Capítulo II
—Erick…
La voz suave hizo que el pelinegro se removiera en las mantas, entreabriera los parpados y bostezara.
—¿Alex?
—Es hora de despertar —Alejandro levantó una ceja—, no te quisiste levantar a comer y ya estamos por llegar a nuestro destino, tienes que cambiarte.
—¿Qué hora es? —preguntó el ojiazul, tallando sus parpados.
—¿Qué horario quieres que te diga, el de México o el de Londres? —preguntó con burla, mientras se levantaba a buscar la ropa para su pareja.
—Local… —dijo malhumorado el otro.
—Casi las dos de la mañana —anunció Alejandro, volviendo a su lado, llevándole un conjunto abrigador.
Erick se hizo un ovillo— odio los cambios de horario —dijo con voz molesta y se tapó hasta la cabeza.
—Conejo, tienes que levantarte —ordenó el rubio—. Parece que el clima en Londres no es bueno y puede haber turbulencia al aterrizar, así que debemos estar en los asientos en menos de diez minutos.
—Ya voy… ya voy —suspiró, hizo un mohín y se incorporó—. Creo que te odio por obligarme hacer este viaje tan pesado —dijo con un dejo de infantilismo.
—¿En serio? —Alejandro rió—. No dijiste eso mientras hacíamos el amor.
—¡Alex! —Erick soltó el nombre con fuerza al momento que le lanzaba una almohada, aun se avergonzaba de decir eso, pero a Alejandro le parecía lo más normal.
El rubio esquivó el esponjoso proyectil y suspiró— anda, Conejo —se inclinó y lo sujetó del mentón—, tenemos que llegar al hotel, cenaras algo ligero y te dejaré volver a dormir —señaló—, sé que te dejé muy cansado y mañana hay cosas que hacer.
—¿Trabajo o placer? —preguntó el ojiazul pasando las manos por el cuello de su prometido.
—Pueden ser ambas, si me acompañas —Alejandro le guiñó el ojo y luego lo besó fugazmente, para incorporarse—, iré con los demás, te espero en el asiento.
—Como ordene, amo —Erick le guiñó un ojo y sujetó la ropa.
Alejandro le sonrió con diversión y salió. Ambos estaban disfrutando esos momentos; parecían adolescentes tentándose mutuamente, igual como lo hacían años antes, cuando ya tenían una relación, pese a que no podían decirlo abiertamente en aquel entonces, ahora era diferente; Alejandro podía gritar a los cuatro vientos que Erick era su prometido y no solo eso, sino que era respaldado por su padre, ¿qué más podía pedir?
La voz suave hizo que el pelinegro se removiera en las mantas, entreabriera los parpados y bostezara.
—¿Alex?
—Es hora de despertar —Alejandro levantó una ceja—, no te quisiste levantar a comer y ya estamos por llegar a nuestro destino, tienes que cambiarte.
—¿Qué hora es? —preguntó el ojiazul, tallando sus parpados.
—¿Qué horario quieres que te diga, el de México o el de Londres? —preguntó con burla, mientras se levantaba a buscar la ropa para su pareja.
—Local… —dijo malhumorado el otro.
—Casi las dos de la mañana —anunció Alejandro, volviendo a su lado, llevándole un conjunto abrigador.
Erick se hizo un ovillo— odio los cambios de horario —dijo con voz molesta y se tapó hasta la cabeza.
—Conejo, tienes que levantarte —ordenó el rubio—. Parece que el clima en Londres no es bueno y puede haber turbulencia al aterrizar, así que debemos estar en los asientos en menos de diez minutos.
—Ya voy… ya voy —suspiró, hizo un mohín y se incorporó—. Creo que te odio por obligarme hacer este viaje tan pesado —dijo con un dejo de infantilismo.
—¿En serio? —Alejandro rió—. No dijiste eso mientras hacíamos el amor.
—¡Alex! —Erick soltó el nombre con fuerza al momento que le lanzaba una almohada, aun se avergonzaba de decir eso, pero a Alejandro le parecía lo más normal.
El rubio esquivó el esponjoso proyectil y suspiró— anda, Conejo —se inclinó y lo sujetó del mentón—, tenemos que llegar al hotel, cenaras algo ligero y te dejaré volver a dormir —señaló—, sé que te dejé muy cansado y mañana hay cosas que hacer.
—¿Trabajo o placer? —preguntó el ojiazul pasando las manos por el cuello de su prometido.
—Pueden ser ambas, si me acompañas —Alejandro le guiñó el ojo y luego lo besó fugazmente, para incorporarse—, iré con los demás, te espero en el asiento.
—Como ordene, amo —Erick le guiñó un ojo y sujetó la ropa.
Alejandro le sonrió con diversión y salió. Ambos estaban disfrutando esos momentos; parecían adolescentes tentándose mutuamente, igual como lo hacían años antes, cuando ya tenían una relación, pese a que no podían decirlo abiertamente en aquel entonces, ahora era diferente; Alejandro podía gritar a los cuatro vientos que Erick era su prometido y no solo eso, sino que era respaldado por su padre, ¿qué más podía pedir?
Los primeros días, Erick tuvo problemas en acostumbrarse a seguir el paso de Alejandro; él parecía estar habituado a cambios abruptos de horario, pero el ojiazul no. Por esa razón, en Londres, Erick se quedaba en el hotel, cuidando de sus mascotas, acompañado de unos guardaespaldas y solo salía con Alejandro en las tardes, a recorrer la ciudad y divertirse, yendo al teatro, museos y lugares turísticos.
Diariamente, Erick recibía una llamada de Marisela, donde le explicaba lo que ocurría con sus cosas, pues ella se encargaría de mandar todas las pertenencias a la nueva casa que sería su hogar y de tramitar los documentos para ceder esa propiedad, ya que Erick decidió regalársela a la Señora Josefina, para que viviera tranquila con su hijo y tuviera un lugar seguro en dónde vivir; lo que no sabía era que Alejandro ordenó que se le diera a la mujer una mensualidad para que no volviera a trabajar, además tuviera quien hiciera el aseo y solo se dedicara a relajarse.
Aparte de eso, le llegaban los informes del hospital sobre la situación de Agustín, quien se encontraba mejor y su recuperación avanzaba satisfactoriamente, aun así, era probable que todo enero se quedaría en reposo.
El ojiazul se sentía triste por eso, realmente apreciaba a Agustín y aunque todos sus demás compañeros lo cuidaban y condescendían en todo lo que él quería, no se sentía igual; muchas veces sentía que solo lo hacían por su trabajo y eso lo hacía sentirse cohibido de pedirles algunas cosas, para que no se sintieran forzados a hacer algo que no les gustaba, como cuidar de sus mascotas o sacarlos cuando era necesario.
Así, apenas iniciaba enero, cuando Alejandro le dijo que irían a Ámsterdam y al llegar, Marisela y Miguel ya se encontraban en la ciudad, esperándolos al aterrizar en el aeropuerto y llevándolos al hotel dónde se quedarían durante su estancia en esa ciudad.
Alejandro tenía trabajo pendiente y Erick tenía que encargarse de cosas no menos importantes; su boda.
—Buenos días, señor Erick —la castaña sonrió e inclinó la cabeza a modo de respeto, cuando el pelinegro llegó a la gran sala donde lo esperaba.
—Buenos días, Marisela —el ojiazul se acercó y le dio un beso en la mejilla, a modo de saludo—. Por favor, no me hables tan formal —pidió con un poco de nervios.
—Eso sería irrespetuoso de mi parte —sonrió ella con amabilidad y esperó a que el otro tomara asiento, para sentarse frente a él.
—¿A Alex le dices señor cuando están a solas? —Erick levantó una ceja.
Marisela se mordió el labio, sabía que en algunas cosas no podía mentirle a Erick, así que tenía que ser sincera en ese momento.
—Por supuesto que no, señor —negó—. Sólo soy formal cuando hay otras personas ajenas a los de su círculo privado —explicó.
—Bueno, estamos solos ahora —Erick le guiñó un ojo—. Dime sólo Erick.
Marisela acomodó sus gafas y suspiró; no podía contradecirlo, pues no había nadie ahí, más que ellos.
—De acuerdo, Erick —sonrió amable.
—¡Mejor! —El pelinegro sonrió ampliamente—. Si todos me dicen señor siempre, ¡me hacen sentir viejo!
La castaña rió— lo entiendo, pero el señor De León no permitiría que los demás se tomaran tantas libertades, ni confianza, hacia usted —comentó afable.
—Por eso solo será cuando estemos solos, ¿de acuerdo?
—Está bien… Por ahora nos centraremos en lo más importante —Marisela sujetó su carpeta y la acercó a su interlocutor—. El señor De León, quería que la señorita, Anya Araburo, fuera la diseñadora de sus trajes para la boda, pero este mes, para toda la familia Aramburo, es difícil tener otros compromisos que no sean sus reuniones familiares en Moscú —señaló tranquila.
—¿Anya Aramburo? —Erick frunció el ceño—. Lo siento, pero no sé quién es —negó.
—La señorita Aramburo, es hija del dueño de una gran constructora y sus hermanos, los jóvenes Dimitry y Mikhail, son grandes amigos del señor De León.
—¡¿En serio?! —el pelinegro se sorprendió.
Realmente no tenía ni idea de lo que Marisela le decía, especialmente porque no tenía conocimiento de diseñadores de moda, ni nada por el estilo; pero saber que esas personas eran amigas de Alejandro, significaba que eran muy importantes.
—Entonces… Si ella no puede, ¿qué haremos? —preguntó, mientras sus ojos azules repasaban unos trajes y vestidos que aparecían en las imágenes, que estaban dentro de la carpeta.
—La señorita Aramburo, me recomendó a otro gran diseñador, amigo suyo, quien se especializa en ropa para caballeros, especialmente, aquellos que tienen pareja del mismo sexo.
Erick la miró de soslayo y luego sonrió— de parejas gais —dijo firmemente—. No tienes que tratar de suavizar las cosas conmigo.
Marisela sintió que el calor subía a su rostro— sí—asintió—, entiendo, es solo que no sabía que tan sensible sería en ese tema —comentó un tanto contrariada.
Erick siguió observando las imágenes— no soy nada sensible en ese tema —negó—, soy lo que soy, un hombre enamorado de otro hombre, cualquiera diría que soy gay, pero no importa la etiqueta, sino la verdad… —sonrió—. Entonces, ¿quién es el diseñador?
—Héctor Luján —respondió ella de inmediato.
—Tampoco me suena —Erick rió—. No sé absolutamente nada de moda, solo me fijo en los colores de los trajes que compro.
Marisela carraspeó, pues estuvo a punto de reír— el señor Luján es amigo de la señorita Aramburo —respondió—. Estudiaron juntos, aunque él es unos años mayor que ella, pues entró a la carrera después.
—Y… ¿es bueno?
—Si no fuera bueno, la señorita Aramburo no lo recomendaría para esta ocasión —la castaña habló con seriedad, pues todo el mundo sabía lo importante que era el matrimonio entre Alejandro y Erick.
—Siendo así, Alex y yo, tenemos que verlo de inmediato, la boda es en pocos días —Erick suspiró—. Ojalá pudiéramos tener más tiempo, pero él no quiere esperar más.
—El señor De León no podrá ver al diseñador, más que para las medidas, pues tiene mucho trabajo —añadió la de lentes.
—¡¿No estará para elegir trajes?! —el ojiazul se sobresaltó—. ¿Qué se piensa poner entonces?
—Por eso me envió a mí —Marisela ladeó el rostro—. Confía en que elija algo que se adecue a lo que usted decida para ese día.
Erick suspiró, cerró la carpeta, la dejó en la mesita y se hundió en el sofá— no es que no me agrade que te mande a ti —dijo con debilidad—. Pero pensé que esto lo planearíamos ambos, él es el más emocionado en que nos casemos.
Marisela lo miró condescendiente, se levantó de su lugar y caminó hacia él.
—Erick —dijo amable—. Alejandro te ama y créeme que lo que más quisiera en este momento es planear la boda contigo —sonrió y puso la mano en el brazo del otro—. Pero lamentablemente, él no es un hombre común y su trabajo es… complicado —señaló—. No puede bajar la guardia y por eso confía en mí para ayudarte y ayudarle, a que ese día sea perfecto, pues él también tiene planes para ese evento, de los que me debo encargar y si puede, seguramente te acompañará en algún momento.
El ojiazul suspiró y luego sujetó la mano de la castaña— está bien, pero hay una condición…
—¿Cuál?
—Mientras estemos haciendo esto, me contarás como es Alex en su trabajo…
La mujer pasó saliva y sintió un nudo en su garganta; algo que no pasó desapercibido para el ojiazul.
—No todos los detalles —sonrió—. Sé que hay cosas que no me puedes decir y debo admitir que tampoco quiero enterarme… —sintió un escalofrío recorrerlo—. Pero quiero saber cómo es, cómo se comporta… Como ha sido los años que no estuvo conmigo y especialmente… sus amantes.
Las primeras palaras hicieron sonreír a Marisela, eso sí podía contárselo, pero al escuchar la palabra “amantes”, se sorprendió.
—¿A…? ¿Amantes? ¿Por qué quieres saber de ellos? —preguntó nerviosa.
—No te confundas, no quiero detalles —Erick negó—. Solo quiero saber quiénes fueron, para no parecer idiota si nos los encontramos en alguna ocasión, como lo que pasó con Jair, ¿me explico?
Marisela respiró aliviada— de acuerdo, creo que eso si puedo hacerlo, pero no le digas al señor de León —le guiñó un ojo.
Erick sonrió cómplice— trato hecho.
Diariamente, Erick recibía una llamada de Marisela, donde le explicaba lo que ocurría con sus cosas, pues ella se encargaría de mandar todas las pertenencias a la nueva casa que sería su hogar y de tramitar los documentos para ceder esa propiedad, ya que Erick decidió regalársela a la Señora Josefina, para que viviera tranquila con su hijo y tuviera un lugar seguro en dónde vivir; lo que no sabía era que Alejandro ordenó que se le diera a la mujer una mensualidad para que no volviera a trabajar, además tuviera quien hiciera el aseo y solo se dedicara a relajarse.
Aparte de eso, le llegaban los informes del hospital sobre la situación de Agustín, quien se encontraba mejor y su recuperación avanzaba satisfactoriamente, aun así, era probable que todo enero se quedaría en reposo.
El ojiazul se sentía triste por eso, realmente apreciaba a Agustín y aunque todos sus demás compañeros lo cuidaban y condescendían en todo lo que él quería, no se sentía igual; muchas veces sentía que solo lo hacían por su trabajo y eso lo hacía sentirse cohibido de pedirles algunas cosas, para que no se sintieran forzados a hacer algo que no les gustaba, como cuidar de sus mascotas o sacarlos cuando era necesario.
Así, apenas iniciaba enero, cuando Alejandro le dijo que irían a Ámsterdam y al llegar, Marisela y Miguel ya se encontraban en la ciudad, esperándolos al aterrizar en el aeropuerto y llevándolos al hotel dónde se quedarían durante su estancia en esa ciudad.
Alejandro tenía trabajo pendiente y Erick tenía que encargarse de cosas no menos importantes; su boda.
—Buenos días, señor Erick —la castaña sonrió e inclinó la cabeza a modo de respeto, cuando el pelinegro llegó a la gran sala donde lo esperaba.
—Buenos días, Marisela —el ojiazul se acercó y le dio un beso en la mejilla, a modo de saludo—. Por favor, no me hables tan formal —pidió con un poco de nervios.
—Eso sería irrespetuoso de mi parte —sonrió ella con amabilidad y esperó a que el otro tomara asiento, para sentarse frente a él.
—¿A Alex le dices señor cuando están a solas? —Erick levantó una ceja.
Marisela se mordió el labio, sabía que en algunas cosas no podía mentirle a Erick, así que tenía que ser sincera en ese momento.
—Por supuesto que no, señor —negó—. Sólo soy formal cuando hay otras personas ajenas a los de su círculo privado —explicó.
—Bueno, estamos solos ahora —Erick le guiñó un ojo—. Dime sólo Erick.
Marisela acomodó sus gafas y suspiró; no podía contradecirlo, pues no había nadie ahí, más que ellos.
—De acuerdo, Erick —sonrió amable.
—¡Mejor! —El pelinegro sonrió ampliamente—. Si todos me dicen señor siempre, ¡me hacen sentir viejo!
La castaña rió— lo entiendo, pero el señor De León no permitiría que los demás se tomaran tantas libertades, ni confianza, hacia usted —comentó afable.
—Por eso solo será cuando estemos solos, ¿de acuerdo?
—Está bien… Por ahora nos centraremos en lo más importante —Marisela sujetó su carpeta y la acercó a su interlocutor—. El señor De León, quería que la señorita, Anya Araburo, fuera la diseñadora de sus trajes para la boda, pero este mes, para toda la familia Aramburo, es difícil tener otros compromisos que no sean sus reuniones familiares en Moscú —señaló tranquila.
—¿Anya Aramburo? —Erick frunció el ceño—. Lo siento, pero no sé quién es —negó.
—La señorita Aramburo, es hija del dueño de una gran constructora y sus hermanos, los jóvenes Dimitry y Mikhail, son grandes amigos del señor De León.
—¡¿En serio?! —el pelinegro se sorprendió.
Realmente no tenía ni idea de lo que Marisela le decía, especialmente porque no tenía conocimiento de diseñadores de moda, ni nada por el estilo; pero saber que esas personas eran amigas de Alejandro, significaba que eran muy importantes.
—Entonces… Si ella no puede, ¿qué haremos? —preguntó, mientras sus ojos azules repasaban unos trajes y vestidos que aparecían en las imágenes, que estaban dentro de la carpeta.
—La señorita Aramburo, me recomendó a otro gran diseñador, amigo suyo, quien se especializa en ropa para caballeros, especialmente, aquellos que tienen pareja del mismo sexo.
Erick la miró de soslayo y luego sonrió— de parejas gais —dijo firmemente—. No tienes que tratar de suavizar las cosas conmigo.
Marisela sintió que el calor subía a su rostro— sí—asintió—, entiendo, es solo que no sabía que tan sensible sería en ese tema —comentó un tanto contrariada.
Erick siguió observando las imágenes— no soy nada sensible en ese tema —negó—, soy lo que soy, un hombre enamorado de otro hombre, cualquiera diría que soy gay, pero no importa la etiqueta, sino la verdad… —sonrió—. Entonces, ¿quién es el diseñador?
—Héctor Luján —respondió ella de inmediato.
—Tampoco me suena —Erick rió—. No sé absolutamente nada de moda, solo me fijo en los colores de los trajes que compro.
Marisela carraspeó, pues estuvo a punto de reír— el señor Luján es amigo de la señorita Aramburo —respondió—. Estudiaron juntos, aunque él es unos años mayor que ella, pues entró a la carrera después.
—Y… ¿es bueno?
—Si no fuera bueno, la señorita Aramburo no lo recomendaría para esta ocasión —la castaña habló con seriedad, pues todo el mundo sabía lo importante que era el matrimonio entre Alejandro y Erick.
—Siendo así, Alex y yo, tenemos que verlo de inmediato, la boda es en pocos días —Erick suspiró—. Ojalá pudiéramos tener más tiempo, pero él no quiere esperar más.
—El señor De León no podrá ver al diseñador, más que para las medidas, pues tiene mucho trabajo —añadió la de lentes.
—¡¿No estará para elegir trajes?! —el ojiazul se sobresaltó—. ¿Qué se piensa poner entonces?
—Por eso me envió a mí —Marisela ladeó el rostro—. Confía en que elija algo que se adecue a lo que usted decida para ese día.
Erick suspiró, cerró la carpeta, la dejó en la mesita y se hundió en el sofá— no es que no me agrade que te mande a ti —dijo con debilidad—. Pero pensé que esto lo planearíamos ambos, él es el más emocionado en que nos casemos.
Marisela lo miró condescendiente, se levantó de su lugar y caminó hacia él.
—Erick —dijo amable—. Alejandro te ama y créeme que lo que más quisiera en este momento es planear la boda contigo —sonrió y puso la mano en el brazo del otro—. Pero lamentablemente, él no es un hombre común y su trabajo es… complicado —señaló—. No puede bajar la guardia y por eso confía en mí para ayudarte y ayudarle, a que ese día sea perfecto, pues él también tiene planes para ese evento, de los que me debo encargar y si puede, seguramente te acompañará en algún momento.
El ojiazul suspiró y luego sujetó la mano de la castaña— está bien, pero hay una condición…
—¿Cuál?
—Mientras estemos haciendo esto, me contarás como es Alex en su trabajo…
La mujer pasó saliva y sintió un nudo en su garganta; algo que no pasó desapercibido para el ojiazul.
—No todos los detalles —sonrió—. Sé que hay cosas que no me puedes decir y debo admitir que tampoco quiero enterarme… —sintió un escalofrío recorrerlo—. Pero quiero saber cómo es, cómo se comporta… Como ha sido los años que no estuvo conmigo y especialmente… sus amantes.
Las primeras palaras hicieron sonreír a Marisela, eso sí podía contárselo, pero al escuchar la palabra “amantes”, se sorprendió.
—¿A…? ¿Amantes? ¿Por qué quieres saber de ellos? —preguntó nerviosa.
—No te confundas, no quiero detalles —Erick negó—. Solo quiero saber quiénes fueron, para no parecer idiota si nos los encontramos en alguna ocasión, como lo que pasó con Jair, ¿me explico?
Marisela respiró aliviada— de acuerdo, creo que eso si puedo hacerlo, pero no le digas al señor de León —le guiñó un ojo.
Erick sonrió cómplice— trato hecho.
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