Capítulo II
Teniendo 32 años, a finales de invierno, el ojiazul decidió ir a su país de origen; debía ir a la ciudad imperial a entregar unos cuadros que tenía mucho tiempo haciendo y también a visitar a su familia.
Le encargó la granja a la señora que lo ayudaba y le dijo que volvería a mediados o finales de primavera, porque su estancia en casa de sus padres podría ser algo larga y además, no sabía si se encontraría contratiempos en el camino; más no le dijo que si realizaba ese viaje, era porque volvería casado, ya que sus padres durante años insistieron en que contrajera nupcias y en la última carta que recibió, su padre le dijo que le habían buscado una prometida, para que se casara al iniciar la primavera.
Así, el pelinegro decidió viajar solo, con un solo caballo tirando de una pequeña carreta que llevara solo lo necesario; acomodó sus cuadros con cuidado y una mañana, al quinto día de marzo, inició el camino hacia el país vecino, donde residían sus familiares. Confiaba en que debido a que estaba por iniciar la primavera, no habría tormentas de nieve, pues viajaría al sur y seguramente sería un trayecto tranquilo y rápido, llegando al menos un par de día antes del equinoccio.
Durante las noches, acampó en pequeños claros que encontraba a los lados del camino, pero al caer la tarde del noveno día de viaje, se encontraba en medio del bosque y se dio cuenta que se había perdido, pues a esas alturas, ya debía haber pasado no solo el segundo pueblo por el que debía pasar durante su recorrido, sino que incluso, debía haber llegado al tercer pueblo.
—Debí hacerle caso a la señora Josefina y traer un guía — musitó cansado —, hace casi quince años que hice este recorrido por primera y única vez, obvio me iba a perder — entornó los ojos —, de acuerdo Phillipe, nuestra prioridad es encontrar un lugar dónde acampar, para que descanses — dijo para su caballo y le dio palmaditas en el cuello.
Al avanzar un poco más, se encontró con una división del camino, así que encendió un pequeño mechero que llevaba a la mano y se bajó a ver lo que decían las flechas que estaban en un tronco.
—Castillo De… Da… Del… no se distinguen las letras — frunció el ceño —, no sabía que había un castillo en estas tierras, ¿qué tanto me habré desviado del camino? — suspiró — bien, iremos hacia el castillo, si hay gente, podemos pedir alojamiento una noche, aunque tenga que pagar por una habitación y si no, podemos acampar a las afueras también y que mañana nos den indicaciones.
El ojiazul de nuevo subió al caballo y lo guió por el sendero que empezaba a verse oscuro y lúgubre; Phillipe, su caballo, empezó a ponerse nervioso al escuchar el sonido de lobos aullando y algunos gruñidos entre los árboles, aun así, debido a la voz de su dueño y las palmadas que le daba en el cuello para tranquilizarlo, siguió su camino.
Después de un largo rato de andar y cuando el sol ya se había ocultado completamente, el joven de ojos azules y su corcel, llegaron a las rejas que delimitaban el terreno de un gran castillo, que se alzaba imponente en esa montaña; se miraba viejo y descuidado, especialmente los jardines, dónde los árboles y maleza tenían un aspecto aterrador.
—El lugar parece vacío — musitó el pelinegro y bajó de la carroza, acercándose a la puerta metálica.
Al estar ahí, se dio cuenta que no estaba cerrada, por lo que abrió sin mucho problema.
—Pasaremos la noche aquí, al menos nos resguardaremos de los animales salvajes, tras las murallas.
Guio a Phillipe hacia el interior y cerró la reja, colocándole un trozo de madera que encontró, para poder atascarla y que no se pudiera abrir desde el exterior.
Soltó a Phillipe de los amarres que sujetaban la carreta y le puso una manta encima, mientras él juntaba ramas y troncos para hacer una fogata; finalmente, vertió un poco de aceite del mechero sobre ellas y avivó el fuego, sentándose al lado de su caballo que se había echado ahí mismo.
—Hace frío — dijo al notar que la temperatura descendía, mientras avanzaba el tiempo.
Empezaba a dormitar, cuando sintió humedad en su mejilla; abrió los ojos y se dio cuenta que algunos copos de nieve empezaban a caer.
—Es raro que empiece a nevar, aunque aún es invierno, se supone que estoy al sur, donde no nieva como en mi hogar — musitó —, en fin, no podemos quedarnos a la intemperie, Phillipe, la temperatura puede descender y el fuego se apagará con la nieve, vamos — se puso de pie —, tendremos que invadir propiedad privada — sonrió divertido.
Con rapidez, llevó a Phillipe hasta lo que parecían las caballerizas y establos, dónde también acomodó la carroza; cubrió sus cuadros con una manta gruesa y luego, él se recostó sobre lo que parecía ser algo de heno.
—Aquí es un poco más calientito — suspiró y lentamente se quedó dormido.
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