Capítulo XI
A la hora de salida Mateo no quiso que Rodrigo usara su propio automóvil, así que se fueron juntos al departamento. El pelinegro iba tan emocionado, como nervioso, incluso, sin que Mateo lo supiera, antes de volver a la oficina, había pasado por una farmacia y había comprado unos condones.
Al llegar a la recepción el guardia detuvo a Mateo, así que el menor esperó a su jefe a algunos pasos.
-Vamos… – anunció el castaño con una gran sonrisa y sujetó el brazo de Rodrigo, llevándolo al elevador.
Cuando la pareja estuvo en el panorámico, el ojiverde empujó al universitario contra el cristal y lo besó con demanda, consiguiendo que Rodrigo se sorprendiera más. Cuando se alejó, el mayor sonrió.
-Pareces muy tenso – le guiñó un ojo – relájate, no va a suceder nada malo…
El menor pasó saliva y asintió débilmente, no podía hablar y todo su cuerpo se encontraba temblando.
Al llegar al último piso, Mateo abrió la puerta y le permitió el paso a su departamento; Rodrigo entró y se encontró con que otras personas estaban ahí. Había unos hombres que parecían meseros, arreglando la mesa del comedor, preparándola para la cena.
-Buenas noches – dijeron al ver a los recién llegados.
-Buenas noches – saludó el ojiverde, Rodrigo no dijo nada, pues parecía estar mudo – ¿ya está la cena? – indagó el mayor.
-En un momento más, señor – dijo uno de ellos.
-Bien, nos da tiempo de ir a ponernos más cómodos…
Mateo sujetó la mano de Rodrigo, entrelazando sus dedos y lo guio a su habitación – avísenos cuando podamos salir a cenar – sonrió y apresuró los pasos.
El universitario parecía cohibido y el mayor se daba cuenta, así que decidió tratar de que se sintiera más a gusto. Al llegar a la habitación, el ojiverde le quitó la mochila a su asistente, donde suponía que llevaba sus cosas y la dejó en el sillón que seguía cerca de la cama, después lo llevó al lado de esta y lo lanzó contra la misma, de espaldas. Cuando cayó, Rodrigo pareció salir de ese extraño trance en el que estaba; se incorporó un poco, recargándose en sus codos y abrió los ojos con sorpresa al ver como Mateo se quitaba el saco y la corbata, acercándose a él, subiéndose a la cama y acomodándose entre las piernas del menor que respiraba agitado.
-Pareces nervioso, Rodry – sonrió y lo empujó con la mano, recostándolo en la cama, inclinándose hasta él y besándolo.
El universitario correspondió al beso, le gustaba esa sensación, le gustaba la lengua de Mateo jugando con la suya y especialmente, se sentía completamente feliz, de sentirlo sobre su cuerpo, con las manos traviesas buscando la manera de meterse bajo la ropa.
-Mateo… – musitó el pelinegro, cuando el otro se alejó de su boca.
-Eso se escuchó lindo – sentenció el castaño con diversión – vuelve a decir mi nombre, Rodrigo – pidió con deseo y bajó al cuello, besándolo con mayor ansiedad de lo que se había permitido en la oficina.
-Mat… Mateo… – gimió el universitario al sentir la mordida juguetona en el centro de su garganta, sobre la nuez de adán.
Las manos del ojiverde se movían con desespero, acariciando por encima de la ropa, desabrochando el saco, la camisa, aflojando la corbata – Rodrigo… – sonrió y se incorporó – ¿sabes cuantas veces has sido mío en mis sueños? – preguntó con algo de ansiedad.
El pelinegro negó lentamente, parecía hipnotizado por los ojos verdes de su jefe.
-Tantas, que ya perdí la cuenta – gruñó Mateo – pero esta noche, voy a hacer mis fantasías realidad – aseguró.
Rodrigo sintió que su cuerpo ardía por esa declaración, estaba por responder, cuando unos golpes en la puerta lo sacaron de su ensoñación.
-Señor Andrade… – se escuchó la voz seria fuera de la habitación – la cena está servida…
-Pero, será después de la cena – anunció el ojiverde para Rodrigo – ¡ya vamos! – levantó la voz.
Mateo se incorporó y se alejó de la cama, ofreciéndole la mano a su compañero, para ayudarle a incorporarse.
-Ah… – el menor se sentó, pasó la mano por su entrepierna, pues su erección había despertado – yo… necesito unos minutos… – pidió avergonzado.
El mayor se inclinó hasta él y lo besó una vez más – te espero en el comedor – dijo divertido y se alejó.
Cuando el ojiverde salió de la alcoba, Rodrigo pasó las manos por su cabello – ¡demonios! – dijo en un murmullo, dejándose caer en la cama y hundiéndose en el colchón, con una risa temblando en sus labios – es… tan… perfecto… – musitó.
Por un momento, su mano se movió serpenteando, bajando por su torso hasta su entrepierna, rozó por encima de su pantalón, pero antes de iniciar un toque más profundo se detuvo; apretó su puño y lo acercó a su rostro.
-No… debo esperarlo… – respiró profundamente, tratando de calmar su agitación, había decidido dejar que Mateo lo guiara y no iba a dar marcha atrás.
* * *
El ojiverde estaba sentado en la mesa, bebiendo un poco de té helado; él también estaba nervioso, aunque trataba de mantenerse tranquilo. Se puso de pie de inmediato, al escuchar a Rodrigo llegar; el universitario sonrió nervioso y se acercó. Mateo movió la silla para que se sentara y el pelinegro aceptó el ofrecimiento.
-Sirva, por favor – pidió el mayor para uno de los meseros.
Dos hombres se retiraron rápidamente, mientras un tercero, se colocaba al lado de Rodrigo – ¿le ofrezco algo de beber, joven? – preguntó cordial – ¿té, agua, jugo, vino?
-Ah… nunca he tomado alcohol – dijo nervioso – supongo que agua o té, estará bien.
Mateo sonrió de lado – sírvale un poco de vino – pidió – y a mí también – dejó el vaso de té a un lado.
El sujeto asintió y fue a servir un par de copas con vino; los dos que se habían ido, volvieron con un par de charolas y dejaron unos platos frente a la pareja. Rodrigo miró a Mateo de soslayo.
-No me mires así – dijo el ojiverde – es solo ‘siew yhok’, es decir cerdo asado, con su salsa ‘hoisin’ – sujetó una pequeña rodaja de carne con unos palillos y la sumergió en el pequeño contenedor extra, antes de comerla casi de un bocado – y también ‘chow mein’ de res – sonrió, acercando los palillos a la pasta para comerla rápidamente.
-Fideos… – Rodrigo miró el plato con ilusión – te gustan los fideos…
-¿Tiene algo de malo? – indagó el castaño, comiendo algo de ellos.
-No, pero es curioso que sea lo único que te guste para comer – dijo divertido, empezando a degustarlos también.
En ese momento recibieron las copas con vino y el universitario la vio con algo de duda; Mateo le dio un ligero sorbo, con ello, Rodrigo se sintió en confianza para hacer lo mismo.
-Ya te lo dije – sentenció el ojiverde, satisfecho de ver que el menor lo imitaba – me gustan muchas cosas de China, no solo los pandas…
-Pero tu mamá no quiere que comas solo fideos – regañó el pelinegro, siguiendo con la comida.
-No me recuerdes a mi madre en este momento – suspiró el ojiverde.
-Pero ella te quiere mucho…
-Eso no lo niego – Mateo lo miró de soslayo – pero aún me sigue viendo como un bebé y es algo que no me gusta…
-Si no te cuidas tú, alguien más tiene que cuidarte – Rodrigo dio otro trago a la copa de vino.
-Tienes razón – el ojiverde bebió más de su té, dejando de lado el vino, sin que el universitario lo notara – alguien más tiene que cuidarme… ¿te interesa el trabajo?
-No – negó el menor, sorprendiendo a su jefe – no quiero que sea trabajo – fijó su mirada castaña en el otro – quiero hacerlo porque te quiero – sentenció – y sé que puedo cuidarte mejor que otros…
Mateo rió – ¿lo dices por Misha y Dima?
-Sí, por ellos y por cualquiera – bebió rápidamente lo que quedaba de vino.
El ojiverde sonrió – de acuerdo, acepto…
-¿Qué cosa? – preguntó el universitario confundido.
-Acepto ser tu pareja, ¿no es eso lo que quieres decir?
Rodrigo pasó saliva con dificultad; era algo que quería pedirle a Mateo, pero no de esa manera tan, simple.
-¿Mas vino, joven? – indagó el mesero.
El pelinegro asintió y acercó la copa, sin decir una palabra.
-Solo una más – anunció Mateo – no quiero que bebas demasiado – sonrió divertido, tomando un poco de té.
* * *
La cena la terminaron con poca plática de sobremesa, pues Rodrigo parecía algo nervioso y cohibido, a pesar de que Mateo le había dejado beber más de lo que dijo al principio, para que se relajara. Después de un postre de helado frito, el mayor dejó al servicio a cargo de limpiar, pues ya tenían órdenes y guio a su pareja a la habitación.
Al estar cerca de la cama, Mateo abrazó a Rodrigo y lo besó con lentitud, una caricia dulce y suave, sin precipitarse, disfrutando los labios y saboreando el vino que había bebido el otro; el universitario cerró los parpados, tratando de dejarse llevar, pero momentos después, lo alejó.
-No…
-¿No qué? – indagó el ojiverde confundido.
-Así no… – respondió el menor, abrazando a Mateo y hundiendo el rostro en el cuello – es más rico, cuando lo haces más rudo – confesó en un murmullo – me gusta de esa manera… – repitió – cuando me guías… cuando tienes el control…
El castaño se sorprendió por esa confesión, pero un momento después sonrió y lo abrazó con fuerza – de acuerdo… – aceptó en un murmullo – hagámoslo como quieres…
Mateo recostó a Rodrigo en la cama y empezó a desvestirlo en medio de caricias y besos demandantes; las manos del castaño se movían con destreza, desnudando el cuerpo del otro, que se erizaba con suma rapidez ante los roces que recibía.
En cuanto el universitario estuvo completamente desnudo, Mateo, aun con su ropa puesta, empezó a bajar por el joven cuerpo, repasando con labios y lengua la piel; Rodrigo se mordió los nudillos, evitando gemir con fuerza y eso le molestó al ojiverde.
-No – Mateo se incorporó y lo sujetó de las muñecas, alejando las manos del rostro del menor – si vamos a hacerlo a mi modo, quiero escucharte.
-Pero… – la voz del pelinegro apenas se escuchó.
Mateo no dejó que replicara; ver el sonrojo en el rostro de Rodrigo y esa actitud tímida y nerviosa, lo excitaba. Una vez más lo besó, disfrutando la dulzura del vino, mezclada con el sabor del universitario; al alejarse, se relamió los labios, sonrió y bajó por el cuerpo, pero esta vez escuchando los gemidos ansiosos. Al llegar al sexo erecto del universitario, se entretuvo jugando con él; su lengua repasó la piel suave y el sabor le pareció un poco extraño, quizá debieron asearse primero, pero ya no estaba dispuesto a esperar más. Jugó un poco con el prepucio y succionó el glande, moviendo la lengua de forma juguetona; jamás lo había hecho, pero por ser Rodrigo, se estaba esforzando y demás estaba decir que lo estaba disfrutando también.
El menor se perdió en las caricias, jamás había sentido algo así y lo poco que se había masturbado, no lo había disfrutado tanto. Su cuerpo reaccionaba a su jefe, ondulándose ante cada toque, lamida y roce; sus gemidos aumentaron de volumen y su espalda se arqueaba o se hundía en el colchón de manera intermitente, fue entonces que lo sintió.
-Mateo… – llamó con ansiedad, estrujando las sabanas bajo su cuerpo, enterrando las uñas en ellas – detente… – pidió a media voz y apretó la mandíbula – deten… te… – suplicó y movió las piernas, tratando de que el mayor se alejara.
El ojiverde sujetó los muslos con sus manos y empezó a succionar con más ahínco, sabía lo que iba a ocurrir y no iba a detenerse hasta conseguir cumplir todas sus fantasías con ese niño.
-¡Mateo! – el nombre precedió a un gemido ahogado y Rodrigo llevó las manos a su cabello, estrujando sus propios mechones con desespero, pues no pudo contenerse más y llegó al orgasmo.
El castaño se incorporó e hizo un gesto de desagrado – eso no sabe tan bien, como imaginaba – se burló, pasando la mano por su boca, limpiando la saliva y el semen que había escurrido, mientras hacía su trabajo.
-Lo… lo siento… – gimió el pelinegro.
Mateo se inclinó y limpió un par de lágrimas que habían escapado de los ojos castaños – ¿por qué lloras? – indagó con preocupación.
-Eso… estuvo… – una débil sonrisa se dibujó en los labios de Rodrigo – rico… – musitó.
El ojiverde sonrió satisfecho por esas palabras – bien es hora de lo más importante – le dio un beso en los labios y se alejó – descansa un momento – se levantó de la cama y terminó de desnudarse, pues él solo había desabrochado su camisa y pantalón, pero no se los había quitado. Dejó la ropa en el piso y abrió su gaveta con rapidez, sonriendo satisfecho al encontrar lo que buscaba, un pequeño botecito de lubricante y varios paquetes de condones.
Sacó los objetos y los colocó sobre el colchón después, regresó y se subió a la cama, no sin antes haber destapado el bote de lubricante; sonrió al ver que Rodrigo dormitaba, posiblemente por lo que había ocurrido antes y por haber bebido en la cena. Volvió a besar al menor en los labios, mientras se acomodaba entre las piernas de este; una de sus manos se introdujo en el líquido viscoso y se movió con sigilo, acercándose a la entrada oculta. El pelinegro reaccionó un poco y gimió contra la boca del mayor, aunque al sentir un dedo tocando de manera indecente en su trasero, se tensó de inmediato.
-No… – susurró el ojiverde – relájate – pidió con suavidad.
Rodrigo tembló – es que… es extraño… – musitó.
-Solo, cierra los ojos – indicó repartiendo besos en el rostro – respira profundo y déjate llevar…
El universitario hizo lo que el otro le dijo, cerró los parpados, respiró profundamente y se relajó, lo suficiente para que un dedo entrara sin problemas, pero al sentirlo dentro, volvió a tensarse. Mateo sintió como el interior de su pareja apresaba su dedo y relamió sus labios con deseo, imaginando lo que sería sentir esa presión en su sexo, pero no se atrevió a experimentarlo todavía, debía ser paciente y esperar.
El dígito intruso se movió lentamente, acariciando las paredes internas, impregnando con el lubricante todo lo que podía, mientras un segundo dedo intentaba entrar, humedeciendo por fuera con el líquido viscoso.
Rodrigo se abrazó a los hombros del mayor y arqueó su espalda al sentir el segundo dedo abrirse paso en su interior – se siente… raro… – dijo en un murmullo, cerca de la oreja del otro – está… húmedo… – dijo con vergüenza, pensando que era algo malo la humedad que sentía y resbalaba entre sus nalgas.
-Está bien – Mateo le besó la mejilla – es lubricante – explicó – así no te dolerá…
Apenas terminó de decir esas palabras de aliento, cuando Rodrigo gimió y su cuerpo se tensó completamente; el ojiverde había acariciado un lugar especial, que le hizo experimentar un placer difícil de definir.
-¿Te gustó? – indagó el mayor, al sentir los estremecimientos en el cuerpo del pelinegro, tanto por dentro, como por fuera.
-S… sí…
Mateo se incorporó, y, con su mano libre, acercó el bote de lubricante y esparció un poco más del mismo, con ello, un tercer dedo pudo ser introducido, aunque aún había sido con algo de dificultad.
Los dedos del castaño se movían en el interior del universitario y este, se revolvía contra la cama, gimiendo cada vez con mayor fuerza.
-Mateo… – llamó el pelinegro y extendió las manos hacia el otro, llamándolo – ven… por favor… – suplicó con ojos llorosos.
El ojiverde le obedeció, inclinándose para besar los labios que se le ofrecían con sumisión y una danza húmeda empezó con sus lenguas; Rodrigo movía sus piernas, acariciando los costados del mayor de manera insinuante y cuando rompieron el beso, no pudo más.
-Mateo… – el pelinegro buscó la mirada verde – entra… – pidió con ansiedad – necesito sentir… lo que es… hacer el amor contigo…
El castaño pasó saliva ante esa petición tan dulcemente atrevida; su respiración se descompasó y sonrió con lujuria.
-Bien… – asintió – hagámoslo despacio, para que no te duela…
Mateo dejó a Rodrigo completamente recostando en el colchón, mientras él se incorporaba; retiró los dedos y estiró la mano, agarrando un condón, abriéndolo y colocándoselo con rapidez. Él también estaba excitado, pues preparar al menor y disfrutar no solo de los gemidos que escapaban de su garganta, sino de sus gestos de placer, lo habían mantenido sumamente deseoso.
Rodrigo observó cómo su ‘jefe’ se colocaba el condón y se mordió el labio, le gustaba lo que miraba, pues aunque solo se había imaginado como sería, la realidad, era mucho mejor; de solo imaginar que pronto sentiría al mayor dentro, igual que había disfrutado sus dedos, le producía un hormigueo en su estómago bastante inusual.
El ojiverde volvió a acomodarse entre las piernas de su asistente y se sostuvo con sus manos contra el colchón, cerca del rostro del menor – mírame – pidió a media voz – Rodrigo, mírame – repitió con voz más grave por el deseo que lo estaba invadiendo.
El pelinegro abrió los ojos y fijó su mirada castaña en su compañero, justo como el otro había pedido.
Una mano de Mateo se movió, sujetándolo por la cintura y moviéndose con sensualidad por la cadera, hasta la parte posterior, levantándolo ligeramente, su sexo presionó la entrada húmeda por el lubricante y sonrió – te amo… – dijo con sinceridad.
Las mejillas del menor se tiñeron de rojo inmediatamente, quiso decir algo, pero el otro no lo permitió, besándolo con demanda y moviendo la cadera lentamente, para penetrarlo. Rodrigo se aferró a los hombros del castaño y empezó a gemir con desespero, aún en medio del beso, sintiendo como el otro se abría paso con cierta facilidad en su interior, ya que el líquido viscoso que había vertido ahí le facilitaba el trabajo, pero no lo suficiente, pues el grosor era mayor que los tres dedos que había usado para estimularlo.
Mateo se alejó, bajando por el cuello, besando, lamiendo, dejando pequeñas mercas rojizas que difícilmente serían cubiertas por las camisas y después, mordisqueó el lóbulo de la oreja – ahora que ya estoy dentro – anunció entre dientes – ¿quieres que me mueva? – preguntó con suavidad.
-Sí… – Rodrigo gimoteó – muévete… – pidió con ansiedad.
El castaño empezó a mover la cadera, lentamente, disfrutando la sensación de presión, la manera en que su compañero se rendía poco a poco a él; estaba envolviéndose en la lujuria y la tibieza que desprendía el cuerpo bajo el suyo, sintiendo como se estremecía y buscaba la manera de recibirlo con mayor libertar. Las manos del pelinegro pasaron de los hombros a su espalda, presionando con las yemas de los dedos y después, cuando el ojiverde cambió de ritmo, iniciando un movimiento más rápido sintió como en el vaivén, estimulaba esa parte en su interior que tanto le había fascinado y sus uñas arañaron la piel; los gemidos del universitario aumentaron de volumen y su voz salió con mayor libertad, permitiéndole a Mateo escuchar cómo le exigía cada vez más.
El mayor disfrutó de esas caricias rudas en su espalda, a sabiendas que era una reacción producida por él mismo, al darle placer a Rodrigo; se sostuvo con una mano contra el colchón y la otra se movió entre ambos cuerpos, yendo a estimular la erección olvidada del pelinegro. Al sentir la mano traviesa, estimulando su sexo, el universitario tembló.
-No… – pidió con temor – no… – repitió sintiendo que su mente se estaba nublando con rapidez, pronto iba a dejar de pensar coherentemente.
Mateo se dio cuenta de la situación y lo besó antes de alejarse, quedando hincado entre las delgadas piernas y sin dejar de penetrarlo, lo masturbó con maestría.
Rodrigo se aferró a la funda de la almohada que estaba bajo su cabeza y gritó el nombre de su amante mientras llegaba al orgasmo, sintiendo que alcanzaba el cielo. Su cuerpo se estremeció, y Mateo apretó la mandíbula, conteniendo el deseo de terminar que lo embargó, gracias a la presión en su miembro.
El tibio semen se derramó en el abdomen y torso del pelinegro. Mateo humedeció sus dedos con el líquido pegajoso y los llevó a la boca del universitario; los ojos castaños estaban empañados y un par de lágrimas habían escapado de sus parpados, pero alcanzó a darse cuenta de lo que ocurría. El pelinegro abrió sumisamente la boca y empezó a limpiar lentamente los dedos, aunque los espasmos que aún lo cimbraban, le dificultaban la acción; Mateo sonrió divertido y movió los dedos, manchando la piel de la barbilla y las mejillas, no solo con la esencia del menor, sino con su saliva también.
La traviesa mano se alejó y el ojiverde se inclinó hacia Rodrigo, pasando su lengua para limpiar los residuos, mientras salía lentamente del cuerpo de su amante.
-Voy a terminar… – anunció contra los labios de su asistente.
Con rapidez, se quitó el condón y se acercó al rostro del menor, masajeando su sexo con una mano, mientras que con la otra, le hizo abrir la boca. Rodrigo sacó la lengua y cerró los parpados; le daba vergüenza ver a Mateo y el gesto de placer que adornaba su rostro.
Momentos después, el ojiverde llegó al orgasmo, liberando su semen, ensuciando el rostro de su compañero al principio, pero el resto lo depositó en la boca. El universitario no abrió los parpados, pues sintió que algo caía sobre ellos y cerró la boca cuando los dedos del mayor se lo permitieron; degustó el líquido pegajoso y tibio, el sabor no le desagradó del todo, pero sí la consistencia por ser bastante espesa.
Un sobresalto cimbró a Rodrigo, cuando sintió a Mateo sobre él de nuevo; el castaño empezó a limpiar el rostro sucio con su lengua y al terminar, limpió los parpados con un pañuelo desechable.
-¿Qué te pareció? – preguntó cuándo los ojos castaños se abrieron lentamente – hacer el amor conmigo, ¿te gustó? – indagó con diversión, besando los labios de su pareja.
-Mucho… – sonrió el pelinegro – jamás pensé que sería así – confesó, abrazando con debilidad al otro y restregando su mejilla contra la de Mateo.
-Pues… – “yo tampoco…” pensó el ojiverde mordiéndose el labio inferior, había tratado de mostrarse con algo de conocimiento en la materia, pero realmente, nunca había hecho nada practico, por tanto, posiblemente no había sido la mejor manera de empezar, pero seguramente, las próximas veces sería mucho mejor – supongo que cuando te acostumbres será mejor…
-Estoy cansado… – la voz de Rodrigo sacó de sus pensamientos al mayor – y mareado…
-Descansa… – sonrió condescendiente, imaginando cómo se sentiría, después de beber algunas copas de vino y de lo que acababan de hacer, le besó los labios con delicadeza – mañana no iremos a trabajar – anunció – nos quedaremos todo el día aquí y probaremos otras formas de hacer el amor…
-¿Tu papá se enojará? – musitó el pelinegro, arrebujándose contra el pecho de su amante.
-Lo dudo… – anunció acomodándose de lado para que Rodrigo pudiera acomodarse mejor y lo abrazara sin problemas – pero si lo hace, solo le hago una llamada a mi madre y seguramente ella lo convencerá de lo contrario…
Una suave risa escapó de los labios del universitario, mientras Mateo lo cubría con las mantas; finalmente el castaño abrazó al menor y besó el cabello negro.
-Mateo… – el murmullo casi se pierde contra el pecho del ojiverde – te amo…
Mateo sonrió – yo también te amo – dijo en un susurro y acarició los mechones negros con su nariz, aspirando su aroma.
El ojiverde se quedó despierto un poco más, acariciando el cuerpo que estaba contra el suyo y desprendía una inmensa aura de paz.
-Por fin… – musitó después de un momento, a sabiendas que Rodrigo posiblemente ya se había dormido – al fin funcionó el hechizo – sonrió – por fin dije tu nombre, evoqué tu imagen y estás aquí conmigo, y nunca más te dejaré ir… – lo abrazó con ilusión y decidió que era momento de descansar también.
* * *
En otro lado de la ciudad, Dimitry estaba en su departamento, pues aunque podía quedarse en la mansión de sus padres, prefería ser independiente. Estaba en la terraza del pent-house, fumando un cigarrillo, mientras observaba las luces de la ciudad; el sonido de su celular se escuchó y respondió sin mucho ánimo.
-¿Sí?
-“El trabajo terminó, señor…”
-Gracias…
Colgó y respiró profundamente, antes de seguir con su cigarro, en el fondo, le dolía.
-¿Por qué lo hiciste? – la voz de Mikhail se escuchó tras su hermano – ¿por qué les ayudaste esta noche? – preguntó confundido y se acercó al lado del mayor, recargándose en el barandal también.
El ojiazul le ofreció un cigarro, pero su hermano lo rechazó con un ademán.
-Hace mucho perdí mi oportunidad con él – sonrió tristemente – y ahora, Mateo me necesita solo como un amigo – aseguró – por eso, en la comida, cuando me dijo que quería dar el paso con el niño, pero no tenía experiencia, me ofrecí a hacerle el trabajo más sencillo, al menos ayudándolo con la cena, porque le dije que lo apoyaría en todo y debía cumplir…
-Aún pudiste intentarlo – alegó su hermano – podías haber…
-No – Dimitry negó y los mechones de su cabello se movieron al compás – una vez, un amigo me dijo que lo diera todo y si no funcionaba, solo tenía dos opciones, obligarlo o dejarlo completamente libre… le dije a Mateo lo que sentía, pero él ya había decidido estar con alguien más y prefiero terminar como su amigo, sabiéndolo feliz, a sentirme una basura haciéndolo miserable por obligarlo a estar a mi lado… uno debe saber retirarse, cuando la batalla está perdida – sonrió – habrá otras más adelante – dijo con debilidad – y espero no tardar tanto en actuar.
Mikhail suspiró, en el fondo, entendía a su hermano, pero seguramente, si él hubiese estado en su lugar, hubiese hecho algo más; conocía a Dimitry y sabía que el mayor era más analítico en ciertas situaciones, pero también se preocupaba más por los demás, antes de sí mismo.
-Bueno, ya ni llorar es bueno – sentenció el ojigris – y dime, ¿qué harás con el amigo del escuincle? – preguntó curioso – porque ahora que ya no lo necesitas, no tienes por qué darle empleo.
-Le dije que le iba a ayudar – sentenció el otro, después de dar una calada a su cigarro – y soy un hombre de palabra – aseguró.
El menor respiró profundamente y lo miró con reproche – dime la verdad, Dima – se cruzó de brazos – ¿ese niño te gusta?
Dimitry sonrió, sacudió la ceniza del cigarro con un movimiento de sus dedos y negó – no – dijo seriamente – es muy lindo, agradable y bastante amable, pero, no es mi tipo…
-Pero si trabajará contigo, seguramente lo conocerás más y quién sabe, dicen que ‘un clavo, saca otro clavo’, además, sabes perfectamente que me di cuenta del parecido que tiene con Mateo – recriminó el ojigris – no soy estúpido.
-Se parece a Mateo físicamente, pero no actúa como él, ni es él – dijo el mayor con voz seria – y créeme, tardaré mucho en olvidarlo como para fijarme en un niño, quien además es menor de edad…
Mikhail entrecerró lo ojos, aunque Dimitry parecía muy seguro de sus palabras, seguramente no tardaría en cambiar de parecer si seguía al lado del chico de lentes – como quieras, pero espero que esta vez, las cosas resulten mejor…
-Lo harán… – sonrió su hermano, terminando su cigarro y tirándolo al suelo, pisándolo después – porque Gabriel no solo trabajará para mí, sino para ti – lo señaló con el índice y sonrió divertido.
-¿Qué? ¿Para mí? Yo ni siquiera lo conozco…
-Yo te lo presentaré, además, tú también necesitas a alguien que esté al pendiente de ti – anunció dando media vuelta.
-¿Qué quieres decir? – preguntó con recelo – ¿Me vas a poner a alguien que me vigile? – el ojigris puso gesto de molestia – no he hecho nada malo como para que desconfíes de mi…
-Sé que no, pero será divertido enterarme de tus locuras antes de que sea demasiado tarde para hacer algo al respecto…
-Mejor déjaselo a Anya, ¡ella lo recibiría gustosa!
-Anya no trabaja en la constructora – el mayor entornó los ojos – además, necesitamos a un empleado de confianza que sea nuestro mensajero personal, para cuando debamos tratar ciertos asuntos especiales…
-¿Confianza? ¿Crees que ese niño será de confianza? – Mikhail estaba enojado y escéptico de esas palabras.
-Lo será… ese niño, tiene demasiado valor moral y sentido de agradecimiento, así que, sí – sonrió – es la persona adecuada…
* * *
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