Capítulo IX
Después del desayuno, el ojiverde llevó a su compañero al ala Oeste, directamente a su alcoba; ni siquiera agradeció a los niños que salían de la habitación, ya que la había limpiado y adecuado para que pasaran un agradable momento. En medio de besos y caricias lascivas, el rubio guio a Erick hasta la cama, donde lo tumbó, le arrancó la ropa y se subió sobre él, sin detenerse a pensar más.
El pelinegro no opuso resistencia, al contrario, se ofreció por completo; algo en su interior le obligaba a comportarse de esa manera y deseaba pertenecerle a ese ser que tenía enfrente.
—Erick — gruñó el otro, lamiendo el cuello del ojiazul —, hace tanto que deseaba volver a tenerte…
—¿Volver? — musitó el pelinegro, sin entender del todo la palabra, pero una punzada en su sien lo distrajo de las atenciones del rubio.
—Conejo…
Con la palabra “conejo”, Erick sintió como si el tiempo se detuviera y los recuerdos de su pasado llegaron de inmediato a él. Sólo había una persona que le llamaba de esa manera, una persona a quien conoció en su infancia, de quien se enamoró en su adolescencia y a quien le dio no solo su corazón, sino su alma; por esa razón, no dudó en entregarle su cuerpo también, jurándole amarlo y casarse con él, a pesar de que le era prohibido.
* * *
Erick, era hijo del hechicero de la corte y el único de sus descendientes que había nacido con habilidades mágicas, así que no solo debía seguir los pasos de su padre, sino que al cumplir la mayoría de edad, la magia de su padre pasaría a él; aunque no era algo que le agradara, su padre sabía que era lo normal en su familia y lo había aceptado, pues era un ciclo que se repetía generación a generación. Pero al saber que su hijo se había enamorado de un varón, el único hijo del rey y que el linaje de ambas familias estaba en peligro, se enfureció.
Erick tenía un ciclo que cumplir y si no tenía hijos, su magia se perdería por completo cuando él muriera; era su destino tener hijos para heredarles su poder después, pero con su decisión de amar a un varón, había cambiado todo, por lo que seguramente la desgracia caería no solo sobre ellos, sino sobre el reino entero; por esa razón, tanto el hechicero como el rey, decidieron separar a sus hijos, a pesar de que ambos jóvenes intentaron oponerse.
Por orden del rey, el príncipe debía casarse con una doncella que cumpliera con todos los requisitos que el monarca exigía, solo de esa manera, le perdonaría su falta. Pero el rubio contravino las ordenes de su padre, rechazando el matrimonio y declarando que si no le permitían desposar a quien deseaba, destruiría él mismo el reino en cuanto llegara al trono.
Debido a eso, el rey decidió tomar medidas drásticas; necesitaba obligarlo a obedecer, aunque sabía que para ello debía quebrantar su espíritu de alguna manera y pidió ayuda al hechicero por última vez.
El príncipe fue exiliado a uno de sus palacetes, dónde debía pasar su vida desafiando a sus demonios, ya que su padre sabía que no había nadie más que pudiera enfrentarlo, más que él mismo; además, como castigo extra, cada que los luchara contra ellos y perdiera, su forma cambiaría lentamente, mostrando a la Bestia que llevaba dentro, con ello, se aseguraban de que si por alguna razón llegaba a escapar y volvía a ver a Erick, éste no lo reconociera. Además, sus subordinados y aquellos que lo acompañarían, también serían hechizados, para que no pudieran alejarse mucho del palacete y no pudieran ir en busca del joven de ojos azules.
La única manera de romper por completo la maldición y de que el príncipe y sus trabajadores, recuperaran su apariencia real, era que el rubio acatara las órdenes y casarse, dándole como fecha límite su cumpleaños número 33.
Por su parte, Erick fue castigado por su padre, quien le dijo el destino del príncipe, haciéndolo sufrir, ya que él no podía ayudarle, porque su poder era inferior al de su padre en ese momento. Aun así, le dio una opción; si él lo olvidaba y desaparecía de su vida, era posible que el príncipe accediera a casarse con alguien más y volvería a la normalidad.
Pero su padre también le dijo que él debía sellar su poder y solo usarlo; así, cuando tuviera un heredero, debía otorgarle su don de manera inmediata, para que no lo usara de una manera impropia; con ello, el hombre se aseguraba que su hijo no pudiera ayudar al príncipe, en caso de que su poder se presentara sin que pudiese evitarlo.
El ojiazul sufrió por esa simple idea, pero prefería que su amado estuviera bien, aunque fuera al lado de alguien más, a verlo sufrir eternamente, por su culpa. De esa manera, accedió a lo que su padre ordenó, permitiendo que sus recuerdos fueran sellados en lo más profundo de su mente, con una condición; debían hacerle llegar al príncipe una flor, la cual, era su despedida.
Su padre desconfió, pero al revisar la flor, le dio la impresión de que la magia que tenía era mínima y la catalogó como inofensiva, ya que solo le permitía flotar y brillar débilmente; más no sabía que esa flor, ocultaba mucho más en su interior. El rey y hechicero aceptaron y después de eso, el jovencito de ojos azules, aceptó que la magia de su padre le hiciera perder esos momentos que había compartido con el príncipe, así como su verdadera naturaleza.
El rey le entregó la rosa a Alejandro, quien al quedarse solo, entendió que era una promesa de Erick; con esa única flor blanca, el ojiazul le decía que no importaba si lo recordaba o no, siempre sería su único amor y como le prometió tiempo atrás, su corazón y alma siempre le pertenecerían, aunque sus cuerpos no pudieran volverse a tocar en mucho tiempo; más le juraba por su vida, que antes de que se cumpliera el plazo de la maldición, estarían juntos una vez más y volverían a amarse, por encima de todo y todos, porque ese era su destino.
Aun así, el rubio intentó incontables ocasiones escapar de su prisión sin conseguirlo y lentamente fue convirtiéndose en una Bestia; se daba ánimos de que podría huir y buscar a Erick, aunque mientras los años pasaban, temía que la promesa que el otro le había hecho, nunca pudiera cumplirla.
Por su parte, Erick tuvo su propio infierno. Su corazón se negaba a olvidar y era por eso que en ocasiones, cuando anhelaba el calor de su amado, su cabeza dolía y le hacía sufrir, hasta que al final, se rindió, dejó de luchar y todo desapareció de su memoria, permitiéndole estar en paz, confiando en que de alguna manera, podría volver a estar con Alejandro, pues había puesto toda su magia en esa promesa.
Erick tenía un ciclo que cumplir y si no tenía hijos, su magia se perdería por completo cuando él muriera; era su destino tener hijos para heredarles su poder después, pero con su decisión de amar a un varón, había cambiado todo, por lo que seguramente la desgracia caería no solo sobre ellos, sino sobre el reino entero; por esa razón, tanto el hechicero como el rey, decidieron separar a sus hijos, a pesar de que ambos jóvenes intentaron oponerse.
Por orden del rey, el príncipe debía casarse con una doncella que cumpliera con todos los requisitos que el monarca exigía, solo de esa manera, le perdonaría su falta. Pero el rubio contravino las ordenes de su padre, rechazando el matrimonio y declarando que si no le permitían desposar a quien deseaba, destruiría él mismo el reino en cuanto llegara al trono.
Debido a eso, el rey decidió tomar medidas drásticas; necesitaba obligarlo a obedecer, aunque sabía que para ello debía quebrantar su espíritu de alguna manera y pidió ayuda al hechicero por última vez.
El príncipe fue exiliado a uno de sus palacetes, dónde debía pasar su vida desafiando a sus demonios, ya que su padre sabía que no había nadie más que pudiera enfrentarlo, más que él mismo; además, como castigo extra, cada que los luchara contra ellos y perdiera, su forma cambiaría lentamente, mostrando a la Bestia que llevaba dentro, con ello, se aseguraban de que si por alguna razón llegaba a escapar y volvía a ver a Erick, éste no lo reconociera. Además, sus subordinados y aquellos que lo acompañarían, también serían hechizados, para que no pudieran alejarse mucho del palacete y no pudieran ir en busca del joven de ojos azules.
La única manera de romper por completo la maldición y de que el príncipe y sus trabajadores, recuperaran su apariencia real, era que el rubio acatara las órdenes y casarse, dándole como fecha límite su cumpleaños número 33.
Por su parte, Erick fue castigado por su padre, quien le dijo el destino del príncipe, haciéndolo sufrir, ya que él no podía ayudarle, porque su poder era inferior al de su padre en ese momento. Aun así, le dio una opción; si él lo olvidaba y desaparecía de su vida, era posible que el príncipe accediera a casarse con alguien más y volvería a la normalidad.
Pero su padre también le dijo que él debía sellar su poder y solo usarlo; así, cuando tuviera un heredero, debía otorgarle su don de manera inmediata, para que no lo usara de una manera impropia; con ello, el hombre se aseguraba que su hijo no pudiera ayudar al príncipe, en caso de que su poder se presentara sin que pudiese evitarlo.
El ojiazul sufrió por esa simple idea, pero prefería que su amado estuviera bien, aunque fuera al lado de alguien más, a verlo sufrir eternamente, por su culpa. De esa manera, accedió a lo que su padre ordenó, permitiendo que sus recuerdos fueran sellados en lo más profundo de su mente, con una condición; debían hacerle llegar al príncipe una flor, la cual, era su despedida.
Su padre desconfió, pero al revisar la flor, le dio la impresión de que la magia que tenía era mínima y la catalogó como inofensiva, ya que solo le permitía flotar y brillar débilmente; más no sabía que esa flor, ocultaba mucho más en su interior. El rey y hechicero aceptaron y después de eso, el jovencito de ojos azules, aceptó que la magia de su padre le hiciera perder esos momentos que había compartido con el príncipe, así como su verdadera naturaleza.
El rey le entregó la rosa a Alejandro, quien al quedarse solo, entendió que era una promesa de Erick; con esa única flor blanca, el ojiazul le decía que no importaba si lo recordaba o no, siempre sería su único amor y como le prometió tiempo atrás, su corazón y alma siempre le pertenecerían, aunque sus cuerpos no pudieran volverse a tocar en mucho tiempo; más le juraba por su vida, que antes de que se cumpliera el plazo de la maldición, estarían juntos una vez más y volverían a amarse, por encima de todo y todos, porque ese era su destino.
Aun así, el rubio intentó incontables ocasiones escapar de su prisión sin conseguirlo y lentamente fue convirtiéndose en una Bestia; se daba ánimos de que podría huir y buscar a Erick, aunque mientras los años pasaban, temía que la promesa que el otro le había hecho, nunca pudiera cumplirla.
Por su parte, Erick tuvo su propio infierno. Su corazón se negaba a olvidar y era por eso que en ocasiones, cuando anhelaba el calor de su amado, su cabeza dolía y le hacía sufrir, hasta que al final, se rindió, dejó de luchar y todo desapareció de su memoria, permitiéndole estar en paz, confiando en que de alguna manera, podría volver a estar con Alejandro, pues había puesto toda su magia en esa promesa.
* * *
El grito de Erick retumbó en la recamara; la Bestia se alejó, imaginando que lo había lastimado de alguna manera, aunque ni siquiera lo había intentado penetrar aún.
—¿Qué ocurre? — preguntó el ojiverde, pero no recibió respuesta.
Erick estrujó su cabello con fuerza, empezando a llorar desconsolado; volvió a gritar, externando todo su dolor y debido a su grito, el cristal que cubría a la rosa se rompió, permitiendo que esta brillara con intensidad, más la Bestia no le puso atención.
—¡¿Erick?! — el rubio lo sujetó de las muñecas, quería saber que le ocurría al otro, pero temía lastimarlo si imprimía más fuerza en su agarre, por lo que prefirió abrazarlo — tranquilo — dijo condescendiente —, si no deseas que hagamos nada, no lo haremos — prometió, pensando que esa era la razón de su comportamiento.
El ojiazul no respondió, siguió llorando y hundió el rostro en el pecho de su compañero, a la par que sus manos lo abrazaban con fuerza.
—Alejandro — dijo con voz quebrada y el otro se sobresaltó —, ¡Alex! — musitó con ansiedad — ¡te he extrañado tanto!
La Bestia se alejó con lentitud y buscó los ojos azules — ¿sabes quién soy? — preguntó con incredulidad.
El labio inferior de Erick tembló, sus manos se movieron y sujetaron el rostro del rubio con infinito amor y fijó su mirada azul en los orbes verdes.
—Eres el príncipe Alejandro de León — intentó sonreír, pero solo pudo sollozar —, el único a quien he amado y juré amar, aunque no pudiera recordarte, por tu bien — confesó —, pero no puedo ir en contra de lo que siento, pues te llevo grabado en mi alma, Alex — después de eso, lo besó.
La rosa brilló con mayor intensidad y después, se quebró en mil pedazos, permitiendo que su luz se expandiera, no solo por la recamara, sino por todo el castillo, que de inmediato, volvía a la normalidad, junto con sus habitantes.
Alejandro ni siquiera se dio cuenta de lo que ocurría a su alrededor, él estaba completamente sorprendido por el beso tan arrebatado que recibía de Erick; el beso estaba lleno de pasión, de promesas e ilusiones, por lo que de inmediato se dejó llevar, correspondiéndolo con emoción, sin darse cuenta que lentamente volvía a la normalidad. Mientras las manos de Erick recorrían el cuerpo del rubio, éste cambiaba debido a su toque, por lo que el pelinegro disfrutó una vez más la piel suave y tibia que en antaño lo envolvía mientras intimaban y se apartó de los labios de su pareja, para besar uno de los hombros con devoción.
—Alex — dijo con añoranza, mientras su mente volvía recordar con nitidez, todo lo que ambos habían compartido.
El ojiverde volvió a su forma humana por completo y besó el cabello negro; sus brazos se movieron, aferrándose con fuerza a Erick, mientras lo acariciaba con deseo, bajando por sus costados, llegando a la cadera y pasando a los muslos suaves, abriéndole las piernas con desespero. Estaba a punto de perder la razón, pues años habían pasado desde que lo hizo suyo por última vez y para él, había sido una tortura peor que la muerte, al imaginar que no volvería a estar a su lado.
—Conejo…
Alejandro besó los labios de Erick con demanda y el otro le correspondió con sumisión; fue el momento en el que el ojiverde aprovechó para penetrarlo. No hubo preparación y la intrusión fue dolorosa para el ojiazul, aun así, gimió solo por placer; ofreció su cuerpo completamente, para que el otro tomara lo que le correspondía por derecho, pues nunca nadie lo había vuelto a tocar de esa manera, en que el rubio lo hacía.
Los dedos de Erick se aferraron a la espalda ancha y sus piernas se enredaron en la cintura, casi con desespero, evitando que se moviera con facilidad; tenía miedo de que se apartara y no poder estar de nuevo así. Alejandro se dio cuenta de que el ojiazul no le daba mucha libertad, por lo que decidió cambiar de posición; sin preámbulo, abrazó a su pareja y giraron juntos en la cama, así, Erick quedó encima de su cuerpo, moviéndose con lascivia y besándolo con lujuria.
Alejandro lo sujetó de la melena negra y lo obligó a separarse un poco — así, no me iré a ningún lado — susurró contra los labios de Erick —, pero tienes que moverte tú.
Los ojos azules estaban nublados, pero sonrió emocionado; antes de alejarse, volvió a besar al rubio y sus lenguas se reconocieron una vez más, de manera fugaz. Finalmente, Erick se incorporó, sintiendo como el enorme miembro del otro lo invadía completamente y hasta el fondo; cuando buscó la mirada verde de nuevo, por fin cayó en cuenta que el otro era un humano de nuevo y sonrió. La imagen de Alejandro le parecía perfecta, incluso más que cuando era adolescente; recorrió con su mirada la faz del otro, tratando de grabarlo en su memoria, no quería olvidarlo de nuevo.
Lentamente, Erick empezó a mover su cadera, realizando un movimiento rítmico, de arriba abajo, aunque su interior se contraía, apresando fuertemente la virilidad de su amante; sin proponérselo, empezó a excitar a Alejandro con sus gestos, sus gemidos y su mirada, que le prometía dicha y felicidad, así como satisfacción sexual completa. El rubio no podía apartar la mirada del cuerpo que cabalgaba sobre él, sentía que el calor lo inundaba y estaba seguro que era por culpa de Erick, a quien en ese momento no lo reconocía como el niño dulce e ingenuo a quien le robó su inocencia, sino que estaba ante un hombre sensual, quién seguramente se proponía volverlo loco y tenerlo a sus pies.
Sin contenerse, Alejandro se incorporó, besando el pecho del pelinegro, mordisqueando los pezones sonrosados que lo habían hipnotizado momentos antes y permitiendo que sus manos recorrieran, la espalda y llegaran a las nalgas firmes y suaves, para imponerle un movimiento más intenso. Erick pasó las manos por la nuca del ojiverde y enterró sus dedos en las hebras doradas; le fascinaba esa sensación, le gustaba la sedosidad del cabello de Alejandro y ahora que volvía a tenerlo así, contra él, no iba a desaprovechar la oportunidad de disfrutarlo de nuevo; arqueó la espalda y le ofreció su pecho, gimiendo ante las mordidas en sus pezones, que empezaron a volverse más salvajes, haciéndolo llorar, pero no por dolor, al contrario.
La voz de Erick empezó a escucharse en todo el recinto, suplicando por más y Alejandro lo complació; sin dejar de moverlo, una mano del rubio se movió entre ambos cuerpos y empezó a masturbarlo, consiguiendo que el ojiazul llegara al orgasmo casi de inmediato, en medio de un grito de placer. Debido al climax de Erick, su interior se contrajo con excesiva fuerza y el ojiverde tampoco se contuvo más, permitiendo que el placer que en ese momento lo inundaba, se liberara con fuerza.
El ojiazul sintió el palpitar en su interior y le pareció sumamente placentero.
Años habían pasado desde que lo sintiera por última vez y ahora, le parecía más caliente y mucho más abundante que en antaño; era como si todo su cuerpo fuese inundado por un líquido hirviendo, que le ocasionaba dolor y el más delicioso placer, que no recordaba fuese tan maravilloso. Cuando el miembro en su interior dejó de palpitar y liberó todo su semen, Erick quedó rendido contra el hombro de Alejandro.
El rubio lo abrazó con fuerza, tratando de fundirse con él; hacía mucho tiempo que no experimentaba un orgasmo tan pleno, que podía quedarse satisfecho con ello, aunque en realidad, quería seguir, pero suponía que Erick estaba fatigado y debía dejarlo descansar. Por ello, se recostó en la cama, llevándolo con él, acariciando la espalda tibia de su amante, mientras repartía besos en la melena oscura, disfrutando de tenerlo una vez más a su lado.
Erick se dio cuenta de que Alex no seguía y le extrañó; ahora que podía recordar, sabía que el rubio no era esa clase de persona, No comprendía por qué Alejandro se detenía, pero él quería volver a vivir esos momentos de pasión y placer, hasta quedar inconsciente, pero satisfecho, a causa de su amado príncipe.
—Voy a salirme — anunció el otro en voz baja.
Erick se sobresaltó — ¡no! — intentó levantar la voz, pero no pudo — sigue — pidió en un susurro, mordisqueando el lóbulo de la oreja del otro —, no te detengas Alex… nunca lo hiciste antes, no lo hagas ahora — suplicó y sus manos trataron e imprimir fuerza en la piel del otro, más fue casi una caricia delicada —, hazme todo lo que me hacías y más — suspiró —, tómame como desees, incluso si me duermo o muero a causa de esto — confesó —, pero por favor, no te apartes de mí de nuevo…
Esas palabras, sorprendieron al rubio, pero también consiguieron que la llama de la lujuria se reavivara en él; realmente no quería detenerse, pero pensó que Erick necesitaba descansar, pero se daba cuenta que Erick también deseaba lo mismo que él, por lo que no tenía por qué contenerse más.
—Conejo — sonrió y movió su rostro, buscando los labios del pelinegro, besándolo con deseo —, parece que te has vuelo más insaciable que antes — se burló y giró, para dejar al ojiazul contra el colchón, mientras él se alejaba solo un poco, apreciando completamente el rostro sonrojado de su pareja —, espero no te arrepientas después.
Erick sonrió cansado — jamás — musitó con ilusión.
El grito de Erick retumbó en la recamara; la Bestia se alejó, imaginando que lo había lastimado de alguna manera, aunque ni siquiera lo había intentado penetrar aún.
—¿Qué ocurre? — preguntó el ojiverde, pero no recibió respuesta.
Erick estrujó su cabello con fuerza, empezando a llorar desconsolado; volvió a gritar, externando todo su dolor y debido a su grito, el cristal que cubría a la rosa se rompió, permitiendo que esta brillara con intensidad, más la Bestia no le puso atención.
—¡¿Erick?! — el rubio lo sujetó de las muñecas, quería saber que le ocurría al otro, pero temía lastimarlo si imprimía más fuerza en su agarre, por lo que prefirió abrazarlo — tranquilo — dijo condescendiente —, si no deseas que hagamos nada, no lo haremos — prometió, pensando que esa era la razón de su comportamiento.
El ojiazul no respondió, siguió llorando y hundió el rostro en el pecho de su compañero, a la par que sus manos lo abrazaban con fuerza.
—Alejandro — dijo con voz quebrada y el otro se sobresaltó —, ¡Alex! — musitó con ansiedad — ¡te he extrañado tanto!
La Bestia se alejó con lentitud y buscó los ojos azules — ¿sabes quién soy? — preguntó con incredulidad.
El labio inferior de Erick tembló, sus manos se movieron y sujetaron el rostro del rubio con infinito amor y fijó su mirada azul en los orbes verdes.
—Eres el príncipe Alejandro de León — intentó sonreír, pero solo pudo sollozar —, el único a quien he amado y juré amar, aunque no pudiera recordarte, por tu bien — confesó —, pero no puedo ir en contra de lo que siento, pues te llevo grabado en mi alma, Alex — después de eso, lo besó.
La rosa brilló con mayor intensidad y después, se quebró en mil pedazos, permitiendo que su luz se expandiera, no solo por la recamara, sino por todo el castillo, que de inmediato, volvía a la normalidad, junto con sus habitantes.
Alejandro ni siquiera se dio cuenta de lo que ocurría a su alrededor, él estaba completamente sorprendido por el beso tan arrebatado que recibía de Erick; el beso estaba lleno de pasión, de promesas e ilusiones, por lo que de inmediato se dejó llevar, correspondiéndolo con emoción, sin darse cuenta que lentamente volvía a la normalidad. Mientras las manos de Erick recorrían el cuerpo del rubio, éste cambiaba debido a su toque, por lo que el pelinegro disfrutó una vez más la piel suave y tibia que en antaño lo envolvía mientras intimaban y se apartó de los labios de su pareja, para besar uno de los hombros con devoción.
—Alex — dijo con añoranza, mientras su mente volvía recordar con nitidez, todo lo que ambos habían compartido.
El ojiverde volvió a su forma humana por completo y besó el cabello negro; sus brazos se movieron, aferrándose con fuerza a Erick, mientras lo acariciaba con deseo, bajando por sus costados, llegando a la cadera y pasando a los muslos suaves, abriéndole las piernas con desespero. Estaba a punto de perder la razón, pues años habían pasado desde que lo hizo suyo por última vez y para él, había sido una tortura peor que la muerte, al imaginar que no volvería a estar a su lado.
—Conejo…
Alejandro besó los labios de Erick con demanda y el otro le correspondió con sumisión; fue el momento en el que el ojiverde aprovechó para penetrarlo. No hubo preparación y la intrusión fue dolorosa para el ojiazul, aun así, gimió solo por placer; ofreció su cuerpo completamente, para que el otro tomara lo que le correspondía por derecho, pues nunca nadie lo había vuelto a tocar de esa manera, en que el rubio lo hacía.
Los dedos de Erick se aferraron a la espalda ancha y sus piernas se enredaron en la cintura, casi con desespero, evitando que se moviera con facilidad; tenía miedo de que se apartara y no poder estar de nuevo así. Alejandro se dio cuenta de que el ojiazul no le daba mucha libertad, por lo que decidió cambiar de posición; sin preámbulo, abrazó a su pareja y giraron juntos en la cama, así, Erick quedó encima de su cuerpo, moviéndose con lascivia y besándolo con lujuria.
Alejandro lo sujetó de la melena negra y lo obligó a separarse un poco — así, no me iré a ningún lado — susurró contra los labios de Erick —, pero tienes que moverte tú.
Los ojos azules estaban nublados, pero sonrió emocionado; antes de alejarse, volvió a besar al rubio y sus lenguas se reconocieron una vez más, de manera fugaz. Finalmente, Erick se incorporó, sintiendo como el enorme miembro del otro lo invadía completamente y hasta el fondo; cuando buscó la mirada verde de nuevo, por fin cayó en cuenta que el otro era un humano de nuevo y sonrió. La imagen de Alejandro le parecía perfecta, incluso más que cuando era adolescente; recorrió con su mirada la faz del otro, tratando de grabarlo en su memoria, no quería olvidarlo de nuevo.
Lentamente, Erick empezó a mover su cadera, realizando un movimiento rítmico, de arriba abajo, aunque su interior se contraía, apresando fuertemente la virilidad de su amante; sin proponérselo, empezó a excitar a Alejandro con sus gestos, sus gemidos y su mirada, que le prometía dicha y felicidad, así como satisfacción sexual completa. El rubio no podía apartar la mirada del cuerpo que cabalgaba sobre él, sentía que el calor lo inundaba y estaba seguro que era por culpa de Erick, a quien en ese momento no lo reconocía como el niño dulce e ingenuo a quien le robó su inocencia, sino que estaba ante un hombre sensual, quién seguramente se proponía volverlo loco y tenerlo a sus pies.
Sin contenerse, Alejandro se incorporó, besando el pecho del pelinegro, mordisqueando los pezones sonrosados que lo habían hipnotizado momentos antes y permitiendo que sus manos recorrieran, la espalda y llegaran a las nalgas firmes y suaves, para imponerle un movimiento más intenso. Erick pasó las manos por la nuca del ojiverde y enterró sus dedos en las hebras doradas; le fascinaba esa sensación, le gustaba la sedosidad del cabello de Alejandro y ahora que volvía a tenerlo así, contra él, no iba a desaprovechar la oportunidad de disfrutarlo de nuevo; arqueó la espalda y le ofreció su pecho, gimiendo ante las mordidas en sus pezones, que empezaron a volverse más salvajes, haciéndolo llorar, pero no por dolor, al contrario.
La voz de Erick empezó a escucharse en todo el recinto, suplicando por más y Alejandro lo complació; sin dejar de moverlo, una mano del rubio se movió entre ambos cuerpos y empezó a masturbarlo, consiguiendo que el ojiazul llegara al orgasmo casi de inmediato, en medio de un grito de placer. Debido al climax de Erick, su interior se contrajo con excesiva fuerza y el ojiverde tampoco se contuvo más, permitiendo que el placer que en ese momento lo inundaba, se liberara con fuerza.
El ojiazul sintió el palpitar en su interior y le pareció sumamente placentero.
Años habían pasado desde que lo sintiera por última vez y ahora, le parecía más caliente y mucho más abundante que en antaño; era como si todo su cuerpo fuese inundado por un líquido hirviendo, que le ocasionaba dolor y el más delicioso placer, que no recordaba fuese tan maravilloso. Cuando el miembro en su interior dejó de palpitar y liberó todo su semen, Erick quedó rendido contra el hombro de Alejandro.
El rubio lo abrazó con fuerza, tratando de fundirse con él; hacía mucho tiempo que no experimentaba un orgasmo tan pleno, que podía quedarse satisfecho con ello, aunque en realidad, quería seguir, pero suponía que Erick estaba fatigado y debía dejarlo descansar. Por ello, se recostó en la cama, llevándolo con él, acariciando la espalda tibia de su amante, mientras repartía besos en la melena oscura, disfrutando de tenerlo una vez más a su lado.
Erick se dio cuenta de que Alex no seguía y le extrañó; ahora que podía recordar, sabía que el rubio no era esa clase de persona, No comprendía por qué Alejandro se detenía, pero él quería volver a vivir esos momentos de pasión y placer, hasta quedar inconsciente, pero satisfecho, a causa de su amado príncipe.
—Voy a salirme — anunció el otro en voz baja.
Erick se sobresaltó — ¡no! — intentó levantar la voz, pero no pudo — sigue — pidió en un susurro, mordisqueando el lóbulo de la oreja del otro —, no te detengas Alex… nunca lo hiciste antes, no lo hagas ahora — suplicó y sus manos trataron e imprimir fuerza en la piel del otro, más fue casi una caricia delicada —, hazme todo lo que me hacías y más — suspiró —, tómame como desees, incluso si me duermo o muero a causa de esto — confesó —, pero por favor, no te apartes de mí de nuevo…
Esas palabras, sorprendieron al rubio, pero también consiguieron que la llama de la lujuria se reavivara en él; realmente no quería detenerse, pero pensó que Erick necesitaba descansar, pero se daba cuenta que Erick también deseaba lo mismo que él, por lo que no tenía por qué contenerse más.
—Conejo — sonrió y movió su rostro, buscando los labios del pelinegro, besándolo con deseo —, parece que te has vuelo más insaciable que antes — se burló y giró, para dejar al ojiazul contra el colchón, mientras él se alejaba solo un poco, apreciando completamente el rostro sonrojado de su pareja —, espero no te arrepientas después.
Erick sonrió cansado — jamás — musitó con ilusión.
~ • ~ • ~ • ~ • ~
Nota: Imagen exclusiva en patreon
Comment Form is loading comments...