Capítulo X
Finalmente, después de arduo trabajo, días ajetreados e imprevistos que Marisela logró sobrellevar con eficiencia, para no preocupar a Erick especialmente, el día de la ceremonia llegó.
Eran casi las cuatro de la tarde, cuando Erick estaba mirando por la ventana del enorme edificio, hotel de Alejandro, donde tenían alojándose ya algunos días. Miraba la ciudad y se sentía ansioso, inquieto, nervioso y eufórico a la vez; un cúmulo de emociones y sentimientos que no sabía definir.
Las calles y los edificios que se alzaban en la urbe, ya los conocía, pues había recorrido la ciudad, tanto con Alejandro, cómo con Marisela, para preparar la boda, pero ese día, después de que lo ayudaron a cambiarse, lo dejaron a solas para que se relajara, un sentimiento de melancolía lo había inundado.
Toda su vida había cambiado, todo era distinto y a pesar de que le agradaba, el simple hecho de estar con su pareja todo el tiempo, sabía que no todo era perfecto.
No había pasado mucho desde los problemas con los enemigos de Alejandro y su secuestro, así que aún no lo superaba del todo; en momentos como ese, cuando llegaba a quedarse solo, aun con sus mascotas, algunos recuerdos llegaban a él, pero trataba de alejarlos de inmediato. Intentaba sobrellevar todos esos sentimientos negativos y gracias a que Alex le ayudaba a sanar todas y cada una de las heridas, no solo las físicas, era que pocas veces se sentía mal o recordaba las cosas malas, pues el rubio se encargaba de que todo fuera perfecto, solo para alcanzar su felicidad.
Desde el inicio su relación con Alejandro, se acostumbró a estar rodeado de guardaespaldas, pero empezó a tener más interacción con ellos al salir de México; a la mayoría los conocía y los llamaba por nombre, a diferencia de Alejandro y Marisela, quienes siempre les decían por apellido, además tenía un celular exclusivamente con los números de todos ellos en caso de necesitarlos; pero a pesar de que todos eran buenos y amables con él, no se sentía tan cómodo con ninguno, como lo estuvo en su momento con Agustín.
Agustín más que su guardaespaldas, se había convertido en su amigo en el corto tiempo en el que lo conoció y por eso seguía genuinamente preocupado por él. Sabía que aún estaba en el hospital y posiblemente no lo vería hasta febrero, cuando se reincorporaría a su empleo, aunque evitaría molestarlo mucho, ya que seguro estaría convaleciente algunos meses más, pero le pidió a Alejandro que le permitiera ser su acompañante, para tener con quien platicar, ya que estaba consciente que Marisela volvería a ser la asistente personal de Alex.
Erick suspiró y recargó la frente contra el ventanal, cerrando los ojos, tratando de poner la mente en blanco para relajarse.
Había hablado esa mañana con Agustín, así que estaba seguro que se encontraba mucho mejor; realmente le habría gustado que lo acompañara ese día, pero Alejandro se empeñó en hacer las cosas de inmediato y no pudo negarse, porque él también quería casarse, pero ahora sentía la ausencia de Agustín, como si faltara una parte importante de su familia, ya que lo había tratado de proteger y le debía mucho.
El golpeteo en la puerta se escuchó y Erick se sobresaltó.
—¡Adelante! —dijo con voz ansiosa.
La puerta se abrió, Marisela entró ataviada con un hermoso vestido de cóctel, ya que la ceremonia sería de día pero la fiesta duraría toda la tarde, noche e incluso la madrugada y no sabía si tendría tiempo de cambiarse de ropa.
La castaña le sonrió al ojiazul— ¡¿estás listo, Erick?! —preguntó sin poder ocultar la emoción—. El señor De León te espera en el salón, junto con todos los invitados.
El ojiazul sonrió, sabía muy bien que Julián, Miguel y Marisela, normalmente no eran muy formales con Alejandro, pero frente a él, siempre le decían señor y aunque ya había convencido a la castaña de tratarlo a él como amigo y tutearlo estando a solas, cuando había más gente, volvía a su papel de trabajadora.
—Sí, estoy listo —asintió, dio un respiro profundo y caminó a la puerta.
Marisela apresuró el paso a la mesa, chocando los tacones contra el piso y sujetó un arreglo de flores.
—¡Creo que olvidas esto! —dijo divertida, entregándole a Erick hermoso ramo que habían confeccionado para él.
Erick rió nerviosamente y asintió— lo siento —sus mejillas se sonrojaron—, parezco novato.
—Supongo que los nervios ganan cuando es una fecha especial, ¿no lo crees? —sonrió la castaña.
El ojiazul mordió su labio— solo cuando lo haces con la persona correcta —suspiró y observó el ramo—, la primera vez, no sentí mucho en realidad —confesó—, tal vez por eso, hoy, que siento que los nervios y emoción me invaden, también me siento culpable…
Marisela se conmovió por lo que escuchó y sin dudar, abrazó a Erick; un abrazo lleno de cariño y afecto sincero.
—No te sientas culpable —dijo de manera suave—, seguramente tu anterior esposa, a pesar de todo, fue feliz contigo y hoy, te estará bendiciendo, donde quiera que esté.
Erick correspondió el abrazo y sonrió— gracias, Marisela —, sin saberlo, se había sentido reconfortado, realmente necesitaba esas palabras.
—Es mejor apresurarnos —sonrió la castaña—, el señor De León, debe estar ansioso porque no llegas.
—Sí, tienes razón.
Erick salió de la habitación y Marisela lo siguió, acomodando el traje del pelinegro, para que estuviera perfecto.
Ambos bajaron por el elevador y la mujer guió a Erick por un pasillo, donde había varios guardaespaldas, cuidando que nadie ajeno a esa reunión, se acercara.
Marisela tocó una puerta y de inmediato, el sonido de un cuarteto de cuerdas, acompañado de un piano, se escuchó, interpretando una canción que Erick identificó de inmediato; su corazón dio un vuelco al reconocerla como la canción que su esposo decía que lo recordaba, cuando estuvieron separados.
La puerta se abrió y al fondo del recinto, permitiendo que el ojiazul observara todo el interior. La decoración era suntuosa; todo se miraba perfecto y parecía una fantasía, especialmente cuando su mirada se posó al fondo. En el pequeño estrado, frente a un juez, estaba Alejandro, esperándolo, con una sonrisa en sus labios. Erick sintió que se quedaba sin aire al verlo y pasó saliva con dificultad, a la par que su sonrisa temblaba por la emoción que lo inundó en ese momento.
Empezó a caminar, embelesado por la visión del rubio, por lo que no se percató que todos los invitados estaban de pie, observándolo. Realmente el traje le quedaba perfecto, se miraba cómo un príncipe de cuento de hadas, aunque tenía un dejo de fragilidad, especialmente porque sus mejillas teñidas de rojo le daban un aire de inocencia y dulzura que pocos podrían imaginarse en un varón.
Luis lo miraba sin poder creerlo, pues jamás lo había visto tan radiante, ni siquiera cuando se casó con Victoria; sonrió, realmente le hacía feliz ver que Erick estaría con la persona que amaba. Víctor y Daniel, sonreían felices, Lucía suspiraba de ver la escena y del otro lado, David e Iván se sentían tranquilos de que por fin, se acabaría el tormento para sus amigos, por no poder estar juntos.
El padre de Alejandro observaba tanto a su hijo, como al hombre que había elegido como compañero; durante muchos años, no había visto esa mirada en Alejandro, una mirada llena de ilusión, emoción, felicidad y era correspondida por Erick. Desde el día anterior, que tuvo la oportunidad de hablar con el pelinegro y éste le aseguro que amaba tanto a su hijo, como para tener hijos con él, aunque con la ayuda de mujeres, se dio cuenta que realmente eran el uno para el otro y quizá, si él no se hubiera interpuesto en esa relación, desde mucho tiempo atrás, hubiera podido disfrutar de tener nietos y su esposa, tal vez podría haber estado de mejor salud para conocerlos. Culpa, sentía culpa, pero no había otra manera de enmendar sus errores, excepto, apoyando a su hijo y yerno desde ese día y en adelante, en todo lo que pudiera.
Cuando Erick llegó frente al juez, Alejandro extendió su brazo y le sujetó la mano, besándole el dorso con suavidad y devoción; una caricia que a pesar de que el rubio intentó que fuera casta, el ojiazul sintió que se calcinaba por completo y le hizo soltar el aire con nervios.
—Te ves hermoso, Conejo… —sonrió el ojiverde.
Erik se sofocó por esas palabras y solo rió tontamente, mientras ambos se acomodaban en las sillas que habían dispuesto para ellos, frente a la persona que oficiaba el evento.
Después de que todos los presentes se sentaron, el juez inició la ceremonia, mientras Erick estrujaba la mano de Alejandro, que no lo soltó en ningún momento; todos se mantuvieron en silencio mientras el hombre hablaba sobre el amor, el matrimonio y especialmente el respeto como pareja.
Minutos después, el juez les permitió intercambiar alianzas, así que se pusieron de pie; Marisela se acercó, abriendo una pequeña cajita.
Erick se quedó anonadado con la exquisitez de las argollas en oro blanco y amarillo, con una mezcla de diseño sutil y romántico, además, en el interior, estaban grabadas unas palabras que eran su promesa de amor.
Alejandro sujetó la mano izquierda de su pareja y le sonrió, especialmente cuando sintió el temblor que lo cimbró; Erick aun portaba el anillo de compromiso que le había dado en su cumpleaños y aunque dijo que no tenía que dejárselo después de casarse, el pelinegro se empeñó en que quería usar ambos, por lo mucho que significaban para él.
Alejandro inició con sus votos— hoy, te doy mi palabra que me esforzaré para ser el hombre que quieres, necesitas y mereces —acercó la argolla nupcial al dedo anular—, porque desde que te conocí, te convertiste en ese faro que necesitaba para encontrar mi camino y con tu sola presencia, lograste que deseara ser mejor persona y aunque admito que no lo logré en antaño —sonrió con sarcasmo—, debo decir que fue porque me hacías falta —confesó con seriedad—. Pero desde hoy y lo que me resta de vida, trabajaré para asegurar tu completa felicidad a mi lado, para que tu sonrisa no se desvanezca jamás y puedas amarme incluso más de lo que ya me amas —su voz sonaba llena de convicción—. Trabajaré día a día y noche a noche, para ser el hombre que merezca tu amor y me comprometo sinceramente a ser una mejor persona para ti —miró los ojos de Erick fijamente—. Te ofrezco lo que a nadie más puedo darle… Mi corazón, ese corazón que descongelaste en antaño y que se ha mantenido latiendo por ti y para ti —aseguró con total seriedad—. Quiero ser tu protector, tu devoto compañero, tu amigo incondicional y amarte hasta la eternidad, porque quiero que estemos siempre juntos...
—Pase lo que pase… —susurró Erick, complementando los votos de Alejandro; sus ojos se humedecieron y las lágrimas resbalaron por sus mejillas, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.
Alejandro movió la mano y limpio las gotas saladas con el pulgar, regalándole una sonrisa consoladora.
Erick sonrió trémulo y respiró profundamente, intentando recuperar la compostura, lo suficiente para decir sus votos. Sujetó la argolla para Alejandro y la acerco al dedo anular del rubio colocándola en su lugar con lentitud.
—Hoy… —una sonrisa nerviosa interrumpió las palabras de Erick, pero prosiguió, tratando de no denotar sus nervios—. Hoy, te prometo que no te juzgaré y mantendré siempre mi mente y mi corazón abiertos, para reconocer mis errores y perdonar los tuyos —buscó la mirada verde y le sonrió—. Prometo esforzarme para alimentar nuestro amor, día a día y noche a noche, entregándome completo a ti, sin reservas, sin mentiras y sin miedo, porque sé que nadie me amará con tanta intensidad como tú lo haces —las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas, pero sus labios seguían dibujando una enorme sonrisa—. Prometo estar a tu lado eternamente y ser el faro que guíe tu camino, incluso en las noches de completa oscuridad, porque quiero ser tu compañero, tu amigo, tu fiel esposo y tu cómplice en todo sentido, durante lo que me quede de vida y aun después de mi muerte, porque lo que más anhelo, es que estemos siempre juntos...
—Pase lo que pase… —sonrió Alejandro y se inclinó, besando la frente de su esposo con ternura.
Erick le correspondió la sonrisa y el juez volvió a hablar; llamó a los testigos de ambos. Julián y Miguel fueron los testigos de Alejandro, mientras que Luis y Daniel, hicieron eso por parte de Erick.
Finalmente, el juez terminó la ceremonia y Alejandro, por fin pudo besar a su esposo en los labios.
—Te amo, Conejo.
—Yo también te amo, Alex…
La música volvió a sonar; los familiares y amigos más cercanos, se acercaron a felicitar a los novios, ya que los guardaespaldas no permitieron que cualquiera lo hiciera, todo, antes de pasar a la comida.
Eran casi las cuatro de la tarde, cuando Erick estaba mirando por la ventana del enorme edificio, hotel de Alejandro, donde tenían alojándose ya algunos días. Miraba la ciudad y se sentía ansioso, inquieto, nervioso y eufórico a la vez; un cúmulo de emociones y sentimientos que no sabía definir.
Las calles y los edificios que se alzaban en la urbe, ya los conocía, pues había recorrido la ciudad, tanto con Alejandro, cómo con Marisela, para preparar la boda, pero ese día, después de que lo ayudaron a cambiarse, lo dejaron a solas para que se relajara, un sentimiento de melancolía lo había inundado.
Toda su vida había cambiado, todo era distinto y a pesar de que le agradaba, el simple hecho de estar con su pareja todo el tiempo, sabía que no todo era perfecto.
No había pasado mucho desde los problemas con los enemigos de Alejandro y su secuestro, así que aún no lo superaba del todo; en momentos como ese, cuando llegaba a quedarse solo, aun con sus mascotas, algunos recuerdos llegaban a él, pero trataba de alejarlos de inmediato. Intentaba sobrellevar todos esos sentimientos negativos y gracias a que Alex le ayudaba a sanar todas y cada una de las heridas, no solo las físicas, era que pocas veces se sentía mal o recordaba las cosas malas, pues el rubio se encargaba de que todo fuera perfecto, solo para alcanzar su felicidad.
Desde el inicio su relación con Alejandro, se acostumbró a estar rodeado de guardaespaldas, pero empezó a tener más interacción con ellos al salir de México; a la mayoría los conocía y los llamaba por nombre, a diferencia de Alejandro y Marisela, quienes siempre les decían por apellido, además tenía un celular exclusivamente con los números de todos ellos en caso de necesitarlos; pero a pesar de que todos eran buenos y amables con él, no se sentía tan cómodo con ninguno, como lo estuvo en su momento con Agustín.
Agustín más que su guardaespaldas, se había convertido en su amigo en el corto tiempo en el que lo conoció y por eso seguía genuinamente preocupado por él. Sabía que aún estaba en el hospital y posiblemente no lo vería hasta febrero, cuando se reincorporaría a su empleo, aunque evitaría molestarlo mucho, ya que seguro estaría convaleciente algunos meses más, pero le pidió a Alejandro que le permitiera ser su acompañante, para tener con quien platicar, ya que estaba consciente que Marisela volvería a ser la asistente personal de Alex.
Erick suspiró y recargó la frente contra el ventanal, cerrando los ojos, tratando de poner la mente en blanco para relajarse.
Había hablado esa mañana con Agustín, así que estaba seguro que se encontraba mucho mejor; realmente le habría gustado que lo acompañara ese día, pero Alejandro se empeñó en hacer las cosas de inmediato y no pudo negarse, porque él también quería casarse, pero ahora sentía la ausencia de Agustín, como si faltara una parte importante de su familia, ya que lo había tratado de proteger y le debía mucho.
El golpeteo en la puerta se escuchó y Erick se sobresaltó.
—¡Adelante! —dijo con voz ansiosa.
La puerta se abrió, Marisela entró ataviada con un hermoso vestido de cóctel, ya que la ceremonia sería de día pero la fiesta duraría toda la tarde, noche e incluso la madrugada y no sabía si tendría tiempo de cambiarse de ropa.
La castaña le sonrió al ojiazul— ¡¿estás listo, Erick?! —preguntó sin poder ocultar la emoción—. El señor De León te espera en el salón, junto con todos los invitados.
El ojiazul sonrió, sabía muy bien que Julián, Miguel y Marisela, normalmente no eran muy formales con Alejandro, pero frente a él, siempre le decían señor y aunque ya había convencido a la castaña de tratarlo a él como amigo y tutearlo estando a solas, cuando había más gente, volvía a su papel de trabajadora.
—Sí, estoy listo —asintió, dio un respiro profundo y caminó a la puerta.
Marisela apresuró el paso a la mesa, chocando los tacones contra el piso y sujetó un arreglo de flores.
—¡Creo que olvidas esto! —dijo divertida, entregándole a Erick hermoso ramo que habían confeccionado para él.
Erick rió nerviosamente y asintió— lo siento —sus mejillas se sonrojaron—, parezco novato.
—Supongo que los nervios ganan cuando es una fecha especial, ¿no lo crees? —sonrió la castaña.
El ojiazul mordió su labio— solo cuando lo haces con la persona correcta —suspiró y observó el ramo—, la primera vez, no sentí mucho en realidad —confesó—, tal vez por eso, hoy, que siento que los nervios y emoción me invaden, también me siento culpable…
Marisela se conmovió por lo que escuchó y sin dudar, abrazó a Erick; un abrazo lleno de cariño y afecto sincero.
—No te sientas culpable —dijo de manera suave—, seguramente tu anterior esposa, a pesar de todo, fue feliz contigo y hoy, te estará bendiciendo, donde quiera que esté.
Erick correspondió el abrazo y sonrió— gracias, Marisela —, sin saberlo, se había sentido reconfortado, realmente necesitaba esas palabras.
—Es mejor apresurarnos —sonrió la castaña—, el señor De León, debe estar ansioso porque no llegas.
—Sí, tienes razón.
Erick salió de la habitación y Marisela lo siguió, acomodando el traje del pelinegro, para que estuviera perfecto.
Ambos bajaron por el elevador y la mujer guió a Erick por un pasillo, donde había varios guardaespaldas, cuidando que nadie ajeno a esa reunión, se acercara.
Marisela tocó una puerta y de inmediato, el sonido de un cuarteto de cuerdas, acompañado de un piano, se escuchó, interpretando una canción que Erick identificó de inmediato; su corazón dio un vuelco al reconocerla como la canción que su esposo decía que lo recordaba, cuando estuvieron separados.
La puerta se abrió y al fondo del recinto, permitiendo que el ojiazul observara todo el interior. La decoración era suntuosa; todo se miraba perfecto y parecía una fantasía, especialmente cuando su mirada se posó al fondo. En el pequeño estrado, frente a un juez, estaba Alejandro, esperándolo, con una sonrisa en sus labios. Erick sintió que se quedaba sin aire al verlo y pasó saliva con dificultad, a la par que su sonrisa temblaba por la emoción que lo inundó en ese momento.
Empezó a caminar, embelesado por la visión del rubio, por lo que no se percató que todos los invitados estaban de pie, observándolo. Realmente el traje le quedaba perfecto, se miraba cómo un príncipe de cuento de hadas, aunque tenía un dejo de fragilidad, especialmente porque sus mejillas teñidas de rojo le daban un aire de inocencia y dulzura que pocos podrían imaginarse en un varón.
Luis lo miraba sin poder creerlo, pues jamás lo había visto tan radiante, ni siquiera cuando se casó con Victoria; sonrió, realmente le hacía feliz ver que Erick estaría con la persona que amaba. Víctor y Daniel, sonreían felices, Lucía suspiraba de ver la escena y del otro lado, David e Iván se sentían tranquilos de que por fin, se acabaría el tormento para sus amigos, por no poder estar juntos.
El padre de Alejandro observaba tanto a su hijo, como al hombre que había elegido como compañero; durante muchos años, no había visto esa mirada en Alejandro, una mirada llena de ilusión, emoción, felicidad y era correspondida por Erick. Desde el día anterior, que tuvo la oportunidad de hablar con el pelinegro y éste le aseguro que amaba tanto a su hijo, como para tener hijos con él, aunque con la ayuda de mujeres, se dio cuenta que realmente eran el uno para el otro y quizá, si él no se hubiera interpuesto en esa relación, desde mucho tiempo atrás, hubiera podido disfrutar de tener nietos y su esposa, tal vez podría haber estado de mejor salud para conocerlos. Culpa, sentía culpa, pero no había otra manera de enmendar sus errores, excepto, apoyando a su hijo y yerno desde ese día y en adelante, en todo lo que pudiera.
Cuando Erick llegó frente al juez, Alejandro extendió su brazo y le sujetó la mano, besándole el dorso con suavidad y devoción; una caricia que a pesar de que el rubio intentó que fuera casta, el ojiazul sintió que se calcinaba por completo y le hizo soltar el aire con nervios.
—Te ves hermoso, Conejo… —sonrió el ojiverde.
Erik se sofocó por esas palabras y solo rió tontamente, mientras ambos se acomodaban en las sillas que habían dispuesto para ellos, frente a la persona que oficiaba el evento.
Después de que todos los presentes se sentaron, el juez inició la ceremonia, mientras Erick estrujaba la mano de Alejandro, que no lo soltó en ningún momento; todos se mantuvieron en silencio mientras el hombre hablaba sobre el amor, el matrimonio y especialmente el respeto como pareja.
Minutos después, el juez les permitió intercambiar alianzas, así que se pusieron de pie; Marisela se acercó, abriendo una pequeña cajita.
Erick se quedó anonadado con la exquisitez de las argollas en oro blanco y amarillo, con una mezcla de diseño sutil y romántico, además, en el interior, estaban grabadas unas palabras que eran su promesa de amor.
Alejandro sujetó la mano izquierda de su pareja y le sonrió, especialmente cuando sintió el temblor que lo cimbró; Erick aun portaba el anillo de compromiso que le había dado en su cumpleaños y aunque dijo que no tenía que dejárselo después de casarse, el pelinegro se empeñó en que quería usar ambos, por lo mucho que significaban para él.
Alejandro inició con sus votos— hoy, te doy mi palabra que me esforzaré para ser el hombre que quieres, necesitas y mereces —acercó la argolla nupcial al dedo anular—, porque desde que te conocí, te convertiste en ese faro que necesitaba para encontrar mi camino y con tu sola presencia, lograste que deseara ser mejor persona y aunque admito que no lo logré en antaño —sonrió con sarcasmo—, debo decir que fue porque me hacías falta —confesó con seriedad—. Pero desde hoy y lo que me resta de vida, trabajaré para asegurar tu completa felicidad a mi lado, para que tu sonrisa no se desvanezca jamás y puedas amarme incluso más de lo que ya me amas —su voz sonaba llena de convicción—. Trabajaré día a día y noche a noche, para ser el hombre que merezca tu amor y me comprometo sinceramente a ser una mejor persona para ti —miró los ojos de Erick fijamente—. Te ofrezco lo que a nadie más puedo darle… Mi corazón, ese corazón que descongelaste en antaño y que se ha mantenido latiendo por ti y para ti —aseguró con total seriedad—. Quiero ser tu protector, tu devoto compañero, tu amigo incondicional y amarte hasta la eternidad, porque quiero que estemos siempre juntos...
—Pase lo que pase… —susurró Erick, complementando los votos de Alejandro; sus ojos se humedecieron y las lágrimas resbalaron por sus mejillas, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.
Alejandro movió la mano y limpio las gotas saladas con el pulgar, regalándole una sonrisa consoladora.
Erick sonrió trémulo y respiró profundamente, intentando recuperar la compostura, lo suficiente para decir sus votos. Sujetó la argolla para Alejandro y la acerco al dedo anular del rubio colocándola en su lugar con lentitud.
—Hoy… —una sonrisa nerviosa interrumpió las palabras de Erick, pero prosiguió, tratando de no denotar sus nervios—. Hoy, te prometo que no te juzgaré y mantendré siempre mi mente y mi corazón abiertos, para reconocer mis errores y perdonar los tuyos —buscó la mirada verde y le sonrió—. Prometo esforzarme para alimentar nuestro amor, día a día y noche a noche, entregándome completo a ti, sin reservas, sin mentiras y sin miedo, porque sé que nadie me amará con tanta intensidad como tú lo haces —las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas, pero sus labios seguían dibujando una enorme sonrisa—. Prometo estar a tu lado eternamente y ser el faro que guíe tu camino, incluso en las noches de completa oscuridad, porque quiero ser tu compañero, tu amigo, tu fiel esposo y tu cómplice en todo sentido, durante lo que me quede de vida y aun después de mi muerte, porque lo que más anhelo, es que estemos siempre juntos...
—Pase lo que pase… —sonrió Alejandro y se inclinó, besando la frente de su esposo con ternura.
Erick le correspondió la sonrisa y el juez volvió a hablar; llamó a los testigos de ambos. Julián y Miguel fueron los testigos de Alejandro, mientras que Luis y Daniel, hicieron eso por parte de Erick.
Finalmente, el juez terminó la ceremonia y Alejandro, por fin pudo besar a su esposo en los labios.
—Te amo, Conejo.
—Yo también te amo, Alex…
La música volvió a sonar; los familiares y amigos más cercanos, se acercaron a felicitar a los novios, ya que los guardaespaldas no permitieron que cualquiera lo hiciera, todo, antes de pasar a la comida.
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