Capítulo IV
Marisela, Julián y Miguel, recorrieron el castillo con su forma animal y llegaron a la zona más alejada, justo a donde casi nadie tenía permiso de entrar; los tres se escabulleron entre los grandes y oscuros pasillos y finalmente llegaron al enorme recinto, que parecía otra casa dentro del mismo castillo. Los tres tomaron su forma de niños y caminaron con paso seguro.
Se acercaron a la zona con enormes ventanales, por donde se podía apreciar las luces de la aurora boreal y ahí, sentado en un gran trono, estaba el señor del castillo, resguardado bajo el manto de la oscuridad, pues no había luces encendidas; a su lado, una hermosa rosa blanca como la nieve, flotaba dentro de un contenedor de cristal y brillaba tenuemente, parecía como si un halo fantasmal la envolviera.
—¿Por qué tanto movimiento? — la voz ronca hizo eco en el recinto.
Los tres se inclinaron y Marisela carraspeó — señor, tenemos visita — anunció con voz solemne.
Un gruñido se escuchó — ¿otra vez una de esas señoritas de sociedad, que mi padre quiere que despose y la obligaron a aceptar el compromiso por la fuerza?
—No es una señorita — negó Julián.
—Es un varón — secundó Miguel, consiguiendo llamar la atención de su señor.
—¿Un varón? — preguntó el otro con poco interés.
—Sí, es un joven que llegó por casualidad — añadió Marisela —, parece que pensó que este lugar estaba deshabitado.
—¿Dónde está?
—Lo llevaron a una habitación — respondió Julián.
El señor del castillo se puso de pie y algunas luces se encendieron, delineando la imponente figura con rasgos Bestiales. Su cuerpo era grande y tosco, con un torso sumamente desarrollado, los brazos largos, sus manos tenían uñas afiladas que con un movimiento, las hizo crecer más, ya que eran retractiles; sus piernas eran anguladas y terminaban en patas con garras no retractiles, que arañaban el piso mientras caminaba. Su cabeza tenía una abundante melena rubia a los lados, tenía orejas redondeadas y móviles, pero era coronado por un par de enormes cuernos; su rostro tenía un hocico corto y ancho, con un par de enormes colmillos superiores y prominentes que se mostraban aún más, debido a su gesto molesto, a la par que sus ojos verdes destellaban con furia; tras él, su cola larga, terminada en una borla, se movía con lentitud.
—Puedo saber, ¡¿por orden de quién hicieron eso?! — preguntó mirando a sus trabajadores, con algo de ira.
—Mía — Marisela mantenía la mirada en el piso —, es un chico de cabello negro — dijo con voz rápida.
—Como muchos otros — dijo con desdén su señor — y aun así, no lo trajeron ante mí, como siempre…
—Mi señor — la castaña levantó el rostro —, ¡tiene ojos azules! — añadió con un dejo de emoción.
—Ojos azules… — musitó la Bestia, pero de inmediato negó — ¿y eso qué? — preguntó con desagrado — decenas han llegado con esas características y no es a quien quiero — resopló —, además, ya es tarde para que cambie mi destino — anunció, mirando de reojo la flor — y especialmente ahora, no tengo ganas de jugar con nadie, ¡échenlo! — ordenó y dio media vuelta.
—Sabía que era una mala idea — murmuró Julián.
—Habrá que decirle al joven Salazar que se vaya — Miguel miró de reojo a Marisela.
—¡¿Salazar?! — el ojiverde volteó a verlo de inmediato — ¡¿Dijiste Salazar?!
—Erick Salazar — respondió la de lentes —, dijo que ese era su nombre…
Ante el nombre, la Bestia sintió que su corazón daba un vuelco y sus ojo se posaron en la rosa blanca con anhelo, antes de voltear a ver a sus trabajadores de nuevo — ¡¿dónde está?! — preguntó con ansiedad, llamando la atención de sus subordinados.
~ • ~ • ~ • ~ • ~
Erick estaba sentado en la enorme cama, mientras los niños que lo habían guiado ahí, encendían una chimenea cercana; solo uno, el de cabello negro y orejas de gato, que lo había llevado de la mano, se había quedado a su lado.
—Ah, tu eres Agustín, ¿cierto? — preguntó el ojiazul.
—¡Sí, señor! — respondió él con voz seria y haciendo una especie de saludo militar.
Erick rió, le daba ternura ver a ese niño — bien, Agus, no es necesario que hagan nada.
—Oh, pero Marisela dijo que lo dejara instalado y me encargara de usted, ¡en persona! — dijo con emoción —, no puedo dejarlo solo — señaló con toda seriedad.
—Está bien, solo voy a dormir.
—Pero tiene que cenar — objeto él — y asearse, no puede dormir con esa ropa tan incómoda — sonrió —, además, ya están calentando el agua para que se bañe.
—Pero no traigo ropa para dormir — Erick observó su vestimenta —, decidí viajar ligero, así que solo me quitaré la parte de arriba y ya.
—Aquí hay ropa…
Agustín corrió hacia el armario y lo abrió, acercó un banquillo y se subió en él, tratando de alcanzar la ropa que estaba colgada; sin poder conseguir su cometido, llamó a otros dos niños, que le intentaron ayudar colocando otro banco encima, cuando subió, lo sostuvieron para que no cayera.
Erick sonrió y se acercó a ellos — yo les ayudo… — anunció sujetando a Agustín por debajo de los brazos y lo bajó de los banquillos, ya que el niño podía caer, después, empezó a buscar entre la ropa — esto es ropa de chica — señaló con seriedad las prendas delicadas y vaporosas.
—Es que son chicas las que vienen de visita normalmente — respondió el pelinegro, alzándose de brazos.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Porque vienen buscando un compromiso — respondió Marisela, que acababa de entrar en la habitación —, ¿cómo se encuentra?
—Bien, gracias — sonrió el ojiazul —, aunque me siento abrumado por tantas consideraciones…
—Es lo menos que se puede hacer — ella parecía muy feliz —, ¿va a asearse?
—Pues… ya que se tomaron el tiempo de preparar el agua, supongo que debo hacerlo — Erick se alzó de hombros.
—¡Qué bien! Porque el señor del castillo desea que lo acompañe a cenar.
—¿El señor? — Erick la miró confundido — pensé que él se enojaría — dijo con debilidad, ya que se había hecho una idea de que sería una mala persona, por lo que habían dicho los otros, cuando despertó.
—Oh, ¿lo dice por lo que dijeron Julián y Miguel? No les haga caso — ella le restó importancia —, el señor De León no es tan malo…
—¿De León? — el pelinegro frunció el ceño.
—Sí, Alejando de León.
Erick escuchó el nombre y sintió una punzada en la sien que le ocasionó un intenso dolor de cabeza, por lo que llevó las manos a su cabello y se quejó con fuerza; el dolor se intensificó, cayó de rodillas y los niños se asustaron al verlo en ese estado.
—¡Señor! — gritaron todo a la vez y corrieron a sujetarlo, antes de que perdiera el conocimiento completamente y cayera contra el piso.
~ • ~ • ~ • ~ • ~
Erick despertó en una cama desconocida y al incorporarse, movió las mantas, por lo que Agustín, que estaba como un gato completamente, rodó hasta sus pies; se había quedado a dormir al lado suyo, hecho un ovillo, pero con el movimiento, despertó de inmediato, volviendo a ser un niño.
—Buenos días — saludó el ojiazul.
—Buenos días, señor Erick — sonrió el otro y pasó la mano por su oreja.
Erick sonrió de lado — lo siento, anoche… anoche no supe qué ocurrió.
—Te desmayaste.
La voz grave hizo que el pelinegro se sobresaltara, observando a alguien sentado en un enorme sillón, que estaba al lado de la cama.
—¿Te sientes mejor? — preguntó el otro, incorporándose con lentitud.
El ojiazul sintió que un escalofrío recorrió su columna, al ver al ser que estaba frente a él; debido a sus rasgos bestiales, se miraba imponente y un tanto salvaje, pero aun así, alcanzo a notar algo que le pareció atractivo; los ojos verdes del otro le causaron un gran impacto, ya que sentía que podía perderse en ellos. A pesar de que era obvio que era un ser extraño y notoriamente agresivo, no tuvo miedo, por el contrario, solo tenía mucha curiosidad.
—Sí — asintió, sintiendo que sus mejillas ardían, sin poder apartar la mirada de los ojos verdes.
La Bestia se inclinó sobre la cama — ¿sabes quién soy? — preguntó, intentando no sonar ansioso.
Erick pasó saliva con dificultad — ah… supongo que… es el señor de este catillo, ¿me equivoco?
El ojiverde mostró un colmillo — interesante — dijo con sarcasmo —, eres la primera persona que me ve y no se asusta.
—¿Por qué me asustaría? — preguntó el ojiazul.
—¿No es obvio? — el ojiverde entrecerró los ojos — porque soy una Bestia, obviamente, ¿acaso no lo ves?
Erick ladeó el rostro — lo veo, sí — asintió —, pero si me dejara llevar por las apariencias de mi primer vistazo, me sería imposible saber qué hay detrás de las personas o seres que me encuentro — respondió con toda seriedad.
El otro respiró profundamente, se inclinó aún más, acercándose a su invitado y movió la mano, sujetando el delicado mentón del otro; el pelinegro tembló, la mano era enorme, tosca y podía sentir las uñas afiladas contra su piel; pero a pesar de ser una caricia ruda, la sensación no le desagradaba.
—¿Sabes mi nombre? — preguntó la Bestia con algo de ansiedad.
El ojiazul parpadeo confundido — no — intentó negar, pero el agarre del otro se lo impidió —, los niños no me lo dijeron.
«¡No puede recordarlo!»
El rubio rechinó los dientes, era obvio que el otro lo había olvidado, ya que sus trabajadores le habían dicho la reacción del invitado, al decirle su nombre la noche anterior, por lo que tuvo que ir a verificar que estuviera bien, sabiendo qué era lo que lo aquejaba.
—No sé si debo decirte mi nombre — siseó el ojiverde, realmente no sabía si insistir o esperar.
—No lo haga si no lo desea — Erick relamió sus labios, ya que sentía el aliento tibio de ese ser, chocar contra su rostro —, pero, de alguna manera debo llamarlo — musitó.
El ojiverde apretó los parpados, quería decirle quien era, pero se arriesgaba a que sufriera, así que desistió — solo dime, Bestia — dijo con seriedad.
—Eso no es muy cortés — replicó el pelinegro.
El otro sonrió de lado, de manera sarcástica — así es como todos me conocen, qué más da que tú me digas así también.
—Si eso desea…
«Deseo muchas cosas que no puedo decirte…» pensó el rubio con impotencia.
—Yo soy Erick Salazar — la voz se perdió al final, pero su respiración se aceleró y sus mejillas tomaron un tono carmín.
La Bestia disfrutó el gesto que Erick le regalaba, se quedó un momento así, apreciando el sonrojo y finalmente sonrió cansado, alejándose — anoche no cenaste, debes estar hambriento.
—Un… un poco — asintió Erick bajando el rostro y apretando las cobijas entre sus manos, sentía un cosquilleo en la boca de su estómago, se sentía emocionado por el toque del otro y no comprendía el por qué, si lo acababa de conocer.
—Como anoche no cenamos juntos, te esperaré para desayunar — anunció la Bestia, caminando a la salida —, Agus, atiende a nuestro invitado y cuando esté listo, lo guías al comedor.
—¡Sí, señor!
El ojiverde cerró la puerta al salir y se recargó en la misma; todo ante la mirada expectante de Julián, Miguel y Marisela, que lo esperaba en el pasillo.
—No puede recordarme — anunció con tristeza —, aún y que se lo dijeron anoche, mi nombre se perdió en su mente y no puede recordarlo, lo sé bien — se quejó —, aunque se lo repitiera una y otra vez, no sabría quién soy — dijo con un dejo de molestia y luego levantó sus manos, observándolas con ira — y de esta manera, mucho menos podría reconocerme por sí mismo — rechinó los dientes y apretó los puños.
Sentía que la furia empezaba a invadirlo, así que era mejor intentar calmarse, antes de volver a verlo. Se alejó de la puerta y miró con frialdad a sus seguidores.
—Iré a mi habitación, cuando tengan listo el desayuno, avísenme para ir al comedor.
—Sí, señor — asintieron los tres.
~ • ~ • ~ • ~ • ~
Comment Form is loading comments...