Capítulo XXIV
Poco antes de las ocho de la mañana, la enfermera del turno nocturno se despidió de su compañera, que llegaba a relevarla.
—Todo está bien, el único paciente que hay en este piso está estable, seguramente hoy lo darán dar de alta, a menos que haya otra indicación —sonrió la chica con amabilidad.
—Faltan casi veinte minutos para el cambio de suero —mencionó la recién llegada, al revisar las notas.
—¡Oh, sí! Mejor lo cambio antes de irme…
—No, está bien, Fanny, yo lo hago, así te vas a descansar, debió ser una noche larga, especialmente porque doblaste turno ayer.
—¡Gracias! La verdad debo ir primero a la casa de mi suegra por mi bebé… Pedro dijo que lo dejaría allá antes de ir a su empleo.
—Entonces ¡no te retrases más! Déjame el trabajo a mí y tú ve por el pequeño Pedrito, que seguramente ¡pasó mala noche sin su mami!
—¡Espero que no! Nos vemos, Vero…
Las amigas se despidieron de beso en la mejilla y la enfermera del turno nocturno se retiró con paso rápido, mientras la otra se encargaba de preparar el suero medicado para el paciente.
«El director dijo que tuviéramos mucho cuidado con este paciente porque era muy importante, ¿Quién será?» pensó con curiosidad, ya que el nombre no estaba en los archivos, pues según la junta directiva, era por seguridad, no solo para el mismo paciente, sino para el hospital.
La joven acomodó las cosas en el pequeño carro de cura y se dirigió a la habitación. No estaba muy enterada de lo que ocurría, ya que ella no era enfermera de planta y solo cubría cuando algunas otras estaban de vacaciones.
Iba tan absorta en sus pensamientos, que se sobresaltó al ver un par de hombres que salieron detrás de unas columnas y le cortaron el paso. La mirada de los sujetos la puso nerviosa.
—Ah… Voy a cambiar el suero del paciente… —anunció con voz trémula.
Uno de los hombres se acercó al carrito y se puso de cuclillas, revisando la parte de abajo, incluso, metiendo la mano bajo la parrilla cercana a las llantas; al mismo tiempo, el otro revisaba el suero, abriendo un poco para que saliera líquido y oliéndolo. Cuando ambos confirmaron que todo estaba correcto, se movieron a un lado. La enfermera, claramente pudo ver que esos sujetos portaban armas, por lo que su nerviosismo fue más que evidente y por el deseo de apartarse, no dudó en ir de inmediato a la puerta y entrar.
El sonido de la puerta se escuchó y el rubio de inmediato sacó un arma que tenía escondida bajo la almohada donde estaba durmiendo, apuntando hacia el acceso.
—¡No dispare! —el grito de la chica fue casi un chillido, mientras se abrazaba a sí misma y se pegaba a la pared.
Erick se removió en la cama, despertando un tanto aletargado y confundido— ¿qué pasa? —preguntó con voz débil
—¿Quién eres y qué quieres? —preguntó con frialdad el ojiverde, para la mujer que acababa de llegar.
—Soy… Verónica Sosa, soy la enfermera en turno —explicó—. ¡Vine a cambiar el suero! —señaló sujetando de inmediato la bolsa llena de líquido transparente que estaba en el carrito.
Aun así, el rubio no bajó el arma hasta que vio a sus trabajadores tras la chica.
—¿Alex? —el ojiazul movió el rostro para verlo a los ojos, ya que antes se encontraba descansando contra el hombro de su pareja.
Alejandro dejó el arma en la mesita de al lado— no te preocupes, Conejo —sonrió y besó la frente del otro—. Fue una reacción automática.
Erick bostezó y sonrió tenuemente. Alejandro se apartó del lado del pelinegro y se puso de pie, ya que había dormido con él la mayor parte de la noche, porque Erick quería tenerlo cerca.
—¿Por qué no tocó? —preguntó con molestia.
—Lo siento… —la joven estaba más pálida que una hoja de papel—. Yo… solo… —sus ojos se pusieron acuosos y su labio inferior tembló.
Alejandro se dio cuenta del terror en ella; era mejor no presionarla más.
—Haga su trabajo y para la otra, recuerde tocar.
La joven asintió y caminó con rapidez a la cama. Erick la observaba y se dio cuenta que estaba temblando; era bueno que solo fuera a cambiar el suero, porque si hubiese tenido que canalizarlo, por su estado sería imposible.
—Buenos días —dijo con amabilidad el ojiazul y la chica lo miró con sorpresa.
—Buenos… días —respondió débilmente.
Alejandro escudriñaba a la enfermera con la mirada; estuvo a punto de jalar el gatillo, de no haber sido porque alcanzó a ver a sus trabajadores. Ya sabía que todos los médicos y enfermeras tocaban antes de entrar, así que si alguien no lo hacía, podría significar que había problemas y no iba a arriesgar a Erick a pasar por otro mal momento.
La chica terminó su trabajo y de inmediato caminó a la salida; era obvio que solo quería irse de ahí.
Cuando se quedaron solos de nuevo, Erick movió las mantas para cubrir sus manos, debido al frío.
—Pobrecita, la asustaste —dijo con pena.
—Bueno, así aprenderá a tocar antes de entrar.
—No sabía que tenías un arma aquí —el ojiazul levantó una ceja—, ¿algo que me quieras decir?
El rubio sonrió— es solo precaución —se alzó de hombros—. Mi padre me la dejó ayer, en caso de que la necesitara —mintió, ya que siempre tenía una a la mano, cuando se quedaba a solas—. ¿Tienes hambre? —preguntó sentándose en la orilla de la cama—. Puedo pedir desayuno, aunque mi madre quería venir temprano a desayunar contigo.
—Puedo esperarlo, no te preocupes —Erick bostezó—. ¿Dormiste muy incómodo?
—¿Cómo podría dormir incómodo contigo? —el rubio sujetó con delicadeza la mano de Erick y le besó el dorso, por encima del suero.
El ojiazul movió su otra mano y acarició la mejilla de su pareja— eso es lo que yo debería decir.
Alejandro ahondó la caricia y luego se puso de pie— después de desayunar, posiblemente te den de alta.
—¡¿Darme de alta?! —Erick se sobresaltó.
—Sí, ¿no quieres salir de aquí?
Erick se mordió el labio— admito que no me gustan mucho los hospitales —suspiró—, pero si me dan de alta, significa que debo ir a casa de mi padre —bajó el rostro— y no… no me siento…
Alejandro volvió a sentarse al lado de su pareja— te prometo que no va a pasar nada —sonrió con suficiencia—, dejaré a mis trabajadores al pendiente de ti y tu familia, para que te sientas completamente seguro.
—No es por eso —Erick apretó ligeramente la mano de Alejandro—. En casa de mi padre, me sentiré… Incómodo —hizo un mohín—. Posiblemente mi madre no permita que Agus me visite por mucho tiempo, ya no decir de Nana Reina —arrugó la nariz—. Además, Estela y las demás, no me darán mi espacio y me obligarán a seguir la rutina de ellos.
El ojiverde movió la mano y sujetó con delicadeza el mentón de su pareja— tan mal te tratan en ese lugar.
—Tal vez no me traten mal —negó—, pero no puedo ser yo mismo —levantó la mirada—. No dejarán que me distraiga a mi manera, porque mis pasatiempos son tonterías para ellos… —intentó sonreír pero no pudo—. La casa Salazar es como una jaula —sentenció—, con lujos y comodidades, pero jaula al fin…
“…mi hijo gusta perder el tiempo, jugando a ser pintor, en casa había muchas de sus pinturas, pero las mandé al desván cuando él se mudó…”
Esas habían sido las palabras del padre de Erick y seguramente su pareja no se sentía bien al estar en ese lugar; por eso cuando pasó lo de la fiesta, quería quedarse con él y en ese momento, no deseaba regresar a la casa de su padre, misma a la que ni por atisbo parecía querer llamar ‘hogar’.
—Erick —Alejandro se movió y abrazó al otro—, quisiera poder darte un lugar para que estés cómodo, pero te lo dije hace días —besó la melena negra—, no tengo propiedades en esta ciudad todavía y llevarte a casa de Fabián, no me parece correcto.
—Lo sé…
—Además, hasta que nos casemos, tu padre no me permitirá tomar decisiones sobre tu completa seguridad —dijo con un tinte de molestia.
Era obvio que Alonso Salazar, no quería darle a Alejandro, el control de la vida de Erick cómo Omega, ya que no le convenía y lo retrasaría lo más posible, en busca de alguna manera para no perderlo del todo, aun y cuando hubiese un matrimonio de por medio.
—Estoy consciente de ello —asintió el ojiazul—, pero al menos aquí, mi padre no tiene potestad —sonrió de lado—, ni siquiera me vino a ver, por lo que me siento más tranquilo…
—Quieres decir que… ¿prefieres quedarte aquí en vez de ir a tu casa?
Erick asintió, pero no dijo una sola palabra.
El rubio levantó una ceja— puedo pedir que te dejen internado hasta mañana, pero no sé si podamos justificar más tiempo después.
—Un día más, es mejor que nada —el pelinegro sonrió más animado.
—De acuerdo, hablaré con los médicos.
—Y… tengo algo más que pedirte…
—¿El Conejo quiere pedir cosas? —Alejandro ladeó el rostro—. Creo que podemos llegar a un acuerdo si me dices que obtendré yo, a cambio de complacerte.
Erick se movió, acercando el rostro al de su pareja— puedo darte lo que quieras de mi —dijo con suavidad y le ofreció los labios.
—Esto será malo para mis negocios —el rubio sacó la lengua y lamió los labios de Erick con deseo—, con esa oferta tan tentadora, jamás me negaría a cualquier cosa que me pidieras…
Los labios de ambos se unieron con lentitud, pero antes de que el rubio ahondara la caricia, unos golpeteos en la puerta se escucharon, por lo que se apartaron con rapidez.
—¡Buenos días! —Ale entró con rapidez, seguido de su esposo y otros de sus trabajadores—. ¿Cómo amaneciste, cariño?
—Bien, mamá Ale —sonrió el ojiazul.
—¡Aw! —el castaño puso la mano en su pecho—. Cada que me dices así, se me derrite el corazón…
—Llegan temprano —señaló Alejandro poniéndose de pie, para saludar a su madre.
—Tu madre estaba ansioso de venir a ver a Erick —señaló Diego—. Tienes mejor semblante hoy —dijo para el ojiazul, quien le correspondió con una leve sonrisa.
—Tenía que traerle desayuno a mi yerno favorito.
—Es tu único yerno, madre…
—¡Y más vale que siga siendo así! —señaló a su hijo—. Ahora, te traje cosas más sustanciosas que el insípido atole o avena que dan en los hospitales.
El castaño movió la mesa hasta Erick y de inmediato, un hombre vestido de negro se acercó, con una enorme bolsa, de la cual, Ale empezó a sacar recipientes.
—Esto es cereal, traje la leche aparte, pero está tibia —dejó de lado un termo cerrado herméticamente—. De plato fuerte hay huevos… Diego dijo que fueran huevos escalfados, pero a mí no me gusta la yema, así que traje también huevos revueltos con jamón, por si te pasa lo mismo.
—Realmente, tampoco me gusta comer mucho la yema —negó el pelinegro con vergüenza.
—¡Te lo dije! —Ale señaló a su esposo—. Conozco mejor a Erick que tú.
El de barba entornó los ojos, pero no dijo nada.
—De postre, hay fruta, pan tostado y mermelada, además de jugo de naranja.
—¡Vaya! No sé si pueda comerlo todo —Erick observó los recipientes—. Normalmente no como mucho.
—Necesitas recuperar fuerzas, querido —Ale seguía sacando recipientes—. Yo te acompañaré a desayunar y me quedaré contigo, el tiempo que sea necesario.
—Gracias… —Erick sonrió divertido, había escuchado el día anterior que su suegro había dictaminado que se quedaría a cuidarlo, para que su pareja fuera a descansar, así que no podía objetar.
Alejandro caminó a un sillón y recogió su gabardina, volviendo con Erick— lo siento mi amor, debo ir a cambiarme de ropa y descansar un poco, pero sé que te quedas en buenas manos —se despidió dándole un beso en los labios.
—Está bien, pero… ¿volverás?
—En la noche, estaré de regreso para dormir contigo y hablar de tus peticiones, lo prometo.
—¿Acaso no va a ser dado de alta hoy? —Diego miró a su hijo con seriedad.
—No, Erick necesita quedarse este día en el hospital y posiblemente mañana también.
—Si es por salud, no hay nada que discutir —el castaño negó y tomó asiento, abriendo los recipientes con el desayuno.
—Debo irme —Alejandro besó la cabellera castaña de su madre—. Vuelvo más tarde.
—Cuídate y descansa bien, Bebé…
—Acompañaré a Alex a la salida, no te comas mi desayuno —Diego besó la mejilla de su esposo y siguió a su hijo.
Al cruzar la puerta, ambos se detuvieron.
—¿En serio necesita más días en el hospital? —preguntó con frialdad el mayor.
—No —el universitario se colocó su gabardina—, pero Erick no quiere volver a la casa de su padre.
—Supongo que no se siente seguro…
—Más que eso —Alejandro se puso unos guantes de piel—, no se siente a gusto con su familia —sentenció con molestia—. Pero para mí, es mejor que se quede aquí, donde tenemos pleno control de la vigilancia y visitas.
Diego frunció el ceño y soltó el aire— en eso tienes razón, el dueño del hospital se puso a nuestras órdenes y no nos ha dado motivos para dudar de él… Hasta ahora, es el sitio más seguro para nuestra familia, aparte de la mansión Esquivel.
—Iré a descansar un par de horas en el otro piso —anunció el universitario, pues la noche anterior, ordenó que despejaran otro piso del mismo hospital, para estar cerca de Erick en caso de ser necesario—, luego me encargaré de Acosta y Páez, por lo que tardaré casi todo el día —sonrió de lado—, si tú y mamá se retiran, ordena que si vienen los padres de Erick, no los dejen entrar…
—¿Alguna razón en especial?
—Seguramente sus padres lo harán sentir incómodo y no quiero que pase eso solo.
—En ese caso, nos quedaremos con él hasta que vuelvas —Diego metió las manos en los bolsillos de su pantalón.
—¿Mamá y tú no tienen otras cosas qué hacer?
—Para tu madre, nada es más importante que cuidar de su yerno, la futura madre de nuestros nietos —sonrió divertido— y para mí, lo más importante es cuidar de mi esposo —sentenció con seguridad—. Además, si el ‘General’ —dijo la palabra de manera despectiva—, viene a ver a su hijo, me gustaría cruzar palabras con él.
—¿Alguna razón en especial? —Alejandro escudriñó a su padre.
—No puedo decírtelo por ahora, primero quiero tener toda la información a la mano —ladeó el rostro—. Jacobo Acosta me sigue reuniendo información, pero lo más importante, es que quiero estudiar en persona, a mi futuro consuegro.
Alejandro levantó el rostro— ¿cuándo me vas a decir de qué tratan tus negocios con Jacobo Acosta?
—A más tardar, el día después de tu boda…
—¿Por qué hasta entonces?
—Porque si lo que creemos es cierto, afectaría mucho al General Salazar y no quiero que intente algo para arruinar ese día tan importante en nuestra familia, por su propia conveniencia.
Alejandro frunció el ceño, no imaginaba que Alonso Salazar quisiera evitar la boda entre él y Erick, pero si su padre lo decía, debía creer en sus palabras.
—De acuerdo, sabes que confío en ti y tus órdenes.
—Ve a tu venganza… —Diego le palmeó un hombro a su hijo—. ¡Ah, sí! Al terminar con Omar Acosta, que lo incineren, porque hay que entregarle las cenizas a su madre.
—¡¿Qué?! —Alejandro puso un gesto confuso—. ¡Eso no era parte del trato!
—Lo sé —Diego suspiró resignado—. Pero Ulises Acosta es un buen Omega y tu madre empatizó con él.
Alejandro apretó los parpados— pero…
—Además, hoy vendrá a ver a tu prometido.
—¡Tiene que ser una broma! —Alejandro miró con molestia a su padre.
—No, no lo es… Quiere disculparse y tu madre cree que necesita quitarse ese peso de encima, así que…
—Así que tú ya le dijiste que sí y yo no me puedo oponer, ¿cierto?
Diego sonrió, dio media vuelta y regresó los pasos a la habitación de Erick.
Alejandro se quedó de pie unos segundos mascullando palabras obscenas; no le agradaba que el ex suegro de su prometido fuera a verlo, pero él mismo constató, por sus contactos, que era una buena persona, así que no tenía un motivo real para negarse.
—Cuando yo me haga cargo, no seré tan benevolente… —susurró y enfiló los pasos al elevador.
Un par de hombres salieron y lo siguieron, mientras otros se quedaban a cuidar del piso.
—Todo está bien, el único paciente que hay en este piso está estable, seguramente hoy lo darán dar de alta, a menos que haya otra indicación —sonrió la chica con amabilidad.
—Faltan casi veinte minutos para el cambio de suero —mencionó la recién llegada, al revisar las notas.
—¡Oh, sí! Mejor lo cambio antes de irme…
—No, está bien, Fanny, yo lo hago, así te vas a descansar, debió ser una noche larga, especialmente porque doblaste turno ayer.
—¡Gracias! La verdad debo ir primero a la casa de mi suegra por mi bebé… Pedro dijo que lo dejaría allá antes de ir a su empleo.
—Entonces ¡no te retrases más! Déjame el trabajo a mí y tú ve por el pequeño Pedrito, que seguramente ¡pasó mala noche sin su mami!
—¡Espero que no! Nos vemos, Vero…
Las amigas se despidieron de beso en la mejilla y la enfermera del turno nocturno se retiró con paso rápido, mientras la otra se encargaba de preparar el suero medicado para el paciente.
«El director dijo que tuviéramos mucho cuidado con este paciente porque era muy importante, ¿Quién será?» pensó con curiosidad, ya que el nombre no estaba en los archivos, pues según la junta directiva, era por seguridad, no solo para el mismo paciente, sino para el hospital.
La joven acomodó las cosas en el pequeño carro de cura y se dirigió a la habitación. No estaba muy enterada de lo que ocurría, ya que ella no era enfermera de planta y solo cubría cuando algunas otras estaban de vacaciones.
Iba tan absorta en sus pensamientos, que se sobresaltó al ver un par de hombres que salieron detrás de unas columnas y le cortaron el paso. La mirada de los sujetos la puso nerviosa.
—Ah… Voy a cambiar el suero del paciente… —anunció con voz trémula.
Uno de los hombres se acercó al carrito y se puso de cuclillas, revisando la parte de abajo, incluso, metiendo la mano bajo la parrilla cercana a las llantas; al mismo tiempo, el otro revisaba el suero, abriendo un poco para que saliera líquido y oliéndolo. Cuando ambos confirmaron que todo estaba correcto, se movieron a un lado. La enfermera, claramente pudo ver que esos sujetos portaban armas, por lo que su nerviosismo fue más que evidente y por el deseo de apartarse, no dudó en ir de inmediato a la puerta y entrar.
El sonido de la puerta se escuchó y el rubio de inmediato sacó un arma que tenía escondida bajo la almohada donde estaba durmiendo, apuntando hacia el acceso.
—¡No dispare! —el grito de la chica fue casi un chillido, mientras se abrazaba a sí misma y se pegaba a la pared.
Erick se removió en la cama, despertando un tanto aletargado y confundido— ¿qué pasa? —preguntó con voz débil
—¿Quién eres y qué quieres? —preguntó con frialdad el ojiverde, para la mujer que acababa de llegar.
—Soy… Verónica Sosa, soy la enfermera en turno —explicó—. ¡Vine a cambiar el suero! —señaló sujetando de inmediato la bolsa llena de líquido transparente que estaba en el carrito.
Aun así, el rubio no bajó el arma hasta que vio a sus trabajadores tras la chica.
—¿Alex? —el ojiazul movió el rostro para verlo a los ojos, ya que antes se encontraba descansando contra el hombro de su pareja.
Alejandro dejó el arma en la mesita de al lado— no te preocupes, Conejo —sonrió y besó la frente del otro—. Fue una reacción automática.
Erick bostezó y sonrió tenuemente. Alejandro se apartó del lado del pelinegro y se puso de pie, ya que había dormido con él la mayor parte de la noche, porque Erick quería tenerlo cerca.
—¿Por qué no tocó? —preguntó con molestia.
—Lo siento… —la joven estaba más pálida que una hoja de papel—. Yo… solo… —sus ojos se pusieron acuosos y su labio inferior tembló.
Alejandro se dio cuenta del terror en ella; era mejor no presionarla más.
—Haga su trabajo y para la otra, recuerde tocar.
La joven asintió y caminó con rapidez a la cama. Erick la observaba y se dio cuenta que estaba temblando; era bueno que solo fuera a cambiar el suero, porque si hubiese tenido que canalizarlo, por su estado sería imposible.
—Buenos días —dijo con amabilidad el ojiazul y la chica lo miró con sorpresa.
—Buenos… días —respondió débilmente.
Alejandro escudriñaba a la enfermera con la mirada; estuvo a punto de jalar el gatillo, de no haber sido porque alcanzó a ver a sus trabajadores. Ya sabía que todos los médicos y enfermeras tocaban antes de entrar, así que si alguien no lo hacía, podría significar que había problemas y no iba a arriesgar a Erick a pasar por otro mal momento.
La chica terminó su trabajo y de inmediato caminó a la salida; era obvio que solo quería irse de ahí.
Cuando se quedaron solos de nuevo, Erick movió las mantas para cubrir sus manos, debido al frío.
—Pobrecita, la asustaste —dijo con pena.
—Bueno, así aprenderá a tocar antes de entrar.
—No sabía que tenías un arma aquí —el ojiazul levantó una ceja—, ¿algo que me quieras decir?
El rubio sonrió— es solo precaución —se alzó de hombros—. Mi padre me la dejó ayer, en caso de que la necesitara —mintió, ya que siempre tenía una a la mano, cuando se quedaba a solas—. ¿Tienes hambre? —preguntó sentándose en la orilla de la cama—. Puedo pedir desayuno, aunque mi madre quería venir temprano a desayunar contigo.
—Puedo esperarlo, no te preocupes —Erick bostezó—. ¿Dormiste muy incómodo?
—¿Cómo podría dormir incómodo contigo? —el rubio sujetó con delicadeza la mano de Erick y le besó el dorso, por encima del suero.
El ojiazul movió su otra mano y acarició la mejilla de su pareja— eso es lo que yo debería decir.
Alejandro ahondó la caricia y luego se puso de pie— después de desayunar, posiblemente te den de alta.
—¡¿Darme de alta?! —Erick se sobresaltó.
—Sí, ¿no quieres salir de aquí?
Erick se mordió el labio— admito que no me gustan mucho los hospitales —suspiró—, pero si me dan de alta, significa que debo ir a casa de mi padre —bajó el rostro— y no… no me siento…
Alejandro volvió a sentarse al lado de su pareja— te prometo que no va a pasar nada —sonrió con suficiencia—, dejaré a mis trabajadores al pendiente de ti y tu familia, para que te sientas completamente seguro.
—No es por eso —Erick apretó ligeramente la mano de Alejandro—. En casa de mi padre, me sentiré… Incómodo —hizo un mohín—. Posiblemente mi madre no permita que Agus me visite por mucho tiempo, ya no decir de Nana Reina —arrugó la nariz—. Además, Estela y las demás, no me darán mi espacio y me obligarán a seguir la rutina de ellos.
El ojiverde movió la mano y sujetó con delicadeza el mentón de su pareja— tan mal te tratan en ese lugar.
—Tal vez no me traten mal —negó—, pero no puedo ser yo mismo —levantó la mirada—. No dejarán que me distraiga a mi manera, porque mis pasatiempos son tonterías para ellos… —intentó sonreír pero no pudo—. La casa Salazar es como una jaula —sentenció—, con lujos y comodidades, pero jaula al fin…
“…mi hijo gusta perder el tiempo, jugando a ser pintor, en casa había muchas de sus pinturas, pero las mandé al desván cuando él se mudó…”
Esas habían sido las palabras del padre de Erick y seguramente su pareja no se sentía bien al estar en ese lugar; por eso cuando pasó lo de la fiesta, quería quedarse con él y en ese momento, no deseaba regresar a la casa de su padre, misma a la que ni por atisbo parecía querer llamar ‘hogar’.
—Erick —Alejandro se movió y abrazó al otro—, quisiera poder darte un lugar para que estés cómodo, pero te lo dije hace días —besó la melena negra—, no tengo propiedades en esta ciudad todavía y llevarte a casa de Fabián, no me parece correcto.
—Lo sé…
—Además, hasta que nos casemos, tu padre no me permitirá tomar decisiones sobre tu completa seguridad —dijo con un tinte de molestia.
Era obvio que Alonso Salazar, no quería darle a Alejandro, el control de la vida de Erick cómo Omega, ya que no le convenía y lo retrasaría lo más posible, en busca de alguna manera para no perderlo del todo, aun y cuando hubiese un matrimonio de por medio.
—Estoy consciente de ello —asintió el ojiazul—, pero al menos aquí, mi padre no tiene potestad —sonrió de lado—, ni siquiera me vino a ver, por lo que me siento más tranquilo…
—Quieres decir que… ¿prefieres quedarte aquí en vez de ir a tu casa?
Erick asintió, pero no dijo una sola palabra.
El rubio levantó una ceja— puedo pedir que te dejen internado hasta mañana, pero no sé si podamos justificar más tiempo después.
—Un día más, es mejor que nada —el pelinegro sonrió más animado.
—De acuerdo, hablaré con los médicos.
—Y… tengo algo más que pedirte…
—¿El Conejo quiere pedir cosas? —Alejandro ladeó el rostro—. Creo que podemos llegar a un acuerdo si me dices que obtendré yo, a cambio de complacerte.
Erick se movió, acercando el rostro al de su pareja— puedo darte lo que quieras de mi —dijo con suavidad y le ofreció los labios.
—Esto será malo para mis negocios —el rubio sacó la lengua y lamió los labios de Erick con deseo—, con esa oferta tan tentadora, jamás me negaría a cualquier cosa que me pidieras…
Los labios de ambos se unieron con lentitud, pero antes de que el rubio ahondara la caricia, unos golpeteos en la puerta se escucharon, por lo que se apartaron con rapidez.
—¡Buenos días! —Ale entró con rapidez, seguido de su esposo y otros de sus trabajadores—. ¿Cómo amaneciste, cariño?
—Bien, mamá Ale —sonrió el ojiazul.
—¡Aw! —el castaño puso la mano en su pecho—. Cada que me dices así, se me derrite el corazón…
—Llegan temprano —señaló Alejandro poniéndose de pie, para saludar a su madre.
—Tu madre estaba ansioso de venir a ver a Erick —señaló Diego—. Tienes mejor semblante hoy —dijo para el ojiazul, quien le correspondió con una leve sonrisa.
—Tenía que traerle desayuno a mi yerno favorito.
—Es tu único yerno, madre…
—¡Y más vale que siga siendo así! —señaló a su hijo—. Ahora, te traje cosas más sustanciosas que el insípido atole o avena que dan en los hospitales.
El castaño movió la mesa hasta Erick y de inmediato, un hombre vestido de negro se acercó, con una enorme bolsa, de la cual, Ale empezó a sacar recipientes.
—Esto es cereal, traje la leche aparte, pero está tibia —dejó de lado un termo cerrado herméticamente—. De plato fuerte hay huevos… Diego dijo que fueran huevos escalfados, pero a mí no me gusta la yema, así que traje también huevos revueltos con jamón, por si te pasa lo mismo.
—Realmente, tampoco me gusta comer mucho la yema —negó el pelinegro con vergüenza.
—¡Te lo dije! —Ale señaló a su esposo—. Conozco mejor a Erick que tú.
El de barba entornó los ojos, pero no dijo nada.
—De postre, hay fruta, pan tostado y mermelada, además de jugo de naranja.
—¡Vaya! No sé si pueda comerlo todo —Erick observó los recipientes—. Normalmente no como mucho.
—Necesitas recuperar fuerzas, querido —Ale seguía sacando recipientes—. Yo te acompañaré a desayunar y me quedaré contigo, el tiempo que sea necesario.
—Gracias… —Erick sonrió divertido, había escuchado el día anterior que su suegro había dictaminado que se quedaría a cuidarlo, para que su pareja fuera a descansar, así que no podía objetar.
Alejandro caminó a un sillón y recogió su gabardina, volviendo con Erick— lo siento mi amor, debo ir a cambiarme de ropa y descansar un poco, pero sé que te quedas en buenas manos —se despidió dándole un beso en los labios.
—Está bien, pero… ¿volverás?
—En la noche, estaré de regreso para dormir contigo y hablar de tus peticiones, lo prometo.
—¿Acaso no va a ser dado de alta hoy? —Diego miró a su hijo con seriedad.
—No, Erick necesita quedarse este día en el hospital y posiblemente mañana también.
—Si es por salud, no hay nada que discutir —el castaño negó y tomó asiento, abriendo los recipientes con el desayuno.
—Debo irme —Alejandro besó la cabellera castaña de su madre—. Vuelvo más tarde.
—Cuídate y descansa bien, Bebé…
—Acompañaré a Alex a la salida, no te comas mi desayuno —Diego besó la mejilla de su esposo y siguió a su hijo.
Al cruzar la puerta, ambos se detuvieron.
—¿En serio necesita más días en el hospital? —preguntó con frialdad el mayor.
—No —el universitario se colocó su gabardina—, pero Erick no quiere volver a la casa de su padre.
—Supongo que no se siente seguro…
—Más que eso —Alejandro se puso unos guantes de piel—, no se siente a gusto con su familia —sentenció con molestia—. Pero para mí, es mejor que se quede aquí, donde tenemos pleno control de la vigilancia y visitas.
Diego frunció el ceño y soltó el aire— en eso tienes razón, el dueño del hospital se puso a nuestras órdenes y no nos ha dado motivos para dudar de él… Hasta ahora, es el sitio más seguro para nuestra familia, aparte de la mansión Esquivel.
—Iré a descansar un par de horas en el otro piso —anunció el universitario, pues la noche anterior, ordenó que despejaran otro piso del mismo hospital, para estar cerca de Erick en caso de ser necesario—, luego me encargaré de Acosta y Páez, por lo que tardaré casi todo el día —sonrió de lado—, si tú y mamá se retiran, ordena que si vienen los padres de Erick, no los dejen entrar…
—¿Alguna razón en especial?
—Seguramente sus padres lo harán sentir incómodo y no quiero que pase eso solo.
—En ese caso, nos quedaremos con él hasta que vuelvas —Diego metió las manos en los bolsillos de su pantalón.
—¿Mamá y tú no tienen otras cosas qué hacer?
—Para tu madre, nada es más importante que cuidar de su yerno, la futura madre de nuestros nietos —sonrió divertido— y para mí, lo más importante es cuidar de mi esposo —sentenció con seguridad—. Además, si el ‘General’ —dijo la palabra de manera despectiva—, viene a ver a su hijo, me gustaría cruzar palabras con él.
—¿Alguna razón en especial? —Alejandro escudriñó a su padre.
—No puedo decírtelo por ahora, primero quiero tener toda la información a la mano —ladeó el rostro—. Jacobo Acosta me sigue reuniendo información, pero lo más importante, es que quiero estudiar en persona, a mi futuro consuegro.
Alejandro levantó el rostro— ¿cuándo me vas a decir de qué tratan tus negocios con Jacobo Acosta?
—A más tardar, el día después de tu boda…
—¿Por qué hasta entonces?
—Porque si lo que creemos es cierto, afectaría mucho al General Salazar y no quiero que intente algo para arruinar ese día tan importante en nuestra familia, por su propia conveniencia.
Alejandro frunció el ceño, no imaginaba que Alonso Salazar quisiera evitar la boda entre él y Erick, pero si su padre lo decía, debía creer en sus palabras.
—De acuerdo, sabes que confío en ti y tus órdenes.
—Ve a tu venganza… —Diego le palmeó un hombro a su hijo—. ¡Ah, sí! Al terminar con Omar Acosta, que lo incineren, porque hay que entregarle las cenizas a su madre.
—¡¿Qué?! —Alejandro puso un gesto confuso—. ¡Eso no era parte del trato!
—Lo sé —Diego suspiró resignado—. Pero Ulises Acosta es un buen Omega y tu madre empatizó con él.
Alejandro apretó los parpados— pero…
—Además, hoy vendrá a ver a tu prometido.
—¡Tiene que ser una broma! —Alejandro miró con molestia a su padre.
—No, no lo es… Quiere disculparse y tu madre cree que necesita quitarse ese peso de encima, así que…
—Así que tú ya le dijiste que sí y yo no me puedo oponer, ¿cierto?
Diego sonrió, dio media vuelta y regresó los pasos a la habitación de Erick.
Alejandro se quedó de pie unos segundos mascullando palabras obscenas; no le agradaba que el ex suegro de su prometido fuera a verlo, pero él mismo constató, por sus contactos, que era una buena persona, así que no tenía un motivo real para negarse.
—Cuando yo me haga cargo, no seré tan benevolente… —susurró y enfiló los pasos al elevador.
Un par de hombres salieron y lo siguieron, mientras otros se quedaban a cuidar del piso.
Alejandro durmió un par de horas y después desayunó rápidamente, antes de ir a sus negocios; sabía que necesitaba más descanso, pero no quería posponer más tiempo la situación o podría salirse de control en un descuido.
Antes de salir del hospital, fue a la oficina del director, dándole indicaciones para que inventara excusas y poder dejar a Erick un par de días más en observación; el hombre no puso objeción y de inmediato se puso en contacto con los médicos encargados del caso, para que hicieran lo que el rubio quería.
Cuando Alejandro salió del edificio, Miguel y Julián ya lo esperaban con otros hombres, para cuidarlo. El rubio subió a un automóvil, mismo al que Julián y Miguel se subieron de chofer y copiloto, mientras otros dos vehículos los escoltaban, hacia la salida de la ciudad.
—Te ves cansado —Miguel miró a su compañero, por encima del hombro.
—Estuve alerta toda la noche, así que no pude descansar bien y con las dos horas que dormí en el otro piso, no me recuperé por completo —explicó el ojiverde, pasando los dedos por sus parpados.
—Eres el que da las ordenes, pudimos retrasar esto si lo necesitabas —señaló Julián con poco interés.
—Ya no quiero retrasar más este asunto —Alejandro apretó los puños—. Entre más días pasan, mi madre se vuelve más benevolente con la madre de Omar y no quiero dar pie a que me pida que no lo mate.
—Tu madre es muy buena gente, pero no creo que llegara a tanto, ¿o sí? —Miguel levantó una ceja.
—No lo sé, pero no me arriesgaré a ello —negó y masajeó su cuello—. ¿Qué novedades hay?
—Guti y la abuela, llegaron hace varios minutos, a ver a tu prometido —respondió Julián con rapidez.
—Marcel vendrá más tarde con Luis y el diseñador, para ver lo de la boda y sus otros dos amigos, Daniel y Víctor, vendrán durante la tarde a visitarlo.
—¿Qué hay de Dima, David e Iván? —el ojiverde recargó la cabeza en el respaldo del asiento.
—Tu padre les pidió que ayudaran a Jacobo Acosta en una investigación —Miguel se alzó de hombros.
—¿Sobre qué?
—No lo sabemos —negó el castaño—, pero ya sabes que si es un trabajo, pagado —especificó—, no dirán nada a menos de que te afecte en algo y por lo que dijo Iván, no parece tener nada que ver contigo, por ahora.
—¿Qué dijo el boca floja de Iván? —se burló el rubio.
—No mucho —Julián negó—. Solo que él, junto con Fabián y los demás, iban a investigar con los que quedaban de las organizaciones de hace quince años en la ciudad, según informes de los amigos de su padre.
—¿De hace quince años?
—Sí —Miguel asintió—. Tu padre está buscando algo, aunque no sabemos qué con exactitud, de lo ocurrido en aquella reunión a la que no fue, por cuidarte después de tu pequeño accidente.
Alejandro pasó la mano por su barbilla.
«Mi padre nunca me dijo nada de esa vez, al contrario, parecía reacio a hablar y durante mucho tiempo creí que era porque no le importaba en lo más mínimo…» suspiró, «pero si ese repentino interés de saber lo que ocurrió en aquella reunión, “llegó” ahora que estamos en esta ciudad y ya nos pertenece, quizá sea porque en su momento, nada podía hacer…»
—Mi padre es muy meticuloso —dijo con seriedad—. Seguramente tiene que ver con aquellos que lo apoyaban hace años, pero sea cual sea la situación, me lo dirá en su momento.
—Es posible, por eso no vemos la necesidad de investigar tampoco —Julián negó.
—Ya que si lo ordenas, no nos quedaría de otra —Miguel sonrió.
—No, por ahora está bien así —Alejandro negó—. Y sobre las bodegas ¿hay alguna noticia?
—El señor Espinoza está monitoreando a los cautivos, pero al parecer, Páez está llegando al límite —Miguel ladeó el rostro—. Debido a los medicamentos, es posible que en el futuro, no pueda entrar en celo de manera normal.
—Eso no le importará a la familia de Chris.
—¿Crees que le puedan sacar algún provecho? —Julián miró a su amigo por el retrovisor.
—Los Schneider trabajan en muchas áreas… Si no les sirve como ganado, le darán algún uso a su cuerpo de otra manera.
—Aun no puedo creer que tu familia tenga tratos con ellos y que confíes en Christopher —Miguel hizo un gesto de desagrado.
—Solo son negocios —Alejandro se alzó de hombros— y con Chris, mientras no se toque el tema de su pasatiempo o trabajo familiar, delante de su pareja, no tendremos problemas —sonrió—. Lo mismo pediré yo para que Erick, solo conozca la “punta del iceberg”, pero no todo lo demás que le ocultaré.
—Aun así, yo no bajaría la guardia con él —secundó Julián.
—No lo hago, pero tampoco lo veo como un enemigo, especialmente si pasa la mayor parte del tiempo en otro país —el rubio sonrió—. Además, mi familia y la suya, tienen muchas cosas que ocultar, en el fondo, hasta cierto punto, él y yo somos iguales… —pasó la mano por su cabello y decidió cambiar de tema—. ¿Qué hay de Acosta?
—Según el señor Espinoza, está roto —se burló Miguel.
—¿Roto? ¿En qué sentido? —preguntó el ojiverde.
—En todo —Julián se rió.
—¿Qué tan mal lo dejaste tú? —Alejandro se irguió.
—Solo unas quemaditas, cortes superficiales…
—Le cosió y pegó la boca —señaló el pelinegro con poco interés.
—¡Ordené que gritara! —señaló el rubio.
—Sí —Julián asintió y viró en una intersección, pues se estaban acercando al destino—.Por eso permití que lo hiciera, cuando me informaron del cambio de planes.
El ojiverde soltó el aire con cansancio— ¿eso fue todo?
—Unas costillas rotas, le tumbé algunos dientes, posiblemente le disloqué el brazo de nuevo… —comentó con burla, ya que fue el mismo que Alejandro le había dislocado y se lo habían reacomodado para que viera a su madre—. Tal vez estoy pasando por alto algo, no hice recuento de daños al final, Alex —negó.
—Y el señor Espinoza se encargó de que tuviera compañía toda la noche —terminó Miguel.
—De acuerdo…
Alejandro buscó en su saco con un poco de ansiedad, pasó la mano por los bolsillos de su pantalón y luego gruñó por lo bajo.
—¿Tienen una moneda? —preguntó con seriedad.
—No —negó Julián.
—Creo que tengo una de diez —Miguel metió la mano en su bolsillo—, me tomé un café hace rato y fue lo que sobró… ten.
El rubio sujetó la moneda y sonrió.
—Si cae águila, voy con Acosta primero, si no, le toca a Jair…
—¿No es igual ir con cualquiera? —Julián lo miró por el retrovisor.
—Para mí, sí, pero no para la diversión de los hombres que consiguió Samuel, porque les puedo acortar el tiempo de coger —se alzó de hombros.
Julián y Miguel sonrieron divertidos; Alejandro normalmente no tenía problemas en decidir qué hacer, pero el usar una moneda, era la más frecuente cuando realmente quería hacer dos cosas al mismo tiempo y tenía que decidir, sin tener en cuenta todos los factores secundarios.
Así, minutos después, el vehículo se estacionó frente a la entrada de la bodega; Miguel y Julián descendieron y el pelinegro le abrió la puerta a Alejandro, para que bajara. Los trabajadores del rubio fueron a la puerta de la bodega y tocaron para que abrieran de inmediato.
Apenas puso un pie dentro, escuchó los gemidos lastimeros de dos personas.
—Buenos días, joven De León —Samuel llego hasta él.
—Iré primero a ver a Acosta —Alejandro se quitó los guantes de piel que traía y se los entregó a su subordinado.
Con un chasquido de los dedos de Samuel, un par de sujetos vestidos de negro, se apresuraron hacia la zona donde estaba Omar, para sacar a los sujetos que estaban jugando con él y dejarle el lugar libre a su jefe; ellos ya tenían órdenes, así que no necesitaba repetírselas en ese momento.
—Tardarán un par de minutos en dejarlo presentable —anunció el pelinegro—, desea algo para desayunar antes de esperar.
—Si solo serán unos minutos, no vale la pena, además ya desayuné —negó el rubio, quien se quitó su reloj de pulsera y se giró para dárselo a Julián—. Tendrás que cuidar de mis cosas, no quiero ensuciarlas —se burló.
—Está bien —el castaño se alzó de hombros.
Alejandro entrego su arma, ambos celulares, cartera y varios objetos personales que llevaba, pues seguramente no saldría de ahí con la misma ropa. Un grito se escuchó, llamando la atención de los recién llegados.
—Parece que ya debe estar listo —Samuel hizo un ademán, señalando el pasillo—, por aquí, por favor.
El ojiverde siguió a su trabajador con paso rápido, dejando a sus compañeros atrás. Miguel y Julián solo iban como acompañantes y no directamente como guardaespaldas, así que no tenían que seguirlo todo el tiempo, pero después de un momento, otro trabajador se acercó a ellos.
—¿Puedo ofrecerles algo de desayunar o un café?
Los amigos se miraron y Julián suspiró— conociendo a Alex, tardará con Acosta.
—Supongo que por el momento, un café… —Miguel se alzó de hombros.
El sujeto los guio hacia una pequeña zona improvisada como comedor y los amigos se sentaron, mientras les preparaban un café; ambos sacaron sus celulares y enviaron mensajes a sus respectivas parejas, esperando que les respondieran para poder entretenerse, pero no tuvieron éxito, así que imaginando que estarían ocupados con Erick, ambos decidieron entretenerse viendo distintas sandeces en redes sociales e incluso, alguna película.
Mientras se acercaba a la zona, el rubio pudo percibir un leve olor de té de limón con miel, pero era tan débil que seguramente pocos de sus trabajadores lo notaban. Era obvio que Omar aun podía liberar un poco de sus feromonas, pero no servían de nada.
Alejandro llegó a la puerta custodiada por un par de sus trabajadores, justo en el momento en que algunos hombres iban saliendo con toallas en su cintura.
—Si no han acabado, que vayan con el otro —dijo con poco interés.
—Ya escucharon al joven —dijo Samuel—. Si necesitan terminar, pueden ir a la otra habitación.
Los sujetos sonrieron con malicia y fueron hacia la otra zona, mientras el rubio ingresaba a la habitación que habían dejado; la puerta se cerró cuando él estuvo dentro, pues sus trabajadores le daban completa privacidad cuando se divertía.
Alejandro ingresó y sonrió al ver a Omar sujeto a un artefacto metálico con arneses que servía para la monta de algunos caninos en los criaderos, pero ya estaba en desuso por considerarse cruel; había otros muebles, como una mesa tipo plancha, una especie de armario vertical pegado a la pared, al lado algunas extensiones que seguramente eran para usar objetos eléctricos y más. El piso estaba mojado, igual que el cabello castaño, era obvio que le habían echado agua antes de su llegada y por el temblor del cuerpo, había sido agua helada.
«Seguramente a eso se debió el grito de hace un momento…» pensó, ya que hacía mucho frío ese día.
Alejandro rodeo a Omar con paso lento y lo escudriñó con la mirada; quería ver qué tanto había sufrido esa noche.
Siendo Omar un Alfa, su cuerpo no estaba predispuesto para copular con otros siendo pasivo y podía notarlo claramente por que el ano se encontraba sumamente dañado, tanto que había prolapsado ligeramente y un poco de piel interna colgaba por la abertura mancillada. El cuerpo estaba lleno de moretones y podía distinguir con claridad los lugares que habían sido heridos por Julián, pues las marcas características de las quemaduras y los cortes, eran inconfundibles. La cara de Omar estaba contra una parte de la base de metal y su boca se mantenía abierta por una argolla.
—Creo que mis trabajadores se esmeraron contigo —dijo con burla.
Omar alcanzó a distinguir la voz del rubio y reunió la fuerza y el coraje, para levantar el rostro y tratar de verlo a la cara, sin conseguirlo del todo.
—¿Quieres verme? Está bien… —Alejandro se acuclilló frente al otro y sonrió—. ¿Has disfrutado de la compañía?
El gesto de Omar se contorsionó, frunció las cejas y se removió, en un intento vano de liberarse, por lo que lo único que pudo hacer, fue intentar responder con palabras ininteligibles.
—Es cierto, así no puedes responder…
Con poco cuidado, el rubio quitó la argolla de la boca y el otro pudo hablar.
—¡¿Dónde está mi esposo?! —dijo con voz rasposa.
—¿Tu esposo? —Alejandro levantó una ceja—. Que yo sepa, tú ya no estás casado.
El castaño carraspeo antes de poder hablar— Erick sigue siendo mi esposo… —declaró—. Y cuando salga de aquí… iré por él…
—Parece que no te has dado cuenta de tu situación —el rubio negó—, pero no te preocupes, te ayudaré a poner los pies en la tierra —sonrió con sarcasmo—. Tendré paciencia contigo, porque es obvio que no eres muy inteligente, pero trata de no abusar de mi buena voluntad.
Alejandro cerró los parpados por un momento; cuando los abrió, sus pupilas estaban alargadas y aunque Omar no lo percibía, sus feromonas de café y cedro se hicieron presentes.
—La otra noche te di un regalo, ¿lo recuerdas? —preguntó con poco interés—. Te permití ver a Erick justo como yo lo veo —suspiró—. Pero soy muy celoso y no quiero que esa imagen permanezca ni en tus ojos, ni en tu memoria, así que, empezaremos por eliminarla de la parte más fácil…
El rubio levantó la mano y al extender los dedos, sus uñas crecieron, como garras.
—De tin… Marín… De do… Pingüé… —Alejandro sonrió mostrando sus colmillos—. El izquierdo es el perdedor…
Sin más preámbulo, las uñas de su dedo índice y medio, se clavaron en la parte superior de la cuenca del ojo, mientras el pulgar hacía lo propio en la inferior. Omar soltó un alarido y su cuerpo intentó removerse para apartarse de esas uñas que lo estaban lastimando.
Con rapidez, la mano libre de Alejandro lo sujetó de la melena castaña y lo obligó a mantenerse quieto— no te muevas —dijo con voz calmada—. Quiero sacarlo sin daños y si te mueves, puedo reventar el globo ocular… son muy delicados, ¿sabías? Tuve muchos fracasos antes de hacerlo bien la primera vez.
Los gritos se intensificaron, pero Omar ya no podía mover más la cabeza, solo sentía como las uñas se adentraban más tras su ojo, causándole dolor, pues el otro podía aumentar la longitud a voluntad.
—Justo así… —Alejandro se relamió los labios y con destreza, hizo un movimiento para sacar el ojo, el cual solo quedó unido al otro, principalmente por el nervio óptico—. Olvidaba este pequeño detalle —se burló el ojiverde.
Sin preámbulo, soltó la cabellera de Omar y con esa mano jaló fuertemente el nervio y los músculos, para arrancarlo sin dañar el ojo. Después de esa acción, Omar gritó con mayor fuerza y la sangre empezó a escurrir por su mejilla.
—¡Mira! quedó intacto —Alejandro sonrió, mostrándole el ojo ensangrentado a su víctima—. Tuvimos suerte, de lo contrario, hubiera tenido que arrancarte el otro y entonces no podrías ver lo que haré después.
Omar no respondió; respiraba agitado, sonidos lastimeros escapaban de su boca y lloraba desconsolado.
—Ahora, lo siguiente que haremos será… —Alejandro se incorporó y caminó una vez más, rodeando el cuerpo, hasta llegar a la parte trasera—. Poner este pequeño en un lugar seguro.
Omar se estremeció y trató de girar el rostro para ver hacia atrás; quería constatar que el otro no haría lo que había imaginado, pero no podía moverse mucho.
—¡¿Qué…?! ¿Qué vas a hacer?! —preguntó con terror.
—¿No es obvio? —Alejandro hizo un gesto de desagrado—. Después de esto, tendré que tomar un baño en alcohol para desinfectarme pero… —miró al techo—. Vale la pena por vengar a Erick.
Los músculos de Omar se tensaron al sentir la mano fría entre sus nalgas, presionando su lastimada entrada y luego gritó.
—Me alegra que te hayan tratado tan bien en la noche —el rubio hablaba con sorna—, estás tan abierto que no podrías dañar tu propio ojo, ni aunque quisieras.
El castaño sentía la intrusión pero no podía hacer nada por estar inmovilizado y si durante la noche creyó que había sufrido humillación, no se comparaba con eso que estaba pasando en ese momento.
—Por ahora llegará ahí, pero no te preocupes, más tarde haremos que llegue más profundo…
Alejandro se apartó y fue a la puerta, danto unos golpes con los nudillos; de inmediato se abrió y uno de los guardias se asomó.
—¿Necesita algo, joven?
—Pásenlo a la mesa —dijo con poco interés—, para lo que haré ahora, no lo necesito donde está.
Los dos hombres entraron con paso rápido y movieron con destreza a Omar; debido a que la víctima estaba sumamente lastimada y cansada, no puso mucha resistencia, a pesar de que se quejaba, mientras lo movían sin consideración y lo inmovilizaban en la mesa con algunos cintos de piel, ajustándolos con fuerza.
Mientras sus trabajadores se encargaban de preparar a Omar, Alejandro se quitó la gabardina que portaba, así como el saco de su traje, dejándolos en unos ganchos que estaban en la pared; desbrochó los puños de su camisa y subió la tela hasta sus antebrazos, antes de ir al armario de metal, abriendo las puertas de par en par, observando todos los objetos que había. Seguramente no los usaría todos, pero era bueno saber que sus trabajadores pensaban a lo grande.
En cuanto Omar quedó en la mesa, los hombres salieron sin decir más y dejaron a Alejandro con el rehén.
—¿Qué vamos a usar ahora? —se preguntó con poco interés—. Quiero que sufras, pero no quiero dañarte mucho, para qué aguantes algunas horas… —comentó mientras sacaba unas cosas y las dejaba en una mesa metálica que estaba al lado.
—Cuando salga… —la voz de Omar se escuchó cansada—. Voy a matarte…
—¡Esa es la actitud! —el rubio rió—. Entre más ganas de salir tengas, más aguantarás —se giró, llevando en ambas manos algunas cosas—. ¡Mira! esto lo dejaron mis trabajadores —le enseñó lo que llevaba en la mano derecha—. Es un juego de dilatadores de uretra —se alzó de hombros—, pero eso podría ser satisfactorio para ti y no quiero —los lanzó al piso—. Es por eso que usaré esto desde el principio.
Mostró el objeto que llevaba en la mano izquierda y Omar tembló.
—¡¿Qué…?! ¡Qué harás?! —preguntó con miedo.
—¿No es obvio? Esta es una pequeña parte de una varilla de perforación —explicó el rubio y se acercó al cuerpo—. Debido a que han mantenido tu verga erecta con ese arnés, no necesito preocuparme por nada, solo meterla y girarla, para llegar hasta el fondo.
Omar empezó a retorcerse en la mesa, tratando de soltarse— ¡no! ¡No lo hagas!
—En este lugar no sirven las súplicas, Acosta —el rubio colocó la punta de la varilla en la uretra de su enemigo—, así que no gastes saliva…
Apenas terminó de hablar, presionó con fuerza, logrando arrancarle otro grito de dolor, pero debido al grueso de ese objeto, apenas si entró al glande.
—Es momento de girar…
Durante varios minutos Alejandro presionó y movió la varilla como si se tratara de un tornillo, forzando la uretra; la sangre brotaba lentamente, porque no había espacio para que saliera, pero era obvio que si Omar no tuviera el arnés en su pene, este ya se hubiera rasgado casi por completo.
—Bueno, creo que no entrará más —el rubio suspiró decepcionado—. Fue menos de la mitad y eso que solo tiene treinta centímetros de largo —rió—. Es obvio que no tuviste buena genética en tus genitales…
Omar seguía llorando y parecía haberse quedado sin voz de tanto gritar; solo hipaba y sollozaba. Alejandro volvió a la mesa dónde puso las cosas que sacó y desenvolvió lo que parecía un estuche de piel, el cual constaba de varios cuchillos, pinzas de cortar, ganchos y otros accesorios diversos.
—Te dejaré elegir —dijo con burla—. Podemos empezar quitándote la piel de la cara, usando este pequeño juguete especializado —mostró un cuchillo— o ir por tus dedos, con estas pinzas, ¿qué dices? —ladeó el rostro.
—No… —Omar movió la cabeza con debilidad—. Sólo… mátame.
—Acosta, no digas tonterías —Alejandro rió—, ¿crees que te dejaré morir sin hacerte sufrir por lo que le hiciste a mi prometido? —chasqueó la lengua a modo de desaprobación—. No, ¡ni lo sueñes!
—Mátame… —volvió a pedir el castaño en un susurro.
El rubio suspiró y dejó la pinza de lado, sujetando el pequeño cuchillo y acercándose al rostro del otro.
—Cómo no parece que quieras cooperar, haré esto primero —lo sujetó con fuerza del cabello, mientras colocaba la punta del cuchillo en la frente para hacer los primeros cortes y delimitar el área del rostro que iba a desollar—. Tenme paciencia, tengo años que no lo hago…
Omar gritó, lloró y suplicó por piedad, mientras el otro hacia su trabajo; el cuchillo, pese a ser pequeño, estaba tan afilado, que separaba la piel de la cara con tanta facilidad, que casi parecía cortar mantequilla blanda, pero con los movimientos del castaño, Alejandro no podía hacer un trabajo limpio como quería al principio.
Después de varios minutos, el rubio terminó su cometido y pese a que los músculos en la cara de Omar se miraban, la sangre que escurría no era tanta como para ponerlo en peligro.
—Mira, ¿qué dices? —le mostró el resultado a su rehén—. No es mi mejor trabajo… —metió los dedos por los pequeños agujeros que no eran parte de los que había marcado para los ojos y boca—. Pero debo decir, que fue tu culpa por moverte tanto —señaló.
—Ya… basta… —Omar se quejaba débilmente—. ¡Por favor!
—¡Ya me están cansando tus lloriqueos! —el ojiverde arrugó con frustración, la piel del rostro que acababa de arrancar y la metió en la boca de Omar para silenciarlo.
El castaño intentó escupirla, pues sentía arcadas, pero el otro no lo dejó y le cubrió la boca con la mano ensangrentada.
—¡Ey, ey, ey! —gruñó—. Solo quiero que te calles, pero si lo escupes, ¡haré que realmente te lo tragues! —amenazó.
Omar apretó los parpados y dejó de resistirse.
—Bien, ahora, prosigamos con las pinzas —con un movimiento rápido, el rubio clavó el pequeño cuchillo en uno de los muslos de Omar—. Cuídame esto, porque no sé si lo vaya a usar de nuevo…
El castaño apretó la quijada y sintió como la piel en su boca, liberaba más sangre con la cual casi se ahoga.
—Estaba pensando… —Alejandro cortó una falange y Omar ahogó un grito—. Creo que después de esto, debería seguir con algo menos agresivo —cortó otra más—. Quiero lastimarte hasta que mueras, pero también quiero que sufras el mayor tiempo posible —sonrió y caminó al otro lado para cortar un par de dedos de la otra mano—, ¿tú que dices? —prosiguió como si estuviera en una charla casual—. Podría cortarte las extremidades… Hacer un corte al costado y sacar las costillas que Julián te rompió… Aunque también tengo un frasco con ácido que podría usar para quemar tu cuerpo de forma química, antes de usar el soplete —rió.
Omar intentó hablar, pero con su boca obstruida, no podía, así que se limitó a negar.
—Tal vez simplemente… ¡Improvisaré! —Alejandro se alzó de hombros—. Lo que si te aseguro es que para finalizar todo, abriré tu torso y vientre —pasó la uña, marcando una herida con la punta—, para sacar tus entrañas y meter en su lugar ese segundo ojo que aun tienes en su lugar, pero antes, pondré tu lengua, huevos y asquerosa verga o lo que quede de ella —se rió—,en el mismo lugar que tu primer ojo —mostró los colmillos de manera amenazante— y me aseguraré de que sientas todo, antes de exhalar tu último aliento.
Antes de salir del hospital, fue a la oficina del director, dándole indicaciones para que inventara excusas y poder dejar a Erick un par de días más en observación; el hombre no puso objeción y de inmediato se puso en contacto con los médicos encargados del caso, para que hicieran lo que el rubio quería.
Cuando Alejandro salió del edificio, Miguel y Julián ya lo esperaban con otros hombres, para cuidarlo. El rubio subió a un automóvil, mismo al que Julián y Miguel se subieron de chofer y copiloto, mientras otros dos vehículos los escoltaban, hacia la salida de la ciudad.
—Te ves cansado —Miguel miró a su compañero, por encima del hombro.
—Estuve alerta toda la noche, así que no pude descansar bien y con las dos horas que dormí en el otro piso, no me recuperé por completo —explicó el ojiverde, pasando los dedos por sus parpados.
—Eres el que da las ordenes, pudimos retrasar esto si lo necesitabas —señaló Julián con poco interés.
—Ya no quiero retrasar más este asunto —Alejandro apretó los puños—. Entre más días pasan, mi madre se vuelve más benevolente con la madre de Omar y no quiero dar pie a que me pida que no lo mate.
—Tu madre es muy buena gente, pero no creo que llegara a tanto, ¿o sí? —Miguel levantó una ceja.
—No lo sé, pero no me arriesgaré a ello —negó y masajeó su cuello—. ¿Qué novedades hay?
—Guti y la abuela, llegaron hace varios minutos, a ver a tu prometido —respondió Julián con rapidez.
—Marcel vendrá más tarde con Luis y el diseñador, para ver lo de la boda y sus otros dos amigos, Daniel y Víctor, vendrán durante la tarde a visitarlo.
—¿Qué hay de Dima, David e Iván? —el ojiverde recargó la cabeza en el respaldo del asiento.
—Tu padre les pidió que ayudaran a Jacobo Acosta en una investigación —Miguel se alzó de hombros.
—¿Sobre qué?
—No lo sabemos —negó el castaño—, pero ya sabes que si es un trabajo, pagado —especificó—, no dirán nada a menos de que te afecte en algo y por lo que dijo Iván, no parece tener nada que ver contigo, por ahora.
—¿Qué dijo el boca floja de Iván? —se burló el rubio.
—No mucho —Julián negó—. Solo que él, junto con Fabián y los demás, iban a investigar con los que quedaban de las organizaciones de hace quince años en la ciudad, según informes de los amigos de su padre.
—¿De hace quince años?
—Sí —Miguel asintió—. Tu padre está buscando algo, aunque no sabemos qué con exactitud, de lo ocurrido en aquella reunión a la que no fue, por cuidarte después de tu pequeño accidente.
Alejandro pasó la mano por su barbilla.
«Mi padre nunca me dijo nada de esa vez, al contrario, parecía reacio a hablar y durante mucho tiempo creí que era porque no le importaba en lo más mínimo…» suspiró, «pero si ese repentino interés de saber lo que ocurrió en aquella reunión, “llegó” ahora que estamos en esta ciudad y ya nos pertenece, quizá sea porque en su momento, nada podía hacer…»
—Mi padre es muy meticuloso —dijo con seriedad—. Seguramente tiene que ver con aquellos que lo apoyaban hace años, pero sea cual sea la situación, me lo dirá en su momento.
—Es posible, por eso no vemos la necesidad de investigar tampoco —Julián negó.
—Ya que si lo ordenas, no nos quedaría de otra —Miguel sonrió.
—No, por ahora está bien así —Alejandro negó—. Y sobre las bodegas ¿hay alguna noticia?
—El señor Espinoza está monitoreando a los cautivos, pero al parecer, Páez está llegando al límite —Miguel ladeó el rostro—. Debido a los medicamentos, es posible que en el futuro, no pueda entrar en celo de manera normal.
—Eso no le importará a la familia de Chris.
—¿Crees que le puedan sacar algún provecho? —Julián miró a su amigo por el retrovisor.
—Los Schneider trabajan en muchas áreas… Si no les sirve como ganado, le darán algún uso a su cuerpo de otra manera.
—Aun no puedo creer que tu familia tenga tratos con ellos y que confíes en Christopher —Miguel hizo un gesto de desagrado.
—Solo son negocios —Alejandro se alzó de hombros— y con Chris, mientras no se toque el tema de su pasatiempo o trabajo familiar, delante de su pareja, no tendremos problemas —sonrió—. Lo mismo pediré yo para que Erick, solo conozca la “punta del iceberg”, pero no todo lo demás que le ocultaré.
—Aun así, yo no bajaría la guardia con él —secundó Julián.
—No lo hago, pero tampoco lo veo como un enemigo, especialmente si pasa la mayor parte del tiempo en otro país —el rubio sonrió—. Además, mi familia y la suya, tienen muchas cosas que ocultar, en el fondo, hasta cierto punto, él y yo somos iguales… —pasó la mano por su cabello y decidió cambiar de tema—. ¿Qué hay de Acosta?
—Según el señor Espinoza, está roto —se burló Miguel.
—¿Roto? ¿En qué sentido? —preguntó el ojiverde.
—En todo —Julián se rió.
—¿Qué tan mal lo dejaste tú? —Alejandro se irguió.
—Solo unas quemaditas, cortes superficiales…
—Le cosió y pegó la boca —señaló el pelinegro con poco interés.
—¡Ordené que gritara! —señaló el rubio.
—Sí —Julián asintió y viró en una intersección, pues se estaban acercando al destino—.Por eso permití que lo hiciera, cuando me informaron del cambio de planes.
El ojiverde soltó el aire con cansancio— ¿eso fue todo?
—Unas costillas rotas, le tumbé algunos dientes, posiblemente le disloqué el brazo de nuevo… —comentó con burla, ya que fue el mismo que Alejandro le había dislocado y se lo habían reacomodado para que viera a su madre—. Tal vez estoy pasando por alto algo, no hice recuento de daños al final, Alex —negó.
—Y el señor Espinoza se encargó de que tuviera compañía toda la noche —terminó Miguel.
—De acuerdo…
Alejandro buscó en su saco con un poco de ansiedad, pasó la mano por los bolsillos de su pantalón y luego gruñó por lo bajo.
—¿Tienen una moneda? —preguntó con seriedad.
—No —negó Julián.
—Creo que tengo una de diez —Miguel metió la mano en su bolsillo—, me tomé un café hace rato y fue lo que sobró… ten.
El rubio sujetó la moneda y sonrió.
—Si cae águila, voy con Acosta primero, si no, le toca a Jair…
—¿No es igual ir con cualquiera? —Julián lo miró por el retrovisor.
—Para mí, sí, pero no para la diversión de los hombres que consiguió Samuel, porque les puedo acortar el tiempo de coger —se alzó de hombros.
Julián y Miguel sonrieron divertidos; Alejandro normalmente no tenía problemas en decidir qué hacer, pero el usar una moneda, era la más frecuente cuando realmente quería hacer dos cosas al mismo tiempo y tenía que decidir, sin tener en cuenta todos los factores secundarios.
Así, minutos después, el vehículo se estacionó frente a la entrada de la bodega; Miguel y Julián descendieron y el pelinegro le abrió la puerta a Alejandro, para que bajara. Los trabajadores del rubio fueron a la puerta de la bodega y tocaron para que abrieran de inmediato.
Apenas puso un pie dentro, escuchó los gemidos lastimeros de dos personas.
—Buenos días, joven De León —Samuel llego hasta él.
—Iré primero a ver a Acosta —Alejandro se quitó los guantes de piel que traía y se los entregó a su subordinado.
Con un chasquido de los dedos de Samuel, un par de sujetos vestidos de negro, se apresuraron hacia la zona donde estaba Omar, para sacar a los sujetos que estaban jugando con él y dejarle el lugar libre a su jefe; ellos ya tenían órdenes, así que no necesitaba repetírselas en ese momento.
—Tardarán un par de minutos en dejarlo presentable —anunció el pelinegro—, desea algo para desayunar antes de esperar.
—Si solo serán unos minutos, no vale la pena, además ya desayuné —negó el rubio, quien se quitó su reloj de pulsera y se giró para dárselo a Julián—. Tendrás que cuidar de mis cosas, no quiero ensuciarlas —se burló.
—Está bien —el castaño se alzó de hombros.
Alejandro entrego su arma, ambos celulares, cartera y varios objetos personales que llevaba, pues seguramente no saldría de ahí con la misma ropa. Un grito se escuchó, llamando la atención de los recién llegados.
—Parece que ya debe estar listo —Samuel hizo un ademán, señalando el pasillo—, por aquí, por favor.
El ojiverde siguió a su trabajador con paso rápido, dejando a sus compañeros atrás. Miguel y Julián solo iban como acompañantes y no directamente como guardaespaldas, así que no tenían que seguirlo todo el tiempo, pero después de un momento, otro trabajador se acercó a ellos.
—¿Puedo ofrecerles algo de desayunar o un café?
Los amigos se miraron y Julián suspiró— conociendo a Alex, tardará con Acosta.
—Supongo que por el momento, un café… —Miguel se alzó de hombros.
El sujeto los guio hacia una pequeña zona improvisada como comedor y los amigos se sentaron, mientras les preparaban un café; ambos sacaron sus celulares y enviaron mensajes a sus respectivas parejas, esperando que les respondieran para poder entretenerse, pero no tuvieron éxito, así que imaginando que estarían ocupados con Erick, ambos decidieron entretenerse viendo distintas sandeces en redes sociales e incluso, alguna película.
Mientras se acercaba a la zona, el rubio pudo percibir un leve olor de té de limón con miel, pero era tan débil que seguramente pocos de sus trabajadores lo notaban. Era obvio que Omar aun podía liberar un poco de sus feromonas, pero no servían de nada.
Alejandro llegó a la puerta custodiada por un par de sus trabajadores, justo en el momento en que algunos hombres iban saliendo con toallas en su cintura.
—Si no han acabado, que vayan con el otro —dijo con poco interés.
—Ya escucharon al joven —dijo Samuel—. Si necesitan terminar, pueden ir a la otra habitación.
Los sujetos sonrieron con malicia y fueron hacia la otra zona, mientras el rubio ingresaba a la habitación que habían dejado; la puerta se cerró cuando él estuvo dentro, pues sus trabajadores le daban completa privacidad cuando se divertía.
Alejandro ingresó y sonrió al ver a Omar sujeto a un artefacto metálico con arneses que servía para la monta de algunos caninos en los criaderos, pero ya estaba en desuso por considerarse cruel; había otros muebles, como una mesa tipo plancha, una especie de armario vertical pegado a la pared, al lado algunas extensiones que seguramente eran para usar objetos eléctricos y más. El piso estaba mojado, igual que el cabello castaño, era obvio que le habían echado agua antes de su llegada y por el temblor del cuerpo, había sido agua helada.
«Seguramente a eso se debió el grito de hace un momento…» pensó, ya que hacía mucho frío ese día.
Alejandro rodeo a Omar con paso lento y lo escudriñó con la mirada; quería ver qué tanto había sufrido esa noche.
Siendo Omar un Alfa, su cuerpo no estaba predispuesto para copular con otros siendo pasivo y podía notarlo claramente por que el ano se encontraba sumamente dañado, tanto que había prolapsado ligeramente y un poco de piel interna colgaba por la abertura mancillada. El cuerpo estaba lleno de moretones y podía distinguir con claridad los lugares que habían sido heridos por Julián, pues las marcas características de las quemaduras y los cortes, eran inconfundibles. La cara de Omar estaba contra una parte de la base de metal y su boca se mantenía abierta por una argolla.
—Creo que mis trabajadores se esmeraron contigo —dijo con burla.
Omar alcanzó a distinguir la voz del rubio y reunió la fuerza y el coraje, para levantar el rostro y tratar de verlo a la cara, sin conseguirlo del todo.
—¿Quieres verme? Está bien… —Alejandro se acuclilló frente al otro y sonrió—. ¿Has disfrutado de la compañía?
El gesto de Omar se contorsionó, frunció las cejas y se removió, en un intento vano de liberarse, por lo que lo único que pudo hacer, fue intentar responder con palabras ininteligibles.
—Es cierto, así no puedes responder…
Con poco cuidado, el rubio quitó la argolla de la boca y el otro pudo hablar.
—¡¿Dónde está mi esposo?! —dijo con voz rasposa.
—¿Tu esposo? —Alejandro levantó una ceja—. Que yo sepa, tú ya no estás casado.
El castaño carraspeo antes de poder hablar— Erick sigue siendo mi esposo… —declaró—. Y cuando salga de aquí… iré por él…
—Parece que no te has dado cuenta de tu situación —el rubio negó—, pero no te preocupes, te ayudaré a poner los pies en la tierra —sonrió con sarcasmo—. Tendré paciencia contigo, porque es obvio que no eres muy inteligente, pero trata de no abusar de mi buena voluntad.
Alejandro cerró los parpados por un momento; cuando los abrió, sus pupilas estaban alargadas y aunque Omar no lo percibía, sus feromonas de café y cedro se hicieron presentes.
—La otra noche te di un regalo, ¿lo recuerdas? —preguntó con poco interés—. Te permití ver a Erick justo como yo lo veo —suspiró—. Pero soy muy celoso y no quiero que esa imagen permanezca ni en tus ojos, ni en tu memoria, así que, empezaremos por eliminarla de la parte más fácil…
El rubio levantó la mano y al extender los dedos, sus uñas crecieron, como garras.
—De tin… Marín… De do… Pingüé… —Alejandro sonrió mostrando sus colmillos—. El izquierdo es el perdedor…
Sin más preámbulo, las uñas de su dedo índice y medio, se clavaron en la parte superior de la cuenca del ojo, mientras el pulgar hacía lo propio en la inferior. Omar soltó un alarido y su cuerpo intentó removerse para apartarse de esas uñas que lo estaban lastimando.
Con rapidez, la mano libre de Alejandro lo sujetó de la melena castaña y lo obligó a mantenerse quieto— no te muevas —dijo con voz calmada—. Quiero sacarlo sin daños y si te mueves, puedo reventar el globo ocular… son muy delicados, ¿sabías? Tuve muchos fracasos antes de hacerlo bien la primera vez.
Los gritos se intensificaron, pero Omar ya no podía mover más la cabeza, solo sentía como las uñas se adentraban más tras su ojo, causándole dolor, pues el otro podía aumentar la longitud a voluntad.
—Justo así… —Alejandro se relamió los labios y con destreza, hizo un movimiento para sacar el ojo, el cual solo quedó unido al otro, principalmente por el nervio óptico—. Olvidaba este pequeño detalle —se burló el ojiverde.
Sin preámbulo, soltó la cabellera de Omar y con esa mano jaló fuertemente el nervio y los músculos, para arrancarlo sin dañar el ojo. Después de esa acción, Omar gritó con mayor fuerza y la sangre empezó a escurrir por su mejilla.
—¡Mira! quedó intacto —Alejandro sonrió, mostrándole el ojo ensangrentado a su víctima—. Tuvimos suerte, de lo contrario, hubiera tenido que arrancarte el otro y entonces no podrías ver lo que haré después.
Omar no respondió; respiraba agitado, sonidos lastimeros escapaban de su boca y lloraba desconsolado.
—Ahora, lo siguiente que haremos será… —Alejandro se incorporó y caminó una vez más, rodeando el cuerpo, hasta llegar a la parte trasera—. Poner este pequeño en un lugar seguro.
Omar se estremeció y trató de girar el rostro para ver hacia atrás; quería constatar que el otro no haría lo que había imaginado, pero no podía moverse mucho.
—¡¿Qué…?! ¿Qué vas a hacer?! —preguntó con terror.
—¿No es obvio? —Alejandro hizo un gesto de desagrado—. Después de esto, tendré que tomar un baño en alcohol para desinfectarme pero… —miró al techo—. Vale la pena por vengar a Erick.
Los músculos de Omar se tensaron al sentir la mano fría entre sus nalgas, presionando su lastimada entrada y luego gritó.
—Me alegra que te hayan tratado tan bien en la noche —el rubio hablaba con sorna—, estás tan abierto que no podrías dañar tu propio ojo, ni aunque quisieras.
El castaño sentía la intrusión pero no podía hacer nada por estar inmovilizado y si durante la noche creyó que había sufrido humillación, no se comparaba con eso que estaba pasando en ese momento.
—Por ahora llegará ahí, pero no te preocupes, más tarde haremos que llegue más profundo…
Alejandro se apartó y fue a la puerta, danto unos golpes con los nudillos; de inmediato se abrió y uno de los guardias se asomó.
—¿Necesita algo, joven?
—Pásenlo a la mesa —dijo con poco interés—, para lo que haré ahora, no lo necesito donde está.
Los dos hombres entraron con paso rápido y movieron con destreza a Omar; debido a que la víctima estaba sumamente lastimada y cansada, no puso mucha resistencia, a pesar de que se quejaba, mientras lo movían sin consideración y lo inmovilizaban en la mesa con algunos cintos de piel, ajustándolos con fuerza.
Mientras sus trabajadores se encargaban de preparar a Omar, Alejandro se quitó la gabardina que portaba, así como el saco de su traje, dejándolos en unos ganchos que estaban en la pared; desbrochó los puños de su camisa y subió la tela hasta sus antebrazos, antes de ir al armario de metal, abriendo las puertas de par en par, observando todos los objetos que había. Seguramente no los usaría todos, pero era bueno saber que sus trabajadores pensaban a lo grande.
En cuanto Omar quedó en la mesa, los hombres salieron sin decir más y dejaron a Alejandro con el rehén.
—¿Qué vamos a usar ahora? —se preguntó con poco interés—. Quiero que sufras, pero no quiero dañarte mucho, para qué aguantes algunas horas… —comentó mientras sacaba unas cosas y las dejaba en una mesa metálica que estaba al lado.
—Cuando salga… —la voz de Omar se escuchó cansada—. Voy a matarte…
—¡Esa es la actitud! —el rubio rió—. Entre más ganas de salir tengas, más aguantarás —se giró, llevando en ambas manos algunas cosas—. ¡Mira! esto lo dejaron mis trabajadores —le enseñó lo que llevaba en la mano derecha—. Es un juego de dilatadores de uretra —se alzó de hombros—, pero eso podría ser satisfactorio para ti y no quiero —los lanzó al piso—. Es por eso que usaré esto desde el principio.
Mostró el objeto que llevaba en la mano izquierda y Omar tembló.
—¡¿Qué…?! ¡Qué harás?! —preguntó con miedo.
—¿No es obvio? Esta es una pequeña parte de una varilla de perforación —explicó el rubio y se acercó al cuerpo—. Debido a que han mantenido tu verga erecta con ese arnés, no necesito preocuparme por nada, solo meterla y girarla, para llegar hasta el fondo.
Omar empezó a retorcerse en la mesa, tratando de soltarse— ¡no! ¡No lo hagas!
—En este lugar no sirven las súplicas, Acosta —el rubio colocó la punta de la varilla en la uretra de su enemigo—, así que no gastes saliva…
Apenas terminó de hablar, presionó con fuerza, logrando arrancarle otro grito de dolor, pero debido al grueso de ese objeto, apenas si entró al glande.
—Es momento de girar…
Durante varios minutos Alejandro presionó y movió la varilla como si se tratara de un tornillo, forzando la uretra; la sangre brotaba lentamente, porque no había espacio para que saliera, pero era obvio que si Omar no tuviera el arnés en su pene, este ya se hubiera rasgado casi por completo.
—Bueno, creo que no entrará más —el rubio suspiró decepcionado—. Fue menos de la mitad y eso que solo tiene treinta centímetros de largo —rió—. Es obvio que no tuviste buena genética en tus genitales…
Omar seguía llorando y parecía haberse quedado sin voz de tanto gritar; solo hipaba y sollozaba. Alejandro volvió a la mesa dónde puso las cosas que sacó y desenvolvió lo que parecía un estuche de piel, el cual constaba de varios cuchillos, pinzas de cortar, ganchos y otros accesorios diversos.
—Te dejaré elegir —dijo con burla—. Podemos empezar quitándote la piel de la cara, usando este pequeño juguete especializado —mostró un cuchillo— o ir por tus dedos, con estas pinzas, ¿qué dices? —ladeó el rostro.
—No… —Omar movió la cabeza con debilidad—. Sólo… mátame.
—Acosta, no digas tonterías —Alejandro rió—, ¿crees que te dejaré morir sin hacerte sufrir por lo que le hiciste a mi prometido? —chasqueó la lengua a modo de desaprobación—. No, ¡ni lo sueñes!
—Mátame… —volvió a pedir el castaño en un susurro.
El rubio suspiró y dejó la pinza de lado, sujetando el pequeño cuchillo y acercándose al rostro del otro.
—Cómo no parece que quieras cooperar, haré esto primero —lo sujetó con fuerza del cabello, mientras colocaba la punta del cuchillo en la frente para hacer los primeros cortes y delimitar el área del rostro que iba a desollar—. Tenme paciencia, tengo años que no lo hago…
Omar gritó, lloró y suplicó por piedad, mientras el otro hacia su trabajo; el cuchillo, pese a ser pequeño, estaba tan afilado, que separaba la piel de la cara con tanta facilidad, que casi parecía cortar mantequilla blanda, pero con los movimientos del castaño, Alejandro no podía hacer un trabajo limpio como quería al principio.
Después de varios minutos, el rubio terminó su cometido y pese a que los músculos en la cara de Omar se miraban, la sangre que escurría no era tanta como para ponerlo en peligro.
—Mira, ¿qué dices? —le mostró el resultado a su rehén—. No es mi mejor trabajo… —metió los dedos por los pequeños agujeros que no eran parte de los que había marcado para los ojos y boca—. Pero debo decir, que fue tu culpa por moverte tanto —señaló.
—Ya… basta… —Omar se quejaba débilmente—. ¡Por favor!
—¡Ya me están cansando tus lloriqueos! —el ojiverde arrugó con frustración, la piel del rostro que acababa de arrancar y la metió en la boca de Omar para silenciarlo.
El castaño intentó escupirla, pues sentía arcadas, pero el otro no lo dejó y le cubrió la boca con la mano ensangrentada.
—¡Ey, ey, ey! —gruñó—. Solo quiero que te calles, pero si lo escupes, ¡haré que realmente te lo tragues! —amenazó.
Omar apretó los parpados y dejó de resistirse.
—Bien, ahora, prosigamos con las pinzas —con un movimiento rápido, el rubio clavó el pequeño cuchillo en uno de los muslos de Omar—. Cuídame esto, porque no sé si lo vaya a usar de nuevo…
El castaño apretó la quijada y sintió como la piel en su boca, liberaba más sangre con la cual casi se ahoga.
—Estaba pensando… —Alejandro cortó una falange y Omar ahogó un grito—. Creo que después de esto, debería seguir con algo menos agresivo —cortó otra más—. Quiero lastimarte hasta que mueras, pero también quiero que sufras el mayor tiempo posible —sonrió y caminó al otro lado para cortar un par de dedos de la otra mano—, ¿tú que dices? —prosiguió como si estuviera en una charla casual—. Podría cortarte las extremidades… Hacer un corte al costado y sacar las costillas que Julián te rompió… Aunque también tengo un frasco con ácido que podría usar para quemar tu cuerpo de forma química, antes de usar el soplete —rió.
Omar intentó hablar, pero con su boca obstruida, no podía, así que se limitó a negar.
—Tal vez simplemente… ¡Improvisaré! —Alejandro se alzó de hombros—. Lo que si te aseguro es que para finalizar todo, abriré tu torso y vientre —pasó la uña, marcando una herida con la punta—, para sacar tus entrañas y meter en su lugar ese segundo ojo que aun tienes en su lugar, pero antes, pondré tu lengua, huevos y asquerosa verga o lo que quede de ella —se rió—,en el mismo lugar que tu primer ojo —mostró los colmillos de manera amenazante— y me aseguraré de que sientas todo, antes de exhalar tu último aliento.
Después del desayuno, Erick fue revisado por los médicos y el especialista en Omegas, el doctor Samaniego, lo llevó a una sala especial, para una revisión intima, a la cual, Ale lo acompañó y no se apartó de él en ningún momento; Erick se sentía más tranquilo, pues Ale lo confortaba en todo momento y le daba palabras de aliento para que no se pusiera nervioso.
El médico les dijo que todo se miraba bien, pese a haber algunas laceraciones, pero podía asegurar que no había ningún problema, aun así, no dijo nada de las sospechas de embarazo, porque el doctor Robledo le dijo que eso lo tratarían solo con la pareja del paciente, al menos hasta que se confirmara si seguía en ese estado o el cuerpo había rechazado el producto. La única indicación que dio, fue dejarlo en observación un par de días más, para descartar otras secuelas.
Al volver a la habitación, Agustín, su abuela, Yuri y Karla, los esperaban; ese día, a diferencia del anterior, le llevaron un arreglo de flores, unos dulces, chocolates y globos. Agustín se sintió mucho más tranquilo de ver a Erick con mejor semblante y de que su suegra le confirmara que estaba bien, según el médico. También disculpó a Julián, porque dijo que ese día tenía trabajo y no lo acompañó como el día anterior, pero le mandaba sus buenos deseos.
Poco después, Marcel llegó en compañía de Luis, Gibrán y varias chicas que trabajaban con el diseñador, todos llevando arreglos florales y regalos. Gibrán pasó por todos los estados; primero lloró de emoción al ver a Erick a salvo y saludable, luego se puso histérico contando su humillación de atender a Jair y finalmente estaba eufórico por hacer el traje de bodas para su Príncipe. Sabía que no debía cansar a Erick, por lo que primero debían elegir el modelo y al final, tomar solo las medidas necesarias.
Todos estaban completamente encantados con ese evento, pero era obvio que la persona más emocionada por el mismo, no era el mismo Erick, sino la madre de Alejandro, ya que por fin, vería a su hijo casarse con la persona que amaba.
—¡Este se ve hermoso! —los ojos aceitunados de Ale se humedecieron al ver uno de los trajes de boda—. ¿No te parece, querido? —le mostró la imagen a Erick.
El pelinegro abrió los ojos con sorpresa— creo que… es muy ostentoso…
—¡Es que el corte princesa te quedaría divino! —Gibrán asintió.
—Y con los accesorios de diamantes que ya mandamos pedir —Marcel lo señaló—, ¡serás la envidia de todos!
—¿Diamantes? —Erick miró a su amigo con asombro.
—¡Claro! —el de lentes asintió—. El príncipe Omega no se puede casar sin diamantes —dijo con obviedad.
—Además, debes causar mayor sensación que el imbécil de Jair —Agustín se cruzó de brazos—. ¡No menos!
—Con solo la presencia, Erick lleva las de ganar —Luis se alzó de hombros.
—También, debes usar la tiara que yo usé cuando me casé —Ale sonrió—. Ya le dije a Diego que la mandara pedir de la caja de seguridad y llega mañana.
—¿No es muy… excesivo? —preguntó el ojiazul con nervios.
—¡Por supuesto que no, Erick! —Marcel negó—. Es la boda del Príncipe Omega, con el hijo del magnate hotelero, Diego de León, ¡es el acontecimiento del año!
—Yo diría ¡del siglo! —Gibrán asintió y sujetó otro catalogo que le pasó una de sus asistentes—. Mira, aquí hay otros modelos, no tan extravagantes, pero si usarás un ramo en cascada con pedrería, será mejor no usar algo tan llamativo en la ropa.
Mientras ellos seguían en su plática, Diego estaba en la habitación contigua, que servía de área de descanso, bebiendo un café con Reina; Karla estaba al lado de la canosa, volteando a cada rato hacia la cama, era notorio que quería ir a ver también los catálogos de vestidos.
—Anda, niña —Reina sonrió—, ve a acompañarlos en el alboroto de la boda…
—¡Oh, no! Pero si usted me necesita, yo…
—Si te necesito te llamo, solo estarás a unos pasos —se burló—, ¡corre, ve!
Karla sonrió ampliamente, hizo una ligera reverencia y fue a acompañar a los demás en la algarabía que tenían con los planes.
—¿A usted no le interesan los temas de la boda? —preguntó el de barba con seriedad, mientras bebía un poco de café.
—Es la boda de Erick —sonrió la mujer con calma—. Lo que él decida, será perfecto, porque lo importante es que la pareja que se va a casar, se ame sinceramente, lo demás, ¡es algo trivial!
Diego pasó los dedos por su bigote— cuando yo me casé, mi esposo fue el que preparó todo, incluso eligió mi traje.
—Pero seguramente, fue perfecto para él y eso lo hizo feliz a usted, ¿no es así? —la canosa levantó una ceja.
—¡Por supuesto!
—Cuando hay amor, no importa si es una ceremonia ostentosa o sencilla, solo importa cumplir con las promesas —Reina suspiró.
—¿Su boda fue sencilla? —indagó el rubio con poco interés.
—Sí —asintió—. No hubo fiesta, ni vestido, ni pastel… Solo dos personas prometiendo amarse hasta el final de sus días —sonrió tenuemente—. Y sé que mi esposo me amó hasta su último aliento y yo, pese a los años que lleva de muerto, lo sigo amando de la misma manera.
—Y ¿qué hay de sus hijos?
Un enorme suspiro escapó de los labios de la anciana antes de que bebiera un poco más de café.
—Nicolás no se ha casado, aunque ha tenido muchos amoríos y no me sorprendería que tenga algunos hijos ilegítimos de los que no estoy enterada —dijo con tristeza— y Mario, la madre de Guti… Bueno… Tengo muchos años que no sé de él, no sé dónde esté, ni siquiera sé si es feliz o no —su voz sonó melancólica y sus ojos se posaron en su nieto—. Solo espero que mi Guti tenga mejor suerte en el amor.
—No me cabe duda que Julián está enamorado —Diego sonrió—, no por nada, tanto él, como Miguel, aseguraron que sus familias vendrán a la boda de mi hijo.
—Eso me calma —sonrió la anciana.
—Y… ¿Qué hay de su yerno, Alonso Salazar? —indagó con rapidez el rubio.
—¡Ay, ese hombre! —Reina negó—. ¡Es peor que una patada de mula en el hígado! Qué bueno que Erick no se parece en nada a él, pero supongo que es porque salió a su verdadera madre…
—Es cierto, Noé Salazar no es su madre, ¿no es así? ¿Qué pasó con la madre de Erick? —preguntó curioso.
—A lo que Guti me contó, murió poco después del parto —negó la canosa—. Debido a que Erick tenía los ojos azules, Alonso Salazar lo reclamó como su hijo, especialmente porque parece que no tenía más familia… —miró hacia la cama—. Pobrecillo, pudo haber terminado en un orfanato o algo peor…
«Por alguna razón, siento que hay más de trasfondo…» pensó el de barba.
—Supongo que usted no se lleva bien con el padre de su nieto…
—¡Para nada! Ni con él, ni con su esposo…
—¿Tan mala familia son? —la pregunta de Diego era casi una burla.
—Si usted supiera todo lo que yo se…
—Bueno, creo que mientras en la otra zona hablen de la boda, nosotros tenemos mucho tiempo de platicar —sonrió el rubio y bebió más café.
Reina sonrió y empezó a platicarle, de manera casual, todo tipo de experiencias con la familia Salazar, sin saber que el hombre que tenía enfrente, quería tener toda la información de esa familia, desde cualquier perspectiva.
Así pasaron los minutos, hasta que unos golpeteos en la puerta se escucharon y uno de los guardaespaldas ingresó de inmediato, acercándose hasta el rubio y hablándole en voz baja.
—Déjalo pasar…
El hombre asintió y volvió a la puerta con paso rápido.
—Disculpe, señora Reina, pero llegó otra visita —Diego se puso de pie y acomodó el saco que portaba.
La puerta se abrió y una figura menuda ingresó con lentitud; llevaba en manos un pequeño ramo de lirios blancos pero mantenía la mirada en el piso. Reina se quedó con la taza a medio camino, al reconocer al recién llegado; no imaginó que esa persona iría a ver a Erick después de todo lo ocurrido días antes.
—Pase, señor Acosta —dijo el rubio con seriedad.
Ale, al ver a su esposo ponerse de pie, se apartó un poco de la cama y cuando vio a Ulises ingresar, sonrió amable, pero el grupo que acompañaba a Erick se quedó en silencio.
—¡Buenas tardes! —saludó Ale, yendo con el recién llegado—. Me alegra que haya venido temprano.
—Yo… solo…
Ulises sentía las miradas de todos los presentes; se sentía señalado, por lo que estuvo a punto de salir corriendo.
—Mamá Ulises…
La voz de Erick lo hizo reaccionar y levantó el rostro; su mirada se cruzó con la azul y pese a que las lágrimas escaparon de sus parpados, se sintió más tranquilo y caminó con paso lento.
—Hola, Erick —saludó el recién llegado—. No sabía si querrías verme y…
Erick extendió el brazo y le ofreció la mano— te lo dije antes y lo repito —dijo con amabilidad—. Tú y papá Jacobo, siempre fueron amables conmigo, así que no tengo por qué negarme a verlos…
Ulises sujetó la mano de Erick y empezó a llorar— Erick yo… ¡Lo siento tanto!
Ale suspiró y luego se dirigió a los demás— creo que debemos dejar que el señor Acosta y Erick platiquen a solas —ladeó el rostro—. Podemos seguir viendo los preparativos en la sala de estar, mientras comemos galletas y bebemos jugo o café.
—Creo que tiene razón, señor De León —Marcel se puso de pie de inmediato—, es mejor darles un momento.
Luis, Karla, Yuri, Gibrán y sus asistentes, se apartaron con lentitud, pero Agustín no lo hizo.
—¡Guti! —la voz de su abuela era seria, pese a que tuvo que usar un tono más alto para que su nieto la escuchara—. Deja que Erick platique tranquilo con el señor Acosta.
—Pero… —el menor frunció el ceño—. ¡No quiero dejarte solo! —dijo mirando a su hermano con ansiedad.
—Estaré bien —Erick le dio palmaditas en la mano a su hermano—, además, solo estarás en la estancia, a unos pasos de mí, no te preocupes.
Agustín casi infla las mejillas, se quería negar rotundamente, pero tuvo que acceder; si Erick confiaba en Ulises, él también lo haría.
—Si necesitas cualquier cosa, llámame, ¿sí?
El ojiazul asintió.
Todos los visitantes fueron a la estancia, pero Erick no sabía que Diego de León, desde su lugar, estaba completamente atento a lo que pudiera pasar con Ulises y él; el rubio sabía lo que el ojiiazul significaba para Alejandro y así como cuidaba a su esposo como una joya, lo haría con la pareja de su único hijo y no pensaba bajar la guardia.
—Te traje… unas flores —la sonrisa tembló en el castaño.
—Gracias… —Erick sujetó el pequeño ramo y percibió el olor—. Son las que me gustan.
—Lo sé… ¿Puedo…? ¿Puedo sentarme? —Ulises señaló una silla al lado de la cama.
—Adelante —Erick asintió.
Hubo un momento de silencio y finalmente, Ulises se armó de valor, para hablar.
—Quiero pedirte perdón… —dijo con voz trémula.
—No tienes por qué hacerlo, mamá Ulises —negó el pelinegro.
—¡Sí! Si tengo —asintió con fuerza—. Yo… Yo no sabía todo lo que habías sufrido —buscó la mirada azul—. Yo no sabía todo lo que mi hijo te había hecho y pensaba que él te amaba…
Erick suspiró, dio un ligero apretón en la mano del otro y negó.
—Tú no tienes la culpa de lo que Omar hizo, mamá Ulises.
El castaño pasó la mano por su nariz— te equivocas, Erick —sollozó—. No supe ser una buena madre, no supe educarlo y tampoco pude ponerle límites a Omar —su voz se quebró—. Debí darme cuenta cuando creció, que todas sus actitudes estaban mal… —apretó sus labios, ahogando un gemido de dolor—. Pero estaba ciego por el amor que le tenía a mi hijo y lo justificaba, debido a que me aferraba a la idea de que solo eran celos normales, por tener a un esposo tan hermoso como tú, por eso no me di cuenta de todo el daño que él te hizo estos tres años…
—No es…
—Déjame seguir, Erick, ¡por favor! —la voz de Ulises era una súplica.
El ojiazul respiró profundamente y asintió; era obvio que el otro quería expiar su culpa, aunque para él, no tenía por qué.
—Siempre supe que eras una gran persona —sonrió—, me lo demostraste todo el tiempo, al no hablar mal de mi hijo y tratar de ser el mejor yerno del mundo, e incluso, cuando fui a rogarte por Omar… —apretó sus labios—. Hubieses podido negarte después de todo lo que él había hecho, pero me ofreciste tu apoyo y eso solo lo hace alguien de buen corazón.
A Erick se le estrujó el corazón al ver al otro llorar.
—Sé que no hay manera en que pueda compensarte por todo el daño que Omar te causó —Ulises negó—, pero estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, por tu perdón… no para mi hijo, porque ni yo mismo puedo perdonarlo y tendré que cargar con ese peso toda la vida… —confesó con dolor—. Pero quisiera tu perdón para mí, por ser un tonto, ciego e ignorante, que no quiso darse cuenta de la verdad antes y te puso en peligro, pensando que la malsana obsesión de Omar por ti, era amor de verdad.
Hubo un largo silencio. Erick sujetó las manos de Ulises con las suyas.
—Mamá Ulises —dijo con calma—. Lo que ocurrió entre Omar y yo, no tiene por qué marcarte a ti… Sí, eres su madre, sí, lo educaste, pero seguramente lo hiciste lo mejor que pudiste —ladeó el rostro—. Aun así, el camino que Omar tomó, fue su propia decisión, igual que yo he decidido no ser cómo mi padre —confesó—. Tú, especialmente, fuiste más una madre para mí los últimos tres años, de lo que ha sido la mía durante toda mi vida y ese cariño sincero, es lo único que importa para mí —sonrió—. Me aceptaste en tu familia, me animabas a seguir con mis pinturas, me ayudabas y te preocupabas por mí… Esos son los recuerdos que siempre atesoraré de ti y por ellos, no tienes que disculparte —sentenció—. No estoy enojado contigo ni te culpo de lo que pasó… las acciones de Omar, solo son suyas y ni tú, ni papá Jacobo, tienen por qué cargar con esa responsabilidad.
Ulises rompió en llanto y se inclinó a dejar la cabeza contra las manos del ojiazul; Erick se quedó en silencio, sabía que Ulises debía desahogarse. Ahora ya estaba enterado de todo lo que Omar le había hecho y seguramente había sido algo difícil de aceptar, también, necesitaría mucho tiempo para superarlo.
Diego se movió en silencio y se acercó a su esposo, que miraba la escena desde el arco que dividía la habitación de la sala.
—Parece que es una buena persona, quizá, demasiado… —musitó el de barba para su esposo.
Ale levantó el rostro y le sonrió— es perfecto para nuestro Alex… —se cruzó de brazos—. Ambos sabemos que Alex necesita un poco más de compasión y amor en su vida…
El médico les dijo que todo se miraba bien, pese a haber algunas laceraciones, pero podía asegurar que no había ningún problema, aun así, no dijo nada de las sospechas de embarazo, porque el doctor Robledo le dijo que eso lo tratarían solo con la pareja del paciente, al menos hasta que se confirmara si seguía en ese estado o el cuerpo había rechazado el producto. La única indicación que dio, fue dejarlo en observación un par de días más, para descartar otras secuelas.
Al volver a la habitación, Agustín, su abuela, Yuri y Karla, los esperaban; ese día, a diferencia del anterior, le llevaron un arreglo de flores, unos dulces, chocolates y globos. Agustín se sintió mucho más tranquilo de ver a Erick con mejor semblante y de que su suegra le confirmara que estaba bien, según el médico. También disculpó a Julián, porque dijo que ese día tenía trabajo y no lo acompañó como el día anterior, pero le mandaba sus buenos deseos.
Poco después, Marcel llegó en compañía de Luis, Gibrán y varias chicas que trabajaban con el diseñador, todos llevando arreglos florales y regalos. Gibrán pasó por todos los estados; primero lloró de emoción al ver a Erick a salvo y saludable, luego se puso histérico contando su humillación de atender a Jair y finalmente estaba eufórico por hacer el traje de bodas para su Príncipe. Sabía que no debía cansar a Erick, por lo que primero debían elegir el modelo y al final, tomar solo las medidas necesarias.
Todos estaban completamente encantados con ese evento, pero era obvio que la persona más emocionada por el mismo, no era el mismo Erick, sino la madre de Alejandro, ya que por fin, vería a su hijo casarse con la persona que amaba.
—¡Este se ve hermoso! —los ojos aceitunados de Ale se humedecieron al ver uno de los trajes de boda—. ¿No te parece, querido? —le mostró la imagen a Erick.
El pelinegro abrió los ojos con sorpresa— creo que… es muy ostentoso…
—¡Es que el corte princesa te quedaría divino! —Gibrán asintió.
—Y con los accesorios de diamantes que ya mandamos pedir —Marcel lo señaló—, ¡serás la envidia de todos!
—¿Diamantes? —Erick miró a su amigo con asombro.
—¡Claro! —el de lentes asintió—. El príncipe Omega no se puede casar sin diamantes —dijo con obviedad.
—Además, debes causar mayor sensación que el imbécil de Jair —Agustín se cruzó de brazos—. ¡No menos!
—Con solo la presencia, Erick lleva las de ganar —Luis se alzó de hombros.
—También, debes usar la tiara que yo usé cuando me casé —Ale sonrió—. Ya le dije a Diego que la mandara pedir de la caja de seguridad y llega mañana.
—¿No es muy… excesivo? —preguntó el ojiazul con nervios.
—¡Por supuesto que no, Erick! —Marcel negó—. Es la boda del Príncipe Omega, con el hijo del magnate hotelero, Diego de León, ¡es el acontecimiento del año!
—Yo diría ¡del siglo! —Gibrán asintió y sujetó otro catalogo que le pasó una de sus asistentes—. Mira, aquí hay otros modelos, no tan extravagantes, pero si usarás un ramo en cascada con pedrería, será mejor no usar algo tan llamativo en la ropa.
Mientras ellos seguían en su plática, Diego estaba en la habitación contigua, que servía de área de descanso, bebiendo un café con Reina; Karla estaba al lado de la canosa, volteando a cada rato hacia la cama, era notorio que quería ir a ver también los catálogos de vestidos.
—Anda, niña —Reina sonrió—, ve a acompañarlos en el alboroto de la boda…
—¡Oh, no! Pero si usted me necesita, yo…
—Si te necesito te llamo, solo estarás a unos pasos —se burló—, ¡corre, ve!
Karla sonrió ampliamente, hizo una ligera reverencia y fue a acompañar a los demás en la algarabía que tenían con los planes.
—¿A usted no le interesan los temas de la boda? —preguntó el de barba con seriedad, mientras bebía un poco de café.
—Es la boda de Erick —sonrió la mujer con calma—. Lo que él decida, será perfecto, porque lo importante es que la pareja que se va a casar, se ame sinceramente, lo demás, ¡es algo trivial!
Diego pasó los dedos por su bigote— cuando yo me casé, mi esposo fue el que preparó todo, incluso eligió mi traje.
—Pero seguramente, fue perfecto para él y eso lo hizo feliz a usted, ¿no es así? —la canosa levantó una ceja.
—¡Por supuesto!
—Cuando hay amor, no importa si es una ceremonia ostentosa o sencilla, solo importa cumplir con las promesas —Reina suspiró.
—¿Su boda fue sencilla? —indagó el rubio con poco interés.
—Sí —asintió—. No hubo fiesta, ni vestido, ni pastel… Solo dos personas prometiendo amarse hasta el final de sus días —sonrió tenuemente—. Y sé que mi esposo me amó hasta su último aliento y yo, pese a los años que lleva de muerto, lo sigo amando de la misma manera.
—Y ¿qué hay de sus hijos?
Un enorme suspiro escapó de los labios de la anciana antes de que bebiera un poco más de café.
—Nicolás no se ha casado, aunque ha tenido muchos amoríos y no me sorprendería que tenga algunos hijos ilegítimos de los que no estoy enterada —dijo con tristeza— y Mario, la madre de Guti… Bueno… Tengo muchos años que no sé de él, no sé dónde esté, ni siquiera sé si es feliz o no —su voz sonó melancólica y sus ojos se posaron en su nieto—. Solo espero que mi Guti tenga mejor suerte en el amor.
—No me cabe duda que Julián está enamorado —Diego sonrió—, no por nada, tanto él, como Miguel, aseguraron que sus familias vendrán a la boda de mi hijo.
—Eso me calma —sonrió la anciana.
—Y… ¿Qué hay de su yerno, Alonso Salazar? —indagó con rapidez el rubio.
—¡Ay, ese hombre! —Reina negó—. ¡Es peor que una patada de mula en el hígado! Qué bueno que Erick no se parece en nada a él, pero supongo que es porque salió a su verdadera madre…
—Es cierto, Noé Salazar no es su madre, ¿no es así? ¿Qué pasó con la madre de Erick? —preguntó curioso.
—A lo que Guti me contó, murió poco después del parto —negó la canosa—. Debido a que Erick tenía los ojos azules, Alonso Salazar lo reclamó como su hijo, especialmente porque parece que no tenía más familia… —miró hacia la cama—. Pobrecillo, pudo haber terminado en un orfanato o algo peor…
«Por alguna razón, siento que hay más de trasfondo…» pensó el de barba.
—Supongo que usted no se lleva bien con el padre de su nieto…
—¡Para nada! Ni con él, ni con su esposo…
—¿Tan mala familia son? —la pregunta de Diego era casi una burla.
—Si usted supiera todo lo que yo se…
—Bueno, creo que mientras en la otra zona hablen de la boda, nosotros tenemos mucho tiempo de platicar —sonrió el rubio y bebió más café.
Reina sonrió y empezó a platicarle, de manera casual, todo tipo de experiencias con la familia Salazar, sin saber que el hombre que tenía enfrente, quería tener toda la información de esa familia, desde cualquier perspectiva.
Así pasaron los minutos, hasta que unos golpeteos en la puerta se escucharon y uno de los guardaespaldas ingresó de inmediato, acercándose hasta el rubio y hablándole en voz baja.
—Déjalo pasar…
El hombre asintió y volvió a la puerta con paso rápido.
—Disculpe, señora Reina, pero llegó otra visita —Diego se puso de pie y acomodó el saco que portaba.
La puerta se abrió y una figura menuda ingresó con lentitud; llevaba en manos un pequeño ramo de lirios blancos pero mantenía la mirada en el piso. Reina se quedó con la taza a medio camino, al reconocer al recién llegado; no imaginó que esa persona iría a ver a Erick después de todo lo ocurrido días antes.
—Pase, señor Acosta —dijo el rubio con seriedad.
Ale, al ver a su esposo ponerse de pie, se apartó un poco de la cama y cuando vio a Ulises ingresar, sonrió amable, pero el grupo que acompañaba a Erick se quedó en silencio.
—¡Buenas tardes! —saludó Ale, yendo con el recién llegado—. Me alegra que haya venido temprano.
—Yo… solo…
Ulises sentía las miradas de todos los presentes; se sentía señalado, por lo que estuvo a punto de salir corriendo.
—Mamá Ulises…
La voz de Erick lo hizo reaccionar y levantó el rostro; su mirada se cruzó con la azul y pese a que las lágrimas escaparon de sus parpados, se sintió más tranquilo y caminó con paso lento.
—Hola, Erick —saludó el recién llegado—. No sabía si querrías verme y…
Erick extendió el brazo y le ofreció la mano— te lo dije antes y lo repito —dijo con amabilidad—. Tú y papá Jacobo, siempre fueron amables conmigo, así que no tengo por qué negarme a verlos…
Ulises sujetó la mano de Erick y empezó a llorar— Erick yo… ¡Lo siento tanto!
Ale suspiró y luego se dirigió a los demás— creo que debemos dejar que el señor Acosta y Erick platiquen a solas —ladeó el rostro—. Podemos seguir viendo los preparativos en la sala de estar, mientras comemos galletas y bebemos jugo o café.
—Creo que tiene razón, señor De León —Marcel se puso de pie de inmediato—, es mejor darles un momento.
Luis, Karla, Yuri, Gibrán y sus asistentes, se apartaron con lentitud, pero Agustín no lo hizo.
—¡Guti! —la voz de su abuela era seria, pese a que tuvo que usar un tono más alto para que su nieto la escuchara—. Deja que Erick platique tranquilo con el señor Acosta.
—Pero… —el menor frunció el ceño—. ¡No quiero dejarte solo! —dijo mirando a su hermano con ansiedad.
—Estaré bien —Erick le dio palmaditas en la mano a su hermano—, además, solo estarás en la estancia, a unos pasos de mí, no te preocupes.
Agustín casi infla las mejillas, se quería negar rotundamente, pero tuvo que acceder; si Erick confiaba en Ulises, él también lo haría.
—Si necesitas cualquier cosa, llámame, ¿sí?
El ojiazul asintió.
Todos los visitantes fueron a la estancia, pero Erick no sabía que Diego de León, desde su lugar, estaba completamente atento a lo que pudiera pasar con Ulises y él; el rubio sabía lo que el ojiiazul significaba para Alejandro y así como cuidaba a su esposo como una joya, lo haría con la pareja de su único hijo y no pensaba bajar la guardia.
—Te traje… unas flores —la sonrisa tembló en el castaño.
—Gracias… —Erick sujetó el pequeño ramo y percibió el olor—. Son las que me gustan.
—Lo sé… ¿Puedo…? ¿Puedo sentarme? —Ulises señaló una silla al lado de la cama.
—Adelante —Erick asintió.
Hubo un momento de silencio y finalmente, Ulises se armó de valor, para hablar.
—Quiero pedirte perdón… —dijo con voz trémula.
—No tienes por qué hacerlo, mamá Ulises —negó el pelinegro.
—¡Sí! Si tengo —asintió con fuerza—. Yo… Yo no sabía todo lo que habías sufrido —buscó la mirada azul—. Yo no sabía todo lo que mi hijo te había hecho y pensaba que él te amaba…
Erick suspiró, dio un ligero apretón en la mano del otro y negó.
—Tú no tienes la culpa de lo que Omar hizo, mamá Ulises.
El castaño pasó la mano por su nariz— te equivocas, Erick —sollozó—. No supe ser una buena madre, no supe educarlo y tampoco pude ponerle límites a Omar —su voz se quebró—. Debí darme cuenta cuando creció, que todas sus actitudes estaban mal… —apretó sus labios, ahogando un gemido de dolor—. Pero estaba ciego por el amor que le tenía a mi hijo y lo justificaba, debido a que me aferraba a la idea de que solo eran celos normales, por tener a un esposo tan hermoso como tú, por eso no me di cuenta de todo el daño que él te hizo estos tres años…
—No es…
—Déjame seguir, Erick, ¡por favor! —la voz de Ulises era una súplica.
El ojiazul respiró profundamente y asintió; era obvio que el otro quería expiar su culpa, aunque para él, no tenía por qué.
—Siempre supe que eras una gran persona —sonrió—, me lo demostraste todo el tiempo, al no hablar mal de mi hijo y tratar de ser el mejor yerno del mundo, e incluso, cuando fui a rogarte por Omar… —apretó sus labios—. Hubieses podido negarte después de todo lo que él había hecho, pero me ofreciste tu apoyo y eso solo lo hace alguien de buen corazón.
A Erick se le estrujó el corazón al ver al otro llorar.
—Sé que no hay manera en que pueda compensarte por todo el daño que Omar te causó —Ulises negó—, pero estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, por tu perdón… no para mi hijo, porque ni yo mismo puedo perdonarlo y tendré que cargar con ese peso toda la vida… —confesó con dolor—. Pero quisiera tu perdón para mí, por ser un tonto, ciego e ignorante, que no quiso darse cuenta de la verdad antes y te puso en peligro, pensando que la malsana obsesión de Omar por ti, era amor de verdad.
Hubo un largo silencio. Erick sujetó las manos de Ulises con las suyas.
—Mamá Ulises —dijo con calma—. Lo que ocurrió entre Omar y yo, no tiene por qué marcarte a ti… Sí, eres su madre, sí, lo educaste, pero seguramente lo hiciste lo mejor que pudiste —ladeó el rostro—. Aun así, el camino que Omar tomó, fue su propia decisión, igual que yo he decidido no ser cómo mi padre —confesó—. Tú, especialmente, fuiste más una madre para mí los últimos tres años, de lo que ha sido la mía durante toda mi vida y ese cariño sincero, es lo único que importa para mí —sonrió—. Me aceptaste en tu familia, me animabas a seguir con mis pinturas, me ayudabas y te preocupabas por mí… Esos son los recuerdos que siempre atesoraré de ti y por ellos, no tienes que disculparte —sentenció—. No estoy enojado contigo ni te culpo de lo que pasó… las acciones de Omar, solo son suyas y ni tú, ni papá Jacobo, tienen por qué cargar con esa responsabilidad.
Ulises rompió en llanto y se inclinó a dejar la cabeza contra las manos del ojiazul; Erick se quedó en silencio, sabía que Ulises debía desahogarse. Ahora ya estaba enterado de todo lo que Omar le había hecho y seguramente había sido algo difícil de aceptar, también, necesitaría mucho tiempo para superarlo.
Diego se movió en silencio y se acercó a su esposo, que miraba la escena desde el arco que dividía la habitación de la sala.
—Parece que es una buena persona, quizá, demasiado… —musitó el de barba para su esposo.
Ale levantó el rostro y le sonrió— es perfecto para nuestro Alex… —se cruzó de brazos—. Ambos sabemos que Alex necesita un poco más de compasión y amor en su vida…
Alejandro salió de la habitación de Omar, cuando el sujeto ya no respiraba. Llevaba las manos y la ropa llenas de sangre, pero no iba a lavarse, ni cambiarse en ese momento.
—¿Se divirtió, joven? —preguntó Samuel con una sonrisa tranquila.
—Lo suficiente para quedar satisfecho —el rubio se alzó de hombros.
—¿Desea comer o prefiere ir con el siguiente sujeto? —preguntó el otro con diligencia.
—¿Ya terminaron tus trabajadores?
—Sí —el pelinegro sonrió.
—¿Ya prepararon el transporte? —indagó el rubio con poco interés.
—¡Por supuesto! —asintió el hombre—. La familia Schneider, nos facilitó anoche, los números de sus contactos en México y ellos se encargaran de sacar a Jair Páez del país, para llevarlo a EUA —señaló hacia el fondo—. Ya está afuera una camioneta, para cuando la ocupe.
—Bien, es mejor no perder más el tiempo con ese sujeto, ya que no voy a tardar…—dijo con desprecio—. Llévame con él y mientras, que se encarguen del cuerpo de Acosta y lo incineren, para devolverle los restos a su madre.
—Ya escucharon al joven —la voz de Samuel fue seria y señaló el interior.
Los dos hombres que cuidaban el acceso, entraron, observando la escena y los restos; uno suspiró cansado y el otro pasó la mano por su cabello, podría ser el trabajo más difícil de ese día, pero para algo les pagaban, así que no podían negarse. De inmediato, uno fue a sacar unas bolsas negras del armario, ahí echarían los restos para llevarlos a incinerar; el otro pidió ayuda, para deshacerse de la evidencia y limpiar la zona también, por lo que en un santiamén, un grupo grande de guardaespaldas pusieron manos a la obra para limpiar esa habitación.
Mientras tanto, Samuel guio a Alejandro hasta la otra habitación. Los guardias abrieron la puerta y le permitieron el paso al rubio.
—Estén alertas, los llamaré en un momento.
—Cómo ordene, joven.
Alejandro entró con paso lento y la puerta se cerró tras él. Caminó por la zona, haciendo un gesto de desagrado; tuvo que envolverse en sus propias feromonas, ya que el lugar olía a fresas podridas y tenía un desagradable aroma a sudor y fluidos corporales de varones Beta, que no tenían un olor específico, pero de igual manera, era un tanto asqueroso para él.
Rodeó con paso lento el cuerpo de Jair que se mantenía boca arriba, colgando del techo por unas cuerdas sujetas a sus extremidades y cintura. Los ojos verdes observaron con escrutinio la piel herida por golpes, mordidas y laceraciones; el pequeño pene estaba de un color oscuro, apresado con un arnés para evitar la eyaculación y de la parte íntima, goteaba semen, orina y sangre, dejando un gran charco en el piso. La mirada castaña estaba perdida en la nada y las lágrimas brotaban de sus parpados, humedeciendo parte de su piel; de su boca también escapaba una mezcla parecida a la de su parte inferior, aunque incluía saliva.
—Parece que te cuidaron muy bien —Alejandro se burló—. Supuse que tú, al tener mucha experiencia con Alfas, no ibas a satisfacerte fácilmente con simples varones Beta —se alzó de hombros—, pero Samuel te trajo unos buenos compañeros —se inclinó, acercando el rostro al del otro—. Merece un gran premio, por tan buen trabajo, ¿no lo crees?
Los labios de Jair temblaron, parecía querer decir algo, pero no podía articular palabra, no solo por su propio estado, sino por el miedo que tenía de ver al otro lleno de sangre, que obviamente era de alguien más y podía jurar que era de Omar.
—¡Ah, Jair! —el rubio suspiró—. Tenía pensado hacerte mil y un cosas antes de matarte, ¿sabes? Pero no lo haré —negó—. No tengo deseos de poseerte, porque simplemente me repugnas —dijo con desprecio—, por eso delegué ese castigo —puso las manos tras su espalda—. Luego pensé en otras maneras de torturarte, hasta que murieras en una lenta agonía —rió—, pero soy una persona benevolente, ¡debes agradecerle esa educación a mi madre! —dijo con orgullo—. Así que llegué a la conclusión de que si te lastimaba de esa manera, solo por el hecho de haber confabulado para lastimar a Erick, tal vez sería sumamente exagerado, es decir, tu solo ayudaste a Omar e incluso mataste a la enfermera y al de la limpieza, pero no tocaste un solo cabello de mi Conejo, ¿o sí?
La mirada verde se posó en el rostro de Jair, esperando una respuesta; el pelinegro sollozó y negó con lentitud, pues no podía mover su cuerpo con libertad.
—Y como lo único que realmente me interesa es Erick, he decidido no matarte…
Jair pareció suspirar; su cuerpo se relajó por completo y cerró los parpados, por lo que las lágrimas brotaron con mayor fuerza, aunque su gesto parecía de alivio por las palabras que acababa de escuchar.
—Pero tampoco puedo dejarte sin castigo.
Con esa sentencia, Jair abrió los parpados de inmediato y vio a Alejandro con terror.
—¿Recuerdas la última fiesta en la que hablamos? —el rubio sonrió divertido—. Y no hablo de la boda falsa, ¡claro que no! —rió—. Nos vimos antes y aquella noche, te dije que te mantuvieras lejos de mí y no te volvieras a cruzar en mi camino o te iría muy mal, pero no hiciste caso —se alzó de hombros— y yo, soy un hombre de palabra…
—Alex… —el murmullo apenas se escuchó, pues le había costado a Jair articular palabra, debido a que sentía su garganta dolorida—. Perdón…
Alejandro chasqueó la lengua a modo de desaprobación— en mi mundo, Jair, no existe el perdón para personas como tú —negó—, pero no te preocupes, no te va a ir tan mal… —caminó a la puerta y abrió—. Que vengan los trabajadores de la familia Schneider.
El rubio ni siquiera cerró la puerta, pero regresó los pasos y rodeó una vez más el cuerpo suspendido, colocándose a un lado; sus dedos, índice y medio, presionaron el vientre ligeramente abultado y Jair gimió, a la par que de entre sus piernas, escurría esa mezcla de fluidos con mayor fuerza.
—Eres Omega —dijo con sorna—, eso te da un valor significativo para la familia de un amigo mío —lo miró con desdén—. Mientras puedas procrear, te tendrán entre las filas de su ‘ganado’ y te darán el mismo trato que se te ha dado aquí…
—N… No —Jair tembló.
—Pero cuando no sirvas para eso o el producto que des no sea de buena calidad —el rubio respiró profundamente—, tu cuerpo tendrá otro destino…
Jair se asustó al ver cómo el otro se acercaba a hablarle al oído.
—Sacarán todos tus órganos y los usarán para sus clientes especiales o en el peor de los casos, los venderán al mejor postor —Alejandro se irguió—. Ellos tienen un mercado tan amplio, que seguramente no desperdiciarán una sola parte de ti…
—No, Alex… ¡Por favor! —a pesar de que le dolía la garganta y su voz era ronca, pudo levantar un poco la voz—. ¡No lo hagas! ¡Te lo suplico!
—Demasiado tarde…
Alejandro se apartó un par de pasos y varios sujetos entraron; dos se movieron con rapidez, sujetando el cuerpo suspendido, mientras un tercero cortaba con destreza las sogas que lo mantenían inmóvil. Dos más colocaron una caja de madera de pino en el piso y cuando Jair fue liberado de las ataduras del techo, lo lanzaron al interior sin mucho cuidado; al estar dentro, uno de ellos le puso una inyección en el brazo, antes de colocar la tapa y clavarla con una rapidez sorprendente; parecían maquinas realizando un trabajo rutinario
—¡Sáquenme! ¡Alex! ¡Perdón! ¡Por favor! ¡No lo hagas!
—Parece que aún tiene fuerza para gritar —dijo el ojiverde con molestia—, espero no les cause problemas.
—No se preocupe, joven De León, el medicamento hará efecto en unos minutos y guardará silencio el resto del camino.
—Me alegra —sonrió el rubio—. Dale mis saludos a Christopher y su padre, diles que estaré en deuda por este favor.
—Entregaré personalmente sus saludos, no se preocupe.
Entre cuatro hombres llevaron la caja hacia afuera y el quinto hombre los siguió, estrechando la mano de Samuel para despedirse. Alejandro se quedó en el pasillo, observando como los sujetos metían la caja en una camioneta van y luego se iban con rapidez; confiaba plenamente que los trabajadores de la familia de Christopher se harían cargo de Jair y no volvería a verlo jamás.
—¿Qué hora es? —preguntó Alejandro, cuando Samuel llegó a su lado.
—Son pasadas las seis de la tarde, joven —respondió de inmediato.
—Creo que no alcanzaré a llegar, para cenar con Erick —dijo con algo de molestia—, necesito asearme y cambiar de ropa.
—Preparamos todo para su aseo en otra zona, acompáñeme…
—¿Qué hay de Miguel y Julián?
—Se quedaron esperándolo en la sala que preparamos —respondió el pelinegro—. Hace rato, ambos hablaban por teléfono, pero no sé en qué se estén ocupando en este momento.
—Bien, diles que nos iremos en media hora, eso me dará tiempo de limpiarme y quedar presentable para ir al hospital.
—¿Se divirtió, joven? —preguntó Samuel con una sonrisa tranquila.
—Lo suficiente para quedar satisfecho —el rubio se alzó de hombros.
—¿Desea comer o prefiere ir con el siguiente sujeto? —preguntó el otro con diligencia.
—¿Ya terminaron tus trabajadores?
—Sí —el pelinegro sonrió.
—¿Ya prepararon el transporte? —indagó el rubio con poco interés.
—¡Por supuesto! —asintió el hombre—. La familia Schneider, nos facilitó anoche, los números de sus contactos en México y ellos se encargaran de sacar a Jair Páez del país, para llevarlo a EUA —señaló hacia el fondo—. Ya está afuera una camioneta, para cuando la ocupe.
—Bien, es mejor no perder más el tiempo con ese sujeto, ya que no voy a tardar…—dijo con desprecio—. Llévame con él y mientras, que se encarguen del cuerpo de Acosta y lo incineren, para devolverle los restos a su madre.
—Ya escucharon al joven —la voz de Samuel fue seria y señaló el interior.
Los dos hombres que cuidaban el acceso, entraron, observando la escena y los restos; uno suspiró cansado y el otro pasó la mano por su cabello, podría ser el trabajo más difícil de ese día, pero para algo les pagaban, así que no podían negarse. De inmediato, uno fue a sacar unas bolsas negras del armario, ahí echarían los restos para llevarlos a incinerar; el otro pidió ayuda, para deshacerse de la evidencia y limpiar la zona también, por lo que en un santiamén, un grupo grande de guardaespaldas pusieron manos a la obra para limpiar esa habitación.
Mientras tanto, Samuel guio a Alejandro hasta la otra habitación. Los guardias abrieron la puerta y le permitieron el paso al rubio.
—Estén alertas, los llamaré en un momento.
—Cómo ordene, joven.
Alejandro entró con paso lento y la puerta se cerró tras él. Caminó por la zona, haciendo un gesto de desagrado; tuvo que envolverse en sus propias feromonas, ya que el lugar olía a fresas podridas y tenía un desagradable aroma a sudor y fluidos corporales de varones Beta, que no tenían un olor específico, pero de igual manera, era un tanto asqueroso para él.
Rodeó con paso lento el cuerpo de Jair que se mantenía boca arriba, colgando del techo por unas cuerdas sujetas a sus extremidades y cintura. Los ojos verdes observaron con escrutinio la piel herida por golpes, mordidas y laceraciones; el pequeño pene estaba de un color oscuro, apresado con un arnés para evitar la eyaculación y de la parte íntima, goteaba semen, orina y sangre, dejando un gran charco en el piso. La mirada castaña estaba perdida en la nada y las lágrimas brotaban de sus parpados, humedeciendo parte de su piel; de su boca también escapaba una mezcla parecida a la de su parte inferior, aunque incluía saliva.
—Parece que te cuidaron muy bien —Alejandro se burló—. Supuse que tú, al tener mucha experiencia con Alfas, no ibas a satisfacerte fácilmente con simples varones Beta —se alzó de hombros—, pero Samuel te trajo unos buenos compañeros —se inclinó, acercando el rostro al del otro—. Merece un gran premio, por tan buen trabajo, ¿no lo crees?
Los labios de Jair temblaron, parecía querer decir algo, pero no podía articular palabra, no solo por su propio estado, sino por el miedo que tenía de ver al otro lleno de sangre, que obviamente era de alguien más y podía jurar que era de Omar.
—¡Ah, Jair! —el rubio suspiró—. Tenía pensado hacerte mil y un cosas antes de matarte, ¿sabes? Pero no lo haré —negó—. No tengo deseos de poseerte, porque simplemente me repugnas —dijo con desprecio—, por eso delegué ese castigo —puso las manos tras su espalda—. Luego pensé en otras maneras de torturarte, hasta que murieras en una lenta agonía —rió—, pero soy una persona benevolente, ¡debes agradecerle esa educación a mi madre! —dijo con orgullo—. Así que llegué a la conclusión de que si te lastimaba de esa manera, solo por el hecho de haber confabulado para lastimar a Erick, tal vez sería sumamente exagerado, es decir, tu solo ayudaste a Omar e incluso mataste a la enfermera y al de la limpieza, pero no tocaste un solo cabello de mi Conejo, ¿o sí?
La mirada verde se posó en el rostro de Jair, esperando una respuesta; el pelinegro sollozó y negó con lentitud, pues no podía mover su cuerpo con libertad.
—Y como lo único que realmente me interesa es Erick, he decidido no matarte…
Jair pareció suspirar; su cuerpo se relajó por completo y cerró los parpados, por lo que las lágrimas brotaron con mayor fuerza, aunque su gesto parecía de alivio por las palabras que acababa de escuchar.
—Pero tampoco puedo dejarte sin castigo.
Con esa sentencia, Jair abrió los parpados de inmediato y vio a Alejandro con terror.
—¿Recuerdas la última fiesta en la que hablamos? —el rubio sonrió divertido—. Y no hablo de la boda falsa, ¡claro que no! —rió—. Nos vimos antes y aquella noche, te dije que te mantuvieras lejos de mí y no te volvieras a cruzar en mi camino o te iría muy mal, pero no hiciste caso —se alzó de hombros— y yo, soy un hombre de palabra…
—Alex… —el murmullo apenas se escuchó, pues le había costado a Jair articular palabra, debido a que sentía su garganta dolorida—. Perdón…
Alejandro chasqueó la lengua a modo de desaprobación— en mi mundo, Jair, no existe el perdón para personas como tú —negó—, pero no te preocupes, no te va a ir tan mal… —caminó a la puerta y abrió—. Que vengan los trabajadores de la familia Schneider.
El rubio ni siquiera cerró la puerta, pero regresó los pasos y rodeó una vez más el cuerpo suspendido, colocándose a un lado; sus dedos, índice y medio, presionaron el vientre ligeramente abultado y Jair gimió, a la par que de entre sus piernas, escurría esa mezcla de fluidos con mayor fuerza.
—Eres Omega —dijo con sorna—, eso te da un valor significativo para la familia de un amigo mío —lo miró con desdén—. Mientras puedas procrear, te tendrán entre las filas de su ‘ganado’ y te darán el mismo trato que se te ha dado aquí…
—N… No —Jair tembló.
—Pero cuando no sirvas para eso o el producto que des no sea de buena calidad —el rubio respiró profundamente—, tu cuerpo tendrá otro destino…
Jair se asustó al ver cómo el otro se acercaba a hablarle al oído.
—Sacarán todos tus órganos y los usarán para sus clientes especiales o en el peor de los casos, los venderán al mejor postor —Alejandro se irguió—. Ellos tienen un mercado tan amplio, que seguramente no desperdiciarán una sola parte de ti…
—No, Alex… ¡Por favor! —a pesar de que le dolía la garganta y su voz era ronca, pudo levantar un poco la voz—. ¡No lo hagas! ¡Te lo suplico!
—Demasiado tarde…
Alejandro se apartó un par de pasos y varios sujetos entraron; dos se movieron con rapidez, sujetando el cuerpo suspendido, mientras un tercero cortaba con destreza las sogas que lo mantenían inmóvil. Dos más colocaron una caja de madera de pino en el piso y cuando Jair fue liberado de las ataduras del techo, lo lanzaron al interior sin mucho cuidado; al estar dentro, uno de ellos le puso una inyección en el brazo, antes de colocar la tapa y clavarla con una rapidez sorprendente; parecían maquinas realizando un trabajo rutinario
—¡Sáquenme! ¡Alex! ¡Perdón! ¡Por favor! ¡No lo hagas!
—Parece que aún tiene fuerza para gritar —dijo el ojiverde con molestia—, espero no les cause problemas.
—No se preocupe, joven De León, el medicamento hará efecto en unos minutos y guardará silencio el resto del camino.
—Me alegra —sonrió el rubio—. Dale mis saludos a Christopher y su padre, diles que estaré en deuda por este favor.
—Entregaré personalmente sus saludos, no se preocupe.
Entre cuatro hombres llevaron la caja hacia afuera y el quinto hombre los siguió, estrechando la mano de Samuel para despedirse. Alejandro se quedó en el pasillo, observando como los sujetos metían la caja en una camioneta van y luego se iban con rapidez; confiaba plenamente que los trabajadores de la familia de Christopher se harían cargo de Jair y no volvería a verlo jamás.
—¿Qué hora es? —preguntó Alejandro, cuando Samuel llegó a su lado.
—Son pasadas las seis de la tarde, joven —respondió de inmediato.
—Creo que no alcanzaré a llegar, para cenar con Erick —dijo con algo de molestia—, necesito asearme y cambiar de ropa.
—Preparamos todo para su aseo en otra zona, acompáñeme…
—¿Qué hay de Miguel y Julián?
—Se quedaron esperándolo en la sala que preparamos —respondió el pelinegro—. Hace rato, ambos hablaban por teléfono, pero no sé en qué se estén ocupando en este momento.
—Bien, diles que nos iremos en media hora, eso me dará tiempo de limpiarme y quedar presentable para ir al hospital.
Erick estaba sentado en la cama; pese a que la televisión estaba encendida, con un documental de animales salvajes en la pantalla, él estaba absorto, observando al exterior por el enorme ventanal, dándose cuenta que empezaba a nevar.
—¿Pasa algo, querido? —la voz calmada de Ale lo sobresaltó.
El castaño se había quedado a su lado, avanzando en su aprendizaje de tejido con dos agujas, pero se daba cuenta que el otro estaba muy serio desde que todas las visitas se habían ido.
—Ya oscureció y Alex no vuelve —suspiró.
Ale sonrió— Alex a veces se entretiene mucho en su trabajo —le restó importancia—, por eso te dije que si tenías hambre, debíamos cenar primero, pues podría tardar más de lo que previó.
—No tengo mucha hambre y quiero esperarlo, mamá Ale —sonrió—. Es solo que lo extraño.
El castaño bajó su tejido y lo puso en el regazo— pero te miras muy triste —movió la mano y sujetó la de Erick—, ¿quieres que cambie el programa y ponga algo más divertido?
—¡Oh, no! —el ojiazul sonrió—. Lo que pasa es que, generalmente, a estas horas estaría en mi estudio, pintando… Mi rutina siempre me ayudaba a pasar el tiempo y estando aquí, me siento un poco… Aburrido.
—¡Es cierto! Me contaste que pintas —sonrió su suegro—. Pero no creo que nos permitan traer pinturas al hospital —hizo un mohín.
—Me serviría un cuaderno y un lápiz —el pelinegro ladeó el rostro—, bocetar o escribir, también me entretiene.
—Siendo así, cuando venga Diego, le diré que mande comprar cosas de dibujo, para que te entretengas —le guiñó un ojo.
—Gracias… —Erick sonrió—. ¿Qué es lo que haces, mamá Ale? —preguntó observando el tejido del otro.
—Por ahorita, nada, querido —rió—. Apenas estoy aprendiendo las puntadas básicas —le acercó una revista de crochet—, inicié este pasatiempo hace unos días, pero espero que pronto pueda estar haciendo ropa.
—¿Ropa? —el ojiazul frunció el ceño—. ¿Qué clase de ropa? —preguntó, pues aunque si sabía que había objetos de tejido, le parecía un trabajo muy demandante hacer ropa para las personas.
—Ropa para mis futuros nietos, ¡obviamente! —dijo el otro con emoción, logrando que Erick se pusiera rojo—. Quiero hacerles gorritos, guantecitos, zapatitos, conjuntos completos… ¡se mirarán divinos! Y obvio, mis nietos no van a reciclar, ¡cada uno debe tener el propio! —sentenció con orgullo.
—Ah… Pero… Mamá Ale —Erick pasó saliva—. Sobre eso… No he hablado con Alex y no sé cuándo… Ni cuantos…
—¿Cuando? Espero que pronto, porque ni Diego, ni yo, seremos fuertes por mucho tiempo —negó—. Y cuántos… Creo que sería lindo que fueran unos cinco, seis ¡o más! Para que llenen la casa de risas y alegría…
—¡¿Qué?! —Erick se asustó.
El castaño rió— ¡es broma, cariño! —le palmeó la mano—. Los que vengan serán bien recibidos y los amaremos mucho, no te preocupes.
Erick volvió a respirar; la idea de tener muchos hijos le asustaba, pues no sabía si sería buena madre, pero creía que con uno sería suficiente para ser feliz.
La puerta se abrió y Diego ingresó, llevando una bolsa de papel.
—Lamento la tardanza, mi reunión se alargó —dijo con voz seria.
Diego no tenía planeado nada del trabajo para ese día, pero una llamada de Dimitry con respecto a la situación de Jacobo Acosta y lo que había mandado investigar, lo obligó a salir del hospital una hora.
—No te preocupes, amor —sonrió el castaño—. ¿Y esa bolsa?
Diego fue directamente a su esposo y le dio un beso en los labios a modo de saludo— me encontré una panadería en el camino y pedí que te compraran el pan que te gusta —sonrió mientras le entregaba a su esposo la bolsa de papel—. ¿Cómo te sientes, Erick? —preguntó para su yerno.
—Mucho mejor, señor, gracias.
—Me alegra, ¿ya cenaron?
—No —Ale sacó un pan de hojaldre y lo mordió—. Erick no quiere cenar hasta que venga Alex —dijo mientras masticaba el bocado—. ¿Quieres, querido? —le acercó la bolsa a su yerno.
—Sí, gracias…
Erick buscó entre los panes, encontrando unas empanadas y pudo percibir el olor a piña, así que no se resistió.
—Le marcaré a Alejandro para que se apresure —Diego sacó su celular—, ya debería haber vuelto, ¡no debe permitir que Erick pase hambre!
Apenas estaba marcando, cuando el golpeteo en la puerta se escuchó.
—Pase —dijo el rubio, a sabiendas que su hijo no tocaría de esa manera.
Uno de sus trabajadores se acercó y le habló al oído. Aunque el rubio no dijo nada, Ale pudo notar como el semblante de su esposo cambiaba y lo conocía tan bien, que seguramente no era una buena noticia lo que le acababan de decir.
—Está bien —el de barba guardó su celular—. Déjenlos pasar.
Ale guardó el pan que no se había acabado y dejó en la mesita su tejido y la bolsa, sacudiendo su traje al levantarse; era obvio que habían llegado visitas.
Ale se acercó a su esposo y ambos caminaron a la sala de la habitación, mientras Erick seguía comiendo la empanada; no imaginaba que serían visitas para él, porque ya era tarde, así que pensó que era algo de la familia De León, aun así, se equivocó.
—Buenas noches.
La voz de su padre le provocó un escalofrío y se apresuró a guardar el pan en la bolsa; no era correcto que lo encontrara comiendo.
—La familia Salazar al fin se digna a venir de visita —Diego los miró con altivez.
Alonso se tensó completamente, aún estaba en el umbral y por alguna razón su cuerpo parecía reacio a ingresar a la zona; Noé mantenía la mirada hacia abajo y se mordía el labio por la parte interior, ya que estaba muy nervioso. Ninguno había imaginado que verían a la familia De León en el hospital, por eso se habían asegurado de ir tarde.
—Pasen, por favor —la voz tranquila de Ale, pese a que no tenía una intención oculta, también los hizo temblar.
—Hemos… —Alonso carraspeó y dio unos pasos para entrar—. Hemos venido a ver a nuestro hijo —forzó una sonrisa—. No habíamos podido venir por diversas cuestiones laborales y…
—Claro, el trabajo es muy importante, ¿no es así? —el rubio lo miró con frialdad, logrando que el General se pusiera blanco—. Pero aunque usted estuviera ocupado, creí que su esposo no trabajaba —hizo un ademán para Noé—. Es raro que no haya venido antes.
Noé sintió que el piso se movía, así que se sujetó al brazo de su esposo.
—Mi esposo sufre de hipertensión y no puede salir solo —el castaño lo defendió.
Diego entrecerró los ojos y estuvo a punto de replicar, pero Ale lo sujetó del brazo.
—Calma, mi amor, sé que estás preocupado por Erick, tanto como yo, pero no es momento de reprochar —le sonrió—. Han sido días difíciles y seguramente la familia Salazar la pasó mal con todo este asunto, desde el secuestro, ¿no es así?
Alonso forzó una sonrisa— así es… tuvimos que revisar la seguridad de la casa y asegurarnos de que todo esté perfecto, para que esto no vuelva a ocurrir, además, las noticias, los reporteros y todo el caos, nos mantuvieron ocupados.
—Lo ves, mi amor —Ale le dio palmaditas al brazo de su esposo—, no seas tan estricto.
Después de eso, dio unos pasos al frente.
—Señor Noé, seguramente está muy preocupado por su hijo —señaló cordial—. Venga, acompáñeme, Erick no puede levantarse de la cama porque aún está con suero.
Noé levantó el rostro y miró a Ale con desconcierto.
—¿Acaso no desea verlo? —indagó el castaño, levantando una ceja.
Por un momento, Alonso y Noé sintieron que la mirada aceitunada era casi como un reproche. El labio del pelinegro tembló y sus manos apretaron la tela del saco de su esposo.
—Adelante, querido —Alonso le hizo un ademán a Noé—, en un momento te acompaño, cruzaré unas palabras con De León.
Noé le dedico una mirada fría a su esposo; realmente no quería ver a Erick, pero sabía que debía guardar las apariencias, así que simplemente asintió y caminó hasta Ale, quien le hizo un ligero ademán y lo guio hacia la cama del ojiazul.
—Parece que su esposo no está tan preocupado por su hijo —Diego caminó a la sala y se sentó.
—¡Por supuesto que lo está! —Alonso apresuró el paso—. Ha pasado unos días terribles, preocupado por él —mintió, sentándose en otro sillón.
El rubio lo miró con poco interés, era muy obvio que le mentía, por lo que no tenía la más mínima intención de seguirle el juego.
—Trae café para mi esposo y para mí —dijo con frialdad.
Hasta ese momento, Alonso se dio cuenta que tras él, había entrado otro sujeto vestido de negro.
—¿Gusta café o algo más, señor Salazar? —preguntó para el militar.
—Café está bien y a mi esposo un té, él café es dañino para su salud.
El guardaespaldas asintió— vuelvo en un momento.
El hombre salió con paso rápido, seguido por la mirada azul; Alonso se sentía inquieto debido a que lo había tomado por sorpresa, ya que ni siquiera había podido percibir las feromonas de ese sujeto.
—Es bueno que hayan venido, mi esposo y yo, estamos esperando a que mi hijo vuelva.
—Su hijo, volverá hoy, ¿tan tarde? —el General se estremeció.
—Alejandro no quiere dejar solo a Erick, le preocupa su seguridad y debido a lo ocurrido en su casa —señaló al otro hombre—, a mí también me preocupa.
Alonso apretó los puños inconscientemente, tratando de controlarse, porque sus feromonas se estaban desestabilizando por sus nervios; el militar no quería demostrar sus inquietudes ante Diego, pero para el rubio era como un libro abierto en ese momento.
«Aún hay cosas que ocultas, pero confío en obtener la verdad pronto…» Diego sonrió ligeramente, una mueca que su barba ocultó con facilidad.
—¿Pasa algo, querido? —la voz calmada de Ale lo sobresaltó.
El castaño se había quedado a su lado, avanzando en su aprendizaje de tejido con dos agujas, pero se daba cuenta que el otro estaba muy serio desde que todas las visitas se habían ido.
—Ya oscureció y Alex no vuelve —suspiró.
Ale sonrió— Alex a veces se entretiene mucho en su trabajo —le restó importancia—, por eso te dije que si tenías hambre, debíamos cenar primero, pues podría tardar más de lo que previó.
—No tengo mucha hambre y quiero esperarlo, mamá Ale —sonrió—. Es solo que lo extraño.
El castaño bajó su tejido y lo puso en el regazo— pero te miras muy triste —movió la mano y sujetó la de Erick—, ¿quieres que cambie el programa y ponga algo más divertido?
—¡Oh, no! —el ojiazul sonrió—. Lo que pasa es que, generalmente, a estas horas estaría en mi estudio, pintando… Mi rutina siempre me ayudaba a pasar el tiempo y estando aquí, me siento un poco… Aburrido.
—¡Es cierto! Me contaste que pintas —sonrió su suegro—. Pero no creo que nos permitan traer pinturas al hospital —hizo un mohín.
—Me serviría un cuaderno y un lápiz —el pelinegro ladeó el rostro—, bocetar o escribir, también me entretiene.
—Siendo así, cuando venga Diego, le diré que mande comprar cosas de dibujo, para que te entretengas —le guiñó un ojo.
—Gracias… —Erick sonrió—. ¿Qué es lo que haces, mamá Ale? —preguntó observando el tejido del otro.
—Por ahorita, nada, querido —rió—. Apenas estoy aprendiendo las puntadas básicas —le acercó una revista de crochet—, inicié este pasatiempo hace unos días, pero espero que pronto pueda estar haciendo ropa.
—¿Ropa? —el ojiazul frunció el ceño—. ¿Qué clase de ropa? —preguntó, pues aunque si sabía que había objetos de tejido, le parecía un trabajo muy demandante hacer ropa para las personas.
—Ropa para mis futuros nietos, ¡obviamente! —dijo el otro con emoción, logrando que Erick se pusiera rojo—. Quiero hacerles gorritos, guantecitos, zapatitos, conjuntos completos… ¡se mirarán divinos! Y obvio, mis nietos no van a reciclar, ¡cada uno debe tener el propio! —sentenció con orgullo.
—Ah… Pero… Mamá Ale —Erick pasó saliva—. Sobre eso… No he hablado con Alex y no sé cuándo… Ni cuantos…
—¿Cuando? Espero que pronto, porque ni Diego, ni yo, seremos fuertes por mucho tiempo —negó—. Y cuántos… Creo que sería lindo que fueran unos cinco, seis ¡o más! Para que llenen la casa de risas y alegría…
—¡¿Qué?! —Erick se asustó.
El castaño rió— ¡es broma, cariño! —le palmeó la mano—. Los que vengan serán bien recibidos y los amaremos mucho, no te preocupes.
Erick volvió a respirar; la idea de tener muchos hijos le asustaba, pues no sabía si sería buena madre, pero creía que con uno sería suficiente para ser feliz.
La puerta se abrió y Diego ingresó, llevando una bolsa de papel.
—Lamento la tardanza, mi reunión se alargó —dijo con voz seria.
Diego no tenía planeado nada del trabajo para ese día, pero una llamada de Dimitry con respecto a la situación de Jacobo Acosta y lo que había mandado investigar, lo obligó a salir del hospital una hora.
—No te preocupes, amor —sonrió el castaño—. ¿Y esa bolsa?
Diego fue directamente a su esposo y le dio un beso en los labios a modo de saludo— me encontré una panadería en el camino y pedí que te compraran el pan que te gusta —sonrió mientras le entregaba a su esposo la bolsa de papel—. ¿Cómo te sientes, Erick? —preguntó para su yerno.
—Mucho mejor, señor, gracias.
—Me alegra, ¿ya cenaron?
—No —Ale sacó un pan de hojaldre y lo mordió—. Erick no quiere cenar hasta que venga Alex —dijo mientras masticaba el bocado—. ¿Quieres, querido? —le acercó la bolsa a su yerno.
—Sí, gracias…
Erick buscó entre los panes, encontrando unas empanadas y pudo percibir el olor a piña, así que no se resistió.
—Le marcaré a Alejandro para que se apresure —Diego sacó su celular—, ya debería haber vuelto, ¡no debe permitir que Erick pase hambre!
Apenas estaba marcando, cuando el golpeteo en la puerta se escuchó.
—Pase —dijo el rubio, a sabiendas que su hijo no tocaría de esa manera.
Uno de sus trabajadores se acercó y le habló al oído. Aunque el rubio no dijo nada, Ale pudo notar como el semblante de su esposo cambiaba y lo conocía tan bien, que seguramente no era una buena noticia lo que le acababan de decir.
—Está bien —el de barba guardó su celular—. Déjenlos pasar.
Ale guardó el pan que no se había acabado y dejó en la mesita su tejido y la bolsa, sacudiendo su traje al levantarse; era obvio que habían llegado visitas.
Ale se acercó a su esposo y ambos caminaron a la sala de la habitación, mientras Erick seguía comiendo la empanada; no imaginaba que serían visitas para él, porque ya era tarde, así que pensó que era algo de la familia De León, aun así, se equivocó.
—Buenas noches.
La voz de su padre le provocó un escalofrío y se apresuró a guardar el pan en la bolsa; no era correcto que lo encontrara comiendo.
—La familia Salazar al fin se digna a venir de visita —Diego los miró con altivez.
Alonso se tensó completamente, aún estaba en el umbral y por alguna razón su cuerpo parecía reacio a ingresar a la zona; Noé mantenía la mirada hacia abajo y se mordía el labio por la parte interior, ya que estaba muy nervioso. Ninguno había imaginado que verían a la familia De León en el hospital, por eso se habían asegurado de ir tarde.
—Pasen, por favor —la voz tranquila de Ale, pese a que no tenía una intención oculta, también los hizo temblar.
—Hemos… —Alonso carraspeó y dio unos pasos para entrar—. Hemos venido a ver a nuestro hijo —forzó una sonrisa—. No habíamos podido venir por diversas cuestiones laborales y…
—Claro, el trabajo es muy importante, ¿no es así? —el rubio lo miró con frialdad, logrando que el General se pusiera blanco—. Pero aunque usted estuviera ocupado, creí que su esposo no trabajaba —hizo un ademán para Noé—. Es raro que no haya venido antes.
Noé sintió que el piso se movía, así que se sujetó al brazo de su esposo.
—Mi esposo sufre de hipertensión y no puede salir solo —el castaño lo defendió.
Diego entrecerró los ojos y estuvo a punto de replicar, pero Ale lo sujetó del brazo.
—Calma, mi amor, sé que estás preocupado por Erick, tanto como yo, pero no es momento de reprochar —le sonrió—. Han sido días difíciles y seguramente la familia Salazar la pasó mal con todo este asunto, desde el secuestro, ¿no es así?
Alonso forzó una sonrisa— así es… tuvimos que revisar la seguridad de la casa y asegurarnos de que todo esté perfecto, para que esto no vuelva a ocurrir, además, las noticias, los reporteros y todo el caos, nos mantuvieron ocupados.
—Lo ves, mi amor —Ale le dio palmaditas al brazo de su esposo—, no seas tan estricto.
Después de eso, dio unos pasos al frente.
—Señor Noé, seguramente está muy preocupado por su hijo —señaló cordial—. Venga, acompáñeme, Erick no puede levantarse de la cama porque aún está con suero.
Noé levantó el rostro y miró a Ale con desconcierto.
—¿Acaso no desea verlo? —indagó el castaño, levantando una ceja.
Por un momento, Alonso y Noé sintieron que la mirada aceitunada era casi como un reproche. El labio del pelinegro tembló y sus manos apretaron la tela del saco de su esposo.
—Adelante, querido —Alonso le hizo un ademán a Noé—, en un momento te acompaño, cruzaré unas palabras con De León.
Noé le dedico una mirada fría a su esposo; realmente no quería ver a Erick, pero sabía que debía guardar las apariencias, así que simplemente asintió y caminó hasta Ale, quien le hizo un ligero ademán y lo guio hacia la cama del ojiazul.
—Parece que su esposo no está tan preocupado por su hijo —Diego caminó a la sala y se sentó.
—¡Por supuesto que lo está! —Alonso apresuró el paso—. Ha pasado unos días terribles, preocupado por él —mintió, sentándose en otro sillón.
El rubio lo miró con poco interés, era muy obvio que le mentía, por lo que no tenía la más mínima intención de seguirle el juego.
—Trae café para mi esposo y para mí —dijo con frialdad.
Hasta ese momento, Alonso se dio cuenta que tras él, había entrado otro sujeto vestido de negro.
—¿Gusta café o algo más, señor Salazar? —preguntó para el militar.
—Café está bien y a mi esposo un té, él café es dañino para su salud.
El guardaespaldas asintió— vuelvo en un momento.
El hombre salió con paso rápido, seguido por la mirada azul; Alonso se sentía inquieto debido a que lo había tomado por sorpresa, ya que ni siquiera había podido percibir las feromonas de ese sujeto.
—Es bueno que hayan venido, mi esposo y yo, estamos esperando a que mi hijo vuelva.
—Su hijo, volverá hoy, ¿tan tarde? —el General se estremeció.
—Alejandro no quiere dejar solo a Erick, le preocupa su seguridad y debido a lo ocurrido en su casa —señaló al otro hombre—, a mí también me preocupa.
Alonso apretó los puños inconscientemente, tratando de controlarse, porque sus feromonas se estaban desestabilizando por sus nervios; el militar no quería demostrar sus inquietudes ante Diego, pero para el rubio era como un libro abierto en ese momento.
«Aún hay cosas que ocultas, pero confío en obtener la verdad pronto…» Diego sonrió ligeramente, una mueca que su barba ocultó con facilidad.
En la zona de cama, Ale se acercó a Erick.
—Querido, tu madre está aquí…
Erick miró a Noé y no hubo ni una sonrisa, ni un gesto de emoción, simplemente bajó la mirada.
—Me alegra que vinieras, madre.
Su voz era tan formal que Ale se extrañó; parecía un Erick completamente diferente al que había conocido esos dos días y que había interactuado con amabilidad ante otras personas.
Noé se irguió y caminó hasta la cama.
—Parece que has mejorado —dijo con frialdad—. Me alegra.
La actitud del pelinegro sorprendió a la madre de Alejandro, quien de inmediato, sintió una molestia en su pecho; era como si ese hombre no tratara a un miembro de su familia, sino a un completo extraño y su forma de hablar no tenía ni un ápice de sentimiento, ni mucho menos interés genuino.
—Sí, los medicamentos han hecho su trabajo —prosiguió el ojiazul— y los médicos dicen que ya estoy mucho mejor.
—¿Cuándo te darán de alta? —Noé entrelazó las manos frente a su abrigo.
—No lo sé…
—Si ya estás bien, le diré a tu padre para llevarte a casa, Estela y las demás podrán darte los cuidados que necesites.
—No lo creo prudente —Ale se puso del otro lado de la cama y sujetó la mano de su yerno—. Erick aún necesita estar en observación
—Pero en casa contamos con el personal adecuado para su cuidado —Noé levantó el rostro, tratando de imponer su voluntad como siempre.
Ale ladeó el rostro y le dedicó una mirada indiferente— lo siento, pero nadie de mi familia, cree que su casa sea segura —sonrió de lado—, después de todo, lo que pasó fue por esa razón, ¿no es así?
Erick levantó el rostro; no había conocido a otro Omega que le hablara de esa forma a su madre y lo sorprendía. Noé apretó los puños y su respiración se agitó; odiaba que otro Omega le hiciera frente, ya que todos sabían que pese a todo, su esposo era el más importante en esa ciudad y ahora, con la madre de Alejandro De León ahí, no quería perder ese lugar que le pertenecía después de tantos años, por lo que sin proponérselo, sus feromonas de manzana empezaron a liberarse.
—Mi esposo ya se encargó de eso —dijo con un dejo de orgullo.
Alejandro Altamira no era un Omega Dominante, pero se dio cuenta perfectamente de las intenciones del otro, así que no se quedó atrás y liberó sus feromonas de cereza que, comparándolas con las de Noé, eran mucho más fuertes, debido a que era un Omega marcado y sus feromonas estaban mezcladas con las de su esposo.
—¡Que tierno! —Ale fijó su mirada aceitunada en Erick y le sonrió con dulzura—. Tu padre cree que puede hacerse cargo de tu seguridad, cuando fue mi hijo quien hizo todo para recuperarte sano y salvo —después de eso levantó el rostro, fijando la mirada en Noé y borró su sonrisa—. Pero nadie en mi familia —hizo énfasis—, podría creer que tendría todo bajo control en tan poco tiempo, así que no, Erick no volverá a esa casa, si no garantizan que se encontrará bien, no solo física, sino emocionalmente.
Erick percibió el olor a feromonas, especialmente las de Ale, pero no le causaban ninguna emoción negativa, al contrario, se sintió un poco reconfortado y una tenue sonrisa se dibujó en sus labios. Noé apretó su quijada e inconscientemente su parpado tembló; alcanzó a percibir el olor a cereza mezclado con otro perfume que no podía identificar, pero después de un momento, pareció recuperar la compostura.
—Erick es mi hijo —se cruzó de brazos, sonriendo de manera triunfal—, tiene que obedecer a sus padres.
—Eso es cierto… —Ale suspiró y miró a Erick, quien parpadeó sin entender del todo esas palabras—. Pero Erick es el prometido de mi hijo —Ale levantó el rostro— y en unos días más se casarán, así que políticamente, yo seré su madre también —puso la mano en su pecho— y cómo bien sabes, socialmente, el Omega toma el apellido de su Alfa, así que Erick, ya puede ser considerado un De León y nadie en mi familia, lo pondría en riesgo.
Noé estuvo a punto de refutar, cuando sintió que empequeñecía al poder identificar con claridad otras feromonas. Las feromonas de caña y menta inundaron la habitación; Diego había percibido las feromonas alteradas de su esposo y acudió de inmediato.
—¿Ocurre algo, cariño? —preguntó, colocándose a un lado de su esposo.
—Nada, mi amor —el castaño negó y le sonrió—. Noé y yo hablábamos sobre la seguridad de Erick, ¿no es así? —miró a su consuegro con indiferencia.
El aludido intentó pasar saliva, pero sintió la garganta seca; su rostro se movió ligeramente, esperando que Alonso llegara a apoyarlo, pero parecía estar solo, pues ni siquiera podía percibir las feromonas de su esposo.
—Si busca a su esposo, creo que sigue bebiendo café —Diego sonrió, mostrando un colmillo—, no creo que venga para acá, por el momento.
Noé entendió esas palabras; Alonso ya le había dicho que tanto Alejandro, como su padre, eran Alfas Dominantes y con lo ocurrido en la fiesta, dónde el universitario hizo muestra de su fuerza, dijo claramente que no deseaba provocarlos, porque un enfrentamiento con ellos, podría ser perjudicial, especialmente porque sus feromonas no podrían hacerle frente a las de ellos.
—Bien… Si ya decidieron que Erick se quedara aquí —la voz de Noé sonaba temblorosa—, supongo que ni mi esposo, ni yo, podremos oponernos… Iré con mi esposo, con permiso…
Noé dio media vuelta y apresuró el paso.
Diego entrecerró los ojos, mirando al otro con furia, pero al sentir la caricia en su barba suavizó el semblante y miró a su esposo.
—Gracias por el apoyo, mi amor —Ale le sonrió con dulzura—, pero creo que lo tenía todo bajo control.
—Si mi esposo se encuentra inquieto, debo ir a su lado —sonrió el rubio.
—Jamás vi a mi madre actuar así… —musitó Erick, «excepto el día que mamá Ulises y papá Jacobo fueron a la casa la última vez…» pensó con duda.
Con esas palabras, Ale y Diego volvieron a la normalidad.
—¡Oh, cariño! ¡¿Estás bien?! —preguntó el castaño sujetándolo de la mano—. Espero no te hayan afectado mucho las feromonas de Diego, ¿necesitas agua?
—¿Ah? ¡Oh, no! —negó—. De hecho, si las percibí, pero luego, el olor de mi dedo se intensificó y solo pude percibir el aroma de Alex —señaló su dedo anular.
Diego sonrió confiado; era obvio que las feromonas de Alejandro protegían en todo momento a su pareja y por eso las suyas no le habían afectado tanto como a Noé.
—Aun así, trataré de controlarme la próxima vez —Diego le palmeo una pierna a su yerno—. Iré a hablar con tus padres, ¿te quedas aquí, mi amor? —preguntó para su esposo.
—Sé que lo correcto sería acompañarte, pero no quiero dejar solo a Erick…
Diego sonrió condescendiente. Era obvio que su esposo no solo no quería dejar a solas a su yerno, sino que no deseaba entablar conversación con su consuegro y no lo culpaba, así que no lo obligaría a hacerlo.
—Está bien, me adelanto —le dio un beso ligero a su esposo y volvió a la sala.
Ale se sentó en la silla, al lado de la cama y sonrió.
—Cariño, no me lo tomes a mal pero… —bajó la voz—. Tu madre tiene muy mal carácter —hizo un gesto de desagrado.
Erick puso la mano en su boca y aguantó la risa— sí, todo el mundo lo piensa —ladeó el rostro—. Pero tú, mamá Ale, eres el primer Omega que le hace frente en realidad.
—¡¿De verdad?! —preguntó el castaño, un tanto sorprendido—. ¡No te creo! —sonrió—. Liam, la madre de Marcel, parece tener mucho carácter, incluso más que yo —levantó una ceja.
—Sí, es cierto —asintió—. Pero por eso prefiere no hablar mucho con mi madre, porque sabe que no se contendría —suspiró— y creo que el padre de Marcel tampoco lo deja hacerlo —se alzó de hombros.
—¿Es por tu padre? —indagó el castaño, levantando una ceja—. Le tienen miedo, ¿cierto?
El ojiazul suspiró— creo que sí…
Ale descansó ambos codos en el colchón y luego colocó el rostro entre sus manos.
—Eso va a cambiar —sonrió divertido—. Cuando esta ciudad conozca el carácter de mi esposo y mi hijo, no van a temerle a tu padre más, te lo aseguro —le guiñó un ojo.
—Pero, mamá Ale, yo no quiero que me traten bien, solo porque le teman a Alex…
El castaño sonrió y le sujetó las manos con delicadeza— entonces, tú tienes que ser la voz de la razón de mi Bebé, cómo yo soy la voz de la razón de su padre.
—Lo intentaré —el ojiazul sonrió y bajó el rostro por un segundo, pero de inmediato levantó la cabeza—. ¡Alex!
Justo en ese momento, la puerta se abrió y el universitario ingresó a la sala, con un gesto molesto; le habían avisado antes de llegar, de la visita de sus suegros y a pesar de saber que sus padres estaban ahí, quería llegar de inmediato. Fue por eso que al percibir las feromonas de Diego desde que salió del elevador, sabía que algo no estaba bien.
Alonso se puso de pie de un salto y su sonrisa tembló al ver al recién llegado— Alex —dijo con voz nerviosa—. Buenas noches.
—General… —el rubio lo miró con altivez y se quitó los guantes—. No imaginé que vendría a ver a Erick tan tarde.
—Sí… es que… —su voz se perdió, ahora las feromonas de Diego y Alejandro inundaban el lugar y no podía hacerles frente.
—El General tenía mucho trabajo —sonrió Diego—, por eso no había venido y debido a una condición médica, su esposo tampoco —su voz sonaba a sarcástica.
—Entiendo… —el universitario forzó una sonrisa—. Señor Salazar —miró a Noé—, se ve pálido —ladeó el rostro—, ¿se siente bien?
—Sí… —Noé asintió levemente—. Gracias…
—Me alegra —Alejandro se quitó la gabardina y se la entregó a uno de los hombres que lo seguían—. Permítanme, iré a ver a mi prometido y los atiendo en un momento.
Alejandro cruzó la sala y fue directamente a la habitación; apenas cruzó el arco que dividía ambas zonas, su semblante cambio al ver la sonrisa de Erick desde la cama.
—Alex…
—Conejo…
El rubio apresuró el paso y al llegar a la cama, se inclinó, besando los labios de su pareja.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor, mi amor —sonrió el ojiazul, recibiendo un segundo beso en su melena negra.
—Me alegra escucharlo —Alejandro se acercó a su madre y le besó la mejilla—. ¿Por qué estás aquí? —indagó con media sonrisa—. Normalmente, gustas departir con las visitas.
—No quería dejar a Erick solo, pero ahora, creo que puedo acompañar a tu padre un momento… —se puso de pie—. Estaré en la sala, cariño.
Alejandro se sentó en la silla y luego sujetó la mano de Erick— ¿ya cenaste?
—Aun no —negó—, te estaba esperando.
—Debiste cenar antes…
—Pero comí un poco de empanada de hojaldre con piña —dijo con una risita burlona.
—¿Quién te trajo una empanada? —Alejandro frunció el ceño.
—Papá Diego trajo pan… —señaló la mesita donde estaba una bolsa.
El rubio se sorprendió por la frase que usó el ojiazul, pero luego sonrió con cariño y le acarició la mejilla.
—Entonces pediré que traigan la cena, espero que tus padres quieran cenar con nosotros.
Erick hizo un ligero mohín, como muestra de desagrado.
—¿Qué ocurre? ¿No quieres?
—Preferiría que no —el pelinegro arrugó la nariz—. Sería mejor cenar solo con tus padres.
—Comprendo… —el rubio sonrió divertido—. Siendo así, yo me encargo… —le guiñó un ojo, se puso de pie y se enfiló hacia la sala.
Si Erick no quería que la familia Salazar estuviera en la cena, él se ocuparía de que así fuera; porque no había nada que ese chico de ojos azules le pidiera, que Alejandro de León, no le cumpliera.
—Querido, tu madre está aquí…
Erick miró a Noé y no hubo ni una sonrisa, ni un gesto de emoción, simplemente bajó la mirada.
—Me alegra que vinieras, madre.
Su voz era tan formal que Ale se extrañó; parecía un Erick completamente diferente al que había conocido esos dos días y que había interactuado con amabilidad ante otras personas.
Noé se irguió y caminó hasta la cama.
—Parece que has mejorado —dijo con frialdad—. Me alegra.
La actitud del pelinegro sorprendió a la madre de Alejandro, quien de inmediato, sintió una molestia en su pecho; era como si ese hombre no tratara a un miembro de su familia, sino a un completo extraño y su forma de hablar no tenía ni un ápice de sentimiento, ni mucho menos interés genuino.
—Sí, los medicamentos han hecho su trabajo —prosiguió el ojiazul— y los médicos dicen que ya estoy mucho mejor.
—¿Cuándo te darán de alta? —Noé entrelazó las manos frente a su abrigo.
—No lo sé…
—Si ya estás bien, le diré a tu padre para llevarte a casa, Estela y las demás podrán darte los cuidados que necesites.
—No lo creo prudente —Ale se puso del otro lado de la cama y sujetó la mano de su yerno—. Erick aún necesita estar en observación
—Pero en casa contamos con el personal adecuado para su cuidado —Noé levantó el rostro, tratando de imponer su voluntad como siempre.
Ale ladeó el rostro y le dedicó una mirada indiferente— lo siento, pero nadie de mi familia, cree que su casa sea segura —sonrió de lado—, después de todo, lo que pasó fue por esa razón, ¿no es así?
Erick levantó el rostro; no había conocido a otro Omega que le hablara de esa forma a su madre y lo sorprendía. Noé apretó los puños y su respiración se agitó; odiaba que otro Omega le hiciera frente, ya que todos sabían que pese a todo, su esposo era el más importante en esa ciudad y ahora, con la madre de Alejandro De León ahí, no quería perder ese lugar que le pertenecía después de tantos años, por lo que sin proponérselo, sus feromonas de manzana empezaron a liberarse.
—Mi esposo ya se encargó de eso —dijo con un dejo de orgullo.
Alejandro Altamira no era un Omega Dominante, pero se dio cuenta perfectamente de las intenciones del otro, así que no se quedó atrás y liberó sus feromonas de cereza que, comparándolas con las de Noé, eran mucho más fuertes, debido a que era un Omega marcado y sus feromonas estaban mezcladas con las de su esposo.
—¡Que tierno! —Ale fijó su mirada aceitunada en Erick y le sonrió con dulzura—. Tu padre cree que puede hacerse cargo de tu seguridad, cuando fue mi hijo quien hizo todo para recuperarte sano y salvo —después de eso levantó el rostro, fijando la mirada en Noé y borró su sonrisa—. Pero nadie en mi familia —hizo énfasis—, podría creer que tendría todo bajo control en tan poco tiempo, así que no, Erick no volverá a esa casa, si no garantizan que se encontrará bien, no solo física, sino emocionalmente.
Erick percibió el olor a feromonas, especialmente las de Ale, pero no le causaban ninguna emoción negativa, al contrario, se sintió un poco reconfortado y una tenue sonrisa se dibujó en sus labios. Noé apretó su quijada e inconscientemente su parpado tembló; alcanzó a percibir el olor a cereza mezclado con otro perfume que no podía identificar, pero después de un momento, pareció recuperar la compostura.
—Erick es mi hijo —se cruzó de brazos, sonriendo de manera triunfal—, tiene que obedecer a sus padres.
—Eso es cierto… —Ale suspiró y miró a Erick, quien parpadeó sin entender del todo esas palabras—. Pero Erick es el prometido de mi hijo —Ale levantó el rostro— y en unos días más se casarán, así que políticamente, yo seré su madre también —puso la mano en su pecho— y cómo bien sabes, socialmente, el Omega toma el apellido de su Alfa, así que Erick, ya puede ser considerado un De León y nadie en mi familia, lo pondría en riesgo.
Noé estuvo a punto de refutar, cuando sintió que empequeñecía al poder identificar con claridad otras feromonas. Las feromonas de caña y menta inundaron la habitación; Diego había percibido las feromonas alteradas de su esposo y acudió de inmediato.
—¿Ocurre algo, cariño? —preguntó, colocándose a un lado de su esposo.
—Nada, mi amor —el castaño negó y le sonrió—. Noé y yo hablábamos sobre la seguridad de Erick, ¿no es así? —miró a su consuegro con indiferencia.
El aludido intentó pasar saliva, pero sintió la garganta seca; su rostro se movió ligeramente, esperando que Alonso llegara a apoyarlo, pero parecía estar solo, pues ni siquiera podía percibir las feromonas de su esposo.
—Si busca a su esposo, creo que sigue bebiendo café —Diego sonrió, mostrando un colmillo—, no creo que venga para acá, por el momento.
Noé entendió esas palabras; Alonso ya le había dicho que tanto Alejandro, como su padre, eran Alfas Dominantes y con lo ocurrido en la fiesta, dónde el universitario hizo muestra de su fuerza, dijo claramente que no deseaba provocarlos, porque un enfrentamiento con ellos, podría ser perjudicial, especialmente porque sus feromonas no podrían hacerle frente a las de ellos.
—Bien… Si ya decidieron que Erick se quedara aquí —la voz de Noé sonaba temblorosa—, supongo que ni mi esposo, ni yo, podremos oponernos… Iré con mi esposo, con permiso…
Noé dio media vuelta y apresuró el paso.
Diego entrecerró los ojos, mirando al otro con furia, pero al sentir la caricia en su barba suavizó el semblante y miró a su esposo.
—Gracias por el apoyo, mi amor —Ale le sonrió con dulzura—, pero creo que lo tenía todo bajo control.
—Si mi esposo se encuentra inquieto, debo ir a su lado —sonrió el rubio.
—Jamás vi a mi madre actuar así… —musitó Erick, «excepto el día que mamá Ulises y papá Jacobo fueron a la casa la última vez…» pensó con duda.
Con esas palabras, Ale y Diego volvieron a la normalidad.
—¡Oh, cariño! ¡¿Estás bien?! —preguntó el castaño sujetándolo de la mano—. Espero no te hayan afectado mucho las feromonas de Diego, ¿necesitas agua?
—¿Ah? ¡Oh, no! —negó—. De hecho, si las percibí, pero luego, el olor de mi dedo se intensificó y solo pude percibir el aroma de Alex —señaló su dedo anular.
Diego sonrió confiado; era obvio que las feromonas de Alejandro protegían en todo momento a su pareja y por eso las suyas no le habían afectado tanto como a Noé.
—Aun así, trataré de controlarme la próxima vez —Diego le palmeo una pierna a su yerno—. Iré a hablar con tus padres, ¿te quedas aquí, mi amor? —preguntó para su esposo.
—Sé que lo correcto sería acompañarte, pero no quiero dejar solo a Erick…
Diego sonrió condescendiente. Era obvio que su esposo no solo no quería dejar a solas a su yerno, sino que no deseaba entablar conversación con su consuegro y no lo culpaba, así que no lo obligaría a hacerlo.
—Está bien, me adelanto —le dio un beso ligero a su esposo y volvió a la sala.
Ale se sentó en la silla, al lado de la cama y sonrió.
—Cariño, no me lo tomes a mal pero… —bajó la voz—. Tu madre tiene muy mal carácter —hizo un gesto de desagrado.
Erick puso la mano en su boca y aguantó la risa— sí, todo el mundo lo piensa —ladeó el rostro—. Pero tú, mamá Ale, eres el primer Omega que le hace frente en realidad.
—¡¿De verdad?! —preguntó el castaño, un tanto sorprendido—. ¡No te creo! —sonrió—. Liam, la madre de Marcel, parece tener mucho carácter, incluso más que yo —levantó una ceja.
—Sí, es cierto —asintió—. Pero por eso prefiere no hablar mucho con mi madre, porque sabe que no se contendría —suspiró— y creo que el padre de Marcel tampoco lo deja hacerlo —se alzó de hombros.
—¿Es por tu padre? —indagó el castaño, levantando una ceja—. Le tienen miedo, ¿cierto?
El ojiazul suspiró— creo que sí…
Ale descansó ambos codos en el colchón y luego colocó el rostro entre sus manos.
—Eso va a cambiar —sonrió divertido—. Cuando esta ciudad conozca el carácter de mi esposo y mi hijo, no van a temerle a tu padre más, te lo aseguro —le guiñó un ojo.
—Pero, mamá Ale, yo no quiero que me traten bien, solo porque le teman a Alex…
El castaño sonrió y le sujetó las manos con delicadeza— entonces, tú tienes que ser la voz de la razón de mi Bebé, cómo yo soy la voz de la razón de su padre.
—Lo intentaré —el ojiazul sonrió y bajó el rostro por un segundo, pero de inmediato levantó la cabeza—. ¡Alex!
Justo en ese momento, la puerta se abrió y el universitario ingresó a la sala, con un gesto molesto; le habían avisado antes de llegar, de la visita de sus suegros y a pesar de saber que sus padres estaban ahí, quería llegar de inmediato. Fue por eso que al percibir las feromonas de Diego desde que salió del elevador, sabía que algo no estaba bien.
Alonso se puso de pie de un salto y su sonrisa tembló al ver al recién llegado— Alex —dijo con voz nerviosa—. Buenas noches.
—General… —el rubio lo miró con altivez y se quitó los guantes—. No imaginé que vendría a ver a Erick tan tarde.
—Sí… es que… —su voz se perdió, ahora las feromonas de Diego y Alejandro inundaban el lugar y no podía hacerles frente.
—El General tenía mucho trabajo —sonrió Diego—, por eso no había venido y debido a una condición médica, su esposo tampoco —su voz sonaba a sarcástica.
—Entiendo… —el universitario forzó una sonrisa—. Señor Salazar —miró a Noé—, se ve pálido —ladeó el rostro—, ¿se siente bien?
—Sí… —Noé asintió levemente—. Gracias…
—Me alegra —Alejandro se quitó la gabardina y se la entregó a uno de los hombres que lo seguían—. Permítanme, iré a ver a mi prometido y los atiendo en un momento.
Alejandro cruzó la sala y fue directamente a la habitación; apenas cruzó el arco que dividía ambas zonas, su semblante cambio al ver la sonrisa de Erick desde la cama.
—Alex…
—Conejo…
El rubio apresuró el paso y al llegar a la cama, se inclinó, besando los labios de su pareja.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor, mi amor —sonrió el ojiazul, recibiendo un segundo beso en su melena negra.
—Me alegra escucharlo —Alejandro se acercó a su madre y le besó la mejilla—. ¿Por qué estás aquí? —indagó con media sonrisa—. Normalmente, gustas departir con las visitas.
—No quería dejar a Erick solo, pero ahora, creo que puedo acompañar a tu padre un momento… —se puso de pie—. Estaré en la sala, cariño.
Alejandro se sentó en la silla y luego sujetó la mano de Erick— ¿ya cenaste?
—Aun no —negó—, te estaba esperando.
—Debiste cenar antes…
—Pero comí un poco de empanada de hojaldre con piña —dijo con una risita burlona.
—¿Quién te trajo una empanada? —Alejandro frunció el ceño.
—Papá Diego trajo pan… —señaló la mesita donde estaba una bolsa.
El rubio se sorprendió por la frase que usó el ojiazul, pero luego sonrió con cariño y le acarició la mejilla.
—Entonces pediré que traigan la cena, espero que tus padres quieran cenar con nosotros.
Erick hizo un ligero mohín, como muestra de desagrado.
—¿Qué ocurre? ¿No quieres?
—Preferiría que no —el pelinegro arrugó la nariz—. Sería mejor cenar solo con tus padres.
—Comprendo… —el rubio sonrió divertido—. Siendo así, yo me encargo… —le guiñó un ojo, se puso de pie y se enfiló hacia la sala.
Si Erick no quería que la familia Salazar estuviera en la cena, él se ocuparía de que así fuera; porque no había nada que ese chico de ojos azules le pidiera, que Alejandro de León, no le cumpliera.
Solo un capítulo y el epílogo!!!!!! Espero que les guste este capítulo tambien!
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