Capítulo I
El día dos de enero, las actividades se reanudaron en la disquera.
Rodrigo regresó a su trabajo de mensajero, y a pesar de que se sentía inquieto porque seguramente sería la ‘comidilla’ de todos, pero no podía evitarlo porque le había dado su palabra a Mateo y no podía renunciar; además, no tenía nada más que hacer, pues hasta finales de mes se acabarían sus vacaciones en la universidad. Lo único que lo animaba era que no entablaba grandes conversaciones con los demás empleados; solo llegaba, entregaba el paquete, las misivas o recados y se iba, así que, debía armarse de valor y seguir con su trabajo, porque también necesitaba el dinero.
Mateo por su parte, ya no salía de su oficina, se quedaba todo el día en su lugar y él mismo respondía las llamadas que llegaban a su extensión, pues no tenía secretaria y se reusaba a contratar una, pensando que podía ocurrir algo parecido a lo de navidad; se había vuelto más desconfiado de las personas y pocas veces entablaba conversaciones que no fuera estrictamente del trabajo.
Los días pasaron y ninguno dio el primer paso para acercarse, hasta que pasó una semana y Rodrigo tenía que llevarle un paquete a Mateo, a su oficina. El pelinegro aún no se sentía lo suficientemente confiado como para verlo, así que decidió esperar hasta después de las diez de la mañana; todos sabían que iba a haber una reunión importante ese día y, todo los directivos asistirían, así que sería imposible que Mateo estuviera en su oficina y por lo tanto, no lo vería.
* * *
Rodrigo llegó hasta la oficina de Mateo, pero no vio a nadie en la recepción; le llamó la atención pero decidió esperar, posiblemente la secretaria estaba dentro de la oficina. Los minutos pasaron y nadie salía; Rodrigo ya no podía seguir esperando más, pues tenía otros paquetes que entregar. Suspiró, seguramente la nueva secretaria estaba ocupada dentro, así que decidido, se acercó a la puerta y tocó varias veces.
-Pase…
La voz masculina lo estremeció.
-No puede ser… – susurró.
Mateo estaba dentro, lo que significaba que tenía que verlo. Quiso retirarse antes de que el otro se diera cuenta, pero tampoco quería mostrarse como un cobarde; aunque no había nadie que lo delatara si huía en ese momento, pues casi todo el piso le pertenecía al ojiverde y parecía desierto.
Seguía indeciso, mirando hacia todos lados, cuando la puerta se abrió; el olor a incienso le dio de golpe y el sonido de la música oriental pudo ser escuchado con claridad, ya que estaba en un volumen alto.
-Dije, ‘pase’, ¿acaso no escuchó? – la voz molesta hizo estremecer al menor.
El castaño se sorprendió al ver a Rodrigo en el marco y mucho más, al notar cómo las mejillas del niño se teñían de rojo. Ninguno dijo nada, simplemente se miraron a los ojos y como si se hubieran sincronizado, ambos recordaron lo que había sucedido en navidad, especialmente el beso; desviaron la mirada al mismo tiempo, avergonzados.
Mateo carraspeo y lo más rápido que pudo, tomó su pose seria.
-¿Sucede algo? – preguntó con frialdad, levantando el rostro y tratando de ser indiferente.
-Ah, sí – la sonrisa tembló en los labios de Rodrigo, estaba nervioso y no podía evitar demostrarlo – traje… traje un paquete, pero como no estaba la secretaria, pues…
-No tengo secretaria – contestó con rapidez el ojiverde – la despedí desde navidad, ¿no te enteraste? – preguntó con sarcasmo.
-Yo… sí… – asintió el pelinegro – solo que, creí que… bueno, que ya… que ya tendría otra…
-Pues no, no tengo y posiblemente no tenga en mucho tiempo – su voz sonaba fastidiada.
El silencio reinó nuevamente por unos segundos; ninguno de los dos sabía cómo reaccionar ante el otro y eso era notorio para ambos.
-¿Y el paquete? – preguntó el castaño, tratando de que se acabara ese momento tan incómodo.
-Aquí está – el menor acercó una pequeña caja a su jefe y una tablilla con una hoja, para que firmara de ‘recibido’.
Mateo movió la mano en busca de la pluma que normalmente traía en el bolsillo de su saco, pero no la encontró – ¡demonios! – suspiró y dio media vuelta – pasa… – dijo sin mucho interés, volviendo a su escritorio.
Rodrigo lo siguió con rapidez, observando por primera vez, el interior de esa grandiosa oficina que no se comparaba en lo absoluto con todas las demás que había visitado durante el recorrido de su trabajo.
El lugar era amplio, y no tenía divisiones en las secciones; dos de las cuatro paredes que lo rodeaban eran ventanales de piso a techo y, se podía observar los edificios cercanos, así como un extremo del parque central. Aparte del enorme escritorio, con tres enormes pantallas para la computadora, Mateo tenía algunos libreros, una sala amplia con sillones cómodos, un comedor para seis personas y también un área tipo cocineta, al lado de algo que parecía un bar para preparar bebidas. Pero lo más interesante era que, toda la decoración, tenía adornos de osos pandas, colores verdes e incluso, algunas pequeñas plantas de bambú.
Mateo buscó entre todos los papeles que tenía regados en la superficie de su escritorio y en las cajitas organizadoras vacías, hasta que encontró una de las plumas bajó varias hojas impresas; firmó el documento y le devolvió la tablilla a Rodrigo.
-Ten – dijo con rapidez y dejó el paquete de lado – si es todo, retírate – hizo un ademán señalando hacia la puerta con la mano – tengo trabajo.
-Sí, claro – sonrió – lamento haberle importunado.
-Ajá…
Rodrigo caminó apresurado hacia la puerta, temiendo seguir molestando al mayor y, en cuanto salió de la oficina, Mateo se hundió en su sillón, respirando profundamente, tratando de calmar su acelerado corazón. El simple hecho de verlo le había emocionado y no podía creer que le sucediera eso, con algo tan simple; parecía un adolescente enamorado y no quería que eso le pasara, pues sabía que terminaría aún más lastimado.
Pasó la mano por su cabello y negó, decidió ir a servirse un café; desde hacía un rato había puesto la cafetera, así que, ya estaba listo. Cuando llegó a la cocineta, observó la taza que Rodrigo le había dado en navidad y suspiró con tristeza; desde que regresó a trabajar, no la había tocado y realmente, no quería hacerlo para no pensar en ese niño, pero ahora que lo había visto, el deseo de usarla y sentirse unido a ese jovencito lo envolvió, así que se sirvió café en ella y le agregó azúcar. Se quedó absorto al ver como la taza cambiaba de color y sonrió con debilidad.
-Realmente quisiera pasar tiempo contigo – dijo con tristeza, rozando con sus dedos la taza – pero, es obvio que te sientes incómodo – una punzada en su pecho le hizo suspirar tristemente – no podemos ser amigos, ¿verdad?
Sujetó la taza y dio un ligero sorbo al líquido caliente; hizo un gesto de desagrado, necesitaba más azúcar, aún no podía prepararse un buen café él solo. Después de que su café quedó bebible, regresó a su escritorio a revisar una documentación y trató de enfocar su mente en otra cosa, aunque cada que tomaba la taza para beber, pensaba en Rodrigo y divagaba, tardando en volver a enfocarse.
Apenas estaba a media hoja de un informe financiero, cuando la puerta se abrió de golpe.
-¡Mateo!
La voz de Julio, su padre, consiguió que el castaño levantara la mirada, sorprendido de verlo ahí mismo.
-Buenos días… – dijo confundido – ¿pasa algo?
-Sí – el castaño mayor masajeó sus sienes y caminó hasta estar frente al escritorio de su hijo – ¿qué haces aquí? – preguntó con molestia.
-Mi trabajo – respondió el ojiverde con obviedad.
-¡Tenemos casi una hora esperándote!
-¿Esperándome? – Mateo se sorprendió – ¿para qué?
-¿Cómo que…? Ah… – suspiró – en serio que estoy cansado de esto, ¡necesitas una maldita secretaria!
Al escuchar la palabra ‘secretaria’, Mateo se puso a la defensiva – no necesito nada – dijo con molestia volviendo a sus documentos.
-Mateo, hoy es la junta mensual de todos los directivos – anunció Julio y su hijo levantó el rostro con rapidez, mostrando su desconcierto – no lo recordaste, ¿verdad?
-Ah… creo que no lo apunté en mi agenda…
El ojiverde buscó en una gaveta de su escritorio y sacó lo que debía ser su agenda; algunas hojas estaban sueltas, varios ‘post-it’ estaban pegados en la parte frontal y otros en la posterior, en cuanto la abrió, las hojas se desperdigaron sobre sus piernas, pero no le tomó importancia. Colocó el cuadernillo en el escritorio, sobre todos los papeles que ahí había y revisó las fechas, cotejándolas con la fecha de su computadora.
-¿Es miércoles? – preguntó para sí mismo.
Su padre pasó las manos por su rostro, denotando su cansancio – ¡ya!, esto no puede seguir – gruñó – entiendo que sigas enojado, pero necesitas quien ordene tus cosas, agende tus citas y te ayude a llevar el control de tu trabajo, así como de tu vida.
-No necesito a nadie, puedo hacerlo yo solo – aseguró el menor.
-¿Puedes hacerlo solo? – preguntó con sarcasmo su padre – ¿te das cuenta el reguero de papeles que tienes? – señaló el escritorio con un ademán de sus manos.
-Es normal…
-¡Claro que no! – regañó – eres un desastre, siempre lo has sido para organizarte – dijo con seriedad – necesitas ayuda y la necesitas ¡ya!, además, desde que regresamos de vacaciones, no es la primera vez que se te olvida una reunión y, ¡apenas tenemos una semana y media que volvimos!
-Lo siento… – Mateo bajó el rostro apenado.
-Le daré indicaciones a Alberto, para que te busque una nueva secretaria, como lo hizo conmigo.
-¡Papá!
-Nada de ‘papá’ – Julio lo señaló con el índice – deja de ser tan infantil y acepta que necesitas una, además, ya perdiste tres citas con varios representantes, has llegado tarde todos los días a todos lados, ¡incluyendo las comidas! – reprochó – y, ¡sales hasta muy tarde de aquí! De no ser por el personal de limpieza, ¡toda tu oficina sería un basurero!
-Pero, sí me alimento cuando me da hambre, quizá, si pusieras una sirena para anunciar que se acaba el horario de trabajo, esté atento a mi hora de salida y…
-Mateo, esto no es la primaria, para anunciar con un ‘timbre’ que ¡es hora de salir al recreo!
-Pá…
-Está decidido – el castaño mayor no iba a dar marcha atrás – ahora vamos, que todos están ansiosos porque no has llegado y, después hablaremos con Alberto.
-Pero…
-Si te niegas – Julio entrecerró los ojos – voy a decirle a tu madre que te estás malpasando de nuevo – amenazó.
Mateo pasó saliva y dejó las cosas en el escritorio – está bien – asintió poniéndose de pie – hablaré con Alberto para ver lo de mi nueva secretaria…
-No – su papá sonrió y negó – no voy a dejar que lo hagas tu solo, lo haremos ambos, así me aseguro que encuentres a alguien pronto.
* * *
A las tres de la tarde, Mateo estaba en la sala de juntas principal, en el último piso, dónde estaba la oficina del presidente; su padre y Alberto estaban con él, revisando algunos currículos que les llegaron con suma rapidez, de unas agencias de empleos.
Claudia, una joven de cabello negro y piel blanca, quien era la nueva secretaria de Julio, les sirvió café, mientras seguían con su trabajo; momentos antes habían terminado de comer
-Gracias – dijo el hombre, sin mucho interés.
-Gracias, Claudita – Alberto sonrió.
Claudia había sido su secretaria hasta que la ascendieron de puesto, para que fuera la secretaria del presidente, pues necesitaban a alguien eficiente y que supiera todo el movimiento del lugar y, debido a que ya tenía cinco años ahí, era la más indicada.
-De nada, señor Pacheco – sonrió la mujer y después colocó el café a un lado de Mateo, quien tenía un gesto de frustración, mientras observaba a sus compañeros, revisar los documentos de las postulantes.
-Con permiso… – Claudia salió de la sala y cerró la puerta tras de sí.
-Bien, aquí hay una – Alberto le pasó la información al ojiverde – tiene tres años de experiencia, siendo secretaria ejecutiva – sonrió y pasó la mano por sus bigotes – es bonita… sabe inglés y…
-No – negó el castaño y alejó la carpeta con la información.
-¡¿Qué?! – el hombre se sorprendió por esa simple palabra – ¿por qué no?
-Porque no quiero…
-Mateo… – su padre lo miró de soslayo – quedamos en que te buscaríamos una secretaria y más vale que elijas una pronto.
El ojiverde suspiró.
-¿Qué tal esta? – su padre le pasó otro currículo – tiene bastantes pasatiempos, le gusta la música clásica, además, tiene cuatro años como asistente de…
-No…
-Mateo…
-No, no quiero – repitió con un semblante molesto – si quieren que tenga quien organice mi agenda, entonces quiero elegir yo…
-Bien… – Julio se recargó en su sillón, cansado del ‘berrinche’ infantil de su hijo – elige – señaló todos los documentos de la mesa y luego se cruzó de brazos.
-No quiero una secretaria – sentenció el castaño.
-Entonces, ¿qué quieres? – preguntó Alberto con curiosidad.
El castaño pensó un momento y una idea loca se cruzó por su mente; sus labios se curvaron ligeramente ante ella, pero podía conseguir algo bueno con ese pensamiento descabellado.
-Quiero un asistente.
-¿Cuál es la diferencia? – preguntó su padre.
-Quiero un chico, varón – el ojiverde levantó una ceja – y que se llame, Rodrigo Fernández.
* * *
Rodrigo estaba en la pequeña oficina que ocupaba, estaba archivando unos papeles y preparando los documentos que acababa de recibir, para ir a entregarlos durante la tarde.
-Rodrigo… – Aracely, la actual secretaria de Alberto se asomó por el marco de la puerta y le sonrió – ¿estás ocupado?
El menor levantó el rostro y sonrió automáticamente al ver a la morena, de cabello rizado ahí, en su pequeño lugar de trabajo – no, no mucho – negó – ¿sucede algo?
-Sí – dijo ella – el jefe Pacheco me ordenó venir por ti, para que me acompañaras a verlo, con urgencia.
El pelinegro se sorprendió por la manera tan seria con la que Aracely habló, pero asintió – dame un momento, por favor – dijo acomodando varias hojas en una pequeña charola, dónde dejaba sus pendientes y cerrando el archivo.
Finalmente, se puso de pie y siguió a la joven. Durante la mayor parte del trayecto, ninguno dijo nada hasta que el menor se dio cuenta que no iban al piso de recursos humanos, sino más arriba.
-Ah… Aracely, creí que veríamos al señor Pacheco…
-Sí – asintió ella – pero está en la sala de juntas, con el presidente.
Rodrigo tembló; eso no pintaba bien para él, posiblemente lo despedirían, aunque no entendía por qué tenía que despedirlo frente al presidente de la disquera. Se mordió el labio, desvió la mirada y un pensamiento cruzó por su mente; posiblemente Mateo se había quejado de su actitud. Estaba consciente que no había sido muy amable con el otro, pero era porque se sentía inquieto y nervioso a su lado; aún así, si lo despedían, seguramente sería para bien, pues al menos ya no pasaría más tiempo sufriendo por sus propias incertidumbres hacia ese hombre de ojos verdes que no podía sacar de su mente y noche a noche se adueñaba de sus sueños.
El elevador se detuvo y Aracely salió con Rodrigo tras ella.
-Hola, Rodrigo – Claudia le sonrió al verlo.
-Hola, Clau – saludó el menor.
-Claudia, el señor Pacheco me pidió que trajera a Rodrigo – indicó la morena.
-Pasen – hizo un ademán permitiéndoles el paso y ella siguió con su trabajo.
Ambos caminaron hacia la puerta de la sala de reunión principal y Aracely tocó la puerta, para anunciarse; cuando le dieron el permiso de pasar, abrió e ingresó, con Rodrigo tras ella.
-Buenas tardes – saludaron ambos al entrar.
-Aquí está Rodrigo, señor Pacheco – la morena sonrió – ¿necesita algo más?
-No, muchas gracias Aracely – el hombre de bigote sonrió – retírate.
-Con permiso…
Ella salió del lugar y Rodrigo sintió que sudaba frío. En la mesa principal, estaban el presidente Julio, el jefe de recursos humanos, Alberto y, a quien menos esperaba mirar, Mateo; los tres lo miraban con seriedad y él no entendía para qué lo habían mandado llamar.
-Rodrigo, siéntate – indicó el de bigotes, señalando una silla que estaba frente a ellos.
Parecía que la habían colocado justo para él, pues no había otras ahí mismo.
El menor caminó hasta ese lugar y se sentó con rapidez; sentía su boca seca y sus piernas temblaban nerviosamente, así que puso sus manos sobre ellas, para evitar el movimiento insistente.
-Rodrigo, tienes dieciocho años – Alberto empezó – apenas tienes seis meses que trabajas con nosotros y al mismo tiempo empezaste la universidad, ¿cierto?
-S… sí – asintió el pelinegro con rapidez.
-¿Que estás estudiando, muchacho? – Julio levantó una ceja.
-Ah… contabilidad, señor…
-¿Por qué elegiste esa carrea? – preguntó Alberto con seriedad.
Rodrigo no pudo ocultar su sorpresa ante la pregunta; se mordió el labio, dudando en qué responder, pero, finalmente, decidió decir la verdad así que, suspiró resignado.
-Realmente, elegí esa carrera, porque es la más barata que hay en la universidad nocturna – explicó – debido a que mi familia no cuenta con mucho dinero, yo pensé en dejar de estudiar y ponerme a trabajar para ayudar a la economía de mi casa, pero mi madre insistió en que siguiera y estudiara una carrera, así que me decidí por esa, por lo menos para terminar, tener un título y conseguir un empleo lo suficientemente remunerable, para ayudar completamente a mi madre y en los estudios de mi hermanita…
-¿Qué era lo que querías estudiar realmente? – preguntó Julio con seriedad.
-Veterinaria… – respondió el menor con debilidad.
Julio y Alberto se miraron entre ellos y después, posaron su vista en Mateo, quien solo les dirigió una mirada seria. Reinó el silencio un momento, hasta que Alberto volvió a hablar.
-Rodrigo, ¿sabes inglés?
-¿Inglés? – preguntó el pelinegro levantando el rostro – pues, un poco sí…
-¿Tendrías problemas en tomar un curso y aprender? – prosiguió el mayor con el interrogatorio.
-No, no realmente – negó – de hecho, en la facultad me dijeron que debía aprender bien ese idioma, porque algunos libros de los siguientes semestres, solo podría encontrarlos en inglés…
-Estudias en la noche, entonces, ¿cómo tendrías tiempo para estudiar más?
-Los domingos – respondió con sinceridad – ya había pensado en ingresar a una escuela privada, pero, como necesito un poco más de dinero para las clases, la inscripción y los libros, aún no lo he hecho…
-Rodrigo… – Julio cruzó las manos sobre el escritorio – hay una vacante que queremos ofrecerte – dijo con seriedad, consiguiendo que el menor lo mirara con asombro – es un empleo muy bien pagado, con todas las prestaciones, pero es un trabajo muy demandante y por lo que nos has dicho, no tienes suficiente experiencia…
El pelinegro pasó saliva con dificultad; un empleo mejor le serviría mucho, aunque no supiera de qué se trataba.
-Yo… – titubeó – si usted me da una oportunidad, pondría mi mayor esfuerzo – aseguró.
-¿Cuándo ingresas a clases? – Alberto levantó una ceja y pasó la mano por su bigote.
-A finales de este mes, señor – respondió con rapidez.
-Significa que tendrías sólo dos semanas para aprender lo necesario y ponerte al corriente con las actividades que debes realizar – prosiguió el hombre – sería mucho trabajo.
-Cómo dije, haré lo que esté a mi alcance para cumplir con sus expectativas…
-Aún no sabes de qué se trata – Julio levantó una ceja.
-Pues… no importa – negó – si creen que puedo hacerlo y me dan la oportunidad, es más que suficiente para mí…
-¿Aunque eso signifique trabajar directamente conmigo? – Mateo por fin habló, pero su mirada verde se cruzó directamente con la mirada castaña de Rodrigo.
El menor se sorprendió ante la pregunta, su corazón se aceleró, sus mejillas tomaron un color ligeramente rojo y sintió que el aire se le iba de los pulmones; sin pensar, sonrió nerviosamente.
-Para mí, sería un placer trabajar con usted, señor Andrade.
Mateo se asombró por la respuesta y sintió que su rostro ardía al ver esa sonrisa en el rostro del menor.
Julio levantó una ceja al ver la actitud del universitario, pero, al mirar a su hijo de soslayo, entendió la razón; era obvio para él lo que sucedía entre ellos dos y en ese momento, comprendía el por qué Mateo se había encaprichado con tener a ese niño de asistente. No le parecía lo más correcto, pero de una u otra manera, eso tenía que llegar a un punto estable, especialmente para su hijo.
-Bien, Rodrigo – Alberto sonrió – mañana o pasado, te diremos a qué conclusión…
-Es tuyo – interrumpió Julio.
-¡¿Qué?! – Alberto se sorprendió y no era el único, ya que tanto Mateo, como Rodrigo, miraron al hombre con sorpresa – ¿estás seguro? – preguntó aún escéptico el de bigotes.
-Sí – asintió el castaño – además, si no se lo damos, me arriesgo a que Mateo siga teniendo problemas con su agenda y no podemos permitir que llegue tarde a las juntas de nuevo – explicó y revisó el reloj de pulsera que usaba – bien, ya es tarde – se puso de pie – Alberto, empieza a buscar un nuevo mensajero y dile a Claudia que quiero que entrene a Rodrigo, es una chica eficiente y sé que no tendrá problemas para seguir con su trabajo normal y ayudar al nuevo asistente de Mateo a ponerse al tanto de las actividades que debe desempeñar – sonrió – yo tengo que irme, pues debo ver a mi esposa, para compensarla por no haber ido a comer con ella…
El castaño mayor se acercó a su hijo y le dio palmaditas en su hombro – pórtate bien – dijo con seriedad – y más vale que mañana vengas a la reunión, a tiempo – especificó.
Sin esperar más, salió de ahí con paso rápido, para ir a su oficina por su maletín.
-Realmente, no me sorprende – Alberto se puso de pie – ‘de tal palo, tal astilla’ – dijo con burla, recordando que eso mismo había ocurrido la primera vez que contrataron a Rodrigo – bien, iré a ver a Claudia y a publicar lo del mensajero – indicó – ¿me acompañarás a ver a los nuevos candidatos de nuevo? – preguntó para Mateo.
-No – dijo con seriedad – tengo muchas cosas que hacer…
-De acuerdo, entonces, lo haré yo solo – suspiró – espera un momento Rodrigo, voy a ver a Claudia.
Alberto salió de la oficina, dejando a Mateo y a Rodrigo a solas; el silencio reinó por un instante, hasta que el ojiverde lo rompió.
-¿Estás seguro de esto? – preguntó con frialdad
-Sí – asintió el menor – después de todo, somos amigos, ¿o no? – indagó con debilidad, temiendo que el otro se negara.
-Creí que te sentías incómodo conmigo.
-No, ¡por supuesto que no! – negó con rapidez – al contrario, yo… pensé que usted se sentía mal al tratar conmigo…
-No, no es así… es solo que… lo que pasó…
-Ya quedó atrás – interrumpió el menor, sintiendo que su rostro ardía, no quería tocar el tema del beso en específico o le sería imposible ocultar lo que ese recuerdo le provocaba.
Una vez más, los dos se quedaron en silencio. Mateo quiso decir algo más, pero Alberto entró a la sala.
-Rodrigo, ven, Claudia va a empezar a decirte lo que tienes que hacer.
-Sí – asintió el pelinegro y se puso de pie – con permiso – dijo para el ojiverde y salió de ahí, yendo al escritorio de la secretaria del presidente.
El castaño se quedó en su lugar y suspiró.
“…después de todo, somos amigos, ¿o no?...”
La frase retumbó en su mente y sintió que le dolía el pecho, pero tenía que poner los pies en la tierra.
-Sí – susurró – sólo somos amigos… y todo, ya quedó atrás – sonrió tristemente.
* * *
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