Capítulo V
El domingo, Julián no pudo hablar mucho con Agustín, ni siquiera por texto, algo que lo puso de mal humor, aunque pudo desahogar ese mal genio, porque Alejandro les dijo que tenía algo de imprevisto para esa misma noche y por ello, Miguel y él se dieron cita con el rubio para arreglar un pequeño problema.
Ambos sabían lo que Alejandro buscaba, quería deshacerse de todos los que fueran leales a su padre en esa ciudad, por eso había ido ahí a estudiar la universidad, acompañado de dos de sus mejores amigos, pero necesitaba gente nueva que le fuera indudablemente fiel y a cambio, brindaba protección, dinero y ciertas libertades.
Julián sabía que le había vendido su alma a Satanás, pero estaba dispuesto a correr el riesgo, ya que disfrutaba los momentos de adrenalina y todo lo que podía aprender; incluso, había aprendido ya a usar algunas armas de fuego de distinto calibre. Miguel, por su parte, fue algo más reservado al principio, pero como también se divertía cuando había trabajo, terminó por dejarse llevar. Ambos habían caído en la oscuridad que rodeaba a Alejandro de León, pero no les importaba.
El lunes en la mañana, apenas despertó, Julián le envió un mensaje a Agustín, pero recibió respuesta a media mañana; parecía que el menor estaba en un receso. El mensaje le decía que no podía verlo ese día y se disculpaba, pero no le explicaba por qué; Julián no lo pensó y salió del salón, a pesar de que estaba en clases, solo para marcarle.
Miguel sabía que su amigo estaba inquieto, así que le dio una excusa al profesor, diciéndole que esperaba una llamada familiar importante y su profesor no puso objeción, además, todos los docentes tenían conocimiento de que algunos de sus alumnos tenían ciertos privilegios, entre ellos, Julián y Miguel, por lo que no preguntaban cuando ellos no acudían a clase o se salían inesperadamente de las mismas.
Apenas iba a media escalera, Julián marcó el número de Agustín y se dirigió a un jardín algo alejado, para poder hablar.
—“¿Hola?”
—¿Qué pasó?
—“Nada… es que… no creo poder verte hoy… yo… tengo tarea… y… debo ir a unos mandados…”
Julián apretó la quijada, el niño solo estaba poniendo excusas y no había nada convincente en ellas — dime la verdad — pidió con voz grave —, es obvio que no quieres verme, pero dime la razón y no le des tantas vueltas.
El silencio reinó un momento y finalmente la voz de Agustín se escuchó débilmente — “sí quiero verte…” — dijo con algo de ansiedad, misma que Julián detectó de inmediato — “pero… es que… no sé qué dirás tú cuando lo haga y no quiero hablar de eso…”
«¡Algo le pasó!» pensó de inmediato el mayor y su corazón dio un vuelco; respiró profundamente y trató de calmarse.
—Agus — su voz sonó más tranquila —, habíamos quedado de vernos hoy, si tú también quieres verme, no hay motivo para no hacerlo — señaló —, si no quieres que diga o indague algo, no lo haré, lo prometo, pero al menos déjame verte para saber que estás bien, ¿sí?
Agustín no dijo nada y Julián esperó, aunque caminaba en círculos, como león enjaulado, esperando una respuesta y estuvo a punto de exigirla, pero prefirió esperar, hasta que el menor habló.
—“Está bien… ¿nos vemos en la papelería, como quedamos?”
El castaño respiró aliviado y suavizó su semblante; a pesar de que sabía que Agustín no lo miraba, estaba tratando de acostumbrarse a ello, ya que no quería asustarlo por su carácter.
—Sí, a las tres, enfrente de la papelería — confirmó.
—“Te veo ahí… debo irme, se supone que no debo usar el teléfono aquí en la escuela, porque si se dan cuenta los profesores, le dirán a mi mamá y se enojará…”
—Está bien, cuídate.
—“Tú también… adiós.”
Ambos colgaron y Julián se quedó con el teléfono en la mano; sentía un nudo en el estómago que rápidamente se estaba convirtiendo en un gran malestar. Tenía muchas inquietudes, pero no sabía qué hacer; por primera vez, no sabía cómo actuar ante una situación con otra persona, a pesar de que ni siquiera era su pareja.
De camino a las escaleras del edificio dónde estaba su salón, se encontró con un pequeño grupo de alumnos de otra carrera, entre los cuales iba su ex.
El castaño respiró profundamente y les sacó la vuelta, pero una voz juguetona se escuchó.
—Adiós, mi amor…
Julián rechinó los dientes, reconocía el tono de voz y estuvo por acabar con la poca paciencia que tenía en ese momento, pero trato de controlarse; no respondió, simplemente siguió su camino.
Llegó al aula y entró sin decir una palabra, todos lo miraron con sorpresa, pero ante su semblante, imaginaron que algo había salido mal en la llamada y por ello lo dejaron en paz.
Al terminar la clase, Miguel fue quien le preguntó.
—¿Qué pasó?
—Agustín está raro, no quería verme — respondió con frialdad.
—¿No quería verte? ¿Le hiciste algo malo el sábado? — indagó el pelinegro con precaución y en voz baja.
—¡No! Ni siquiera lo toqué — señaló el otro —, pero al final, terminó por aceptar verme, solo que… — respiró profundamente — antes de subir las escaleras me encontré con “ya sabes quién…”
Miguel entendió de inmediato a quién se refería su amigo — ¿andaba aquí? Eso es raro, su facultad queda al oro lado del campus.
—Sí — gruñó Julián — y el imbécil se atrevió a decirme “adiós, mi amor”.
—Quizá intenta recuperarte — Miguel se alzó de hombros —, siempre decía que has sido el mejor con quién ha estado, tal vez aun lo eres — se burló.
—Deja de bromear, él ya no me interesa, solo me da asco — su voz estaba llena de desprecio.
—Lo sé, pero es mejor que no permitas que te afecte.
—¡No me afecta!
—Lo hace — el pelinegro lo señaló —, estás molesto.
—Estoy molesto por lo de Agustín, lo otro solo fue un momento desagradable.
—Aun así, es mejor ignorarlo completamente, no le des el gusto.
Julián chasqueó la lengua, pero evitó el tema; su mente estaba tratando de pensar, qué podía ocurrirle a Agustín.
Antes de las tres, Julián se puso de pie — me voy, dile al entrenador que irá a suplir a Rodríguez, que tengo un compromiso y no puedo posponerlo — sentenció y colocó la mochila en su hombro.
—De acuerdo — Miguel asintió, ya sabía lo que debía decir —, mucha suerte.
Julián no respondió, simplemente salió del aula y caminó hacia el estacionamiento; ese día, tanto él como Miguel, habían llevado sus vehículos, porque Julián no quería depender del otro y Miguel no sabía si su amigo podía ir por él, al acabar las practicas.
El castaño dejó su mochila y salió caminando del campus, yendo hacia la papelería.
Desde el acceso, miró a Agustín, sentado en el marco de la ventana de la papelería; estaba con la cabeza gacha y parecía cansado.
—¿Estará enfermo? — se preguntó el mayor y apresuró el paso.
Cruzó las dos calles que formaban el boulevard principal que rodeaba la ciudad universitaria y finalmente llegó ante el niño.
—¡Agus! — dijo con rapidez.
El menor se estremeció; movió la mano a la bufanda y la acomodó, intentado cubrir su rostro y con la otra mano, quiso bajar más el gorro, pero a pesar de ello, su cara se mostraba.
Los ojos castaños del mayor se abrieron con sorpresa, al ver el golpe que el niño mostraba en su pómulo derecho.
—Hola… — musitó el pelinegro.
—¡¿Qué te pasó?! — preguntó el universitario, sujetándolo de los brazos y levantándolo con rapidez, quitándole el gorro y bajando la bufanda, descubriendo el pequeño rostro completamente y asustándose al ver que aparte del golpe en el pómulo, traía el labio partido.
—No es… no es nada.
Julián sintió que el coraje lo invadía, imaginando que alguien lo había golpeado — ¡¿qué pasó?! — preguntó entre dientes.
Agustín bajó el rostro y respiró profundamente — me… me caí.
—¿Eso dijiste en tu escuela? Porque seguramente alguno de tus profesores se dio cuenta y debieron llevarte a servicios escolares, ¿no es así? — señaló el mayor con frialdad.
El niño tembló — sí…
—¿Te creyeron? — Julián frunció el ceño — ¡¿Fueron tan estúpidos como para creer que te caíste, cundo es obvio que alguien te golpeó?!
Agustín se asustó y luego bajó el rostro apenado — me… me pelee — dijo con voz trémula.
Julián no le creyó, lo sujetó del mentón y le obligó a verlo a los ojos.
—Mírame a los ojos y dímelo de nuevo — ordenó —, miénteme una sola vez, Agustín y sabré que me equivoqué en la percepción que tuve de ti y realmente no vales la pena.
El adolescente abrió los ojos con miedo y sorpresa; las lágrimas empañaron su mirada y su labio inferior tembló.
—El… el esposo de mi mamá… me golpeó — confesó, manteniendo su mirada fija en los ojos de Julián.
—¡¿Tu papá?! — preguntó Julián, incrédulo.
—No es mi papá — negó débilmente, ya que el otro aun lo sujetaba del mentón —, es solo el esposo de mi mamá — añadió, limpiando sus ojos con la mano, evitado que las lágrimas cayeran —, pero no es nada mío.
El universitario no necesitó más para entender lo que ocurría; rechinó los dientes y aspiró profundamente, tratando de calmarse.
—De acuerdo… vamos, te llevaré a un médico.
—No es… no es necesario — negó el menor.
—No objetes y vamos…
Julián sujetó al niño de la mano, entrelazando sus dedos con los del otro y lo guió hacia la universidad; en el acceso no lo detuvieron, pues era un universitario al que ya conocían los guardias y sabían que dejaba su auto en el estacionamiento.
El castaño llevó a Austin a su auto y le abrió la puerta, para que se sentara en el asiento del copiloto, después, caminó hasta su lugar, pero antes de entrar, marcó de inmediato un número que tenía guardado como “V Alfa”, para que estuviera al final de su lista de contactos.
—Dame un momento — dijo para Agustín y le sonrió, cerrando la puerta y quedándose fuera del vehículo.
Después de tres timbres, la voz se escuchó del otro lado.
—“¿Qué?”
—Sé que no debo hablarte a menos que sea una emergencia o algo importante… — señaló el castaño.
—“Al grano, Julián, que tengo cosas qué hacer…”
—Debo llevar a alguien a un hospital, para que lo revisen, pero no sé si necesitaré más dinero del que dispongo o si debo callar algunas bocas.
Un suspiro se escuchó del otro lado de la línea — “perame…” — el murmullo se escuchó, había alguien más acompañándolo, seguramente alguno de sus amigos o el secretario que tenía, de nuevo volvió a escucharse la voz del rubio — “ve al hospital Santa Mónica, en un momento avisarán que irás y cualquier cosa, encontrarán la manera de solucionarlo, ¿de acuerdo?”
—Gracias…
—“No me des las gracias…” — la risa se escuchó — “sabes que hago favores, para que las personas queden en deuda conmigo, no soy un ‘santo’, así que, me debes una, ¿entendido?”
Julián sonrió — entendido, jefe.
—“Cualquier cosa, márcale a Joseph, él sabe qué hacer y si es necesario me marcará a mi…”
—Ok.
Después de eso, ambos colgaron.
Julián ingreso al vehículo y enfiló hacia la salida, sin darse cuenta que una persona lo había estado observando con curiosidad, desde que se encontró con el pelinegro en la papelería y especialmente, al ver que lo trataba con tanta familiaridad; más una sensación molesta inundó a esa persona, cuando vio a Julián, ingresando a los terrenos universitarios, sujetando la mano de ese niño.
Comment Form is loading comments...