Capítulo VIII
Después de la cena, Erick fue directamente a su habitación; se metió a bañar, se aseó con mucho detenimiento y finalmente salió, colocándose un pijama de algodón, ya que eran días fríos, aunque la calefacción estaba encendida.
Caminó hasta la cama y se recostó, cubriéndose con las sabanas y edredones. Antes de apagar la lámpara del buró, observó su celular; eran pasadas las diez, pues aunque la cena había sido a las ocho de la noche, la plática de sobremesa lo entretuvo bastante tiempo.
Suspiró.
No sabía a qué hora volvería Alejandro, así que decidió dormir y descansar; al día siguiente tendría un día muy ocupado. Su cuerpo se relajó de inmediato y pronto, entró en un sopor tranquilo, logrando conciliar el sueño con rapidez.
No supo cuánto tiempo pasó, hasta que, en medio de sus sueños, unas manos traviesas acariciaron su abdomen y sintió como sus labios eran besados con lentitud. Cuando entreabrió los labios, para corresponder el beso, pudo percibir el olor a alcohol, mucho más intenso de lo normal.
—¿Alex? —preguntó a media voz.
—Erick… —la voz del rubio era pesada, pero sus movimientos eran sutiles, repasando la piel con la yema de sus dedos y reconociendo la boca de su pareja con sus labios.
—¿Estás… bien? —preguntó el ojiazul con nervios, aun así, no se atrevía a apartar a su prometido.
—Erick… —repitió el otro, sin responder la pregunta—. Mi Conejo —sentenció con necesidad.
—Alex…
Antes de que Erick dijera algo más, el rubio lo besó; un beso lento, suave, tranquilo, muy diferente a los que el otro estaba acostumbrado, pero que también le fascinaba, así que no puso objeción.
En medio de la caricia, las manos del rubio se movieron con rapidez, desabrochando el pijama, para dejar la piel del torso de su pareja, al descubierto. La boca de Alejandro se apartó de los labios de Erick y bajó por el mentón, llegando hasta el cuello, succionando con delicadeza la nuez de Adán y lamiendo la piel que se erizaba, mientras lo incorporaba lo suficiente, para alejar por completo, la parte superior del pijama de su cuerpo.
Alejandro depositó el cuerpo del ojiazul en el colchón una vez más y antes de seguir, lo besó de nuevo en los labios.
—Te extrañé tanto, mi amor… —confesó en un susurro.
Un escalofrío cimbró a Erick, no solo por las caricias, sino por la voz y especialmente esa declaración.
El rubio bajó de nuevo por el cuello y llegó hasta el torso, besando con sumo cuidado la piel, pero asegurándose de deja la marca de su paso por la misma, llegando a los pezones erectos y pasando su lengua por ellos, humedeciendo concienzudamente, antes de succionar uno y pellizcar el otro.
—¡Alex! —Erick gimió y sus manos se movieron hasta la melena rubia, acariciando los mechones con ansia.
Los labios de Alejandro, bajaron por el torso, yendo hasta el abdomen, repartiendo besos, lamidas y ligeros chupetones, mientras sus manos rozaban la piel, ocasionando que Erick se estremeciera por escalofríos; finalmente, el rubio sujetó el inicio del pantalón del pijama y lo bajó con lentitud, a la par que la ropa interior, depositando besos en la piel de las piernas y las ingles de Erick, pasando la lengua, dejando una estela húmeda y mordisqueando levemente la piel.
El pelinegro apretó las mantas entre sus manos; Alejandro se estaba tomando el tiempo de estimularlo y eso le fascinaba. Agradecía haber tomado la iniciativa de depilarse de manera permanente, para satisfacer el deseo de su pareja, que le gustaba su suavidad y parecía disfrutarlo, especialmente cuando la lengua buscó el sexo que estaba esperando atención.
Erick arqueó la espalda al sentir la boca de Alejandro, envolver su sexo y su gemido se ahogó en la garganta. El rubio lo hacía lento y suave; parecía degustar cada milímetro de la piel que tenía a su alcance y la lengua recorría toda la extensión con sumo interés, antes de juguetear en la punta, estimulando el orificio de la uretra, logrando que el ojiazul gritara.
Una mano del rubio acariciaba las piernas y la otra estimulaba los testículos suaves, todo sin dejar de atender el sexo con su boca.
—Alex… —la voz de Erick apenas se escuchó, porque instintivamente había llevado una mano a su boca—. Deten… te —suplicó—. Voy a…
Alejandro ignoró esa petición y siguió succionando ávidamente, hasta que logró su objetivo, hacer que Erick llegara al orgasmo, en medio de un gemido ahogado.
El rubio pasó el semen y aun así, no se apartó del sexo de su pareja, hasta que extrajo hasta la última gota. Erick estaba perdido en esas emociones, por lo que quedó tendido contra el colchón; su cuerpo se estremecía por delicados espasmos y su respiración seguía desacompasada.
Alejandro aprovechó la situación y se alejó de su prometido, desnudándose lo más rápido que pudo, para volver a su trabajo, besando los labios de Erick con pasión.
El pelinegro tembló al sentir la piel del otro. Los músculos de su prometido se pegaban a su cuerpo y eso lo excitaba; realmente Alejandro tenía un cuerpo que le gustaba mucho y disfrutaba de poder acariciarlo siempre que intimaban. Las manos de Erick fueron a la espalda ancha del rubio y presionó la piel con las yemas de sus dedos, mientras respondía el beso con deseo y ondulaba su cuerpo para pegar su torso al del otro; las manos de Alejandro bajaron por los costados y sujetaron a su pareja por la cadera, ejerciendo presión con los dedos, antes de moverse hacia las nalgas.
Alejandro se apartó de la boca de su prometido y se movió hasta el lóbulo de la oreja, mordisqueándolo, antes de bajar por el cuello, besando, lamiendo, succionando; quería marcar cada centímetro de esa piel y no se iba a contener esa noche. El ojiazul empezó a gemir y estremecerse; el otro lo estaba acariciando de una manera que no le reconocía; se estaba tomando mucho tiempo para ello y aunque le gustaba, ya deseaba que lo penetrara.
—Alex… —llamó el pelinegro, y su cuerpo se estremeció.
Alejandro no respondió, solo se apartó y lo hizo girar, dejándolo contra la cama. Con una mano, hizo a un lado el cabello que cubría la nuca, para poder acariciar la piel de ahí con sus labios, antes de morderla con fuerza. Erick arqueó la espalda y por reflejo, expuso su cadera, a lo que Alejandro aprovecho, llevando su mano izquierda entre las nalgas, presionando la entrada con su dedo medio.
Al darse cuenta que el lugar estaba dilatado y su dedo pudo entrar con algo de facilidad, sonrió satisfecho; movió el rostro hacia un hombro, besando, lamiendo, mordiendo, consiguiendo que Erick gimiera con mayor intensidad, no solo por esas caricias rudas, sino por el dedo intruso que palpaba el interior tibio.
—¿Te preparaste para mí? —susurró el rubio con emoción.
—Sí —respondió de inmediato el otro, sentía que perdería la razón en poco tiempo.
—Lindo Conejo… —Alejandro mordió un hombro con fuerza y su mano libre acarició un costado, mientras un segundo dedo se movía travieso, para introducirse en el cuerpo de su pareja.
Erick mordió la almohada bajo su rostro y se sostuvo un poco con sus rodillas para poder levantar ligeramente la cadera, dándole mayor libertad a su prometido. Al darse cuenta de eso, el ojiverde movió los dedos más profundo, buscando el punto exacto para darle placer a su pareja, sin dejar de besar la piel de la espalda; ya había marcado el pecho, ahora tocaba la parte trasera, pues quería que después de esa noche, todo el cuerpo de Erick dijera que tenía dueño. Bajó lentamente, recorriendo con la lengua, acariciando con los labios, succionando insistente y mordiendo ligeramente hacia los costados; llegó a las suaves nalgas y las marcó también, antes de volver a subir, lentamente, realizando las mismas acciones.
El pelinegro se estremeció y sus parpados se abrieron con sorpresa al sentir los dedos de Alejandro, estimular el punto más sensible de su cuerpo; intentó objetar, pero debido a las caricias, al abrir su boca, solo pudo gemir.
Alejandro volvió a la nuca y mordió la piel con menos fuerza— di mi nombre —pidió en un murmullo.
—Alex…
El rubio sonrió y volvió a morder la nuca, pero desde otro ángulo, sin dejar de mover sus dedos en el interior de su prometido— de nuevo —ordenó.
—¡Alex! —repitió el pelinegro, y su cuerpo se tensó ante las caricias en su próstata.
—Conejo —pasó la lengua por la piel que había mordido—, quiero que lo digas hasta que te quedes sin voz…
Erick apretó las mantas en sus manos y gimió— Alex… Alex… ¡Alex! —gritó.
Ya no estaba razonando, su cuerpo se ondulaba como si tuviera voluntad propia; los dedos traviesos del otro lo estimulaban de una manera fascinante, las lamidas y mordidas en su piel, tanto en cuello como hombros, le estaban provocando ese dulce dolor que tanto disfrutaba y sentir la piel de Alejandro contra la suya, compartiendo su calor y humedad por el sudor, le parecía sublime. El ojiazul siguió repitiendo el nombre hasta que, perdido por todas las sensaciones, soltó un grito por no poder contenerse más y volvió a llegar al orgasmo, humedeciendo la tela sobre el colchón.
Erick apenas estaba recuperando el aliento, cuando Alejandro retiró los dedos invasores y se acomodó tras su pareja, acomodando su pene entre las suaves nalgas.
—Alex… —la voz de Erick apenas se escuchó.
Sabía lo que pasaría, pero ya había eyaculado dos veces y después de todo lo que había ocurrido ese día, estaba exhausto.
El rubio no se contuvo, movió su cadera y penetró a Erick con firmeza, disfrutando la estrechez de la tibia cavidad, que debido a los orgasmos anteriores, aun parecía palpitar y apresarlo con mayor fuerza.
Alejandro abrazó a Erick y lo llevó consigo para quedar de lado; su mano derecha estimulaba el torso y la izquierda, estimulaba insistente el pene flácido de su compañero; su meta era volver a excitarlo y estaba seguro de poder hacerlo. Erick estaba cansado, pero disfrutaba de todo lo que el rubio le hacía, especialmente esos besos en los hombros, cuello, orejas y mejillas.
El ojiazul ya no podía moverse, pero sabía que eso no detendría a Alejandro, pues él siempre lo movía a su antojo; aun así, sin proponérselo, empezó a gimotear, al sentir como el pene de su pareja, daba de lleno en su próstata, estimulándolo una vez más, pero con una fuerza que lo empezaba a asustar.
—Alex… —musitó el nombre y buscó el rostro del otro, aunque sus ojos estaban húmedos por las lágrimas y debido no solo a eso, sino a la oscuridad, tampoco podía verlo bien.
Alejandro buscó los labios de Erick y lo besó, callando cualquier petición o reclamo; estaba seguro que estaba cansado, pero él no podía, ni quería detenerse, especialmente en ese momento, que el miembro de Erick estaba despertando una vez más.
Las lágrimas escaparon de los ojos azules, empapando el rostro; el pelinegro movió las manos, buscando las de su pareja, como si quisiera detenerlo, pero en vez de eso, al encontrarlas, entrelazó los dedos con ellas y las guio para su propio deleite. Llevó la mano derecha de Alex a uno de sus pezones y obligó a que la izquierda tratara su pene con algo más de rudeza; con ello, expuso más su trasero y gimió contra la boca del otro.
Erick ya no estaba razonando, solo se estaba dejando llevar por la lujuria, sin siquiera pensar en las consecuencias; su cuerpo respondía solo a Alejandro y quería que siguiera, sin importar nada más.
Al ver que el otro participaba activamente, el rubio se apartó y lo volvió a dejar contra la cama, sujetándolo por las muñecas y besándolo con demanda, mordisqueando los labios y después, se acomodó entre las piernas y colocó la punta de su miembro en la entrada.
—Eres tú, Erick… —la voz de Alejandro sonaba ansiosa—.Realmente… eres tú… ¡mi Conejo! —señaló y penetró a Erick con rapidez.
Erick gritó; sus ojos se abrieron con sorpresa y sintió que perdía el aire. Ya conocía a Alejandro, sabía cómo se sentía cuando lo poseía, pero en ese momento, no comprendía el motivo o razón, pero parecía mucho más grande de lo normal. Su cuerpo seguía el vaivén de las embestidas y sentía que su vientre era golpeando con una fuerza descomunal por el rubio, por lo que llevó una mano a su boca y mordió sus nudillos, empezando a llorar con mayor intensidad, a la par que sus piernas se enredaban en la cintura del otro, levantando ligeramente la cadera, para darle total libertad de penetrarlo.
El rubio siguió moviendo la cadera, por un rato, sintiéndose dichoso por la presión en su sexo y los sonidos ahogados de su pareja, momentos después se inclinó a besar los labios del otro y fue cuando encontró la mano que lo obstaculizaba; la apartó con rapidez y se enfocó en alcanzar su meta, cuando escuchó un débil gimoteo.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz agitada—. ¿No te gusta? ¿No quieres que siga? —su voz sonó preocupada.
Erick respiró con agitación, movió las manos y se sujetó a los hombros del rubio— sigue… —musitó—. ¡No te detengas!
Ante esas palabras y la voz necesitada de Erick, Alejandro se relamió los labios y lo besó, enredando su lengua con la del otro, volviendo a mover su cadera con rapidez. Erick no supo que con esas palabras, le había dado luz verde a Alejandro de que lo tratara como deseaba y no solo eso, que no importaba si cambiaba de opinión, él no se detendría hasta quedar satisfecho.
El pelinegro, poco a poco empezó a perder la razón; sentía que Alejandro estimulaba de una forma única su interior y sus piernas intentaron cerrarse por instinto. Con la poca fuerza que tenía, se apartó de los labios de su pareja y sollozo.
—Alex… ¡Para! —suplicó.
—Dijiste que no me detuviera —reclamó el ojiverde, mordiendo el cuello de Erick una vez más—. ¡No quiero parar! —dijo con voz ansiosa.
—Si no paras… voy a… voy a… —Erick encajó las uñas en la espalda del rubio y se mordió el labio, sintiendo que su cuerpo no aguantaría más tiempo con ese trato, era demasiado bueno para él.
—¿Volverás a terminar? —se burló Alejandro—. Está bien, hazlo… disfrútalo…
—¡No! —Erick negó—. ¡Voy a mojar la cama! —gritó, ya que sentía que si el rubio seguía estimulando su interior con ese ímpetu, de un momento a otro, terminaría orinándose.
—¿De verdad? —Alejandro mordió el lóbulo de una oreja y después pasó la lengua por toda la extensión—. Veamos si puedo lograr que lo hagas.
Con esa declaración, Erick se dio cuenta que el otro no pararía hasta lograr su cometido, así le llevara toda la noche y tembló de nervios.
Alejandro, por su parte, solo se detuvo para cambiar de posición.
Volteó a Erick y lo colocó a gatas, penetrándolo de golpe y antes de que el ojiazul reaccionara, lo sujetó de los brazos, haciendo que se incorporara y quedara hincado, para que pegara la espalda contra su pecho. La mano izquierda del rubio, se enfocó en el miembro de su pareja, mientras la otra lo acariciaba con deseo, recorriendo cada centímetro de su piel; su cadera se movía con un ritmo rápido y fuerte, logrando arrancar gritos y gemidos de la boca de Erick, quien sentía que se quedaría sin aire y sin voz en poco tiempo.
El rubio movió ambas manos, sujetando las de su prometido y llevándolas al vientre expuesto, donde cada que entraba con fuerza, el abdomen parecía ser empujado y mostraba una especie de protuberancia.
—¿Lo sientes? —susurró cerca del oído del pelinegro.
El ojiazul sintió que se quedaba sin aliento, pero alcanzó a responder— sí…
—¿Duele, Conejo?
—Sí —repitió y asintió.
—¿Te gusta ese dolor o me detengo?
—Me gusta… —confesó sin titubear el ojiazul, mientras las lágrimas escurrían por sus mejillas—, sigue, Alex… —movió las manos y las puso por encima de las del otro, y presionó su abdomen con ellas—. ¡Lastímame, amo! —suplicó—. ¡Quiero disfrutar!
Alejandro sonrió complacido, alejó las manos del abdomen de Erick y lo sujetó por el torso, mientras empezaba a aumentar el ritmo.
—Tócate —ordenó para el otro.
El cuerpo de Erick se movió como si tuviera voluntad propia y sus manos fueron a estimular sus partes sensibles; su mano derecha masajeó su miembro y la izquierda pellizcó sus propios pezones, justo como sabía que Alejandro lo haría si estuviera en su lugar.
El rubio estaba complacido por esa situación; Erick lo obedecía como antes y eso le causaba una sensación de poder y seguridad que ni en sus más locos sueños hubiera imaginado.
—Te amo, Conejo —declaró, besando y mordiendo la nuca a su alcance, marcando la piel.
Erick se estremeció de pies a cabeza por ese delicioso dolor que el otro le causó y detuvo los movimientos de sus manos.
—Alex… —sollozó el pelinegro—. Debo ir al baño… —anunció, temeroso, esperando que el otro se apiadara de él.
—No, no es necesario —sonrió el ojiverde y llevó su mano izquierda al pene de su pareja, a seguir con el trabajo que el otro había dejado.
Erick se mordió el labio e intentó apartarse, pero el otro brazo de Alejandro lo sujetó por el pecho, para dejarlo contra su cuerpo, mientras su cadera seguía un rítmico vaivén.
—Si no te detienes… en serio… voy a… voy a… —el ojiazul se mordió el labio, ya no podía aguantar más, en cualquier segundo, saldría algo más que semen y eso le daba algo de miedo.
Alejandro estaba ansioso, quería lograr su cometido, así que hizo caso omiso a las peticiones de su prometido y lo sujetó de la cadera, para moverlo con mayor libertad y salvajismo. Con esa acción, llegó tan profundo en el interior de su pareja, que Erick no pudo evitar llegar al orgasmo, gritando con fuerza, liberando una gran cantidad de líquido y con tanta presión, que gran parte de la cama se mojó.
El rubio no dejó de moverse, especialmente porque el interior de Erick se contraía con fuerza, dándole más placer, pero tuvo que hacerlo, cuando sintió los estremecimientos del ojiazul, quien parecía estar llorando.
—¡¿Erick?! —lo llamó con ansiedad—. ¡¿Te dolió?!
La respiración era desacompasada y el cuerpo se estremecía sin control, sí, había sollozos, era obvio que Erick lloraba, pero negó y ladeó el rostro con lentitud, moviendo una mano con pesadez hasta la mejilla de su prometido.
—Fue… delicioso —musitó y una vez más tembló.
Alejandro sonrió de forma triunfal, aunque el ojiazul no lo pudo notar; le besó la mejilla y lamió las lágrimas.
—Quiero terminar dentro de ti —confesó en tono seductor.
—No pares… —respondió el pelinegro—. Nunca me… haces caso… —dijo como un débil reproche, porque sentía que desfallecería en cualquier momento—. No lo hagas hoy…
Alejandro se sintió completamente dichoso por esas palabras y salió del interior de Erick, para recostarlo en la cama una vez más y volver a penetrarlo; quería llenarlo de su esencia, quería que lo sintiera por completo, pero también, besarlo, disfrutar de esos labios que le habían sido negados durante tantos años que le parecieron una eternidad y que ahora estaban a su alcance.
Simplemente quería constatar que todo eso no era un sueño o una alucinación, a causa del alcohol, como muchas otras veces le había pasado; esa noche no le estaba llamando Erick a otro hombre, esa noche le estaba haciendo el amor a su verdadero Conejo y era todo lo que necesitaba para ser feliz.
Caminó hasta la cama y se recostó, cubriéndose con las sabanas y edredones. Antes de apagar la lámpara del buró, observó su celular; eran pasadas las diez, pues aunque la cena había sido a las ocho de la noche, la plática de sobremesa lo entretuvo bastante tiempo.
Suspiró.
No sabía a qué hora volvería Alejandro, así que decidió dormir y descansar; al día siguiente tendría un día muy ocupado. Su cuerpo se relajó de inmediato y pronto, entró en un sopor tranquilo, logrando conciliar el sueño con rapidez.
No supo cuánto tiempo pasó, hasta que, en medio de sus sueños, unas manos traviesas acariciaron su abdomen y sintió como sus labios eran besados con lentitud. Cuando entreabrió los labios, para corresponder el beso, pudo percibir el olor a alcohol, mucho más intenso de lo normal.
—¿Alex? —preguntó a media voz.
—Erick… —la voz del rubio era pesada, pero sus movimientos eran sutiles, repasando la piel con la yema de sus dedos y reconociendo la boca de su pareja con sus labios.
—¿Estás… bien? —preguntó el ojiazul con nervios, aun así, no se atrevía a apartar a su prometido.
—Erick… —repitió el otro, sin responder la pregunta—. Mi Conejo —sentenció con necesidad.
—Alex…
Antes de que Erick dijera algo más, el rubio lo besó; un beso lento, suave, tranquilo, muy diferente a los que el otro estaba acostumbrado, pero que también le fascinaba, así que no puso objeción.
En medio de la caricia, las manos del rubio se movieron con rapidez, desabrochando el pijama, para dejar la piel del torso de su pareja, al descubierto. La boca de Alejandro se apartó de los labios de Erick y bajó por el mentón, llegando hasta el cuello, succionando con delicadeza la nuez de Adán y lamiendo la piel que se erizaba, mientras lo incorporaba lo suficiente, para alejar por completo, la parte superior del pijama de su cuerpo.
Alejandro depositó el cuerpo del ojiazul en el colchón una vez más y antes de seguir, lo besó de nuevo en los labios.
—Te extrañé tanto, mi amor… —confesó en un susurro.
Un escalofrío cimbró a Erick, no solo por las caricias, sino por la voz y especialmente esa declaración.
El rubio bajó de nuevo por el cuello y llegó hasta el torso, besando con sumo cuidado la piel, pero asegurándose de deja la marca de su paso por la misma, llegando a los pezones erectos y pasando su lengua por ellos, humedeciendo concienzudamente, antes de succionar uno y pellizcar el otro.
—¡Alex! —Erick gimió y sus manos se movieron hasta la melena rubia, acariciando los mechones con ansia.
Los labios de Alejandro, bajaron por el torso, yendo hasta el abdomen, repartiendo besos, lamidas y ligeros chupetones, mientras sus manos rozaban la piel, ocasionando que Erick se estremeciera por escalofríos; finalmente, el rubio sujetó el inicio del pantalón del pijama y lo bajó con lentitud, a la par que la ropa interior, depositando besos en la piel de las piernas y las ingles de Erick, pasando la lengua, dejando una estela húmeda y mordisqueando levemente la piel.
El pelinegro apretó las mantas entre sus manos; Alejandro se estaba tomando el tiempo de estimularlo y eso le fascinaba. Agradecía haber tomado la iniciativa de depilarse de manera permanente, para satisfacer el deseo de su pareja, que le gustaba su suavidad y parecía disfrutarlo, especialmente cuando la lengua buscó el sexo que estaba esperando atención.
Erick arqueó la espalda al sentir la boca de Alejandro, envolver su sexo y su gemido se ahogó en la garganta. El rubio lo hacía lento y suave; parecía degustar cada milímetro de la piel que tenía a su alcance y la lengua recorría toda la extensión con sumo interés, antes de juguetear en la punta, estimulando el orificio de la uretra, logrando que el ojiazul gritara.
Una mano del rubio acariciaba las piernas y la otra estimulaba los testículos suaves, todo sin dejar de atender el sexo con su boca.
—Alex… —la voz de Erick apenas se escuchó, porque instintivamente había llevado una mano a su boca—. Deten… te —suplicó—. Voy a…
Alejandro ignoró esa petición y siguió succionando ávidamente, hasta que logró su objetivo, hacer que Erick llegara al orgasmo, en medio de un gemido ahogado.
El rubio pasó el semen y aun así, no se apartó del sexo de su pareja, hasta que extrajo hasta la última gota. Erick estaba perdido en esas emociones, por lo que quedó tendido contra el colchón; su cuerpo se estremecía por delicados espasmos y su respiración seguía desacompasada.
Alejandro aprovechó la situación y se alejó de su prometido, desnudándose lo más rápido que pudo, para volver a su trabajo, besando los labios de Erick con pasión.
El pelinegro tembló al sentir la piel del otro. Los músculos de su prometido se pegaban a su cuerpo y eso lo excitaba; realmente Alejandro tenía un cuerpo que le gustaba mucho y disfrutaba de poder acariciarlo siempre que intimaban. Las manos de Erick fueron a la espalda ancha del rubio y presionó la piel con las yemas de sus dedos, mientras respondía el beso con deseo y ondulaba su cuerpo para pegar su torso al del otro; las manos de Alejandro bajaron por los costados y sujetaron a su pareja por la cadera, ejerciendo presión con los dedos, antes de moverse hacia las nalgas.
Alejandro se apartó de la boca de su prometido y se movió hasta el lóbulo de la oreja, mordisqueándolo, antes de bajar por el cuello, besando, lamiendo, succionando; quería marcar cada centímetro de esa piel y no se iba a contener esa noche. El ojiazul empezó a gemir y estremecerse; el otro lo estaba acariciando de una manera que no le reconocía; se estaba tomando mucho tiempo para ello y aunque le gustaba, ya deseaba que lo penetrara.
—Alex… —llamó el pelinegro, y su cuerpo se estremeció.
Alejandro no respondió, solo se apartó y lo hizo girar, dejándolo contra la cama. Con una mano, hizo a un lado el cabello que cubría la nuca, para poder acariciar la piel de ahí con sus labios, antes de morderla con fuerza. Erick arqueó la espalda y por reflejo, expuso su cadera, a lo que Alejandro aprovecho, llevando su mano izquierda entre las nalgas, presionando la entrada con su dedo medio.
Al darse cuenta que el lugar estaba dilatado y su dedo pudo entrar con algo de facilidad, sonrió satisfecho; movió el rostro hacia un hombro, besando, lamiendo, mordiendo, consiguiendo que Erick gimiera con mayor intensidad, no solo por esas caricias rudas, sino por el dedo intruso que palpaba el interior tibio.
—¿Te preparaste para mí? —susurró el rubio con emoción.
—Sí —respondió de inmediato el otro, sentía que perdería la razón en poco tiempo.
—Lindo Conejo… —Alejandro mordió un hombro con fuerza y su mano libre acarició un costado, mientras un segundo dedo se movía travieso, para introducirse en el cuerpo de su pareja.
Erick mordió la almohada bajo su rostro y se sostuvo un poco con sus rodillas para poder levantar ligeramente la cadera, dándole mayor libertad a su prometido. Al darse cuenta de eso, el ojiverde movió los dedos más profundo, buscando el punto exacto para darle placer a su pareja, sin dejar de besar la piel de la espalda; ya había marcado el pecho, ahora tocaba la parte trasera, pues quería que después de esa noche, todo el cuerpo de Erick dijera que tenía dueño. Bajó lentamente, recorriendo con la lengua, acariciando con los labios, succionando insistente y mordiendo ligeramente hacia los costados; llegó a las suaves nalgas y las marcó también, antes de volver a subir, lentamente, realizando las mismas acciones.
El pelinegro se estremeció y sus parpados se abrieron con sorpresa al sentir los dedos de Alejandro, estimular el punto más sensible de su cuerpo; intentó objetar, pero debido a las caricias, al abrir su boca, solo pudo gemir.
Alejandro volvió a la nuca y mordió la piel con menos fuerza— di mi nombre —pidió en un murmullo.
—Alex…
El rubio sonrió y volvió a morder la nuca, pero desde otro ángulo, sin dejar de mover sus dedos en el interior de su prometido— de nuevo —ordenó.
—¡Alex! —repitió el pelinegro, y su cuerpo se tensó ante las caricias en su próstata.
—Conejo —pasó la lengua por la piel que había mordido—, quiero que lo digas hasta que te quedes sin voz…
Erick apretó las mantas en sus manos y gimió— Alex… Alex… ¡Alex! —gritó.
Ya no estaba razonando, su cuerpo se ondulaba como si tuviera voluntad propia; los dedos traviesos del otro lo estimulaban de una manera fascinante, las lamidas y mordidas en su piel, tanto en cuello como hombros, le estaban provocando ese dulce dolor que tanto disfrutaba y sentir la piel de Alejandro contra la suya, compartiendo su calor y humedad por el sudor, le parecía sublime. El ojiazul siguió repitiendo el nombre hasta que, perdido por todas las sensaciones, soltó un grito por no poder contenerse más y volvió a llegar al orgasmo, humedeciendo la tela sobre el colchón.
Erick apenas estaba recuperando el aliento, cuando Alejandro retiró los dedos invasores y se acomodó tras su pareja, acomodando su pene entre las suaves nalgas.
—Alex… —la voz de Erick apenas se escuchó.
Sabía lo que pasaría, pero ya había eyaculado dos veces y después de todo lo que había ocurrido ese día, estaba exhausto.
El rubio no se contuvo, movió su cadera y penetró a Erick con firmeza, disfrutando la estrechez de la tibia cavidad, que debido a los orgasmos anteriores, aun parecía palpitar y apresarlo con mayor fuerza.
Alejandro abrazó a Erick y lo llevó consigo para quedar de lado; su mano derecha estimulaba el torso y la izquierda, estimulaba insistente el pene flácido de su compañero; su meta era volver a excitarlo y estaba seguro de poder hacerlo. Erick estaba cansado, pero disfrutaba de todo lo que el rubio le hacía, especialmente esos besos en los hombros, cuello, orejas y mejillas.
El ojiazul ya no podía moverse, pero sabía que eso no detendría a Alejandro, pues él siempre lo movía a su antojo; aun así, sin proponérselo, empezó a gimotear, al sentir como el pene de su pareja, daba de lleno en su próstata, estimulándolo una vez más, pero con una fuerza que lo empezaba a asustar.
—Alex… —musitó el nombre y buscó el rostro del otro, aunque sus ojos estaban húmedos por las lágrimas y debido no solo a eso, sino a la oscuridad, tampoco podía verlo bien.
Alejandro buscó los labios de Erick y lo besó, callando cualquier petición o reclamo; estaba seguro que estaba cansado, pero él no podía, ni quería detenerse, especialmente en ese momento, que el miembro de Erick estaba despertando una vez más.
Las lágrimas escaparon de los ojos azules, empapando el rostro; el pelinegro movió las manos, buscando las de su pareja, como si quisiera detenerlo, pero en vez de eso, al encontrarlas, entrelazó los dedos con ellas y las guio para su propio deleite. Llevó la mano derecha de Alex a uno de sus pezones y obligó a que la izquierda tratara su pene con algo más de rudeza; con ello, expuso más su trasero y gimió contra la boca del otro.
Erick ya no estaba razonando, solo se estaba dejando llevar por la lujuria, sin siquiera pensar en las consecuencias; su cuerpo respondía solo a Alejandro y quería que siguiera, sin importar nada más.
Al ver que el otro participaba activamente, el rubio se apartó y lo volvió a dejar contra la cama, sujetándolo por las muñecas y besándolo con demanda, mordisqueando los labios y después, se acomodó entre las piernas y colocó la punta de su miembro en la entrada.
—Eres tú, Erick… —la voz de Alejandro sonaba ansiosa—.Realmente… eres tú… ¡mi Conejo! —señaló y penetró a Erick con rapidez.
Erick gritó; sus ojos se abrieron con sorpresa y sintió que perdía el aire. Ya conocía a Alejandro, sabía cómo se sentía cuando lo poseía, pero en ese momento, no comprendía el motivo o razón, pero parecía mucho más grande de lo normal. Su cuerpo seguía el vaivén de las embestidas y sentía que su vientre era golpeando con una fuerza descomunal por el rubio, por lo que llevó una mano a su boca y mordió sus nudillos, empezando a llorar con mayor intensidad, a la par que sus piernas se enredaban en la cintura del otro, levantando ligeramente la cadera, para darle total libertad de penetrarlo.
El rubio siguió moviendo la cadera, por un rato, sintiéndose dichoso por la presión en su sexo y los sonidos ahogados de su pareja, momentos después se inclinó a besar los labios del otro y fue cuando encontró la mano que lo obstaculizaba; la apartó con rapidez y se enfocó en alcanzar su meta, cuando escuchó un débil gimoteo.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz agitada—. ¿No te gusta? ¿No quieres que siga? —su voz sonó preocupada.
Erick respiró con agitación, movió las manos y se sujetó a los hombros del rubio— sigue… —musitó—. ¡No te detengas!
Ante esas palabras y la voz necesitada de Erick, Alejandro se relamió los labios y lo besó, enredando su lengua con la del otro, volviendo a mover su cadera con rapidez. Erick no supo que con esas palabras, le había dado luz verde a Alejandro de que lo tratara como deseaba y no solo eso, que no importaba si cambiaba de opinión, él no se detendría hasta quedar satisfecho.
El pelinegro, poco a poco empezó a perder la razón; sentía que Alejandro estimulaba de una forma única su interior y sus piernas intentaron cerrarse por instinto. Con la poca fuerza que tenía, se apartó de los labios de su pareja y sollozo.
—Alex… ¡Para! —suplicó.
—Dijiste que no me detuviera —reclamó el ojiverde, mordiendo el cuello de Erick una vez más—. ¡No quiero parar! —dijo con voz ansiosa.
—Si no paras… voy a… voy a… —Erick encajó las uñas en la espalda del rubio y se mordió el labio, sintiendo que su cuerpo no aguantaría más tiempo con ese trato, era demasiado bueno para él.
—¿Volverás a terminar? —se burló Alejandro—. Está bien, hazlo… disfrútalo…
—¡No! —Erick negó—. ¡Voy a mojar la cama! —gritó, ya que sentía que si el rubio seguía estimulando su interior con ese ímpetu, de un momento a otro, terminaría orinándose.
—¿De verdad? —Alejandro mordió el lóbulo de una oreja y después pasó la lengua por toda la extensión—. Veamos si puedo lograr que lo hagas.
Con esa declaración, Erick se dio cuenta que el otro no pararía hasta lograr su cometido, así le llevara toda la noche y tembló de nervios.
Alejandro, por su parte, solo se detuvo para cambiar de posición.
Volteó a Erick y lo colocó a gatas, penetrándolo de golpe y antes de que el ojiazul reaccionara, lo sujetó de los brazos, haciendo que se incorporara y quedara hincado, para que pegara la espalda contra su pecho. La mano izquierda del rubio, se enfocó en el miembro de su pareja, mientras la otra lo acariciaba con deseo, recorriendo cada centímetro de su piel; su cadera se movía con un ritmo rápido y fuerte, logrando arrancar gritos y gemidos de la boca de Erick, quien sentía que se quedaría sin aire y sin voz en poco tiempo.
El rubio movió ambas manos, sujetando las de su prometido y llevándolas al vientre expuesto, donde cada que entraba con fuerza, el abdomen parecía ser empujado y mostraba una especie de protuberancia.
—¿Lo sientes? —susurró cerca del oído del pelinegro.
El ojiazul sintió que se quedaba sin aliento, pero alcanzó a responder— sí…
—¿Duele, Conejo?
—Sí —repitió y asintió.
—¿Te gusta ese dolor o me detengo?
—Me gusta… —confesó sin titubear el ojiazul, mientras las lágrimas escurrían por sus mejillas—, sigue, Alex… —movió las manos y las puso por encima de las del otro, y presionó su abdomen con ellas—. ¡Lastímame, amo! —suplicó—. ¡Quiero disfrutar!
Alejandro sonrió complacido, alejó las manos del abdomen de Erick y lo sujetó por el torso, mientras empezaba a aumentar el ritmo.
—Tócate —ordenó para el otro.
El cuerpo de Erick se movió como si tuviera voluntad propia y sus manos fueron a estimular sus partes sensibles; su mano derecha masajeó su miembro y la izquierda pellizcó sus propios pezones, justo como sabía que Alejandro lo haría si estuviera en su lugar.
El rubio estaba complacido por esa situación; Erick lo obedecía como antes y eso le causaba una sensación de poder y seguridad que ni en sus más locos sueños hubiera imaginado.
—Te amo, Conejo —declaró, besando y mordiendo la nuca a su alcance, marcando la piel.
Erick se estremeció de pies a cabeza por ese delicioso dolor que el otro le causó y detuvo los movimientos de sus manos.
—Alex… —sollozó el pelinegro—. Debo ir al baño… —anunció, temeroso, esperando que el otro se apiadara de él.
—No, no es necesario —sonrió el ojiverde y llevó su mano izquierda al pene de su pareja, a seguir con el trabajo que el otro había dejado.
Erick se mordió el labio e intentó apartarse, pero el otro brazo de Alejandro lo sujetó por el pecho, para dejarlo contra su cuerpo, mientras su cadera seguía un rítmico vaivén.
—Si no te detienes… en serio… voy a… voy a… —el ojiazul se mordió el labio, ya no podía aguantar más, en cualquier segundo, saldría algo más que semen y eso le daba algo de miedo.
Alejandro estaba ansioso, quería lograr su cometido, así que hizo caso omiso a las peticiones de su prometido y lo sujetó de la cadera, para moverlo con mayor libertad y salvajismo. Con esa acción, llegó tan profundo en el interior de su pareja, que Erick no pudo evitar llegar al orgasmo, gritando con fuerza, liberando una gran cantidad de líquido y con tanta presión, que gran parte de la cama se mojó.
El rubio no dejó de moverse, especialmente porque el interior de Erick se contraía con fuerza, dándole más placer, pero tuvo que hacerlo, cuando sintió los estremecimientos del ojiazul, quien parecía estar llorando.
—¡¿Erick?! —lo llamó con ansiedad—. ¡¿Te dolió?!
La respiración era desacompasada y el cuerpo se estremecía sin control, sí, había sollozos, era obvio que Erick lloraba, pero negó y ladeó el rostro con lentitud, moviendo una mano con pesadez hasta la mejilla de su prometido.
—Fue… delicioso —musitó y una vez más tembló.
Alejandro sonrió de forma triunfal, aunque el ojiazul no lo pudo notar; le besó la mejilla y lamió las lágrimas.
—Quiero terminar dentro de ti —confesó en tono seductor.
—No pares… —respondió el pelinegro—. Nunca me… haces caso… —dijo como un débil reproche, porque sentía que desfallecería en cualquier momento—. No lo hagas hoy…
Alejandro se sintió completamente dichoso por esas palabras y salió del interior de Erick, para recostarlo en la cama una vez más y volver a penetrarlo; quería llenarlo de su esencia, quería que lo sintiera por completo, pero también, besarlo, disfrutar de esos labios que le habían sido negados durante tantos años que le parecieron una eternidad y que ahora estaban a su alcance.
Simplemente quería constatar que todo eso no era un sueño o una alucinación, a causa del alcohol, como muchas otras veces le había pasado; esa noche no le estaba llamando Erick a otro hombre, esa noche le estaba haciendo el amor a su verdadero Conejo y era todo lo que necesitaba para ser feliz.
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