Capítulo VIII
Como planearon, Julián y Agustín fueron por las pocas pertenencias que el menor tenía en su casa, muy temprano; su madre no estaba y su padrastro estaba dormido, por lo que el adolescente sacó todo con rapidez y sigilo. Después, Julián lo llevó a la casa de su abuela, para avisarle que se quedaría en casa de un amigo por un tiempo aunque el niño le dijo que lo esperara a unas calles de ahí, ya que no quería que su familia se diera cuenta que se quedaría con alguien mayor y mucho menos de dinero.
Finalmente volvieron al departamento.
Ese día, ninguno de los dos fue a sus clases, por lo que Julián, a pesar de las negativas de Agustín, lo llevó a comprar cosas que necesitaría; un par de uniformes nuevos, útiles escolares que ocupaba, algunos cambios de ropa extra y al terminar, comieron antes de dejarlo en el departamento, ya que él tenía un compromiso al cual no podía faltar.
Agustín se quedó a solas en el enorme lugar que ahora debía llamar “hogar”; aunque Julián y Miguel le dijeron que se pusiera cómodo y que podía hacer lo que quisiera, el menor se sentía cohibido y no quiso usar las cosas de la casa, ni la televisión, ni siquiera fue al refrigerador por algo de comer por lo que se quedó en su habitación, estudiando y haciendo tareas.
No se dio cuenta que pasó mucho tiempo hasta que tuvo que encender la luz, ya que estaba oscureciendo y no alcanzaba a ver; apenas regresaba de nuevo a la cama cuando escuchó un golpeteo en la puerta.
—¿Agus?
—Pasa — dijo con rapidez, al reconocer que era Julián.
—¿Te sientes bien?
—Sí, claro — sonrió —, ¿por qué?
—El departamento está completamente a oscuras.
—Oh, es que no salí en todo el día de aquí — confesó el pelinegro.
—¿Por qué? — preguntó el mayor, un tanto desconcertado.
—No quería causar molestia.
—¿Me estás diciendo que no has comido nada desde medio día?
—No me había dado hambre — se encogió de hombros.
Julián entornó los ojos y lo sujetó de la mano, sacándolo de la habitación y llevándolo al comedor, en donde había algunas bolsas con charolas plásticas, cubiertas con aluminio.
—Hola, Agus — sonrió Miguel, quien estaba llevando los platos —, ¡hora de cenar! — dijo con emoción —, espero que te gusten los filetes asados — rió —, aunque, ¿a quién no le gustan?
—¿Filete? — preguntó el menor, mientras tomaba asiento.
—Sí, tuvimos que pedirlos para llevar, ya que Julián quería que tú también cenaras y no se sentiría bien si comíamos fuera, solo él y yo — señaló el mayor.
—Mike — el castaño dijo el nombre con seriedad, mientras llevaba las bebidas para acompañar la carne —, ten — a Agustín le entregó un refresco —, tú no puedes beber alcohol — dijo fríamente, ya que había llevado un par de cervezas para él y Miguel.
—Gracias — sonrió el niño y esperó.
Finalmente, los universitarios se sentaron y sirvieron la comida. Agustín se sorprendió por la cantidad de carne y otras cosas extra que había en la mesa; los miró de soslayo y se sirvió un poco, mientras los otros dos parecían tener mayor apetito.
El adolescente escuchaba su plática, hablaban de cosas de su escuela, por momentos decían cosas que no entendía bien, parecían hablar en clave, pero un nombre era repetitivo, “Alejandro” o “Alex”.
Al final, dejaron los platos en la tarja y se despidieron; Miguel se fue de inmediato a su habitación, dejando a los otros solos, esperando que pasara algo entre ellos, aunque sabía que era mucho pedir.
Julián por su parte acompañó a Agustín a su habitación — ten — le dijo antes de que el menor entrara a la recamara —, mañana saldremos muy temprano y no sé si me acuerde, pero es mejor dártelo de una vez…
El pelinegro extendió la mano y se sorprendió al ver que eran algunos billetes y una llave — ¿para qué…? ¿Para qué es esto? — preguntó sin entender.
—Para tus gastos y la llave es una copia para la puerta del depa — obvió el mayor.
—No necesito tanto, de verdad.
—Lo sé, no importa, de todos modos, mañana tendrás que venirte solo a casa, ya que Miguel y yo tenemos cosas que hacer después de la escuela.
—Oh… creí que… iría y vendría con ustedes.
—Me gustaría, pero no puedo llevarte a dónde voy, lo siento — se disculpó Julián —, bueno, te dejo, debo prepararme para dormir.
—Ah, Julián, antes de que te vayas… yo…
—¿Sí?
—Es que… quiero saber si puedo usar el baño, es decir, para bañarme… no sé si lo van a usar y…
El castaño rió — úsalo todo lo que quieras — dijo con poco interés —, la habitación de Mike, igual que la mía, tienen baños propios.
—No sabía — el menor se mostró sorprendido.
—No te preocupes… bien, hasta mañana.
El mayor dio media vuelta y dio unos pasos, pero sintió un jalón en su camisa, así que se detuvo y volteó.
—¿Qué ocurre? — preguntó con interés.
—Ah… — Agustín tenía el rostro hacia abajo — ¿sería…? ¿Sería impropio de mi parte, pedirte que te despidieras como ayer?
—¿Cómo ayer? — Julián levantó una ceja; no sabía a lo que se refería, puesto que el día anterior, lo dejó en esa habitación después de llevarle ropa.
—Sobre… el… beso — terminó en un murmullo, sintiéndose tonto.
El castaño se sorprendió por la petición, pero prefirió fingir demencia — ah… eso — sonrió — si eso deseas, por mi está bien.
Agustín levantó el rostro y su sonrisa tembló de manera nerviosa. Julián se acercó, observando con detenimiento el rostro de ese niño que tanto le gustaba; estaba sonrojado y cuando su mano acarició una mejilla, sintió la tibieza de la misma, a la par que un estremecimiento.
El castaño se inclinó y sus labios rozaron los del menor, pero antes de que lo besara, Agustín se alejó un poco, desconcertando al otro.
—Solo que… no sé… no sé besar… — dijo a media voz el pelinegro — ¿podrías enseñarme?
«¡Adorable!» pensó Julián, sin apartar la mirada de los ojos miel, que lo miraban expectantes.
—Solo, déjate llevar — susurró —, abre tus labios lentamente y sigue tus instintos.
Agustín sintió que sus piernas se convertían en gelatina debido al tono de voz que Julián usó para decirle eso, así que se sujetó a la camisa del mayor y asintió débilmente, entrecerrando los ojos.
Julián se acercó y en esa ocasión, Agustín no se alejó; los labios de ambos se unieron, el pelinegro sintió mariposas en el estómago y un suspiro de emoción lo invadió, consiguiendo que abriera la boca sin pensar. El castaño aprovechó para introducir su lengua y Agustín se asustó por un segundo al sentir a la intrusa, pero de inmediato se intentó reponer y correspondió con la suya, jugueteando con la lengua tibia y húmeda del mayor.
El universitario perdió la razón, empujó al niño hasta la pared más cercana, lo sujetó de la cintura y empezó a besarlo con demanda; el beso aumentó de intensidad y también las caricias, ya que Julián no pudo evitar buscar la manera de llegar a la piel de Agustín, que se encontraba cubierta por su camiseta. Cuando los dedos fríos rozaron la piel del abdomen, un gemido escapó de la boca del menor y de inmediato rompió el beso; se había asustado demasiado, ya que no había pensado que llegarían a ese punto tan rápidamente.
Julián estuvo a punto de intentar seguir, pero al ver el miedo en el rostro de Agustín, alejó las manos del cuerpo del niño.
—Lo siento — dijo con voz ronca.
El pelinegro respiraba agitado y se abrazó a sí mismo — no, yo… lamento haber roto el momento… es solo que… nunca…
Julián negó, se inclinó y besó la cabellera negra — no, fue mi culpa, tú no estás listo para esto, anda, ve a bañarte, yo voy a mi habitación, tengo tarea qué hacer.
Sin permitir que Agustín dijera algo más, Julián se alejó y se metió a su recamara, cerrando la puerta de golpe y recargándose en la misma; pasó las manos por su cabeza y estrujó su cabello con ira y frustración.
—¿En qué estaba pensando? — se preguntó con molestia — es un niño, no puedo pensar que se trata de cualquier chico para compartir la cama solo una noche — masajeó sus parpados —, debo tener más cuidado — suspiró y su mirada se posó en su entrepierna — y hacer algo con esto, no me puedo quedar así, ahora.
Comment Form is loading comments...