Capítulo VII
Erick estaba completamente solo y tenía un largo rato en la gigantesca cama, rodando de un lado a otro. Al llegar a la habitación, Agustín le dijo que tenía un trabajo qué hacer, así que no lo iba a acompañar hasta que terminara sus tareas, pero ofreció dejarle a otro chico para acompañarlo; Erick se negó, pues pensó que se dormiría de inmediato, más no fue así.
Por alguna razón, no podía sacar de su mente a la Bestia. Cuando cerraba los ojos, lo imaginaba de otra manera; era un ser humano, de cabellera dorada y ojos verdes, que se acercaba a él de una forma más íntima, pero a pesa de querer, no podía ver su rostro y aunque se esforzaba, terminaba rindiéndose, ya que su cabeza empezaba a doler.
—Así no voy a poder dormir — dijo con cansancio y se movió hasta la orilla de la cama, estiró la mano y abrió más el paso del mechero de alcohol, para ver el reloj que estaba en la mesita de al lado —, las diez — suspiró y pasó la mano por su frente.
Se sentó en la cama y fijó su mirada en el ventanal; la luna no se notaba, por las nubes que cubrían el cielo, amenazando con una tormenta y era obvio que hacia viento, ya que los arbustos que adornaban el balcón, se movían con fuerza.
Miró la campanilla que estaba ahí y titubeó; se suponía que no debía salir de noche y cualquier cosa que necesitara, era mejor que llamara a los niños, pero no quería molestarlos —, es tarde, seguramente todos están durmiendo ya…
Un escalofrío lo cimbro y sintió una punzada en su sien, pero negó, tratando de alejar cualquier cosa que su cerebro quisiera recordar, enfocándose en otra cosa, así que pasó las manos por su cabello y luego hizo un mohín —, no cené bien y tengo algo de hambre — musitó —, iré a buscar algo a la cocina.
Con todo sigilo, se incorporó de la cama, sujetó la bata que usaba sobre el camisón de dormir y fue a la puerta, mientras se la colocaba; la habitación era inmensa, así que al llegar a la misma, ya estaba oscuro, pues su lámpara no tenía suficiente luz para llegar allá. Aun así, al abrir, se dio cuenta que algunos candelabros del pasillo estaban encendidos; salió un par de pasos y escuchó un ruido, como si alguien hubiera intentado decir su nombre en un débil gemido, pero calló de inmediato.
El ojiazul frunció el ceño y negó — seguro fue mi imaginación — musitó y siguió el camino por el pasillo hacia la escalera, sin darse cuenta que al fondo del mismo, ocultos por las sombras y un mantel, había dos niños debajo de una mesa.
—Julián… — musitó el gatito con dificultad, ya que el perrito le cubría la boca con su mano e introducía sus dedos para callarlo — el señor… Erick… — un gemido se ahogó y las lágrimas escaparon de sus ojitos al sentir que llegaba al orgasmo por lo que el otro le hacía.
El castaño lo tenía de rodillas, con el pecho contra el piso y lo poseía desde atrás con intensidad, pero al sentir que el menor lo apresaba con mayor fuerza, llegó al orgasmo también.
—No puedo… soltarte… — gruñó y le mordió un hombro, por lo que Agustín tuvo que morder los dedos intrusos en su boca, para no gritar.
El otro estaba inundándolo con su semilla y era obvio que estaban anudados, debido a la condición canina de Julián, por lo que no podrían separarse hasta pasado un largo rato.
Erick por su parte, llegó a las primeras escaleras sin ser detectado por alguien más; era obvio para él que todos los habitantes del castillo se encontraban dormidos, así que se sintió más seguro. Al llegar al descanso, escuchó sonidos que provenían del ala oeste; parecían gemidos lastimeros, como si alguien estuviera sufriendo.
“Puedes recorrer el castillo y si deseas, salir a los jardines, pero jamás vayas al ala oeste, ¿de acuerdo?”
Sabía que estaba prohibido, aun así, imaginó que quizá la Bestia sufría y su corazón se oprimió; sin pensar, camino hacia la otra escalera y al subir el primer escalón se detuvo.
“…en caso de que escuches ruidos, es mejor que los ignores, ¿entendido?”
—No, no debo — negó —, él me lo dijo, debo ignorar cualquier ruido…
Estuvo a punto de girarse y bajar, cuando un grito desgarrador se escuchó y el terror lo invadió. Si algo lastimaba a su anfitrión, él debía ayudarle.
Subió corriendo los escalones y recorrió el lúgubre pasillo, que a diferencia del ala este, estaba casi completamente a oscuras y las sombras proyectadas por todo lo que había, parecían monstruos acechando. Los sonidos y quejas se empezaron a escuchar con mayor nitidez mientras se adentraba en lo más profundo del pasillo, pero de igual manera, escuchaba gemidos y gruñidos; su corazón se aceleró y a pesar de que sentía miedo, siguió caminando, hasta que llegó ante una enorme puerta.
Erick puso la mano en la manija y abrió.
Los sonidos aumentaron de volumen y pudo distinguir que eran dos diferentes personas las que los hacían. Se asomó al interior y todo parecía a oscuras, a excepción de una pequeña luz que parecía un farolito en un extremo.
—¿Hola? — preguntó en voz baja y los sonidos que lo habían guiado hasta ahí cesaron, por lo que sin titubear, se adentró — no quiero molestar — dijo débilmente —, pero, creí que alguien estaba en problemas — se excusó.
No hubo respuesta.
La curiosidad de Erick lo hizo moverse, siguiendo la luz; parecía hipnotizado por ella y se acercó hasta lo que aluzaba ese recinto. Al estar cerca, distinguió una hermosa rosa blanca, dentro de un contenedor; parecía flotar de alguna manera, ya que su tallo no estaba soportado por nada y destellaba de forma mágica. El ojiazul contempló la rosa un momento, por alguna razón, esa flor le parecía sumamente familiar, incluso, parecía llamarlo, por lo que movió sus manos, sujetando la cúpula de cristal que la protegía, tratando de apartarla con cuidado; quería saber qué era lo que mantenía la flor así.
Cuando alejó completamente el cristal, la rosa destelló con fuerza, cegándolo por un momento, pero al abrir los parpados, el lugar estaba completamente aluzado y se dio cuenta que a unos pasos de ahí, estaba una cama y sobre ella, la Bestia tenía a alguien, bajo su cuerpo, cubriéndole la boca.
Erick se cubrió la boca y ahogó un grito ante la escena, ya que el chico que estaba con el rubio, lo miraba de manera suplicante; sus ojos claros tenían signos de llanto y las partes de su cuerpo que alcanzaba a ver, se miraban con tintes rojos, como la sangre.
—¡¿Qué haces aquí?! — gruñó el ojiverde, viéndolo con ira.
—Yo… yo…
La Bestia se alejó de su víctima de inmediato; a diferencia de cómo lo había visto Erick antes, en ese momento se encontraba desnudo.
El chico desconocido, quedó contra el lecho, claramente lastimado, pero buscó la mirada azul y extendió la mano — ayu… da… — suplicó y un sollozo escapó de sus labios.
—¡Te dije que no vinieras aquí! — reclamó el ojiverde.
Erick observó el lecho y luego buscó el rostro de la Bestia, mirándolo con terror, a la par que sus ojos se llenaban de lágrimas, al ver su hocico lleno de sangre.
—¡Fuera! — gritó el otro y Erick tembló — ¡Fuera! — repitió con mayor fuerza y soltó un rugido imponente.
El pelinegro no lo dudó más y salió corriendo de la habitación; casi tropieza con Marisela y Miguel, quienes al escuchar los gritos de su señor, salieron de sus habitaciones, para ir a investigar.
—¡Señor Erick! — gritó la castaña y se convirtió en gato, para seguirlo.
Miguel se convirtió en perro y corrió tras ambos.
Erick bajó las escaleras, pero no fue al ala este, al contrario, corrió hacia las cocinas, y aprovechó que algunos niños iban entrando, para salir por ahí; los niños habían escuchado los gritos de su señor y acudían a su llamado, por lo que no supieron cómo reaccionar al ver a Erick salir corriendo.
El ojiazul llegó al establo y sin siquiera preocuparse por ponerle la silla o las riendas a Phillipe, lo sacó de su caballeriza y lo guió a la salida, montándolo y sujetándose de la crin. Marisela y Miguel habían salido y se convirtieron en niños, llamándolo.
—¡Señor Erick! ¡Deténgase! — gritaron, pero el otro hizo caso omiso
El caballo empezó a galopar y al llegar a la muralla del castillo, Erick temió que tuviera que bajar a abrir la puerta, pero cuando se acercó, ésta se abrió como por arte de magia, por lo que instó a su caballo a apresurar el paso.
Cuando el jinete se perdió en el bosque con su caballo, la Bestia llegó a la puerta principal, ya con su vestimenta — ¡¿dónde está?! — preguntó para Marisela y Miguel.
—Se fue — dijeron ambos con miedo, no por su señor, sino por lo que le podía ocurrir al pelinegro, al estar fuera del castillo.
—¡¿Qué?! — el corazón del ojiverde dio un vuelco y sin pensar, corrió en cuatro patas para seguirlo.
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Erick iba a todo galope por el bosque nevado, pero iba llorando desconsolado, así que no miraba hacia donde guiaba a Phillipe. Estaba desconsolado, imaginaba que la Bestia era una buena persona, porque lo había tratado con mucha amabilidad, pero al verlo en el lecho, con el chico llorando y lleno de sangre, pensó que lo estaba matando para alimentarse de él y el terror lo invadió.
En un instante y sin saber por qué, su caballo relinchó, se paró en sus cuartos traseros y lo tumbó; Erick cayó sobre la nieve y rodó por una ladera algo inclinada. Apenas pudo detenerse, el pelinegro levantó el rostro, buscando a su caballo con desespero, ya que escuchaba el sonido desesperado del animal, relinchando y bufando; los ojos azules se abrieron con miedo, al ver sombras negras que parecían querer envolver a Phillipe y lo lastimaba, ocasionándole heridas profundas en la piel.
—¡Phillipe! — gritó el ojiazul e intentó ponerse de pie para ir a ayudarle, más una sombra negra lo sujetó del pie, tumbándolo de nuevo — ¡Suéltame! — gritó con desespero y movió la mano, sujetando un pedazo de tronco que estaba cerca, tratando de golpear a lo que lo sujetaba, pero le era imposible, ya que la madera lo traspasaba.
—¡Erick! — el gruñido alertó a esos seres.
La Bestia llegó y sujetó sin problemas a la sombra que tenía atrapado al pelinegro; ese ente soltó un alarido e intentó defenderse, arañando a su captor, a la par que empezó a resquebrajarse en la mano del rubio, como si se tratara de un cristal rompiéndose y las demás liberaron al caballo de inmediato, para ir contra de quien tenía a su compañero.
Erick se arrastró por la nieve, alejándose de dónde estaba el rubio, que parecía completamente enfurecido.
Todas las sombras se abalanzaron contra la Bestia, justo en el momento que desaparecía la que había sujetado con su mano; las demás lo envolvieron en sus cuerpos y aunque el rubio se defendía, no podía quitárselas de encima por completo.
—¡Vete, Erick! — gruñó el ojiverde, tratado de sujetar a esos entes, sin conseguirlo.
Uno de esos seres volteó lo que parecía ser su rostro y fijó su mirada rojiza en el ojiazul; la sombra mostró un gesto burlón y se movió, alejándose de su presa, para ir con el pelinegro.
Erick intentó alejarse, pero ese ser oscuro lo sujetó del pie y luego se acercó, intentando agarrarlo del brazo, mostrando una boca llena de dientes filosos que seguramente desgarrarían su carne si lo mordía.
Sin siquiera pensarlo, el ojiazul puso su mano derecha frente al rostro contorsionado de ese ente y gritó — ¡aléjate! — consiguiendo que una especie de luz saliera de su mano y lo desintegrara de inmediato.
Erick se sorprendió, pero al ver que sus manos seguían brillando, no lo pensó más, se incorporó y fue a intentar tocar esas sombras, que tenían contra la nieve al rubio. Cuando acercaba sus manos a esos entes, desaparecían dando alaridos y desintegrándose como si fueran polvo.
Finalmente todos desaparecieron, a la par que las manos del pelinegro volvían a su color normal. Erick observó los ojos verdes del otro, que mostraban cansancio, pero parecían tranquilos de verlo bien; la Bestia pareció sonreír y luego, perdió el conocimiento.
El ojiazul acarició la melena rubia con sumo cuidado y sintió que su corazón se oprimía al constatar que estaba herido, ya que tenía rasguños por todo el cuerpo y su sangre se empezaba a notar en mayor cantidad, manchando no solo su ropa, sino la nieve bajo su cuerpo.
Erick se puso de pie, fue por Phillipe, que se encontraba en el sendero, un poco más arriba de la ladera y lo guió hasta acercarlo a la Bestia; sabía que su caballo estaba herido también, pero era notorio que menos que el rubio, así que esperaba que pudiera con la carga, para volver al castillo.
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