Capítulo I
Había una vez, en un reino muy lejano, un joven que vivía solo en una granja, algo alejado del pueblo más cercano. Todos los días, iba una mujer a ayudarle con los trabajos del hogar y ella era casi la única conexión que tenía con el mundo exterior, ya que aparte de ir al pequeño pueblo por suministros de pinturas y libros, o recorrer los alrededores de su granja para jugar con sus mascotas, él no salía de su hogar.
Su padre había sido alto consejero del rey de otro país, que al retirarse le dieron una cuantiosa suma de dinero y lo convirtieron en Duque, otorgándole a su vez un vasta tierra para dirigir en los límites del reino. El hombre repartió el capital entre sus tres hijos, quienes tomaron distintos caminos para hacer su vida y el más pequeño, a la edad de diecisiete años inició una vida pacífica y sin problemas, lejos de su hogar, de su patria y del título que podía heredar, ya que sus hermanos se habían enlistado en la milicia y el primogénito, seguramente se quedaría con el título de su padre.
Después de los primeros tres años de vivir en un pequeño poblado en un país vecino del norte, los habitantes de la pequeña comunidad contaban historias lúgubres y fantasiosas sobre él, porque debido a que era bien parecido y tenía intensos ojos azules, muchas mujeres querían acercársele; los hombres del pueblo, temían que se quedara con las mejores y por eso trataban de sabotear sus oportunidades, especialmente, porque estaba en edad casadera.
Aun así, los años pasaban y el joven de cabello negro y ojos azules como el océano, no contraía matrimonio, pese a que ocasionalmente acudía a las fiestas del pueblo, se retiraba casi de inmediato, para no tener que interactuar demasiado. Muchas jóvenes se rendían y contraían nupcias con otros hombres, pero otras tantas seguían asediándolo, a pesar de que él las rechazaba de manera cortés. Por alguna razón, que ni él mismo podía explicar, no se sentía atraído a ninguna de ellas.
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