Capítulo IV
En la mañana, Erick y Marisela, visitaron varias florerías, buscando los arreglos para la decoración. Cómo la castaña imaginó, el pelinegro se decidió por orquídeas blancas, siendo acompañadas por rosas y azucenas blancas con detalles en ligeros tonos azules; su ramo para la ceremonia, sería de las mismas flores, grande, largo y pomposo, ya que a Erick le gustó un ramo en cascada, al ver uno en una foto y el diseñador recomendó el color, para que combinara con los ojos de Erick y algunos detalles para resaltar con respecto al traje que usaría en la ceremonia.
Según la tradición, Alejandro debía encargarse del ramo, pero en su nombre estaba Marisela, no solo por ser su asistente y encargada de apoyar en todo a su amigo, sino que tenía mejor conocimiento y gusto en ese tipo de cosas; por ello, la castaña parecía más el hada madrina de Erick. El ojiazul se sentía algo avergonzado, pero no podía evitar mostrar una sonrisa ilusionada y estrujaba sus manos de cuando en cuando, por la emoción.
—¿No crees que son demasiadas para la decoración? —preguntó Erick al ver la cantidad de flores que Marisela encargó.
—¡Por supuesto que no! —la castaña sonrió—. El señor de León dijo que quería todo decorado, así que ayer, los expertos del hotel para estos eventos, hicieron los cálculos de cuántas flores se necesitaban, tanto para el salón, como para las sillas, las mesas, el acceso y demás —ladeó el rostro—. Eso sin contar lo demás para decorar, como las velas, cristalería, telas colgantes y todo lo que sea necesario.
—Será mucho dinero… —el pelinegro se mordió el labio—. Y se suponía que iba a ser una ceremonia sencilla y familiar.
La de lentes ahogó una risita; en realidad, las cantidades que estaban manejando eran muy por debajo de lo que normalmente Alejandro gastaba por cuestiones de sus negocios, pero aunque habían decidido algo íntimo, el rubio quería que todo fuera especial para su futuro esposo.
—No se preocupe por eso —la mujer extendió un cheque para el dependiente—. Todo está pensado a la perfección.
—Si tú lo dices…
—Bien, debemos ir a buscar los recuerdos, ¿qué le gustaría ver…? —el sonido de su celular la interrumpió y respondió de inmediato, al saber, por el tono, que era de Alejandro—. Diga, señor —respondió formal y después de unos segundos revisó su agenda digital en la tableta—. Estábamos por ir a ver los recuerdos, pero puedo posponerlo para mañana y volver al hotel…
Esas palabras llamaron la atención de Erick; si Alejandro quería que pospusiera algo de los preparativos, debía ser sumamente importante. Su corazón se oprimió; debía ser una situación complicada y algo peligrosa, si quería a Marisela cerca y peor aún, que él volviera de inmediato al hotel.
La de lentes se dio cuenta del semblante de su compañero; había sido un cambio muy notorio, estaba nervioso.
—Permítame… —sonrió Marisela y se dirigió a Erick—. El señor De León tiene unas horas libres, pregunta si desea hacer la degustación de pasteles y platillos hoy, para poder acompañarlo.
El rostro de Erick se iluminó por esas palabras— ¡por supuesto! —respondió sin dudar.
—Volveremos al hotel de inmediato, señor —anunció la castaña por el auricular—, ¿necesita algo más? —ante la negativa del otro, ella se despidió—. Lo veremos en unos minutos…
Sin más, colgó y se giró hacia su compañero, mientras marcaba otro número— espero que los chefs no se estresen mucho por esto —sonrió—. La degustación estaba planeada para mañana.
El pelinegro estrujó sus manos— eso no será considerado, seguramente necesitan tiempo para preparar la degustación.
La risa de Marisela se escuchó— todos los chefs de los hoteles, están acostumbrados a los cambios de horario tan repentinos por parte del señor De León, pero aun así, se ponen nerviosos por servirle comida —se alzó de hombros—, no se preocupe —negó y le hizo un ademán para guiarlo a la salida de ese comercio, dónde los otros guardaespaldas los esperaban, todo mientras ella hablaba al hotel.
—¿Al hotel, señorita Sánchez? —preguntó el conductor con seriedad.
—Sí, Guevara, al hotel —dijo la castaña con seriedad, mientras marcaba para cancelar la cita con las personas de los recuerdos y solicitar otra para el día siguiente.
—Por favor… —terminó el ojiazul.
El castaño sonrió para Erick por el retrovisor y espero a que su copiloto se pusiera el cinturón. Cada que miraba a ese hombre, le parecía ver a Agustín en su manera tan sencilla de hablar, quizá por eso su amigo se había convertido en el compañero y guardaespaldas del prometido de su jefe.
Según la tradición, Alejandro debía encargarse del ramo, pero en su nombre estaba Marisela, no solo por ser su asistente y encargada de apoyar en todo a su amigo, sino que tenía mejor conocimiento y gusto en ese tipo de cosas; por ello, la castaña parecía más el hada madrina de Erick. El ojiazul se sentía algo avergonzado, pero no podía evitar mostrar una sonrisa ilusionada y estrujaba sus manos de cuando en cuando, por la emoción.
—¿No crees que son demasiadas para la decoración? —preguntó Erick al ver la cantidad de flores que Marisela encargó.
—¡Por supuesto que no! —la castaña sonrió—. El señor de León dijo que quería todo decorado, así que ayer, los expertos del hotel para estos eventos, hicieron los cálculos de cuántas flores se necesitaban, tanto para el salón, como para las sillas, las mesas, el acceso y demás —ladeó el rostro—. Eso sin contar lo demás para decorar, como las velas, cristalería, telas colgantes y todo lo que sea necesario.
—Será mucho dinero… —el pelinegro se mordió el labio—. Y se suponía que iba a ser una ceremonia sencilla y familiar.
La de lentes ahogó una risita; en realidad, las cantidades que estaban manejando eran muy por debajo de lo que normalmente Alejandro gastaba por cuestiones de sus negocios, pero aunque habían decidido algo íntimo, el rubio quería que todo fuera especial para su futuro esposo.
—No se preocupe por eso —la mujer extendió un cheque para el dependiente—. Todo está pensado a la perfección.
—Si tú lo dices…
—Bien, debemos ir a buscar los recuerdos, ¿qué le gustaría ver…? —el sonido de su celular la interrumpió y respondió de inmediato, al saber, por el tono, que era de Alejandro—. Diga, señor —respondió formal y después de unos segundos revisó su agenda digital en la tableta—. Estábamos por ir a ver los recuerdos, pero puedo posponerlo para mañana y volver al hotel…
Esas palabras llamaron la atención de Erick; si Alejandro quería que pospusiera algo de los preparativos, debía ser sumamente importante. Su corazón se oprimió; debía ser una situación complicada y algo peligrosa, si quería a Marisela cerca y peor aún, que él volviera de inmediato al hotel.
La de lentes se dio cuenta del semblante de su compañero; había sido un cambio muy notorio, estaba nervioso.
—Permítame… —sonrió Marisela y se dirigió a Erick—. El señor De León tiene unas horas libres, pregunta si desea hacer la degustación de pasteles y platillos hoy, para poder acompañarlo.
El rostro de Erick se iluminó por esas palabras— ¡por supuesto! —respondió sin dudar.
—Volveremos al hotel de inmediato, señor —anunció la castaña por el auricular—, ¿necesita algo más? —ante la negativa del otro, ella se despidió—. Lo veremos en unos minutos…
Sin más, colgó y se giró hacia su compañero, mientras marcaba otro número— espero que los chefs no se estresen mucho por esto —sonrió—. La degustación estaba planeada para mañana.
El pelinegro estrujó sus manos— eso no será considerado, seguramente necesitan tiempo para preparar la degustación.
La risa de Marisela se escuchó— todos los chefs de los hoteles, están acostumbrados a los cambios de horario tan repentinos por parte del señor De León, pero aun así, se ponen nerviosos por servirle comida —se alzó de hombros—, no se preocupe —negó y le hizo un ademán para guiarlo a la salida de ese comercio, dónde los otros guardaespaldas los esperaban, todo mientras ella hablaba al hotel.
—¿Al hotel, señorita Sánchez? —preguntó el conductor con seriedad.
—Sí, Guevara, al hotel —dijo la castaña con seriedad, mientras marcaba para cancelar la cita con las personas de los recuerdos y solicitar otra para el día siguiente.
—Por favor… —terminó el ojiazul.
El castaño sonrió para Erick por el retrovisor y espero a que su copiloto se pusiera el cinturón. Cada que miraba a ese hombre, le parecía ver a Agustín en su manera tan sencilla de hablar, quizá por eso su amigo se había convertido en el compañero y guardaespaldas del prometido de su jefe.
Cuando llegaron al hotel, Erick y Marisela esperaron a que los otros coches se estacionaran, los guardaespaldas bajaran y sus acompañantes les abrieran las puertas. Aunque estaban en un lugar seguro, Alejandro había ordenado que extremaran precauciones, por lo que había estrictas normas de seguridad.
Al entrar al elevador, solo lo hicieron Erick, Marisela, Luciano y Felipe, pues estaba directamente cuidando del Conejo mientras estaban en esa ciudad. Al descender, otros guardaespaldas estaban esperándolos, entre ellos, Miguel y Julián; el pequeño grupo caminó por el pasillo, yendo hacia un salón privado, dónde Alejandro esperaba a su prometido.
Erick entró, seguido por Marisela y Miguel, pero Julián se quedó fuera, junto con los demás.
—Debemos hablar —la voz de Julián era fría y todos lo miraron al rostro, buscando a quien iba dirigida esa frase.
Luciano se dio cuenta de que la mirada estaba puesta en él, así que asintió y siguió al otro, yendo a otra pequeña sala, donde había una mesa para cuatro personas y una pequeña estancia.
—Siéntate —la voz de Julián no tenía tintes de emoción, seguía en su papel y el otro suspiró.
Luciano se sentó en una silla de la mesa y Julián lo hizo frente a él, para verlo al rostro; un par de mujeres se acercaron a ofrecerles algo de comer o beber.
—Café, por favor —pidió Luciano, mientras se acomodaba la parte baja de su corbata.
Julián negó y espero a que le sirvieran a su compañero, los dejaran a solas y empezó a hablar— ¿sabes por qué estás aquí? —levantó una ceja.
Luciano movió la cuchara dentro del café, pues le acababa de poner azúcar y bebió un sorbo antes de responderle— ¿van a despedirme? —preguntó con poco interés.
Julián soltó el aire y negó— no has hecho nada malo para despedirte —señaló con molestia.
—Pero tú no me quieres cerca de Agustín, cuando él vuelva, ¿no es así? —preguntó el de ojos avellana.
Los ojos castaños de Julián lo miraron fríamente y se irguió en su lugar.
—Sé lo que pasa —Luciano bebió más café—. Antes de partir de México, fui al hospital, a despedirme de Agus y me dijo que lo besaste —sonrió tenuemente—, por lo que imagino que deseas ir en serio con él y más, si lo llamas todos los días.
—¿Cómo sabes que lo he llamado? —el mayor frunció el ceño.
—Yo también le he marcado, para saber cómo está —se alzó de hombros—. Soy su único amigo real, así que me cuenta todo —explicó.
“Soy su único amigo real…” esa frase hizo que Julián apretara los puños de manera inconsciente.
El silencio reinó por un momento, hasta que Luciano habló— esto es porque estás enterado de que me gusta, ¿cierto? —sus ojos se fijaron en Julián y debido a la luz, el tono dorado disminuyó y parecían de un color verdoso.
—¿Cómo sabes que lo sé? —Julián no había imaginado que Luciano respondería de esa manera, al contrario, pensaba que estaría nervioso, pero parecía tener todo bajo control.
—Todos los saben, Julián —negó y miró hacia un lado—. El único que no lo sabe, porque no quiere darse por enterado, es Agustín —el color de sus ojos pareció cambiar, volviéndose dorado casi en su totalidad, un tono que le daba un aire melancólico—, ya que para él, no existe nadie más que tú.
Julián respiró profundamente.
Lo sabía; estaba consciente que Agustín no tenía ojos más que para él y agradecía que fuera de esa manera, de lo contrario, mucho tiempo atrás lo hubiese perdido; pero aun así, no quería a Luciano cerca de él, especialmente cuando Agustín regresara a trabajar.
—Sabes de mi amistad con el señor de León —dijo con más cautela—, por lo cual…
—¿Le pedirás que me despida? —interrumpió el otro con rapidez, antes de beber un sorbo de su café.
Luciano sabía bien que Julián, Miguel y Marisela, gozaban de facilidades que los demás no, por lo cual, estaba consciente que cualquier cosa que ellos pidieran como favor, su jefe se los facilitaría.
—Quería hacerlo —admitió Julián sin un ápice de duda—, pero preferiría pedirle que fueras a otro hotel.
Las manos de Luciano se posaron en la taza y los ojos avellanas observaron el agua oscura. El silencio reinó un momento y luego Luciano observó a los ojos a su interlocutor.
—¿Quieres alejarme por mi desempeño o sólo por Agustín? —preguntó fríamente.
Julián frunció el ceño, se recargó en la silla y negó— no es por tu desempeño —aseguró—. Eres un guardaespaldas excepcional, por eso dudo que el señor De León quisiera despedirte, aunque yo se lo pida.
—Entonces es solo por Agus, ¿cierto?
—Sí.
Luciano sonrió, bebió otro sorbo de su café y después dejó la taza sobre el plato— renunciaré.
Julián negó— el señor De León no aceptará tu renuncia sin un motivo real.
Luciano ahogó una risa— estoy por cumplir treinta, creo que es mejor para mí, un empleo menos peligroso especialmente porque no quiero que mi familia sufra si algo me pasa —se excusó.
—Si realmente pensaras así, no te habrías metido a este trabajo desde el inicio.
—Tienes razón —Luciano asintió—. Pero también, desde hace tiempo, he tenido otras ofertas y quizá, es tiempo que tome una de ellas, antes de que pase más el tiempo.
—¿Ofertas? —Julián entrecerró los ojos—. ¿Qué clase de ofertas? —preguntó con cautela, pues normalmente, cuando alguien le hacía ofertas a los guardaespaldas de Alejandro, era porque querían saber del rubio.
Luciano sonrió, bebió otro sorbo de café y después buscó la cartera en su saco; del interior del objeto, obtuvo varias tarjetas con un nombre que el otro conocía muy bien.
—Cada que la señorita Aramburo me veía, me ofrecía trabajo para que fuera su modelo —señaló las tarjetas—, también a Agus —comentó con poco interés—. Él decía que no por ti, yo decía que no, por él…
Julián sujetó las tarjetas, observándolas con seriedad. Conocía a Anya Aramburo y a sus hermanos, quienes también eran buenos amigos de Alejandro, por lo que podía confiar que no pasaría nada malo si Luciano iba a trabajar con la joven heredera rusa, quien era diseñadora de modas, aun así, había algunas cosas que no lo dejaban tranquilo.
—¿Por qué me estás diciendo esto? —preguntó con seriedad.
—No quiero dejar nada a la deriva, Julián —negó y volvió a sujetar la taza—. No quiero que Agus tenga problemas contigo por mi culpa —señaló con seguridad—. Es mi amigo y lo que menos quisiera es ser el culpable de su desdicha.
—Entiendo…
—Pero quiero saber algo…
—¿Qué cosa? —Julián devolvió las tarjetas.
—¿Qué hay de ti? —Luciano puso un rostro serio.
—¿Qué quieres decir? —Julián le sostuvo la mirada.
—No soy estúpido, Julián —los ojos de Luciano se volvieron a tornar verdosos, parecía una fiera acechando—. Sé que tienes diversión tanto dentro, como fuera de nuestros compañeros —añadió con molestia—. Quisiera estar seguro que eso terminará y no solo estás jugando con Agus.
Julián se molestó. Entendía a lo que se refería el otro, pero que pusiera en duda lo que quería con Agustín, le enfurecía.
—Esto es serio —sentenció sin un ápice de duda—. Sé que aún no es formal, porque esperaré a que él se recupere, pero no creas que será solo uno más para mí.
Los ojos de Luciano escudriñaron a su acompañante y finalmente sonrió tranquilo, sujetando las tarjetas que aún estaban en la mesa— siendo así, no tienes de qué preocuparte.
—¿Preocuparme? —el mayor levantó una ceja, observando al otro, sin comprender esa frase.
—Sólo me metería en esa relación, si le haces algo a Agus o lo haces sufrir —sonrió y bebió una vez más del café—. Cómo su amigo, me preocupo por él, por eso quiero su tranquilidad y felicidad.
Julián sabía que esa era una clara amenaza; pero aunque quería decir algo, una parte de él estaba tranquilo de saber que alguien más quería proteger a su futura pareja; no por nada el que más sufrió al saber la falsa muerte de Agustín, fue Luciano.
El silencio reinó y el de ojos avellana terminó su café— iré a preparar mis documentos para mi renuncia —se puso de pie y acomodó su saco—. Me quedaré hasta finalizar enero, porque le prometí a Agus cuidar del señor Erick, justo cómo él lo haría y después volveré a México —explicó—. No tienes que preocuparte en que vuelva a ver a Agus.
Julián se quedó en silencio, sin moverse un solo ápice, escuchando los pasos del otro alejarse al ir hacia la puerta.
—Julián…
La voz de Luciano se escuchó y Julián giró el rostro, mirándolo en el umbral.
—Cuídalo… —pidió con media sonrisa y después salió.
Cuando la puerta se cerró, Julián suspiró.
“Cuídalo…”
Se refería a Agustín, era obvio.
El castaño sonrió y asintió— lo cuidaré —prometió, aunque su interlocutor ya no estaba presente.
Al entrar al elevador, solo lo hicieron Erick, Marisela, Luciano y Felipe, pues estaba directamente cuidando del Conejo mientras estaban en esa ciudad. Al descender, otros guardaespaldas estaban esperándolos, entre ellos, Miguel y Julián; el pequeño grupo caminó por el pasillo, yendo hacia un salón privado, dónde Alejandro esperaba a su prometido.
Erick entró, seguido por Marisela y Miguel, pero Julián se quedó fuera, junto con los demás.
—Debemos hablar —la voz de Julián era fría y todos lo miraron al rostro, buscando a quien iba dirigida esa frase.
Luciano se dio cuenta de que la mirada estaba puesta en él, así que asintió y siguió al otro, yendo a otra pequeña sala, donde había una mesa para cuatro personas y una pequeña estancia.
—Siéntate —la voz de Julián no tenía tintes de emoción, seguía en su papel y el otro suspiró.
Luciano se sentó en una silla de la mesa y Julián lo hizo frente a él, para verlo al rostro; un par de mujeres se acercaron a ofrecerles algo de comer o beber.
—Café, por favor —pidió Luciano, mientras se acomodaba la parte baja de su corbata.
Julián negó y espero a que le sirvieran a su compañero, los dejaran a solas y empezó a hablar— ¿sabes por qué estás aquí? —levantó una ceja.
Luciano movió la cuchara dentro del café, pues le acababa de poner azúcar y bebió un sorbo antes de responderle— ¿van a despedirme? —preguntó con poco interés.
Julián soltó el aire y negó— no has hecho nada malo para despedirte —señaló con molestia.
—Pero tú no me quieres cerca de Agustín, cuando él vuelva, ¿no es así? —preguntó el de ojos avellana.
Los ojos castaños de Julián lo miraron fríamente y se irguió en su lugar.
—Sé lo que pasa —Luciano bebió más café—. Antes de partir de México, fui al hospital, a despedirme de Agus y me dijo que lo besaste —sonrió tenuemente—, por lo que imagino que deseas ir en serio con él y más, si lo llamas todos los días.
—¿Cómo sabes que lo he llamado? —el mayor frunció el ceño.
—Yo también le he marcado, para saber cómo está —se alzó de hombros—. Soy su único amigo real, así que me cuenta todo —explicó.
“Soy su único amigo real…” esa frase hizo que Julián apretara los puños de manera inconsciente.
El silencio reinó por un momento, hasta que Luciano habló— esto es porque estás enterado de que me gusta, ¿cierto? —sus ojos se fijaron en Julián y debido a la luz, el tono dorado disminuyó y parecían de un color verdoso.
—¿Cómo sabes que lo sé? —Julián no había imaginado que Luciano respondería de esa manera, al contrario, pensaba que estaría nervioso, pero parecía tener todo bajo control.
—Todos los saben, Julián —negó y miró hacia un lado—. El único que no lo sabe, porque no quiere darse por enterado, es Agustín —el color de sus ojos pareció cambiar, volviéndose dorado casi en su totalidad, un tono que le daba un aire melancólico—, ya que para él, no existe nadie más que tú.
Julián respiró profundamente.
Lo sabía; estaba consciente que Agustín no tenía ojos más que para él y agradecía que fuera de esa manera, de lo contrario, mucho tiempo atrás lo hubiese perdido; pero aun así, no quería a Luciano cerca de él, especialmente cuando Agustín regresara a trabajar.
—Sabes de mi amistad con el señor de León —dijo con más cautela—, por lo cual…
—¿Le pedirás que me despida? —interrumpió el otro con rapidez, antes de beber un sorbo de su café.
Luciano sabía bien que Julián, Miguel y Marisela, gozaban de facilidades que los demás no, por lo cual, estaba consciente que cualquier cosa que ellos pidieran como favor, su jefe se los facilitaría.
—Quería hacerlo —admitió Julián sin un ápice de duda—, pero preferiría pedirle que fueras a otro hotel.
Las manos de Luciano se posaron en la taza y los ojos avellanas observaron el agua oscura. El silencio reinó un momento y luego Luciano observó a los ojos a su interlocutor.
—¿Quieres alejarme por mi desempeño o sólo por Agustín? —preguntó fríamente.
Julián frunció el ceño, se recargó en la silla y negó— no es por tu desempeño —aseguró—. Eres un guardaespaldas excepcional, por eso dudo que el señor De León quisiera despedirte, aunque yo se lo pida.
—Entonces es solo por Agus, ¿cierto?
—Sí.
Luciano sonrió, bebió otro sorbo de su café y después dejó la taza sobre el plato— renunciaré.
Julián negó— el señor De León no aceptará tu renuncia sin un motivo real.
Luciano ahogó una risa— estoy por cumplir treinta, creo que es mejor para mí, un empleo menos peligroso especialmente porque no quiero que mi familia sufra si algo me pasa —se excusó.
—Si realmente pensaras así, no te habrías metido a este trabajo desde el inicio.
—Tienes razón —Luciano asintió—. Pero también, desde hace tiempo, he tenido otras ofertas y quizá, es tiempo que tome una de ellas, antes de que pase más el tiempo.
—¿Ofertas? —Julián entrecerró los ojos—. ¿Qué clase de ofertas? —preguntó con cautela, pues normalmente, cuando alguien le hacía ofertas a los guardaespaldas de Alejandro, era porque querían saber del rubio.
Luciano sonrió, bebió otro sorbo de café y después buscó la cartera en su saco; del interior del objeto, obtuvo varias tarjetas con un nombre que el otro conocía muy bien.
—Cada que la señorita Aramburo me veía, me ofrecía trabajo para que fuera su modelo —señaló las tarjetas—, también a Agus —comentó con poco interés—. Él decía que no por ti, yo decía que no, por él…
Julián sujetó las tarjetas, observándolas con seriedad. Conocía a Anya Aramburo y a sus hermanos, quienes también eran buenos amigos de Alejandro, por lo que podía confiar que no pasaría nada malo si Luciano iba a trabajar con la joven heredera rusa, quien era diseñadora de modas, aun así, había algunas cosas que no lo dejaban tranquilo.
—¿Por qué me estás diciendo esto? —preguntó con seriedad.
—No quiero dejar nada a la deriva, Julián —negó y volvió a sujetar la taza—. No quiero que Agus tenga problemas contigo por mi culpa —señaló con seguridad—. Es mi amigo y lo que menos quisiera es ser el culpable de su desdicha.
—Entiendo…
—Pero quiero saber algo…
—¿Qué cosa? —Julián devolvió las tarjetas.
—¿Qué hay de ti? —Luciano puso un rostro serio.
—¿Qué quieres decir? —Julián le sostuvo la mirada.
—No soy estúpido, Julián —los ojos de Luciano se volvieron a tornar verdosos, parecía una fiera acechando—. Sé que tienes diversión tanto dentro, como fuera de nuestros compañeros —añadió con molestia—. Quisiera estar seguro que eso terminará y no solo estás jugando con Agus.
Julián se molestó. Entendía a lo que se refería el otro, pero que pusiera en duda lo que quería con Agustín, le enfurecía.
—Esto es serio —sentenció sin un ápice de duda—. Sé que aún no es formal, porque esperaré a que él se recupere, pero no creas que será solo uno más para mí.
Los ojos de Luciano escudriñaron a su acompañante y finalmente sonrió tranquilo, sujetando las tarjetas que aún estaban en la mesa— siendo así, no tienes de qué preocuparte.
—¿Preocuparme? —el mayor levantó una ceja, observando al otro, sin comprender esa frase.
—Sólo me metería en esa relación, si le haces algo a Agus o lo haces sufrir —sonrió y bebió una vez más del café—. Cómo su amigo, me preocupo por él, por eso quiero su tranquilidad y felicidad.
Julián sabía que esa era una clara amenaza; pero aunque quería decir algo, una parte de él estaba tranquilo de saber que alguien más quería proteger a su futura pareja; no por nada el que más sufrió al saber la falsa muerte de Agustín, fue Luciano.
El silencio reinó y el de ojos avellana terminó su café— iré a preparar mis documentos para mi renuncia —se puso de pie y acomodó su saco—. Me quedaré hasta finalizar enero, porque le prometí a Agus cuidar del señor Erick, justo cómo él lo haría y después volveré a México —explicó—. No tienes que preocuparte en que vuelva a ver a Agus.
Julián se quedó en silencio, sin moverse un solo ápice, escuchando los pasos del otro alejarse al ir hacia la puerta.
—Julián…
La voz de Luciano se escuchó y Julián giró el rostro, mirándolo en el umbral.
—Cuídalo… —pidió con media sonrisa y después salió.
Cuando la puerta se cerró, Julián suspiró.
“Cuídalo…”
Se refería a Agustín, era obvio.
El castaño sonrió y asintió— lo cuidaré —prometió, aunque su interlocutor ya no estaba presente.
Después de la degustación de la comida y los pasteles, así como la elección del diseño del mismo, combinando con las flores y decoración en chocolate, Alejandro se despidió de Erick para ir a otra reunión y Marisela se quedó con el ojiazul, porque el rubio quería que lo acompañara hasta que cenara, en caso de no poder llegar a tiempo esa noche.
Para aprovechar el tiempo, mientras el diseñador y sus asistentes, le medían las primeras prendas a Erick, Marisela le mostraba imágenes de adornos para la parte superior del pastel.
—¿Qué tal este? —la castaña sonrió, mostrándole otra imagen.
Erick la miró de reojo, mientras el diseñador le decía a un asistente que le subiera el dobladillo a algo.
—No sé… —el ojiazul hizo un gesto de desagrado—. No, no me gusta.
La de lentes suspiró, se le estaban acabando las ideas.
—Elegir adornos de pastel para una boda de dos chicos, es difícil —comentó Héctor con media sonrisa, mientras quitaba una parte del traje—, necesitamos más tela aquí…
—Es cierto… se especializa en bodas gais, ¿verdad? —preguntó Erick sin moverse.
Héctor sonrió divertido— creo que sí, al menos me han catalogado así, desde mi boda con mi esposo… Pero la verdad, mi vocación y trabajo es el diseño de ropa, nada más —aseguró.
La curiosidad de Erick despertó— ¿cómo fue su boda?
Héctor dudó— fue sencilla, tal vez un poco más femenina de lo que se puede imaginar —miró los ojos azules de manera cómplice—. A diferencia de usted, mis gustos son más… específicos y delicados…
Erick frunció el ceño.
—El señor Luján se casó con un vestido blanco, estilo princesa —sonrió Marisela.
—Oh… —Erick parpadeó varias veces; él no se imaginaba con ese tipo de ropa, pues no le parecía ser tan femenino como el diseñador.
—Sí, me gusta la ropa femenina —acotó el otro con diversión y seguridad—. Pero no a todos los hombres les gusta usar eso.
—No es que no nos guste, es solo que no a todos nos queda —Erick negó.
—¿Por qué piensa que no le queda? —Héctor lo miró con curiosidad—. Tiene una figura estilizada, sus músculos están tonificados pero no son exagerados, por lo que con ropa delicada se vería mucho mejor que otros, además, sus ojos azules son llamativos y si se vistiera con ropa femenina, seguro ¡le quedaría fascinante!
—El señor De León no tendría problema en verlo con cualquier vestimenta, ya nos dimos cuenta con la ropa interior… —secundó Marisela, quien conociendo a Alejandro sabía que era dado a experimentar y con Erick, estaba segura que también lo llegaba a imaginar con cierta ropa, pero a Erick lo amaba demasiado y respetaba su individualidad, por lo que le dejaba hacer lo que deseaba, al contrario de sus otros amantes.
Las mejillas de Erick se tiñeron de rojo y el diseñador entendió la razón.
—Claro que no todos se sienten a gusto con ello —comentó condescendiente—, por lo que para su boda, es mejor algo con lo que se sienta seguro y feliz.
—Tal vez… Después pueda probar alguno —Erick se mordió el labio con nervios.
—Cuando se sienta seguro —el diseñador asintió y siguió con su trabajo.
—Quizá, necesito el apoyo de mi prometido… —dijo nervioso, ya que era gracias a Alejandro que se animaba a hacer cosas que normalmente no haría.
Marisela sonrió y con rapidez, le mandó un mensaje a Alejandro, contándole esa pequeña situación, dónde le decía, en pocas palabras, que su Conejo estaría dispuesto a vestir esa ropa que él pensaba que nunca usaría.
—Pero volviendo al tema del pastel… —Héctor se inclinó para revisar la parte posterior del traje, que caía como una cola—. El adorno superior, debería ser una expresión de unión de los novios o al menos eso es lo que pienso yo.
—Sí, algo que los defina a ambos —Marisela asintió, pues ella ya había pensado en lo que quería para cuando se casara con Miguel.
—Algo que nos defina… —El ojiazul suspiró—. No lo sé, Alex me dice Conejo, pero de ahí en más no sé qué nos pueda definir o identificar —buscó la mirada de Marisela—. ¿Tú que crees? —preguntó confundido.
—Podríamos usar dos figuras normales, ¿no lo cree? —preguntó la castaña con una sonrisa calmada.
Erick hizo un mohín— no… —negó débilmente—. Nuestra boda es especial, dos figuras cualquiera sería muy impropio, a comparación de todo el detalle que tendrá el pastel, pero no sé qué poner…
Marisela entendía eso, por lo que decidió ayudarlo— ¿desea que yo me encargue? —preguntó.
—¡¿Podrías?! —el pelinegro la miró con emoción.
—Bueno, no exactamente yo, pero podemos pedirle al señor De León que él se encargue, en algo nos tiene que ayudar con la boda, además de dar el dinero, ¿no lo cree?
El pelinegro rió— ¿crees que tenga tiempo?
—Si él no tiene tiempo, alguno de sus testigos tendrá qué hacerlo —ella se alzó de hombros, ya que Miguel y Julián serían los testigos de Alejandro, porque ella era la madrina de las argollas.
—De acuerdo, creo que esa es una buena idea —asintió el ojiazul, antes de girar, porque el diseñador tenía que ver como se movía con el traje que en ese momento portaba, por si debía ajustarlo más.
Para aprovechar el tiempo, mientras el diseñador y sus asistentes, le medían las primeras prendas a Erick, Marisela le mostraba imágenes de adornos para la parte superior del pastel.
—¿Qué tal este? —la castaña sonrió, mostrándole otra imagen.
Erick la miró de reojo, mientras el diseñador le decía a un asistente que le subiera el dobladillo a algo.
—No sé… —el ojiazul hizo un gesto de desagrado—. No, no me gusta.
La de lentes suspiró, se le estaban acabando las ideas.
—Elegir adornos de pastel para una boda de dos chicos, es difícil —comentó Héctor con media sonrisa, mientras quitaba una parte del traje—, necesitamos más tela aquí…
—Es cierto… se especializa en bodas gais, ¿verdad? —preguntó Erick sin moverse.
Héctor sonrió divertido— creo que sí, al menos me han catalogado así, desde mi boda con mi esposo… Pero la verdad, mi vocación y trabajo es el diseño de ropa, nada más —aseguró.
La curiosidad de Erick despertó— ¿cómo fue su boda?
Héctor dudó— fue sencilla, tal vez un poco más femenina de lo que se puede imaginar —miró los ojos azules de manera cómplice—. A diferencia de usted, mis gustos son más… específicos y delicados…
Erick frunció el ceño.
—El señor Luján se casó con un vestido blanco, estilo princesa —sonrió Marisela.
—Oh… —Erick parpadeó varias veces; él no se imaginaba con ese tipo de ropa, pues no le parecía ser tan femenino como el diseñador.
—Sí, me gusta la ropa femenina —acotó el otro con diversión y seguridad—. Pero no a todos los hombres les gusta usar eso.
—No es que no nos guste, es solo que no a todos nos queda —Erick negó.
—¿Por qué piensa que no le queda? —Héctor lo miró con curiosidad—. Tiene una figura estilizada, sus músculos están tonificados pero no son exagerados, por lo que con ropa delicada se vería mucho mejor que otros, además, sus ojos azules son llamativos y si se vistiera con ropa femenina, seguro ¡le quedaría fascinante!
—El señor De León no tendría problema en verlo con cualquier vestimenta, ya nos dimos cuenta con la ropa interior… —secundó Marisela, quien conociendo a Alejandro sabía que era dado a experimentar y con Erick, estaba segura que también lo llegaba a imaginar con cierta ropa, pero a Erick lo amaba demasiado y respetaba su individualidad, por lo que le dejaba hacer lo que deseaba, al contrario de sus otros amantes.
Las mejillas de Erick se tiñeron de rojo y el diseñador entendió la razón.
—Claro que no todos se sienten a gusto con ello —comentó condescendiente—, por lo que para su boda, es mejor algo con lo que se sienta seguro y feliz.
—Tal vez… Después pueda probar alguno —Erick se mordió el labio con nervios.
—Cuando se sienta seguro —el diseñador asintió y siguió con su trabajo.
—Quizá, necesito el apoyo de mi prometido… —dijo nervioso, ya que era gracias a Alejandro que se animaba a hacer cosas que normalmente no haría.
Marisela sonrió y con rapidez, le mandó un mensaje a Alejandro, contándole esa pequeña situación, dónde le decía, en pocas palabras, que su Conejo estaría dispuesto a vestir esa ropa que él pensaba que nunca usaría.
—Pero volviendo al tema del pastel… —Héctor se inclinó para revisar la parte posterior del traje, que caía como una cola—. El adorno superior, debería ser una expresión de unión de los novios o al menos eso es lo que pienso yo.
—Sí, algo que los defina a ambos —Marisela asintió, pues ella ya había pensado en lo que quería para cuando se casara con Miguel.
—Algo que nos defina… —El ojiazul suspiró—. No lo sé, Alex me dice Conejo, pero de ahí en más no sé qué nos pueda definir o identificar —buscó la mirada de Marisela—. ¿Tú que crees? —preguntó confundido.
—Podríamos usar dos figuras normales, ¿no lo cree? —preguntó la castaña con una sonrisa calmada.
Erick hizo un mohín— no… —negó débilmente—. Nuestra boda es especial, dos figuras cualquiera sería muy impropio, a comparación de todo el detalle que tendrá el pastel, pero no sé qué poner…
Marisela entendía eso, por lo que decidió ayudarlo— ¿desea que yo me encargue? —preguntó.
—¡¿Podrías?! —el pelinegro la miró con emoción.
—Bueno, no exactamente yo, pero podemos pedirle al señor De León que él se encargue, en algo nos tiene que ayudar con la boda, además de dar el dinero, ¿no lo cree?
El pelinegro rió— ¿crees que tenga tiempo?
—Si él no tiene tiempo, alguno de sus testigos tendrá qué hacerlo —ella se alzó de hombros, ya que Miguel y Julián serían los testigos de Alejandro, porque ella era la madrina de las argollas.
—De acuerdo, creo que esa es una buena idea —asintió el ojiazul, antes de girar, porque el diseñador tenía que ver como se movía con el traje que en ese momento portaba, por si debía ajustarlo más.
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