Capítulo III
—¿Quién será? — la voz de una niña, se escuchó.
—No lo sé, pero si el señor se da cuenta que está aquí, se enojará… — dijo otro que claramente era un niño.
—Debemos echarlo — mencionó un tercero con un dejo de frialdad, a pesar de que tenía voz infantil —, además, no nos avisaron que llegarían visitas.
—No sería cortés — señalo la chica.
—Es cierto, Marisela, no sería cortés, pero Julián tiene razón, de lo contrario, el señor se enojará — secundó el otro.
—Lo sé, Miguel, pero no es correcto echar al visitante a la intemperie, cuando ya es de noche y está nevando.
Las voces se escuchaban en medio de los sueños del ojiazul, así que se despertó, tallando sus ojos y observando alrededor — ¿hola? — dijo con voz suave — lamento estar aquí, no sabía que había gente — se disculpó, pero no recibió respuesta —, ¿será que estaba soñando?
—Tiene que irse — una voz se escuchó con tono serio, pero cuando el ojiazul puso atención, se dio cuenta que era un niño de cabello castaño oscuro, con orejas de perrito.
El pelinegro parpadeó un par de veces y luego frunció el ceño — ¿estoy soñando? — preguntó con voz baja.
—No, no lo está, joven — añadió una niña de cabello castaño, con lentes, que tenía orejas de gato —, nosotros somos los habitantes del castillo.
—¿Están solos? — preguntó el pelinegro —, ¿dónde están sus papás?
—No somos niños — dijo un tercer menor, de cabello negro, que también tenía orejas de perro —, somos adultos, pero estamos hechizados.
—No des explicaciones — el castaño se cruzó de brazos —, tiene que irse — presionó —, el señor del castillo se enojará si sabe que hay un intruso.
—Sí, eso puede ser un problema — señaló el otro perrito.
—Oh… siendo así, está bien, no se preocupen — asintió el ojiazul —, no quiero ocasionar problemas, puedo acampar en otro lado — intentó ponerse de pie, pero se tambaleó.
—¿Está bien? — preguntó la pequeña gata, que se apresuró a ayudarle a mantenerse de pie.
—Sí — asintió y tiritó —, es solo que hace frío y mis piernas están entumidas…
—Eso es malo… — señaló la de lentes con algo de seriedad.
La castaña escudriñó al pelinegro con la mirada, pero al llegar al rostro, se sorprendió al darse cuenta de los ojos azules del otro.
De inmediato negó — ¡no lo podemos dejar ir!, mejor que descanse en el castillo y mañana que retome su camino.
—¡¿Estás loca, Marisela?! — preguntaron los otros dos.
Ella les dedicó una mirada molesta — si ustedes no me ayudan, le diré a alguien más que lo haga.
La chica se alejó y silbó con fuerza. Erick no supo cómo o de dónde salieron, pero varios perritos y gatitos llegaron corriendo; cuando se acercaron a él, se convirtieron en niños vestidos de negro, algunos con orejas de perro, otros con orejas de gato y formaron cinco filas frente a los otros tres que y estaban ahí.
—¡Atención todos! — dijo Marisela con voz seria y los que llegaron se pusieron firmes —, el joven… ah, — volteó a ver al otro — ¿cuál es su nombre?
—Erick — respondió el de cabello negro —, Erick Salazar.
—El joven Salazar es invitado del castillo — prosiguió la castaña, acomodando sus gafas —, así que hay que ayudarle a llegar a una habitación, preparar su cena y encargarnos del caballo — enumeró con rapidez —, ¡andando! — ordenó.
—¡Sí! — dijeron ellos y se separaron.
Unos se quedaron a atender al caballo, otros corrieron al castillo, unos hacia la cocina, para preparar comida y otros hacia una recámara, a prepararla para el visitante, mientras cinco se quedaron a ayudar a Erick.
—Está bien, puedo solo — sonrió él con nervios, evitando que los niños, como él los miraba, se esforzaran en cargarlo.
—Pero ahorita casi se cae — señaló la castaña.
—Sí, pero no creo que entre todos me puedan, prefiero caminar…
—De acuerdo, al menos permita que uno lo guie y los demás lo sigan.
—Bueno, está bien — accedió él.
—Agustín — la chica señaló a un niño de cabello negro, con orejas de gato —, encárgate del joven Salazar e instálalo en una habitación — señaló el castillo —, déjalo cómodo, ¿entendido?
—Sí — asintió él.
—Los demás, síganlo — ordenó a los otros cuatro — y si ven que el joven no puede caminar, no lo dejen objetar y lo levantan.
Todos asintieron; Agustín sujetó la mano del ojiazul y lo llevó hacia el castillo, mientras los otros cuatro lo seguían de cerca, caminando de manera ordenada en dos filas, todo, ante la mirada de Marisela, Julián y Miguel.
—¿Estás segura de esto? — preguntó el pelinegro.
—Claro — ella asintió.
—El jefe puede enojarse, porque permitiste que un desconocido entrara en sus dominios — el castaño se cruzó de brazos.
—El jefe seguro disfrutará de la visita — dijo ella con diversión.
—Él odia las visitas — señaló Julián con escepticismo.
—Corrección, él odia las visitas que vienen a buscar algo que él no quiere darles — mencionó la de lentes —, pero ésta seguro le agradará.
—¿Por qué estás tan segura? — Miguel frunció el ceño.
—Porque conozco sus gustos…
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Pie de foto: De izquierda a derecha: Miguel, Marisela, Agustín y Julián. (Chibis cabezones XD ajajajaja)
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