Prólogo
El invierno en la ciudad era intenso, pero eso no detenía a las personas que vivían en la urbe, yendo y viniendo, debido a las fechas, pues el año terminaba y todos estaban de fiesta.
En uno de los edificios más representativos, que se alzaba en el centro de la ciudad, el interior de un lujoso pent house estaba completamente a oscuras y parecía que el dueño del mismo no se encontraba ahí, pues no hubo mucha actividad durante ese día ni los anteriores.
A las doce de la noche, los fuegos artificiales brillaron en el cielo, anunciando el año nuevo y, un celular empezó a timbrar en la habitación.
Una mano se escabulló entre los edredones que cubrían la enorme cama y a tientas, encontró el aparato en el buró; lo metió entre las mantas y sin salir de ese capullo en el que estaba metido, Mateo revisó la pantalla, observando el número. Colgó sin siquiera responder y, apenas iba a dejar el celular de lado, una nueva llamada entrante lo hizo suspirar; su padre le marcaba, seguramente para saber el por qué no había acompañado a la familia en la cena de año nuevo.
Gruñó y colgó con rapidez pero, una tercera llamada lo hizo enfurecer; se quitó los cobertores de encima, se incorporó sentándose en el colchón, lanzando con fuerza el teléfono contra la pared más cercana, escuchando como se hacía añicos. Agarró el panda de peluche que tenía a un lado, abrazándolo con fuerza y volvió a cubrirse de pies a cabeza con los cobertores.
Tenía desde el 25 de diciembre que se había sumido en la depresión, no había querido ver a nadie y tampoco había salido de su departamento. Había logrado mentirle a su padre, pues le dijo que sí iría a celebrar el nuevo año, pero aunque en ese momento el hombre no podía hacer nada, sabía que al día siguiente, estaría en su departamento, junto con su esposa, para ver qué le ocurría a su único hijo.
Pero no tenía respuesta para eso, ni siquiera entendía el por qué se sentía tan deprimido; ya antes había tenido decepciones, pero no comprendía por qué, en esta ocasión, no podía recuperarse como siempre.
“Pero, cuando dijo el nombre y evocó la imagen correcta, entonces, el hechizo funcionó…”
Las palabras de Rodrigo retumbaron en su mente y se mordió el labio inferior, apretando sus parpados y apretando contra su pecho, el panda que el menor le había regalado en navidad.
-Los hechizos no funcionan – susurró – aunque diga tu nombre y evoque tu imagen, no puedo tenerte cerca… – dijo con tristeza.
A pesar de que lo negó, le dolía el saber que ese niño, que le había robado el corazón, no sentía nada por él.
-¿Por qué…? – suspiró.
Desde que recibió el primer obsequio del intercambio, cuando se dio cuenta que eran sus chocolates favoritos, su mente no podía dejar de pensar en Rodrigo; cada que comía uno, evocaba la imagen de ese chico de cabello negro, su sinceridad cuando lo entrevistó y especialmente, su amabilidad cuando lo seguía por todo el edificio para entregarle sus paquetes, aunque eso le quitara tiempo en sus entregas.
Cuando tuvo entre sus manos las velas, su corazón se aceleró, y su emoción empezó a aumentar, sintiéndose apreciado; por eso, cuando encendió la primera en su habitación y se recostó en la cama, su mente divagó, trayéndole la imagen de Rodrigo e imaginando como sería estar con él. Había sido la primera ocasión que se había masturbado pensando en ese niño y, realmente, lo había disfrutado; aunque admitía que hubiese sido mucho mejor haber probado la realidad.
Con el tercer regalo, se sintió tan emocionado, como cuando vio por primera vez un panda. Se sirvió café y estuvo un largo rato observando la taza en su escritorio, hablando con la misma, diciendo tonterías, tales como “gracias Rodrigo…” “¿que si quiero salir?, por supuesto…” “eres tan dulce…” “¿cómo supiste que me gustan los pandas?” “me has estado observando mucho, ¿eh?” “tú eres como un panda, muy lindo, tierno y adorable…”
Al recibir la bufanda, no dudó en ponérsela en ese mismo lugar. Cuando la tela cubrió su cuello, cerró los ojos y pensó en el pelinegro, imaginando que serían sus brazos los que lo rodeaban para darle calor y sintió que sus mejillas ardían, agradeciendo que se encontraba completamente solo en su oficina, sino, todos se darían cuenta de cómo se sentía al respecto.
Pero todas sus ilusiones se derrumbaron el día del evento; ahí comprendió que todo lo que se había imaginado con ese chico, había sido falso. El niño no lo había hecho por él, sino que era otra persona para la cual iban dirigidos esos obsequios y, por primera vez, tuvo enormes deseos de llorar.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, mantuvo su postura firme; sermoneó a todos los implicados en la estúpida broma y los corrió, después les dejó en claro a los demás, que él no estaba de acuerdo con lastimar los sentimientos de las personas, ni humillar a otros. Estuvo a punto de perder la compostura de no haber sido por su padre, quien llego a su lado, colocando la mano en su hombro para que se calmara y fuera por Rodrigo, mientras él terminaba de regañar a los empleados que quedaban.
Mateo no sabía a dónde había podido ir el menor, pero cuando los guardias le dijeron que no había salido del edificio, pidió ver las cámaras de seguridad y así lo encontró en el techo.
La plática que tuvo con ese niño, solo sirvió para romper más su corazón, entendiendo que jamás se fijaría en él, porque era heterosexual; pero aún así, trató de seguir en su papel, hasta dejarlo en su casa. Cuando se despidieron, Mateo manejo solo por un par de calles más y tuvo que detenerse; sus ojos estaban tan acuosos por las lágrimas, que no podía ver hacia dónde iba. Lloró amargamente y descargó todo su coraje, ira, frustración y sobre todo, decepción, golpeando el volante con todas sus fuerzas, hasta que sus manos quedaron rojas, pero no era suficiente, así que terminó yendo en busca de su mejor amigo.
Cuando Mikhail Aramburo, hijo de un empresario constructor, lo recibió en su departamento y lo vio en tan mal estado, se preocupó. Pero Mateo se reusó a contarle todo con exactitud, hasta que se puso completamente ebrio y le reveló su gran secreto; era gay y, un chiquillo le había roto el corazón.
Mikhail se quedó estupefacto ante la confesión, pero no quiso indagar más, solo se quedó acompañándolo mientras Mateo seguía bebiendo, a sabiendas que el castaño nunca lo hacía, ya que no toleraba el alcohol; cuando se durmió, el pelirrojo tuvo que cargarlo hasta la habitación que en ocasiones, su amigo ocupaba al quedarse a dormir en su departamento, después de una noche de fiesta. En la mañana, el ojiverde tenía una ‘resaca’ que no le permitió levantarse de la cama; el otro estuvo al pendiente de él, aún así, no quiso hablar de lo que había ocurrido, incluso, casi huyó de ese lugar, porque Mikhail lo empezó a presionar para que hablaran de la situación.
Desde entonces no había salido de su departamento, ni siquiera de su habitación; tampoco hacía su rutina y, no se levantaba de la cama, más que para comer lo necesario.
El castaño restregó el rostro en el panda y suspiró.
-Quiero dormir… – dijo en un murmullo – quiero olvidarte… – su voz se quebró.
Un sonido insistente lo hizo gruñir; era el teléfono de su departamento. Esperó a que el silencio volviera y volvió a sacar su mano para descolgar el aparato, así lo dejarían en paz.
* * *
En otro lado de la ciudad, Rodrigo estaba recostado en su cama pero observaba el cielo gracias a que las cortinas de su ventana estaban abiertas; debido a que vivía en una zona habitacional de clase media, no había muchos edificios altos y alcanzaba a ver, desde ahí, los fuegos artificiales.
Su mamá y hermana se habían ido a dormir temprano; siendo el primer año nuevo que pasaban sin su padre, no quisieron quedarse a festejar.
El pelinegro suspiró; desde navidad, su mente no dejaba que se concentrara en nada, ni siquiera podía dormir en paz. Todo lo que había ocurrido en su trabajo le había dolido, pero, había algo que le inquietaba y era la decepción en la mirada de Mateo. Cerró los ojos y rápidamente evocó esa noche.
“Cierra los ojos, piensa en quien quieras, no me importa…”
La mano de Rodrigo se movió y con sus dedos, rozó sus labios; incluso su propio toque era más notorio que el beso que había recibido de su jefe y eso era algo que le provocaba un sentimiento de inquietud. En el fondo, había esperado un verdadero beso, justo como los que miraba en las películas, después de todo, era su primer beso.
Apretó la mandíbula y movió el rostro hacia un lado, apenado; sentía su rostro arder y posiblemente estaba rojo como un tomate. Nunca se lo dijo a nadie, pero debido a que no era tan popular en la escuela, no tuvo una novia y nunca había tenido la oportunidad de besar a nadie; por eso, no podía sacar de su mente el beso que Mateo le había dado y lo recordaba continuamente.
Estiró la mano y buscó en el cajón del buró, sacando con cuidado el libro que había recibido en el intercambio, buscando en medio de las páginas, un pequeño sobre en tono verde aqua; lo sacó con cuidado y encendió la pequeña lámpara que estaba a su lado, para leer la misiva. Era la carta que estaba dentro del regalo que Mateo le había dado la última vez.
“Lamento no haber podido encontrar un regalo más adecuado, que pudiera demostrar mi agradecimiento por lo que tú me has dado, pero, espero que esto te sirva en tus estudios… ojalá podamos platicar más a menudo y conocernos mejor…
Atte: Mateo Andrade”
El pelinegro suspiró con tristeza y observó la computadora portátil en su escritorio. No la había tocado desde que la abrió; se sentía tan apenado que no tenía el valor moral para usarla.
-Lamento haberlo decepcionado… – suspiró y guardó la pequeña nota en su sobre, en el libro y, nuevamente en el buró – pero supongo que, ya no podremos conocernos mejor – dijo en un murmullo, al cerrar el cajón.
A pesar de que había aceptado quedarse en el trabajo, no sabía si tendría cara para ver a su jefe y menos, después de esos días en los que, sin querer, había soñado con él; en sus sueños, ese beso era un poco más atrevido que el que Mateo le había dado y no obstante que se sentía asustado, realmente lo disfrutaba.
Pasó la mano por su cabello, estrujando los mechones rebeldes y negó.
-¿Qué me pasa? – dijo con seriedad – yo no soy gay – aseguró – es solo que, fue algo impactante por cómo sucedieron las cosas, nada más – trató de sonar seguro sin conseguirlo del todo – no hay nada que decir o hacer… mejor, solo lo olvido – sonrió con tristeza – seguramente él ya lo olvidó también…
Apagó la lámpara y cerró sus ojos, tenía que dormir, o al menos intentarlo, aunque últimamente tardaba mucho tiempo en conciliar el sueño.
“…a mi no me gustan mucho las rosas…”
-¿Qué flores le gustarán? – murmuró sin pensar – tengo que buscar la manera de saberlo y regalarle unas o quizá…
Al darse cuenta que seguía pensando en lo mismo, se asustó; jaló su almohada y la colocó sobre su rostro, para ahogar su grito de frustración y enterró los dedos en la suave tela, moviéndola con rapidez y dándose golpes con ella en su cara.
Realmente no entendía qué le estaba sucediendo, pero no era él mismo y sentía que la situación lo había superado; lo peor era que le gustaba lo que sentía.
-¿Por qué…? – se preguntó aún con la almohada sobre su rostro – ¿por qué tenía que ser él? – prosiguió con sus cuestionamientos – ¿por qué tiene que ser tan lindo? Tan dulce… tan suave – sonrió con algo de ilusión – es… perfecto…
No podía negarlo, realmente algo le había hecho Mateo; con ese beso que el ojiverde le dio, le había robado más que su razón.
-Si estuviéramos en un videojuego, ya estaría a tus pies, debido a que yo soy débil ante la magia y tú… – cerró los parpados y evocó la imagen de su jefe – eres un hechicero experto, que ha tomado con un simple beso lo único que podía ofrecerte… mi corazón…
* * *
El invierno en la ciudad era intenso, pero eso no detenía a las personas que vivían en la urbe, yendo y viniendo, debido a las fechas, pues el año terminaba y todos estaban de fiesta.
En uno de los edificios más representativos, que se alzaba en el centro de la ciudad, el interior de un lujoso pent house estaba completamente a oscuras y parecía que el dueño del mismo no se encontraba ahí, pues no hubo mucha actividad durante ese día ni los anteriores.
A las doce de la noche, los fuegos artificiales brillaron en el cielo, anunciando el año nuevo y, un celular empezó a timbrar en la habitación.
Una mano se escabulló entre los edredones que cubrían la enorme cama y a tientas, encontró el aparato en el buró; lo metió entre las mantas y sin salir de ese capullo en el que estaba metido, Mateo revisó la pantalla, observando el número. Colgó sin siquiera responder y, apenas iba a dejar el celular de lado, una nueva llamada entrante lo hizo suspirar; su padre le marcaba, seguramente para saber el por qué no había acompañado a la familia en la cena de año nuevo.
Gruñó y colgó con rapidez pero, una tercera llamada lo hizo enfurecer; se quitó los cobertores de encima, se incorporó sentándose en el colchón, lanzando con fuerza el teléfono contra la pared más cercana, escuchando como se hacía añicos. Agarró el panda de peluche que tenía a un lado, abrazándolo con fuerza y volvió a cubrirse de pies a cabeza con los cobertores.
Tenía desde el 25 de diciembre que se había sumido en la depresión, no había querido ver a nadie y tampoco había salido de su departamento. Había logrado mentirle a su padre, pues le dijo que sí iría a celebrar el nuevo año, pero aunque en ese momento el hombre no podía hacer nada, sabía que al día siguiente, estaría en su departamento, junto con su esposa, para ver qué le ocurría a su único hijo.
Pero no tenía respuesta para eso, ni siquiera entendía el por qué se sentía tan deprimido; ya antes había tenido decepciones, pero no comprendía por qué, en esta ocasión, no podía recuperarse como siempre.
“Pero, cuando dijo el nombre y evocó la imagen correcta, entonces, el hechizo funcionó…”
Las palabras de Rodrigo retumbaron en su mente y se mordió el labio inferior, apretando sus parpados y apretando contra su pecho, el panda que el menor le había regalado en navidad.
-Los hechizos no funcionan – susurró – aunque diga tu nombre y evoque tu imagen, no puedo tenerte cerca… – dijo con tristeza.
A pesar de que lo negó, le dolía el saber que ese niño, que le había robado el corazón, no sentía nada por él.
-¿Por qué…? – suspiró.
Desde que recibió el primer obsequio del intercambio, cuando se dio cuenta que eran sus chocolates favoritos, su mente no podía dejar de pensar en Rodrigo; cada que comía uno, evocaba la imagen de ese chico de cabello negro, su sinceridad cuando lo entrevistó y especialmente, su amabilidad cuando lo seguía por todo el edificio para entregarle sus paquetes, aunque eso le quitara tiempo en sus entregas.
Cuando tuvo entre sus manos las velas, su corazón se aceleró, y su emoción empezó a aumentar, sintiéndose apreciado; por eso, cuando encendió la primera en su habitación y se recostó en la cama, su mente divagó, trayéndole la imagen de Rodrigo e imaginando como sería estar con él. Había sido la primera ocasión que se había masturbado pensando en ese niño y, realmente, lo había disfrutado; aunque admitía que hubiese sido mucho mejor haber probado la realidad.
Con el tercer regalo, se sintió tan emocionado, como cuando vio por primera vez un panda. Se sirvió café y estuvo un largo rato observando la taza en su escritorio, hablando con la misma, diciendo tonterías, tales como “gracias Rodrigo…” “¿que si quiero salir?, por supuesto…” “eres tan dulce…” “¿cómo supiste que me gustan los pandas?” “me has estado observando mucho, ¿eh?” “tú eres como un panda, muy lindo, tierno y adorable…”
Al recibir la bufanda, no dudó en ponérsela en ese mismo lugar. Cuando la tela cubrió su cuello, cerró los ojos y pensó en el pelinegro, imaginando que serían sus brazos los que lo rodeaban para darle calor y sintió que sus mejillas ardían, agradeciendo que se encontraba completamente solo en su oficina, sino, todos se darían cuenta de cómo se sentía al respecto.
Pero todas sus ilusiones se derrumbaron el día del evento; ahí comprendió que todo lo que se había imaginado con ese chico, había sido falso. El niño no lo había hecho por él, sino que era otra persona para la cual iban dirigidos esos obsequios y, por primera vez, tuvo enormes deseos de llorar.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, mantuvo su postura firme; sermoneó a todos los implicados en la estúpida broma y los corrió, después les dejó en claro a los demás, que él no estaba de acuerdo con lastimar los sentimientos de las personas, ni humillar a otros. Estuvo a punto de perder la compostura de no haber sido por su padre, quien llego a su lado, colocando la mano en su hombro para que se calmara y fuera por Rodrigo, mientras él terminaba de regañar a los empleados que quedaban.
Mateo no sabía a dónde había podido ir el menor, pero cuando los guardias le dijeron que no había salido del edificio, pidió ver las cámaras de seguridad y así lo encontró en el techo.
La plática que tuvo con ese niño, solo sirvió para romper más su corazón, entendiendo que jamás se fijaría en él, porque era heterosexual; pero aún así, trató de seguir en su papel, hasta dejarlo en su casa. Cuando se despidieron, Mateo manejo solo por un par de calles más y tuvo que detenerse; sus ojos estaban tan acuosos por las lágrimas, que no podía ver hacia dónde iba. Lloró amargamente y descargó todo su coraje, ira, frustración y sobre todo, decepción, golpeando el volante con todas sus fuerzas, hasta que sus manos quedaron rojas, pero no era suficiente, así que terminó yendo en busca de su mejor amigo.
Cuando Mikhail Aramburo, hijo de un empresario constructor, lo recibió en su departamento y lo vio en tan mal estado, se preocupó. Pero Mateo se reusó a contarle todo con exactitud, hasta que se puso completamente ebrio y le reveló su gran secreto; era gay y, un chiquillo le había roto el corazón.
Mikhail se quedó estupefacto ante la confesión, pero no quiso indagar más, solo se quedó acompañándolo mientras Mateo seguía bebiendo, a sabiendas que el castaño nunca lo hacía, ya que no toleraba el alcohol; cuando se durmió, el pelirrojo tuvo que cargarlo hasta la habitación que en ocasiones, su amigo ocupaba al quedarse a dormir en su departamento, después de una noche de fiesta. En la mañana, el ojiverde tenía una ‘resaca’ que no le permitió levantarse de la cama; el otro estuvo al pendiente de él, aún así, no quiso hablar de lo que había ocurrido, incluso, casi huyó de ese lugar, porque Mikhail lo empezó a presionar para que hablaran de la situación.
Desde entonces no había salido de su departamento, ni siquiera de su habitación; tampoco hacía su rutina y, no se levantaba de la cama, más que para comer lo necesario.
El castaño restregó el rostro en el panda y suspiró.
-Quiero dormir… – dijo en un murmullo – quiero olvidarte… – su voz se quebró.
Un sonido insistente lo hizo gruñir; era el teléfono de su departamento. Esperó a que el silencio volviera y volvió a sacar su mano para descolgar el aparato, así lo dejarían en paz.
* * *
En otro lado de la ciudad, Rodrigo estaba recostado en su cama pero observaba el cielo gracias a que las cortinas de su ventana estaban abiertas; debido a que vivía en una zona habitacional de clase media, no había muchos edificios altos y alcanzaba a ver, desde ahí, los fuegos artificiales.
Su mamá y hermana se habían ido a dormir temprano; siendo el primer año nuevo que pasaban sin su padre, no quisieron quedarse a festejar.
El pelinegro suspiró; desde navidad, su mente no dejaba que se concentrara en nada, ni siquiera podía dormir en paz. Todo lo que había ocurrido en su trabajo le había dolido, pero, había algo que le inquietaba y era la decepción en la mirada de Mateo. Cerró los ojos y rápidamente evocó esa noche.
“Cierra los ojos, piensa en quien quieras, no me importa…”
La mano de Rodrigo se movió y con sus dedos, rozó sus labios; incluso su propio toque era más notorio que el beso que había recibido de su jefe y eso era algo que le provocaba un sentimiento de inquietud. En el fondo, había esperado un verdadero beso, justo como los que miraba en las películas, después de todo, era su primer beso.
Apretó la mandíbula y movió el rostro hacia un lado, apenado; sentía su rostro arder y posiblemente estaba rojo como un tomate. Nunca se lo dijo a nadie, pero debido a que no era tan popular en la escuela, no tuvo una novia y nunca había tenido la oportunidad de besar a nadie; por eso, no podía sacar de su mente el beso que Mateo le había dado y lo recordaba continuamente.
Estiró la mano y buscó en el cajón del buró, sacando con cuidado el libro que había recibido en el intercambio, buscando en medio de las páginas, un pequeño sobre en tono verde aqua; lo sacó con cuidado y encendió la pequeña lámpara que estaba a su lado, para leer la misiva. Era la carta que estaba dentro del regalo que Mateo le había dado la última vez.
“Lamento no haber podido encontrar un regalo más adecuado, que pudiera demostrar mi agradecimiento por lo que tú me has dado, pero, espero que esto te sirva en tus estudios… ojalá podamos platicar más a menudo y conocernos mejor…
Atte: Mateo Andrade”
El pelinegro suspiró con tristeza y observó la computadora portátil en su escritorio. No la había tocado desde que la abrió; se sentía tan apenado que no tenía el valor moral para usarla.
-Lamento haberlo decepcionado… – suspiró y guardó la pequeña nota en su sobre, en el libro y, nuevamente en el buró – pero supongo que, ya no podremos conocernos mejor – dijo en un murmullo, al cerrar el cajón.
A pesar de que había aceptado quedarse en el trabajo, no sabía si tendría cara para ver a su jefe y menos, después de esos días en los que, sin querer, había soñado con él; en sus sueños, ese beso era un poco más atrevido que el que Mateo le había dado y no obstante que se sentía asustado, realmente lo disfrutaba.
Pasó la mano por su cabello, estrujando los mechones rebeldes y negó.
-¿Qué me pasa? – dijo con seriedad – yo no soy gay – aseguró – es solo que, fue algo impactante por cómo sucedieron las cosas, nada más – trató de sonar seguro sin conseguirlo del todo – no hay nada que decir o hacer… mejor, solo lo olvido – sonrió con tristeza – seguramente él ya lo olvidó también…
Apagó la lámpara y cerró sus ojos, tenía que dormir, o al menos intentarlo, aunque últimamente tardaba mucho tiempo en conciliar el sueño.
“…a mi no me gustan mucho las rosas…”
-¿Qué flores le gustarán? – murmuró sin pensar – tengo que buscar la manera de saberlo y regalarle unas o quizá…
Al darse cuenta que seguía pensando en lo mismo, se asustó; jaló su almohada y la colocó sobre su rostro, para ahogar su grito de frustración y enterró los dedos en la suave tela, moviéndola con rapidez y dándose golpes con ella en su cara.
Realmente no entendía qué le estaba sucediendo, pero no era él mismo y sentía que la situación lo había superado; lo peor era que le gustaba lo que sentía.
-¿Por qué…? – se preguntó aún con la almohada sobre su rostro – ¿por qué tenía que ser él? – prosiguió con sus cuestionamientos – ¿por qué tiene que ser tan lindo? Tan dulce… tan suave – sonrió con algo de ilusión – es… perfecto…
No podía negarlo, realmente algo le había hecho Mateo; con ese beso que el ojiverde le dio, le había robado más que su razón.
-Si estuviéramos en un videojuego, ya estaría a tus pies, debido a que yo soy débil ante la magia y tú… – cerró los parpados y evocó la imagen de su jefe – eres un hechicero experto, que ha tomado con un simple beso lo único que podía ofrecerte… mi corazón…
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