Capítulo V
Erick salió de su habitación después de asearse; tuvo dificultades, porque Agustín y los otros, le dieron una ropa que no era suya para ponerse y se sentía incómodo con la misma, ya que era muy ostentosa.
El palacio de día, se miraba completamente diferente a la noche, especialmente porque había luz, así que observó todo mientras era guiado por Agustín, quien no lo soltaba de la mano. El lugar era adornado con esculturas y grabados en cada rincón; había pinturas, estatuas, armaduras y un sinfín de ornamentos, pero todas parecían seres oscuros a punto de atacarlo, además, el silencio era abrumador.
—Esto es fascinante — dijo el ojiazul, mientras bajaba la gran escalera —, todo parece tan real… — musitó impactado por lo que observaba —, pero se nota un lugar muy solitario.
—Sí, es verdad — dijo el niño.
—¿Desde hace cuánto es así?
—No lo sé, yo tengo poco ayudando aquí — respondió Agustín con rapidez —, pero según Julián, Miguel y Marisela, que llevan más tiempo aquí, dicen que así era desde antes que ellos llegaran.
—Uno de ustedes dijo que están hechizados, ¿cómo es eso? — preguntó curiosos el ojiazul.
—No sé mucho de eso — el gatito se alzó de hombros —, solo sé que cualquiera que sea trabajador directo de nuestro señor, se convierte en… bueno, en esto — se señaló.
—Pues, se ven adorables — Erick rió.
Agustín hizo un gesto confuso, pero no se atrevió a decir nada.
Ambos llegaron al enorme comedor, donde varios niños estaban sirviendo la comida, mientras el rubio estaba sentado en la cabecera de la mesa. Cuando vio a la Bestia, el pelinegro sintió un hormigueo en su cuerpo y un escalofrío recorrerlo; no sabía qué era, pero ese ser, a pesar de su aspecto, le ocasionaba una sensación que no comprendía y desde el momento en que se perdió en sus ojos, solo deseaba lanzarse a sus brazos, a pesar de que no lo conocía.
Al ver a Erick llegar, el ojiverde se puso de pie para recibirlo.
—Bienvenido — dijo con seriedad y caminó hasta la silla que estaba a su derecha, moviéndola para que se sentara —, ¿gustas acompañarme? — preguntó cortés.
—Gra… gracias — sonrió el pelinegro y tomo el lugar que el otro amablemente le ofreció.
Cuando el rubio tomó asiento, los niños que estaban ahí, empezaron a servir el alimento, todo ante el silencio de los dos comensales.
—Puedo saber, ¿qué te trae por estas tierras? — preguntó el ojiverde con seriedad.
Erick estaba bebiendo un poco de agua, así que dejó la copa de lado — viajaba a mi ciudad natal — respondió —, debo visitar a mi familia y ca… — un nudo en su garganta no le permitió hablar, algo le impedía decirlo —, cas… — bebió un poco más de agua y respiró profundamente, obligándose a hablar — casarme — terminó en un murmullo.
La Bestia apretó los puños y rechinó los dientes.
—Pero… no sé cómo fue que me perdí — prosiguió el ojiazul, mirando el plato de comida —, me salí del sendero que debía seguir, terminando en el bosque, en un camino que no conocía y finalmente en su castillo.
El rubio respiró profundamente y sonrió de lado — quizá fue el destino — dijo con sarcasmo —, el destino quiso que llegaras a mi castillo, ¿no lo crees?
—Quizá — Erick suspiró —, de todas maneras, agradezco la hospitalidad, pero debo partir después del desayuno, realmente no sé qué tanto me desvié y debo volver mis pasos, para retomar el sendero correcto…
Una risa grave escapó de la boca del otro — no creo que eso sea posible.
—¿Qué? ¿Por qué? — preguntó el pelinegro con susto.
—No puedes salir de este castillo, con tanta facilidad como entraste.
Los ojos azules se abrieron con sorpresa — ¿De qué…? ¿De qué habla?
El otro no respondió; dio un sorbo a su bebida, se puso de pie y caminó hasta la silla de Erick — ven — le ofreció la mano —, voy a mostrarte.
Erick titubeó, observó esa enorme garra que se ofrecía para que lo sujetara y sintió nervios, pero no objetó; posó su delicada mano, que parecía de un muñequito, al lado del tamaño descomunal del otro y un suspiro escapó de sus labios. Levantó el rostro y sus ojos azules chocaron con las esmeraldas del otro.
—Sígueme…
La voz profunda y suave, consiguió que Erick asintiera embelesado.
La enorme Bestia ayudó al pelinegro a incorporarse y lo llevó al gigantesco ventanal que estaba cerca.
—Ha nevado toda la noche — señalo el rubio — y no ha parado — su voz sonaba divertida, pero el rostro de Erick mostró asombro —, es imposible que reinicies tu viaje, al menos, por ahora.
—No puede ser — musitó el pelinegro —, debo llegar a casa de mi padre, en la capital del reino Dasur, antes de que sea el equinoccio de primavera, ¡en seis días! — levantó el rostro, buscando la mirada verde —, si me retraso, es posible que no alcance a llegar a la boda que él preparó.
La Bestia entrecerró los ojos — ¿tanto deseas casarte con tu prometida? ¿La amas?
Erick volvió la mirada al exterior — ni siquiera la conozco — confesó —, si voy a casarme, es porque mi padre así lo dispuso, pero no es algo que realmente quiera, solo… no deseo causarle problemas — su rostro mostró algo de aflicción, ya que pensar en molestar a su padre, le ocasionaba entristecerse.
El ojiverde observó el rostro de su invitado y tuvo el deseo de abrazarlo, ya que su gesto desolado le ocasionaba inquietud; no quería verlo así, quería que sonriera, ya que eso le gustaba, pero también sabía que no podía acercarse como anhelaba.
La Bestia carraspeó — realmente no estamos lejos de la capital del reino Dasur, solo es un día y medio de camino a lo mucho — aseguró —, además es posible que la nieve pare pronto y con suerte, se derretirá rápido, mientras tanto, puedes quedarte aquí si lo deseas — ofreció con seriedad.
—No quiero causar problemas.
—No los causarás, además… — el rubio se inclinó y lo sujetó de la mano — me gustaría un poco de compañía estos días, después, prometo que pondré a tu disposición lo que esté a mi alcance, para que llegues al hogar de tu familia, antes del equinoccio.
Erick no pudo negarse; la mirada verde lo cautivó completamente, casi como si un hechizo lo envolviera.
—Está bien, un par de días no me harán daño — sonrió.
~ • ~ • ~ • ~ • ~
Después del desayuno, la Bestia guió a Erick por una parte del castillo.
—Puedes recorrer el castillo y si deseas, salir a los jardines — dijo con voz fría —, pero jamás vayas al ala oeste, ¿de acuerdo?
—El ala oeste — el pelinegro miró la enorme escalinata, que en el descanso medio, se bifurcaba y seguía hacia dos secciones diferentes del castillo, con lo que recordó que él se estaba quedando en el ala este de ese lugar.
—Ahí hay muchas cosas importantes y entre ellas mis aposentos — señaló el ojiverde con molestia —, prefiero que no vayas allá jamás — señaló — y en caso de que escuches ruidos, es mejor que los ignores, ¿entendido?
Erick se sentía inquieto por esas palabras, pero no podía contravenir las órdenes de la persona que lo estaba hospedando en su hogar, de manera tan amable — entendido — respondió de inmediato.
—Puedes hacer lo que desees durante el día, mis trabajadores te proveerán de lo que necesites — prosiguió el rubio —, pero después de la cena, es mejor que te encierres en tu habitación y no salgas, a menos que Agustín o los demás te lo permitan — señaló.
—¿Por qué? — preguntó el ojiazul, sin poder contenerse.
El otro respiró profundamente — en las noches, el castillo no es del todo seguro, especialmente a media noche y no quisiera que salieras herido por un descuido.
—Está… está bien — asintió Erick.
No comprendía del todo las palabras de la Bestia, pero como imaginaba que no se quedaría mucho tiempo, prefirió acallar su curiosidad.
—Siendo así, puedes disponer de todo, como si estuvieras en tu casa — repitió con voz más amable —, Agustín se quedará como tu asistente personal y cualquier cosa que necesites, él se encargará de que lo obtengas.
Una risita asaltó al pelinegro — muchas gracias, señor Bestia — dijo con ilusión.
El rubio se sobresaltó; desvió la mirada y carraspeó — yo… tengo cosas que hacer — anunció de inmediato —, nos veremos en la comida… — dio media vuelta — Julián, Miguel, Marisela, vamos, tengo trabajo para ustedes.
Después de eso, el ojiverde se alejó corriendo en cuatro patas, como si fuera un animal, los tres niños hicieron un ademán como despedida para el invitado, se convirtieron en animales y siguieron al otro.
Cuando desaparecieron en el fondo de un pasillo, Erick bajó la mirada y miró a Agustín.
—¿Qué podemos hacer, Agus? — preguntó con media sonrisa.
—Lo que usted quiera, señor — sonrió el niño gato, mostrando uno de sus colmillitos.
—Entonces, antes que cualquier cosa, vamos a ver a Phillipe y después, me muestras el castillo, ¿sí?
—¡Claro!
Erick y Agustín salieron por la sección de la cocina, ya que la puerta exterior de esa parte, quedaba mucho más cerca de la zona de animales; fueron a los establos, sin caminar por dónde había mucha nieve y de esa manera, evitarían enfermar por el frío y la humedad.
Phillipe se encontraba bien cuidado y alimentado, algo que el ojiazul pudo constatar en persona; el animal parecía feliz y lo recibió algo emocionado.
Después de checar a Phillipe, el pelinegro revisó sus lienzos; debido al mal tiempo, era posible que se arruinaran, aun y que se encontraban protegidos, así que Agustín propuso llevarlos al interior del castillo; con un silbido, varios gatitos y perritos llegaron, transformándose en niños al estar frente a Erick. Agustín dio indicaciones y con mucho cuidado, llevaron todas las pinturas al interior del castillo; algunas eran tan grandes, que las llevaban entre cuatro niños, Erick llevó algunas él mismo, divirtiéndose al ver como los niños parecían tener dificultades para maniobrar y la risa del ojiazul hacía eco en todos los pasillos.
Desde su habitación, la Bestia escuchaba el sonido de la risa del pelinegro y se encontraba inquieto; su ansiedad se debía precisamente a la presencia de Erick, pero aunque sabía la manera de calmar esa ansia, no quería lastimarlo, por lo que se había decidido a no tocarlo, aunque le parecía una tortura.
Sin dudar, decidió dar órdenes.
—Julián, Miguel…
Ante el nombre, los dos niños se irguieron. El ojiverde sabía de las restricciones de la maldición, pues mientras estaban en el castillo podían ser niños algo independientes y si salían sin su consentimiento, eran pequeños animales que incluso podrían ser indefensos; aunque cuando él les ordenaba que salieran para cumplir una orden en específico en los alrededores, se convertían en hombres adultos, aunque mantenían las colas y orejas, que ocultaban muy bien, por eso, podían conseguir todo lo que él necesitaba, sin problemas.
—Vayan al pueblo — gruñó el rubio —, traigan un juguete para el atardecer, necesito entretenerme.
No necesitaban más indicaciones, porque ellos ya conocían los gustos de su señor; ambos asintieron y salieron de inmediato.
Marisela titubeó, pero al final, se obligó a hablar — ¿está seguro, señor? — preguntó con algo de precaución.
—Sí — respondió escuetamente el otro.
—Pero… si el señor Salazar es a quien usted esperaba, ¿por qué no…?
—¡No puedo! — gruñó — ¡mírame! — se señaló con desespero — en esta forma podría lastimarlo más de lo que él podría soportar — apretó los puños —, necesito volver a la normalidad para acercarme de otra manera y antes que nada, necesito que él me recuerde — observó la rosa con tristeza —, de lo contrario, será imposible que vuelva a amarme — pasó la mano por su melena —, especialmente ahora, que queda tan poco tiempo…
La Bestia apretó el puño y golpeó una mesa, rompiendo la madera con facilidad; Marisela se sobresaltó, tenía mucho que no miraba a su señor tan desesperado.
—Déjame solo, tengo cosas qué hacer.
—Sí, señor…
Marisela salió del despacho; al cerrar la puerta, acomodó sus gafas y suspiró; se sentía frustrada, pero de inmediato, pensó que debía poner manos a la obra. Sabía que Julián y Miguel no siempre seguían sus indicaciones, pero todos los demás sí, por lo que ella debía encontrar la manera de acercar a su señor con Erick Salazar.
~ • ~ • ~ • ~ • ~
Comment Form is loading comments...