Capítulo III
Al día siguiente, Julián y Miguel salieron temprano del aula; esa noche verían a Alex y a los demás, porque al día siguiente, Julián había pedido permiso para no ir a esas actividades, así que el rubio pensó en adelantar la “visita” que tenía planeada y dejarlo salir a tiempo para su cita.
Los dos amigos hicieron su rutina y llegaron hasta el estacionamiento; Miguel se metió al vehículo, hizo el asiento del copiloto hacia atrás y se recostó, ya que ese día, Julián llevaba su auto.
—¿Qué haces? — preguntó el castaño.
—Voy a descansar un rato.
—¿No me vas a acompañar? — Julián señalo hacia la salida con el pulgar.
—¿Quieres que te lleve de la mano a encontrarte con Agus? — Miguel levantó una ceja —, ya estás muy grandecito para hacerlo solo, además, tienes experiencia — chasqueó la lengua —, yo no quiero hacer mal tercio.
El castaño suspiró, lanzó la mochila en el asiento trasero y colocó las llaves en el encendido — al menos pon la calefacción, hace frío.
—Sí, gracias y tú — miguel se movió y abrió la guantera —, no olvides esto — le lanzó con poca fuerza un paquete.
—Gracias…
Julián cerró la puerta, acomodó su chamarra y metió una mano en el bolsillo de la misma, mientras en la otra mano llevaba la caja.
Caminó por los pasillos, ignorando a la demás gente, ensimismado en sus pensamientos; por alguna extraña razón, no se sentía seguro de encontrarse con Agustín. Desde el día anterior, se dio cuenta que no podía actuar igual que siempre, pero quería seguir hasta el final; no pensaba en sexo con el niño, solo quizá, deseaba conocerlo, pues admitía que le parecía encantador y muy lindo.
Al llegar a la entrada de la facultad, observo al otro lado de la calle a Agustín, quien traía su bufanda y gorro; estaba sentado en la parte baja de la ventana de la papelería, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, observando la máquina a su lado. Le extrañó a Julián no verlo jugar, ya que no había nadie más ocupando el juego.
El castaño respiró profundamente y caminó hasta el adolescente.
—¿No juegas hoy? — preguntó el mayor, al estar al lado de Agustín.
El pelinegro levantó el rostro y se puso de pie de un salto.
—Ah… ¡hola! — dijo con nervios — no… yo, hoy… no puedo jugar — dijo con voz apagada.
—¿No traes dinero? — Julián levantó una ceja.
Agustín movió la mano y acomodó su bufanda, tratando de cubrir su rostro; negó débilmente, pero no dijo nada.
Julián suspiró, sabía que Miguel tenía razón y Agustín no era un chico con dinero; su uniforme estaba desgastado y su mochila estaba remendada, por lo que seguramente ese día no tenía dinero para su entretenimiento.
—¿Cuánto cuesta jugar? — preguntó el universitario.
Agustín se encogió de hombros — una moneda de cinco pesos — respondió con vergüenza.
Julián hizo un gesto molesto — no tengo monedas — metió la mano en el bolsillo de su pantalón vaquero y sacó algunos billetes de menor denominación —, pero si puedes obtener cambio en la papelería, puedes jugar.
El pelinegro se sorprendió, pasó saliva y negó — no, gracias… ah, hoy no venía a jugar de todas maneras — se alzó de hombros.
—Entonces, ¿viniste solo para hablar conmigo?
Agustín asintió, pero no levantó el rostro.
Julián guardó el dinero y movió la mano hasta la cabeza del adolescente, por encima del gorro — gracias — sonrió.
El menor por fin levantó el rostro y sonrió nerviosamente; su mirada miel brilló por un momento al ver el rostro del universitario. Julián se sintió satisfecho del gesto del adolescente; no sabía por qué, pero ese gesto apacible, le causaba una sensación casi de completa felicidad.
—Tengo algo para ti — Julián le acercó la caja que llevaba en mano.
Agustín recibió el objeto que estaba envuelto en un papel opaco y frunció el ceño — ¿por qué es esto? — preguntó con algo de recelo.
—Como disculpa por lo de ayer y además, así podremos estar en contacto — el castaño le guiño el ojo.
El jovencito no entendió — ¿puedo abrirlo? — preguntó con curiosidad.
—¡Por supuesto! Si no, no tendría objeto que te lo de, ¿o sí?
Agustín sonrió con emoción, un gesto que Julián disfrutó como ninguna otra cosa antes.
El jovencito quitó el papel con cuidado y se sorprendió al ver la caja original; levantó el rostro y miró al mayor con susto. Pasó saliva, pero no dijo nada, se mantuvo en silencio, mientras abría la caja, aún con escepticismo.
Los ojos miel de Agustín se abrieron con sorpresa, al ver el celular que estaba dentro; levantó el rostro y miró al mayor, pero no dijo nada a pesar de que sus labios se abrieron.
—Tuve que ponerlo a mi nombre, pero es fácil cambiarlo — Julián se alzó de hombros —, también lo puse a cargar y me tomé la libertad de apuntar mi numero — sonrió con suficiencia.
—Yo… no puedo aceptar esto — el niño cerró la caja y la devolvió.
—¿Por qué no? — el universitario puso un gesto serio, pero no recibió de nuevo el obsequio.
—Es algo muy caro — se excusó el otro —, no puedo aceptar eso de alguien a quien apenas conozco.
—Mmh… — el mayor pasó la mano por su barbilla — tienes razón, pero no podemos conocernos si no hablamos — señaló —, me dijiste que no tienes celular y no tenemos cosas en común, ¿cómo quieres que nos hagamos amigos si no es de esta manera? — prosiguió con seriedad — Tú vas a una escuela diferente a la mía, por lo que no es sencillo encontrarnos y platicar, así que, el teléfono es una mejor opción si queremos dejar de ser desconocidos, podemos hablar cuando haya tiempo y mandar mensajes siempre.
El pelinegro se mordió el labio, un gesto que no se dio cuenta que hizo sonreír a Julián, ya que se miraba sumamente inocente.
Agustín no entendía del todo la lógica de Julián, pero en parte, debía tener razón, ya que si no hablaban, no podían conocerse; aun así, sabía que no podía aceptar regalos tan caros de cualquiera, aunque en el fondo se sentía emocionado
—Lo usaré…
El universitario sonrió complacido, más lo que escuchó después no le convenció mucho
—Pero será un préstamo, ¿sí? — dijo con seriedad el niño —, lo usaré solo para hablar contigo…
—Y en caso de emergencia — añadió Julián.
—Y en caso de eme… ¡no! — el pelinegro negó — para eso tendría que ponerle saldo y no creo poder…
Julián sonrió divertido — por eso no te preocupes, está en plan y se cobra directo a mi tarjeta — se alzó de hombros, restándole importancia.
—Pero… — Agustín sujetó la caja entre sus manos y su mirada estaba fija en ella, estaba avergonzado y a pesar de que le gustaba esa sensación, sabía que no era correcto — es que…
Una vez más, el mayor movió la mano y le acarició la cabeza al menor, por encima del gorro — es un regalo — dijo con voz suave —, no debes rechazar los regalos de alguien más, porque al hacerlo, rechazas también las emociones y sentimientos que conllevan.
Agustín levantó el rostro y su mirada miel se posó directamente en la castaña de Julián; un cosquilleo en su estómago lo hizo aguantar la respiración y sus mejillas se tiñeron de rojo. Finalmente sonrió emocionado.
—¡Gracias!
—Bien — Julián observó esa sonrisa, le parecía el gesto más sincero que había recibido de alguien que no era tan cercano a él —, ahora dime, ¿qué quieres hacer mañana?
—Ah… no lo sé… — Agustín bajó el rostro de nuevo — nunca he… salido con nadie.
—¿Ni con tus amigos?
—¿Las reuniones para las tareas, cuentan?
El universitario rió, no pudo evitarlo y el jovencito lo vio asombrado, era la primera vez que lo miraba reír así.
—Lo siento — Julián negó y pasó la mano por su nuca —, no, las reuniones escolares no cuentan.
—Entonces no, nunca.
—De acuerdo, siendo así, yo me encargo… ¿a dónde paso por ti?
—¿Pasar? — Agustín frunció el ceño —, pensé que nos miraríamos aquí…
—¿Vives cerca?
—No, pero…
—¿No prefieres que pase por ti, a tu casa?
El rosto de Agustín mostró susto, algo que no pasó desapercibido para Julián.
—Ah… no… yo creo que, aquí está bien…
El carácter de Julián le instaba a que indagara más, quería saber qué pasaba, pero la noche anterior, Miguel le había dicho que fuera más amable, cortés y un poco más paciente, así que, tendría que hacerlo; aunque no le agradaba esa situación, también debía pensar que Agustín era un adolescente, casi un niño y posiblemente sus padres se preocuparían de verlo salir con un universitario, por lo que tendría que adaptarse, por lo menos, hasta que entendiera lo que ocurría en realidad.
—Está bien, nos veremos aquí — cedió.
El menor respiró aliviado.
—¿Te parece bien a las once? — prosiguió Julián.
—Sí, a las once está bien — asintió Agustín de manera efusiva —, bueno, ya me voy — guardó el celular en su mochila —, no debo llegar tarde a casa.
—Cuídate — una vez más Julián le acarició la cabeza y el menor sonrió.
Agustín se alejó con rapidez, dejando al mayor ahí mismo, observándolo con seriedad.
—Algo ocultas — musitó, pero prefirió enfocarse en otra cosa.
El universitario acomodó el cuello de su chaqueta y enfiló sus pasos a la universidad, debía ir a su hogar, prepararse para su trabajo nocturno y buscar la manera de descansar lo suficiente para estar bien al día siguiente.
Nota: 5 pesos, son aproximadamente 25 centavos de dolar.
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