Capítulo XXII
Alejandro iba en el asiento trasero de su automóvil; Miguel y Julián ocupaban los asientos delanteros, cómo siempre. Sabía que era seguido por un par de automóviles más, en los que iban otros trabajadores de su familia; Iván, Dimitry y David, se quedaron en la fiesta, no solo buscando más información, sino acompañando a los padres de Alejandro y a la familia de Fabián, para poder solucionar la situación y explicar lo ocurrido a los invitados, así como a los medios de comunicación, en cuanto Erick estuviera a salvo.
—Tardaremos casi una hora en llegar —dijo Miguel, mientras revisaba el GPS—, el lugar dónde están, está muy apartado de la ciudad.
—Por eso no lo pudimos rastrear antes —Julián estaba furioso también, ya que tenía un asunto pendiente con Omar Acosta—, especialmente porque esa propiedad ni siquiera es de su familia.
Alejandro apretó el puño cerca de su boca; ya le habían dicho la información de esa casa abandonada en las faldas de una montaña. Tenía muchos años que se había quemado y el dueño la declaró cómo pérdida total, recibiendo una gran indemnización por la propiedad; después de eso, toda la propiedad fue clausurada y el dueño original había muerto, pero su único hijo no pareció interesarse en la misma y aunque la conservaba, nadie sabía por qué no intentaba sacarle provecho.
«Seguramente tiene un trato con Acosta…» pensó el rubio, «es la única manera en la que el dueño no sacaría provecho de ese lugar, durante tanto tiempo…»
—¿Qué hay del propietario? —preguntó el ojiverde.
—Un hombre Beta, José Morelos —respondió Julián de inmediato, sacando su celular—. David dijo que iba a investigar sus cuentas, porque no está en la ciudad, al parecer está de vacaciones.
—Dile que vea si tiene transacciones de la empresa Acosta o de Omar Acosta —siseó el rubio—, es posible que ese sea el vínculo.
—Cómo digas —Julián tecleó un mensaje con rapidez.
—Si es cierto que todo el lugar tiene las feromonas del Conejo, significa que debe estar en celo— Miguel lo miró por el retrovisor—, ¿llevas algún supresor para él?
—Sí —el rubio asintió—. El padre de Fabián me dio un supresor especial de efecto rápido.
—Aun así, nosotros no podremos entrar, Alex —prosiguió el castaño—. Quizá debiste traer trabajadores Beta para acompañarte.
—No necesito que nadie entre conmigo —dijo con total seguridad.
—Además, un Beta no podría enfrentar a Acosta —Julián negó—. Puede que las feromonas no le hagan efecto ya, pero sigue teniendo la fuerza y físico de un Alfa, algo contra lo que un Beta no podría competir —sentenció con frustración.
—Bueno, en eso tienen razón —Miguel soltó el aire y luego giró en una calle para ir a la salida más próxima de la ciudad—, entonces, ¿cuál es el plan?
—El plan…
Alejandro respiró profundamente, desde que se enteró de la desaparición de Erick y quienes eran los responsables, ya tenía un plan claramente establecido: encontrar a Erick y matar a Omar Acosta, pero en ese momento ya no podía ejecutarlo tan rápidamente como deseaba.
—Tardaremos casi una hora en llegar —dijo Miguel, mientras revisaba el GPS—, el lugar dónde están, está muy apartado de la ciudad.
—Por eso no lo pudimos rastrear antes —Julián estaba furioso también, ya que tenía un asunto pendiente con Omar Acosta—, especialmente porque esa propiedad ni siquiera es de su familia.
Alejandro apretó el puño cerca de su boca; ya le habían dicho la información de esa casa abandonada en las faldas de una montaña. Tenía muchos años que se había quemado y el dueño la declaró cómo pérdida total, recibiendo una gran indemnización por la propiedad; después de eso, toda la propiedad fue clausurada y el dueño original había muerto, pero su único hijo no pareció interesarse en la misma y aunque la conservaba, nadie sabía por qué no intentaba sacarle provecho.
«Seguramente tiene un trato con Acosta…» pensó el rubio, «es la única manera en la que el dueño no sacaría provecho de ese lugar, durante tanto tiempo…»
—¿Qué hay del propietario? —preguntó el ojiverde.
—Un hombre Beta, José Morelos —respondió Julián de inmediato, sacando su celular—. David dijo que iba a investigar sus cuentas, porque no está en la ciudad, al parecer está de vacaciones.
—Dile que vea si tiene transacciones de la empresa Acosta o de Omar Acosta —siseó el rubio—, es posible que ese sea el vínculo.
—Cómo digas —Julián tecleó un mensaje con rapidez.
—Si es cierto que todo el lugar tiene las feromonas del Conejo, significa que debe estar en celo— Miguel lo miró por el retrovisor—, ¿llevas algún supresor para él?
—Sí —el rubio asintió—. El padre de Fabián me dio un supresor especial de efecto rápido.
—Aun así, nosotros no podremos entrar, Alex —prosiguió el castaño—. Quizá debiste traer trabajadores Beta para acompañarte.
—No necesito que nadie entre conmigo —dijo con total seguridad.
—Además, un Beta no podría enfrentar a Acosta —Julián negó—. Puede que las feromonas no le hagan efecto ya, pero sigue teniendo la fuerza y físico de un Alfa, algo contra lo que un Beta no podría competir —sentenció con frustración.
—Bueno, en eso tienen razón —Miguel soltó el aire y luego giró en una calle para ir a la salida más próxima de la ciudad—, entonces, ¿cuál es el plan?
—El plan…
Alejandro respiró profundamente, desde que se enteró de la desaparición de Erick y quienes eran los responsables, ya tenía un plan claramente establecido: encontrar a Erick y matar a Omar Acosta, pero en ese momento ya no podía ejecutarlo tan rápidamente como deseaba.
Desde la mañana había estado ocupado con los preparativos para la boda falsa; el amigo de mi padre, René Corrales, estaba al pendiente de la información de los guardaespaldas que estaban con Jair, pues él era el dueño de esa empresa y me mantenía informado. Mis amigos y trabajadores hacían su parte con eficiencia y aunque Marcel parecía estar a punto de llegar a su límite, mantenía una actitud muy profesional; cada vez me sorprendía más, pues era notorio que no sucumbía a la presión.
No quería arriesgar a Erick, así que iba a llevar la farsa de la boda hasta las últimas consecuencias y mi padre aceptó que lo hiciera. Pero pese a repasar el plan, tener a todos los trabajadores cerca y algunos amigos apoyándonos aun en la distancia, cómo Jean-Claude y su padre, había muchas cosas que no podía dejar simplemente al azar.
Era por eso que a pesar de que cada persona sabía lo que debía hacer y en qué momento, yo me mantenía al pendiente de cualquier novedad, por si tenía que modificar algo a última hora.
—Deberás tener mucho cuidado —mi padre me miró con seriedad—. Un paso en falso y puedes perderlo —dijo con voz grave.
—¿Quieres asustarme? —pregunté con molestia, ya sabía que si las cosas no salían bien, podría perder a Erick para siempre.
—¿Asustarte? —él rió—. Si fuera tan fácil asustarte, significaría que no hice un buen trabajo con tu educación —negó—. Sólo quiero que tomes todas las precauciones, sin reparar en gastos, sabes bien que por el dinero no debes preocuparte.
—Lo sé… —asentí.
—Supongo que no verás a ese sujeto hasta la ceremonia —ladeó el rostro y me vio fijamente a los ojos.
—Es lo mejor, si lo veo, no sé si pueda contenerme.
—¿Ya usaste el supresor?
Asentí y pasé la mano por mi cabello— pero sé que si lo veo, aun si no dejo que mis instintos me controlen, intentaré matarlo.
—Solo trata de no dejar testigos…
—Eso es un hecho… —mi celular timbró y contesté de inmediato—. ¿Qué?
—“…Joven Alejandro, mi trabajador me envió un mensaje, Jair Páez le pidió el nuevo chip y se lo va a entregar al llegar al hotel, en unos minutos…”
—Pediré que hagan la clonación, avísenme cuando tenga el chip anterior para marcar el número y corroborar que esté funcionando.
—“…Cómo ordene…”
Apenas colgué y me comuniqué con Julián, dándole la orden de terminar la clonación del chip, con lo cual, Marcel tendría el número de Jair desde ese momento.
—Parece que todo marcha bien —mi padre se sirvió una copa.
—Por ahora, no hay contratiempos —me recargué en el sillón.
—De acuerdo, entonces, te diré algo que no sabías…
—¿Qué cosa? —me incorporé de inmediato.
Dio un trago a su coñac— tu madre verá a la madre de Omar Acosta.
—¡¿Qué?! —me puse de pie de un salto—. ¡¿Cuándo?! —pregunté con inquietud, no sabía si realmente la familia de Omar no estaba enterada de su paradero, por lo que no confiaba en ellos.
—Lo citó para una reunión en un salón, hoy a las cuatro, antes de la ceremonia.
Miré hacia una pared, dónde un reloj de péndulo estaba marcando la hora, faltaban unos minutos para las cuatro.
—Tengo que detenerlo —dije con molestia y caminé a la salida.
—¡No te metas en los asuntos de tu madre! —me gritó con frialdad.
—Pero la madre de Omar, ¡puede ser su cómplice! —señalé—. Si algo sale mal, Erick…
—Nada va a salir mal —mi padre negó—. Tu madre sabe de mis negocios, tiene años conociendo el terreno dónde me muevo y sabe que no debe confiar en las personas, así que no te preocupes, no arriesgará tu plan.
—Entonces, ¡¿por qué va a hablar con Ulises Acosta?!
—Ale, pensó que debía hablar con Ulises Acosta, porque cuando llegó en la mañana, para hospedarse en el hotel, junto a su esposo, lo vio mal.
Masajee mis sienes— ¿qué tiene si está mal? —pregunté con frialdad.
—Alejandro —mi padre se sentó en su sillón—, confío en tu madre —dijo seriamente— y tú deberías confiar en él también, jamás haría algo que te lastimara o entorpeciera tus asuntos.
—Sí, pero… ¿Y si ese sujeto le miente? —apreté mis puños.
—Tu madre cree que los padres de Omar son inocentes —mi padre siguió bebiendo de su copa—, por eso quiere hablar con él.
—Lo dudo —señalé con desconfianza—. Yo confié en Jacobo Acosta y todo esto se salió de control…
—Ya me explicaste cómo estuvo la situación y ¿sabes qué? —mi padre soltó el aire con lentitud—. Yo creo que Acosta no tuvo nada que ver y todo el problema es solo de su hijo.
—¿Cómo estás tan seguro? —pregunté mirándolo de reojo.
—Porque sé lo que es tener un hijo con ciertos problemas —me señaló con un ademán—. Y si lo que me dijiste es cierto, ellos no supieron encauzar a su hijo, cómo tu madre y yo, lo hicimos contigo.
Tal vez mi padre tenía razón.
Ser Alfa era complicado y yo no era el único que tenía problemas por ello; mis amigos, pese a no ser tan agresivos cómo yo, también tuvieron dificultades para controlar su temperamento durante su adolescencia, pero algo que todos teníamos, eran padres estrictos y madres amorosas, que nos ayudaban a sobrellevar todos esos problemas. Nuestros padres, pese a querernos mucho, hacían la labor más difícil; obligarnos a mantener los pies en la tierra con castigos y sanciones severas, para que entendiéramos que, pese a quienes éramos, no éramos inmunes a las consecuencias, mientras que nuestras madres, nos apoyaban y cuidaban, aunque también nos hacían ver nuestros errores de una manera menos dura.
—Tal vez es cierto —suspiré—. Pero no puedo estar tranquilo.
—Solo espera a ver qué dice tu madre.
Pasé la mano por mi cuello y asentí. Mi celular timbró y respondí de nuevo; me estaban avisando que Jair había entregado ya el chip.
—Ya falta poco… —suspiré y marqué el número de Jair.
Escuché el sonido del timbre y mis músculos se tensaron, hasta que escuché la voz del otro lado.
—“¿Diga?...”
—¿Marcel? —pregunté solo para corroborar.
—“Sí, sí señor…”
—Bien, necesito que estés atento a este número, ya que en un momento me comunicaré con algunos reporteros para que avisen de la boda antes de tiempo.
—“Entendido…”
—Seguramente Omar se comunicará para darle la información a Jair, sobre donde está….
—“Estaré al pendiente…”
—Inventa cualquier excusa para apartarte de Páez.
—“Yo me encargo, no se preocupe…”
—Cuento contigo…
Después de eso colgué.
—Marcel ya tiene el número, ahora debo ordenar que los medios saquen la noticia a las cinco de la tarde, para que Omar se comunique.
—¿Seguro que las cinco será una buena hora? —mi padre levantó una ceja.
—Sí, no quiero que Páez tenga oportunidad de ver redes sociales o noticias antes —expliqué mientras buscaba mis contactos—, así que ordené a las personas que lo iban a ayudar con su arreglo, que desde esa hora lo mantuvieran entretenido para que no tomara su celular, ni encendiera la televisión.
Mi padre sonrió tenuemente, pero pude notar que parecía orgulloso de mis acciones.
Durante un rato estuve hablando por teléfono, comunicándome con los reporteros y noticieros; necesitaba que dijeran claramente que a las cinco de la tarde, había acabado la ceremonia de bodas exclusiva, la cual no fue permitido que se pasara por televisión, pero después de las siete, se daría una rueda de prensa; con eso me aseguraba que Omar tuviera desde las 5 hasta las 7 para intentar comunicarse con Jair.
—Debo ir a cambiarme —señalé al terminar mis llamadas.
—De acuerdo —mi padre se puso de pie—, yo también necesito ir a la habitación a prepararme.
Al llegar a la habitación que ocupaba, me metí a bañar de inmediato; necesitaba enfriar mi cabeza porque sentía que la presión me estaba ganando.
«Aguanta un poco más, Conejo. Hoy iré por ti, lo juro…» estaba ansioso pero intentaba aferrarme a la idea de que no iba a tardar mucho en volver a verlo y estar con él.
Cuando salí, me puse el traje con poco interés y estaba colocando mis mancuernillas cuando la puerta se abrió. Giré el rostro para ver quién era, pues normalmente mis trabajadores tocaban antes de ingresar.
—Hola… —mi madre sonrió al verme.
—Hola —forcé una sonrisa y seguí con mi arreglo.
—Sé que es una boda falsa —dijo caminando hacia mí—, que ni siquiera es con la persona que amas, pero necesitaba verte antes de que lo hicieras —ladeó el rostro y movió sus manos a mi corbata, acomodándola debajo del saco—. ¡Te miras muy guapo!
Solté el aire con molestia— realmente no me interesa esto, madre —negué—. Sabes que solo es una estrategia y el cómo me vea o no, me tiene sin cuidado.
Él sonrió y sujetó mis manos— lo sé —dijo con voz suave—. Pero quería hablar contigo, no de tu boda, sino de lo que harás después de ella…
—Recuperaré a mi destinado y mataré a quien lo haya lastimado —sentencié con frialdad.
—Alex —guardó silencio un momento—, hablé con la madre de ese muchacho —sus ojos se posaron en los míos.
—Estoy enterado —no aparté mi mirada de sus ojos aceitunas—, mi padre me lo dijo.
—Bien, entonces iré al punto —puso las manos en mis mejillas y me sujetó con firmeza el rostro—, te pido que no lo mates en cuanto lo veas.
—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! —pregunté confundido.
—Quiero que le des oportunidad a su madre, de despedirse de él.
Me aparté de sus manos con rapidez— mamá, ¡por favor! ¿Cómo puedes pedirme eso?
—Te lo estoy pidiendo, en nombre de otra madre preocupada —puso la mano en su pecho.
—¡¿Me estás pidiendo que perdone la vida de ese sujeto, porque su madre te lo pidió?!
—No te pido que le perdones la vida —negó—, solo que no lo mates de inmediato.
—¿A qué te refieres?
—Ulises Acosta sabe que su hijo ha hecho mal —suspiró—, ya se enteró de todo lo que le hizo a tu destinado y sabe que su hijo merece un castigo, pero desea despedirse de él.
Rechiné mis dientes y luego busqué la mirada de mi madre— ¿Por qué…? ¿Por qué me haces esto? —le pregunté con frustración.
Él sonrió y me abrazó— yo sé bien lo que tú y tu padre hacen… —sentí como colocaba su frente contra mi pecho—. Hay muchas cosas que podrían acarrearles problemas y aunque tu padre me asegura que siempre estarán bien, vivo con el miedo constante de que ocurra algo que… —pude percibir sus feromonas de cereza, pero ligeramente agrias, estaba sumamente preocupado—. Nos separe —levantó el rostro y me di cuenta que sus ojos se empañaron por las lágrimas—. Y si así fuera, solo querría poder despedirme de ambos.
Sujeté su rostro y limpié con mis pulgares, las lágrimas que resbalaron por sus mejillas.
—Sabes que no puedo negarme a tus peticiones, mamá —le besé la frente— y menos cuando te veo tan triste.
—Entonces… ¿lo harás? —preguntó a media voz.
—Prometo que no permitiré que Omar Acosta muera, hasta que se despida de su madre —dije con seriedad—. Me contendré para no matarlo de inmediato y daré la orden de que mi gente no lo lastime demasiado, para que su madre pueda verlo, reconocerlo y hablar con él, ¿te parece bien?
Sus labios temblaron antes de sonreír con debilidad— gracias, Bebé.
—Madre —miré al techo—, ya no soy un bebé.
—Bueno, siempre te veré como mi bebé —sollozó—, quizá si me das nietos rápido, deje de decirte Bebé.
—En cuanto solucione lo de Erick, te prometo que tendrás nietos lo más rápido que nos sea posible, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asintió con una sonrisa más feliz.
Unos golpes en la puerta se escucharon y después de que yo dijera ‘pase’, Marcel entró de inmediato.
—¡Alex! —se detuvo en seco al ver a mi madre—. Señor De León, ¡¿está bien?! —preguntó preocupado al verlo llorar.
—Sí, gracias —asintió—. Supongo que tienen negocios, yo me retiro —se puso de puntillas y yo me incliné para que alcanzara mi rostro y me diera un beso en la mejilla—. Te veo más tarde…
Después de eso, salió de la habitación y nos dejó a solas.
—¿Seguro que está bien? —Marcel señaló la puerta con un ligero ademán.
—Sí, solo vino a pedirme un favor, ¿qué necesitas?
—Ah, disculpa… —carraspeó—. Omar Acosta se comunicó.
—¡¿Te dijo dónde está?!
—Sí, pero la zona está lejos y necesitamos corroborarlo.
—Manda a mi gente, que verifique el lugar y confirmen que está ahí —apreté mis puños—. Debemos asegurarnos de que Erick se encuentra con él y en caso de que así sea, no quiero que hagan nada estúpido, ni que lo intercepten, solo quiero la confirmación y yo iré por él en persona.
—Como digas.
No quería arriesgar a Erick, así que iba a llevar la farsa de la boda hasta las últimas consecuencias y mi padre aceptó que lo hiciera. Pero pese a repasar el plan, tener a todos los trabajadores cerca y algunos amigos apoyándonos aun en la distancia, cómo Jean-Claude y su padre, había muchas cosas que no podía dejar simplemente al azar.
Era por eso que a pesar de que cada persona sabía lo que debía hacer y en qué momento, yo me mantenía al pendiente de cualquier novedad, por si tenía que modificar algo a última hora.
—Deberás tener mucho cuidado —mi padre me miró con seriedad—. Un paso en falso y puedes perderlo —dijo con voz grave.
—¿Quieres asustarme? —pregunté con molestia, ya sabía que si las cosas no salían bien, podría perder a Erick para siempre.
—¿Asustarte? —él rió—. Si fuera tan fácil asustarte, significaría que no hice un buen trabajo con tu educación —negó—. Sólo quiero que tomes todas las precauciones, sin reparar en gastos, sabes bien que por el dinero no debes preocuparte.
—Lo sé… —asentí.
—Supongo que no verás a ese sujeto hasta la ceremonia —ladeó el rostro y me vio fijamente a los ojos.
—Es lo mejor, si lo veo, no sé si pueda contenerme.
—¿Ya usaste el supresor?
Asentí y pasé la mano por mi cabello— pero sé que si lo veo, aun si no dejo que mis instintos me controlen, intentaré matarlo.
—Solo trata de no dejar testigos…
—Eso es un hecho… —mi celular timbró y contesté de inmediato—. ¿Qué?
—“…Joven Alejandro, mi trabajador me envió un mensaje, Jair Páez le pidió el nuevo chip y se lo va a entregar al llegar al hotel, en unos minutos…”
—Pediré que hagan la clonación, avísenme cuando tenga el chip anterior para marcar el número y corroborar que esté funcionando.
—“…Cómo ordene…”
Apenas colgué y me comuniqué con Julián, dándole la orden de terminar la clonación del chip, con lo cual, Marcel tendría el número de Jair desde ese momento.
—Parece que todo marcha bien —mi padre se sirvió una copa.
—Por ahora, no hay contratiempos —me recargué en el sillón.
—De acuerdo, entonces, te diré algo que no sabías…
—¿Qué cosa? —me incorporé de inmediato.
Dio un trago a su coñac— tu madre verá a la madre de Omar Acosta.
—¡¿Qué?! —me puse de pie de un salto—. ¡¿Cuándo?! —pregunté con inquietud, no sabía si realmente la familia de Omar no estaba enterada de su paradero, por lo que no confiaba en ellos.
—Lo citó para una reunión en un salón, hoy a las cuatro, antes de la ceremonia.
Miré hacia una pared, dónde un reloj de péndulo estaba marcando la hora, faltaban unos minutos para las cuatro.
—Tengo que detenerlo —dije con molestia y caminé a la salida.
—¡No te metas en los asuntos de tu madre! —me gritó con frialdad.
—Pero la madre de Omar, ¡puede ser su cómplice! —señalé—. Si algo sale mal, Erick…
—Nada va a salir mal —mi padre negó—. Tu madre sabe de mis negocios, tiene años conociendo el terreno dónde me muevo y sabe que no debe confiar en las personas, así que no te preocupes, no arriesgará tu plan.
—Entonces, ¡¿por qué va a hablar con Ulises Acosta?!
—Ale, pensó que debía hablar con Ulises Acosta, porque cuando llegó en la mañana, para hospedarse en el hotel, junto a su esposo, lo vio mal.
Masajee mis sienes— ¿qué tiene si está mal? —pregunté con frialdad.
—Alejandro —mi padre se sentó en su sillón—, confío en tu madre —dijo seriamente— y tú deberías confiar en él también, jamás haría algo que te lastimara o entorpeciera tus asuntos.
—Sí, pero… ¿Y si ese sujeto le miente? —apreté mis puños.
—Tu madre cree que los padres de Omar son inocentes —mi padre siguió bebiendo de su copa—, por eso quiere hablar con él.
—Lo dudo —señalé con desconfianza—. Yo confié en Jacobo Acosta y todo esto se salió de control…
—Ya me explicaste cómo estuvo la situación y ¿sabes qué? —mi padre soltó el aire con lentitud—. Yo creo que Acosta no tuvo nada que ver y todo el problema es solo de su hijo.
—¿Cómo estás tan seguro? —pregunté mirándolo de reojo.
—Porque sé lo que es tener un hijo con ciertos problemas —me señaló con un ademán—. Y si lo que me dijiste es cierto, ellos no supieron encauzar a su hijo, cómo tu madre y yo, lo hicimos contigo.
Tal vez mi padre tenía razón.
Ser Alfa era complicado y yo no era el único que tenía problemas por ello; mis amigos, pese a no ser tan agresivos cómo yo, también tuvieron dificultades para controlar su temperamento durante su adolescencia, pero algo que todos teníamos, eran padres estrictos y madres amorosas, que nos ayudaban a sobrellevar todos esos problemas. Nuestros padres, pese a querernos mucho, hacían la labor más difícil; obligarnos a mantener los pies en la tierra con castigos y sanciones severas, para que entendiéramos que, pese a quienes éramos, no éramos inmunes a las consecuencias, mientras que nuestras madres, nos apoyaban y cuidaban, aunque también nos hacían ver nuestros errores de una manera menos dura.
—Tal vez es cierto —suspiré—. Pero no puedo estar tranquilo.
—Solo espera a ver qué dice tu madre.
Pasé la mano por mi cuello y asentí. Mi celular timbró y respondí de nuevo; me estaban avisando que Jair había entregado ya el chip.
—Ya falta poco… —suspiré y marqué el número de Jair.
Escuché el sonido del timbre y mis músculos se tensaron, hasta que escuché la voz del otro lado.
—“¿Diga?...”
—¿Marcel? —pregunté solo para corroborar.
—“Sí, sí señor…”
—Bien, necesito que estés atento a este número, ya que en un momento me comunicaré con algunos reporteros para que avisen de la boda antes de tiempo.
—“Entendido…”
—Seguramente Omar se comunicará para darle la información a Jair, sobre donde está….
—“Estaré al pendiente…”
—Inventa cualquier excusa para apartarte de Páez.
—“Yo me encargo, no se preocupe…”
—Cuento contigo…
Después de eso colgué.
—Marcel ya tiene el número, ahora debo ordenar que los medios saquen la noticia a las cinco de la tarde, para que Omar se comunique.
—¿Seguro que las cinco será una buena hora? —mi padre levantó una ceja.
—Sí, no quiero que Páez tenga oportunidad de ver redes sociales o noticias antes —expliqué mientras buscaba mis contactos—, así que ordené a las personas que lo iban a ayudar con su arreglo, que desde esa hora lo mantuvieran entretenido para que no tomara su celular, ni encendiera la televisión.
Mi padre sonrió tenuemente, pero pude notar que parecía orgulloso de mis acciones.
Durante un rato estuve hablando por teléfono, comunicándome con los reporteros y noticieros; necesitaba que dijeran claramente que a las cinco de la tarde, había acabado la ceremonia de bodas exclusiva, la cual no fue permitido que se pasara por televisión, pero después de las siete, se daría una rueda de prensa; con eso me aseguraba que Omar tuviera desde las 5 hasta las 7 para intentar comunicarse con Jair.
—Debo ir a cambiarme —señalé al terminar mis llamadas.
—De acuerdo —mi padre se puso de pie—, yo también necesito ir a la habitación a prepararme.
Al llegar a la habitación que ocupaba, me metí a bañar de inmediato; necesitaba enfriar mi cabeza porque sentía que la presión me estaba ganando.
«Aguanta un poco más, Conejo. Hoy iré por ti, lo juro…» estaba ansioso pero intentaba aferrarme a la idea de que no iba a tardar mucho en volver a verlo y estar con él.
Cuando salí, me puse el traje con poco interés y estaba colocando mis mancuernillas cuando la puerta se abrió. Giré el rostro para ver quién era, pues normalmente mis trabajadores tocaban antes de ingresar.
—Hola… —mi madre sonrió al verme.
—Hola —forcé una sonrisa y seguí con mi arreglo.
—Sé que es una boda falsa —dijo caminando hacia mí—, que ni siquiera es con la persona que amas, pero necesitaba verte antes de que lo hicieras —ladeó el rostro y movió sus manos a mi corbata, acomodándola debajo del saco—. ¡Te miras muy guapo!
Solté el aire con molestia— realmente no me interesa esto, madre —negué—. Sabes que solo es una estrategia y el cómo me vea o no, me tiene sin cuidado.
Él sonrió y sujetó mis manos— lo sé —dijo con voz suave—. Pero quería hablar contigo, no de tu boda, sino de lo que harás después de ella…
—Recuperaré a mi destinado y mataré a quien lo haya lastimado —sentencié con frialdad.
—Alex —guardó silencio un momento—, hablé con la madre de ese muchacho —sus ojos se posaron en los míos.
—Estoy enterado —no aparté mi mirada de sus ojos aceitunas—, mi padre me lo dijo.
—Bien, entonces iré al punto —puso las manos en mis mejillas y me sujetó con firmeza el rostro—, te pido que no lo mates en cuanto lo veas.
—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! —pregunté confundido.
—Quiero que le des oportunidad a su madre, de despedirse de él.
Me aparté de sus manos con rapidez— mamá, ¡por favor! ¿Cómo puedes pedirme eso?
—Te lo estoy pidiendo, en nombre de otra madre preocupada —puso la mano en su pecho.
—¡¿Me estás pidiendo que perdone la vida de ese sujeto, porque su madre te lo pidió?!
—No te pido que le perdones la vida —negó—, solo que no lo mates de inmediato.
—¿A qué te refieres?
—Ulises Acosta sabe que su hijo ha hecho mal —suspiró—, ya se enteró de todo lo que le hizo a tu destinado y sabe que su hijo merece un castigo, pero desea despedirse de él.
Rechiné mis dientes y luego busqué la mirada de mi madre— ¿Por qué…? ¿Por qué me haces esto? —le pregunté con frustración.
Él sonrió y me abrazó— yo sé bien lo que tú y tu padre hacen… —sentí como colocaba su frente contra mi pecho—. Hay muchas cosas que podrían acarrearles problemas y aunque tu padre me asegura que siempre estarán bien, vivo con el miedo constante de que ocurra algo que… —pude percibir sus feromonas de cereza, pero ligeramente agrias, estaba sumamente preocupado—. Nos separe —levantó el rostro y me di cuenta que sus ojos se empañaron por las lágrimas—. Y si así fuera, solo querría poder despedirme de ambos.
Sujeté su rostro y limpié con mis pulgares, las lágrimas que resbalaron por sus mejillas.
—Sabes que no puedo negarme a tus peticiones, mamá —le besé la frente— y menos cuando te veo tan triste.
—Entonces… ¿lo harás? —preguntó a media voz.
—Prometo que no permitiré que Omar Acosta muera, hasta que se despida de su madre —dije con seriedad—. Me contendré para no matarlo de inmediato y daré la orden de que mi gente no lo lastime demasiado, para que su madre pueda verlo, reconocerlo y hablar con él, ¿te parece bien?
Sus labios temblaron antes de sonreír con debilidad— gracias, Bebé.
—Madre —miré al techo—, ya no soy un bebé.
—Bueno, siempre te veré como mi bebé —sollozó—, quizá si me das nietos rápido, deje de decirte Bebé.
—En cuanto solucione lo de Erick, te prometo que tendrás nietos lo más rápido que nos sea posible, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asintió con una sonrisa más feliz.
Unos golpes en la puerta se escucharon y después de que yo dijera ‘pase’, Marcel entró de inmediato.
—¡Alex! —se detuvo en seco al ver a mi madre—. Señor De León, ¡¿está bien?! —preguntó preocupado al verlo llorar.
—Sí, gracias —asintió—. Supongo que tienen negocios, yo me retiro —se puso de puntillas y yo me incliné para que alcanzara mi rostro y me diera un beso en la mejilla—. Te veo más tarde…
Después de eso, salió de la habitación y nos dejó a solas.
—¿Seguro que está bien? —Marcel señaló la puerta con un ligero ademán.
—Sí, solo vino a pedirme un favor, ¿qué necesitas?
—Ah, disculpa… —carraspeó—. Omar Acosta se comunicó.
—¡¿Te dijo dónde está?!
—Sí, pero la zona está lejos y necesitamos corroborarlo.
—Manda a mi gente, que verifique el lugar y confirmen que está ahí —apreté mis puños—. Debemos asegurarnos de que Erick se encuentra con él y en caso de que así sea, no quiero que hagan nada estúpido, ni que lo intercepten, solo quiero la confirmación y yo iré por él en persona.
—Como digas.
—Por ahora, el plan es, rescatar a mi Conejo —sentenció el rubio—. Entraré, sacaré a Acosta y ustedes lo llevarán a una zona aislada, donde lo mantendrán con vida, hasta que decida lo que haré con él, exactamente.
—¿Acaso no pensabas matarlo? —Julián me miró por encima del hombro.
—No inmediatamente —negué—. Alguien me pidió un favor y no se lo puedo negar.
—¡¿Significa que tampoco podré desquitarme de lo que le hizo a Guti?! —el castaño apretó los puños con fuerza.
—Puedes desquitarte —Alejandro se alzó de hombros—. Hazle lo que quieras, pero mantenlo vivo y no lo golpees en el rostro.
Julián sonrió con cinismo— eso suena mucho mejor…
—¿Qué hay de Jair? —Miguel aumentó la velocidad al estar fuera de la ciudad, así acortaría el tiempo de traslado.
—Marcel y Agustín se encargarán de él un rato —Alejandro acercó la mano a su rostro—, después, Marcel tiene ordenes de entregarlo a mis hombres…
—¿También tendrás consideración con él, por el favor que te pidieron?
Alejandro rió ante la pregunta de Julián— no —negó—. Él no está dentro de ese trato, por eso lo harán sufrir un rato… —el sonido del celular lo interrumpió y respondió de inmediato—. ¿Qué pasó?
—“Alex, ya revisé los estados de cuenta de José Morelos…” —David estaba del otro lado de la línea—. “Pero hay algo extraño…”
—¿Qué cosa?
—“Ese sujeto no tiene movimientos bancarios desde hace más de cinco años…”
—¿Qué quieres decir? —frunció el ceño.
—“Dudo que ese sujeto exista…”
Esas palabras hicieron que Alejandro pensara. Había supuesto que era un amigo de Omar Acosta, pero dado que no conocía bien esa zona, podía estar equivocado; podía ser un simple prestanombres o en el peor de los casos, alguien a quien Omar desapareció cuando dejó de necesitarlo.
—De acuerdo —soltó el aire—, busca información del dueño original de la propiedad, mientras, ordenaré que investiguen a ese sujeto.
—“Rastrear movimientos de más de cinco años, será difícil, pero déjame ver qué consigo…”
—Confío en ti… —el rubio colgó la llamada y guardó el celular—. Juls, necesito que busques toda la información de José Morelos.
—¿David no encontró nada?
—Dijo que ese sujeto no tiene movimientos bancarios desde hace más de cinco años.
—¿Cinco años? —Miguel sonrió—. Significa que ya está muerto.
—Si es que realmente existió —corrigió Julián, mientras sacaba una laptop que estaba debajo del asiento.
—No me gusta andar a ciegas —Alejandro respiró profundamente.
—Tranquilo —el pelinegro sonrió—, es lo normal en una ciudad nueva, pero ya casi toda la ciudad está en tus manos…
—Al menos, la mayoría de las familias ya saben que no deben entrometerse en mis asuntos —señaló el rubio, pues todas las familias importantes de la ciudad, se pusieron a sus órdenes el día anterior—, ahora solo debo llegar rápido con Erick….
—¿Acaso no pensabas matarlo? —Julián me miró por encima del hombro.
—No inmediatamente —negué—. Alguien me pidió un favor y no se lo puedo negar.
—¡¿Significa que tampoco podré desquitarme de lo que le hizo a Guti?! —el castaño apretó los puños con fuerza.
—Puedes desquitarte —Alejandro se alzó de hombros—. Hazle lo que quieras, pero mantenlo vivo y no lo golpees en el rostro.
Julián sonrió con cinismo— eso suena mucho mejor…
—¿Qué hay de Jair? —Miguel aumentó la velocidad al estar fuera de la ciudad, así acortaría el tiempo de traslado.
—Marcel y Agustín se encargarán de él un rato —Alejandro acercó la mano a su rostro—, después, Marcel tiene ordenes de entregarlo a mis hombres…
—¿También tendrás consideración con él, por el favor que te pidieron?
Alejandro rió ante la pregunta de Julián— no —negó—. Él no está dentro de ese trato, por eso lo harán sufrir un rato… —el sonido del celular lo interrumpió y respondió de inmediato—. ¿Qué pasó?
—“Alex, ya revisé los estados de cuenta de José Morelos…” —David estaba del otro lado de la línea—. “Pero hay algo extraño…”
—¿Qué cosa?
—“Ese sujeto no tiene movimientos bancarios desde hace más de cinco años…”
—¿Qué quieres decir? —frunció el ceño.
—“Dudo que ese sujeto exista…”
Esas palabras hicieron que Alejandro pensara. Había supuesto que era un amigo de Omar Acosta, pero dado que no conocía bien esa zona, podía estar equivocado; podía ser un simple prestanombres o en el peor de los casos, alguien a quien Omar desapareció cuando dejó de necesitarlo.
—De acuerdo —soltó el aire—, busca información del dueño original de la propiedad, mientras, ordenaré que investiguen a ese sujeto.
—“Rastrear movimientos de más de cinco años, será difícil, pero déjame ver qué consigo…”
—Confío en ti… —el rubio colgó la llamada y guardó el celular—. Juls, necesito que busques toda la información de José Morelos.
—¿David no encontró nada?
—Dijo que ese sujeto no tiene movimientos bancarios desde hace más de cinco años.
—¿Cinco años? —Miguel sonrió—. Significa que ya está muerto.
—Si es que realmente existió —corrigió Julián, mientras sacaba una laptop que estaba debajo del asiento.
—No me gusta andar a ciegas —Alejandro respiró profundamente.
—Tranquilo —el pelinegro sonrió—, es lo normal en una ciudad nueva, pero ya casi toda la ciudad está en tus manos…
—Al menos, la mayoría de las familias ya saben que no deben entrometerse en mis asuntos —señaló el rubio, pues todas las familias importantes de la ciudad, se pusieron a sus órdenes el día anterior—, ahora solo debo llegar rápido con Erick….
—Erick… —Omar se acercó al pelinegro, que seguía tumbado en la cama.
Durante todo el día, Erick había sido víctima del abuso de Omar; se sentía cansado, y su cuerpo ya no respondía a ningún estímulo. Debido al celo inducido, tenía fiebre y estaba mareado, por lo que tampoco había podido comer nada; se mantenía en un sopor aletargado y eso le facilitaba la situación a Omar que podía moverlo como si se tratara de un muñequito.
Pese a que su cuerpo deseaba satisfacer la lujuria que lo consumía, el haber pasado dos días seguidos con ese medicamento, forzándolo a su ciclo de calor, sin poder usar un supresor o calmar el deseo con su pareja, estaba consiguiendo que el cuerpo de Erick se debilitara y podría llegar a tener graves consecuencias o en el peor de los casos, morir, si no se solucionaba esa situación.
—Mi amor —Omar besó la mejilla del otro—, debemos limpiarte —sonrió y movió los mechones de cabello con su mano—. Jair enviará a unos trabajadores a ayudarnos en un par de horas —explicó—, así que debemos estar listos para irnos de aquí.
El ojiazul no respondió, ni siquiera se movió; sentía su cuerpo pesado y dolorido, incluso respirar le causaba dolor, así que mantenía una respiración muy suave, apenas lo suficiente para que sus pulmones tuvieran oxígeno.
—Te ayudo…
El castaño sujetó a Erick en brazos y lo sintió completamente lívido; lo guio hasta el baño, dónde tenía una pequeña tina para una persona y lo colocó dentro del agua tibia, con la que había llenado la bañera, para limpiar a su pareja.
Erick no se podía sostener, por lo que su cuerpo resbaló y casi se hunde por completo, pero Omar lo sujetó y mantuvo el rostro del ojiazul fuera del agua, mientras sus manos se movían, llevando un jabón y repasando el cuerpo de Erick por debajo de la superficie.
—Hoy no te daré el medicamento —sonrió Omar—. Aunque los hombres que vendrán son Betas, no me quiero arriesgar a que algún Alfa te encuentre por el olor —explicó confiado—, así que debes estar completamente limpio para poder salir de aquí.
Erick no respondió, pese a que tenía ganas de hacerlo; sabía bien que aunque lo bañara, no podía borrar del todo sus feromonas, pero si Omar no las percibía, quizá era mejor no decirle nada, ya que podría ser una oportunidad para escapar, de alguna manera.
Omar limpió la piel marcada por él, lastimada en algunas partes, porque lo había mordido y golpeado con saña, para obligarlo a corresponderle, pero no lo había logrado, aun así, no se daba por vencido y esperaba que Erick lo aceptara tarde o temprano.
—¿Sabes cómo es que Jair nos ayudará a escapar? —preguntó con un tono burlón, mientras usaba la regadera de mano para empapar el cabello negro—. Jair se casó con Alejandro de León…
Un sobresalto estremeció a Erick; quiso incorporarse, intentó gritar y decirle “¡mentiroso!”, pero no tuvo la fuerza para ello. Omar se dio cuenta de su sobresalto y sonrió.
—¡En serio! ¿No me crees? Mira…
Omar se apartó un poco, secó las manos en su pantalón y sacó un celular del bolsillo; no era su celular, pero si era un teléfono inteligente, por lo que pudo abrir las noticias y mostrarle sobre la boda de Alejandro y Jair.
Los ojos azules se humedecieron de inmediato y un par de lágrimas escaparon por los rabillos de sus ojos, cayendo hasta la tina y su labio inferior tembló.
—Al final, ese hombre solo quería quedarse con la ciudad —Omar se alzó de hombros— y se casó con el primero que encontró, para demostrar que no le importó que desaparecieras.
«No es cierto…» Erick quería responder, deseaba refutar esas palabras, pero no le era posible,
«Alex me ama… Lo sé…»
—Olvídalo ya —Omar movió la mano y limpió las lágrimas que caían—. Tú estás conmigo, como debió ser desde un principio —sonrió con orgullo— y volveremos a ser la pareja perfecta.
«Quiero morir…» Erick intentó mover las manos, quería asegurarse de que aun podía hacer algo, pero le fue imposible, «no quiero seguir con Omar…»
Mientras Erick intentaba hacer que su cuerpo reaccionara, Omar lo seguía aseando; limpió todo el cuerpo con un jabón con olor a rosas y limpió la melena negra con un champú del mismo olor, pues aunque no lo percibía en realidad, podía recordar a lo que olían las rosas y quería creer que podía percibir ese olor en Erick de alguna manera.
Antes de acabar, se aseguró de limpiar el interior de su pareja; Erick sentía asco y repulsión, al sentir esos dedos intrusos dentro de su cuerpo, palpando su parte más íntima y delicada, tallando cada pliegue interno, pero nada podía hacer, aunque al menos estaría limpio de los fluidos del otro.
—No quiero que vayas incómodo en el camino —dijo condescendiente—, no te preocupes, si no has quedado embarazado, aún tenemos mucho tiempo por delante para formar una familia…
Después del largo y concienzudo baño, la incesante voz de Omar diciendo lo que esperaba para su futuro, el cómo formarían una familia y tendrían al menos cinco hijos, todos dominantes, según sus deseos, finalmente, el castaño sacó a Erick de la tina y lo llevó a la habitación, dónde lo sentó en el sillón, antes de quitar todas las mantas sucias de la cama, colocando unas limpias y recostándolo ahí, para poder cambiarlo.
—Me hubiera gustado que usaras uno de tus vestidos —Omar suspiró—, pero no son lo más cómodos para viajar, así que te pondré un conjunto deportivo, pero abrigador… Hace frío y no quiero que te enfermes.
Omar secó el cuerpo de Erick con la toalla y lo vistió con lentitud.
Le gustaba esa docilidad y especialmente el poder tocar con libertad, la piel que tanto ansiaba; de no ser porque debían esperar a los trabajadores de Jair, se hubiera tomado un poco más de tiempo para poseer a Erick de nuevo, pero no quería tardar mucho en salir de ese lugar, cuando llegara el momento. El cansancio estaba venciendo a Erick una vez más; sus parpados se cerraban y sentía su cuerpo arder por el deseo, por lo que se le dificultaba tener control sobre él mismo; aun así, no reaccionaba a las caricias y toqueteos del castaño, ya que él deseaba el toque de alguien más. Necesitaba el toque de su Alfa.
Omar terminó su trabajo y acomodó a Erick para que quedara en posición fetal sobre el colchón.
—Ahora, espera tranquilamente, mientras voy a asearme yo, ¿de acuerdo?
El castaño se inclinó y besó la melena húmeda, antes de dirigir sus pasos al baño.
Erick parpadeó lentamente y se dio cuenta de que el otro no le había puesto las esposas, así que podía levantarse, intentar escapar o quizá, intentar acabar con su tortura.
«Debo… levantarme…»
Con ese pensamiento, intentó forzar a su cuerpo a responderle; sabía que no tenía tiempo, por lo que debía ser rápido, pero apenas si pudo moverse un par de centímetros antes de que toda su fuerza escapara.
Sabía la razón. Seguía en celo, por eso estaba tan vulnerable.
Ese era el miedo de los Omega al llegar su ciclo de celo, sin un supresor o sin alguien que los cuidara, quedaban completamente a merced de cualquier Alfa e incluso Beta que pudiera aprovecharse de esa situación. Él no había temido a eso, porque sabía bien sus periodos de celo y no se acercaba a ningún Beta varón, además sus feromonas repelían a cualquier otro Alfa, pero ahora Omar no las podía percibir y estaba completamente desprotegido.
Con dificultad, movió sus manos, acercándolas a su rostro y pudo percibir el aroma de café con cedro, emanar de su dedo.
—Alex… —musitó.
“Al final, ese hombre solo quería quedarse con la ciudad y se casó con el primero que encontró, para demostrar que no le importó que desaparecieras…”
Las palabras de Omar le dolían; no quería pensar que realmente a Alex no le había importado que hubiera sido secuestrado y que además se casara con Jair, pero no tenía manera de refutarlo.
—Alex… —repitió y un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas.
Sabía que ese no era un cuento de hadas, sabía bien que no todo el mundo tenía un final feliz, pero desde que había conocido a Alejandro, creyó que por fin iba a alcanzar la felicidad que nunca antes había tenido y en ese momento, todo eso se derrumbaba. Si Omar tenía razón, esa misma noche saldrían de la ciudad a quien sabía dónde y seguramente, jamás volvería a ver a su Destinado.
Había pasado su vida odiando a ese niño rubio que lo había mordido cuando era pequeño, quizá, si no lo hubiera encontrado de nuevo, se hubiera resignado con mayor facilidad a esa situación que le ocurría, pero en ese momento no podía; ¿cómo aceptar una vida llena de dolor si había probado el paraíso?
Cerró los parpados y suspiró; jamás había orado en su vida, jamás había creído en un Dios como tal, pero creía que debía haber algo más grande, una fuerza mística que le daba a cada persona lo que merecía, según su comportamiento; Karma, Fortuna, Suerte, Azar, quizá el mismo Destino. Quería creer que algo o alguien podrían apiadarse de él y sacarlo de ese infierno de alguna u otra manera.
«Por favor… Quiero que… esto termine…»
Cerró los parpados y trató de calmarse, pero su cuerpo se estremecía por los continuos escalofríos y los poros de su piel liberaban gotas de sudor, que humedecían las telas que lo cubrían; la piel de sus labios estaba reseca, ya que su aliento caliente y desacompasado parecía quemarlo, al igual que la parte superior del labio, donde sus fosas nasales dejaban escapar el aire.
No supo cuánto tiempo dormitó, hasta que sintió la mano de alguien en su hombro.
—Cariño, ¿te sientes mal? —Omar estaba frente a él, traía otro conjunto deportivo y le acarició la mejilla—. Sigues con fiebre —soltó el aire—. No te preocupes, al salir de aquí, pasaremos a una farmacia y te compraré algún medicamento para ayudarte, lo prometo —sonrió amable.
Erick volvió a intentar dormir un poco más, pero un perfume conocido lo hizo abrir los parpados de golpe.
No era el aroma que emanaba su dedo, tampoco era el café derramado sobre ese colchón; ese fuerte olor a café con mezcla de cedro recién cortado, era inconfundible para él. Estaba seguro que era el perfume natural de Alejandro, pero no entendía porque lo percibía en ese momento.
Un ruido fuerte se escuchó, logrando que Omar girara el rostro hacia la puerta.
—¿Qué fue eso? —se preguntó y miró el reloj de su celular—. Se supone que los trabajadores de Jair vendrían más tarde —frunció el ceño—. Si se hubieran adelantado me habría avisado.
El castaño caminó hacia la puerta de la habitación, mientras Erick sentía que poco a poco la energía volvía a él, debido a que percibía con mayor intensidad ese perfume que había añorado esos días; logró incorporarse y quedar recargado en sus codos, en el instante en que la puerta de la habitación se abrió y dio de lleno en el rostro de Omar.
—¡¿Pero qué demonios?! —gritó el castaño
Los ojos de Alejandro se posaron en Erick y sintió que por fin el alma volvía a su cuerpo.
Desde que el rubio se había aproximado a la propiedad, había percibido las feromonas del ojiazul.
Cuando el auto se detuvo en los límites de la propiedad y bajó, no necesito que le dijeran nada, simplemente siguió el aroma de su pareja, recorriendo con rapidez el camino hacia esa casa que se encontraba en ruinas; en el camino se encontró con una camioneta van, que los trabajadores del padre de Erick dijeron que había salido antes de saber lo del secuestro de Erick, así mismo, un olor desagradable provenía del interior, claramente había alguien muerto en ese vehículo, pero no le importó, su meta era encontrar a su destinado.
Al llegar, tardó un momento en concentrarse, pero pronto descubrió una puerta en el piso y al abrirla, las feromonas de Erick lo golpearon de lleno y también había un tenue rastro de las feromonas de Omar; en ese lugar que parecía un sótano, Omar Acosta tenía a su pareja, de eso no tenía dudas.
A pesar de haber usado el supresor, no pudo controlar su ira y sus pupilas se alargaron, al momento en que entró a esa pequeña zona. Era como la estancia de un apartamento; había un sofá de dos piezas, una mesita, un televisor pequeño y una especie de estante empotrado, además de una zona que fungía como cocina, pues contaba con una tarja y un microondas, pero no había nadie.
El solo imaginar que había llegado tarde, lo hizo enfurecer. La frustración logró que el rubio sujetara la televisión y la estrellara fuertemente contra el librero y fue cuando lo notó; había una puerta secreta, apenas perceptible, que se movió un poco cuando fue azotada, así que sin dudar fue hasta allá, dando una patada, abriéndola de inmediato con tanta fuerza que golpeó a Omar cuando estaba cerca.
—¡Alex! —Erick sintió que su corazón se aceleraba al ver la imponente figura del rubio en el umbral.
Omar levantó el rostro y observó al recién llegado— ¡¿tú?! ¡¿Cómo…?!
Alejandro no le permitió hablar, le dio un puñetazo en la quijada y Omar cayó para atrás con rapidez, algo aturdido por el golpe. El rubio apresuró el paso y fue hasta la cama, dónde Erick lo observaba con anhelo.
—Conejo —dijo con voz suave—, ¿estás bien? —preguntó y lo sujetó del rostro, acariciando las mejillas húmedas por las lágrimas que habían resbalado.
—Alex… —la voz del ojiazul apenas se escuchó—. Viniste… ¿por mí…?
—Por supuesto, mi amor —el rubio se inclinó y lo besó en los labios, un beso posesivo, el cual, Erick correspondió con ansiedad.
—Aléjate… ¡Aléjate de él! —Omar se puso de pie y sujetó el cuchillo con el que había herido a Erick antes—. ¡Erick es mío!
Alejandro rechinó los dientes, sus colmillos habían crecido y la ira destellaba en sus ojos verdes, pues a pesar de todo, pudo darse cuenta de varios golpes en el rostro de Erick y algunas heridas en el cuello, por lo que imaginó que debía haber más. Sin poder contener su furia, se apartó de su pareja, para ver de frente a Omar, manteniendo sus puños cerrados.
—Vas a pagar con tu sangre, lo que sea que le hayas hecho —dijo con seguridad.
Omar rió— ¡tus feromonas ya no me afectan! —se burló—. No puedes someterme y seguramente, jamás has golpeado a nadie en tu vida —movió el cuchillo con destreza—, pues un Alfa como tú, ‘no necesita llegar a los golpes, para vencer a otro’ —repitió las palabras que Alejandro había dicho la noche en que lo atacó con sus feromonas.
El ojiverde sonrió— te equivocas —su voz sonó más grave—, el hecho de que no necesite golpear Alfas, no significa que no lo haya hecho antes…
Alejandro extendió sus manos y sus uñas crecieron como garras afiladas.
El castaño se sorprendió y más, porque ni siquiera se dio cuenta cuando el otro llegó hasta él, agarrándolo del cuello, levantándolo con una sola mano y dejándolo contra la pared con un golpe seco, antes de sujetar el antebrazo de la mano donde tenía el arma. Sin mucho esfuerzo, el rubio le rompió los huesos de la muñeca y Omar gritó, a la par que soltaba el cuchillo.
Omar había escuchado que los Alfas dominantes tenían ciertas habilidades que los demás Alfas no, pero jamás había presenciado algo así; las uñas afiladas se clavaban en su cuello y sentía la fuerza del otro evitando que respirara con facilidad. El castaño se retorcía contra la pared, pues sus pies no tocaban el piso y desprendió algunas fotos que estaban en su espalda, mismas que cayeron al piso.
Alejandro por fin puso atención a su alrededor; ese lugar estaba lleno de fotos de Erick. Fotos que él ni siquiera sabía que existían. Omar tenía un santuario prohibido para Erick, con imágenes de su Conejo, imágenes que él no había disfrutado tampoco y los celos se adueñaron de él, logrando que su mente se nublara y sujetara con ambas manos el cuello de su presa, en un deseo de romperlo en ese mismo instante.
Erick observaba la escena desde la cama; sabía que todo estaba mal, sabía que Alejandro sería capaz de matar a Omar y aunque una parte de él deseaba que pasara, su instinto era mucho mayor y lo único que quería era volver a sentir las manos de Alejandro sobre su cuerpo.
—Alex… —Erick lo llamó con deseo.
El ojiverde lo vio por el rabillo del ojo y se dio cuenta de la actitud sumisa del otro, la manera en que estaba tratando de quitarse la ropa y sus feromonas se habían intensificado, en un desesperado intento por seducirlo; era obvio que estaba en celo y lógicamente, debía encargarse de ello primero.
—No eres más que basura —siseó el rubio y le dio a Omar un puñetazo en el estómago, antes de liberarlo.
Omar cayó al suelo, tosiendo y tratando de recuperar el aliento, mientras el rubio regresó sus pasos hacia Erick.
—Conejo, necesitas un supresor…
Alejandro buscó la jeringa en el bolsillo de su saco, pero antes de intentar ponérsela, Erick lo sujetó del cuello y lo besó, mientras se movía para acercarse al cuerpo del otro y sentir su calor.
—Alex —el ojiazul se restregó contra el cuerpo de su pareja—, ¡te necesito! —suplicó—. La medicina que me dio Omar… es… muy fuerte… ¡Ya no soporto más! —sollozó y volvió a besarlo, buscando la lengua tibia de Alejandro, para disfrutar su calidez.
‘La medicina que me dio Omar…’
Esas palabras hicieron eco en la mente del rubio, especialmente por las indicaciones del padre de Fabián.
“Este es uno de los mejores supresores para el celo de un Omega, pero si es un celo inducido por un químico desconocido, sabes que no debes usar supresores, porque puede ser contraproducente, así que asegúrate de que sea un celo normal, antes de colocárselo, de lo contrario, no sabemos qué efectos tenga, especialmente en Erick…”
—Te indujo el celo químico —dijo con molestia.
—Sí… —la voz ronca de Omar se escuchó, estaba tratando de ponerse de pie—. Erick está en celo desde el día que se fugó conmigo, por ello fue mío una y otra vez —sonrió con orgullo—. Ha gemido para mí, lo he hecho suplicar por más y ha disfrutado como nunca, cada que lo llenaba de mi semen —soltó una risa burlona—, seguramente ¡lo preñé con facilidad!
Los ojos de Alejandro se abrieron con sorpresa y Erick lo abrazó desesperado.
—No es cierto, ¡no es cierto! —restregó el rostro contra el pecho del rubio—. Jamás dije otro nombre que no fuera el tuyo, Alex —sollozó— y aunque él me hizo… cosas… no ha logrado satisfacer este deseo, porque no eres tu… ¡te lo juro!
—¡No mientas, Erick! —Omar se recargó en la pared—. Gemiste como perra en celo mientras te poseía, porque no importa que ese imbécil te haya marcado, ¡yo soy tu esposo! ¡El único que puede complacerte!
Erick se apartó del pecho donde se escondía y buscó la mirada verde— te juro que no es cierto —sollozó, pensando que Alejandro no le iba a creer, igual que nadie le había creído, cuando dijo que jamás había intimado antes de casarse con Omar—. Por favor, Alex, ¡créeme!
Alejandro sujetó el rostro de Erick con delicadeza y le sonrió— te creo —dijo con seguridad—. Y prometo que te ayudaré con tu celo, pero primero, me encargaré de este sujeto…
El rubio se apartó de Erick y caminó con paso seguro hasta Omar.
—Indujiste el celo en mi destinado —señaló y sus pupilas destellaron con furia—, osaste tocar su cuerpo —gruñó—, pero sé muy bien, que él jamás diría tu nombre.
—¡Dijo mi nombre! —insistió Omar antes de gritar por el dolor que el otro le causó.
Alejandro había usado sus uñas, para marcar la cara de su enemigo, dejando surcos profundos en la piel, de dónde la sangre brotó de inmediato.
—¡Mientes! —gritó el rubio y le dio otro puñetazo, directamente en la nariz, rompiéndola con facilidad—. No importa lo que hicieras o intentaras, Erick jamás diría otro nombre ¡que no fuera el mío!
Sin miramientos, Alejandro sujetó el cabello de Omar y estrelló el rostro contra el piso, sobre donde estaban las fotos que habían caído; el castaño se quejó por el golpe y la sangre brotó con mayor intensidad de su nariz y boca.
—Querías ver a Erick como yo lo veo, ¿no es así? —le sujetó un brazo y con su mano izquierda le dislocó el hombro izquierdo, haciendo que gritara con mayor fuerza—. Pero sé muy bien que no pudiste —se burló—. No sabes cómo es Erick en la cama —sonrió—, no tienes idea de cómo es cuando disfruta haciendo el amor…
Agarró el cuchillo que estaba en el piso y lo clavó detrás del muslo derecho, haciéndolo girar, para que la herida fuese más profunda.
—No sabes cómo gime y mucho menos como es su rostro cuando realmente llega al éxtasis…
Alejandro apartó el cuchillo e hizo girar a Omar, dejándolo de espaldas al piso; al verlo de frente, se dio cuenta que había roto su palabra. Ahora Omar Acosta tenía claras heridas en el rostro, le faltaban dientes y tenía un ojo cerrado debido a un parpado inflamado, pero aunque sabía que le había fallado a su madre, no se arrepentía, así que ya no había marcha atrás.
«Al menos, por ahora te dejaré vivo.»
—Pero no te preocupes —el rubio levantó una ceja—, me siento generoso y voy a cumplir tu deseo…
Se puso de pie y arrastró del cabello a Omar, acercándolo hasta una pared, donde estaba empotrada una lámpara, justo al lado de la cama dónde estaba Erick; sujetó las esposas que estaban en el buró y le puso una anilla a la muñeca del brazo dislocado, mientras la otra anilla la sujetaba al cuello del candil.
Omar gritó, pues los movimientos bruscos le dolían demasiado.
—Y para asegurarme de que no puedas levantarte…
Con fuerza, Alejandro clavó el cuchillo una vez más, pero en ese momento, lo hizo justo en la rodilla izquierda, arrancando otro grito de la garganta de Omar.
El castaño lloraba de dolor, rabia e impotencia; sus cuatro extremidades se encontraban lastimadas y no podía moverse ni un centímetro, ya que si lo intentaba, su hombro dislocado le obligaba a gritar de dolor, pues su brazo se mantenía hacia arriba debido a las esposas.
El ojiverde sacó su celular y marcó un número.
—“¿Estás bien?” —la voz de Julián era seria—. “¿Por qué no has salido?”
Se suponía que Alejandro no iba a tardar mucho en ese lugar y sus amigos se encontraban ansiosos porque ya habían pasado varios minutos sin saber nada de él.
—Cambio de planes —dijo fríamente—, tal vez salga hasta el amanecer.
—“¡¿Por qué?!”
—Erick fue inducido al celo por unos medicamentos y debo atenderlo yo —señaló mientras se quitaba el saco.
—“¿Qué hay de Acosta?”
—Neutralizado.
—“¿No prefieres sacarlo ahora mismo y luego encargarte del Conejo?”
—No —el rubio miró de soslayo al hombre que seguía quejándose por el dolor—, hay algo que necesito hacer con él, antes de que se lo lleven.
Un suspiro se escuchó del otro lado del auricular; Julián sabía que nada se podía hacer, pues acercarse a ese lugar era imposible y más en ese momento, porque seguramente Alejandro había desplegado ya sus feromonas.
—“De acuerdo, le avisaremos a tu padre de los cambios de planes y estaremos atentos por si cambias de opinión…”
—Nos vemos.
Alejandro colgó y dejó el celular en el buró; desabrochó la camisa que portaba y se acercó a Erick, desplegando sus feromonas de café, para envolver a su destinado en ellas.
Los ojos azules estaban puestos en el otro, anhelantes, ansiosos; su cuerpo temblaba de emoción, pero había recuperado algo de su fuerza para poder buscar a su pareja, por lo que tenía una tenue sonrisa en sus labios. Sus feromonas de almendras dulces estaban respondiendo al perfume del otro y su mente dejó de razonar; todo a su alrededor desapareció, no había nada, ni nadie más en ese lugar, aparte de Alejandro y él.
—Ven, Conejo —extendió la mano hacia Erick, que estaba en el centro de la cama.
El ojiazul gateó hasta la orilla y sujetó la mano que se le ofrecía, acariciando la piel y sintiendo mariposas en su estómago.
El rubio se inclinó y besó los labios de Erick una vez más, un beso demandante y lleno de lujuria, correspondido con ansiedad y deseo. El ojiazul estaba disfrutando el sabor de Alejandro y aunque al principio pensó que era un sueño, apenas sintió la lengua traviesa del ojiverde, rozar la suya de manera juguetona, se dio cuenta que todo era real y estaba con el hombre al que deseaba y amaba.
Las manos del rubio se movieron sobre la ropa de Erick y de un tirón, la arrancaron del cuerpo, como si se tratara de simple papel, pues sus garras habían ayudado a romper las telas con facilidad. Sin preámbulo, quitó las telas del torso y luego el pantalón, dejando a su pareja solo en ropa interior, antes de bajar a besar y lamer el cuello.
—Tienes un olor superficial a rosas —hizo un mohín de desagrado.
—Lo siento… —Erick lo sujetó de los hombros—. Omar… me bañó con… ese horrible… jabón…
Alejandro chasqueó la lengua; detestaba los sabores artificiales, así que tenía que lograr que el perfume original de Erick predominara, por lo que no se contuvo y encajó los colmillos en el cuello, dejando no solo su marca, sino extrayendo algo de sangre y pudiendo disfrutar el delicioso gusto de almendras dulces que tanto deseaba.
Erick gimió, pero no intentó apartarse como lo hubiese hecho con Omar, al contrario, expuso más su cuello— Alex —dijo con voz ansiosa, tratando de tocar la piel desnuda del otro con desespero.
—No… —desde su lugar, Omar observaba la escena y escuchó claramente la voz de Erick al llamar al rubio—. ¡No digas su nombre! —gritó con desespero, antes de quejarse por sus heridas.
Pero Erick ni siquiera lo escuchó; en ese estado de excitación, no podía percibir nada que no tuviera que ver con Alejandro.
—¿Te gusta, Conejo? —susurró el rubio contra la oreja de su pareja.
—Sí…
Alejandro se subió a la cama y se recargó sobre las almohadas de la cabecera; Erick se movió de inmediato, sentándose sobre sus piernas, besándolo con desespero y quitándole la camisa, mientras sus manos acariciaban la piel que dejaba expuesta. Sus dedos presionaban cada parte que descubría, constatando que lo que había esperado esos días, ahora se cumplía y estaba con el verdadero dueño de su cuerpo y corazón; cuando hizo la camisa para atrás, para poder quitarla, sus uñas marcaron la piel de la espalda, en un intento vano de fundirse con él, ya que deseaba no apartarse jamás de la calidez del otro.
Entre besos y caricias ansiosas, Erick desabrochó el pantalón y descubrió el miembro de Alejandro, que estaba erguido, así que se hincó entre las piernas del rubio y empezó a degustarlo con anhelo.
Alejandro acariciaba los mechones negros y observaba el gesto de placer de su Conejo, al llevar su pene hasta lo más profundo de su garganta, sin importar si se ahogaba o lloraba por no poder respirar; parecía un niño desesperado por obtener un premio.
—Tranquilo, Conejo —dijo con voz divertida—, no debes esforzarte tanto…
Erick intentó hablar, pero con el miembro aun en su boca, no se entendía lo que quería decir, así que se apartó y pasó la lengua por toda la extensión, desde la base hasta la punta, antes de depositar un beso.
—No puedo evitarlo… —relamió sus labios—. No sabes cuánto te deseo Alex…
El rubio sonrió y pasó el pulgar por la comisura del labio, por donde resbalaba un hilillo de saliva.
—Tienes razón, no sé cuánto me deseas —ladeó el rostro—, te dejaré demostrarlo… Anda, soy todo tuyo.
Erick movió el rostro y atrapó el dedo del otro en su boca, succionándolo un poco y dejando una ligera mordida antes de volver a saborear el pene de su pareja.
Alejandro se sentía satisfecho de esa reacción, así que ladeó el rostro y su mirada verde se posó en Omar, que observaba la escena con un gesto de incredulidad y de terror; Erick realmente estaba actuando de una forma que él jamás había visto y que tanto deseaba, pero lo hacía por otro.
—Detente… —dijo el castaño, sintiendo un nudo en su garganta.
Erick hizo caso omiso, pues ni siquiera escuchó esa voz dolorida.
—Erick, ¡detente! —gritó Omar, pero de inmediato se quejó, al sentir como su brazo se lastimaba al intentar ir hacia la cama.
—Sigue, Conejo —la voz suave del rubio, opacó cualquier otro sonido y el ojiazul empezó a succionar con desespero.
Deseaba probar de nuevo el semen de Alejandro, necesitaba percibir y reconocer su característico sabor, así que se esmeró en darle una felación especial; sus ojos azules se mantenían fijos en los orbes verdes, casi suplicándole con la mirada que lo complaciera, mientras estimulaba la base del miembro con una mano, pues no abarcaba todo con su boca y la otra acariciaba con veneración, los testículos de su pareja, tratándolos con cariño y cuidado.
—¿Quieres leche? —el ojiverde sonrió divertido.
—Mjú…
Erick succionó con mayor fuerza a la par que movía con desespero la lengua, intentando satisfacer a su pareja.
—Si quieres leche, debes hacerlo cómo me gusta, ¿lo sabes, verdad?
Erick se apartó un poco y empezó a hacer círculos con la punta de su lengua, en el glande del rubio, mientras permitía que su saliva cayera, bañando el enorme falo y su mano esparcía la humedad por toda la longitud. Se relamió los labios y volvió a engullir lo más que pudo el sexo de Alejandro, abriendo la boca para no rozar la piel con sus dientes, llevándolo hasta su garganta y haciendo ruido cada que lo metía y sacaba, debido a la excesiva humedad que había.
Los ojos de Omar se abrieron con sorpresa al ver cómo actuaba Erick; no podía concebir que fuera de esa manera, cuando con él no había soportado darle una felación completa.
Alejandro hizo la cabeza hacia atrás y pasó la lengua por sus dientes, antes de soltar un gemido ronco al llegar al orgasmo en la garganta de su pareja.
El ojiazul pasó todo el líquido viscoso y siguió succionando, tratando de no desperdiciar una sola gota, pero fue en vano, debido a la enorme cantidad que el otro liberó; al darse cuenta que algo de esa esencia se escapaba de su boca, se apartó del miembro y usó su lengua y labios, para limpiar concienzudamente, mientras besaba sumisamente la piel.
—Buen Conejo —el rubio le acarició la cabeza con cariño
Tenían solo unos días que habían empezado a intimar y ambos se habían acoplado a la perfección, tanto que cada uno sabía lo que el otro más disfrutaba en la cama y podían complacerse mutuamente.
Erick gateó y se acercó al rostro de Alejandro, quien lo besó con demanda, mordisqueando el labio inferior, logrando que el otro gimiera a la par que se movía, para quedar a horcajadas sobre su cuerpo. Erick aun traía la ropa interior, pero el ojiverde se la arrancó con un movimiento rápido, dejándolo desnudo y lo sujetó de la cadera, acomodando la delicada y mancillada entrada, sobre la punta de su sexo erecto.
El pelinegro se sujetó del cuello de su pareja y bajó su cadera, sintiendo como el enorme y grueso miembro ingresaba con lentitud; hizo la cabeza para atrás, gimiendo audiblemente hacia el techo, pues el placer que sentía, pese a ser solo la punta, era tan intenso que podía desfallecer de la felicidad.
Alejandro sujetó la cintura de su pareja y lo obligó a bajar de golpe, arrancándole otro grito emocionado y ambos se fundieron en un beso, cuando Erick estuvo completamente lleno por el pene de su pareja.
—Te amo, Alex… —dijo el ojiazul, entre besos, mientras sus manos estrujaban los mechones dorados con desespero.
—Yo también te amo, Erick…
—¡No! ¡No! ¡No! —los gritos de Omar se intensificaron e intentó moverse, tratando de ir hacia la pareja en la cama para detenerlos, pero le era imposible, su cuerpo no le respondía y le dolían demasiado las heridas, además de que había perdido mucha sangre y estaba sumamente débil—. No lo hagas Erick… ¡No! —suplicó mientras empezaba a llorar con desespero, al ver a su aun esposo en brazos de otro, de una forma que jamás lo había tenido él.
El ojiazul empezó a mover la cadera de arriba abajo y el rubio besó el cuello y pecho del otro, mientras sus uñas marcaban la piel de la delicada espalda, hasta las redondas nalgas que tanto le gustaban. Erick se hizo hacia atrás, exponiendo su pecho y Alejandro entendió lo que deseaba, pues ya le había dicho con anterioridad lo que disfrutaba que le hiciera; sus colmillos laceraron la delicada piel de los pezones y el ojiazul sonrió.
—Más, Alex… ¡Más fuerte, mi amor!
El ojiverde siempre se contenía cuando Erick perdía la razón mientras intimaban, así que jamás lo había lastimado en serio, pese a que lo llegaba a morder en el cuello u hombros, no lo hacía con fuerza, pero ese día, no quería controlarse, precisamente para demostrarle al sujeto atado, que él podía hacer lo que quisiera con Erick.
Sin titubear, el rubio encajó un colmillo en uno de los pezones erectos, hasta sacar sangre y Erick abrió los ojos con sorpresa; la sensación, mezcla de dolor y placer infinito, logró que todo su cuerpo fuera recorrido por una descarga eléctrica y alcanzó a gemir antes de llegar al orgasmo, salpicando el torso de su pareja, cuando su miembro palpitó y liberó su semen.
Erick se estremecía por ese delicioso placer. Había pasado varias noches con Alejandro y aun así, estaba seguro que nunca había recibido esas caricias tan salvajes y a la vez tan deliciosas.
El rubio pasó la lengua por la herida y levantó el rostro, mientras sus manos sujetaban firmemente a su pareja.
—Lo siento, no me pude contener —relamió sus labios, limpiando la mancha roja que tenía en ellos.
El pelinegro bajó el rostro y fijó su mirada azul en el rostro de su pareja, sonriéndole con amor— está bien —pasó la lengua por los labios y los colmillos del otro—, me gustó… más de lo que te imaginas… —confesó aun embriagado por el placer.
—Entonces… ¿puedo seguir siendo rudo? —Alejandro volvió a pasar sus uñas por la espalda de Erick, logrando que la piel del otro se erizara.
—Tú… puedes hacer lo que quieras conmigo, amo…
La dulce sonrisa de Erick, logró sacar de sus cabales al rubio.
Alejandro lo movió con rapidez, dejándolo de espaldas a la cama, con la cabeza hacia la orilla y empezó un vaivén rudo, fuerte, agresivo y salvaje.
Erick gimió sin control y debido a las embestidas, su cuerpo se movió, logrando quedar con la cabeza fuera del colchón; sus uñas marcaban los hombros de Alejandro, mientras el rubio mordía y marcaba la piel que tenía cerca, sacando más sangre y disfrutando el cómo su pareja apresaba su miembro con fuerza, debido a las contracciones involuntarias de su cuerpo.
Omar se había quedado en silencio; dejó de luchar, dejó de moverse. Sus ojos estaban fijos en esa escena y especialmente en el rostro de Erick, que en esa posición lo podía ver perfectamente.
La sonrisa del pelinegro, su rostro sonrojado, sus ojos húmedos, los labios moviéndose para suplicar por más, mientras su cuerpo se llenaba de sudor y sangre; esa visión que tanto había deseado ver, ahora le parecía una pesadilla. Alejandro tenía razón, pese a que había poseído a Erick esos días, jamás pudo disfrutar de esos gestos, de esa reacción y mucho menos de esa entrega.
—Basta… —musitó Omar, tratando de no ver ni escuchar, pero no podía apartar la vista—. No más… —dijo con voz ligeramente más audible—. ¡Deténganse! —gritó desesperado y a pesar del dolor por mover el brazo con la muñeca fracturada, alcanzó a cubrirse los ojos con el antebrazo, pero no pudo mantenerlo arriba por mucho tiempo.
Alejandro hizo caso omiso a esa petición tan absurda; siguió poseyendo a Erick y arrancándole gemidos de placer, disfrutando de esos gestos que el ojiazul le regalaba y sintiéndose orgulloso de hacer sufrir a Omar, aún sin golpearlo, pues era obvio que su orgullo estaba siendo acribillado por sus acciones.
Erick llegó una vez más al orgasmo y sintió que estaba en el cielo; por un momento su cuerpo se tensó completamente y el rubio no pudo moverse ni un milímetro, debido a que el interior de su pareja no le permitía hacerlo.
—¿De nuevo? —preguntó divertido y besó el cuello, antes de morderlo.
—Ajá… —la respiración del ojiazul estaba completamente desacompasada y no podía articular frases coherentes.
—¿Estás satisfecho? —las manos del ojiverde se movieron y lo sujetaron de la nuca y cabeza, levantándolo lo suficiente, para verlo a los ojos.
—No… —musitó el otro, pues a pesar de haber tenido ya dos orgasmos, su cuerpo seguía ardiendo de deseo, tratando de desfogar esa ansia que lo había carcomido por casi tres días.
—Significa que tu celo sigue presente —sonrió divertido—, quizá, debemos probar otras posiciones, ¿te gustaría?
—Sí…
El rubio se incorporó y salió del cuerpo de Erick, se sentó en la orilla de la cama y con facilidad, sujetó a su pareja, sentándolo sobre su miembro; Erick quedó de espaldas al rubio, pero Omar podía verlo de frente, perfectamente.
—Muévete, Conejo —el ojiverde mordió la nuca de su pareja con fuerza, dejando otra marca, justo donde estaba la primera que hizo.
Erick abrió más las piernas y se apoyó con las manos en las rodillas de Alejandro, empezando a moverse de arriba para abajo, mientras el otro estimulaba con sus manos el torso y especialmente su delicado miembro, que se erguía en todo su esplendor.
El ojiazul sentía que las caricias del rubio quemaban su piel, pero le proporcionaban un placer inigualable, por lo que todas sus inhibiciones desaparecieron y empezó a gemir con intensidad, exigiendo más, suplicando porque lo llenara con su semen como siempre.
Los ojos castaños de Omar estaban fijos en Erick, en su cuerpo, en su manera de moverse, en su pequeño miembro erecto que jamás reaccionó con él; el cómo ondulaba su cadera y movía las manos hacia atrás, para acariciar la piel de otro hombre. Podía ver incluso como el vientre plano de su esposo, se abultaba cuando el movimiento de su cuerpo lo hacía bajar; escuchaba esos gemidos deseosos y el nombre de otro escapar de sus labios, en ese tono tan dulce de Erick, como jamás había escuchado el suyo.
Quería cerrar los parpados, pero no podía hacerlo, realmente estaba hipnotizado por esa visión, pese a que le dolía.
«¿Por qué?» la mente de Omar estaba en caos, «¿por qué jamás actuaste así conmigo?» las lágrimas caían por sus mejillas, «¿Por qué si eras mío, no me trataste igual?», los músculos de su quijada se tensaron y rechinó los dientes.
—¡Alex! —un nuevo grito y el cuerpo del ojiazul, quedó completamente laxo contra el otro, mientras se estremecía de manera involuntaria, debido al orgasmo.
La espalda del ojiazul quedó contra el pecho del rubio, su cabeza estaba hacia atrás, recargada contra uno de los hombros anchos, sus parpados estaban cerrados y su respiración seguía agitada, pero aun así, una tenue sonrisa se mantenía en sus labios. El rubio recogió el semen que había escurrido por su mano; la cantidad era mínima, pero aun así, acercó la mano a su boca y limpió con su lengua el líquido viscoso.
—¿Cansado? —el ojiverde rozó con su nariz, la mejilla de su pareja.
—Ajá…
—¿Nos detenemos? —preguntó antes de besar la mejilla.
—No… no quiero… sigue… —pidió con mucho esfuerzo, ya que su cuerpo realmente no parecía poder seguir el ritmo.
—¿Significa que aún no puedo satisfacerte? —Alejandro levantó una ceja.
—Sí… —Erick ladeó el rostro—. Pero… quiero que… anudes… por favor… —suplicó con la mirada.
Alejandro sonrió y luego posó la mirada en Omar.
—¿Cómo negarme a esa petición de mi destinado? —preguntó con voz audible—. Si quieres que anude, lo haré, pero tardaré un poco, ¿puedes aguantar un poco más?
—Todo lo que quieras… amo…
Erick movió el rostro, ofreciéndole los labios a su pareja y el ojiverde lo besó con deseo.
—Entonces, sigamos un poco más… —con cuidado, movió a Erick y lo bajó de la cama, colocándolo en cuatro—. Sabes que esta posición me gusta —se burló—, ¿gemirás para mí, Conejo?
—Sí, amo…
Omar observó la escena y negó— no… detente… —musitó, ya no quería ver más, pero algo lo obligaba a no apartar la mirada, pese a que estaba sufriendo por ver a su amado Príncipe, estar en brazos de otro.
—Entonces, Erick, gime como perra en celo para mí —ordenó, sin dejar de mirar a Omar, sonriendo de manera triunfal.
El castaño se asustó, recordando que eso había dicho antes él.
—¡No! ¡No lo hagas! —gritó Omar y se quejó al intentar moverse.
Erick ni siquiera escuchó su suplica, arqueó la espalda y expuso más su cuerpo, para que Alejandro lo penetrara sin problema.
El rubio aceptó ese ofrecimiento y entró de golpe, logrando que su pareja gimiera con fuerza, retorciéndose de placer por ser penetrado de esa manera tan salvaje, mientras sujetaba la melena negra con una mano, exponiendo su rostro para que Omar lo viera.
—Esta es la cara de Erick cuando disfruta —dijo con orgullo—, esta es la forma en que Erick gime —sonrió—, algo que tu jamás podrás obtener de él.
—¡Basta! ¡Para ya! ¡Detente! —el castaño se removió con desespero, pese a que todo su cuerpo le dolía—. ¡Erick es mío! ¡Es mi esposo! ¡Es mi príncipe! ¡Déjalo! ¡No debes tocarlo!
—¿Tuyo? —el rubio detuvo el vaivén y levantó a Erick, dejándolo hincado, con su espalda pegada a su torso—. Mira bien —dijo con seriedad, mientras sujetaba la cintura de su pareja con ambas manos—, estás muy equivocado —sentenció antes de besar el cuello—. Erick Salazar, el Príncipe Omega, solo tiene un dueño —mordisqueó el lóbulo de la oreja que tenía cerca, mientras las manos de Erick se hacían para atrás, acariciando el cabello rubio—. Y ese, soy yo…
Una vez más, los movimientos de Alejandro se intensificaron y Erick gimió fuertemente, disfrutando de las caricias del rubio.
El ojiazul estaba cansado, su cuerpo estaba exhausto, pero su celo no le permitía detenerse. Necesitaba sentir el nudo de su Destinado para estar completamente satisfecho y en paz, necesitaba ser llenado de esa forma tan única en la que Alejandro inundaba su interior con su semen caliente y no se apartaba de él durante horas; eso lo hacía sentir dichoso y pleno, eso ansiaba, eso necesitaba y aunque desfalleciera en el intento, suplicaría por seguir, hasta que el otro complaciera lo que su cuerpo exigía.
Alejandro disfrutaba de la situación, sabía bien que Erick solo necesitaba que anudara para calmar por completo su celo y aunque él podía anudar si lo deseaba, pues tenía pleno control debido al supresor que había usado, no lo haría tan pronto; quería darle un espectáculo a Omar, demostrarle que él jamás obtendría de Erick lo que deseaba, porque le pertenecía a alguien más y posiblemente tardaría toda la noche para ello.
De haber sido en otra ocasión, no hubiera permitido que Omar observara a Erick de esa manera, pero sabía que ese sujeto moriría en poco tiempo, así que estaba seguro que después de él, no habría nadie más en el mundo, aparte de sí mismo, que supiera cómo era Erick en la cama y eso lo hacía sentir superior, especialmente porque podía ver el sufrimiento de Omar; un dolor que no podía causarse solo con heridas físicas, un dolor que lo atormentaría hasta su último aliento.
Durante todo el día, Erick había sido víctima del abuso de Omar; se sentía cansado, y su cuerpo ya no respondía a ningún estímulo. Debido al celo inducido, tenía fiebre y estaba mareado, por lo que tampoco había podido comer nada; se mantenía en un sopor aletargado y eso le facilitaba la situación a Omar que podía moverlo como si se tratara de un muñequito.
Pese a que su cuerpo deseaba satisfacer la lujuria que lo consumía, el haber pasado dos días seguidos con ese medicamento, forzándolo a su ciclo de calor, sin poder usar un supresor o calmar el deseo con su pareja, estaba consiguiendo que el cuerpo de Erick se debilitara y podría llegar a tener graves consecuencias o en el peor de los casos, morir, si no se solucionaba esa situación.
—Mi amor —Omar besó la mejilla del otro—, debemos limpiarte —sonrió y movió los mechones de cabello con su mano—. Jair enviará a unos trabajadores a ayudarnos en un par de horas —explicó—, así que debemos estar listos para irnos de aquí.
El ojiazul no respondió, ni siquiera se movió; sentía su cuerpo pesado y dolorido, incluso respirar le causaba dolor, así que mantenía una respiración muy suave, apenas lo suficiente para que sus pulmones tuvieran oxígeno.
—Te ayudo…
El castaño sujetó a Erick en brazos y lo sintió completamente lívido; lo guio hasta el baño, dónde tenía una pequeña tina para una persona y lo colocó dentro del agua tibia, con la que había llenado la bañera, para limpiar a su pareja.
Erick no se podía sostener, por lo que su cuerpo resbaló y casi se hunde por completo, pero Omar lo sujetó y mantuvo el rostro del ojiazul fuera del agua, mientras sus manos se movían, llevando un jabón y repasando el cuerpo de Erick por debajo de la superficie.
—Hoy no te daré el medicamento —sonrió Omar—. Aunque los hombres que vendrán son Betas, no me quiero arriesgar a que algún Alfa te encuentre por el olor —explicó confiado—, así que debes estar completamente limpio para poder salir de aquí.
Erick no respondió, pese a que tenía ganas de hacerlo; sabía bien que aunque lo bañara, no podía borrar del todo sus feromonas, pero si Omar no las percibía, quizá era mejor no decirle nada, ya que podría ser una oportunidad para escapar, de alguna manera.
Omar limpió la piel marcada por él, lastimada en algunas partes, porque lo había mordido y golpeado con saña, para obligarlo a corresponderle, pero no lo había logrado, aun así, no se daba por vencido y esperaba que Erick lo aceptara tarde o temprano.
—¿Sabes cómo es que Jair nos ayudará a escapar? —preguntó con un tono burlón, mientras usaba la regadera de mano para empapar el cabello negro—. Jair se casó con Alejandro de León…
Un sobresalto estremeció a Erick; quiso incorporarse, intentó gritar y decirle “¡mentiroso!”, pero no tuvo la fuerza para ello. Omar se dio cuenta de su sobresalto y sonrió.
—¡En serio! ¿No me crees? Mira…
Omar se apartó un poco, secó las manos en su pantalón y sacó un celular del bolsillo; no era su celular, pero si era un teléfono inteligente, por lo que pudo abrir las noticias y mostrarle sobre la boda de Alejandro y Jair.
Los ojos azules se humedecieron de inmediato y un par de lágrimas escaparon por los rabillos de sus ojos, cayendo hasta la tina y su labio inferior tembló.
—Al final, ese hombre solo quería quedarse con la ciudad —Omar se alzó de hombros— y se casó con el primero que encontró, para demostrar que no le importó que desaparecieras.
«No es cierto…» Erick quería responder, deseaba refutar esas palabras, pero no le era posible,
«Alex me ama… Lo sé…»
—Olvídalo ya —Omar movió la mano y limpió las lágrimas que caían—. Tú estás conmigo, como debió ser desde un principio —sonrió con orgullo— y volveremos a ser la pareja perfecta.
«Quiero morir…» Erick intentó mover las manos, quería asegurarse de que aun podía hacer algo, pero le fue imposible, «no quiero seguir con Omar…»
Mientras Erick intentaba hacer que su cuerpo reaccionara, Omar lo seguía aseando; limpió todo el cuerpo con un jabón con olor a rosas y limpió la melena negra con un champú del mismo olor, pues aunque no lo percibía en realidad, podía recordar a lo que olían las rosas y quería creer que podía percibir ese olor en Erick de alguna manera.
Antes de acabar, se aseguró de limpiar el interior de su pareja; Erick sentía asco y repulsión, al sentir esos dedos intrusos dentro de su cuerpo, palpando su parte más íntima y delicada, tallando cada pliegue interno, pero nada podía hacer, aunque al menos estaría limpio de los fluidos del otro.
—No quiero que vayas incómodo en el camino —dijo condescendiente—, no te preocupes, si no has quedado embarazado, aún tenemos mucho tiempo por delante para formar una familia…
Después del largo y concienzudo baño, la incesante voz de Omar diciendo lo que esperaba para su futuro, el cómo formarían una familia y tendrían al menos cinco hijos, todos dominantes, según sus deseos, finalmente, el castaño sacó a Erick de la tina y lo llevó a la habitación, dónde lo sentó en el sillón, antes de quitar todas las mantas sucias de la cama, colocando unas limpias y recostándolo ahí, para poder cambiarlo.
—Me hubiera gustado que usaras uno de tus vestidos —Omar suspiró—, pero no son lo más cómodos para viajar, así que te pondré un conjunto deportivo, pero abrigador… Hace frío y no quiero que te enfermes.
Omar secó el cuerpo de Erick con la toalla y lo vistió con lentitud.
Le gustaba esa docilidad y especialmente el poder tocar con libertad, la piel que tanto ansiaba; de no ser porque debían esperar a los trabajadores de Jair, se hubiera tomado un poco más de tiempo para poseer a Erick de nuevo, pero no quería tardar mucho en salir de ese lugar, cuando llegara el momento. El cansancio estaba venciendo a Erick una vez más; sus parpados se cerraban y sentía su cuerpo arder por el deseo, por lo que se le dificultaba tener control sobre él mismo; aun así, no reaccionaba a las caricias y toqueteos del castaño, ya que él deseaba el toque de alguien más. Necesitaba el toque de su Alfa.
Omar terminó su trabajo y acomodó a Erick para que quedara en posición fetal sobre el colchón.
—Ahora, espera tranquilamente, mientras voy a asearme yo, ¿de acuerdo?
El castaño se inclinó y besó la melena húmeda, antes de dirigir sus pasos al baño.
Erick parpadeó lentamente y se dio cuenta de que el otro no le había puesto las esposas, así que podía levantarse, intentar escapar o quizá, intentar acabar con su tortura.
«Debo… levantarme…»
Con ese pensamiento, intentó forzar a su cuerpo a responderle; sabía que no tenía tiempo, por lo que debía ser rápido, pero apenas si pudo moverse un par de centímetros antes de que toda su fuerza escapara.
Sabía la razón. Seguía en celo, por eso estaba tan vulnerable.
Ese era el miedo de los Omega al llegar su ciclo de celo, sin un supresor o sin alguien que los cuidara, quedaban completamente a merced de cualquier Alfa e incluso Beta que pudiera aprovecharse de esa situación. Él no había temido a eso, porque sabía bien sus periodos de celo y no se acercaba a ningún Beta varón, además sus feromonas repelían a cualquier otro Alfa, pero ahora Omar no las podía percibir y estaba completamente desprotegido.
Con dificultad, movió sus manos, acercándolas a su rostro y pudo percibir el aroma de café con cedro, emanar de su dedo.
—Alex… —musitó.
“Al final, ese hombre solo quería quedarse con la ciudad y se casó con el primero que encontró, para demostrar que no le importó que desaparecieras…”
Las palabras de Omar le dolían; no quería pensar que realmente a Alex no le había importado que hubiera sido secuestrado y que además se casara con Jair, pero no tenía manera de refutarlo.
—Alex… —repitió y un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas.
Sabía que ese no era un cuento de hadas, sabía bien que no todo el mundo tenía un final feliz, pero desde que había conocido a Alejandro, creyó que por fin iba a alcanzar la felicidad que nunca antes había tenido y en ese momento, todo eso se derrumbaba. Si Omar tenía razón, esa misma noche saldrían de la ciudad a quien sabía dónde y seguramente, jamás volvería a ver a su Destinado.
Había pasado su vida odiando a ese niño rubio que lo había mordido cuando era pequeño, quizá, si no lo hubiera encontrado de nuevo, se hubiera resignado con mayor facilidad a esa situación que le ocurría, pero en ese momento no podía; ¿cómo aceptar una vida llena de dolor si había probado el paraíso?
Cerró los parpados y suspiró; jamás había orado en su vida, jamás había creído en un Dios como tal, pero creía que debía haber algo más grande, una fuerza mística que le daba a cada persona lo que merecía, según su comportamiento; Karma, Fortuna, Suerte, Azar, quizá el mismo Destino. Quería creer que algo o alguien podrían apiadarse de él y sacarlo de ese infierno de alguna u otra manera.
«Por favor… Quiero que… esto termine…»
Cerró los parpados y trató de calmarse, pero su cuerpo se estremecía por los continuos escalofríos y los poros de su piel liberaban gotas de sudor, que humedecían las telas que lo cubrían; la piel de sus labios estaba reseca, ya que su aliento caliente y desacompasado parecía quemarlo, al igual que la parte superior del labio, donde sus fosas nasales dejaban escapar el aire.
No supo cuánto tiempo dormitó, hasta que sintió la mano de alguien en su hombro.
—Cariño, ¿te sientes mal? —Omar estaba frente a él, traía otro conjunto deportivo y le acarició la mejilla—. Sigues con fiebre —soltó el aire—. No te preocupes, al salir de aquí, pasaremos a una farmacia y te compraré algún medicamento para ayudarte, lo prometo —sonrió amable.
Erick volvió a intentar dormir un poco más, pero un perfume conocido lo hizo abrir los parpados de golpe.
No era el aroma que emanaba su dedo, tampoco era el café derramado sobre ese colchón; ese fuerte olor a café con mezcla de cedro recién cortado, era inconfundible para él. Estaba seguro que era el perfume natural de Alejandro, pero no entendía porque lo percibía en ese momento.
Un ruido fuerte se escuchó, logrando que Omar girara el rostro hacia la puerta.
—¿Qué fue eso? —se preguntó y miró el reloj de su celular—. Se supone que los trabajadores de Jair vendrían más tarde —frunció el ceño—. Si se hubieran adelantado me habría avisado.
El castaño caminó hacia la puerta de la habitación, mientras Erick sentía que poco a poco la energía volvía a él, debido a que percibía con mayor intensidad ese perfume que había añorado esos días; logró incorporarse y quedar recargado en sus codos, en el instante en que la puerta de la habitación se abrió y dio de lleno en el rostro de Omar.
—¡¿Pero qué demonios?! —gritó el castaño
Los ojos de Alejandro se posaron en Erick y sintió que por fin el alma volvía a su cuerpo.
Desde que el rubio se había aproximado a la propiedad, había percibido las feromonas del ojiazul.
Cuando el auto se detuvo en los límites de la propiedad y bajó, no necesito que le dijeran nada, simplemente siguió el aroma de su pareja, recorriendo con rapidez el camino hacia esa casa que se encontraba en ruinas; en el camino se encontró con una camioneta van, que los trabajadores del padre de Erick dijeron que había salido antes de saber lo del secuestro de Erick, así mismo, un olor desagradable provenía del interior, claramente había alguien muerto en ese vehículo, pero no le importó, su meta era encontrar a su destinado.
Al llegar, tardó un momento en concentrarse, pero pronto descubrió una puerta en el piso y al abrirla, las feromonas de Erick lo golpearon de lleno y también había un tenue rastro de las feromonas de Omar; en ese lugar que parecía un sótano, Omar Acosta tenía a su pareja, de eso no tenía dudas.
A pesar de haber usado el supresor, no pudo controlar su ira y sus pupilas se alargaron, al momento en que entró a esa pequeña zona. Era como la estancia de un apartamento; había un sofá de dos piezas, una mesita, un televisor pequeño y una especie de estante empotrado, además de una zona que fungía como cocina, pues contaba con una tarja y un microondas, pero no había nadie.
El solo imaginar que había llegado tarde, lo hizo enfurecer. La frustración logró que el rubio sujetara la televisión y la estrellara fuertemente contra el librero y fue cuando lo notó; había una puerta secreta, apenas perceptible, que se movió un poco cuando fue azotada, así que sin dudar fue hasta allá, dando una patada, abriéndola de inmediato con tanta fuerza que golpeó a Omar cuando estaba cerca.
—¡Alex! —Erick sintió que su corazón se aceleraba al ver la imponente figura del rubio en el umbral.
Omar levantó el rostro y observó al recién llegado— ¡¿tú?! ¡¿Cómo…?!
Alejandro no le permitió hablar, le dio un puñetazo en la quijada y Omar cayó para atrás con rapidez, algo aturdido por el golpe. El rubio apresuró el paso y fue hasta la cama, dónde Erick lo observaba con anhelo.
—Conejo —dijo con voz suave—, ¿estás bien? —preguntó y lo sujetó del rostro, acariciando las mejillas húmedas por las lágrimas que habían resbalado.
—Alex… —la voz del ojiazul apenas se escuchó—. Viniste… ¿por mí…?
—Por supuesto, mi amor —el rubio se inclinó y lo besó en los labios, un beso posesivo, el cual, Erick correspondió con ansiedad.
—Aléjate… ¡Aléjate de él! —Omar se puso de pie y sujetó el cuchillo con el que había herido a Erick antes—. ¡Erick es mío!
Alejandro rechinó los dientes, sus colmillos habían crecido y la ira destellaba en sus ojos verdes, pues a pesar de todo, pudo darse cuenta de varios golpes en el rostro de Erick y algunas heridas en el cuello, por lo que imaginó que debía haber más. Sin poder contener su furia, se apartó de su pareja, para ver de frente a Omar, manteniendo sus puños cerrados.
—Vas a pagar con tu sangre, lo que sea que le hayas hecho —dijo con seguridad.
Omar rió— ¡tus feromonas ya no me afectan! —se burló—. No puedes someterme y seguramente, jamás has golpeado a nadie en tu vida —movió el cuchillo con destreza—, pues un Alfa como tú, ‘no necesita llegar a los golpes, para vencer a otro’ —repitió las palabras que Alejandro había dicho la noche en que lo atacó con sus feromonas.
El ojiverde sonrió— te equivocas —su voz sonó más grave—, el hecho de que no necesite golpear Alfas, no significa que no lo haya hecho antes…
Alejandro extendió sus manos y sus uñas crecieron como garras afiladas.
El castaño se sorprendió y más, porque ni siquiera se dio cuenta cuando el otro llegó hasta él, agarrándolo del cuello, levantándolo con una sola mano y dejándolo contra la pared con un golpe seco, antes de sujetar el antebrazo de la mano donde tenía el arma. Sin mucho esfuerzo, el rubio le rompió los huesos de la muñeca y Omar gritó, a la par que soltaba el cuchillo.
Omar había escuchado que los Alfas dominantes tenían ciertas habilidades que los demás Alfas no, pero jamás había presenciado algo así; las uñas afiladas se clavaban en su cuello y sentía la fuerza del otro evitando que respirara con facilidad. El castaño se retorcía contra la pared, pues sus pies no tocaban el piso y desprendió algunas fotos que estaban en su espalda, mismas que cayeron al piso.
Alejandro por fin puso atención a su alrededor; ese lugar estaba lleno de fotos de Erick. Fotos que él ni siquiera sabía que existían. Omar tenía un santuario prohibido para Erick, con imágenes de su Conejo, imágenes que él no había disfrutado tampoco y los celos se adueñaron de él, logrando que su mente se nublara y sujetara con ambas manos el cuello de su presa, en un deseo de romperlo en ese mismo instante.
Erick observaba la escena desde la cama; sabía que todo estaba mal, sabía que Alejandro sería capaz de matar a Omar y aunque una parte de él deseaba que pasara, su instinto era mucho mayor y lo único que quería era volver a sentir las manos de Alejandro sobre su cuerpo.
—Alex… —Erick lo llamó con deseo.
El ojiverde lo vio por el rabillo del ojo y se dio cuenta de la actitud sumisa del otro, la manera en que estaba tratando de quitarse la ropa y sus feromonas se habían intensificado, en un desesperado intento por seducirlo; era obvio que estaba en celo y lógicamente, debía encargarse de ello primero.
—No eres más que basura —siseó el rubio y le dio a Omar un puñetazo en el estómago, antes de liberarlo.
Omar cayó al suelo, tosiendo y tratando de recuperar el aliento, mientras el rubio regresó sus pasos hacia Erick.
—Conejo, necesitas un supresor…
Alejandro buscó la jeringa en el bolsillo de su saco, pero antes de intentar ponérsela, Erick lo sujetó del cuello y lo besó, mientras se movía para acercarse al cuerpo del otro y sentir su calor.
—Alex —el ojiazul se restregó contra el cuerpo de su pareja—, ¡te necesito! —suplicó—. La medicina que me dio Omar… es… muy fuerte… ¡Ya no soporto más! —sollozó y volvió a besarlo, buscando la lengua tibia de Alejandro, para disfrutar su calidez.
‘La medicina que me dio Omar…’
Esas palabras hicieron eco en la mente del rubio, especialmente por las indicaciones del padre de Fabián.
“Este es uno de los mejores supresores para el celo de un Omega, pero si es un celo inducido por un químico desconocido, sabes que no debes usar supresores, porque puede ser contraproducente, así que asegúrate de que sea un celo normal, antes de colocárselo, de lo contrario, no sabemos qué efectos tenga, especialmente en Erick…”
—Te indujo el celo químico —dijo con molestia.
—Sí… —la voz ronca de Omar se escuchó, estaba tratando de ponerse de pie—. Erick está en celo desde el día que se fugó conmigo, por ello fue mío una y otra vez —sonrió con orgullo—. Ha gemido para mí, lo he hecho suplicar por más y ha disfrutado como nunca, cada que lo llenaba de mi semen —soltó una risa burlona—, seguramente ¡lo preñé con facilidad!
Los ojos de Alejandro se abrieron con sorpresa y Erick lo abrazó desesperado.
—No es cierto, ¡no es cierto! —restregó el rostro contra el pecho del rubio—. Jamás dije otro nombre que no fuera el tuyo, Alex —sollozó— y aunque él me hizo… cosas… no ha logrado satisfacer este deseo, porque no eres tu… ¡te lo juro!
—¡No mientas, Erick! —Omar se recargó en la pared—. Gemiste como perra en celo mientras te poseía, porque no importa que ese imbécil te haya marcado, ¡yo soy tu esposo! ¡El único que puede complacerte!
Erick se apartó del pecho donde se escondía y buscó la mirada verde— te juro que no es cierto —sollozó, pensando que Alejandro no le iba a creer, igual que nadie le había creído, cuando dijo que jamás había intimado antes de casarse con Omar—. Por favor, Alex, ¡créeme!
Alejandro sujetó el rostro de Erick con delicadeza y le sonrió— te creo —dijo con seguridad—. Y prometo que te ayudaré con tu celo, pero primero, me encargaré de este sujeto…
El rubio se apartó de Erick y caminó con paso seguro hasta Omar.
—Indujiste el celo en mi destinado —señaló y sus pupilas destellaron con furia—, osaste tocar su cuerpo —gruñó—, pero sé muy bien, que él jamás diría tu nombre.
—¡Dijo mi nombre! —insistió Omar antes de gritar por el dolor que el otro le causó.
Alejandro había usado sus uñas, para marcar la cara de su enemigo, dejando surcos profundos en la piel, de dónde la sangre brotó de inmediato.
—¡Mientes! —gritó el rubio y le dio otro puñetazo, directamente en la nariz, rompiéndola con facilidad—. No importa lo que hicieras o intentaras, Erick jamás diría otro nombre ¡que no fuera el mío!
Sin miramientos, Alejandro sujetó el cabello de Omar y estrelló el rostro contra el piso, sobre donde estaban las fotos que habían caído; el castaño se quejó por el golpe y la sangre brotó con mayor intensidad de su nariz y boca.
—Querías ver a Erick como yo lo veo, ¿no es así? —le sujetó un brazo y con su mano izquierda le dislocó el hombro izquierdo, haciendo que gritara con mayor fuerza—. Pero sé muy bien que no pudiste —se burló—. No sabes cómo es Erick en la cama —sonrió—, no tienes idea de cómo es cuando disfruta haciendo el amor…
Agarró el cuchillo que estaba en el piso y lo clavó detrás del muslo derecho, haciéndolo girar, para que la herida fuese más profunda.
—No sabes cómo gime y mucho menos como es su rostro cuando realmente llega al éxtasis…
Alejandro apartó el cuchillo e hizo girar a Omar, dejándolo de espaldas al piso; al verlo de frente, se dio cuenta que había roto su palabra. Ahora Omar Acosta tenía claras heridas en el rostro, le faltaban dientes y tenía un ojo cerrado debido a un parpado inflamado, pero aunque sabía que le había fallado a su madre, no se arrepentía, así que ya no había marcha atrás.
«Al menos, por ahora te dejaré vivo.»
—Pero no te preocupes —el rubio levantó una ceja—, me siento generoso y voy a cumplir tu deseo…
Se puso de pie y arrastró del cabello a Omar, acercándolo hasta una pared, donde estaba empotrada una lámpara, justo al lado de la cama dónde estaba Erick; sujetó las esposas que estaban en el buró y le puso una anilla a la muñeca del brazo dislocado, mientras la otra anilla la sujetaba al cuello del candil.
Omar gritó, pues los movimientos bruscos le dolían demasiado.
—Y para asegurarme de que no puedas levantarte…
Con fuerza, Alejandro clavó el cuchillo una vez más, pero en ese momento, lo hizo justo en la rodilla izquierda, arrancando otro grito de la garganta de Omar.
El castaño lloraba de dolor, rabia e impotencia; sus cuatro extremidades se encontraban lastimadas y no podía moverse ni un centímetro, ya que si lo intentaba, su hombro dislocado le obligaba a gritar de dolor, pues su brazo se mantenía hacia arriba debido a las esposas.
El ojiverde sacó su celular y marcó un número.
—“¿Estás bien?” —la voz de Julián era seria—. “¿Por qué no has salido?”
Se suponía que Alejandro no iba a tardar mucho en ese lugar y sus amigos se encontraban ansiosos porque ya habían pasado varios minutos sin saber nada de él.
—Cambio de planes —dijo fríamente—, tal vez salga hasta el amanecer.
—“¡¿Por qué?!”
—Erick fue inducido al celo por unos medicamentos y debo atenderlo yo —señaló mientras se quitaba el saco.
—“¿Qué hay de Acosta?”
—Neutralizado.
—“¿No prefieres sacarlo ahora mismo y luego encargarte del Conejo?”
—No —el rubio miró de soslayo al hombre que seguía quejándose por el dolor—, hay algo que necesito hacer con él, antes de que se lo lleven.
Un suspiro se escuchó del otro lado del auricular; Julián sabía que nada se podía hacer, pues acercarse a ese lugar era imposible y más en ese momento, porque seguramente Alejandro había desplegado ya sus feromonas.
—“De acuerdo, le avisaremos a tu padre de los cambios de planes y estaremos atentos por si cambias de opinión…”
—Nos vemos.
Alejandro colgó y dejó el celular en el buró; desabrochó la camisa que portaba y se acercó a Erick, desplegando sus feromonas de café, para envolver a su destinado en ellas.
Los ojos azules estaban puestos en el otro, anhelantes, ansiosos; su cuerpo temblaba de emoción, pero había recuperado algo de su fuerza para poder buscar a su pareja, por lo que tenía una tenue sonrisa en sus labios. Sus feromonas de almendras dulces estaban respondiendo al perfume del otro y su mente dejó de razonar; todo a su alrededor desapareció, no había nada, ni nadie más en ese lugar, aparte de Alejandro y él.
—Ven, Conejo —extendió la mano hacia Erick, que estaba en el centro de la cama.
El ojiazul gateó hasta la orilla y sujetó la mano que se le ofrecía, acariciando la piel y sintiendo mariposas en su estómago.
El rubio se inclinó y besó los labios de Erick una vez más, un beso demandante y lleno de lujuria, correspondido con ansiedad y deseo. El ojiazul estaba disfrutando el sabor de Alejandro y aunque al principio pensó que era un sueño, apenas sintió la lengua traviesa del ojiverde, rozar la suya de manera juguetona, se dio cuenta que todo era real y estaba con el hombre al que deseaba y amaba.
Las manos del rubio se movieron sobre la ropa de Erick y de un tirón, la arrancaron del cuerpo, como si se tratara de simple papel, pues sus garras habían ayudado a romper las telas con facilidad. Sin preámbulo, quitó las telas del torso y luego el pantalón, dejando a su pareja solo en ropa interior, antes de bajar a besar y lamer el cuello.
—Tienes un olor superficial a rosas —hizo un mohín de desagrado.
—Lo siento… —Erick lo sujetó de los hombros—. Omar… me bañó con… ese horrible… jabón…
Alejandro chasqueó la lengua; detestaba los sabores artificiales, así que tenía que lograr que el perfume original de Erick predominara, por lo que no se contuvo y encajó los colmillos en el cuello, dejando no solo su marca, sino extrayendo algo de sangre y pudiendo disfrutar el delicioso gusto de almendras dulces que tanto deseaba.
Erick gimió, pero no intentó apartarse como lo hubiese hecho con Omar, al contrario, expuso más su cuello— Alex —dijo con voz ansiosa, tratando de tocar la piel desnuda del otro con desespero.
—No… —desde su lugar, Omar observaba la escena y escuchó claramente la voz de Erick al llamar al rubio—. ¡No digas su nombre! —gritó con desespero, antes de quejarse por sus heridas.
Pero Erick ni siquiera lo escuchó; en ese estado de excitación, no podía percibir nada que no tuviera que ver con Alejandro.
—¿Te gusta, Conejo? —susurró el rubio contra la oreja de su pareja.
—Sí…
Alejandro se subió a la cama y se recargó sobre las almohadas de la cabecera; Erick se movió de inmediato, sentándose sobre sus piernas, besándolo con desespero y quitándole la camisa, mientras sus manos acariciaban la piel que dejaba expuesta. Sus dedos presionaban cada parte que descubría, constatando que lo que había esperado esos días, ahora se cumplía y estaba con el verdadero dueño de su cuerpo y corazón; cuando hizo la camisa para atrás, para poder quitarla, sus uñas marcaron la piel de la espalda, en un intento vano de fundirse con él, ya que deseaba no apartarse jamás de la calidez del otro.
Entre besos y caricias ansiosas, Erick desabrochó el pantalón y descubrió el miembro de Alejandro, que estaba erguido, así que se hincó entre las piernas del rubio y empezó a degustarlo con anhelo.
Alejandro acariciaba los mechones negros y observaba el gesto de placer de su Conejo, al llevar su pene hasta lo más profundo de su garganta, sin importar si se ahogaba o lloraba por no poder respirar; parecía un niño desesperado por obtener un premio.
—Tranquilo, Conejo —dijo con voz divertida—, no debes esforzarte tanto…
Erick intentó hablar, pero con el miembro aun en su boca, no se entendía lo que quería decir, así que se apartó y pasó la lengua por toda la extensión, desde la base hasta la punta, antes de depositar un beso.
—No puedo evitarlo… —relamió sus labios—. No sabes cuánto te deseo Alex…
El rubio sonrió y pasó el pulgar por la comisura del labio, por donde resbalaba un hilillo de saliva.
—Tienes razón, no sé cuánto me deseas —ladeó el rostro—, te dejaré demostrarlo… Anda, soy todo tuyo.
Erick movió el rostro y atrapó el dedo del otro en su boca, succionándolo un poco y dejando una ligera mordida antes de volver a saborear el pene de su pareja.
Alejandro se sentía satisfecho de esa reacción, así que ladeó el rostro y su mirada verde se posó en Omar, que observaba la escena con un gesto de incredulidad y de terror; Erick realmente estaba actuando de una forma que él jamás había visto y que tanto deseaba, pero lo hacía por otro.
—Detente… —dijo el castaño, sintiendo un nudo en su garganta.
Erick hizo caso omiso, pues ni siquiera escuchó esa voz dolorida.
—Erick, ¡detente! —gritó Omar, pero de inmediato se quejó, al sentir como su brazo se lastimaba al intentar ir hacia la cama.
—Sigue, Conejo —la voz suave del rubio, opacó cualquier otro sonido y el ojiazul empezó a succionar con desespero.
Deseaba probar de nuevo el semen de Alejandro, necesitaba percibir y reconocer su característico sabor, así que se esmeró en darle una felación especial; sus ojos azules se mantenían fijos en los orbes verdes, casi suplicándole con la mirada que lo complaciera, mientras estimulaba la base del miembro con una mano, pues no abarcaba todo con su boca y la otra acariciaba con veneración, los testículos de su pareja, tratándolos con cariño y cuidado.
—¿Quieres leche? —el ojiverde sonrió divertido.
—Mjú…
Erick succionó con mayor fuerza a la par que movía con desespero la lengua, intentando satisfacer a su pareja.
—Si quieres leche, debes hacerlo cómo me gusta, ¿lo sabes, verdad?
Erick se apartó un poco y empezó a hacer círculos con la punta de su lengua, en el glande del rubio, mientras permitía que su saliva cayera, bañando el enorme falo y su mano esparcía la humedad por toda la longitud. Se relamió los labios y volvió a engullir lo más que pudo el sexo de Alejandro, abriendo la boca para no rozar la piel con sus dientes, llevándolo hasta su garganta y haciendo ruido cada que lo metía y sacaba, debido a la excesiva humedad que había.
Los ojos de Omar se abrieron con sorpresa al ver cómo actuaba Erick; no podía concebir que fuera de esa manera, cuando con él no había soportado darle una felación completa.
Alejandro hizo la cabeza hacia atrás y pasó la lengua por sus dientes, antes de soltar un gemido ronco al llegar al orgasmo en la garganta de su pareja.
El ojiazul pasó todo el líquido viscoso y siguió succionando, tratando de no desperdiciar una sola gota, pero fue en vano, debido a la enorme cantidad que el otro liberó; al darse cuenta que algo de esa esencia se escapaba de su boca, se apartó del miembro y usó su lengua y labios, para limpiar concienzudamente, mientras besaba sumisamente la piel.
—Buen Conejo —el rubio le acarició la cabeza con cariño
Tenían solo unos días que habían empezado a intimar y ambos se habían acoplado a la perfección, tanto que cada uno sabía lo que el otro más disfrutaba en la cama y podían complacerse mutuamente.
Erick gateó y se acercó al rostro de Alejandro, quien lo besó con demanda, mordisqueando el labio inferior, logrando que el otro gimiera a la par que se movía, para quedar a horcajadas sobre su cuerpo. Erick aun traía la ropa interior, pero el ojiverde se la arrancó con un movimiento rápido, dejándolo desnudo y lo sujetó de la cadera, acomodando la delicada y mancillada entrada, sobre la punta de su sexo erecto.
El pelinegro se sujetó del cuello de su pareja y bajó su cadera, sintiendo como el enorme y grueso miembro ingresaba con lentitud; hizo la cabeza para atrás, gimiendo audiblemente hacia el techo, pues el placer que sentía, pese a ser solo la punta, era tan intenso que podía desfallecer de la felicidad.
Alejandro sujetó la cintura de su pareja y lo obligó a bajar de golpe, arrancándole otro grito emocionado y ambos se fundieron en un beso, cuando Erick estuvo completamente lleno por el pene de su pareja.
—Te amo, Alex… —dijo el ojiazul, entre besos, mientras sus manos estrujaban los mechones dorados con desespero.
—Yo también te amo, Erick…
—¡No! ¡No! ¡No! —los gritos de Omar se intensificaron e intentó moverse, tratando de ir hacia la pareja en la cama para detenerlos, pero le era imposible, su cuerpo no le respondía y le dolían demasiado las heridas, además de que había perdido mucha sangre y estaba sumamente débil—. No lo hagas Erick… ¡No! —suplicó mientras empezaba a llorar con desespero, al ver a su aun esposo en brazos de otro, de una forma que jamás lo había tenido él.
El ojiazul empezó a mover la cadera de arriba abajo y el rubio besó el cuello y pecho del otro, mientras sus uñas marcaban la piel de la delicada espalda, hasta las redondas nalgas que tanto le gustaban. Erick se hizo hacia atrás, exponiendo su pecho y Alejandro entendió lo que deseaba, pues ya le había dicho con anterioridad lo que disfrutaba que le hiciera; sus colmillos laceraron la delicada piel de los pezones y el ojiazul sonrió.
—Más, Alex… ¡Más fuerte, mi amor!
El ojiverde siempre se contenía cuando Erick perdía la razón mientras intimaban, así que jamás lo había lastimado en serio, pese a que lo llegaba a morder en el cuello u hombros, no lo hacía con fuerza, pero ese día, no quería controlarse, precisamente para demostrarle al sujeto atado, que él podía hacer lo que quisiera con Erick.
Sin titubear, el rubio encajó un colmillo en uno de los pezones erectos, hasta sacar sangre y Erick abrió los ojos con sorpresa; la sensación, mezcla de dolor y placer infinito, logró que todo su cuerpo fuera recorrido por una descarga eléctrica y alcanzó a gemir antes de llegar al orgasmo, salpicando el torso de su pareja, cuando su miembro palpitó y liberó su semen.
Erick se estremecía por ese delicioso placer. Había pasado varias noches con Alejandro y aun así, estaba seguro que nunca había recibido esas caricias tan salvajes y a la vez tan deliciosas.
El rubio pasó la lengua por la herida y levantó el rostro, mientras sus manos sujetaban firmemente a su pareja.
—Lo siento, no me pude contener —relamió sus labios, limpiando la mancha roja que tenía en ellos.
El pelinegro bajó el rostro y fijó su mirada azul en el rostro de su pareja, sonriéndole con amor— está bien —pasó la lengua por los labios y los colmillos del otro—, me gustó… más de lo que te imaginas… —confesó aun embriagado por el placer.
—Entonces… ¿puedo seguir siendo rudo? —Alejandro volvió a pasar sus uñas por la espalda de Erick, logrando que la piel del otro se erizara.
—Tú… puedes hacer lo que quieras conmigo, amo…
La dulce sonrisa de Erick, logró sacar de sus cabales al rubio.
Alejandro lo movió con rapidez, dejándolo de espaldas a la cama, con la cabeza hacia la orilla y empezó un vaivén rudo, fuerte, agresivo y salvaje.
Erick gimió sin control y debido a las embestidas, su cuerpo se movió, logrando quedar con la cabeza fuera del colchón; sus uñas marcaban los hombros de Alejandro, mientras el rubio mordía y marcaba la piel que tenía cerca, sacando más sangre y disfrutando el cómo su pareja apresaba su miembro con fuerza, debido a las contracciones involuntarias de su cuerpo.
Omar se había quedado en silencio; dejó de luchar, dejó de moverse. Sus ojos estaban fijos en esa escena y especialmente en el rostro de Erick, que en esa posición lo podía ver perfectamente.
La sonrisa del pelinegro, su rostro sonrojado, sus ojos húmedos, los labios moviéndose para suplicar por más, mientras su cuerpo se llenaba de sudor y sangre; esa visión que tanto había deseado ver, ahora le parecía una pesadilla. Alejandro tenía razón, pese a que había poseído a Erick esos días, jamás pudo disfrutar de esos gestos, de esa reacción y mucho menos de esa entrega.
—Basta… —musitó Omar, tratando de no ver ni escuchar, pero no podía apartar la vista—. No más… —dijo con voz ligeramente más audible—. ¡Deténganse! —gritó desesperado y a pesar del dolor por mover el brazo con la muñeca fracturada, alcanzó a cubrirse los ojos con el antebrazo, pero no pudo mantenerlo arriba por mucho tiempo.
Alejandro hizo caso omiso a esa petición tan absurda; siguió poseyendo a Erick y arrancándole gemidos de placer, disfrutando de esos gestos que el ojiazul le regalaba y sintiéndose orgulloso de hacer sufrir a Omar, aún sin golpearlo, pues era obvio que su orgullo estaba siendo acribillado por sus acciones.
Erick llegó una vez más al orgasmo y sintió que estaba en el cielo; por un momento su cuerpo se tensó completamente y el rubio no pudo moverse ni un milímetro, debido a que el interior de su pareja no le permitía hacerlo.
—¿De nuevo? —preguntó divertido y besó el cuello, antes de morderlo.
—Ajá… —la respiración del ojiazul estaba completamente desacompasada y no podía articular frases coherentes.
—¿Estás satisfecho? —las manos del ojiverde se movieron y lo sujetaron de la nuca y cabeza, levantándolo lo suficiente, para verlo a los ojos.
—No… —musitó el otro, pues a pesar de haber tenido ya dos orgasmos, su cuerpo seguía ardiendo de deseo, tratando de desfogar esa ansia que lo había carcomido por casi tres días.
—Significa que tu celo sigue presente —sonrió divertido—, quizá, debemos probar otras posiciones, ¿te gustaría?
—Sí…
El rubio se incorporó y salió del cuerpo de Erick, se sentó en la orilla de la cama y con facilidad, sujetó a su pareja, sentándolo sobre su miembro; Erick quedó de espaldas al rubio, pero Omar podía verlo de frente, perfectamente.
—Muévete, Conejo —el ojiverde mordió la nuca de su pareja con fuerza, dejando otra marca, justo donde estaba la primera que hizo.
Erick abrió más las piernas y se apoyó con las manos en las rodillas de Alejandro, empezando a moverse de arriba para abajo, mientras el otro estimulaba con sus manos el torso y especialmente su delicado miembro, que se erguía en todo su esplendor.
El ojiazul sentía que las caricias del rubio quemaban su piel, pero le proporcionaban un placer inigualable, por lo que todas sus inhibiciones desaparecieron y empezó a gemir con intensidad, exigiendo más, suplicando porque lo llenara con su semen como siempre.
Los ojos castaños de Omar estaban fijos en Erick, en su cuerpo, en su manera de moverse, en su pequeño miembro erecto que jamás reaccionó con él; el cómo ondulaba su cadera y movía las manos hacia atrás, para acariciar la piel de otro hombre. Podía ver incluso como el vientre plano de su esposo, se abultaba cuando el movimiento de su cuerpo lo hacía bajar; escuchaba esos gemidos deseosos y el nombre de otro escapar de sus labios, en ese tono tan dulce de Erick, como jamás había escuchado el suyo.
Quería cerrar los parpados, pero no podía hacerlo, realmente estaba hipnotizado por esa visión, pese a que le dolía.
«¿Por qué?» la mente de Omar estaba en caos, «¿por qué jamás actuaste así conmigo?» las lágrimas caían por sus mejillas, «¿Por qué si eras mío, no me trataste igual?», los músculos de su quijada se tensaron y rechinó los dientes.
—¡Alex! —un nuevo grito y el cuerpo del ojiazul, quedó completamente laxo contra el otro, mientras se estremecía de manera involuntaria, debido al orgasmo.
La espalda del ojiazul quedó contra el pecho del rubio, su cabeza estaba hacia atrás, recargada contra uno de los hombros anchos, sus parpados estaban cerrados y su respiración seguía agitada, pero aun así, una tenue sonrisa se mantenía en sus labios. El rubio recogió el semen que había escurrido por su mano; la cantidad era mínima, pero aun así, acercó la mano a su boca y limpió con su lengua el líquido viscoso.
—¿Cansado? —el ojiverde rozó con su nariz, la mejilla de su pareja.
—Ajá…
—¿Nos detenemos? —preguntó antes de besar la mejilla.
—No… no quiero… sigue… —pidió con mucho esfuerzo, ya que su cuerpo realmente no parecía poder seguir el ritmo.
—¿Significa que aún no puedo satisfacerte? —Alejandro levantó una ceja.
—Sí… —Erick ladeó el rostro—. Pero… quiero que… anudes… por favor… —suplicó con la mirada.
Alejandro sonrió y luego posó la mirada en Omar.
—¿Cómo negarme a esa petición de mi destinado? —preguntó con voz audible—. Si quieres que anude, lo haré, pero tardaré un poco, ¿puedes aguantar un poco más?
—Todo lo que quieras… amo…
Erick movió el rostro, ofreciéndole los labios a su pareja y el ojiverde lo besó con deseo.
—Entonces, sigamos un poco más… —con cuidado, movió a Erick y lo bajó de la cama, colocándolo en cuatro—. Sabes que esta posición me gusta —se burló—, ¿gemirás para mí, Conejo?
—Sí, amo…
Omar observó la escena y negó— no… detente… —musitó, ya no quería ver más, pero algo lo obligaba a no apartar la mirada, pese a que estaba sufriendo por ver a su amado Príncipe, estar en brazos de otro.
—Entonces, Erick, gime como perra en celo para mí —ordenó, sin dejar de mirar a Omar, sonriendo de manera triunfal.
El castaño se asustó, recordando que eso había dicho antes él.
—¡No! ¡No lo hagas! —gritó Omar y se quejó al intentar moverse.
Erick ni siquiera escuchó su suplica, arqueó la espalda y expuso más su cuerpo, para que Alejandro lo penetrara sin problema.
El rubio aceptó ese ofrecimiento y entró de golpe, logrando que su pareja gimiera con fuerza, retorciéndose de placer por ser penetrado de esa manera tan salvaje, mientras sujetaba la melena negra con una mano, exponiendo su rostro para que Omar lo viera.
—Esta es la cara de Erick cuando disfruta —dijo con orgullo—, esta es la forma en que Erick gime —sonrió—, algo que tu jamás podrás obtener de él.
—¡Basta! ¡Para ya! ¡Detente! —el castaño se removió con desespero, pese a que todo su cuerpo le dolía—. ¡Erick es mío! ¡Es mi esposo! ¡Es mi príncipe! ¡Déjalo! ¡No debes tocarlo!
—¿Tuyo? —el rubio detuvo el vaivén y levantó a Erick, dejándolo hincado, con su espalda pegada a su torso—. Mira bien —dijo con seriedad, mientras sujetaba la cintura de su pareja con ambas manos—, estás muy equivocado —sentenció antes de besar el cuello—. Erick Salazar, el Príncipe Omega, solo tiene un dueño —mordisqueó el lóbulo de la oreja que tenía cerca, mientras las manos de Erick se hacían para atrás, acariciando el cabello rubio—. Y ese, soy yo…
Una vez más, los movimientos de Alejandro se intensificaron y Erick gimió fuertemente, disfrutando de las caricias del rubio.
El ojiazul estaba cansado, su cuerpo estaba exhausto, pero su celo no le permitía detenerse. Necesitaba sentir el nudo de su Destinado para estar completamente satisfecho y en paz, necesitaba ser llenado de esa forma tan única en la que Alejandro inundaba su interior con su semen caliente y no se apartaba de él durante horas; eso lo hacía sentir dichoso y pleno, eso ansiaba, eso necesitaba y aunque desfalleciera en el intento, suplicaría por seguir, hasta que el otro complaciera lo que su cuerpo exigía.
Alejandro disfrutaba de la situación, sabía bien que Erick solo necesitaba que anudara para calmar por completo su celo y aunque él podía anudar si lo deseaba, pues tenía pleno control debido al supresor que había usado, no lo haría tan pronto; quería darle un espectáculo a Omar, demostrarle que él jamás obtendría de Erick lo que deseaba, porque le pertenecía a alguien más y posiblemente tardaría toda la noche para ello.
De haber sido en otra ocasión, no hubiera permitido que Omar observara a Erick de esa manera, pero sabía que ese sujeto moriría en poco tiempo, así que estaba seguro que después de él, no habría nadie más en el mundo, aparte de sí mismo, que supiera cómo era Erick en la cama y eso lo hacía sentir superior, especialmente porque podía ver el sufrimiento de Omar; un dolor que no podía causarse solo con heridas físicas, un dolor que lo atormentaría hasta su último aliento.
Casi amanecía cuando Julián tocó la ventana del asiento del conductor.
—Mike, es tu turno —dijo con seriedad.
El pelinegro talló sus parpados y bostezó, miró el reloj de su celular antes de salir del automóvil; un escalofrío lo recorrió, al sentir el viento helado y pudo darse cuenta que el suelo estaba blanco, pues nevaba.
—De haber sabido que nevaría, hubiera traído un termo con té —suspiró.
—Yo también hubiera traído algo para beber —Julián cubrió su boca con la mano—, pero no sabíamos que nos quedaríamos toda la noche vigilando.
—No comprendo por qué Alex cambió los planes —Miguel metió las manos en los bolsillos de su gabardina.
—Ni yo — el castaño se encogió de hombros—, pero ya sabes lo impredecible que puede ser en ocasiones.
—Sí, lo sé… —Miguel asintió y giró el rostro en busca de los demás trabajadores de su amigo—. ¿Cómo les fue a ellos?
—Durmieron menos horas que nosotros —Julián caminó rodeando el vehículo—, seguro todos están de malas.
—Al menos a ellos les pagan más cuando esto pasa —Miguel se recargó en el auto y soltó el aire.
Antes de que Julián abriera la puerta del automóvil, su celular timbró y respondió de inmediato.
—¿Qué paso? —indagó con frialdad y guardó silencio un momento—. Está bien, ordenaré que te dejen un vehículo y que otro se quede a seguirte, mientras Mike y yo, junto con otros de tus trabajadores, nos encargaremos de Acosta y dejaremos a alguien vigilando esta propiedad.
Después de eso colgó.
—Alex sacará a Acosta en un momento —dijo con seriedad—. Por fin el celo del Conejo se calmó y puede llevarlo al hospital, pero lo hará el mismo.
—No me sorprende —el pelinegro sonrió—, vamos a esperar a ese sujeto.
Miguel silbó e hizo una seña con la mano, con eso, todos los trabajadores de Alejandro se pusieron en alerta, uno de ellos fue a la cajuela de un automóvil y sacó algunas cosas, entre ellas, una cuerda, cinta y una bolsa de tela negra.
Todos se acercaron lo más que pudieron a la propiedad, dándose cuenta que las feromonas que había estado presentes antes, se estaban dispersando rápidamente y lograron llegar más cerca que el día anterior.
Minutos después, Alejandro salió, arrastrando a Omar de un brazo; el cuerpo del castaño iba dejando un surco en la nieve. Sin consideración, Alejandro lanzó a Omar hacia enfrente y sus amigos lo observaron antes de posar la mirada en el rubio.
—¿Qué no dijiste que no lo golpeáramos en la cara? —preguntó Julián con sarcasmo.
—Me provocó y no me pude contener —Alejandro sonrió con burla.
Miguel empujó el cuerpo del individuo con el pie y escuchó un leve quejido— lo que me sorprende es que siga vivo —rió.
—Les dije que me pidieron un favor —el ojiverde chasqueó la lengua.
Un par de sujetos vestidos de negro, se acercaron a Omar y lo amarraron con rapidez; a pesar de darse cuenta del hombro dislocado, la muñeca rota y las piernas heridas, no les importó en lo más mínimo y lo trataron con indiferencia, pegándole un trozo de cinta en la boca para que dejara de quejarse y le cubrieron la cabeza con la bolsa, antes de llevarlo a la cajuela de uno de los vehículos.
Julián siguió a Omar con la mirada, hasta que lo dejaron con un golpe seco dentro del maletero de un automóvil y lo cerraron— ¿cuáles son las órdenes?
—Llévenlo a un lugar seguro, entreténganlo cómo quieran —se alzó de hombros—, pero que le ayuden con las heridas del rostro para disimularlas lo más que se pueda —especificó—. Si para las doce del mediodía no voy a verlo o me comunico con ustedes, encárguense de llevar a Ulises Acosta, para que lo vea y se despida de él, después, les diré lo que haremos, ¿entendido?
—Cómo digas —dijeron ambos.
—Ese es el auto que usarás —Julián señaló uno de los vehículos negros.
—Espinoza y su compañero te escoltarán —anunció Miguel—, dijo que tu padre le pidió que se encargara personalmente de tu seguridad.
—Lo imaginé —asintió el rubio—. Bien, llevaré a Erick al hospital, avísale a Marcel, para que su amigo nos dé un piso exclusivo.
Miguel puso un gesto molesto.
—Quita esa cara —Alejandro le dedicó una mirada seria—, no es como si Marcel tuviera que darle algo a cambio por ese favor.
—Eso no quita que ese sujeto me caiga mal —gruñó el pelinegro y dio media vuelta, yendo a su vehículo, sacando su celular para marcarle a su prometido.
—¿Qué tan mal está Acosta? —indagó Julián.
—No tan mal como para que no te desquites —se burló el rubio—, pero no lo dejes grave, al menos no, antes de que se despida de su madre.
—¿Quién te pidió ese favor? —preguntó el castaño con curiosidad.
—La única persona a la que no le puedo negar nada, aparte de Erick…
Julián soltó el aire, entendió de inmediato que había sido la madre del rubio y precisamente por eso, también debía acatar esa petición al pie de la letra.
—De acuerdo, tienes mi palabra de que me contendré, al menos hasta que ese sujeto vea a su madre.
—Confío en ti —el ojiverde sonrió de lado—. Ahora ve y vigila que Mike no mate al doctor que pretendía a Marcel, aun lo necesitamos —se burló—. ¡Ah! Una cosa más… los que se quedarán a cuidar la propiedad, no quiero que toquen, ni muevan nada, ni siquiera eso —señaló la camioneta van—. Aún tengo que pensar qué haré con ella.
—Cómo digas, jefe.
Julián dio media vuelta y caminó con paso rápido, para alcanzar a su amigo y compañero. Alejandro esperó un momento más, hasta que Samuel Espinoza se acercó a él.
—¿Cuáles son las órdenes, joven?
—Llevaré a Erick al hospital —dijo con calma—. Su celo ya se calmó y sus feromonas parecen más estables, pero no me quiero arriesgar a que se altere a mitad de camino y los repela, así que solo me podrán seguir en otro vehículo, ya que él y yo, iremos solos —explicó con rapidez.
—Está bien —asintió el hombre y se apartó de inmediato.
Alejandro regresó los pasos y fue hasta el sótano una vez más. Erick vestía otro conjunto deportivo que había encontrado en una maleta; además, dormía plácidamente, abrazando la camisa que el rubio no se había puesto, porque no quiso molestar a su pareja y por ello solo se había puesto el saco.
El rubio se sentó en la orilla de la cama y acarició los mechones negros con delicadeza.
—Conejo, despierta —dijo con voz suave, para no asustarlo.
El pelinegro se removió un poco y sus parpados temblaron levemente antes de abrirse— ¿Alex? —su voz apenas fue un murmullo.
—Debemos irnos —sonrió.
—Estoy… cansado… —Erick se arrebujó contra la tela de la camisa.
—Lo sé, pero debemos salir de aquí e ir al médico —Alejandro se inclinó y besó la mejilla—. No te preocupes, te llevaré en brazos, así no tendrás que caminar.
El ojiazul bostezó— ¿aun tienes fuerza para eso? —preguntó incrédulo.
—Mi amor —el rubio levantó una ceja—. Por supuesto que tengo fuerza y energía para eso —acarició la mejilla con suavidad—. Siempre tendré fuerzas para cuidarte.
Erick sonrió y suspiró— gracias…
Después de eso, volvió a dormir y Alejandro negó lentamente. Se puso de pie y sujetó en brazos a su pareja; al ser Omega, Erick no pesaba mucho, por lo que no le suponía ningún esfuerzo el cargarlo.
Al caminar hacia la salida, los ojos verdes repasaron esa habitación. Pese a que había muchas fotos de Erick, el simple hecho de saber que ese lugar era de Omar Acosta, le causaba una ira irracional; quería destruirlo por completo, pero tenía que pensar con la cabeza fría, para hacer que Omar sufriera más al hacerlo.
—Aún tengo tiempo —musitó y salió de ahí, yendo hacia las escaleras.
Debido a que eran de tramo recto y fijas, no le supuso ningún problema el subir con cuidado, para no molestar a Erick, quien estaba profundamente dormido contra su pecho. Así, salió de ese lugar, recorriendo con paso firme la casona en ruinas y fue hasta el vehículo que le correspondía, donde Samuel lo esperaba para abrir la puerta trasera. Alejandro depositó con cuidado a Erick en los asientos traseros y fue al asiento del conductor.
—No volverán a lastimarte, Conejo —Alejandro le dedicó una mirada a su pareja y luego encendió el vehículo—, te lo prometo.
Con rapidez, salió de la propiedad, tomando el camino para regresar a la ciudad.
Ya era veinte de diciembre y solo faltaban cinco días para el cumpleaños de Erick, así que era momento de finiquitar todo lo relacionado con la familia Acosta y prepararse para casarse con su Destinado, pues aunque al principio había dicho que esperaría, después de lo ocurrido, no quería arriesgarse más a que alguien intentara lastimar a Erick, especialmente porque no podía confiar en la capacidad de Alonso Salazar, para cuidar de su Príncipe.
—Mike, es tu turno —dijo con seriedad.
El pelinegro talló sus parpados y bostezó, miró el reloj de su celular antes de salir del automóvil; un escalofrío lo recorrió, al sentir el viento helado y pudo darse cuenta que el suelo estaba blanco, pues nevaba.
—De haber sabido que nevaría, hubiera traído un termo con té —suspiró.
—Yo también hubiera traído algo para beber —Julián cubrió su boca con la mano—, pero no sabíamos que nos quedaríamos toda la noche vigilando.
—No comprendo por qué Alex cambió los planes —Miguel metió las manos en los bolsillos de su gabardina.
—Ni yo — el castaño se encogió de hombros—, pero ya sabes lo impredecible que puede ser en ocasiones.
—Sí, lo sé… —Miguel asintió y giró el rostro en busca de los demás trabajadores de su amigo—. ¿Cómo les fue a ellos?
—Durmieron menos horas que nosotros —Julián caminó rodeando el vehículo—, seguro todos están de malas.
—Al menos a ellos les pagan más cuando esto pasa —Miguel se recargó en el auto y soltó el aire.
Antes de que Julián abriera la puerta del automóvil, su celular timbró y respondió de inmediato.
—¿Qué paso? —indagó con frialdad y guardó silencio un momento—. Está bien, ordenaré que te dejen un vehículo y que otro se quede a seguirte, mientras Mike y yo, junto con otros de tus trabajadores, nos encargaremos de Acosta y dejaremos a alguien vigilando esta propiedad.
Después de eso colgó.
—Alex sacará a Acosta en un momento —dijo con seriedad—. Por fin el celo del Conejo se calmó y puede llevarlo al hospital, pero lo hará el mismo.
—No me sorprende —el pelinegro sonrió—, vamos a esperar a ese sujeto.
Miguel silbó e hizo una seña con la mano, con eso, todos los trabajadores de Alejandro se pusieron en alerta, uno de ellos fue a la cajuela de un automóvil y sacó algunas cosas, entre ellas, una cuerda, cinta y una bolsa de tela negra.
Todos se acercaron lo más que pudieron a la propiedad, dándose cuenta que las feromonas que había estado presentes antes, se estaban dispersando rápidamente y lograron llegar más cerca que el día anterior.
Minutos después, Alejandro salió, arrastrando a Omar de un brazo; el cuerpo del castaño iba dejando un surco en la nieve. Sin consideración, Alejandro lanzó a Omar hacia enfrente y sus amigos lo observaron antes de posar la mirada en el rubio.
—¿Qué no dijiste que no lo golpeáramos en la cara? —preguntó Julián con sarcasmo.
—Me provocó y no me pude contener —Alejandro sonrió con burla.
Miguel empujó el cuerpo del individuo con el pie y escuchó un leve quejido— lo que me sorprende es que siga vivo —rió.
—Les dije que me pidieron un favor —el ojiverde chasqueó la lengua.
Un par de sujetos vestidos de negro, se acercaron a Omar y lo amarraron con rapidez; a pesar de darse cuenta del hombro dislocado, la muñeca rota y las piernas heridas, no les importó en lo más mínimo y lo trataron con indiferencia, pegándole un trozo de cinta en la boca para que dejara de quejarse y le cubrieron la cabeza con la bolsa, antes de llevarlo a la cajuela de uno de los vehículos.
Julián siguió a Omar con la mirada, hasta que lo dejaron con un golpe seco dentro del maletero de un automóvil y lo cerraron— ¿cuáles son las órdenes?
—Llévenlo a un lugar seguro, entreténganlo cómo quieran —se alzó de hombros—, pero que le ayuden con las heridas del rostro para disimularlas lo más que se pueda —especificó—. Si para las doce del mediodía no voy a verlo o me comunico con ustedes, encárguense de llevar a Ulises Acosta, para que lo vea y se despida de él, después, les diré lo que haremos, ¿entendido?
—Cómo digas —dijeron ambos.
—Ese es el auto que usarás —Julián señaló uno de los vehículos negros.
—Espinoza y su compañero te escoltarán —anunció Miguel—, dijo que tu padre le pidió que se encargara personalmente de tu seguridad.
—Lo imaginé —asintió el rubio—. Bien, llevaré a Erick al hospital, avísale a Marcel, para que su amigo nos dé un piso exclusivo.
Miguel puso un gesto molesto.
—Quita esa cara —Alejandro le dedicó una mirada seria—, no es como si Marcel tuviera que darle algo a cambio por ese favor.
—Eso no quita que ese sujeto me caiga mal —gruñó el pelinegro y dio media vuelta, yendo a su vehículo, sacando su celular para marcarle a su prometido.
—¿Qué tan mal está Acosta? —indagó Julián.
—No tan mal como para que no te desquites —se burló el rubio—, pero no lo dejes grave, al menos no, antes de que se despida de su madre.
—¿Quién te pidió ese favor? —preguntó el castaño con curiosidad.
—La única persona a la que no le puedo negar nada, aparte de Erick…
Julián soltó el aire, entendió de inmediato que había sido la madre del rubio y precisamente por eso, también debía acatar esa petición al pie de la letra.
—De acuerdo, tienes mi palabra de que me contendré, al menos hasta que ese sujeto vea a su madre.
—Confío en ti —el ojiverde sonrió de lado—. Ahora ve y vigila que Mike no mate al doctor que pretendía a Marcel, aun lo necesitamos —se burló—. ¡Ah! Una cosa más… los que se quedarán a cuidar la propiedad, no quiero que toquen, ni muevan nada, ni siquiera eso —señaló la camioneta van—. Aún tengo que pensar qué haré con ella.
—Cómo digas, jefe.
Julián dio media vuelta y caminó con paso rápido, para alcanzar a su amigo y compañero. Alejandro esperó un momento más, hasta que Samuel Espinoza se acercó a él.
—¿Cuáles son las órdenes, joven?
—Llevaré a Erick al hospital —dijo con calma—. Su celo ya se calmó y sus feromonas parecen más estables, pero no me quiero arriesgar a que se altere a mitad de camino y los repela, así que solo me podrán seguir en otro vehículo, ya que él y yo, iremos solos —explicó con rapidez.
—Está bien —asintió el hombre y se apartó de inmediato.
Alejandro regresó los pasos y fue hasta el sótano una vez más. Erick vestía otro conjunto deportivo que había encontrado en una maleta; además, dormía plácidamente, abrazando la camisa que el rubio no se había puesto, porque no quiso molestar a su pareja y por ello solo se había puesto el saco.
El rubio se sentó en la orilla de la cama y acarició los mechones negros con delicadeza.
—Conejo, despierta —dijo con voz suave, para no asustarlo.
El pelinegro se removió un poco y sus parpados temblaron levemente antes de abrirse— ¿Alex? —su voz apenas fue un murmullo.
—Debemos irnos —sonrió.
—Estoy… cansado… —Erick se arrebujó contra la tela de la camisa.
—Lo sé, pero debemos salir de aquí e ir al médico —Alejandro se inclinó y besó la mejilla—. No te preocupes, te llevaré en brazos, así no tendrás que caminar.
El ojiazul bostezó— ¿aun tienes fuerza para eso? —preguntó incrédulo.
—Mi amor —el rubio levantó una ceja—. Por supuesto que tengo fuerza y energía para eso —acarició la mejilla con suavidad—. Siempre tendré fuerzas para cuidarte.
Erick sonrió y suspiró— gracias…
Después de eso, volvió a dormir y Alejandro negó lentamente. Se puso de pie y sujetó en brazos a su pareja; al ser Omega, Erick no pesaba mucho, por lo que no le suponía ningún esfuerzo el cargarlo.
Al caminar hacia la salida, los ojos verdes repasaron esa habitación. Pese a que había muchas fotos de Erick, el simple hecho de saber que ese lugar era de Omar Acosta, le causaba una ira irracional; quería destruirlo por completo, pero tenía que pensar con la cabeza fría, para hacer que Omar sufriera más al hacerlo.
—Aún tengo tiempo —musitó y salió de ahí, yendo hacia las escaleras.
Debido a que eran de tramo recto y fijas, no le supuso ningún problema el subir con cuidado, para no molestar a Erick, quien estaba profundamente dormido contra su pecho. Así, salió de ese lugar, recorriendo con paso firme la casona en ruinas y fue hasta el vehículo que le correspondía, donde Samuel lo esperaba para abrir la puerta trasera. Alejandro depositó con cuidado a Erick en los asientos traseros y fue al asiento del conductor.
—No volverán a lastimarte, Conejo —Alejandro le dedicó una mirada a su pareja y luego encendió el vehículo—, te lo prometo.
Con rapidez, salió de la propiedad, tomando el camino para regresar a la ciudad.
Ya era veinte de diciembre y solo faltaban cinco días para el cumpleaños de Erick, así que era momento de finiquitar todo lo relacionado con la familia Acosta y prepararse para casarse con su Destinado, pues aunque al principio había dicho que esperaría, después de lo ocurrido, no quería arriesgarse más a que alguien intentara lastimar a Erick, especialmente porque no podía confiar en la capacidad de Alonso Salazar, para cuidar de su Príncipe.
Bien, en unos días publicaré el próximo capítulo, espero que disfruten este n..ñ
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