Capítulo VIII
Cuando Erick llegó a las murallas, apenas cruzó la gran reja de metal, una gran cantidad de gatitos y perritos se acercaron hasta él; de inmediato, tomaron forma de niños, preocupados de ver a su señor lastimado.
—¡¿Qué ocurrió?! — preguntó Marisela con susto.
—Algo nos atacó — contestó el pelinegro, con voz débil.
Erick no estaba herido, pero había estado fuera, entre nieve y vientos helados, con poca ropa, así que se encontraba tiritando de frío.
—Antes de llegar a la puerta, grité por ayuda — comentó el pelinegro —, pero nadie acudió, ¿por qué? — reprochó.
—Lo escuchamos — contestó Miguel bajando el rostro —, pero no podemos salir, a menos que nuestro señor nos lo ordene.
—De lo contrario, solo seríamos animales pequeños y no serviría de nada nuestra ayuda — explicó Julián, que ya estaba ahí también, junto con Agustín.
Erick entendió que los niños no podían hacer mucho en realidad, así que no podía culparlos — hay que curarlo — intentó sonreír —, llevémoslo adentro y que alguien cuide de Phillipe también.
El ojiazul, ayudado de los niños, llevó al señor del castillo al interior del mismo; lo llevaron a una de las grandes estancias, dónde encendieron la chimenea. Marisela ordenó agua tibia y paños limpios para limpiar las heridas, además de frazadas para cubrir tanto a su señor, como a Erick. El pelinegro, por su parte, ayudó a los niños a desvestir a la Bestia y empezó a limpiar las heridas con cuidado.
Tiempo después, terminaron su labor, le pusieron ropa limpia y Erick se quedó a su lado, tratando de bajar la fiebre que se había presentado.
—Debe descansar, señor Erick — señaló Julián con seriedad —, Agustín lo llevará a su alcoba.
—Nosotros nos encargaremos de nuestro señor — secundo Miguel.
—No — negó —, me quedaré aquí, además, él necesita atenciones.
Los niños se miraron entre sí, pero no objetaron más.
Erick cambiaba con regularidad los paños fríos de la frente de la Bestia y acariciaba lo mechones dorados con infinita devoción.
«¿Por qué me ayudaste?», pensaba mientras sus ojos escudriñaban el semblante apacible que el otro tenía mientras dormía, «Me confundes…» suspiró, «al principio, pensé que eras amable, luego, con lo que vi esta noche, pensé que eras un monstruo, pero…», sus dedos rozaron la mejilla del otro, «cuando me protegiste… yo… yo… no sé qué pensabas, no sé por qué lo hiciste y cuando me viste de esa manera…», su mente evocó la última mirada que la Bestia le dedicó, «había algo en tus ojos… algo que no puedo definir y aun así… me gustó… me gusta…», movió la mano y volvió a cambiar el paño húmedo «pero de todas maneras, cuando te recuperes, debo partir… ahora que sé lo que haces, no puedo quedarme más, aunque a mí no me hayas hecho daño…»
El ojiazul se quedó toda la noche, cuidando y velando el sueño de la Bestia, hincado al lado del diván donde lo habían recostado hasta que quedó dormido, recargado contra el brazo del rubio, rendido por el cansancio. Solo Marisela, Julián, Miguel y Agustín se quedaron en ese salón, acompañando a Erick y a su señor, mientras los demás, iban a sus diferentes obligaciones.
~ • ~ • ~ • ~ • ~
El rubio despertó a media mañana, sintiéndose reconfortado, al sentir una delicada calidez contra su brazo; al mover la cabeza, el paño que traía en la frente se cayó y pudo ver una melena negra a su lado.
—¿Erick? — preguntó con voz cansada, temiendo que no fuera quien creía.
El ojiazul sintió el movimiento y se removió, despertando con lentitud; bostezó y se desperezó, talló sus parpados con la mano y finalmente observó a su anfitrión despierto.
—¿Cómo te sientes? — preguntó cortés y recogió el paño, a la par que su mano se movía a constatar la temperatura del otro.
—Bien…
—La fiebre bajó, eso es bueno — dijo el pelinegro, sin mirar los ojos del otro —, no necesitas más cuidados.
—Me curo con rapidez — añadió el rubio —, es una ventaja de ser lo que soy.
—Eso es bueno — dejó el pañuelo al lado de la vianda que tenía agua —, así podré irme sin preocuparme.
—¿Te irás? — preguntó el ojiverde con rapidez — ¡¿Por qué?! — levanto la voz y los pequeños animales que estaban dormidos a sus pies, despertaron.
Julián, Agustín, Miguel y Marisela, se convirtieron en niños de inmediato — buenos días — dijeron al unísono, al darse cuenta que su señor estaba despierto.
—Buenos días — respondió Erick.
—¿Por qué te quieres ir? — indagó la Bestia, ignorando a los otros cuatro.
—Saluda primero, debes ser cortés — señaló el ojiazul, incorporándose.
—¡Eso no importa! — gruñó el otro — Responde, ¡¿por qué te vas?!
Los niños se encogieron de hombros y dieron pasos hacia atrás, alejándose.
Erick respiró profundamente, armándose de valor — me voy porque… porque me equivoqué en la percepción que tenía de ti — señaló
—¿Qué?
—Dijiste que todos te tenían miedo y que eras una Bestia — prosiguió el ojiazul —, pensé que solo era por tu físico, que nadie te había dado la oportunidad de demostrar lo contrario, pero… — apretó los parpados — yo no puedo estar cerca de alguien que se alimenta personas.
—¿Alimentarme? — el rubio frunció el ceño — ¡¿De qué hablas?!
—De lo que vi anoche — respondió el otro y lo retó con la mirada —, estabas alimentándote de un humano y eso es… horrible — terminó en un murmullo.
—¡Yo no me estaba alimentando de ese chico!
—¿Qué? — la mirada azul mostró confusión — pero… había sangre y…
La Bestia soltó el aire, casi como un gruñido — estaba teniendo sexo con él — confesó bajando el rostro —, solo que… debido a mi condición, soy algo… — dudó — salvaje — rascó su cabeza —, pero está bien… creo…
Levanto el rostro, mirando a Marisela.
—Sí, lo está — señaló la castaña, acomodando sus lentes.
Erick parpadeo sorprendido y luego buscó la mirada verde — ¿tienes… pareja? — preguntó a media voz, la simple idea le inquietaba y le ocasionaba un dolor en el pecho.
—¡No! — gritó el otro, poniéndose de pie de un salto — ese chico solo era un… entretenimiento — se excusó sin mirar al otro a los ojos —, estaba ansioso y no quería lastimarte a ti, así que… tuve que… desahogarme con… otro — rechinó los dientes, no quería que Erick pensara que cualquiera le daba igual, pero no tenía otra razón que darle, más que la verdad.
—¿A mí? ¿Por qué me lastimarías a mí? — preguntó con ansiedad el ojiazul.
—No lo entenderías.
—Explícamelo — pidió casi como si fuera una súplica —, por favor…
La voz de Erick, consiguió que el rubio cediera — me agradas… más que agradarme, me gustas y sí, lo admito, tu presencia me produce inquietud, porque tu simple olor me excita y solo quiero arrancarte la ropa y poseerte hasta escucharte gemir, ¿eso querías saber?
Las mejillas del pelinegro se tiñeron de rojo ante la confesión tan atrevida y un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza — y… ¿ese chico?
La Bestia entorno los ojos — ya te lo dije, es solo un entretenimiento y es hora que se vaya — giró el rostro y buscó a sus trabajadores —, Miguel, Julián, denle una compensación por lo que le hice y llévenlo al pueblo.
—Sí — dijeron ambos y se convirtieron en animal, para salir de ahí, yendo a hacer su trabajo.
—¿Al pueblo? — Erick parpadeó sorprendido — Me dijiste que nadie podía salir de aquí, ¡me mentiste! — reprochó.
—No te mentí — el ojiverde se cruzó de brazos —, tu viniste por tu propia cuenta, por eso no puedes salir — explicó —, a ese chico, lo trajeron a la fuerza, por eso ellos lo pueden sacar sin problemas.
—No te creo — el plinegro se cruzó de brazos e hizo un mohín —, no querías que saliera de aquí.
—Admito que no deseo que te vayas — confesó el otro —, pero no te miento en que tú no puedes irte — repitió —, las cosas que te atacaron anoche, no te lo permitirán.
—Las cosas… ¿qué eran esas cosas? — preguntó el ojiazul, recordando que aun quería comprender lo que había ocurrido la noche anterior.
La Bestia guardo silencio, no parecía querer decir nada.
—¡Dime! — instó el pelinegro, hablando con voz seria — ¿Qué eran?
—Mis demonios — respondió fríamente y Erick se asustó —, ellos me mantienen cautivo en este castillo, esperando que me rinda, que se rompa el hechizo o que muera — prosiguió —, pero además, no permiten que nadie que llegue aquí por propia voluntad, se vaya con facilidad — sonrió de lado —, han muerto algunas personas a causa de ellos y no quiero que tu sufras ese mismo destino.
—¿Han… muerto? ¿Quiénes?
—Mujeres — el rubio se alzó de hombros —, solo las que vinieron por decisión propia, a intentar romper mi hechizo y ser mis esposas — le restó importancia —, las que lo hicieron obligadas por sus padres, pudieron salir sin problema.
—¿Y ellos? — señaló a Marisela y Agustín — ¿Y los demás?
—Ellos también están malditos — respondió —, así que pueden salir, solo cuando yo les doy permiso, pero saben que deben regresar, de lo contrario, mis demonios los buscarían y los matarían, junto con las personas que más quieran.
Erick guardó silencio, procesando todo lo que acababa de saber, más aun había algo que lo perturbaba.
—Dijiste… dijiste que te agrado… — levanto el rostro — ¿por qué? Apenas me conoces.
El ojiverde soltó una risa cansada — eso es lo que tú crees.
—¿De qué hablas?
—Si te lo dijera, lo olvidarías, así como olvidaste mi nombre en cuanto te lo dijeron, porque empieza a dolerte la cabeza, porque no debes recordarme.
—¿Qué quieres decir? — indagó con desespero el ojiazul, pero su cabeza empezó a doler y se quejó.
El rubio se movió y lo sujeto del brazo — no quiero que sufras Erick — dijo con voz seria —, si indagas más, te dolerá la cabeza y puedes salir herido…
—¿Cómo sabes eso? — el pelinegro buscó la mirada verde, quería respuestas, pero en el fondo, tenía miedo, ya que el dolor empezaba a incrementarse.
—Porque estás maldito, igual que yo…
Erick se quejó y la Bestia lo abrazó.
—Olvida lo que dije — pidió con voz suave el ojiverde —, piensa en otra cosa para que no te duela — restregó el hocico contra el cabello negro —, no importa que no puedas recordar, no te aferres al pasado, sino al ahora…
—Al ahora — repitió Erick, restregando el rostro contra el pecho de la Bestia —, el ahora — aspiró el olor —, tu… dijiste que te agrado…
—Sí — asintió el rubio —, me agradas y te quiero para mí, pero no quiero lastimarte y así como soy, no puedo contenerme y podría dañarte de maneras que no te imaginas.
—Por eso buscaste a otro, para no dañarme… — señalo el ojiazul, aferrándose al ropaje de su compañero.
—Sí — aceptó el otro.
Aunque debería sentirse mal, en el fondo, Erick sintió emoción por saber eso y sonrió; un cosquilleo se hizo presente en la boca de su estómago y finalmente levantó el rostro.
—Tú también me agradas — confesó.
—¿Te agrado? — la voz de la Bestia sonó confusa — ¿por qué?
—No lo sé — Erick se alzó de hombros —, pero desde el primer momento en que te vi en la habitación, me sentí extraño — sonrió —, siento que… que eres alguien especial, aunque no lo comprendo y yo también me siento ansioso por ti — confesó —, así que… si tienes deseos… yo… quisiera probar contigo… para entender esto que siento… aunque me lastimes.
—¿Estás seguro de esto?
—No — negó con una sonrisa en sus labios —, pero si debo dejar de lado el pasado y aferrarme al ahora, quiero saber ahora, el por qué siento que te quiero, aunque parezca que no hay razón — los ojos azules buscaron la mirada verde con necesidad —, ayúdame a entenderlo, por favor.
La Bestia sonrió — te ayudaré, pero seguramente no lo entenderás solo en la cama — negó —, por eso, para que entiendas, tendremos que hacer las cosas despacio — «aunque queda poco tiempo en realidad…» pensó con temor — y para eso, necesito que te quedes a mi lado, porque si lo apresuramos, puedes salir herido, ¿de acuerdo?
—Sí, de acuerdo.
—Entonces, empecemos por la primera parte — el rubio se inclinó y lamió los labios de Erick.
El pelinegro cerró los ojos y abrió la boca sumisamente, permitiendo que la lengua del otro, entrara con toda facilidad. El beso empezó a volverse más intenso y las manos de la Bestia se movieron por la espalda de Erick, bajando hasta su trasero, apresándolo con fuerza, consiguiendo que gimiera.
Marisela y Agustín aún estaban ahí, así que se miraron de soslayo y aunque no querían interrumpir, la castaña tuvo que hacerlo. Marisela carraspeó, consiguiendo llamar la atención de ambos, que voltearon a ver a los niños.
—Disculpe la interrupción, mi señor — dijo con la mirada en el piso, mientras que Agustín se había cubierto los ojos con las manos —, pero, quizá deberían desayunar primero, luego asearse y finalmente, ir a un lugar más cómodo — sonrió nerviosa —, ayer, no cenaron bien, ambos llegaron algo sucios anoche y en la madrugada, el señor Erick dormitó sentado sobre la alfombra, velando su sueño — explicó —, ¿no cree que sería mejor, pasar un rato en un suave y mullido colchón, en vez del frío piso?
El rubio entornó los ojos — sí, es cierto — dijo con cansancio —, dispón el desayuno y que preparen mi alcoba.
Marisela asintió y camino a la salida, pero al darse cuenta que Agustín seguía en su lugar, aun cubriendo sus ojos, volvió los pasos y lo jaló de la cola, para llevarlo con ella.
—La primera parte, tendrá que esperar — señaló el ojiverde.
Erick sonrió y sus manos se enredaron en la melena rubia — espero que no sea mucho tiempo — musitó, ofreciéndole una vez sus labios.
La Bestia no desaprovechó el momento y volvió a besarlo. Sabía que debía buscar un mejor momento y lugar para poseerlo, pero eso no evitaba que lo disfrutara de otras maneras, antes de llegar al momento más interesante.
—¿Erick? — preguntó con voz cansada, temiendo que no fuera quien creía.
El ojiazul sintió el movimiento y se removió, despertando con lentitud; bostezó y se desperezó, talló sus parpados con la mano y finalmente observó a su anfitrión despierto.
—¿Cómo te sientes? — preguntó cortés y recogió el paño, a la par que su mano se movía a constatar la temperatura del otro.
—Bien…
—La fiebre bajó, eso es bueno — dijo el pelinegro, sin mirar los ojos del otro —, no necesitas más cuidados.
—Me curo con rapidez — añadió el rubio —, es una ventaja de ser lo que soy.
—Eso es bueno — dejó el pañuelo al lado de la vianda que tenía agua —, así podré irme sin preocuparme.
—¿Te irás? — preguntó el ojiverde con rapidez — ¡¿Por qué?! — levanto la voz y los pequeños animales que estaban dormidos a sus pies, despertaron.
Julián, Agustín, Miguel y Marisela, se convirtieron en niños de inmediato — buenos días — dijeron al unísono, al darse cuenta que su señor estaba despierto.
—Buenos días — respondió Erick.
—¿Por qué te quieres ir? — indagó la Bestia, ignorando a los otros cuatro.
—Saluda primero, debes ser cortés — señaló el ojiazul, incorporándose.
—¡Eso no importa! — gruñó el otro — Responde, ¡¿por qué te vas?!
Los niños se encogieron de hombros y dieron pasos hacia atrás, alejándose.
Erick respiró profundamente, armándose de valor — me voy porque… porque me equivoqué en la percepción que tenía de ti — señaló
—¿Qué?
—Dijiste que todos te tenían miedo y que eras una Bestia — prosiguió el ojiazul —, pensé que solo era por tu físico, que nadie te había dado la oportunidad de demostrar lo contrario, pero… — apretó los parpados — yo no puedo estar cerca de alguien que se alimenta personas.
—¿Alimentarme? — el rubio frunció el ceño — ¡¿De qué hablas?!
—De lo que vi anoche — respondió el otro y lo retó con la mirada —, estabas alimentándote de un humano y eso es… horrible — terminó en un murmullo.
—¡Yo no me estaba alimentando de ese chico!
—¿Qué? — la mirada azul mostró confusión — pero… había sangre y…
La Bestia soltó el aire, casi como un gruñido — estaba teniendo sexo con él — confesó bajando el rostro —, solo que… debido a mi condición, soy algo… — dudó — salvaje — rascó su cabeza —, pero está bien… creo…
Levanto el rostro, mirando a Marisela.
—Sí, lo está — señaló la castaña, acomodando sus lentes.
Erick parpadeo sorprendido y luego buscó la mirada verde — ¿tienes… pareja? — preguntó a media voz, la simple idea le inquietaba y le ocasionaba un dolor en el pecho.
—¡No! — gritó el otro, poniéndose de pie de un salto — ese chico solo era un… entretenimiento — se excusó sin mirar al otro a los ojos —, estaba ansioso y no quería lastimarte a ti, así que… tuve que… desahogarme con… otro — rechinó los dientes, no quería que Erick pensara que cualquiera le daba igual, pero no tenía otra razón que darle, más que la verdad.
—¿A mí? ¿Por qué me lastimarías a mí? — preguntó con ansiedad el ojiazul.
—No lo entenderías.
—Explícamelo — pidió casi como si fuera una súplica —, por favor…
La voz de Erick, consiguió que el rubio cediera — me agradas… más que agradarme, me gustas y sí, lo admito, tu presencia me produce inquietud, porque tu simple olor me excita y solo quiero arrancarte la ropa y poseerte hasta escucharte gemir, ¿eso querías saber?
Las mejillas del pelinegro se tiñeron de rojo ante la confesión tan atrevida y un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza — y… ¿ese chico?
La Bestia entorno los ojos — ya te lo dije, es solo un entretenimiento y es hora que se vaya — giró el rostro y buscó a sus trabajadores —, Miguel, Julián, denle una compensación por lo que le hice y llévenlo al pueblo.
—Sí — dijeron ambos y se convirtieron en animal, para salir de ahí, yendo a hacer su trabajo.
—¿Al pueblo? — Erick parpadeó sorprendido — Me dijiste que nadie podía salir de aquí, ¡me mentiste! — reprochó.
—No te mentí — el ojiverde se cruzó de brazos —, tu viniste por tu propia cuenta, por eso no puedes salir — explicó —, a ese chico, lo trajeron a la fuerza, por eso ellos lo pueden sacar sin problemas.
—No te creo — el plinegro se cruzó de brazos e hizo un mohín —, no querías que saliera de aquí.
—Admito que no deseo que te vayas — confesó el otro —, pero no te miento en que tú no puedes irte — repitió —, las cosas que te atacaron anoche, no te lo permitirán.
—Las cosas… ¿qué eran esas cosas? — preguntó el ojiazul, recordando que aun quería comprender lo que había ocurrido la noche anterior.
La Bestia guardo silencio, no parecía querer decir nada.
—¡Dime! — instó el pelinegro, hablando con voz seria — ¿Qué eran?
—Mis demonios — respondió fríamente y Erick se asustó —, ellos me mantienen cautivo en este castillo, esperando que me rinda, que se rompa el hechizo o que muera — prosiguió —, pero además, no permiten que nadie que llegue aquí por propia voluntad, se vaya con facilidad — sonrió de lado —, han muerto algunas personas a causa de ellos y no quiero que tu sufras ese mismo destino.
—¿Han… muerto? ¿Quiénes?
—Mujeres — el rubio se alzó de hombros —, solo las que vinieron por decisión propia, a intentar romper mi hechizo y ser mis esposas — le restó importancia —, las que lo hicieron obligadas por sus padres, pudieron salir sin problema.
—¿Y ellos? — señaló a Marisela y Agustín — ¿Y los demás?
—Ellos también están malditos — respondió —, así que pueden salir, solo cuando yo les doy permiso, pero saben que deben regresar, de lo contrario, mis demonios los buscarían y los matarían, junto con las personas que más quieran.
Erick guardó silencio, procesando todo lo que acababa de saber, más aun había algo que lo perturbaba.
—Dijiste… dijiste que te agrado… — levanto el rostro — ¿por qué? Apenas me conoces.
El ojiverde soltó una risa cansada — eso es lo que tú crees.
—¿De qué hablas?
—Si te lo dijera, lo olvidarías, así como olvidaste mi nombre en cuanto te lo dijeron, porque empieza a dolerte la cabeza, porque no debes recordarme.
—¿Qué quieres decir? — indagó con desespero el ojiazul, pero su cabeza empezó a doler y se quejó.
El rubio se movió y lo sujeto del brazo — no quiero que sufras Erick — dijo con voz seria —, si indagas más, te dolerá la cabeza y puedes salir herido…
—¿Cómo sabes eso? — el pelinegro buscó la mirada verde, quería respuestas, pero en el fondo, tenía miedo, ya que el dolor empezaba a incrementarse.
—Porque estás maldito, igual que yo…
Erick se quejó y la Bestia lo abrazó.
—Olvida lo que dije — pidió con voz suave el ojiverde —, piensa en otra cosa para que no te duela — restregó el hocico contra el cabello negro —, no importa que no puedas recordar, no te aferres al pasado, sino al ahora…
—Al ahora — repitió Erick, restregando el rostro contra el pecho de la Bestia —, el ahora — aspiró el olor —, tu… dijiste que te agrado…
—Sí — asintió el rubio —, me agradas y te quiero para mí, pero no quiero lastimarte y así como soy, no puedo contenerme y podría dañarte de maneras que no te imaginas.
—Por eso buscaste a otro, para no dañarme… — señalo el ojiazul, aferrándose al ropaje de su compañero.
—Sí — aceptó el otro.
Aunque debería sentirse mal, en el fondo, Erick sintió emoción por saber eso y sonrió; un cosquilleo se hizo presente en la boca de su estómago y finalmente levantó el rostro.
—Tú también me agradas — confesó.
—¿Te agrado? — la voz de la Bestia sonó confusa — ¿por qué?
—No lo sé — Erick se alzó de hombros —, pero desde el primer momento en que te vi en la habitación, me sentí extraño — sonrió —, siento que… que eres alguien especial, aunque no lo comprendo y yo también me siento ansioso por ti — confesó —, así que… si tienes deseos… yo… quisiera probar contigo… para entender esto que siento… aunque me lastimes.
—¿Estás seguro de esto?
—No — negó con una sonrisa en sus labios —, pero si debo dejar de lado el pasado y aferrarme al ahora, quiero saber ahora, el por qué siento que te quiero, aunque parezca que no hay razón — los ojos azules buscaron la mirada verde con necesidad —, ayúdame a entenderlo, por favor.
La Bestia sonrió — te ayudaré, pero seguramente no lo entenderás solo en la cama — negó —, por eso, para que entiendas, tendremos que hacer las cosas despacio — «aunque queda poco tiempo en realidad…» pensó con temor — y para eso, necesito que te quedes a mi lado, porque si lo apresuramos, puedes salir herido, ¿de acuerdo?
—Sí, de acuerdo.
—Entonces, empecemos por la primera parte — el rubio se inclinó y lamió los labios de Erick.
El pelinegro cerró los ojos y abrió la boca sumisamente, permitiendo que la lengua del otro, entrara con toda facilidad. El beso empezó a volverse más intenso y las manos de la Bestia se movieron por la espalda de Erick, bajando hasta su trasero, apresándolo con fuerza, consiguiendo que gimiera.
Marisela y Agustín aún estaban ahí, así que se miraron de soslayo y aunque no querían interrumpir, la castaña tuvo que hacerlo. Marisela carraspeó, consiguiendo llamar la atención de ambos, que voltearon a ver a los niños.
—Disculpe la interrupción, mi señor — dijo con la mirada en el piso, mientras que Agustín se había cubierto los ojos con las manos —, pero, quizá deberían desayunar primero, luego asearse y finalmente, ir a un lugar más cómodo — sonrió nerviosa —, ayer, no cenaron bien, ambos llegaron algo sucios anoche y en la madrugada, el señor Erick dormitó sentado sobre la alfombra, velando su sueño — explicó —, ¿no cree que sería mejor, pasar un rato en un suave y mullido colchón, en vez del frío piso?
El rubio entornó los ojos — sí, es cierto — dijo con cansancio —, dispón el desayuno y que preparen mi alcoba.
Marisela asintió y camino a la salida, pero al darse cuenta que Agustín seguía en su lugar, aun cubriendo sus ojos, volvió los pasos y lo jaló de la cola, para llevarlo con ella.
—La primera parte, tendrá que esperar — señaló el ojiverde.
Erick sonrió y sus manos se enredaron en la melena rubia — espero que no sea mucho tiempo — musitó, ofreciéndole una vez sus labios.
La Bestia no desaprovechó el momento y volvió a besarlo. Sabía que debía buscar un mejor momento y lugar para poseerlo, pero eso no evitaba que lo disfrutara de otras maneras, antes de llegar al momento más interesante.
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Nota: Falta dibujo aquí, porque no me alcanzo el tiempo para hacerlo, espero subirlo en los próximos días.
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