Capítulo X
Mientras estaba bajo la caída de agua, la mente Julián evocaba el momento del comedor.
Él pensaba que Agustín era un niño frágil, quizá porque lo había visto lastimado, pero se daba cuenta que en el fondo, era un jovencito demasiado fuerte, algo que no le molestaba, al contrario, le parecía atrayente.
—Jamás había conocido a alguien como él — musitó con una sonrisa soñadora —, si así es de niño, cuando madure, será más que perfecto y encantador — aseguró con emoción.
Al terminar, salió de la regadera y se puso su ropa para dormir, aunque no lo haría tan temprano, ya que tenía trabajo escolar qué hacer.
Salió del cuarto de baño, encendió la calefacción y caminó hasta el escritorio que tenía, encendiendo su computadora; estaba por sentarse a iniciar el avance de su programa, cuando escuchó un golpeteo en la puerta.
Le extrañó, pero caminó hasta ella y abrió, encontrándose a Agustín, quién al verlo, sus mejillas se cubrieron de rojo; el universitario traía solo una camiseta sin mangas, que se pegaba su torso, además, de que su cabello aún estaba húmedo y algunas gotas resbalaban por su cuello.
—¿Qué pasa? — preguntó el castaño.
—Ah… es que… no me dijiste a qué hora saldremos — respondió desviando la mirada.
Julián sonrió débilmente — ¿te parece bien a las nueve? Así podemos ir a desayunar temprano y aprovechar todo el día.
—Está bien — asintió el menor, pero no se apartó de la puerta.
—¿Necesitas algo más?
Agustín se mordió el labio — sí — asintió con nerviosismo —, yo… quería dártelo mañana, pero, ya que tú me diste las flores hoy, supongo que… puedo hacerlo también…
Movió las manos, que todo ese tiempo habían estado tras su espalda y las puso enfrente.
—No es mucho — sonrió nervioso —, no quería usar tu propio dinero para comprarlo, así que, me esforcé en mis cosas para obtener algo más…
—¿Jugando y apostando de nuevo? — preguntó el mayor con media sonrisa, mientras recibía el paquete envuelto.
—Soy bueno en eso — respondió el adolescente con algo de orgullo.
—¿Puedo abrirlo?
Agustín asintió — solo que… si no te gusta, tienes que decírmelo y te daré otra cosa, lo que quieras.
—¿Lo que quiera? — indagó el mayor con doble intención.
—Sí, sea lo que sea, aunque tarde para comprarlo, te lo daré.
Julián sonrió de manera triunfal; abrió el paquete y observó el regalo, era un libro.
—“Las flores del mal” — dijo el mayor con curiosidad.
—Sé que te gusta leer — comentó el niño —, le pregunté a Miguel y me dijo que leías cualquier cosa de literatura, pero no me supo decir más, porque dijo que él no leía — se encogió de hombros —, elegí este libro porque, fue el primer libro que leí en mi clase de literatura, cuando entré a la secundaria — una risita nerviosa lo invadió —, no soy mucho de leer, incluso, creí que no lo iba a acabar a tiempo para entregar mi reporte, pero lo leí de inmediato, ya que me gustó mucho, por eso pensé que, quizá, te gustaría.
Julián levantó una ceja — qué lástima — dijo con voz seria.
—¿Qué? — preguntó el adolescente — ¿ya lo habías leído?
—No — negó y sonrió —, pero realmente hubiese preferido que no me gustara tu regalo.
Agustín tardó un momento en entender esa frase — eso significa que, ¿sí te gustó? — preguntó para confirmar.
—Sí, pero admito que me hubiese gustado pedirte otra cosa.
—¿Qué cosa?
El universitario se inclinó y miró al niño con picardía — ¿de verdad quieres saber?
El pelinegro pasó saliva y asintió — sí… supongo… así sabré qué regalarte a la próxima…
—Oh, pero si te lo digo, tendrás que dármelo ahora mismo — señaló, acercándose más.
Agustín parpadeo sorprendido, pero no se movió — ¿qué…? ¿Qué es lo que quieres de regalo? — preguntó con una voz débil.
—¿No lo sabes?
—No… no estoy… seguro…
Julián sonrió — quiero un beso y quizá algo más — confesó con cinismo.
El pelinegro pasó saliva; sus ojos estaban enormemente abiertos y respiraba con agitación.
—Ahora que lo sabes — prosiguió el mayor —, ¿no piensas huir?
—¿Por…? ¿Por qué huiría? — la voz de Agustín era un débil murmullo — si yo… también quiero eso…
—Entonces, ¿puedo obtener otro regalo aunque sí me haya gustado el que me diste?
Agustín asintió, aunque el movimiento de su cabeza fue mínimo.
—¿Cómo podría rechazar esta oferta? — preguntó el castaño y no dudó en obtener un beso del menor.
Agustín abrió los labios de inmediato y correspondió con algo de ansiedad; él también había deseado esa caricia, desde la última vez que se besaron, así que estaba emocionado por ello.
Julián lo sujetó por la cintura y lo movió con suma pericia para meterlo a su habitación, recargándolo contra la pared y cerrando la puerta sin que el niño se diera cuenta; no estaba pensando con claridad, ya que al momento en que Agustín dijo que también quería un beso, su cerebro dejó de funcionar correctamente.
El beso seguía, mientras el mayor movía sus manos por encima de la ropa de Agustín, consiguiendo que el adolescente se dejara llevar por el momento con suma facilidad. Julián no lo dudó y decidió ir hasta la cama, por lo que en medio del beso, giró junto con su pareja y empezó a guiarlo con cuidado, abriendo los ojos de cuando en cuando, para poder ver el camino sin problema; el pelinegro no sabía lo que ocurría, ya que sus parpados se mantenían completamente cerrados, pero al sentir los ligeros empujones y no tener nada atrás dónde recargarse, siguió dando pasitos con algo de temor, temiendo caer por tropezarse con algo, porque no conocía el lugar.
Al llegar al lado de la cama, ambos cayeron sobre el colchón, el adolescente bajo el cuerpo del universitario; Julián dejó sobre uno de los burós, el libro que había recibido y volvió a centrarse en Agustín.
Por fin, el mayor liberó los labios del niño y bajó por su mentón, probando el sabor de esa piel que le parecía tan suave al tacto; olía a jabón, pero también podía percibir un perfume natural y eso le gustaba, el olor que siempre percibía de Agustín. Bajó por el cuello, pasando la lengua y succionando la piel; el pelinegro expuso más su cuello de manera sumisa, permitiendo que el otro dejara una marca rojiza con suma facilidad y sus manos se aferraron a la delgada tela que cubría el torso del mayor, mientras sus piernas se movían con lentitud, ya que el otro estaba entre ellas.
Julián se detuvo un momento.
Debido a la ropa de Agustín, no pudo descender más, por lo que se alejó y quedó hincado entre las piernas del adolescente; sin decir nada, le quitó el suéter y la camiseta que portaba. Agustín quedó semidesnudo contra la cama y sus ojos miel observaban al mayor con sorpresa y algo de expectación, aunque había algo más y Julián lo notó; el pelinegro tenía miedo y el universitario pudo verlo con claridad, así que un destello de lucidez lo hizo entrar en razón.
—Será… será mejor que te vayas — dijo entre dientes, con la cabeza hacia abajo —, no quiero que te sientas forzado y si sigo adelante, no voy a poder detenerme.
Agustín se quedó en silencio un momento; lentamente se incorporó y sus manos se movieron hasta el cuello de Julián.
—No quiero que te detengas — sonrió nervioso.
—Tienes miedo — señaló el mayor, apretando los puños.
—Sí, tengo miedo — confesó con una risita trémula —, pero… quiero que tú me enseñes todo esto — pidió —, quiero que esto sea real y no solo ilusiones que mi mente crea mientras duermo o cuando pienso en ti.
Julián movió la mano y le acarició la mejilla — eres un niño… no sabes lo que puede ocurrir más adelante y quizá, esto no dure — dijo con seriedad —, si esto termina, te sentirás mal.
Agustín sonrió — prefiero intentar y fracasar, que no haber intentado nada.
El castaño se sorprendió por esas palabras; realmente había muchas cosas que no conocía de Agustín, pero le gustaba ir desenmarañando los secretos que tenía el adolescente.
—Sueno muy infantil, ¿verdad? — comentó el pelinegro con vergüenza — supongo que no es algo que te agrade y…
Julián se movió con rapidez y lo besó, callando sus palabras y empujándolo con su cuerpo, para recostarlo.
—Eres un niño — musitó el mayor entre besos —, pero quiero que seas siempre mi niño — hizo énfasis y sus manos se movieron con deseo, acariciando el torso desnudo —, solo mío — dijo con seriedad, mientras bajaba a besar de nuevo el cuello.
Agustín se estremeció, pero cerró los ojos, dejándose llevar por el momento — solo… tuyo — dijo con suavidad.
Julián ya no se contuvo más. Bajó repartiendo besos y se detuvo en uno de los pequeño pezones del menor, succionándolo con insistencia, lamiéndolo y mordisqueándolo levemente; su castaño mirar estaba fijo en el rostro de Agustín, apreciando los gestos que el niño le regalaba al responder ante esas caricias. Los gemidos del pelinegro empezaron a escucharse, primero quedamente y después un poco más fuerte, especialmente cuando el universitario prodigó las mismas caricias al segundo pezón.
Agustín se mordió los nudillos, cuando Julián siguió bajando más, dejando una estela de saliva por su torso; el castaño se detuvo un momento en el ombligo, mientras sus manos bajaban el pantalón junto a la ropa interior y después, siguió descendiendo por el vientre plano.
El sexo de Agustín ya estaba erecto y el universitario sonrió al sentir como el otro se estremecía completamente al ser acariciado justo en ese lugar, por sus manos; era notorio que no estaba completamente desarrollado, ya que le faltaban algunos años para ser adulto, pero le gustaba lo que veía, así que no se contuvo.
Julián abrió su boca y engulló el sexo de Agustín, quien abrió sus ojos y boca al sentir la tibia humedad y su rostro se enrojeció al ver los ojos castaños, verlo directamente; instintivamente quiso cerrar las piernas, pero el mayor lo evitó, sujetándolo con fuerza de los muslos y siguió con sus atenciones.
El adolescente mordió sus nudillos y pasó la mano libre por su cabello, apretando los mechones con fuerza, mientras arqueaba la espalda y gemía sin control. Lo estaba disfrutando más de lo que llegó a pensar o imaginar; se sentía distinto y no pudo evitar que su inexperiencia lo delatara. Julián sintió como en medio de sus atenciones, el miembro del menor palpitó y un poco de semen se esparció en su boca.
El castaño se alejó relamiendo sus labios y sonrió satisfecho al ver el resultado de su trabajo.
Agustín estaba contra la cama, respirando agitado, su cabello estaba revuelto, su cuerpo tenía gotas de sudor y sus ojos, así como las comisuras de sus labios, mostraban algo de humedad; aún así, sus labios tenían una tenue sonrisa y sus mejillas estaban teñidas de carmín. Parecía un ángel en su cama y la simple idea de tomar su inocencia le excitaba; era un depravado por haber deseado a un niño, pero no podía evitarlo, ya que ese niño era encantadoramente perfecto a su percepción.
Aprovechando que el adolescente estaba recuperándose, él se incorporó de la cama, se quitó la ropa y extrajo del buró un botecito de lubricante. Volvió a acomodarse entre las piernas del menor y con sus dedos, sacó un poco del fluido viscoso del botecito; se inclinó y besó los labios que estaban húmedos de saliva y su mano se escabulló entre las nalgas del pelinegro, encontrando de inmediato la entrada al paraíso que buscaba, para prepararlo un poco, antes de reclamarlo.
Agustín movió su lengua y jugueteó con la de Julián, que parecía tratar de alcanzar los lugares más recónditos de su boca, a la par que acallaba sus gemidos de sorpresa, por sentir los dedos traviesos esparciendo algo frío en su parte más privada.
Las manos del adolescente trataron de apretar las sabanas, al sentir un dígito intruso en su interior, pero no tenía fuerza; un par de lágrimas escaparon de sus ojos y cuando el mayor se dio cuenta de las mismas, rompió el beso tan atrevido que le estaba dando.
—¿Te duele? — preguntó preocupado.
La primera respuesta que obtuvo, fue un largo gemido, mitad grito, claramente de placer, que escapó de la boca del niño, ya que nada impedía que se expresara de esa manera.
—¿Me detengo? — preguntó el castaño con algo más de confianza y no dejó de mover el dedo, al contrario, otro más estaba palpando la entrada, en busca de una oportunidad para entrar a jugar en la virgen cavidad también.
El pelinegro negó — no… — todos sus músculos se tensaron al sentir un segundo intruso y volvió a gemir — Julián… — dijo el nombre con anhelo — sigue — suplicó.
El castaño se relamió los labios con deseo; parecía un lobo hambriento, a punto de devorar a un pequeño e indefenso animalito que había tenido el infortunio de acabar en su guarida y de solo imaginar el tabú que era estar con alguien menor ante la sociedad, le producía una sensación demasiado placentera.
Fue esa misma lujuria que lo hizo olvidarse de todo, incluso de que había pensado en prepararlo para que no le doliera; a pesar de todo aún era joven y aunque ese mismo año cumpliría veinte, no le era fácil controlar sus impulsos y deseo. La mente de Julián se nubló; su cuerpo le decía que poseyera a ese niño y disfrutara de tomar su primera vez. Ansiaba sentir la presión en su sexo, a causa de invadirlo y no había otra cosa en que pudiera pensar en ese momento.
Alejó los dedos del interior de Agustín, colocó las delgadas piernas en sus costados y acomodó la punta de su pene en la estrecha entrada, que apenas si había podido albergar dos dedos con dificultad; ni siquiera pensó en usar condón, ya que Agustín era virgen y él estaba sano, por lo que no había riesgo de nada y en realidad, él quería sentirlo así, poder llenarlo de su semen y que el niño entendiera de esa manera que le pertenecía.
El pelinegro estaba desorientado, reaccionó un poco cuando las manos del mayor lo sujetaron por su cadera con fuerza y un estremecimiento lo cimbró al darse cuenta del enorme sexo de Julián que estaba a punto de invadirlo.
—¿Ju… lián? — dijo en un murmullo y sintió un escalofrío recorrerlo al ver la sonrisa del castaño.
El gemido de dolor escapó de su boca, al sentir como el mayor metió la punta de su miembro, ya que el grosor era mayor que los dos dedos que había sentido antes; las lágrimas escaparon y un grito se ahogó en su garganta, al sentir como lo forzaba, penetrándolo un poco más.
—¡Duele! — gimoteó y se removió en la cama, intentando escapar, a la par que sus mejillas se humedecían por gruesas gotas saladas, que sus parpados liberaban sin control.
Julián se inclinó y lo besó; estaba sumamente excitado debido a la excesiva presión que sentía sobre su pene, pero le causó algo de culpa el verlo llorar.
—Lo siento — se disculpó y pasó su lengua por las mejillas húmedas, probando las lágrimas —, relájate, Agus — pidió con suavidad —, trata de relajarte…
—No… puedo — negó el menor encogiéndose de hombros — duele…
—Abrázame — ordenó el castaño —, así podré saber cómo tratarte.
—No… no entien… do — sollozó el pelinegro.
—Solo, déjate llevar — Julián besó los labios con delicadeza, mientras sus manos acariciaban el torso delgado de Agustín.
Los estremecimientos aun cimbraban al adolescente y cada que su cuerpo se tensaba, le dolía su entrada, al apresar el miembro intruso, pero decidió obedecer a su compañero; con debilidad, pasó las manos por los costados de Julián y lo abrazó, a la par que hundía su rostro en el cuello del universitario, tratando de ahogar los sollozos ahí.
El castaño empezó a moverse lentamente y Agustín no pudo contenerse; mordió con fuerza la piel que tenía cerca, al mismo tiempo que encajaba las uñas en la espalda, con ello Julián se detuvo un momento y siguió acariciándolo, esperado pacientemente a sentir que el niño se relajaba. Agustín cedió un momento después, disfrutando los besos y caricias, permitiendo que el mayor se moviera un poco más, hasta que volvió a detenerlo con sus acciones. Julián sabía que no había iniciado de la mejor manera, pero quería intentar remediarlo, por eso, permitió que Agustín tomara el control para poder disfrutar juntos, aunque eso probablemente tomaría varios minutos.
Lentamente, las mordidas en el cuello empezaron a convertirse en besos y lamidas, mientras que los arañazos seguían, pero ya no le ardían tanto a Julián, incluso, las sentía como caricias, un tanto salvajes, pero deliciosas; el castaño se dio cuenta que Agustín ya estaba disfrutando, especialmente cuando el niño alcanzó el lóbulo de su oreja y lo mordió.
—Muévete — suplicó con deseo y pasó la lengua húmeda por la piel —, quiero disfrutarlo, por favor…
Agustín había cedido a la lujuria, igual que el universitario; le escocía su entrada e interior, pero el dolor que al principio sintió, había disminuido y lo que sentía en ese momento le estaba gustando, por lo que quería seguir sintiéndolo.
Julián sonrió complacido y empezó un vaivén lento, permitiendo que el cuerpo del menor se acoplara mejor a su sexo. El pelinegro suspiraba al sentir como el mayor salía y gemía cuando entraba, llenándolo completamente, logrando hacerlo sonreír de placer; sus delgadas piernas se aferraron a la cintura del mayor y lentamente empezó a gemir sin pudor, moviendo su cadera, siguiendo el ritmo del otro.
Sus uñas seguían marcando la espalda de Julián y eso excitaba al universitario; normalmente esas marcas eran un trofeo para él, ya que significaba que sus parejas realmente lo disfrutaban y no podían contenerse, pero en ese momento, él era el que estaba tocando el cielo y no deseaba que acabara.
Abrazó a Agustín y giró sobre el colchón, dejándolo sobre su cuerpo; lo besó con demanda y luego se incorporó, obligando al menor a sentarse, aun sin separar sus labios. Las manos del castaño sujetaron al niño de las nalgas y lo movió con facilidad, imponiendo un ritmo rápido, aun en medio de su beso; Agustín se aferró a los hombros anchos y sin necesidad de palabras, se sostuvo sobre sus rodillas y él mismo empezó a mover su cadera de arriba abajo.
La sensación era distinta, tanto que se alejó de la boca de Julián y levantó el rostro, empezando a gritar el nombre del otro y gemir audiblemente, suplicando por más y a la vez, pidiendo que se detuviera, ya que estaba por llegar al orgasmo de nuevo. Julián no se detuvo, al contrario, una de sus manos fue a estimular el miembro del niño, obligándolo a apresurar el momento, especialmente porque él ya deseaba inundar con su semilla ese tibio interior que invadía y no quería postergarlo más.
Agustín arañó los hombros y gritó hacia el cielo, al llegar al orgasmo; su semen brotó y escurrió por la mano de Julián, mientras su cuerpo se estremecía sin control y se recargaba contra el torso del mayor. El pelinegro respiraba cansado contra el cuello de su pareja, mientras aún era movido por el otro, aunque no tardó mucho en sentir algo distinto; un gemido débil escapó de sus labios al sentir algo tibio inundarlo y una sonrisa tenue se dibujó en sus labios al imaginar lo que era.
El adolescente no supo cuánto tiempo se quedaron en esa posición, pero después, Julián lo movió con lentitud, llevándolo consigo hasta recostarse y dejarlo sobre su cuerpo; una mano del mayor acariciaba los mechones negros con ternura, mientras que la otra delineaba el costado del menor, moviéndose hasta acariciar una de sus nalgas y después, subiendo a la espalda.
—Lamento haber sido tan rudo — se disculpó el castaño, besando la mejilla que tenía cerca —, sé que no tengo excusa, pero no pude contenerme…
Una risita débil se escuchó — está bien, yo también fui algo rudo — suspiró el menor —, aun así, fue increíble — un bostezo lo interrumpió —, pero cansado — restregó su rostro contra la piel cercana.
—Tienes sueño, ¿cierto? — Julián sonrió.
—Sí…
—Entonces, es mejor que descanses.
Julián se movió, girando sobre el cuerpo de Agustín, para dejarlo recostado sobre el lecho; con lentitud, abandonó la estrecha cavidad que había profanado y se apresuró a limpiar con unos pañuelitos desechables que había en el buró.
Agustín se dejó mover, ya que no tenía energía y estaba medio adormilado.
Cuando terminó con su tarea, Julián se recostó a su lado y lo acunó en brazos — duerme, tal vez saldremos más tarde de lo que planeamos en un principio.
—Está bien… — Agustín se aferró al torso del mayor — espero que… Miguel no haya… escuchado —, dijo con voz apagada, se estaba durmiendo.
—No te preocupes — el castaño le beso el cabello —, de todas maneras, no dirá nada.
Agustín suspiro y casi de inmediato se quedó dormido. Julián se quedó despierto un rato más, observándolo, pero lentamente, a él también le ganó el sueño, ya que se encontraba demasiado relajado.
Comment Form is loading comments...