Capítulo VI
Después de revisar los cuadros de manera meticulosa, los pequeños niños ayudaron a Erick a empacarlos de otra manera, especial para protegerlos del frío que estaba haciendo; no lo había hecho antes, porque no pensaba que la temperatura descendería tanto en el trayecto de su viaje y ahora, debía dejarlos bien resguardados. Sus pequeños ayudantes tuvieron que buscar mantas adecuadas y él eligió las mejores para sus posesiones, después, él tuvo que envolver sus cuadros con extremo cuidado, pues los niños eran muy pequeños y le preocupaba que no pudieran hacer las cosas, ya que sus bracitos, no podían siquiera abarcar los cuadros más pequeños que llevaba; esa fue la razón por la que perdió mucho tiempo y no pudo recorrer el castillo antes de la comida.
A pesar de que el rubio le había dicho que lo miraría en la comida, Erick tuvo que comer acompañado solo de Agustín, ya que la Bestia se excusó, diciendo que tenía cosas qué hacer. Aunque intentó no externarlo, Erick se sintió deprimido por eso; por alguna razón, se había ilusionado por pasar algo de tiempo con su anfitrión, por eso se había esmerado un poco en su arreglo para esa comida.
—¿Se siente mal, señor Erick? — preguntó Agustín con un dejo de preocupación.
—No, no… ¿por qué?
—Se ve triste y casi no ha comido — el gatito bajó sus orejas —, parece que no es de su agrado la comida, ¿quiere que pida que la cambie?
Erick sonrió — la comida está bien, Agus, no te preocupes, es solo que… — suspiró — realmente me hubiera gustado hablar un poco más con tu señor, es todo.
—El señor está ocupado en este momento — la voz de Marisela se escuchó cerca, iba llegando —, pero lo acompañará en la cena, eso es seguro — sonrió —, ¿le gustaría algo especial para esta noche?
El ojiazul sonrió, la simple idea de cenar con el otro, le hizo sentir mucho mejor — lo que él desee estará bien para mí.
—¿Seguro? — presionó la castaña.
—Sí, creo que cualquier cosa que él decida, será perfecto — respondió el ojiazul con un dejo de ilusión, pero de inmediato una punzada en su cabeza lo hizo quejarse.
—¿Ocurre algo? — preguntaron Marisela y Agustín, con preocupación.
—No, solo… — Erick apretó los parpados — este dolor molesto — estrujó los mechones de su cabello —, tenía años que no me ocurría.
—¿Años? — Marisela se puso a su lado — ¿antes le ocurría?
—Sí, cuando era pequeño — suspiró el ojiazul —, ya, ya pasó.
—¿Por qué ocurre? — preguntó Agustín con curiosidad.
—No lo sé — Erick negó —, mi padre me dijo que ese dolor se iría si olvidaba cosas.
—¿Qué cosas? — presionó la castaña, con algo de ansiedad.
—No lo sé — rió el pelinegro —, realmente creo que sí las olvidé, porque aun en la actualidad, no recuerdo muchas cosas de mi infancia y adolescencia — suspiró —, antes de cumplir dieciocho años, me dolía mucho la cabeza y pasaba mucho tiempo en cama — contó —, pero al final, creo que me rendí y permití que todo se perdiera, para poder estar tranquilo y después de unos años viviendo en la granja, todo fue paz y tranquilidad, así que preferí no intentar recordar de nuevo — explicó —, más no comprendo por qué ha vuelto ahora, pero seguro pasará, solo, no debo presionar a mi mente, es todo.
—Quizá es mejor que las cosas sucedan a su debido tiempo — sonrió la de lentes.
—Supongo, aunque en ocasiones, realmente quisiera recordar — confesó —, porque aunque no lo haga y no siempre me duela la cabeza, me siento perdido.
—No se preocupe — Marisela se acercó y sujetó la mano de Erick —, no se esfuerce — le sonrió condescendiente —, en algún momento podrá recordar y seguro dejará de doler también…
—Gracias…
~ • ~ • ~ • ~ • ~
A la hora de la cena, la Bestia estaba en el comedor, esperando a su invitado; se encontraba sumamente molesto e inquieto, más porque Julián y Miguel no habían regresado de su encargo y necesitaba asegurar eso, antes de que oscureciera completamente.
Un sonido en los pasillos, lo hizo levantar el rostro y se quedó sin aliento al ver a Erick, llegando de la mano de Agustín, quien lo guiaba con amabilidad.
—Buenas noches — sonrió el pelinegro, vestido con un traje ostentoso.
Erick se sentía inquieto, ya que él no usaba esa clase de ropa normalmente, pero el pequeño gato se empeñó en que lo usara, por órdenes de Marisela.
—Buenas noches — respondió el ojiverde, a media voz y se puso de pie inmediatamente, para recibirlo —, ¿gustas… acompañarme? — preguntó, aunque su voz sonó nerviosa.
—Por supuesto — asintió el ojiazul.
Agustín soltó a Erick y este caminó hasta su anfitrión, quien movió la silla para permitir que su invitado se sentara y después volvió a su lugar.
En cuanto ambos comensales estuvieron sentados, Marisela dio la orden y varios niños sirvieron la comida.
—Gracias — sonrió el pelinegro y los niños que lo atendieron se sorprendieron.
Para ellos, era extraño que los trataran con tanta amabilidad, especialmente los “invitados” de su señor, así que sonrieron animados y siguieron atendiéndolo con especial cuidado.
Alejandro lo miraba de soslayo; se sentía inquieto y hasta celoso, de ver que las sonrisas de Erick eran para otros, a pesar de que eran sus trabajadores. Aunado a ello, su nariz percibía la fragancia de su compañero; el olor de su cuerpo y el aroma de su aliento, un perfume que lo estaba trastornando, por lo que evitaba verlo, pero no podía evitar escucharlo.
El ojiazul se daba cuenta de la inquietud de su compañero y eso lo hacía titubear, mostrarse algo temeroso, porque imaginaba que estaba molesto por algo; «no hice nada que lo ofendiera, ¿o sí?» pensó con nervios, mientras usaba los cubiertos para partir un bocado de comida.
La voz grave del rubio se escuchó, rompiendo el silencio — ¿tuviste un buen día?
Erick se sobresaltó y volteó el rostro a ver al otro, sonriendo nerviosamente — por supuesto — asintió —, su castillo es muy agradable — dijo con ensoñación — y los niños son muy amables conmigo.
—Me alegra que disfrutes tu estancia, pero mis siervos no son niños — corrigió el ojiverde, posando su mirada en el plato —, realmente, nadie de los que viven aquí, es lo que parece…
—Sí, me lo comentaron, pero para mí, son niños — sonrió débilmente el pelinegro.
El rubio sonrió de lado, mostrando sus colmillos — si ellos son niños, entonces, ¿yo que soy?
Erick observó a su anfitrión; un cosquilleo se hizo presente en su estómago y respiro profundamente — yo… no lo sé — dijo con debilidad —, no he tenido mucho tiempo de conocerlo — confesó con rapidez —, pero creo que es un caballero muy amable, al permitirme quedarme en su hogar, sin conocerme.
—Tal vez sí te conozco — señaló la Bestia.
—¿Me conoce?
—Eres una persona muy transparente, Erick — prosiguió el otro, bebiendo algo de vino —, creo que cualquiera que hable contigo una sola vez, puede conocerte.
El ojiazul rió — no soy tan transparente como imagina — suspiró —, a veces, ni yo mismo creo conocerme, ya que hay cosas que no sé de mi propia vida.
Una vez más, el silencio reinó; el ojiverde observaba el semblante triste de Erick y le dolía. Él recordaba a ese chico de otra manera y aunque su actitud era igual de dulce y dócil, no sabía si en el fondo, aún quedaba algo de lo que él conocía y se jactaba de ser el único en ello.
Sin pensar, la enorme mano se movió y acarició la mano del pelinegro, que estaba sobre la mesa. Erick sintió la caricia, pero no la rechazó, al contrario, le agradaba esa calidez, así que movió la mano, girándola, para que su palma acariciara la del otro.
Ambos observaron sus manos unidas y luego levantaron el rostro, observándose fijamente a los ojos. Los orbes azules parecían anhelantes, aunque ni el mismo Erick sabía por qué se sentía de esa manera; las esmeraldas por su parte, mostraban ansia y deseo, algo que le estaba costando contener.
—¿Señor?
La voz de Marisela se escuchó, interrumpiendo el momento y los comensales se soltaron de la mano de inmediato.
—¿Sí? — preguntó la Bestia entre dientes.
—Lamento interrumpir — comentó la castaña —, pero Julián y Miguel han vuelto con su encargo — anunció débilmente —, y ya prepararon todo, ¿irá o cambió de opinión?
La Bestia miró de soslayo a Erick, quien siguió comiendo, para no prestar atención en la plática, ya que no quería ser descortés al enterarse de cosas que no le correspondían. El rubio titubeó, estuvo a punto de decirle a Marisela que lo olvidara, que haría otra cosa, pero al ver la tranquilidad reflejada en el rostro de Erick, no quiso romper con su comodidad por culpa de un impulso.
—Voy en un momento.
Marisela suspiró un tanto decepcionada, pero no podía negarse ante la orden — sí, señor…
La gata dio media vuelta y se transformó en animal, corriendo a la salida del comedor.
La Bestia lanzó la servilleta a la mesa y se puso de pie — me retiro — dijo fríamente —, disfruta la cena.
Erick quiso detenerlo, pero no pudo — gracias — musitó tristemente y se quedó en su lugar, mientras el otro salía con paso rápido.
Un dolor en el pecho, consiguió que el pelinegro se quejara débilmente y con ello, Agustín se acercó de inmediato.
—¿Se encuentra bien, señor Erick? — preguntó con rapidez, al darse cuenta que el otro tenía un gesto de dolor.
—Sí — mintió —, solo que… ya no tengo apetito — negó —, creo que mejor voy a mi habitación.
Agustín asintió y le ayudó a incorporarse, después lo guió hacia su recamara, mientras otros niños limpiaban el comedor.
Un sonido en los pasillos, lo hizo levantar el rostro y se quedó sin aliento al ver a Erick, llegando de la mano de Agustín, quien lo guiaba con amabilidad.
—Buenas noches — sonrió el pelinegro, vestido con un traje ostentoso.
Erick se sentía inquieto, ya que él no usaba esa clase de ropa normalmente, pero el pequeño gato se empeñó en que lo usara, por órdenes de Marisela.
—Buenas noches — respondió el ojiverde, a media voz y se puso de pie inmediatamente, para recibirlo —, ¿gustas… acompañarme? — preguntó, aunque su voz sonó nerviosa.
—Por supuesto — asintió el ojiazul.
Agustín soltó a Erick y este caminó hasta su anfitrión, quien movió la silla para permitir que su invitado se sentara y después volvió a su lugar.
En cuanto ambos comensales estuvieron sentados, Marisela dio la orden y varios niños sirvieron la comida.
—Gracias — sonrió el pelinegro y los niños que lo atendieron se sorprendieron.
Para ellos, era extraño que los trataran con tanta amabilidad, especialmente los “invitados” de su señor, así que sonrieron animados y siguieron atendiéndolo con especial cuidado.
Alejandro lo miraba de soslayo; se sentía inquieto y hasta celoso, de ver que las sonrisas de Erick eran para otros, a pesar de que eran sus trabajadores. Aunado a ello, su nariz percibía la fragancia de su compañero; el olor de su cuerpo y el aroma de su aliento, un perfume que lo estaba trastornando, por lo que evitaba verlo, pero no podía evitar escucharlo.
El ojiazul se daba cuenta de la inquietud de su compañero y eso lo hacía titubear, mostrarse algo temeroso, porque imaginaba que estaba molesto por algo; «no hice nada que lo ofendiera, ¿o sí?» pensó con nervios, mientras usaba los cubiertos para partir un bocado de comida.
La voz grave del rubio se escuchó, rompiendo el silencio — ¿tuviste un buen día?
Erick se sobresaltó y volteó el rostro a ver al otro, sonriendo nerviosamente — por supuesto — asintió —, su castillo es muy agradable — dijo con ensoñación — y los niños son muy amables conmigo.
—Me alegra que disfrutes tu estancia, pero mis siervos no son niños — corrigió el ojiverde, posando su mirada en el plato —, realmente, nadie de los que viven aquí, es lo que parece…
—Sí, me lo comentaron, pero para mí, son niños — sonrió débilmente el pelinegro.
El rubio sonrió de lado, mostrando sus colmillos — si ellos son niños, entonces, ¿yo que soy?
Erick observó a su anfitrión; un cosquilleo se hizo presente en su estómago y respiro profundamente — yo… no lo sé — dijo con debilidad —, no he tenido mucho tiempo de conocerlo — confesó con rapidez —, pero creo que es un caballero muy amable, al permitirme quedarme en su hogar, sin conocerme.
—Tal vez sí te conozco — señaló la Bestia.
—¿Me conoce?
—Eres una persona muy transparente, Erick — prosiguió el otro, bebiendo algo de vino —, creo que cualquiera que hable contigo una sola vez, puede conocerte.
El ojiazul rió — no soy tan transparente como imagina — suspiró —, a veces, ni yo mismo creo conocerme, ya que hay cosas que no sé de mi propia vida.
Una vez más, el silencio reinó; el ojiverde observaba el semblante triste de Erick y le dolía. Él recordaba a ese chico de otra manera y aunque su actitud era igual de dulce y dócil, no sabía si en el fondo, aún quedaba algo de lo que él conocía y se jactaba de ser el único en ello.
Sin pensar, la enorme mano se movió y acarició la mano del pelinegro, que estaba sobre la mesa. Erick sintió la caricia, pero no la rechazó, al contrario, le agradaba esa calidez, así que movió la mano, girándola, para que su palma acariciara la del otro.
Ambos observaron sus manos unidas y luego levantaron el rostro, observándose fijamente a los ojos. Los orbes azules parecían anhelantes, aunque ni el mismo Erick sabía por qué se sentía de esa manera; las esmeraldas por su parte, mostraban ansia y deseo, algo que le estaba costando contener.
—¿Señor?
La voz de Marisela se escuchó, interrumpiendo el momento y los comensales se soltaron de la mano de inmediato.
—¿Sí? — preguntó la Bestia entre dientes.
—Lamento interrumpir — comentó la castaña —, pero Julián y Miguel han vuelto con su encargo — anunció débilmente —, y ya prepararon todo, ¿irá o cambió de opinión?
La Bestia miró de soslayo a Erick, quien siguió comiendo, para no prestar atención en la plática, ya que no quería ser descortés al enterarse de cosas que no le correspondían. El rubio titubeó, estuvo a punto de decirle a Marisela que lo olvidara, que haría otra cosa, pero al ver la tranquilidad reflejada en el rostro de Erick, no quiso romper con su comodidad por culpa de un impulso.
—Voy en un momento.
Marisela suspiró un tanto decepcionada, pero no podía negarse ante la orden — sí, señor…
La gata dio media vuelta y se transformó en animal, corriendo a la salida del comedor.
La Bestia lanzó la servilleta a la mesa y se puso de pie — me retiro — dijo fríamente —, disfruta la cena.
Erick quiso detenerlo, pero no pudo — gracias — musitó tristemente y se quedó en su lugar, mientras el otro salía con paso rápido.
Un dolor en el pecho, consiguió que el pelinegro se quejara débilmente y con ello, Agustín se acercó de inmediato.
—¿Se encuentra bien, señor Erick? — preguntó con rapidez, al darse cuenta que el otro tenía un gesto de dolor.
—Sí — mintió —, solo que… ya no tengo apetito — negó —, creo que mejor voy a mi habitación.
Agustín asintió y le ayudó a incorporarse, después lo guió hacia su recamara, mientras otros niños limpiaban el comedor.
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Nota: Falta dibujo aqui, porque no me alcanzo el tiempo para hacerlo, espero subirlo en los proximos días.
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