Capítulo I
Una pareja de hombres caminaba por un largo pasillo del aeropuerto internacional; eran seguidos por otros sujetos vestidos de negro, liderados por Julián; todos se encontraban en constante alerta, vigilando el lugar con sus miradas serias, a pesar de que seis de ellos, se encargaban exclusivamente de las mascotas que acompañaban ese grupo.
Apenas era veintiocho de diciembre, pero debido a las fiestas de fin de año, el aeropuerto estaba lleno de gente y eso podría ayudar a situaciones comprometedoras, por lo que los trabajadores de Alejandro de León, no bajaban la guardia.
—¿Nervioso, Conejo? —preguntó Alejandro, sujetando la mano de Erick con suavidad, sin importarle las miradas curiosas de quienes los rodeaban.
El ojiazul sonrió— no —negó—, ansioso en realidad —admitió con rapidez—. He viajado antes en avión, pero nunca en uno privado —mordió su labio—, ni con mis hijos a mi lado.
Alejandro besó la mano de su prometido, a pesar de que llevaba guantes— ¿creías que dejaría a los niños en la zona de carga? ¡Por supuesto que no! —dijo con seriedad, ya que desde una hora antes, su equipaje fue llevado al avión—. Además, viajar en un vuelo privado no es mucha diferencia —le restó importancia—, excepto porque tenemos privacidad, por si deseamos hacer travesuras durante el vuelo —le guiñó un ojo.
Erick sintió que su rostro ardía y empezó reír nerviosamente.
Llegaron al final del pasillo y los de seguridad les permitieron pasar, sin necesidad de cruzar el arco detector de metales. Después salieron al exterior, yendo directamente al avión, que ya estaba preparado para despegar.
Alejandro ayudó a Erick a subir la escalinata y al introducirse a la aeronave, un par de jóvenes, los saludaron con una sonrisa.
—¡Buenos días! ¡Bienvenidos! —dijeron al unísono.
—Buenos días… —saludó Erick, un tanto asombrado.
Alejandro no respondió, simplemente entró y guió a su prometido hasta un asiento, al lado de la ventanilla, acomodándose a su lado.
—No sabía que tenías azafatas privadas —señaló Erick en un susurro.
—No tengo —el rubio negó—, normalmente es Marisela la que se encarga de atenderme durante mis viajes, pero como esta vez no nos acompañará, contrató a dos de una aerolínea comercial, una para atendernos a nosotros —se señaló con un ademán— y la otra, atenderá a mis trabajadores y a los niños.
—¡Oh! —Erick se sorprendió.
Sabía que Marisela era muy eficiente, pero no imaginaba todo lo que hacía para ayudar a Alejandro; aunado a ello, sabía que la castaña era muy amable y a pesar de saber que era una mujer capaz de usar armas de fuego y dispararle a alguien sin titubear, a él lo trataba con mucha delicadeza y cuidado, así que era obvio que era una buena persona. Ahora se sentía mal de haberle dicho a su prometido, días atrás, que no quería que estuviera cerca de él.
Julián, junto los otros hombres, se sentaron en otros lugares, algunos de ellos, buscando la comodidad de los seis cachorros, pero dándole espacio y privacidad a la pareja.
Una azafata se encargó de cerrar la puerta y mientras los motores del avión encendían, la otra dio algunas indicaciones como si estuviera en su empleo. Alejandro estuvo a punto de decirle que no era necesario, pero al ver que Erick estaba observándola con atención, prefirió dejarla hacer su trabajo.
Finalmente, la voz del capitán se escuchó, dando los buenos días y saludando con amabilidad a Alejandro; después anunció a su copiloto, el tiempo de vuelo hasta la ciudad de Londres, su primer destino y la altitud.
—Al menos los asientos son cómodos —sonrió Erick—, odio cuando los viajes son de tantas horas, porque no puedo descansar a gusto.
—Para descansar, es mejor la cama de la habitación del fondo —Alex le guiñó un ojo.
—¡¿Tienes una cama?! —Erick elevó la voz sin darse cuenta y todos los presentes lo escucharon.
—¿Necesita algo, señor? —preguntó la azafata que estaba cerca.
—No… no, nada por ahora, gracias — respondió con vergüenza.
—Después de que el avión despegue, trae agua caliente y dos tazas, nosotros prepararemos el café —ordenó Alejandro con diversión.
La chica asintió y fue a ayudar a su compañera, que estaba atendiendo a los otros guardaespaldas, mientras el avión se movía por la pista, yendo hacia la zona de despegue.
—¿Cómo es que tienes una cama, aquí? —preguntó el pelinegro, aun con duda.
—Este avión está diseñado para la completa comodidad de los pasajeros, especialmente la mía, que soy el dueño —respondió Alex, sonriendo con cinismo—, normalmente, solo me acompañan Julián, Miguel y Marisela, pero hoy hice la excepción de que vinieran más trabajadores, porque Miguel y Marisela nos alcanzarán en unos días y yo, necesito que estés protegido en todo momento, Conejo.
—Eres sobreprotector, ¿sabías?
—Aun así, creo que necesito cuidarte más…
Alejandro besó los labios de Erick con suavidad y el ojiazul suspiró; sabía muy bien por qué su pareja no quería dejar nada a la deriva, ya que después de su secuestro, las cosas fueron complicadas y estaba empeñado en que nada malo le pasara de nuevo. Erick sabía bien que Alejandro era muy cauto y seguramente tomaría muchas precauciones para evitar que la situación se volviera a salir de su control.
El capitán anunció que se elevarían en poco tiempo, así que debían usar los cinturones de seguridad; las azafatas fueron a los lugares disponibles para ellas y pronto, el avión empezó a aumentar la velocidad. Rain escapó de los brazos del guardaespaldas que lo cuidaba y corrió hasta Erick, gimoteando.
Alejandro levantó el rostro y miró con molestia a su trabajador.
—¡Lo siento! —dijo Esteban, quien era el que lo cuidaba, intentando soltar su cinturón.
—Yo lo cuido por ahora —sonrió Erick—, no te preocupes y no te levantes, puede ser peligroso.
Esteban bajó el rostro y suspiró, seguramente Alejandro lo regañaría por no cuidar bien al cachorro, a pesar de que le dijeron que debía estar alerta, porque era muy pequeño y algo nervioso; los otros perritos estaban más tranquilos y estaban echados cada uno en un sillón, al lado de quien los cuidaba.
Erick acarició a Rain con cariño y dejó que se arrebujara en sus piernas, mientras el avión despegaba. Al elevarse, Erick miró por la ventanilla, observando cómo, poco a poco, la ciudad se iba haciendo más pequeña.
Suspiró.
—¿Ocurre algo? —preguntó el ojiverde con suavidad.
—No —Erick negó—, es solo que… aquí se queda casi la mitad de mi vida —intentó sonreír, pero solo pudo hacer una mueca triste.
Alejandro se dio cuenta del sentimiento de Erick, por lo que lo sujetó de una mano y le besó los dedos con cariño— si quieres, nos mudamos a esta ciudad, para que no te sientas mal y no extrañes nada —ofreció.
Erick lo miró con infinito amor y le sonrió— no, Alex, en realidad, no es que quiera seguir aquí, lo único que extrañaré, serán mis amigos y mi costumbre de ir a visitar la tumba de Vicky cada año.
Alex se movió y acarició la mejilla de su prometido— si eso te incomoda, puedo intentar que tus amigos estén cerca de ti en nuestro nuevo hogar, buscándoles un buen empleo, sea en mis negocios o con algunos amigos que puedan adecuarse a sus capacidades y con lo de tu esposa, es posible mover el cuerpo…
Erick rió.
Le causaba gracia que Alejandro encontrara soluciones para todo, pero no creía que fuera tan sencillo como arreglar lo de su renuncia, que dos días antes, gracias a la intervención de Alejandro, todo quedó solucionado y podía alejarse de su empleo sin problemas; pero lo de sus amigos sería demasiado.
—Aunque admito que me fascinaría que mis amigos estuvieran cerca, eso depende de ellos, aunque tampoco son muy apegados a sus hogares, pero Daniel dudo que quisiera irse de aquí, ya que quiere cortejar a Lucía y lo de Vicky, no es correcto —negó—, sus padres también la visitan y con más frecuencia que yo, así que no debemos cambiar eso.
El rubio ladeó el rostro— aun no lo has entendido, ¿cierto, Conejo?
—¿Qué cosa?
—Todo lo que tu desees, si está en mis manos, lo cumpliré… —sonrió con cinismo—. Entiendo que lo de tu ex esposa no sea posible cambiar, pero lo de tus amigos, si está en mis posibilidades y ellos aceptan, les puedo conseguir empleos muy bien remunerados, en la ciudad donde residiremos, incluyendo a tu ex secretaria.
Erick sintió que perdía el aliento— ¿de verdad, lo harías?
—Te lo dije hace días… —Alex lo miró con seriedad, para que entendiera que hablaba en serio—. Mataría y moriría por ti, así que el ayudar a que tengas a tus amigos cerca, no es nada a comparación de eso.
Erick mordió su labio inferior y se movió con lentitud, acercándose a besar los labios de Alejandro con devoción. El ojiverde aceptó el beso y lo ahondó en cuanto su pareja le dio libertad de entrar a su boca con la lengua; después de un momento, se separaron y los ojos azules miraron al rubio con infinita ternura.
—Me gustaría, pero solo si mis amigos quieren… no hagas las cosas sin preguntarles, ¿de acuerdo?
Alejandro relamió sus labios y asintió, volviendo a besar la mano de su prometido— lo prometo, Conejo.
Instantes después, las luces de los cinturones de seguridad se apagaron y las jóvenes azafatas se pusieron de pie para ir a preparar las cosas de los pasajeros.
Erick se entretenía cuidando a Rain, ya que el cachorro se miraba ansioso y temblaba, justo como cuando lo recogió días antes.
—Aquí está lo que me solicitó, señor —sonrió la chica que entregó las tazas, un tarro de café de la marca que Erick consumía y varios sobres de azúcar—, ¿puedo ofrecerles algo para desayunar o acompañar el café?
Erick estuvo a punto de decir algo, pero guardó silencio de inmediato.
—¿Deseas algo más, Conejo? —preguntó Alejandro, quien se dio cuenta de que Erick parecía cohibido.
—Es que… No sé si haya —comentó nervioso el ojiazul, ya que al ser un vuelo privado, no sabía que cosas podrían tener en el menú.
—No sabrás si no lo dices…
El pelinegro se armó de valor— ¿de casualidad tendrá una concha de chocolate?
—¡Por supuesto! —asintió la castaña—. Hay conchas de chocolate, además, contamos con panquesitos y pastel, de chocolate, vainilla y zanahoria.
—¡Ah! —Erick se sorprendió, pero de inmediato se sintió emocionado, era obvio que estaban preparados para sus caprichos—. Siendo así, quiero una concha de chocolate y un pastel de zanahoria, por favor.
—Por supuesto, señor y… ¿para usted? —indagó hacia el rubio, aunque no lo miró al rostro.
Debido a que las chicas fueron contratadas por Marisela, ella les explicó quién era Alejandro de León y su importancia, así que las dos jóvenes que aceptaron el trabajo, se sentían un poco inquietas y algo cohibidas, pero debido a la remuneración económica que recibirían, aceptaron.
—¿Qué hay de desayunar? —preguntó el rubio con poco interés.
—Tenemos el desayuno americano al gusto.
Alejandro sonrió, seguramente Marisela les explicó lo que podía pedir— tráeme el desayuno americano, con un bistec y huevos rancheros, los panqueques con mermelada y mantequilla, para beber, jugo de naranja.
—Con gusto —sonrió ella.
—Pero primero, el pastel de mi prometido —especificó.
—¡Por supuesto! —la chica se apresuró a ir por las ordenes y su compañera la siguió para ir preparando las peticiones de los demás pasajeros.
La castaña volvió con dos platos, en uno, una rebanada de pastel de zanahoria con un delicado tenedor y en el otro, una concha de chocolate, acompañada de un cuchillo; Erick levantó una ceja y entendió que realmente Marisela había especificado muchas cosas de él, aunque en el fondo, sabía que seguramente había sido idea de Alejandro.
—Eres muy consentidor, ¿sabías? —preguntó Erick, inclinándose hasta dejar su cabeza contra el hombro del rubio—. Podrías malacostumbrarme a tantas atenciones.
—Por eso lo hago —admitió el ojiverde con diversión—. De esta manera, sabrás que nadie te tratará como yo y no podrás dejarme nunca —levantó una ceja con orgullo.
Erick entrecerró los ojos y luego negó mientras reía, le parecía sumamente divertida la situación, pero aun y que Alejandro no lo consintiera, él jamás lo dejaría; ya lo había decidido, se quedaría a su lado sin importar lo que ocurriera y no iba a echarse para atrás.
—Señor De León… —el pelinegro sujetó al otro por el mentón y lo movió, para besarlo en los labios de forma tierna—. Jamás se librará de mí, a menos que muera uno de los dos.
Alejandro suspiró y posó la frente contra la de Erick— Conejo, por favor, de ahora en adelante, no uses esa palabra, ni en broma —pidió con seriedad—, realmente me da miedo perderte…
El ojiazul sonrió y asintió. En el fondo lo entendía, él también tenía miedo de perder a Alejandro y ahora que sabía que sus negocios eran tan complicados, el miedo se había anidado en su corazón, no solo porque se repitiera su anterior situación, sino que algo malo le pasara al otro, aun y sabiendo que tenía muchas personas trabajando para cuidarlo, no podía estar cien por ciento seguro de que las cosas no salieran mal.
Mientras Erick terminaba de preparar los cafés, la azafata llegó con la comida y Rain se interesó en el desayuno del rubio, así que Esteban fue por el cachorro.
—Gracias, ah… —Erick aun no reconocía a los chicos, así que no se acordaba del nombre.
—Juárez —dijo el hombre—. Esteban Juárez —repitió, sujetando al perrito.
—Gracias, Esteban —sonrió el pelinegro.
Esas palabras lograron que el otro pusiera un gesto confuso, ya que normalmente las parejas de su jefe no los trataban con tanta familiaridad, incluso muchos, especialmente algunas mujeres de la alta sociedad, los trataban como cualquier sirviente de quinta, pero era obvio que Erick no era así.
—De nada… —sonrió y se llevó a Rain.
—Me será difícil aprenderme los nombres de todos.
—No te preocupes —el ojiverde le restó importancia—, aunque tengo muchos trabajadores, solo debes aprenderte los nombres de los que estarán cerca de ti, de ahí en más, no importa.
—Eso no es correcto —Erick negó y bebió un poco de café, antes de empezar a partir su pan—, me gustaría conocerlos a todos —sonrió—. De lo contrario, me sentiría extraño…
—Bueno, si eso quieres, al llegar al hotel, te presentaré con los que nos acompañarán en Londres y en Ámsterdam a otros, pero para que los conozcas a todos, tendrás que esperar a llegar a casa, porque muchos se quedan cuidando esa propiedad.
—Casa… —Erick mordió el pan y limpió sus labios—. ¿Cómo es tu casa? —preguntó curioso.
—Nuestra casa —corrigió el rubio con seriedad, empezando con su desayuno—. Pues es grande… —suspiró—. Tiene alberca, algunas fuentes, el mar está cerca, hay muchos jardines no solo exteriores, sino interiores, además tiene tantas habitaciones y salones como un palacio, algunas plantas suben por algunos muros, tiene mucha iluminación natural y es… silenciosa —musito—. Muy silenciosa —negó de inmediato, ya que siempre se había sentido solo en ese enorme lugar, igual que en la casa de sus padres—. Es como… un palacio moderno, según el arquitecto que la diseñó.
El pelinegro lo miró con curiosidad, se había dado cuenta de que a pesar de que sonaba hermoso, parecía que Alejandro no se sentía a gusto ahí— ¿por qué vives en un castillo? —preguntó con debilidad—. Especialmente si dices que es silencioso…
Alejandro volteó a verlo y sonrió— porque cuando éramos estudiantes, me dijiste que te gustaban mucho los castillos antiguos, especialmente los que estaban cerca del mar, ya que estar en uno, sería como vivir una fantasía épica, aunque ya no se construían así—acarició la mano de su pareja, que tenía cerca—, así que, busqué el mejor lugar para construir uno y decidí que lo hicieran lo mejor que se pudiera imaginar, para cuando te encontrara, tu pudieras llegar ahí y sentirte como en una fantasía —señaló—. Aunque sabía que era muy grande y silencioso para mí solo, esperaba que algún día tú llegaras a llenarlo de vida, como lo hiciste antes, cuando te conocí hace años…
Erick se quedó sin aliento, su corazón se aceleró y sintió que su rostro ardía; «realmente, me estuviste esperando durante todos estos años…» pensó y sus ojos se humedecieron.
El rubio se dio cuenta de la humedad y dejó los cubiertos de lado, buscando el rostro de su prometido, sujetándolo con suavidad entre sus manos— ¿por qué lloras, Conejo? —preguntó al notar que un par de lágrimas resbalaban por las mejillas y las tuvo que limpiar con los pulgares.
—Yo… no sabía que era tan importante para ti como para construirme un castillo —confesó el pelinegro y sonrió—. Perdón… —musitó—. Perdóname por haber dudado de ti hace días —pidió con debilidad.
Alejandro lo besó en los labios y negó— quedamos que olvidaríamos todo lo malo que ocurrió estas últimas semanas —le guiñó un ojo—. Pero no pienses que es un bonito castillo, tal vez quieras remodelar o hacer cambios, pero para eso, tendrás que esperar a que volvamos allá y tendrás mucho tiempo de sobra para hacer lo que quieras…
Erick asintió; Alejandro le besó los labios una vez más y se dispuso a seguir con su desayuno.
Erick continuó con su café, pero de cuando en cuando, observaba su anillo de compromiso; debía entender y aceptar que realmente estaba comprometido con el hombre que había amado desde la adolescencia, pero aun así todo le parecía un sueño.
El ojiazul terminó de comer la concha y siguió con el pastel de zanahoria, mientras el rubio seguía desayunando y revisando una información en una tableta digital que Julián le había pasado momentos antes y por eso tuvo que ponerse las gafas para leer. Erick lo observaba detenidamente; los gestos que tenía, como fruncía el ceño, entrecerraba los ojos o suspiraba, incluso pudo diferenciar sus suspiros de frustración, molestia o desgano; en el fondo, Alejandro no había cambiado mucho.
Por un instante el recuerdo de cuando lo observaba en clases para dibujarlo, volvió a la mente del pelinegro y sintió que su corazón se aceleraba, así como los nervios y vergüenza, recordando como llegaban a terminar, teniendo sexo dónde no debían. Soltó una ligera risa por esas memorias que hacía mucho no llegaban a su mente.
—¿De qué te ríes? —preguntó el de lentes, mirándolo de soslayo.
Erick terminó su pastel, bebió el último sorbo de café y se giró un poco, abrazando a Alejandro.
Se acercó a la oreja del rubio y susurró— ¿Qué tal si me enseñas la habitación de tu avión? —preguntó con suavidad y luego mordió el lóbulo de la oreja de manera juguetona.
Alejandro sonrió divertido, dio un último bocado a su desayuno, bebió algo de jugo y se levantó, dándole la tableta a Julián— que nadie nos interrumpa, estaremos ocupados atrás…
—Cómo diga —dijo el castaño con poco interés y recibió el aparato.
Alejandro regresó y le ofreció la mano a Erick, para guiarlo por el pasillo a la habitación al fondo.
Apenas cruzaron el umbral, Erick lo besó desesperado, deseoso; todos los recuerdos que habían llegado a su mente mientras lo observaba, habían despertado su deseo.
—Estás muy ansioso, Conejo —señaló el rubio, sujetándolo por la cintura y lo llevó hacia la cama.
El ojiazul se dejó guiar y ambos cayeron sobre el colchón— ¿sabes por qué estoy así? —indagó el pelinegro, dándole besos fugaces.
—No, ¿por qué? —las manos del rubio se movieron por el cuerpo de su pareja, buscando la manera de desnudarlo.
—Por ti, Alex… —musitó—. Solo por ti…
Esas palabras hicieron sonreír al otro, sintiéndose completamente dueño no solo de la situación, sino de ese hombre que estaba bajo su cuerpo, ansioso de recibirlo.
—Eso es tan dulce, Conejo… —añadió besando los labios de su prometido y con desespero le quitó el pantalón.
Sin más palabras, más que besos y caricias lujuriosas de por medio, Alejandro desnudó a Erick, quien quedó sobre la cama, mirándolo con ansiedad, relamiendo sus labios y exponiéndose para el otro, dejando sus manos sobre su cabeza y sus piernas se movieron juguetonas a acariciar al otro mientras se desnudaba delante de él.
Alejandro volvió a recostarse sobre Erick, cuando estuvo completamente desnudo, besando la piel del cuello, marcándola con desespero y algo de salvajismo, mientras sus manos recorrían el cuerpo de su prometido con rapidez, presionando en algunas partes, como si tratara de constatar que era real. El ojiazul gimió ante esas rudas atenciones y la emoción lo inundó, empujando al otro y poniéndose sobre el cuerpo del rubio, acariciando con sus dedos y labios, el torax, bajando hasta el miembro que despertaba con rapidez.
El pelinegro se mordió el labio y le dedicó una mirada divertida a Alex, antes de empezar a darle sexo oral. Parecía desesperado, como un sediento buscando el elixir vital de una fuente que acababa de descubrir, tanto que sorprendió a Alejandro por esa actitud. Así que decidió dejar que se entretuviera, en vez de tomar el control.
El rubio apretó la mandíbula cuando sintió como Erick se esmeraba en albergar el enorme miembro en su boca, llegando hasta su garganta, ahogándose en el proceso, pero esa acción provocaba una presión exquisita en la punta de su sexo; aunque debía admitir que era más fascinante que lo hiciera por propia voluntad, en vez de ser él quien lo obligara. No dijo nada hasta que vio unas delicadas lágrimas escapando de los ojos azules, por lo que al darse cuenta que Erick se alejaría, fue cuando lo sujetó del cabello y lo obligó a quedarse un poco más.
Erick apretó las mantas de la cama en sus manos, pero no intentó alejarse; estaba acostumbrado a la rudeza de Alex y eso le excitaba aún más. Finalmente, Alejandro lo alejó y lo tumbó contra la cama; el ojiazul respiraba agitado, pero abrió sumisamente las piernas para que el otro se acomodara sobre su cuerpo, realmente estaba deseoso de recibirlo.
—¿No quieres que te prepare? —sonrió el ojiverde de forma cínica.
El pelinegro negó y movió su cadera para incitarlo— ¿acaso el león no quiere comer conejo de forma natural? —preguntó con picardía.
El rubio levantó una ceja y sonrió cruelmente— no me retes, Conejo, porque sabes que si empiezo, no me detendré.
—¿Y quién dijo que voy a querer que te detengas?
Esas palabras fueron el detonante para que Alejandro le saltara como fiera, besándolo para callar sus gritos mientras lo penetraba de forma ruda.
Erick ahogó el grito en la boca de su pareja, pues aunque ya debía estar acostumbrado, en realidad no había tenido tiempo de recuperarse de todo lo que había pasado y el sexo con Alejandro era algo doloroso ya que su cuerpo seguía lastimado, pero debido a su misma condición, eso lo excitaba más de lo que cualquiera podría llegar a imaginar. Su sexo se restregaba contra el abdomen de su prometido y sus manos se aferraban a los hombros anchos, dejado una que otra marca con sus uñas en la piel blanca.
Los labios del rubio se alejaron de la boca de Erick y observó el gesto de placer que tenía, pero detuvo sus movimientos, esperando.
—No pares… —suplicó el pelinegro—. Alex… ¡Por favor!
Alejandro sonrió y bajó al cuello, lamiendo con deseo, yendo hacia una clavícula, donde dio una mordida, dejando la marca de sus dientes, consiguiendo que Erick se estremeciera y disfrutó el gemido cerca de su oído, debido al placer por esa marca que dejaba en la piel y luego volvió al cuello.
—¿Sabes que si gritas mucho, te escucharán en todo el avión? —preguntó con burla.
Erick se estremeció por la vergüenza, pero debido a la misma, sintió una descarga eléctrica recorriéndolo. Un gemido escapó de su garganta, mientras su miembro palpitaba, liberando su semen.
El rubio sintió como su miembro era apresado con más fuerza, así que miró con curiosidad a su pareja, llevó una mano entre sus cuerpos y recogió el semen que seguía vertiéndose en el vientre de Erick; lo llevó a la boca de su prometido y ensució los labios con la sustancia espesa.
—Realmente te excitas con estas situaciones, Conejo —añadió antes de lamer los labios sucios—. Pero a pesar de esto, no voy a detenerme —amenazó—, lo sabes…
El ojiazul sonrió débilmente— como dije… —musitó—. ¿Quién dijo… que quiero… que te… detengas? —preguntó con respiración agitada—. El viaje va a durar horas —buscó los labios de Alejandro y lo besó de forma lenta pero profunda, sabía lo que al otro le gustaba y no pensaba negarle nada, igual que nada le negaban a él.
—Conejo travieso —el rubio se sintió complacido—, de acuerdo, entonces, no me culpes por lo que ocurra después…
Apenas era veintiocho de diciembre, pero debido a las fiestas de fin de año, el aeropuerto estaba lleno de gente y eso podría ayudar a situaciones comprometedoras, por lo que los trabajadores de Alejandro de León, no bajaban la guardia.
—¿Nervioso, Conejo? —preguntó Alejandro, sujetando la mano de Erick con suavidad, sin importarle las miradas curiosas de quienes los rodeaban.
El ojiazul sonrió— no —negó—, ansioso en realidad —admitió con rapidez—. He viajado antes en avión, pero nunca en uno privado —mordió su labio—, ni con mis hijos a mi lado.
Alejandro besó la mano de su prometido, a pesar de que llevaba guantes— ¿creías que dejaría a los niños en la zona de carga? ¡Por supuesto que no! —dijo con seriedad, ya que desde una hora antes, su equipaje fue llevado al avión—. Además, viajar en un vuelo privado no es mucha diferencia —le restó importancia—, excepto porque tenemos privacidad, por si deseamos hacer travesuras durante el vuelo —le guiñó un ojo.
Erick sintió que su rostro ardía y empezó reír nerviosamente.
Llegaron al final del pasillo y los de seguridad les permitieron pasar, sin necesidad de cruzar el arco detector de metales. Después salieron al exterior, yendo directamente al avión, que ya estaba preparado para despegar.
Alejandro ayudó a Erick a subir la escalinata y al introducirse a la aeronave, un par de jóvenes, los saludaron con una sonrisa.
—¡Buenos días! ¡Bienvenidos! —dijeron al unísono.
—Buenos días… —saludó Erick, un tanto asombrado.
Alejandro no respondió, simplemente entró y guió a su prometido hasta un asiento, al lado de la ventanilla, acomodándose a su lado.
—No sabía que tenías azafatas privadas —señaló Erick en un susurro.
—No tengo —el rubio negó—, normalmente es Marisela la que se encarga de atenderme durante mis viajes, pero como esta vez no nos acompañará, contrató a dos de una aerolínea comercial, una para atendernos a nosotros —se señaló con un ademán— y la otra, atenderá a mis trabajadores y a los niños.
—¡Oh! —Erick se sorprendió.
Sabía que Marisela era muy eficiente, pero no imaginaba todo lo que hacía para ayudar a Alejandro; aunado a ello, sabía que la castaña era muy amable y a pesar de saber que era una mujer capaz de usar armas de fuego y dispararle a alguien sin titubear, a él lo trataba con mucha delicadeza y cuidado, así que era obvio que era una buena persona. Ahora se sentía mal de haberle dicho a su prometido, días atrás, que no quería que estuviera cerca de él.
Julián, junto los otros hombres, se sentaron en otros lugares, algunos de ellos, buscando la comodidad de los seis cachorros, pero dándole espacio y privacidad a la pareja.
Una azafata se encargó de cerrar la puerta y mientras los motores del avión encendían, la otra dio algunas indicaciones como si estuviera en su empleo. Alejandro estuvo a punto de decirle que no era necesario, pero al ver que Erick estaba observándola con atención, prefirió dejarla hacer su trabajo.
Finalmente, la voz del capitán se escuchó, dando los buenos días y saludando con amabilidad a Alejandro; después anunció a su copiloto, el tiempo de vuelo hasta la ciudad de Londres, su primer destino y la altitud.
—Al menos los asientos son cómodos —sonrió Erick—, odio cuando los viajes son de tantas horas, porque no puedo descansar a gusto.
—Para descansar, es mejor la cama de la habitación del fondo —Alex le guiñó un ojo.
—¡¿Tienes una cama?! —Erick elevó la voz sin darse cuenta y todos los presentes lo escucharon.
—¿Necesita algo, señor? —preguntó la azafata que estaba cerca.
—No… no, nada por ahora, gracias — respondió con vergüenza.
—Después de que el avión despegue, trae agua caliente y dos tazas, nosotros prepararemos el café —ordenó Alejandro con diversión.
La chica asintió y fue a ayudar a su compañera, que estaba atendiendo a los otros guardaespaldas, mientras el avión se movía por la pista, yendo hacia la zona de despegue.
—¿Cómo es que tienes una cama, aquí? —preguntó el pelinegro, aun con duda.
—Este avión está diseñado para la completa comodidad de los pasajeros, especialmente la mía, que soy el dueño —respondió Alex, sonriendo con cinismo—, normalmente, solo me acompañan Julián, Miguel y Marisela, pero hoy hice la excepción de que vinieran más trabajadores, porque Miguel y Marisela nos alcanzarán en unos días y yo, necesito que estés protegido en todo momento, Conejo.
—Eres sobreprotector, ¿sabías?
—Aun así, creo que necesito cuidarte más…
Alejandro besó los labios de Erick con suavidad y el ojiazul suspiró; sabía muy bien por qué su pareja no quería dejar nada a la deriva, ya que después de su secuestro, las cosas fueron complicadas y estaba empeñado en que nada malo le pasara de nuevo. Erick sabía bien que Alejandro era muy cauto y seguramente tomaría muchas precauciones para evitar que la situación se volviera a salir de su control.
El capitán anunció que se elevarían en poco tiempo, así que debían usar los cinturones de seguridad; las azafatas fueron a los lugares disponibles para ellas y pronto, el avión empezó a aumentar la velocidad. Rain escapó de los brazos del guardaespaldas que lo cuidaba y corrió hasta Erick, gimoteando.
Alejandro levantó el rostro y miró con molestia a su trabajador.
—¡Lo siento! —dijo Esteban, quien era el que lo cuidaba, intentando soltar su cinturón.
—Yo lo cuido por ahora —sonrió Erick—, no te preocupes y no te levantes, puede ser peligroso.
Esteban bajó el rostro y suspiró, seguramente Alejandro lo regañaría por no cuidar bien al cachorro, a pesar de que le dijeron que debía estar alerta, porque era muy pequeño y algo nervioso; los otros perritos estaban más tranquilos y estaban echados cada uno en un sillón, al lado de quien los cuidaba.
Erick acarició a Rain con cariño y dejó que se arrebujara en sus piernas, mientras el avión despegaba. Al elevarse, Erick miró por la ventanilla, observando cómo, poco a poco, la ciudad se iba haciendo más pequeña.
Suspiró.
—¿Ocurre algo? —preguntó el ojiverde con suavidad.
—No —Erick negó—, es solo que… aquí se queda casi la mitad de mi vida —intentó sonreír, pero solo pudo hacer una mueca triste.
Alejandro se dio cuenta del sentimiento de Erick, por lo que lo sujetó de una mano y le besó los dedos con cariño— si quieres, nos mudamos a esta ciudad, para que no te sientas mal y no extrañes nada —ofreció.
Erick lo miró con infinito amor y le sonrió— no, Alex, en realidad, no es que quiera seguir aquí, lo único que extrañaré, serán mis amigos y mi costumbre de ir a visitar la tumba de Vicky cada año.
Alex se movió y acarició la mejilla de su prometido— si eso te incomoda, puedo intentar que tus amigos estén cerca de ti en nuestro nuevo hogar, buscándoles un buen empleo, sea en mis negocios o con algunos amigos que puedan adecuarse a sus capacidades y con lo de tu esposa, es posible mover el cuerpo…
Erick rió.
Le causaba gracia que Alejandro encontrara soluciones para todo, pero no creía que fuera tan sencillo como arreglar lo de su renuncia, que dos días antes, gracias a la intervención de Alejandro, todo quedó solucionado y podía alejarse de su empleo sin problemas; pero lo de sus amigos sería demasiado.
—Aunque admito que me fascinaría que mis amigos estuvieran cerca, eso depende de ellos, aunque tampoco son muy apegados a sus hogares, pero Daniel dudo que quisiera irse de aquí, ya que quiere cortejar a Lucía y lo de Vicky, no es correcto —negó—, sus padres también la visitan y con más frecuencia que yo, así que no debemos cambiar eso.
El rubio ladeó el rostro— aun no lo has entendido, ¿cierto, Conejo?
—¿Qué cosa?
—Todo lo que tu desees, si está en mis manos, lo cumpliré… —sonrió con cinismo—. Entiendo que lo de tu ex esposa no sea posible cambiar, pero lo de tus amigos, si está en mis posibilidades y ellos aceptan, les puedo conseguir empleos muy bien remunerados, en la ciudad donde residiremos, incluyendo a tu ex secretaria.
Erick sintió que perdía el aliento— ¿de verdad, lo harías?
—Te lo dije hace días… —Alex lo miró con seriedad, para que entendiera que hablaba en serio—. Mataría y moriría por ti, así que el ayudar a que tengas a tus amigos cerca, no es nada a comparación de eso.
Erick mordió su labio inferior y se movió con lentitud, acercándose a besar los labios de Alejandro con devoción. El ojiverde aceptó el beso y lo ahondó en cuanto su pareja le dio libertad de entrar a su boca con la lengua; después de un momento, se separaron y los ojos azules miraron al rubio con infinita ternura.
—Me gustaría, pero solo si mis amigos quieren… no hagas las cosas sin preguntarles, ¿de acuerdo?
Alejandro relamió sus labios y asintió, volviendo a besar la mano de su prometido— lo prometo, Conejo.
Instantes después, las luces de los cinturones de seguridad se apagaron y las jóvenes azafatas se pusieron de pie para ir a preparar las cosas de los pasajeros.
Erick se entretenía cuidando a Rain, ya que el cachorro se miraba ansioso y temblaba, justo como cuando lo recogió días antes.
—Aquí está lo que me solicitó, señor —sonrió la chica que entregó las tazas, un tarro de café de la marca que Erick consumía y varios sobres de azúcar—, ¿puedo ofrecerles algo para desayunar o acompañar el café?
Erick estuvo a punto de decir algo, pero guardó silencio de inmediato.
—¿Deseas algo más, Conejo? —preguntó Alejandro, quien se dio cuenta de que Erick parecía cohibido.
—Es que… No sé si haya —comentó nervioso el ojiazul, ya que al ser un vuelo privado, no sabía que cosas podrían tener en el menú.
—No sabrás si no lo dices…
El pelinegro se armó de valor— ¿de casualidad tendrá una concha de chocolate?
—¡Por supuesto! —asintió la castaña—. Hay conchas de chocolate, además, contamos con panquesitos y pastel, de chocolate, vainilla y zanahoria.
—¡Ah! —Erick se sorprendió, pero de inmediato se sintió emocionado, era obvio que estaban preparados para sus caprichos—. Siendo así, quiero una concha de chocolate y un pastel de zanahoria, por favor.
—Por supuesto, señor y… ¿para usted? —indagó hacia el rubio, aunque no lo miró al rostro.
Debido a que las chicas fueron contratadas por Marisela, ella les explicó quién era Alejandro de León y su importancia, así que las dos jóvenes que aceptaron el trabajo, se sentían un poco inquietas y algo cohibidas, pero debido a la remuneración económica que recibirían, aceptaron.
—¿Qué hay de desayunar? —preguntó el rubio con poco interés.
—Tenemos el desayuno americano al gusto.
Alejandro sonrió, seguramente Marisela les explicó lo que podía pedir— tráeme el desayuno americano, con un bistec y huevos rancheros, los panqueques con mermelada y mantequilla, para beber, jugo de naranja.
—Con gusto —sonrió ella.
—Pero primero, el pastel de mi prometido —especificó.
—¡Por supuesto! —la chica se apresuró a ir por las ordenes y su compañera la siguió para ir preparando las peticiones de los demás pasajeros.
La castaña volvió con dos platos, en uno, una rebanada de pastel de zanahoria con un delicado tenedor y en el otro, una concha de chocolate, acompañada de un cuchillo; Erick levantó una ceja y entendió que realmente Marisela había especificado muchas cosas de él, aunque en el fondo, sabía que seguramente había sido idea de Alejandro.
—Eres muy consentidor, ¿sabías? —preguntó Erick, inclinándose hasta dejar su cabeza contra el hombro del rubio—. Podrías malacostumbrarme a tantas atenciones.
—Por eso lo hago —admitió el ojiverde con diversión—. De esta manera, sabrás que nadie te tratará como yo y no podrás dejarme nunca —levantó una ceja con orgullo.
Erick entrecerró los ojos y luego negó mientras reía, le parecía sumamente divertida la situación, pero aun y que Alejandro no lo consintiera, él jamás lo dejaría; ya lo había decidido, se quedaría a su lado sin importar lo que ocurriera y no iba a echarse para atrás.
—Señor De León… —el pelinegro sujetó al otro por el mentón y lo movió, para besarlo en los labios de forma tierna—. Jamás se librará de mí, a menos que muera uno de los dos.
Alejandro suspiró y posó la frente contra la de Erick— Conejo, por favor, de ahora en adelante, no uses esa palabra, ni en broma —pidió con seriedad—, realmente me da miedo perderte…
El ojiazul sonrió y asintió. En el fondo lo entendía, él también tenía miedo de perder a Alejandro y ahora que sabía que sus negocios eran tan complicados, el miedo se había anidado en su corazón, no solo porque se repitiera su anterior situación, sino que algo malo le pasara al otro, aun y sabiendo que tenía muchas personas trabajando para cuidarlo, no podía estar cien por ciento seguro de que las cosas no salieran mal.
Mientras Erick terminaba de preparar los cafés, la azafata llegó con la comida y Rain se interesó en el desayuno del rubio, así que Esteban fue por el cachorro.
—Gracias, ah… —Erick aun no reconocía a los chicos, así que no se acordaba del nombre.
—Juárez —dijo el hombre—. Esteban Juárez —repitió, sujetando al perrito.
—Gracias, Esteban —sonrió el pelinegro.
Esas palabras lograron que el otro pusiera un gesto confuso, ya que normalmente las parejas de su jefe no los trataban con tanta familiaridad, incluso muchos, especialmente algunas mujeres de la alta sociedad, los trataban como cualquier sirviente de quinta, pero era obvio que Erick no era así.
—De nada… —sonrió y se llevó a Rain.
—Me será difícil aprenderme los nombres de todos.
—No te preocupes —el ojiverde le restó importancia—, aunque tengo muchos trabajadores, solo debes aprenderte los nombres de los que estarán cerca de ti, de ahí en más, no importa.
—Eso no es correcto —Erick negó y bebió un poco de café, antes de empezar a partir su pan—, me gustaría conocerlos a todos —sonrió—. De lo contrario, me sentiría extraño…
—Bueno, si eso quieres, al llegar al hotel, te presentaré con los que nos acompañarán en Londres y en Ámsterdam a otros, pero para que los conozcas a todos, tendrás que esperar a llegar a casa, porque muchos se quedan cuidando esa propiedad.
—Casa… —Erick mordió el pan y limpió sus labios—. ¿Cómo es tu casa? —preguntó curioso.
—Nuestra casa —corrigió el rubio con seriedad, empezando con su desayuno—. Pues es grande… —suspiró—. Tiene alberca, algunas fuentes, el mar está cerca, hay muchos jardines no solo exteriores, sino interiores, además tiene tantas habitaciones y salones como un palacio, algunas plantas suben por algunos muros, tiene mucha iluminación natural y es… silenciosa —musito—. Muy silenciosa —negó de inmediato, ya que siempre se había sentido solo en ese enorme lugar, igual que en la casa de sus padres—. Es como… un palacio moderno, según el arquitecto que la diseñó.
El pelinegro lo miró con curiosidad, se había dado cuenta de que a pesar de que sonaba hermoso, parecía que Alejandro no se sentía a gusto ahí— ¿por qué vives en un castillo? —preguntó con debilidad—. Especialmente si dices que es silencioso…
Alejandro volteó a verlo y sonrió— porque cuando éramos estudiantes, me dijiste que te gustaban mucho los castillos antiguos, especialmente los que estaban cerca del mar, ya que estar en uno, sería como vivir una fantasía épica, aunque ya no se construían así—acarició la mano de su pareja, que tenía cerca—, así que, busqué el mejor lugar para construir uno y decidí que lo hicieran lo mejor que se pudiera imaginar, para cuando te encontrara, tu pudieras llegar ahí y sentirte como en una fantasía —señaló—. Aunque sabía que era muy grande y silencioso para mí solo, esperaba que algún día tú llegaras a llenarlo de vida, como lo hiciste antes, cuando te conocí hace años…
Erick se quedó sin aliento, su corazón se aceleró y sintió que su rostro ardía; «realmente, me estuviste esperando durante todos estos años…» pensó y sus ojos se humedecieron.
El rubio se dio cuenta de la humedad y dejó los cubiertos de lado, buscando el rostro de su prometido, sujetándolo con suavidad entre sus manos— ¿por qué lloras, Conejo? —preguntó al notar que un par de lágrimas resbalaban por las mejillas y las tuvo que limpiar con los pulgares.
—Yo… no sabía que era tan importante para ti como para construirme un castillo —confesó el pelinegro y sonrió—. Perdón… —musitó—. Perdóname por haber dudado de ti hace días —pidió con debilidad.
Alejandro lo besó en los labios y negó— quedamos que olvidaríamos todo lo malo que ocurrió estas últimas semanas —le guiñó un ojo—. Pero no pienses que es un bonito castillo, tal vez quieras remodelar o hacer cambios, pero para eso, tendrás que esperar a que volvamos allá y tendrás mucho tiempo de sobra para hacer lo que quieras…
Erick asintió; Alejandro le besó los labios una vez más y se dispuso a seguir con su desayuno.
Erick continuó con su café, pero de cuando en cuando, observaba su anillo de compromiso; debía entender y aceptar que realmente estaba comprometido con el hombre que había amado desde la adolescencia, pero aun así todo le parecía un sueño.
El ojiazul terminó de comer la concha y siguió con el pastel de zanahoria, mientras el rubio seguía desayunando y revisando una información en una tableta digital que Julián le había pasado momentos antes y por eso tuvo que ponerse las gafas para leer. Erick lo observaba detenidamente; los gestos que tenía, como fruncía el ceño, entrecerraba los ojos o suspiraba, incluso pudo diferenciar sus suspiros de frustración, molestia o desgano; en el fondo, Alejandro no había cambiado mucho.
Por un instante el recuerdo de cuando lo observaba en clases para dibujarlo, volvió a la mente del pelinegro y sintió que su corazón se aceleraba, así como los nervios y vergüenza, recordando como llegaban a terminar, teniendo sexo dónde no debían. Soltó una ligera risa por esas memorias que hacía mucho no llegaban a su mente.
—¿De qué te ríes? —preguntó el de lentes, mirándolo de soslayo.
Erick terminó su pastel, bebió el último sorbo de café y se giró un poco, abrazando a Alejandro.
Se acercó a la oreja del rubio y susurró— ¿Qué tal si me enseñas la habitación de tu avión? —preguntó con suavidad y luego mordió el lóbulo de la oreja de manera juguetona.
Alejandro sonrió divertido, dio un último bocado a su desayuno, bebió algo de jugo y se levantó, dándole la tableta a Julián— que nadie nos interrumpa, estaremos ocupados atrás…
—Cómo diga —dijo el castaño con poco interés y recibió el aparato.
Alejandro regresó y le ofreció la mano a Erick, para guiarlo por el pasillo a la habitación al fondo.
Apenas cruzaron el umbral, Erick lo besó desesperado, deseoso; todos los recuerdos que habían llegado a su mente mientras lo observaba, habían despertado su deseo.
—Estás muy ansioso, Conejo —señaló el rubio, sujetándolo por la cintura y lo llevó hacia la cama.
El ojiazul se dejó guiar y ambos cayeron sobre el colchón— ¿sabes por qué estoy así? —indagó el pelinegro, dándole besos fugaces.
—No, ¿por qué? —las manos del rubio se movieron por el cuerpo de su pareja, buscando la manera de desnudarlo.
—Por ti, Alex… —musitó—. Solo por ti…
Esas palabras hicieron sonreír al otro, sintiéndose completamente dueño no solo de la situación, sino de ese hombre que estaba bajo su cuerpo, ansioso de recibirlo.
—Eso es tan dulce, Conejo… —añadió besando los labios de su prometido y con desespero le quitó el pantalón.
Sin más palabras, más que besos y caricias lujuriosas de por medio, Alejandro desnudó a Erick, quien quedó sobre la cama, mirándolo con ansiedad, relamiendo sus labios y exponiéndose para el otro, dejando sus manos sobre su cabeza y sus piernas se movieron juguetonas a acariciar al otro mientras se desnudaba delante de él.
Alejandro volvió a recostarse sobre Erick, cuando estuvo completamente desnudo, besando la piel del cuello, marcándola con desespero y algo de salvajismo, mientras sus manos recorrían el cuerpo de su prometido con rapidez, presionando en algunas partes, como si tratara de constatar que era real. El ojiazul gimió ante esas rudas atenciones y la emoción lo inundó, empujando al otro y poniéndose sobre el cuerpo del rubio, acariciando con sus dedos y labios, el torax, bajando hasta el miembro que despertaba con rapidez.
El pelinegro se mordió el labio y le dedicó una mirada divertida a Alex, antes de empezar a darle sexo oral. Parecía desesperado, como un sediento buscando el elixir vital de una fuente que acababa de descubrir, tanto que sorprendió a Alejandro por esa actitud. Así que decidió dejar que se entretuviera, en vez de tomar el control.
El rubio apretó la mandíbula cuando sintió como Erick se esmeraba en albergar el enorme miembro en su boca, llegando hasta su garganta, ahogándose en el proceso, pero esa acción provocaba una presión exquisita en la punta de su sexo; aunque debía admitir que era más fascinante que lo hiciera por propia voluntad, en vez de ser él quien lo obligara. No dijo nada hasta que vio unas delicadas lágrimas escapando de los ojos azules, por lo que al darse cuenta que Erick se alejaría, fue cuando lo sujetó del cabello y lo obligó a quedarse un poco más.
Erick apretó las mantas de la cama en sus manos, pero no intentó alejarse; estaba acostumbrado a la rudeza de Alex y eso le excitaba aún más. Finalmente, Alejandro lo alejó y lo tumbó contra la cama; el ojiazul respiraba agitado, pero abrió sumisamente las piernas para que el otro se acomodara sobre su cuerpo, realmente estaba deseoso de recibirlo.
—¿No quieres que te prepare? —sonrió el ojiverde de forma cínica.
El pelinegro negó y movió su cadera para incitarlo— ¿acaso el león no quiere comer conejo de forma natural? —preguntó con picardía.
El rubio levantó una ceja y sonrió cruelmente— no me retes, Conejo, porque sabes que si empiezo, no me detendré.
—¿Y quién dijo que voy a querer que te detengas?
Esas palabras fueron el detonante para que Alejandro le saltara como fiera, besándolo para callar sus gritos mientras lo penetraba de forma ruda.
Erick ahogó el grito en la boca de su pareja, pues aunque ya debía estar acostumbrado, en realidad no había tenido tiempo de recuperarse de todo lo que había pasado y el sexo con Alejandro era algo doloroso ya que su cuerpo seguía lastimado, pero debido a su misma condición, eso lo excitaba más de lo que cualquiera podría llegar a imaginar. Su sexo se restregaba contra el abdomen de su prometido y sus manos se aferraban a los hombros anchos, dejado una que otra marca con sus uñas en la piel blanca.
Los labios del rubio se alejaron de la boca de Erick y observó el gesto de placer que tenía, pero detuvo sus movimientos, esperando.
—No pares… —suplicó el pelinegro—. Alex… ¡Por favor!
Alejandro sonrió y bajó al cuello, lamiendo con deseo, yendo hacia una clavícula, donde dio una mordida, dejando la marca de sus dientes, consiguiendo que Erick se estremeciera y disfrutó el gemido cerca de su oído, debido al placer por esa marca que dejaba en la piel y luego volvió al cuello.
—¿Sabes que si gritas mucho, te escucharán en todo el avión? —preguntó con burla.
Erick se estremeció por la vergüenza, pero debido a la misma, sintió una descarga eléctrica recorriéndolo. Un gemido escapó de su garganta, mientras su miembro palpitaba, liberando su semen.
El rubio sintió como su miembro era apresado con más fuerza, así que miró con curiosidad a su pareja, llevó una mano entre sus cuerpos y recogió el semen que seguía vertiéndose en el vientre de Erick; lo llevó a la boca de su prometido y ensució los labios con la sustancia espesa.
—Realmente te excitas con estas situaciones, Conejo —añadió antes de lamer los labios sucios—. Pero a pesar de esto, no voy a detenerme —amenazó—, lo sabes…
El ojiazul sonrió débilmente— como dije… —musitó—. ¿Quién dijo… que quiero… que te… detengas? —preguntó con respiración agitada—. El viaje va a durar horas —buscó los labios de Alejandro y lo besó de forma lenta pero profunda, sabía lo que al otro le gustaba y no pensaba negarle nada, igual que nada le negaban a él.
—Conejo travieso —el rubio se sintió complacido—, de acuerdo, entonces, no me culpes por lo que ocurra después…
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