clau me dijo que me daría un curso intensivo y aprovecharé que aún no entro a la escuela para tomarlo, porque desde el lunes ya no tendré tanto tiempo – explicó.
-¡Qué bien! – el castaño sonrió, aunque le molestó que Rodrigo se refiriera a la secretaria de su padre, de manera tan amistosa – y dime, ¿tienes idea de a qué hora terminarás tu instrucción?
-Pues… no – el pelinegro negó y los mechones revueltos de su cabello se movieron al compás – supongo que como a las dos o tres… creo… ¿por qué?
-Porque necesitamos hacer algo con tu imagen – señaló el ojiverde.
El rostro de Rodrigo ardió ante esas palabras y no pudo evitar observarse a sí mismo. Los últimos días se había puesto camisas formales, manga larga y pantalones de vestir, tratando de adecuarse a la manera de vestir de todos en la disquera, pero, no tenía mucha ropa, mucho menos un simple traje.
-Yo… disculpe si no tengo buena presentación – dijo con una débil sonrisa en sus labios – pero, es que… bueno, yo… no tenía ningún traje y esperaba a mi próxima paga para comprarme uno…
-Yo no he dicho que no te veas bien – sentenció el mayor – realmente me gusta cómo te ves – aseguró, consiguiendo que el otro parpadeara sorprendido por esa declaración – tienes un aire muy fresco y juvenil, pero no quisiera que te sintieras cohibido los próximos días, si me tienes que acompañar a mis reuniones o fuera de la disquera – explicó – y ahora que me lo dices, veo que realmente si te estabas preocupando por ello – le sonrió condescendiente – además, hay otras cosas que hay que arreglar, así que mañana saldremos tu y yo, a comprar lo necesario.
-Pero… – el universitario se tensó – realmente, no tengo mucho dinero – su voz apenas se escuchó.
Mateo volvió la vista a los documentos – no te preocupes por eso – dijo con seriedad – ahora, ve a prepararme un café – hizo un ademán con la pluma que traía en mano, señalando hacia la cocina.
Rodrigo no dijo nada más, caminó con rapidez hacia la pequeña área de cocina y buscó una taza para servir el café; todos los días anteriores, Mateo no le había pedido uno, así que sería la primera vez que prepararía esa bebida y como no sabía el gusto de su jefe, lo haría como si fuese para él. Entre todas las cosas que había en la cocineta, encontró la taza que él le había regalado y sonrió, pero aunque en un principio pensó en usar esa, no quería molestar a Mateo, así que, optó por agarrar otra; agarró una taza grande, en tono verde pastel, sirvió el café, le agregó azúcar y lo llevó hasta su jefe, sobre una pequeña charolita.
-Espero que le guste – dijo al dejarlo en el escritorio.
El castaño observó de soslayo la taza y entrecerró los ojos, claramente molesto. Agarró el recipiente, le dio un sorbo y suspiró; al menos sabía bien.
-El café no está mal – dijo con media sonrisa y dejó la taza en la charola – pero esa no es la taza que uso – reclamó – ve y sírvelo en ‘mi’ – hizo énfasis en la palabra – taza…
El menor pasó saliva y asintió, entendiendo con rapidez a cuál taza se refería el otro; agarró el café y volvió a la cocina a volver a prepararlo. Mientras se alejaba, Mateo lo observó con diversión.
“Lindo…” pensó y sonrió, pero al instante, negó, suspiró y desvió la mirada.
Le gustaba ver a Rodrigo y todas sus actitudes al dudar en cómo atenderlo, pero tenía que disimular. Estaba consciente de que no lo estaba tratando tan bien como pensó en un principio, pero también dudaba en acercarse más por el momento; desde que todo empezó, decidió dejar pasar un poco más de tiempo para eso, pues no podía acercarse como quería, sabiendo al otro heterosexual.
* * *
El sábado, por la mañana, Claudia le explicó muchas cosas a Rodrigo, le entregó un archivo de contactos, con quienes Mateo tenía reuniones periódicas y otro, con gente que exigía hablar con él para cerrar algunos tratos, especialmente mujeres, agentes de artistas, quienes siempre buscaban una excusa para estar cerca del ojiverde, aunque fuera por poco tiempo. También le pasó un calendario, en el que estaban las juntas generales a las cuales el castaño debía acudir, sin objeción.
Para las dos de la tarde, Claudia estaba segura de que Rodrigo podía hacerse cargo de todo sin necesidad de supervisión y en caso de tener alguna contingencia, le dijo que podía hablarle en cualquier momento y ella le ayudaría.
-Terminamos por hoy – anunció la pelinegra recargándose en su silla.
-¿Tan pronto? – indagó el menor con sorpresa.
-Sí – asintió ella – creo que con esto, estás completamente listo para el trabajo y no tendrás muchas dificultades – aseguró.
-Muchas gracias, Clau – el universitario sonrió – realmente me has ayudado mucho estos días, no sé cómo agradecerte – dijo mientras acomodaba unos documentos en su nueva agenda.
-Bueno… – ella se inclinó y recargó el rostro en una mano – podrías invitarme a salir un día – le guiñó un ojo coqueta.
Rodrigo se asombró por esa respuesta – ah, supongo que sí – dijo con nervios – si no te molesta salir con alguien como yo, no le veo problema…
-¿Por qué dices eso? – preguntó la mujer con recelo.
-Pues… – el menor suspiró – supongo que no tengo muy buena suerte con mujeres que buscan algo estable, ya que yo, apenas estoy en la universidad – explicó.
La pelinegra levantó una ceja y negó, recordando la situación con Ximena; seguramente, Rodrigo estaba algo cohibido con las chicas mayores por culpa de ella y todo lo que le dijo.
-Cariño… – ella sonrió – a mí me gustan chiquitos – susurró y se acercó peligrosamente al menor – son más lindos, dulces… – su manos se movió hasta acariciar la mejilla del otro disfrutando el sonrojo que tiñó las mejillas de Rodrigo – y, no necesito que me mantengan, al contrario, si tú te dejas, yo podría mantenerte a cambio de ciertos favores que ambos disfrutaríamos mucho, te lo aseguro – dijo con suavidad y se relamió los labios.
-¿Siguen ocupados? – la voz seria de Mateo los interrumpió, acababa de llegar en ese momento y no le agradó en lo más mínimo que la chica estuviera tan cerca de su asistente.
Claudia se asustó y se alejó de Rodrigo con rapidez, sonriendo con nervios – se… señor – carraspeó poniéndose de pie y acomodando su blusa, pues no llevaba traje ese día – ah, no, claro que no – negó – ya terminamos, ¿cierto, Rodrigo?
El universitario asintió con rapidez, pero no le dirigió la mirada al castaño, pues al verlo de soslayo, notó que estaba molesto y esa mirada fría lo hizo estremecer.
-¡Qué bien! – el ojiverde sonrió, una sonrisa que calmó a Claudia, pero que al pelinegro le hizo temblar más, pues sabía que era simple cortesía y en el fondo, no estaba feliz, su mirada lo demostraba – Rodrigo y yo tenemos un compromiso y temía interrumpirlos en su trabajo.
-¡Ah!, no sabía que iba a verlo después de aquí – la chica sonrió – disculpe si lo retrasé.
-No, no te preocupes – el castaño negó – no es nada importante, solo quiero mencionarle detalles personales, para que los tenga en cuenta al hacer mi agenda…
-Bueno, entonces yo me retiro – Claudia se movió, agarró su bolso y se inclinó hasta Rodrigo, besándole la mejilla y dejándole la marca de su lápiz labial en la piel – hablamos luego, cariño – susurró y se alejó del menor – con permiso, jefe, que pase buena tarde – dijo con dulzura.
Ella encaminó los pasos hacia el elevador, chocando sus tacones en el piso, haciendo un sonido llamativo al caminar, mientras contoneaba su cadera de manera sugerente.
Cuando ambos se quedaron solos, Mateo se cruzó de brazos y levantó una ceja, observando a Rodrigo, quien mantenía la mirada en el piso.
-No sabía que se llevaran tan bien – dijo el ojiverde con sarcasmo, sin poder contener sus celos.
-Bueno, la verdad… yo tampoco – mencionó el menor, levantando el rostro.
Los ojos del pelinegro recorrieron a su jefe de pies a cabeza, pues era la primera vez que lo miraba vestido de manera informal. El castaño forzó una sonrisa y consiguió que el universitario siguiera cohibido, volviendo a desviar la mirada.
-Te dejó una mancha – mencionó el mayor, señalando su propia mejilla, a manera de espejo, para su asistente.
Rodrigo pasó con rapidez el dorso de su mano por su piel y, este también quedó impregnado con el color carmesí del lápiz labial de Claudia. Sin dudar, empezó a tallar con sus dedos, para quitar el resto.
-Ten – Mateo se acercó y le entregó un pañuelo – ve a lavarte al baño – señaló su oficina – si no, solo te ensuciarás más…
-Sí…
El menor se puso de pie y caminó a dónde el otro le indicó. Cuando el universitario se perdió tras a puerta, el castaño se sentó en el sillón de la sala de espera y suspiró.
-Solo somos amigos – dijo con lentitud – no debo ponerme así, a él le gustan las mujeres y seguramente, Claudia es su tipo – masajeó sus parpados, recordando que al otro le gustaba Ximena y por ello había ocurrido todo lo que decantó en esa situación en la que ahora estaba envuelto, con pocas posibilidades en realidad.
-Debo dejar de pensar tonterías y tratarlo como a Mikhail – susurró, tratando de pensar en su amigo – sí, solo debo actuar como si se tratara de ‘Misha’ – repitió con desespero, tratando de pensar en el pelinegro como si fuese su mejor amigo.
Mientras tanto, Rodrigo llegó al baño de la oficina de su jefe y observó su rostro en el espejo – ¡rayos! – dijo con asombro al ver la pintura en su mejilla – eso fue vergonzoso – aseguró al abrir la llave.
Estuvo a punto de humedecer el pañuelo de Mateo, pero prefirió no hacerlo; agarró un poco de papel y fue con lo que se limpió gran parte del lápiz labial. Finalmente, pasó el pañuelo por su piel, para quitar los restos de humedad y, en ese momento, percibió el perfume de su jefe; se quedó inmóvil un momento y después acercó la tela a su nariz, aspirando el aroma, perdiéndose en la fragancia del mayor, esa que los últimos días se había convertido en su favorita.
De golpe, volvió a la realidad, negó rápidamente y alejó el pañuelo de su rostro; eso no era algo bueno, aunque en el fondo, le agradaba esa sensación. Mientras terminaba de secar su mejilla, se puso a pensar en la actitud de su jefe.
-Parece que se enojó… – dijo con debilidad – o quizá… – una sonrisa se dibujó en sus labios – ¿se puso celoso? – preguntó para su reflejo.
Por alguna razón, esa idea lo hizo sentir feliz. Creer que su jefe aun sentía algo por él, consiguió que se sintiera especial, así que debía intentar mantener ese interés y con ello, en poco tiempo, él también podría aceptar lo que sentía sin problemas, para poder decírselo de frente. Con esa idea en mente, se apresuró a salir, en busca del otro.
-¿Listo? – preguntó Mateo al verlo salir de la oficina, ya estaba más repuesto y había calmado su enojo, volviendo a una actitud más normal.
-Sí – anunció el universitario, contrariado por el cambio del ojiverde, pues esperaba seguir viéndolo un poco celoso – aquí está su pañuelo… muchas gracias – dijo con debilidad, extendiendo la mano para entregarlo.
-Quédatelo – el mayor dio media vuelta – vamos, se hace tarde y no quiero perder más tiempo.
Rodrigo se quedó confundido, no entendía lo que ocurría y un poco de decepción se hizo presente. Suspiró y bajó el rostro pero su inquietud desapareció al darse cuenta que podía quedarse con algo de su jefe; sonrió ilusionado y lo guardó en su bolsillo, antes de agarrar su pequeña mochila, para seguir al otro. Debía ser positivo y pensar que al menos, podrían pasar juntos, un poco de tiempo fuera de la oficina.
-Y, ¿a dónde vamos? – preguntó el menor.
-De compras – el ojiverde metió las manos en los bolsillos de su pantalón – mi madre dice que es un deporte que quita el estrés – sonrió – así que vamos a ponerlo en práctica para que te relajes, antes de empezar con tu trabajo…
* * *
En el trayecto a su destino, el silencio reinó; Mateo manejaba, pero no parecía prestarle mucha atención a Rodrigo, quien seguía un poco inquieto ante la actitud del mayor. El pelinegro observaba de soslayo al otro, pero dudaba en decir algo; no sabía si al otro le molestaría que lo desconcentrara o que dijera algo mientras escuchaba la música que había puesto al iniciar el camino.
-¿Quieres comer antes de ir de compras? – Mateo rompió el silencio.
-Ah, sí, bueno, si quiere…
-¿Podrías dejar de llamarme de usted? – preguntó el ojiverde – en navidad me hablaste de tu, creí que ya estábamos bien, me desespera que hayas vuelto a tu actitud anterior…
-Pero… es mi jefe…
-Entonces háblame de ‘usted’ en el trabajo, ahora estamos en plan de amigos, ¿de acuerdo?
Rodrigo sonrió y asintió, de esa manera era mucho más sencillo hablar con Mateo – sí, está bien…
-Ahora, dime, ¿qué quieres comer?
-Pues… un emparedado está bien, es lo que como normalmente – respondió el universitario.
-¿Un emparedado? – Mateo lo miró con sorpresa – no vamos a comer eso, vamos a tardar en las compras, así que necesitamos algo más sustancioso, además, si mi madre llega a enterarse que comí un simple emparedado, me mata – se burló.
-¿Tu mamá? – Rodrigo levantó una ceja, no se imaginaba que Mateo, siendo un hombre maduro, aun dependiera de su madre para esas cosas, pues él con dieciocho, le daba muy poca razón de su vida a la suya.
-Mi madre es un poco sobreprotectora – explicó – y, cuando estuve en la escuela preparatoria, así como en la universidad, tuve problemas alimenticios porque siempre olvidaba comer – contó con rapidez mientras entraban al estacionamiento de un centro comercial – incluso estuve en el hospital por anemia y bueno, desde ahí, ella está muy al pendiente de mí, porque sigue pensando que soy su ‘bebé’ – soltó con algo de desagrado.
-Todas las madres piensan eso de sus hijos – sonrió el pelinegro – la mía también pero, me da mi espacio, quizá porque se enfoca más en mi hermana, que es más pequeña…
-Ojalá yo tuviera un hermano – el ojiverde suspiró – pero soy hijo único, así que toda la atención de mis padres es para mí y eso es bueno, pero otras veces, siento que me tratan como niño de cinco años…
El mayor estacionó el automóvil, Rodrigo dejó sus pertenencias bajo el asiento del copiloto, ya que no llevaba más que una pequeña mochila y ambos bajaron para entrar al edificio. Poco después, el ojiverde llevó a su compañero a un restaurante con buffet y a diferencia de Rodrigo, que se sirvió bastante, Mateo apenas si colocó un poco de comida en su plato.
-¿Es todo lo que vas a comer? – preguntó el universitario con curiosidad.
-Sí – asintió el castaño – realmente no como mucho y en este momento no tengo tanta hambre – “aún traigo revuelto el estómago por el coraje” terminó en su mente mientras caminaba a la mesa – pero es una comida bastante variada – señaló el plato que llevaba con algo de ensalada, un poco de carne y un par de guarniciones – por lo que se compensa…
-Quizá por eso tu mamá se preocupa de que no comes – mencionó el otro con rapidez.
-Y ahora tú te estás comportando como mi madre – recriminó el ojiverde.
-Ahora soy tu asistente – acotó el menor – y uno de mis trabajos es asegurarme que te alimentes bien – le guiñó un ojo.
Mateo sintió que el aire se escapaba de sus pulmones ante ese gesto y desvió la mirada, tratando de calmar esa emoción que sintió; no solo por ese trato tan amistoso, sino porque se preocupara por él.
-Ya que termine esto, me serviré mas – se excusó.
-Obvio que lo harás – sentenció Rodrigo – yo me encargaré de eso…
* * *
Después de la comida, Mateo llevó a su compañero a una de las tiendas de ropa para caballeros, más prestigiosas de todo el complejo. Rodrigo lo siguió y, mientras observaban los trajes, el menor sintió que el alma se le escapaba al ver los precios.
-Ah, Mateo… – susurró, inclinándose un poco hacia el otro – yo… creo que mejor dejamos para después lo de la ropa – dijo con nervios.
-¿Por qué? – preguntó el mayor confundido.
-Porque, bueno, realmente no me alcanza para nada – dijo el menor, aunque había llevado algo de sus ahorros, no podía comprar ni una mísera corbata en ese lugar.
El ojiverde rió – escucha… – le puso la mano en el hombro – no nos vamos a ir de aquí, hasta que yo – hizo énfasis en el ‘yo’ – te compre suficiente ropa para los próximos días, y no puedes negarte, si tu traes o no dinero, no me interesa, yo voy a pagar…
-Pero… es que…
-No – el dedo del mayor se colocó sobre los labios del universitario – esto es un capricho mío – sonrió de lado – y si hago esto, no es solo por el empleo – dijo con toda sinceridad – sino que, realmente, será un placer comprarte ropa que uses para mí – confesó.
Rodrigo sintió que el calor inundaba su cuerpo ante esa confesión tan desinhibida y rápidamente sintió su rostro arder, pero no pudo objetar, solo asentir embelesado, manteniendo su mirada miel en los ojos del otro.
-Ahora, vamos… – el ojiverde se colocó tras su compañero y lo empujó hacia el interior de la tienda – que hay muchas cosas que comprar…
La pareja recorrió los amplios pasillos, observando las prendas; mientras caminaban, Mateo sacó varios trajes, conjuntos casuales, camisas, corbatas y se los entregó al menor, quien terminó con demasiadas prendas en sus manos, sin poder moverse con facilidad, así que, un vendedor les ayudó con algunas otras.
Después, fueron a los probadores y Mateo se sentó en un sillón, mientras Rodrigo se probaba todo lo que había elegido para él; cuando salía del vestidor, el castaño lo observaba, le obligaba a dar un par de vueltas y decía si se quedaba con él o no.
Tardaron casi tres horas en esa tienda, pues el mayor le compró no solo ropa, sino distintos accesorios y algunos pares de zapatos. Al pasar a pagar, el ojiverde le cubrió los ojos al universitario, para que no viera la cuenta, pues lo notaba nervioso.
-No sé cómo voy a pagarte todo esto – dijo el pelinegro con vergüenza, al salir de ahí, ambos iban con muchas bolsas y paquetes.
-Ah, no te preocupes, he pensado que puedes ser mi esclavo por un par de años y tu cuenta quedará saldada – dijo el otro de manera burlona.
-Creo que necesitaré más de un par de años – sentenció el menor.
-Posiblemente – sonrió el castaño – y aún falta…
-¡¿Qué?!
-Sí, pero primero, vamos a dejar esto, porque no quiero andar cargando con todo…
Fueron al automóvil y dejaron todas las cosas en la maletera, algunos otros paquetes los colocaron en el asiento trasero y volvieron una vez más al edificio.
Rodrigo ya no quería ver nada, pero Mateo casi lo arrastra hasta una tienda de una compañía telefónica, dónde le compro un nuevo celular, también pasaron por una tienda de electrónica y le compró una tableta digital; finalmente, lo llevó con una estilista, para que le arreglara el cabello, ya que el menor lo usaba ligeramente largo y, debido a que era ondulado y rebelde, no se le acomodaba adecuadamente.
Estaba oscureciendo cuando salieron del centro comercial y Mateo llevó a Rodrigo a su casa.
-Siento que falta algo… – mencionó el mayor en el trayecto – ¿tú qué dices?
Rodrigo estaba observando su reflejo en el vidrio, pasando la mano por su cabello, que se lo habían peinado para un lado, dejando todo su rostro al descubierto.
-Yo… no sé – negó – yo creo que esto fue demasiado – dijo con vergüenza.
-¿Demasiado, por qué? – preguntó el ojiverde – es todo lo necesario para tu empleo, ¿crees que no me di cuenta que tu celular estaba obsoleto?
-Bueno, sí, el celular lo entiendo, pero… ¿la ‘tablet’?
-Vas a llevar mi agenda, es el mejor equipo que puedes usar para ello, te lo aseguro – contestó el castaño con rapidez.
-De acuerdo – admitió el menor – pero fue demasiada ropa, no necesitaba tanta…
-Eso es lo que tú crees – sonrió – por cierto, aunque estás en la escuela, habrá días que tengas que faltar…
-¿Por qué? – preguntó el pelinegro con susto.
-Porque a veces salgo de la ciudad, un fin de semana o algunos días más y, tendrás que acompañarme en esas ocasiones.
-Vaya… – Rodrigo frunció el ceño – supongo que tendré que pedir permiso y ponerme al corriente después…
-Eso, exactamente, es lo que tienes que hacer… por cierto, ¿ya buscaste escuela de inglés?
-Sí – respondió con rapidez – de hecho, mañana empiezo mis clases – sonrió emocionado – pagué la inscripción y el primer mes ayer, por eso no tenía mucho dinero ahora – explicó.
-Entonces, necesito que le envíes la información de tus dos escuelas a Alberto – sentenció el mayor.
-¿Para qué?
-Porque trabajas para mí y el curso de inglés es indispensable para tu empleo, así que la empresa va a pagar tus colegiaturas – dijo con seriedad.
-¿De verdad? – Rodrigo se sorprendió.
-Sí, no te mentiría en algo tan serio – aseguró el castaño – es como una beca.
-Ya veo… bueno, el lunes le paso los datos al señor Pacheco…
Una vez más, reinó el silencio, pero Mateo parecía estar pensando; sentía que algo le faltaba para que Rodrigo estuviera completamente listo, para ser su asistente.
-Cuando entre a la escuela, tendré que llevar otro cambio de ropa – mencionó el pelinegro sin mucho interés, para sí mismo, pues seguía observándose en el reflejo del cristal.
-¿Un cambio de ropa? – Mateo lo miro con curiosidad.
-Sí, no puedo ir tan formal a la universidad – respondió con vergüenza – y menos, porque si me ven tan bien vestido, me pueden asaltar en el transporte…
-Transporte… – repitió el ojiverde – ¡eso es lo que falta! – sonrió – Rodrigo, ¿sabes manejar?
-¿Manejar? No, bueno sí, pero no mucho, sólo lo básico – explicó – cuando mi padre vivía, trabajaba vendiendo casas y tenía auto, pero era prestado por la empresa, con ese me enseñó un poco, ¿por qué?
-¿Tienes licencia?
-No, nunca la saqué…
-Mmm, eso nos pone en un predicamento – apretó el volante con sus manos – bueno, no importa – negó y siguió su camino, pues se habían detenido en un semáforo – el lunes recuérdame hablar con Ernesto Álvarez…
Rodrigo se movió con rapidez y sacó de la mochila que llevaba en sus pies, un papel y una pluma, apuntando esa indicación para tenerla presente.
Momentos después, el automóvil se estacionó frente a la pequeña casa; el menor sacó varios paquetes y el castaño le ayudó con otros, dejándolos en la entrada.
-Ah, ¿gustas pasar? – preguntó el universitario con nervios.
-No – negó el ojiverde – tú tienes mucho que hacer y yo debo volver a casa, el lunes llega temprano y, no olvides ir con uno de los trajes nuevos – le guiño un ojo y le ofreció la mano para despedirse.
Rodrigo aceptó la despedida y sintió un hormigueo ante la calidez en su palma.
-Nos vemos – dijo el mayor, dando media vuelta.
-Adiós…
Mateo llegó a su automóvil y abrió la puerta, se sentó y en ese momento recordó que no le había dado una última indicación, así que volvió a salir.
-¡Rodrigo! – levantó la voz, consiguiendo que el otro lo observara, antes de abrir la puerta de su casa – no olvides usar tus nuevas herramientas de trabajo – sonrió – el lunes, seguramente habrá más cosas en mi agenda y si mi padre sabe que pierdo una sola cita, tu y yo, vamos a tener problemas.
-No te preocupes – el pelinegro asintió – lo tendré en mente – aseguró.
Después de eso, Mateo se alejó en su auto y el menor abrió la puerta de su casa; su madre y hermana todavía no llegaban, pues salían hasta más tarde de su empleo, por lo tanto, él podía acomodar todo en su habitación y explicarles lo que había ocurrido, cuando llegaran.
Tardó un largo rato, pues trató de cuidar que los trajes no se maltrataran en lo más mínimo y, para eso, tuvo que sacar toda su ropa de su pequeño guardarropa, dejando todo el espacio para ellos. Cuando guardó cada una de las prendas, puso a cargar su nuevo celular y la tableta.
Finalmente, decidió ir a ducharse y empezó a desnudarse, para dejar la ropa sucia en el cesto, fue en ese momento que sacó del bolsillo de su pantalón, el pañuelo que había recibido por parte de Mateo. Al verlo, sonrió con ilusión y lo acercó a su rostro, disfrutando una vez más el olor que tenía impregnado, solo por un instante, antes de guardarlo en la gaveta de su buró e ir a bañarse; tenía un nuevo tesoro y tendría tiempo en las noches de admirarlo, como todo lo demás que había recibido del castaño con anterioridad.
* * *
Mateo regresó a su departamento y, en cuanto cruzó el umbral, se quitó los zapatos, lanzándolos hacia un lado, sin importarle en lo más mínimo dónde cayeran; encendió solo una luz, recorrió la zona y prendió un incienso, antes de lanzarse al sillón y activar la contestadora. Tenía varios mensajes, uno de su padre, uno de su madre, algunos de chicas que ni siquiera recordaba, pero el último lo hizo temblar.
-“De acuerdo, Mateo…” – la voz grave y con acento marcado, sonaba molesta – “…desde navidad no has querido verme y decidí darte tu espacio, aprovechando que estaría fuera de la ciudad por cuestiones familiares y de mi trabajo, pero vuelvo en unos días y necesitamos hablar…” – el castaño pasó saliva – “…así que, ya deja de ser tan infantil y ¡contesta mis malditas llamadas! De lo contrario, te juro que lo primero que haré al volver a la ciudad, será ir a tu departamento o a tu oficina y así tenga que tumbar la puerta, no me iré hasta que me des la cara, ¿entendido?...” – el ojiverde apretó los párpados, sabiendo que el otro hablaba en serio – “…nos vemos después, ‘daragói’…”
Cuando el mensaje se cortó, Mateo pasó las manos por su rostro, frustrado. Si no había querido hablar con su amigo, era porque Mikhail era de ascendencia rusa y, tenía muy bien entendido que en ese país, la homosexualidad era mal vista; aunque la familia del pelirrojo vivía en México, estaba plenamente consciente que él viajaba constantemente a Rusia y tenía muy buena relación con su familia materna, quienes todos eran rusos, por tanto no se atrevía a decirle eso a alguien quien, siempre había sido muy conservador en algunos temas. Aunado a ello, había otro pequeño detalle que lo llenada de vergüenza y era su mayor secreto, algo que no podía decirle a su amigo.
-¿Qué voy a hacer? – se preguntó con cansancio y temor, pero sabía que no podía ocultarse por más tiempo.
* * *
*Daragói, en ruso (дорогой), es usado para decir ‘querido’ a un varón.
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