Capítulo XIV
Alejandro despertó a temprana hora, fue directamente a la biblioteca y se puso a trabajar. Un par de sirvientes le llevaron un café y desayuno ligero, como solicitó; se puso unos audífonos, concentrándose en escribir y preparar lo que presentaría al día siguiente en la reunión de inversionistas.
No supo cuánto tiempo pasó, pero aún estaba ensimismado en su trabajo, cuando escuchó un saludo.
—Dóbraye útra.
No solo por el idioma, sino por el acento, supo que era Dimitry,
—Priviet, Dima —respondió el rubio sin dejar de mirar la pantalla.
—Simple y escueto, estás enojado o estás ocupado —sonrió el pelirrojo.
Alejandro levantó la mirada y sonrió— un poco de ambas…
—¿Quieres practicar tu ruso? —indagó el ojiazul, sentándose en su lugar y encendiendo su laptop.
—Hoy no —negó—, tengo que enfocarme en lo que diré mañana, así que debo tener toda mi atención en lo que estoy escribiendo.
—Ah, entonces, mejor no te distraigo con las novedades…
Ante esas palabras, Alejandro dejó de teclear y levantó el rostro— ¿qué novedades? —preguntó con rapidez.
—Juls, Mike y David, no estarán aquí, hasta la hora de prepararnos para ir a la reunión de esta noche —señaló el pelirrojo, colocando la contraseña de su computadora.
Alejandro frunció el ceño— supongo que Juls irá a ver a mi cuñado —comentó con seguridad—, Mike tendrá planes de ir con el Omega que le gusta —no parecía muy seguro, aunque era probable—, pero, ¿qué hará David?
—Sobre Juls tienes razón —Dima asintió—. De Mike, estás equivocado —ladeó el rostro—, ni siquiera vino a dormir…
—¡¿No vino a dormir?! —los ojos verdes se abrieron con sorpresa—. ¡¿Dónde está?!
Dimitri lo miró de soslayo— ¿en serio quieres saber? —suspiró—. Se fue con el Omega que le gusta y me imagino que pasaron la noche juntos, ya que esa era su intención…
—¿No te parece que está avanzando demasiado rápido?
—Lo dice el chico que durmió con su Omega, la misma noche que se presentó con él…
Ante la voz sarcástica de Dimitry, Alejandro soltó el aire con molestia.
—Es diferente —aseguró—. Erick es mi destinado.
—Y Mike está seguro que este chico es con el que quiere pasar el resto de su vida —el ojiazul se alzó de hombros—, así que no tienes el valor moral para criticarlo.
Alejandro entornó los ojos— me preocupa, porque no sabemos nada de él, por lo tanto, no sabemos si es confiable…
—Mike investigó todo de él desde ayer, es confiable, tranquilo —anunció el ruso con seriedad.
«Eso no me consuela…» pensó con molestia el ojiverde, «tendré que hablar con él en cuanto lo vea…»
—¿Y David? —preguntó para olvidarse de Miguel.
—Recibió una llamada del chico ‘Maple’ —anunció, ya que era la manera en la que le decían, porque su amigo decía que olía a miel de maple—, así que dijo que se tomaría el día para salir con él.
—¡Tiene que ser una maldita broma! —Alejandro se recargó en el sillón.
—¿Por qué? —Dimitry lo miró de soslayo.
—Ocupo a David para unos datos…
—Yolki-palki, Alex, deja que se divierta, ya sabes que nunca se ha interesado en algo más que en la escuela, al menos ahora tiene interés genuino en alguien.
—Es igual a ti —mencionó el rubio con burla.
—Por eso, cuando encuentre a mi pareja, también tendrá prioridad por sobre todo lo demás —sentenció Dimitry con rapidez—, por ahora, aprovecha que puedo ayudarte…
Alejandro sonrió, estaba consciente de eso; sus amigos lo ayudaban y apoyaban en todo, pero así como él, ahora que encontró a su Omega y tenía prioridad, en algún momento, cuando todos ellos tuvieran pareja, ya no estarían para apoyarlo en sus locuras.
—De acuerdo, vamos a trabajar…
No supo cuánto tiempo pasó, pero aún estaba ensimismado en su trabajo, cuando escuchó un saludo.
—Dóbraye útra.
No solo por el idioma, sino por el acento, supo que era Dimitry,
—Priviet, Dima —respondió el rubio sin dejar de mirar la pantalla.
—Simple y escueto, estás enojado o estás ocupado —sonrió el pelirrojo.
Alejandro levantó la mirada y sonrió— un poco de ambas…
—¿Quieres practicar tu ruso? —indagó el ojiazul, sentándose en su lugar y encendiendo su laptop.
—Hoy no —negó—, tengo que enfocarme en lo que diré mañana, así que debo tener toda mi atención en lo que estoy escribiendo.
—Ah, entonces, mejor no te distraigo con las novedades…
Ante esas palabras, Alejandro dejó de teclear y levantó el rostro— ¿qué novedades? —preguntó con rapidez.
—Juls, Mike y David, no estarán aquí, hasta la hora de prepararnos para ir a la reunión de esta noche —señaló el pelirrojo, colocando la contraseña de su computadora.
Alejandro frunció el ceño— supongo que Juls irá a ver a mi cuñado —comentó con seguridad—, Mike tendrá planes de ir con el Omega que le gusta —no parecía muy seguro, aunque era probable—, pero, ¿qué hará David?
—Sobre Juls tienes razón —Dima asintió—. De Mike, estás equivocado —ladeó el rostro—, ni siquiera vino a dormir…
—¡¿No vino a dormir?! —los ojos verdes se abrieron con sorpresa—. ¡¿Dónde está?!
Dimitri lo miró de soslayo— ¿en serio quieres saber? —suspiró—. Se fue con el Omega que le gusta y me imagino que pasaron la noche juntos, ya que esa era su intención…
—¿No te parece que está avanzando demasiado rápido?
—Lo dice el chico que durmió con su Omega, la misma noche que se presentó con él…
Ante la voz sarcástica de Dimitry, Alejandro soltó el aire con molestia.
—Es diferente —aseguró—. Erick es mi destinado.
—Y Mike está seguro que este chico es con el que quiere pasar el resto de su vida —el ojiazul se alzó de hombros—, así que no tienes el valor moral para criticarlo.
Alejandro entornó los ojos— me preocupa, porque no sabemos nada de él, por lo tanto, no sabemos si es confiable…
—Mike investigó todo de él desde ayer, es confiable, tranquilo —anunció el ruso con seriedad.
«Eso no me consuela…» pensó con molestia el ojiverde, «tendré que hablar con él en cuanto lo vea…»
—¿Y David? —preguntó para olvidarse de Miguel.
—Recibió una llamada del chico ‘Maple’ —anunció, ya que era la manera en la que le decían, porque su amigo decía que olía a miel de maple—, así que dijo que se tomaría el día para salir con él.
—¡Tiene que ser una maldita broma! —Alejandro se recargó en el sillón.
—¿Por qué? —Dimitry lo miró de soslayo.
—Ocupo a David para unos datos…
—Yolki-palki, Alex, deja que se divierta, ya sabes que nunca se ha interesado en algo más que en la escuela, al menos ahora tiene interés genuino en alguien.
—Es igual a ti —mencionó el rubio con burla.
—Por eso, cuando encuentre a mi pareja, también tendrá prioridad por sobre todo lo demás —sentenció Dimitry con rapidez—, por ahora, aprovecha que puedo ayudarte…
Alejandro sonrió, estaba consciente de eso; sus amigos lo ayudaban y apoyaban en todo, pero así como él, ahora que encontró a su Omega y tenía prioridad, en algún momento, cuando todos ellos tuvieran pareja, ya no estarían para apoyarlo en sus locuras.
—De acuerdo, vamos a trabajar…
La puerta del departamento se abrió, dando paso a un Omega de cabello castaño, largo y vestido con un traje sastre, que se pegaba a su cuerpo, mostrando su delgadez. Sus ojos aceitunados observaron el piso, encontrando varias prendas de ropa tiradas y soltó el aire por la nariz, con algo de furia.
Entró al recinto y los tacones de sus zapatillas chocaron en el piso, mientras caminaba a la habitación principal, dónde sabía encontraría a quien buscaba.
Ni siquiera tocó, solo abrió la puerta y su mirada se posó en el lecho, donde un par de jóvenes descansaba plácidamente, envueltos en las sabanas y edredones; alrededor, en el piso, había más ropa tirada, especialmente la interior y algunos preservativos.
El rostro del hombre se puso rojo del coraje y caminó hasta llegar a un lado de la cama.
—¡Marcel Sánchez! —gritó.
El castaño se sentó en el colchón de inmediato, casi como si lo hubiera levantado un resorte y se cubrió el cuerpo desnudo con una sábana, mientras su mirada, que apenas se acostumbraba a la luz, observaba a quien lo había despertado.
—¡¿Mamá?! —pasó saliva—. ¿Qué haces aquí? —preguntó asustado.
—Supuse que al no llegar a casa a dormir, te habrías venido aquí, con alguien —sus pupilas observaron al pelinegro que también se había despertado, aunque se mantenía en silencio.
—Ah… Mamá, te presento a Miguel —sonrió nervioso.
Miguel se sentía incómodo, ya que no imaginaba que conocería a la madre de Marcel en esa situación y el olor a lavanda que alcanzaba a percibir, le decía que estaba sumamente molesto.
—Un… un placer… señor…
El recién llegado se cruzó de brazos y entrecerró los ojos, mirando al desconocido que estaba con su hijo.
—¿En serio crees que es la mejor manera de presentarte conmigo?
—No… —Miguel negó—. Es solo que, yo…
—Por lo menos, ¡ponte pantalones! —entornó los ojos.
—¡Madre! —Marcel pasó la mano por su frente, sintiéndose avergonzado.
—No puedo creer que te hayas ido de la fiesta, sin avisar, Marcel —prosiguió el otro con el regaño.
—Si avisé… Le dije a papá —el menor hizo un mohín.
—Claro, a tu padre… —chasqueó la lengua—. Tu padre piensa que porque eres dominante, puedes hacer lo que se te pegue la gana y ¡no es así, jovencito!
—¡Pero ya soy mayor de edad!
—¡¿Y eso qué?! —gritó el recién llegado—. Eres un Omega y por muy dominante que seas, te guste o no, sigues a nuestro cuidado ¡hasta que te cases!
Marcel se sabía el sermón de memoria.
Su madre siempre le decía que debía comportarse como un dulce Omega y detestaba saber de sus aventuras de una noche, así que siempre le recordaba que, aunque era dominante, debía seguir las reglas, porque no estaba casado. Esa era la razón por la que prefería platicar con su padre, quien le daba mayor libertad, porque sabía que no había nadie que pudiera someterlo con facilidad, pero su madre no estaba de acuerdo, ya que siempre se preocupaba de que pudiera encontrar a algún Alfa dominante, de mayor fuerza y pudiera llegar a lastimarlo.
—Estoy bien, mamá —Marcel soltó el aire—, solo quería pasar la noche con Mike y por eso vinimos aquí…
Miguel ya se había levantado y colocado su pantalón.
—¿Mike? —el recién llegado dijo el hombre con algo de incredulidad, era muy difícil que su hijo tomara confianza con las personas, por eso tenía pocos amigos.
—Miguel Domínguez —dijo el pelinegro y acercó la mano, a manera de saludo—, un placer señor.
—Liam Cavazos —contestó pero no aceptó la mano—. Y deberías lavarte primero, antes de que me saludes, especialmente al ver eso… —señaló al piso, dónde había varios condones usados.
—¡Madre! —Marcel golpeó el colchón con los puños, no le parecía correcto que su madre señalara la situación.
Miguel, por su parte, se sintió avergonzado, pero no podía negar lo ocurrido— disculpe…
Sin tardar, Miguel caminó al cuarto de aseo, ante la mirada de ambos castaños. Liam pudo darse cuenta de las marcas en la piel del otro, era obvio que su hijo lo había arañado mucho.
—Espero no te hayas roto una uña —comentó con sarcasmo.
—Solo una… —Marcel mostró la mano y levantó su dedo medio, aunque su uña si estaba rota, realmente era para hacerle una seña obscena a su madre.
Liam masajeó su sien— Marcel, ¿sabes quién es ese chico? —señaló hacia la puerta del baño.
—Es Miguel —respondió con obviedad.
—Miguel Domínguez —repitió el otro con frialdad—, quien al parecer, es primo de Alejandro de León, por lo tanto, es pariente de Diego de León —especificó— y ¿recuerdas lo que tu padre te dijo de ese grupo de Alfas?
Marcel hizo un mohín, sabía a lo que su madre se refería, pero prefería fingir demencia— que… ¿venían a hacer negocios?
—¡Que eran peligrosos, Marcel! Incluso para ti y debías tener cuidado, así que no quiero…
—Me casaré con él.
Liam se quedó con la palabra en la boca; parpadeó varias veces y sus labios se movieron pero no pudo articular palabra. Lo que su hijo dijo lo dejó consternado, ya que Marcel siempre decía que no se casaría jamás, porque no había un Alfa lo suficientemente bueno para él y que solo servían de entretenimiento esporádico. Movió la cabeza, como si intentara recobrar la compostura y constatar que no estaba soñando.
—¿Qué… dijiste? —preguntó a media voz.
—Que me voy a casar con Mike —repitió con tranquilidad.
—¿Él te lo pidió?
—No, yo lo decidí —Marcel se alzó de hombros.
El color se fue del rostro de Liam, quien seguía sin poder creer lo que su hijo le había dicho.
La puerta del baño se abrió. Miguel salió con la cara limpia, el cabello húmedo para acomodarlo mejor y se había puesto la camiseta interior, por lo menos para no estar semidesnudo; terminó de secar las manos en su pantalón y volvió a acercarse a Liam.
—Ahora sí, creo que puedo presentarme mejor… —sonrió con nervios—. Soy Miguel Domínguez.
El castaño lo miró y sonrió ampliamente— pero hijo, no seas tan formal, ¡ven con tu nueva madre! —se acercó y lo abrazó.
Miguel se quedó de piedra, pues momentos antes, el castaño lo había tratado con demasiada rudeza y ahora había cambiado su actitud, sin entender la razón.
—¡Bienvenido a la familia! —Liam se apartó, sonriendo ampliamente.
—A… ¿la familia? —el pelinegro buscó la mirada de Marcel.
El castaño sonrió con orgullo, levantó la mano izquierda y con la derecha, señaló su dedo anular. Ante ese gesto, Miguel entendió lo que ocurría; él no había pensado en casarse antes, pero en la noche, cuando se sinceró con Marcel, le dijo que realmente quería algo serio y hasta casarse con él, pero no imaginaba que lo aceptaría tan rápido.
—Necesitas conocer a mi esposo, ¡cuánto antes! —Liam se apartó y buscó en su saco, el celular—. Debemos preparar una cena de compromiso e ¡invitar a tus padres también!
—Má, ¿qué tal si anunciamos el compromiso después de navidad?
—¡Por supuesto que no! —Liam se asustó—. No quiero que él se eche para atrás… —«y mucho menos tú…» terminó en su mente, imaginando que con lo caprichoso que era su hijo, podría cambiar de opinión con rapidez.
—Entonces, permite que Mike conozca a papá, en la fiesta de esta noche… para que se ponga presentable y tú le avisas a papá, así nos ponemos de acuerdo para conocer a los padres de Miguel, ¿te parece?
—¡Esa es una buena idea! —asintió—. Siendo así, necesito buscar otro vestuario, no puedo ir con cualquier cosa y tu padre tampoco… ¿Qué usarás tú? —posó la mirada en su hijo.
—Yo ya sé que vestido usaré y creo que es perfecto —se alzó de hombros.
—Siendo así, ¡debo ir de compras! —caminó a la puerta y luego volvió los pasos, sujetando a Miguel de los brazos—. ¡Por tu madre! No te eches para atrás, hijo mío —le dio un par de besos en las mejillas y salió de la habitación.
Cuando la pareja se quedó a solas, Miguel se movió con lentitud, observando a Marcel.
—¿Esto es… lo que creo que es? —preguntó aun confundido.
—Anoche dijiste que yo era a quien esperabas y que te querías casar conmigo… —el castaño ladeó el rostro y sonrió divertido—. ¡Te tomé la palabra!
Miguel sonrió, volvió los pasos y se sentó en la orilla de la cama; estiró la mano y acarició la mejilla de Marcel.
—No me molesta —negó—, pero mis padres se molestarán de que no te haya presentado primero, antes de tomar esta decisión…
—¿No crees que me acepten? —la sonrisa de Marcel se borró de inmediato, por primera vez en su vida se sentía nervioso.
—Al contrario… creo que tendrán casi la misma reacción que tu madre —su voz sonó segura—. Pero ahora, debo buscarte un anillo.
Ante esas palabras, el buen ánimo regresó al castaño— quiero uno bonito, especial, único…
—Siendo así, tengo que mandarlo a hacer…
Marcel movió el rostro, ahondando la caricia; le gustaba la suavidad de las manos de Miguel. La noche anterior, aunque estuvo furioso un rato, se dio cuenta que ese chico haría cualquier cosa por él y eso lo hizo feliz, no solo físicamente, ya que le cumplió en la cama, sino de una manera mucho más especial.
El pelinegro empezó a percibir el olor dulce del melón y se inclinó, acercándose a los labios de Marcel, volviendo a besarlo; el castaño le correspondió y pasó las manos por la nuca, disfrutando el olor a naranja del otro. Poco a poco, se recostaron en el lecho y Miguel se puso sobre su pareja, moviendo las manos para acariciar la piel que seguía desnuda.
—Eres perfecto, Marcel —señaló el pelinegro, bajando por la barbilla, hasta el cuello, besando con suavidad.
El castaño se estremeció; nunca había sentido nada parecido con las otras parejas sexuales que tuvo, realmente siempre se sentía decepcionado, pero hacer el amor con Miguel, había sido una experiencia completamente diferente y satisfactoria.
Miguel besó, lamió y dio ligeras mordidas en el cuello del otro; ya había dejado marcas la noche anterior, pero se había contenido, para no hacerlo enojar, ahora que había aceptado ser su esposo, se sentía con mayor derecho.
Marcel expuso su cuello; le gustaba la tibieza de la saliva que quedaba sobre su piel y cómo el olor a naranja, con un ligero toque de clavo, se intensificaba, envolviéndolo por completo y nublando su mente. Un gemido escapó de sus labios, cuando Miguel llegó a su pecho y succionó uno de sus pezones.
Las manos del pelinegro descendieron por los costados de Marcel, acarició la cadera con delicados roces y llegó a los muslos, sujetándolos con firmeza y abriéndolos para poder descender más y acomodarse entre ellos. Ya lo había probado la noche anterior; el olor a azahar se mantenía, pero el sabor de la piel era a dulce melón maduro y ese olor lo trastornaba. Abrió los labios y atrapó el miembro de su pareja con sumo cuidado.
Miguel ya había estado con otros Omega y sabía que el sexo de ellos era más pequeño, pero el de Marcel le parecía tan perfecto, que no se cansaría de disfrutarlo jamás.
El castaño arqueó la espalda al sentir la tibieza envolver su miembro y pasó las manos hacia arriba de su cabeza, apretando la almohada con fuerza.
—Mike… Mike… ¡Mike! —gritó y su cuerpo se tensó, logrando que sus piernas intentaran cerrarse.
Miguel ejerció presión y mantuvo los muslos de Marcel abiertos, para poder moverse y estimular correctamente a su pareja. Debía conseguir su meta, ya que necesitaba que el otro tuviera un orgasmo, para poder lograr su cometido y no tardó en conseguirlo.
El miembro de Marcel palpitó y liberó un poco de semen, pues durante la noche había llegado al éxtasis varias veces. Se sentía cansado; su cuerpo se relajó, hundiéndose contra el colchón y respirando con agitación, aunque no borraba la sonrisa de sus labios.
El castaño no se dio cuenta que Miguel se apartó, se volvió a desnudar y se subió al lecho, acompañándolo, pero no se acostó; lo sujetó de las piernas, para girarlo con facilidad, dejándolo contra el colchón y se acomodó sobre el cuerpo delgado.
Marcel se estremeció al sentir el enorme miembro entre sus nalgas. La noche anterior también había pasado eso; él se jactaba de que había estado con otros hombres, Alfas y Betas, pero aun así, se asustó cuando Miguel estuvo desnudo frente a él. Jamás había estado con otro igual y en ese momento supo que sí había diferencia entre Alfas y Alfas dominantes.
Miguel se tomó su tiempo, entrando con suma lentitud en el cuerpo de su pareja; le gustaba la presión y la tibieza, además de los gemidos ahogados, que Marcel dejaba escapar de sus labios. Durante la noche había disfrutado de su compañía y si al conocerlo le había fascinado su actitud y carácter, esa noche había constatado que lo amaba; quizá era por las feromonas y una emoción pasional, pero estaba seguro que no iba a sentirse así con nadie más. Precisamente fue por ello que se olvidó de la razón y dejó que su deseo lo dominara
«Tienes que ser mío…» pensó, tenía miedo y celos de que alguien más se lo quitara, «Sólo mío…» y con ese pensamiento nublando su mente, sus pupilas se alargaron, permitiendo que su instinto aflorara de inmediato.
Su cuerpo empezó a reaccionar y aumentó el vaivén de sus embestidas, logrando que Marcel se quejara un poco, ya que estaba siendo mucho más rudo que la noche anterior.
El pelinegro dio ligeras mordidas en los hombros y se movió hasta la nuca; sus manos hicieron a un lado la larga melena castaña y repasó con sus labios la base.
—¿Seguro que… quieres casarte conmigo? —preguntó en un murmullo.
—Sí… —musitó y su piel se erizó por el escalofrío que el aliento tibio le ocasionó.
—Ya no dejaré que te eches para atrás, Marcel…
El castaño no supo lo que el otro quería decir, pero segundos después se dio cuenta, especialmente al sentir la mordida en su piel. El grito se ahogó en su garganta y todo su cuerpo se tensó, pero no por dolor, sino por una sensación tan placentera que lo hizo sentir en el paraíso.
Sabía lo que eso significaba, Miguel lo estaba marcando y aunque toda su vida dijo que nunca dejaría que un Alfa lo marcara como si fuese un objeto, en ese momento se sentía dichoso por la situación, porque estaba seguro que había encontrado al hombre de su vida.
Marcel disfrutó cada segundo que duró esa mordida; el dolor, el ardor, los escalofríos que le recorrían de pies a cabeza, erizando su piel y por sobre todo, la tibia humedad que resbalaba por su cuello, aunque no sabía si era sangre o saliva, no le importaba, porque se sentía muy bien. Estaba teniendo un orgasmo tan intenso en ese momento que todo a su alrededor se puso oscuro.
Miguel se dio cuenta que el cuerpo de Marcel quedaba lívido contra el colchón y él no pudo moverse más, ya que al marcarlo, dejó que su instinto lo dominara y había anudado dentro. Entrecerró los ojos y empezó a pasar la lengua por la herida, disfrutando la sangre de su pareja; el sabor de las feromonas de Marcel estaba impreso en ese líquido carmesí, pero poco a poco, el olor de Miguel empezó a mezclarse con el otro.
Varios minutos después, el cerebro de Miguel empezó a pensar coherentemente; sus pupilas volvieron a la normalidad igual que sus colmillos, pero no así su miembro, que seguía hinchado dentro del cuerpo de su pareja.
—¡Mierda! —musitó preocupado al darse cuenta de lo que había hecho—. Marcel… yo… ¡lo siento! —se disculpó de inmediato—. Sé que debí pedirte permiso, pero no sé qué me pasó…
No hubo respuesta.
—¿Marcel? —indagó confundido y se movió un poco, para tratar de observar el rostro del castaño.
«Está tan furioso que no querrá volver a hablarme, como anoche…» pasó saliva con dificultad.
Cuando su mirada se posó en el rostro de Marcel, se dio cuenta que estaba dormido; de la comisura de sus labios, un hilillo de saliva escurría hasta la almohada y tenía un gesto apacible.
Por un segundo, el pelinegro no supo cómo reaccionar, hasta que finalmente sonrió— no sé si esto sea bueno o malo, pero mientras no me quieras golpear, disfrutaré de tu calidez…
Así, Miguel besó la nuca de Marcel y se recostó de lado, llevando el cuerpo del castaño consigo, para apresarlo entre sus brazos y descansar.
Entró al recinto y los tacones de sus zapatillas chocaron en el piso, mientras caminaba a la habitación principal, dónde sabía encontraría a quien buscaba.
Ni siquiera tocó, solo abrió la puerta y su mirada se posó en el lecho, donde un par de jóvenes descansaba plácidamente, envueltos en las sabanas y edredones; alrededor, en el piso, había más ropa tirada, especialmente la interior y algunos preservativos.
El rostro del hombre se puso rojo del coraje y caminó hasta llegar a un lado de la cama.
—¡Marcel Sánchez! —gritó.
El castaño se sentó en el colchón de inmediato, casi como si lo hubiera levantado un resorte y se cubrió el cuerpo desnudo con una sábana, mientras su mirada, que apenas se acostumbraba a la luz, observaba a quien lo había despertado.
—¡¿Mamá?! —pasó saliva—. ¿Qué haces aquí? —preguntó asustado.
—Supuse que al no llegar a casa a dormir, te habrías venido aquí, con alguien —sus pupilas observaron al pelinegro que también se había despertado, aunque se mantenía en silencio.
—Ah… Mamá, te presento a Miguel —sonrió nervioso.
Miguel se sentía incómodo, ya que no imaginaba que conocería a la madre de Marcel en esa situación y el olor a lavanda que alcanzaba a percibir, le decía que estaba sumamente molesto.
—Un… un placer… señor…
El recién llegado se cruzó de brazos y entrecerró los ojos, mirando al desconocido que estaba con su hijo.
—¿En serio crees que es la mejor manera de presentarte conmigo?
—No… —Miguel negó—. Es solo que, yo…
—Por lo menos, ¡ponte pantalones! —entornó los ojos.
—¡Madre! —Marcel pasó la mano por su frente, sintiéndose avergonzado.
—No puedo creer que te hayas ido de la fiesta, sin avisar, Marcel —prosiguió el otro con el regaño.
—Si avisé… Le dije a papá —el menor hizo un mohín.
—Claro, a tu padre… —chasqueó la lengua—. Tu padre piensa que porque eres dominante, puedes hacer lo que se te pegue la gana y ¡no es así, jovencito!
—¡Pero ya soy mayor de edad!
—¡¿Y eso qué?! —gritó el recién llegado—. Eres un Omega y por muy dominante que seas, te guste o no, sigues a nuestro cuidado ¡hasta que te cases!
Marcel se sabía el sermón de memoria.
Su madre siempre le decía que debía comportarse como un dulce Omega y detestaba saber de sus aventuras de una noche, así que siempre le recordaba que, aunque era dominante, debía seguir las reglas, porque no estaba casado. Esa era la razón por la que prefería platicar con su padre, quien le daba mayor libertad, porque sabía que no había nadie que pudiera someterlo con facilidad, pero su madre no estaba de acuerdo, ya que siempre se preocupaba de que pudiera encontrar a algún Alfa dominante, de mayor fuerza y pudiera llegar a lastimarlo.
—Estoy bien, mamá —Marcel soltó el aire—, solo quería pasar la noche con Mike y por eso vinimos aquí…
Miguel ya se había levantado y colocado su pantalón.
—¿Mike? —el recién llegado dijo el hombre con algo de incredulidad, era muy difícil que su hijo tomara confianza con las personas, por eso tenía pocos amigos.
—Miguel Domínguez —dijo el pelinegro y acercó la mano, a manera de saludo—, un placer señor.
—Liam Cavazos —contestó pero no aceptó la mano—. Y deberías lavarte primero, antes de que me saludes, especialmente al ver eso… —señaló al piso, dónde había varios condones usados.
—¡Madre! —Marcel golpeó el colchón con los puños, no le parecía correcto que su madre señalara la situación.
Miguel, por su parte, se sintió avergonzado, pero no podía negar lo ocurrido— disculpe…
Sin tardar, Miguel caminó al cuarto de aseo, ante la mirada de ambos castaños. Liam pudo darse cuenta de las marcas en la piel del otro, era obvio que su hijo lo había arañado mucho.
—Espero no te hayas roto una uña —comentó con sarcasmo.
—Solo una… —Marcel mostró la mano y levantó su dedo medio, aunque su uña si estaba rota, realmente era para hacerle una seña obscena a su madre.
Liam masajeó su sien— Marcel, ¿sabes quién es ese chico? —señaló hacia la puerta del baño.
—Es Miguel —respondió con obviedad.
—Miguel Domínguez —repitió el otro con frialdad—, quien al parecer, es primo de Alejandro de León, por lo tanto, es pariente de Diego de León —especificó— y ¿recuerdas lo que tu padre te dijo de ese grupo de Alfas?
Marcel hizo un mohín, sabía a lo que su madre se refería, pero prefería fingir demencia— que… ¿venían a hacer negocios?
—¡Que eran peligrosos, Marcel! Incluso para ti y debías tener cuidado, así que no quiero…
—Me casaré con él.
Liam se quedó con la palabra en la boca; parpadeó varias veces y sus labios se movieron pero no pudo articular palabra. Lo que su hijo dijo lo dejó consternado, ya que Marcel siempre decía que no se casaría jamás, porque no había un Alfa lo suficientemente bueno para él y que solo servían de entretenimiento esporádico. Movió la cabeza, como si intentara recobrar la compostura y constatar que no estaba soñando.
—¿Qué… dijiste? —preguntó a media voz.
—Que me voy a casar con Mike —repitió con tranquilidad.
—¿Él te lo pidió?
—No, yo lo decidí —Marcel se alzó de hombros.
El color se fue del rostro de Liam, quien seguía sin poder creer lo que su hijo le había dicho.
La puerta del baño se abrió. Miguel salió con la cara limpia, el cabello húmedo para acomodarlo mejor y se había puesto la camiseta interior, por lo menos para no estar semidesnudo; terminó de secar las manos en su pantalón y volvió a acercarse a Liam.
—Ahora sí, creo que puedo presentarme mejor… —sonrió con nervios—. Soy Miguel Domínguez.
El castaño lo miró y sonrió ampliamente— pero hijo, no seas tan formal, ¡ven con tu nueva madre! —se acercó y lo abrazó.
Miguel se quedó de piedra, pues momentos antes, el castaño lo había tratado con demasiada rudeza y ahora había cambiado su actitud, sin entender la razón.
—¡Bienvenido a la familia! —Liam se apartó, sonriendo ampliamente.
—A… ¿la familia? —el pelinegro buscó la mirada de Marcel.
El castaño sonrió con orgullo, levantó la mano izquierda y con la derecha, señaló su dedo anular. Ante ese gesto, Miguel entendió lo que ocurría; él no había pensado en casarse antes, pero en la noche, cuando se sinceró con Marcel, le dijo que realmente quería algo serio y hasta casarse con él, pero no imaginaba que lo aceptaría tan rápido.
—Necesitas conocer a mi esposo, ¡cuánto antes! —Liam se apartó y buscó en su saco, el celular—. Debemos preparar una cena de compromiso e ¡invitar a tus padres también!
—Má, ¿qué tal si anunciamos el compromiso después de navidad?
—¡Por supuesto que no! —Liam se asustó—. No quiero que él se eche para atrás… —«y mucho menos tú…» terminó en su mente, imaginando que con lo caprichoso que era su hijo, podría cambiar de opinión con rapidez.
—Entonces, permite que Mike conozca a papá, en la fiesta de esta noche… para que se ponga presentable y tú le avisas a papá, así nos ponemos de acuerdo para conocer a los padres de Miguel, ¿te parece?
—¡Esa es una buena idea! —asintió—. Siendo así, necesito buscar otro vestuario, no puedo ir con cualquier cosa y tu padre tampoco… ¿Qué usarás tú? —posó la mirada en su hijo.
—Yo ya sé que vestido usaré y creo que es perfecto —se alzó de hombros.
—Siendo así, ¡debo ir de compras! —caminó a la puerta y luego volvió los pasos, sujetando a Miguel de los brazos—. ¡Por tu madre! No te eches para atrás, hijo mío —le dio un par de besos en las mejillas y salió de la habitación.
Cuando la pareja se quedó a solas, Miguel se movió con lentitud, observando a Marcel.
—¿Esto es… lo que creo que es? —preguntó aun confundido.
—Anoche dijiste que yo era a quien esperabas y que te querías casar conmigo… —el castaño ladeó el rostro y sonrió divertido—. ¡Te tomé la palabra!
Miguel sonrió, volvió los pasos y se sentó en la orilla de la cama; estiró la mano y acarició la mejilla de Marcel.
—No me molesta —negó—, pero mis padres se molestarán de que no te haya presentado primero, antes de tomar esta decisión…
—¿No crees que me acepten? —la sonrisa de Marcel se borró de inmediato, por primera vez en su vida se sentía nervioso.
—Al contrario… creo que tendrán casi la misma reacción que tu madre —su voz sonó segura—. Pero ahora, debo buscarte un anillo.
Ante esas palabras, el buen ánimo regresó al castaño— quiero uno bonito, especial, único…
—Siendo así, tengo que mandarlo a hacer…
Marcel movió el rostro, ahondando la caricia; le gustaba la suavidad de las manos de Miguel. La noche anterior, aunque estuvo furioso un rato, se dio cuenta que ese chico haría cualquier cosa por él y eso lo hizo feliz, no solo físicamente, ya que le cumplió en la cama, sino de una manera mucho más especial.
El pelinegro empezó a percibir el olor dulce del melón y se inclinó, acercándose a los labios de Marcel, volviendo a besarlo; el castaño le correspondió y pasó las manos por la nuca, disfrutando el olor a naranja del otro. Poco a poco, se recostaron en el lecho y Miguel se puso sobre su pareja, moviendo las manos para acariciar la piel que seguía desnuda.
—Eres perfecto, Marcel —señaló el pelinegro, bajando por la barbilla, hasta el cuello, besando con suavidad.
El castaño se estremeció; nunca había sentido nada parecido con las otras parejas sexuales que tuvo, realmente siempre se sentía decepcionado, pero hacer el amor con Miguel, había sido una experiencia completamente diferente y satisfactoria.
Miguel besó, lamió y dio ligeras mordidas en el cuello del otro; ya había dejado marcas la noche anterior, pero se había contenido, para no hacerlo enojar, ahora que había aceptado ser su esposo, se sentía con mayor derecho.
Marcel expuso su cuello; le gustaba la tibieza de la saliva que quedaba sobre su piel y cómo el olor a naranja, con un ligero toque de clavo, se intensificaba, envolviéndolo por completo y nublando su mente. Un gemido escapó de sus labios, cuando Miguel llegó a su pecho y succionó uno de sus pezones.
Las manos del pelinegro descendieron por los costados de Marcel, acarició la cadera con delicados roces y llegó a los muslos, sujetándolos con firmeza y abriéndolos para poder descender más y acomodarse entre ellos. Ya lo había probado la noche anterior; el olor a azahar se mantenía, pero el sabor de la piel era a dulce melón maduro y ese olor lo trastornaba. Abrió los labios y atrapó el miembro de su pareja con sumo cuidado.
Miguel ya había estado con otros Omega y sabía que el sexo de ellos era más pequeño, pero el de Marcel le parecía tan perfecto, que no se cansaría de disfrutarlo jamás.
El castaño arqueó la espalda al sentir la tibieza envolver su miembro y pasó las manos hacia arriba de su cabeza, apretando la almohada con fuerza.
—Mike… Mike… ¡Mike! —gritó y su cuerpo se tensó, logrando que sus piernas intentaran cerrarse.
Miguel ejerció presión y mantuvo los muslos de Marcel abiertos, para poder moverse y estimular correctamente a su pareja. Debía conseguir su meta, ya que necesitaba que el otro tuviera un orgasmo, para poder lograr su cometido y no tardó en conseguirlo.
El miembro de Marcel palpitó y liberó un poco de semen, pues durante la noche había llegado al éxtasis varias veces. Se sentía cansado; su cuerpo se relajó, hundiéndose contra el colchón y respirando con agitación, aunque no borraba la sonrisa de sus labios.
El castaño no se dio cuenta que Miguel se apartó, se volvió a desnudar y se subió al lecho, acompañándolo, pero no se acostó; lo sujetó de las piernas, para girarlo con facilidad, dejándolo contra el colchón y se acomodó sobre el cuerpo delgado.
Marcel se estremeció al sentir el enorme miembro entre sus nalgas. La noche anterior también había pasado eso; él se jactaba de que había estado con otros hombres, Alfas y Betas, pero aun así, se asustó cuando Miguel estuvo desnudo frente a él. Jamás había estado con otro igual y en ese momento supo que sí había diferencia entre Alfas y Alfas dominantes.
Miguel se tomó su tiempo, entrando con suma lentitud en el cuerpo de su pareja; le gustaba la presión y la tibieza, además de los gemidos ahogados, que Marcel dejaba escapar de sus labios. Durante la noche había disfrutado de su compañía y si al conocerlo le había fascinado su actitud y carácter, esa noche había constatado que lo amaba; quizá era por las feromonas y una emoción pasional, pero estaba seguro que no iba a sentirse así con nadie más. Precisamente fue por ello que se olvidó de la razón y dejó que su deseo lo dominara
«Tienes que ser mío…» pensó, tenía miedo y celos de que alguien más se lo quitara, «Sólo mío…» y con ese pensamiento nublando su mente, sus pupilas se alargaron, permitiendo que su instinto aflorara de inmediato.
Su cuerpo empezó a reaccionar y aumentó el vaivén de sus embestidas, logrando que Marcel se quejara un poco, ya que estaba siendo mucho más rudo que la noche anterior.
El pelinegro dio ligeras mordidas en los hombros y se movió hasta la nuca; sus manos hicieron a un lado la larga melena castaña y repasó con sus labios la base.
—¿Seguro que… quieres casarte conmigo? —preguntó en un murmullo.
—Sí… —musitó y su piel se erizó por el escalofrío que el aliento tibio le ocasionó.
—Ya no dejaré que te eches para atrás, Marcel…
El castaño no supo lo que el otro quería decir, pero segundos después se dio cuenta, especialmente al sentir la mordida en su piel. El grito se ahogó en su garganta y todo su cuerpo se tensó, pero no por dolor, sino por una sensación tan placentera que lo hizo sentir en el paraíso.
Sabía lo que eso significaba, Miguel lo estaba marcando y aunque toda su vida dijo que nunca dejaría que un Alfa lo marcara como si fuese un objeto, en ese momento se sentía dichoso por la situación, porque estaba seguro que había encontrado al hombre de su vida.
Marcel disfrutó cada segundo que duró esa mordida; el dolor, el ardor, los escalofríos que le recorrían de pies a cabeza, erizando su piel y por sobre todo, la tibia humedad que resbalaba por su cuello, aunque no sabía si era sangre o saliva, no le importaba, porque se sentía muy bien. Estaba teniendo un orgasmo tan intenso en ese momento que todo a su alrededor se puso oscuro.
Miguel se dio cuenta que el cuerpo de Marcel quedaba lívido contra el colchón y él no pudo moverse más, ya que al marcarlo, dejó que su instinto lo dominara y había anudado dentro. Entrecerró los ojos y empezó a pasar la lengua por la herida, disfrutando la sangre de su pareja; el sabor de las feromonas de Marcel estaba impreso en ese líquido carmesí, pero poco a poco, el olor de Miguel empezó a mezclarse con el otro.
Varios minutos después, el cerebro de Miguel empezó a pensar coherentemente; sus pupilas volvieron a la normalidad igual que sus colmillos, pero no así su miembro, que seguía hinchado dentro del cuerpo de su pareja.
—¡Mierda! —musitó preocupado al darse cuenta de lo que había hecho—. Marcel… yo… ¡lo siento! —se disculpó de inmediato—. Sé que debí pedirte permiso, pero no sé qué me pasó…
No hubo respuesta.
—¿Marcel? —indagó confundido y se movió un poco, para tratar de observar el rostro del castaño.
«Está tan furioso que no querrá volver a hablarme, como anoche…» pasó saliva con dificultad.
Cuando su mirada se posó en el rostro de Marcel, se dio cuenta que estaba dormido; de la comisura de sus labios, un hilillo de saliva escurría hasta la almohada y tenía un gesto apacible.
Por un segundo, el pelinegro no supo cómo reaccionar, hasta que finalmente sonrió— no sé si esto sea bueno o malo, pero mientras no me quieras golpear, disfrutaré de tu calidez…
Así, Miguel besó la nuca de Marcel y se recostó de lado, llevando el cuerpo del castaño consigo, para apresarlo entre sus brazos y descansar.
Julián llegó a la casa de Agustín, poco antes de las nueve de la mañana. Era la hora que el pelinegro le había dicho que desayunaba, así que no quería llegar tarde.
A pesar de que la familia Esquivel le había proporcionado un automóvil y un chofer, decidió manejar por sí mismo, por lo que detuvo el automóvil y al bajar, sacó un ramo de rosas blancas y una cajita de galletas, para la señora Reina.
Subió la escalinata del acceso y apenas tocó el timbre, la puerta se abrió.
—¡Buenos días! —Yuri sonreía emocionada.
—Buenos días —saludó el castaño con algo de sorpresa.
—Pase, joven Chávez, ¡pase! —señaló el interior—. En un momento baja el joven Salazar —rió pícaramente.
—Gracias…
La actitud de la chica le parecía un tanto extraña, pero no indagó, solo ingresó a la casa y la siguió, cuando lo guio a la sala.
—Buenos días… —saludó Reina, quien estaba bebiendo un café.
—¡Buenos días! —sonrió el castaño con amabilidad—. Disculpe que venga tan temprano pero…
—Llevarás a Guti a desayunar —dejó la taza en la charola—, lo sé, me lo dijo —asintió.
Julián se acercó a la anciana y le ofreció la cajita que le llevaba— espero que le gusten.
—Oh, ¡muchas gracias! —la mujer abrió la caja de inmediato y tomó uno de los bocadillos—. ¡Besos de dama! —dijo con ilusión—. Cuando era joven, mi Agus me compraba de estos —suspiró y le dio una mordida a las galletas.
—¿Agus? —preguntó el castaño, un tanto confundido.
—Mi esposo se llamaba Agustín, como mi nieto —explicó—. Por eso a mi nieto le digo Guti, porque a su abuelo le decía Agus —suspiró.
—¿Puedo sentarme? —Julián señaló el sillón.
—Adelante… —sonrió la anciana, disfrutando las galletas.
Julián tomó asiento y sonrió— ahora que toca el tema, ¿me contaría de su familia?
—¡Por supuesto! —asintió la canosa—. Solo pregunta a ver si me acuerdo, porque mi cerebro ya tiene sus años —se burló— y hay cosas que se me olvidan.
Julián sonrió divertido— siendo así, tengo curiosidad, ¿su esposo era Alfa?
—Sí, lo era —sonrió con ilusión—. El Alfa más guapo del pueblo en su momento —rió divertida—, hubieras visto cuando los pocos Omega que había, supieron que se había decidido por una Beta, en vez de ellos —le dio una mordida a otra galleta—, ¡fue un escándalo! —rió divertida.
Julián se contagió de la risa de la mujer— supongo que la familia no se opuso.
—¡Al contrario! Hasta lo desheredaron —Reina ladeó el rostro—, su padres, Alfa y Omega, se sintieron defraudados —su voz tuvo un tinte triste—, pero cuando tuvimos a Mario, la madre de Guti, y supieron que era Omega, las cosas cambiaron.
—¿Por qué? —Julián estaba interesado en conocer más de Agustín y tal vez su abuela podía darle más información de la que el jovencito podría darle.
—¡Oh, vamos, hijo! —la mujer entorno los ojos—. ¿Vives en Marte o qué? —habló con seriedad—. Eres Alfa, así que sabes bien que los Alfas y Omegas tienen su orgullo y solo los recesivos aceptan con facilidad a los Betas en su familia —se alzó de hombros—. La familia de mi esposo, tenía su estatus… Y que una mujer Beta se casara con su único hijo, Alfa, bueno… fue un duro golpe para ellos.
—Comprendo…
Julián lo entendía, sabía lo que ocurría en la sociedad generalmente, pero al menos él no lo miraba como algo tan grave el hecho de enamorarse de un Beta; quizá si lo hubiera hecho, su familia lo habría aceptado sin problema.
—Así que, cuando tuvo a su primer hijo, todo mejoró.
Reina rió de nuevo y negó— Mario no fue mi primer hijo, es mi segundo hijo.
—¿Guti tiene más parientes?
—No, no tengo —la voz de Agustín se escuchó con seriedad.
Julián se puso de pie de inmediato y observó al pelinegro, que traía ropa casual y se miraba muy atractivo, pero mantenía un gesto molesto. Yuri y Karla estaban tras él y parecían nerviosas por su actitud.
—Buenos días —saludó.
—No tengo más familia, más que mi abuela y mi hermano Erick —especificó Agustín con frialdad.
El castaño se dio cuenta que Agustín estaba enojado, especialmente por el intenso olor a canela que desprendía.
—Yo, solo…
—No le puedes ocultar todo a tu pretendiente, Guti —Reina bebió de su café, debido a que era Beta, no le afectaba en lo más mínimo las feromonas de su nieto.
—Abuela, no es necesario hablar de ese sujeto —dijo con desprecio.
Reina suspiró, dejó la taza de lado y miró a su nieto con resignación— sé que te molesta, pero ‘ese sujeto’, sigue siendo mi hijo.
Agustín estuvo a punto de replicar, pero al ver el gesto de su abuela, prefirió no decir más. El no toleraba a su tío, pero tenía que aceptar que aunque le molestaba, su abuela, pese a todo, le tenía algo de cariño, por ser su hijo.
—Será mejor irnos —dijo para Julián y sujetó su saco, antes de ir a darle un beso en la mejilla a su abuela.
No quería discutir con la mujer y era mejor apartarse hasta que se le bajara el enojo.
—Cómo digas… Con permiso, señora Reina.
—¡Que les vaya bien! —la canosa se despidió con un ademán y la pareja salió.
Agustín salió de la casa, acomodando su chaqueta; tenía la mirada ensombrecida y un gesto molesto, pero eso no era nada comparado al penetrante olor a canela que Julián percibía.
Sin decir nada, el castaño fue hasta el automóvil y abrió la puerta del copiloto para que su compañero subiera, después, hizo lo propio en el asiento del conductor, pero no encendió el auto.
—Si no te sientes bien, no tienes que acompañarme.
Agustín suspiró y poco a poco, el olor a canela empezó a disminuir, no estaba enojado, estaba triste y Julián pudo notarlo.
—Estoy molesto, es cierto, pero es mejor que me salga de casa un rato, no quiero discutir con mi abuela por ese sujeto… —pasó la mano por su frente—. Siempre que tocamos ese tema, nos distanciamos unos días.
El castaño asintió y encendió el vehículo sin decir más; no quería molestar más a Agustín.
Durante el trayecto, el silencio reinó; Julián percibía las feromonas de Agustín, pero ya no estaba enojado, al contrario, parecía un poco decepcionado y hasta melancólico. Se detuvo en un semáforo y fue cuando el pelinegro habló.
—Nicolás es el hijo mayor de mi abuela —comentó con desagrado—, ese sujeto ¡es un maldito aprovechado! —apretó el puño—. Mi abuela lo dejó como albacea de las tierras de mi abuelo y él las vendió, se gastó el dinero y dejó a mi abuela en la calle —rechinó los dientes—. Nunca nos ayudó, ni cuando mi abuela enfermó, pero ahora que mi abuela tiene algo de dinero, porque el padre de Erick nos mantiene, cada cierto tiempo, la busca para pedirle dinero y ella ¡se lo da! —acusó con un dejo de infantilismo.
Julián respiró profundamente, era obvio que Agustín necesitaba desahogarse y con lo poco que le contaba del hijo de Reina, entendía que era una de esas personas que no quieres en tu vida, ni para darle los buenos días.
—A mi jamás me quiso, incluso decía que era un solo una carga y me llegó a correr muchas veces de la casa de mi abuela —sintió que se le revolvía el estómago de solo recordar esos momentos—. Cuando Alonso Salazar me reconoció —prosiguió—, Nicolás incluso fue a buscarme a la reunión que hizo —apretó los puños, recordando esa noche—. Alegó que era mi pariente y tenía el derecho, ¡¿puedes creerlo?!
Los ojos miel se fijaron en Julián, quien se dio cuenta que Agustín tenía un dejo de impotencia en sus ojos.
—Después de todo lo que nos hizo a mi abuela y a mí, quería que lo reconociera como ‘mi querido tío’ —dijo con sarcasmo.
—Supongo que no lo hiciste —Julián sonrió de lado, imaginando que con el carácter de Agustín, las cosas quizá se salieron de control de manera divertida.
—No, no lo hice —negó—, de hecho quería golpearlo, pero es Beta —se cruzó de brazos—, mis feromonas no le hacen nada y físicamente es más fuerte que yo.
Esas palabras pusieron en alerta al castaño, quien pensó lo peor— ¿qué pasó entonces? —preguntó con ansiedad.
—El padre de Erick intervino —ladeó el rostro—. Es lo único bueno que ha hecho ese hombre desde que lo conozco —se burló—. Sus trabajadores lo llevaron fuera de la recepción y le dieron un escarmiento, advirtiéndole que no me volviera a buscar, mucho menos, intentar obtener su dinero a través de mí…
—Y si se lo prohibieron, ¿por qué sigue buscando a tu abuela?
—Una cosa soy yo, otra mi abuela —especificó—. Ella tiene el dinero de su pensión, el cual, no gasta, porque en la casa donde vivimos, nada nos falta —hizo un mohín—. Ella puede hacer lo que quiera con ese dinero, pero lo malgasta en ese sujeto.
—Y eso te molesta —Julián entendía el punto claramente.
—¡Por supuesto! —el pelinegro se hundió en el asiento—. Mi abuela es demasiado buena, pero no porque ese sujeto sea su hijo, debe perdonarle las cosas tan fácilmente —aseguró—. ¡las personas así, no cambian!
Julián aguantó la risa; le parecía que Agustín era un niño pequeño haciendo un berrinche, justificado, pero berrinche al fin. Aun así, le parecía adorable.
—Ya no pienses en eso… si desayunamos, te caerá mal lo que comas.
—Ya me duele el estómago —Agustín pasó la mano por su estómago—. Siento que si como algo, vomitaré.
—Eso no es bueno para la primera cita —el castaño lo miró de soslayo.
—Lo sé… —el menor buscó la mirada del otro—. Vamos a otro lugar a desahogarme y luego desayunamos.
—Y… ¿a dónde quieres ir?
A pesar de que la familia Esquivel le había proporcionado un automóvil y un chofer, decidió manejar por sí mismo, por lo que detuvo el automóvil y al bajar, sacó un ramo de rosas blancas y una cajita de galletas, para la señora Reina.
Subió la escalinata del acceso y apenas tocó el timbre, la puerta se abrió.
—¡Buenos días! —Yuri sonreía emocionada.
—Buenos días —saludó el castaño con algo de sorpresa.
—Pase, joven Chávez, ¡pase! —señaló el interior—. En un momento baja el joven Salazar —rió pícaramente.
—Gracias…
La actitud de la chica le parecía un tanto extraña, pero no indagó, solo ingresó a la casa y la siguió, cuando lo guio a la sala.
—Buenos días… —saludó Reina, quien estaba bebiendo un café.
—¡Buenos días! —sonrió el castaño con amabilidad—. Disculpe que venga tan temprano pero…
—Llevarás a Guti a desayunar —dejó la taza en la charola—, lo sé, me lo dijo —asintió.
Julián se acercó a la anciana y le ofreció la cajita que le llevaba— espero que le gusten.
—Oh, ¡muchas gracias! —la mujer abrió la caja de inmediato y tomó uno de los bocadillos—. ¡Besos de dama! —dijo con ilusión—. Cuando era joven, mi Agus me compraba de estos —suspiró y le dio una mordida a las galletas.
—¿Agus? —preguntó el castaño, un tanto confundido.
—Mi esposo se llamaba Agustín, como mi nieto —explicó—. Por eso a mi nieto le digo Guti, porque a su abuelo le decía Agus —suspiró.
—¿Puedo sentarme? —Julián señaló el sillón.
—Adelante… —sonrió la anciana, disfrutando las galletas.
Julián tomó asiento y sonrió— ahora que toca el tema, ¿me contaría de su familia?
—¡Por supuesto! —asintió la canosa—. Solo pregunta a ver si me acuerdo, porque mi cerebro ya tiene sus años —se burló— y hay cosas que se me olvidan.
Julián sonrió divertido— siendo así, tengo curiosidad, ¿su esposo era Alfa?
—Sí, lo era —sonrió con ilusión—. El Alfa más guapo del pueblo en su momento —rió divertida—, hubieras visto cuando los pocos Omega que había, supieron que se había decidido por una Beta, en vez de ellos —le dio una mordida a otra galleta—, ¡fue un escándalo! —rió divertida.
Julián se contagió de la risa de la mujer— supongo que la familia no se opuso.
—¡Al contrario! Hasta lo desheredaron —Reina ladeó el rostro—, su padres, Alfa y Omega, se sintieron defraudados —su voz tuvo un tinte triste—, pero cuando tuvimos a Mario, la madre de Guti, y supieron que era Omega, las cosas cambiaron.
—¿Por qué? —Julián estaba interesado en conocer más de Agustín y tal vez su abuela podía darle más información de la que el jovencito podría darle.
—¡Oh, vamos, hijo! —la mujer entorno los ojos—. ¿Vives en Marte o qué? —habló con seriedad—. Eres Alfa, así que sabes bien que los Alfas y Omegas tienen su orgullo y solo los recesivos aceptan con facilidad a los Betas en su familia —se alzó de hombros—. La familia de mi esposo, tenía su estatus… Y que una mujer Beta se casara con su único hijo, Alfa, bueno… fue un duro golpe para ellos.
—Comprendo…
Julián lo entendía, sabía lo que ocurría en la sociedad generalmente, pero al menos él no lo miraba como algo tan grave el hecho de enamorarse de un Beta; quizá si lo hubiera hecho, su familia lo habría aceptado sin problema.
—Así que, cuando tuvo a su primer hijo, todo mejoró.
Reina rió de nuevo y negó— Mario no fue mi primer hijo, es mi segundo hijo.
—¿Guti tiene más parientes?
—No, no tengo —la voz de Agustín se escuchó con seriedad.
Julián se puso de pie de inmediato y observó al pelinegro, que traía ropa casual y se miraba muy atractivo, pero mantenía un gesto molesto. Yuri y Karla estaban tras él y parecían nerviosas por su actitud.
—Buenos días —saludó.
—No tengo más familia, más que mi abuela y mi hermano Erick —especificó Agustín con frialdad.
El castaño se dio cuenta que Agustín estaba enojado, especialmente por el intenso olor a canela que desprendía.
—Yo, solo…
—No le puedes ocultar todo a tu pretendiente, Guti —Reina bebió de su café, debido a que era Beta, no le afectaba en lo más mínimo las feromonas de su nieto.
—Abuela, no es necesario hablar de ese sujeto —dijo con desprecio.
Reina suspiró, dejó la taza de lado y miró a su nieto con resignación— sé que te molesta, pero ‘ese sujeto’, sigue siendo mi hijo.
Agustín estuvo a punto de replicar, pero al ver el gesto de su abuela, prefirió no decir más. El no toleraba a su tío, pero tenía que aceptar que aunque le molestaba, su abuela, pese a todo, le tenía algo de cariño, por ser su hijo.
—Será mejor irnos —dijo para Julián y sujetó su saco, antes de ir a darle un beso en la mejilla a su abuela.
No quería discutir con la mujer y era mejor apartarse hasta que se le bajara el enojo.
—Cómo digas… Con permiso, señora Reina.
—¡Que les vaya bien! —la canosa se despidió con un ademán y la pareja salió.
Agustín salió de la casa, acomodando su chaqueta; tenía la mirada ensombrecida y un gesto molesto, pero eso no era nada comparado al penetrante olor a canela que Julián percibía.
Sin decir nada, el castaño fue hasta el automóvil y abrió la puerta del copiloto para que su compañero subiera, después, hizo lo propio en el asiento del conductor, pero no encendió el auto.
—Si no te sientes bien, no tienes que acompañarme.
Agustín suspiró y poco a poco, el olor a canela empezó a disminuir, no estaba enojado, estaba triste y Julián pudo notarlo.
—Estoy molesto, es cierto, pero es mejor que me salga de casa un rato, no quiero discutir con mi abuela por ese sujeto… —pasó la mano por su frente—. Siempre que tocamos ese tema, nos distanciamos unos días.
El castaño asintió y encendió el vehículo sin decir más; no quería molestar más a Agustín.
Durante el trayecto, el silencio reinó; Julián percibía las feromonas de Agustín, pero ya no estaba enojado, al contrario, parecía un poco decepcionado y hasta melancólico. Se detuvo en un semáforo y fue cuando el pelinegro habló.
—Nicolás es el hijo mayor de mi abuela —comentó con desagrado—, ese sujeto ¡es un maldito aprovechado! —apretó el puño—. Mi abuela lo dejó como albacea de las tierras de mi abuelo y él las vendió, se gastó el dinero y dejó a mi abuela en la calle —rechinó los dientes—. Nunca nos ayudó, ni cuando mi abuela enfermó, pero ahora que mi abuela tiene algo de dinero, porque el padre de Erick nos mantiene, cada cierto tiempo, la busca para pedirle dinero y ella ¡se lo da! —acusó con un dejo de infantilismo.
Julián respiró profundamente, era obvio que Agustín necesitaba desahogarse y con lo poco que le contaba del hijo de Reina, entendía que era una de esas personas que no quieres en tu vida, ni para darle los buenos días.
—A mi jamás me quiso, incluso decía que era un solo una carga y me llegó a correr muchas veces de la casa de mi abuela —sintió que se le revolvía el estómago de solo recordar esos momentos—. Cuando Alonso Salazar me reconoció —prosiguió—, Nicolás incluso fue a buscarme a la reunión que hizo —apretó los puños, recordando esa noche—. Alegó que era mi pariente y tenía el derecho, ¡¿puedes creerlo?!
Los ojos miel se fijaron en Julián, quien se dio cuenta que Agustín tenía un dejo de impotencia en sus ojos.
—Después de todo lo que nos hizo a mi abuela y a mí, quería que lo reconociera como ‘mi querido tío’ —dijo con sarcasmo.
—Supongo que no lo hiciste —Julián sonrió de lado, imaginando que con el carácter de Agustín, las cosas quizá se salieron de control de manera divertida.
—No, no lo hice —negó—, de hecho quería golpearlo, pero es Beta —se cruzó de brazos—, mis feromonas no le hacen nada y físicamente es más fuerte que yo.
Esas palabras pusieron en alerta al castaño, quien pensó lo peor— ¿qué pasó entonces? —preguntó con ansiedad.
—El padre de Erick intervino —ladeó el rostro—. Es lo único bueno que ha hecho ese hombre desde que lo conozco —se burló—. Sus trabajadores lo llevaron fuera de la recepción y le dieron un escarmiento, advirtiéndole que no me volviera a buscar, mucho menos, intentar obtener su dinero a través de mí…
—Y si se lo prohibieron, ¿por qué sigue buscando a tu abuela?
—Una cosa soy yo, otra mi abuela —especificó—. Ella tiene el dinero de su pensión, el cual, no gasta, porque en la casa donde vivimos, nada nos falta —hizo un mohín—. Ella puede hacer lo que quiera con ese dinero, pero lo malgasta en ese sujeto.
—Y eso te molesta —Julián entendía el punto claramente.
—¡Por supuesto! —el pelinegro se hundió en el asiento—. Mi abuela es demasiado buena, pero no porque ese sujeto sea su hijo, debe perdonarle las cosas tan fácilmente —aseguró—. ¡las personas así, no cambian!
Julián aguantó la risa; le parecía que Agustín era un niño pequeño haciendo un berrinche, justificado, pero berrinche al fin. Aun así, le parecía adorable.
—Ya no pienses en eso… si desayunamos, te caerá mal lo que comas.
—Ya me duele el estómago —Agustín pasó la mano por su estómago—. Siento que si como algo, vomitaré.
—Eso no es bueno para la primera cita —el castaño lo miró de soslayo.
—Lo sé… —el menor buscó la mirada del otro—. Vamos a otro lugar a desahogarme y luego desayunamos.
—Y… ¿a dónde quieres ir?
Un chico castaño estaba de pie en la acera, fingiendo ver un escaparate, pero realmente su mirada estaba fija en el reflejo del cristal.
El edificio que observaba de manera disimulada, era un restaurante de alta categoría y sus clientes eran sumamente exclusivos; en su mayoría, solo Alfas y Omegas, de familia importante, entraban ahí, pues eran escasos los Betas que eran lo suficientemente acaudalados para darse un lujo cómo ese. Algunos Betas llegaban a tener la oportunidad de acudir ahí, pero siempre era en compañía de una persona de renombre y todos sabían que eso significaba que eran más que simples amigos.
Revisó el reloj de su muñeca. Ya casi eran las diez de la mañana; su cita en ese lugar era a las nueve y media, pero no se sentía seguro de entrar, por eso estaba demorando.
«Tal vez es lo mejor… puede cansarse de esperarme, irse y olvidar todo esto…» mordió su labio inferior.
Realmente estaba ansioso; una parte de él, quería huir de ahí y la otra quería entrar a encontrarse con el Alfa que lo había hecho sentir lo que ningún otro.
Suspiró y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta; era mejor irse de ahí.
—¿No pensabas dejarme plantado o sí?
La voz tras él lo hizo girar y su rostro mostró un gesto de asombro al ver a David.
—¡¿Cómo…?!
—Te observé desde que llegaste —se alzó de hombros—, esperaba a que tuvieras la iniciativa de entrar, pero cuando vi que el tiempo pasaba y parecías dudar, supuse que podías echarte para atrás y por eso vine.
Luis bajó el rostro, no imaginaba que el otro lo hubiese estado viendo desde el principio— yo…
—Si hubiese sido yo quien te buscó, entendería que no me quisieras ver —interrumpió el de lentes—, pero tú me llamaste, así que, ¿por qué ahora pareces arrepentido?
Luis respiró profundamente— no creo poder entrar a ese lugar —dijo con seriedad, sin levantar la mirada.
—¿A ese… lugar? —el ojigris levantó una ceja, estaba confundido.
—Al restaurante que propusiste —especificó.
David giró el rostro y observó el edificio. Él no era de esa ciudad, así que después de que Luis le marcó a temprana hora, para verse, le pidió ayuda a Fabián para buscar un buen lugar dónde llevarlo a desayunar y enviarle el mensaje para verse en dicha zona; supuso que el otro lo había enviado al mejor lugar que había, pero por las palabras de Luis, creyó que el lugar tenía mala fama o algo por el estilo.
«Si fue una broma de tu parte para hacerme quedar mal, ¡estás muerto, Fabián!» pensó.
—No sabía que era un mal lugar, disculpa…
—No es eso —Luis negó—, al contrario, es uno de los mejores de la ciudad.
Esas palabras confundieron a David— ¿entonces?
—Es solo que… es un restaurante exclusivo para Alfas y Omegas.
—¿Exclusivo? —preguntó confuso, ya que había tomado un café mientras esperaba y había notado a Betas en las mesas.
—Sí y no quisiera que hubiera algún problema, por mi culpa…
—Pero tú tienes todo el derecho de entrar, ¿no es así? —sonrió divertido.
Luis respiró profundamente— toda la ciudad me conoce como Beta y no pienso cambiar eso —especificó.
Tal vez su familia no era muy acaudalada, pero debido a que eran los más reconocidos organizadores de recepciones para la alta sociedad, eran bastante conocidos.
—Y yo te dije que lo aceptaba —admitió el ojigris, pues estaba dispuesto a seguir con la farsa de que el otro era Beta, solo por complacerlo—. Pero está bien, si no quieres acompañarme a desayunar ahí, entonces, vamos a otro lugar, solo déjame ir a pagar mi consumo —señaló hacia el lugar, dónde un mesero estaba observándolo—. No quería perder la reservación, así que les dije que me esperaran un momento —se burló.
Luis dudó, pero entendía que una reservación en ese lugar era codiciada; no sabía que tanto debió hacer David para conseguirla, así que debía ser más condescendiente.
Antes de que David se diera la vuelta, Luis lo sujetó de la muñeca, logrando detenerlo.
—Desayunemos ahí —dijo con el rostro hacia abajo—. Tampoco quiero que tu esfuerzo por conseguir esa reservación, se pierda.
«¿Esfuerzo?» el de lentes no sabía de lo que hablaba Luis, ya que para él no fue ningún problema esa reservación, de hecho, apenas dijo su apellido, le dieron una mesa, pero tampoco iba a desaprovechar la oportunidad.
—De acuerdo, vamos…
Sin dudar, David sujetó la mano de Luis y entrelazó los dedos con los del otro, guiándolo hacia el restaurante. Luis sintió que un escalofrío lo cimbro; con cualquier otro hubiera alejado la mano de inmediato, pero en ese momento, ejerció presión afianzando más el agarre.
Ambos volvieron al lugar y el mesero los guio una vez más a la mesa en la que David había estado bebiendo café. La pareja se sentó y recibieron la carta. Luis pidió algo ligero, a diferencia de David, que pidió un desayuno completo. El mesero se retiró y Luis esperó, ya que también había pedido café.
—Entonces —David rompió el hielo—, ¿a qué debo el honor de tu llamada? —preguntó con picardía.
—Yo… —Luis titubeó—. Realmente hoy no tengo trabajo y cómo anoche me diste tu tarjeta, supuse que debía llamarte, para hablar.
El de lentes sonrió divertido, le causaba gracia ver a Luis tan nervioso.
—Y ¿de qué quieres hablar?
—Sobre lo que pasó anoche —las manos de Luis estrujaron el mantel por debajo de la mesa—. Yo… no sé qué me pasó y…
—Ambos sabemos qué pasó —el ojigris bebió un poco más de café.
—Sí, pero…
—Buenos días, aquí está su ca… fé… —el mesero se sorprendió de ver a Luis ahí.
Los ojos miel de Luis se abrieron con sorpresa; no era el mesero que tomó su orden pero a este lo conocía, era uno de los chicos que en ocasiones servía para él en los eventos. Sabía que muchos de ellos tenían trabajos de medio tiempo, en ocasiones más de uno, pero no imaginó que miraría a uno ahí.
—Elías…
—¿Luis? —la voz del pelinegro apenas fue un murmullo y negó—. Disculpe —sonrió nervioso—. Su café, señor…
—Gracias…
De inmediato, el mesero se retiró.
La interacción entre ambos, llamó la atención de David, era obvio que el otro conocía al chico que se acababa de retirar.
—¿Amigo tuyo?
—Un trabajador de mi familia, en realidad…
«Para ser un trabajador, parece que te incomodó verlo…» pensó con suspicacia— y, ¿por qué te pones tan nervioso?
Luis respiró profundamente— te lo dije hace un momento, este lugar es exclusivo para Alfas y Omegas…
David recargó el rostro en su mano; sabía que era impropio poner los codos en la mesa, pero a veces no seguía las etiquetas.
—Eso lo dices tú, pero he visto otros Beta en las mesas —refutó con media sonrisa.
—Sí, pero… —Luis le echó un par de sobres de azúcar a su café—. Significa que son algo más de quienes los acompañan —habló en voz baja—, así que pueden pensar lo mismo de mí, ¿me explico?
El de lentes rió— y no quieres que piensen eso de ti, ¿cierto?
—¿A ti no te incomodaría que pensaran eso?
—No tendría problema, al contrario, si es contigo, me sentiría honrado.
Ante esas palabras, Luis levantó el rostro, mostrando un gesto de susto, pero la mirada penetrante del otro, logró que de inmediato sus mejillas ardieran.
—¡No uses tus feromonas! —dijo con rapidez y desvió el rostro.
—No las estoy usando —negó David—. Normalmente no lo hago en lugares públicos —se alzó de hombros—, mis padres me educaron para no aprovecharme de ellas, debido a que soy dominante.
Luis apretó la taza en sus manos; sabía que el otro no había usado sus feromonas, pero necesitaba una excusa para su reacción.
El mesero volvió con la comida de ambos y se colocó al lado de la mesa, del lado de David, para servir; mientras estaba con los platos, un hombre se acercó, era el capitán de meseros.
—Disculpe —dijo con voz preocupada, mirando a Luis—, debo pedirle que se retire, por favor.
—¿Perdón? —el castaño lo miró con sorpresa.
El hombre se miraba algo nervioso, pero tuvo que hablar— es que… un cliente se siente incómodo con su presencia —explicó— y comprenderá, como Beta igual que yo —especificó—, que debemos cumplir su petición…
Luis giró el rostro y observó en la entrada, de pie, frente a la recepción, a un Omega que había visto dos noches atrás, mirándolo con altivez.
«¡Él!» sus puños se cerraron y apretó la quijada al reconocerlo; quería negarse, pero el rostro del hombre que había ido a hablar con él, se miraba atemorizado, seguramente su trabajo pendía de un hilo. Imaginaba lo difícil que era esa situación, al trabajar en el mismo ámbito, así que no iba a ponérselo más difícil.
—De acuerdo —dijo con rapidez, dejando la servilleta en la mesa.
Estuvo a punto de ponerse de pie, cuando la mano de David lo sujetó.
—Él no tiene por qué irse —señaló para el capitán de meseros, mirándolo con enojo y sus feromonas de anís empezaron a aparecer.
El hombre tembló; no por las feromonas que no podía percibir, sino por la mirada del cliente— señor… el joven Estrada es un cliente distinguido y…
—Quiero hablar con su gerente —dijo con voz fría.
Luis observó la situación y también distinguió las potentes feromonas de David, era notorio que estaba furioso.
—No es necesario hacer un escándalo —habló con calma—, este hombre solo hace su trabajo y…
—Lo sé, pero quiero hablar con el gerente, antes de que salgamos de este lugar —su voz sonó autoritaria.
El capitán se retiró con paso rápido, mientras el mesero que les servía, se había quedado pasmado, ya que no sabía si debía seguir sirviendo o no. La gente alrededor estaba alerta y muchos Alfas y Omegas estaban inquietos, ya que las feromonas de David eran muy fuertes.
—No hagas una tontería —señaló Luis.
—No, sólo haré lo mismo que ese sujeto —miró hacia la recepción.
Fausto miraba a la pareja con desdén, sintiéndose seguro de que se cumpliría su petición; momentos después, el gerente pasó a su lado, saludándolo efímeramente y siguió al capitán de meseros, que lo llevó a la mesa. Al acercarse, percibió de inmediato las feromonas de anís, ya que él era Alfa también.
—Buenos días —saludó, sintiendo un nudo en la garganta—, soy Heriberto Luján, el gerente, me dijeron que deseaba hablar conmigo —se presentó con seriedad.
David lo miró con indiferencia— supongo que sabe la situación —su voz seria hizo temblar al recién llegado.
—Sí, me la explicaron —asintió—, pero comprenderá que, ante una petición de un miembro de la familia Estrada, quienes son personas reconocidas en la ciudad y clientes asiduos, bueno… nos vemos con la necesidad de complacerlo —su voz terminó en un murmullo.
Luis observó al hombre; era obvio su nerviosismo también. Al verlo, imaginó a su padre, cuando tenía que condescender ante las peticiones excéntricas de los clientes; a veces eso le molestaba, pero no podía hacer nada.
‘El cliente siempre tiene la razón y más, si es uno sumamente importante, que puede hundirte si se le da su gana… La mayoría de Alfas y Omegas de la alta sociedad, son caprichosos, Luis, debemos tener cuidado con ellos.’
Eso le había dicho su padre y precisamente por eso él no quería seguir con el negocio de su familia, porque no quería estar en esa posición; entendía su lugar muy bien, por ello no quería que el gerente de ese restaurante, se viera entre la espada y la pared.
—Lo entendemos —Luis asintió—, no se preocupe, nosotros…
—No nos iremos —interrumpió David.
Luis lo miró con sorpresa.
—No nos moveremos —repitió el de lentes—, así como ese Omega es un miembro de una familia importante, yo también lo soy —especificó—. Así que si él quiere usar eso como amenaza, entonces, tendré que responder de la misma manera —señaló—, si insiste en hacer que mi pareja se retire, tendré que usar mis influencias y le aseguro que si ese sujeto puede dañar la reputación de este lugar, yo, puedo hundirlo, así que, tome una decisión sabia, pero sepa que nunca amenazo sin poder cumplir mi palabra.
El Alfa titubeó— pero señor… no sé quién es usted —dijo con nervios.
—David Labastida —se puso de pie—, hijo del Licenciado Aarón Labastida.
David casi deletreo el nombre de su padre y con ello, el gerente se sorprendió. Era obvio que el joven castaño hablaba del banquero más importante del país, así que el rostro del hombre se puso blanco y sintió que sus piernas temblaban.
—Yo… Disculpe, joven Labastida, yo no sabía que…
—No, no lo sabía, porque normalmente no me cuelgo de las influencias de mi padre, como otros —su mirada se posó en Fausto, que seguía mirando la escena desde lejos—, pero ahora no me dejó opción.
«Aarón Labastida, ¿el banquero?…» Luis no podía estar seguro de esa conclusión, pero ante la reacción del gerente, no le quedó duda y también se sintió abrumado con ese nombre. A pesar de que Labastida no era un apellido común, no había relacionado a David con un hombre tan importante en el mundo financiero.
—Me disculpo de nuevo —Heriberto inclinó el rostro—, por favor, disfruten su desayuno, es cortesía de la casa…
—No necesito esa cortesía —David ladeó el rostro—. Pagaré mi consumo como cualquier cliente y si alguien más se siente ofendido por la presencia de mi pareja, pagaré su consumo también, solo pido tranquilidad para disfrutar el desayuno.
—¡Claro! ¡Por supuesto! Como diga… —se giró y miró al mesero—. Atiende a los jóvenes y tráeles su orden de nuevo, por favor, ésta ya debe estar fría.
El mesero se retiró de inmediato, a ir a pedir de nuevo los alimentos y David se sentó una vez más; Luis titubeó, pero se mantuvo erguido en su lugar, mientras miraba de soslayo la escena en la recepción. Fausto parecía fúrico e intentó ingresar a la sección de mesas, pero el gerente lo detuvo y lo guio a la salida.
David bebió un poco de agua, que tenía cerca— ¿en qué nos quedamos? —preguntó con voz más tranquila, ya había disipado sus feromonas y volvió a la normalidad.
—Dijiste que no usabas tus feromonas en lugares públicos —Luis lo miró con reproche—, las acabas de usar.
—Dije, y cito: ‘Normalmente no lo hago en lugares públicos…’ —sonrió el de lentes—, ahora mismo, no era una situación normal y —volvió a poner un gesto serio— no iba a permitir que te dejaras humillar solo por guardar las apariencias.
—Lo que yo haga o deje de hacer, no te incumbe… —intentó incorporarse.
—¡Siéntate!
Luis sintió de golpe las feromonas de dulce de leche, un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza y su piel se erizó por completo, logrando que una sensación extraña se agolpara en su vientre. Como un autómata, siguió la orden y volvió a su lugar; pasó saliva y observó al otro con sorpresa; no sabía por qué le había obedecido.
—¿Qué…?
David levantó una ceja y sus labios se curvaron ligeramente— anoche me dijiste que te obligara —ladeó el rostro—. Estoy tomándote la palabra.
La voz, la actitud, la mirada, todo eso parecía estar envolviendo a Luis y el sabor de las feromonas del otro, trastornaba sus sentidos.
—Eso lo dije antes de… saber que eres un… mentiroso —su voz sonó débil.
—¿Mentiroso? —el de lentes se irguió en su lugar—. ¿En qué te he mentido, según tú?
Luis sintió que las feromonas de su compañero disminuían y pudo recobrar un poco la compostura.
—No me dijiste quien eras realmente —lo señaló con el índice.
—Soy David Labastida —repitió—, te lo dije claramente.
El gesto de Luis se puso serio— bien sabes a lo que me refiero, no te hagas el tonto —reprochó—. No me dijiste sobre tu familia.
—¡Ah! —David entornó los ojos—. Te refieres a lo de mi padre, ¿no es así?
—¡Obvio!
Una vez más, el mesero volvió con el desayuno e interrumpió la plática. Dejó los platillos en la mesa y se retiró de inmediato, en cuanto la pareja le dijo que no necesitaban nada más.
—Supuse que lo imaginarías —el ojigrís le restó importancia—. La mayoría de las personas, apenas digo mi apellido, de inmediato sacan conclusiones.
Luis apretó los cubiertos en las manos. Quizá debió haberlo pensado cuando el otro se presentó la noche anterior, pero estaba tan absorto en cómo lo había hecho sentir, que no pensó las cosas coherentemente.
«Tiene que ser una maldita broma…» bajó el rostro con un gesto cansado, «el único Alfa que me ha hecho sentir algo y tenía que ser un tipo de esa clase…»
—¿Hay algún problema? —el de lentes bebió algo de jugo.
—Yo… no creo que…
—¿La comida no es de tu agrado? —señaló ligeramente el plato de su compañero, ya que Luis no había tocado el omelette que le habían servido.
—La comida está bien, es solo que… —respiró profundamente—. Fue un error marcarte.
David masticó con lentitud y se limpió los labios con la servilleta, antes de hablar.
—Todo estaba bien hasta que supiste de mi familia —habló con seriedad—, ¿cuál es el problema?
La pregunta sorprendió a Luis.
¿Qué podía responder? Cualquier cosa que dijera, realmente solo serían prejuicios contra los Alfa, hombres con los que nunca tuvo un acercamiento, ni una reacción, pero detestaba su actitud; por el contrario, David había sido diferente, no solo porque sus feromonas si le habían producido una reacción y por demás decir que muy agradable, sino por su forma de ser en realidad.
—No lo sé, no creo estar preparado para algo contigo y mucho menos lo que me dijiste anoche.
—No tienes compromiso, yo tampoco —David se alzó de hombros—, me gustan tus feromonas y creo que a ti las mías, ¿qué te lo impide?
—Esa es la cuestión —Luis levantó el rostro y fijó su mirada miel en el otro—, no sé por qué reacciono a tus feromonas, si nunca antes lo hice con otras.
Esa declaración confundió al de lentes
—¡¿Qué?!
El gesto confuso y perplejo, hizo que Luis suspirara— nunca había reaccionado con las feromonas de alguien —dijo entre dientes.
—¡¿Nunca?! —David no podía concebirlo.
Era obvio que el otro era recesivo, pero aunque lo fuera, debió haber reaccionado a las feromonas de algún Alfa en su vida, pues no era un adolescente.
—¡Jamás! —dijo con seguridad—. Debido a eso, es que pude mantener mi mentira de ser Beta, con toda tranquilidad —se sinceró.
—Por eso tus padres te dejan estar en fiestas llenas de Alfas… —musitó el ojigrís, recordando lo que había dicho la chica durante la otra noche.
—Mi padre estaba seguro de que no me ocurriría nada —suspiró—, por eso no le he dicho lo que pasó —levantó la mirada—, ¿en serio crees que si mi familia supiera que reaccioné a tus feromonas, me dejarían verte a solas?
David dejó de comer, se recargó en la silla y mantuvo su mirada fija en Luis. No sabía de algún Omega que no tuviera reacción con un Alfa, ni aun siendo recesivo, pero si lo que Fabián dijo un par de noches antes, sobre la cuestión de la bioquímica y de los elementos que se mezclaban mejor, era cierto, era lógico que ese chico no hubiera tenido oportunidad de conectar con alguien.
—¿Significa que no has tenido pareja, nunca?
—He salido con chicas y chicos Beta —respondió el otro con rapidez—, pero nunca ha sido serio, ni… —dudó, no se sentía bien de decir que jamás tuvo intimidad con alguno, porque no se sentía a gusto.
—Eres puro…
David no preguntó, realmente era una afirmación para él y Luis sintió que su rostro ardía; era vergonzoso para alguien de su edad, admitir que no había tenido interacción sexual con nadie, por ello siempre mentía.
—Y, ¿lo que me dijiste anoche? —indagó con precaución.
—¿Qué…? ¿Qué cosa? —Luis levantó ligeramente la mirada.
—Lo de obligarte.
Luis dejó los cubiertos en la mesa y así como David, se recargó en la silla; sus manos se movieron nerviosas, estrujando los dedos con algo de ansiedad y mordió su labio inferior.
—Siempre he escuchado, que los Alfas obligan a los Omegas a… —no terminó la frase—. La verdad, pensaba que era algo estúpido y denigrante —hizo una mueca—, pero, al percibir tus feromonas… yo… no sé… —negó—. No pensé coherentemente y dije algo… impropio.
—¿Te gustó lo que sentiste?
Luis estuvo a punto de mentir.
—Quiero la verdad —sentenció David, ya que la respuesta sincera del otro, le diría qué hacer.
Hubo un momento de silencio y finalmente, Luis habló— sí.
David acomodó los lentes en el puente de su nariz, levantó la mano y llamó al mesero, pidiendo la cuenta; el chico atendió con rapidez, todo ante el silencio de la pareja. Cuando todo el proceso fue hecho, David se puso de pie.
—Vamos…
—¿A dónde?
El ojigris lo miró de soslayo— a cumplir tu deseo, por supuesto.
El edificio que observaba de manera disimulada, era un restaurante de alta categoría y sus clientes eran sumamente exclusivos; en su mayoría, solo Alfas y Omegas, de familia importante, entraban ahí, pues eran escasos los Betas que eran lo suficientemente acaudalados para darse un lujo cómo ese. Algunos Betas llegaban a tener la oportunidad de acudir ahí, pero siempre era en compañía de una persona de renombre y todos sabían que eso significaba que eran más que simples amigos.
Revisó el reloj de su muñeca. Ya casi eran las diez de la mañana; su cita en ese lugar era a las nueve y media, pero no se sentía seguro de entrar, por eso estaba demorando.
«Tal vez es lo mejor… puede cansarse de esperarme, irse y olvidar todo esto…» mordió su labio inferior.
Realmente estaba ansioso; una parte de él, quería huir de ahí y la otra quería entrar a encontrarse con el Alfa que lo había hecho sentir lo que ningún otro.
Suspiró y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta; era mejor irse de ahí.
—¿No pensabas dejarme plantado o sí?
La voz tras él lo hizo girar y su rostro mostró un gesto de asombro al ver a David.
—¡¿Cómo…?!
—Te observé desde que llegaste —se alzó de hombros—, esperaba a que tuvieras la iniciativa de entrar, pero cuando vi que el tiempo pasaba y parecías dudar, supuse que podías echarte para atrás y por eso vine.
Luis bajó el rostro, no imaginaba que el otro lo hubiese estado viendo desde el principio— yo…
—Si hubiese sido yo quien te buscó, entendería que no me quisieras ver —interrumpió el de lentes—, pero tú me llamaste, así que, ¿por qué ahora pareces arrepentido?
Luis respiró profundamente— no creo poder entrar a ese lugar —dijo con seriedad, sin levantar la mirada.
—¿A ese… lugar? —el ojigris levantó una ceja, estaba confundido.
—Al restaurante que propusiste —especificó.
David giró el rostro y observó el edificio. Él no era de esa ciudad, así que después de que Luis le marcó a temprana hora, para verse, le pidió ayuda a Fabián para buscar un buen lugar dónde llevarlo a desayunar y enviarle el mensaje para verse en dicha zona; supuso que el otro lo había enviado al mejor lugar que había, pero por las palabras de Luis, creyó que el lugar tenía mala fama o algo por el estilo.
«Si fue una broma de tu parte para hacerme quedar mal, ¡estás muerto, Fabián!» pensó.
—No sabía que era un mal lugar, disculpa…
—No es eso —Luis negó—, al contrario, es uno de los mejores de la ciudad.
Esas palabras confundieron a David— ¿entonces?
—Es solo que… es un restaurante exclusivo para Alfas y Omegas.
—¿Exclusivo? —preguntó confuso, ya que había tomado un café mientras esperaba y había notado a Betas en las mesas.
—Sí y no quisiera que hubiera algún problema, por mi culpa…
—Pero tú tienes todo el derecho de entrar, ¿no es así? —sonrió divertido.
Luis respiró profundamente— toda la ciudad me conoce como Beta y no pienso cambiar eso —especificó.
Tal vez su familia no era muy acaudalada, pero debido a que eran los más reconocidos organizadores de recepciones para la alta sociedad, eran bastante conocidos.
—Y yo te dije que lo aceptaba —admitió el ojigris, pues estaba dispuesto a seguir con la farsa de que el otro era Beta, solo por complacerlo—. Pero está bien, si no quieres acompañarme a desayunar ahí, entonces, vamos a otro lugar, solo déjame ir a pagar mi consumo —señaló hacia el lugar, dónde un mesero estaba observándolo—. No quería perder la reservación, así que les dije que me esperaran un momento —se burló.
Luis dudó, pero entendía que una reservación en ese lugar era codiciada; no sabía que tanto debió hacer David para conseguirla, así que debía ser más condescendiente.
Antes de que David se diera la vuelta, Luis lo sujetó de la muñeca, logrando detenerlo.
—Desayunemos ahí —dijo con el rostro hacia abajo—. Tampoco quiero que tu esfuerzo por conseguir esa reservación, se pierda.
«¿Esfuerzo?» el de lentes no sabía de lo que hablaba Luis, ya que para él no fue ningún problema esa reservación, de hecho, apenas dijo su apellido, le dieron una mesa, pero tampoco iba a desaprovechar la oportunidad.
—De acuerdo, vamos…
Sin dudar, David sujetó la mano de Luis y entrelazó los dedos con los del otro, guiándolo hacia el restaurante. Luis sintió que un escalofrío lo cimbro; con cualquier otro hubiera alejado la mano de inmediato, pero en ese momento, ejerció presión afianzando más el agarre.
Ambos volvieron al lugar y el mesero los guio una vez más a la mesa en la que David había estado bebiendo café. La pareja se sentó y recibieron la carta. Luis pidió algo ligero, a diferencia de David, que pidió un desayuno completo. El mesero se retiró y Luis esperó, ya que también había pedido café.
—Entonces —David rompió el hielo—, ¿a qué debo el honor de tu llamada? —preguntó con picardía.
—Yo… —Luis titubeó—. Realmente hoy no tengo trabajo y cómo anoche me diste tu tarjeta, supuse que debía llamarte, para hablar.
El de lentes sonrió divertido, le causaba gracia ver a Luis tan nervioso.
—Y ¿de qué quieres hablar?
—Sobre lo que pasó anoche —las manos de Luis estrujaron el mantel por debajo de la mesa—. Yo… no sé qué me pasó y…
—Ambos sabemos qué pasó —el ojigris bebió un poco más de café.
—Sí, pero…
—Buenos días, aquí está su ca… fé… —el mesero se sorprendió de ver a Luis ahí.
Los ojos miel de Luis se abrieron con sorpresa; no era el mesero que tomó su orden pero a este lo conocía, era uno de los chicos que en ocasiones servía para él en los eventos. Sabía que muchos de ellos tenían trabajos de medio tiempo, en ocasiones más de uno, pero no imaginó que miraría a uno ahí.
—Elías…
—¿Luis? —la voz del pelinegro apenas fue un murmullo y negó—. Disculpe —sonrió nervioso—. Su café, señor…
—Gracias…
De inmediato, el mesero se retiró.
La interacción entre ambos, llamó la atención de David, era obvio que el otro conocía al chico que se acababa de retirar.
—¿Amigo tuyo?
—Un trabajador de mi familia, en realidad…
«Para ser un trabajador, parece que te incomodó verlo…» pensó con suspicacia— y, ¿por qué te pones tan nervioso?
Luis respiró profundamente— te lo dije hace un momento, este lugar es exclusivo para Alfas y Omegas…
David recargó el rostro en su mano; sabía que era impropio poner los codos en la mesa, pero a veces no seguía las etiquetas.
—Eso lo dices tú, pero he visto otros Beta en las mesas —refutó con media sonrisa.
—Sí, pero… —Luis le echó un par de sobres de azúcar a su café—. Significa que son algo más de quienes los acompañan —habló en voz baja—, así que pueden pensar lo mismo de mí, ¿me explico?
El de lentes rió— y no quieres que piensen eso de ti, ¿cierto?
—¿A ti no te incomodaría que pensaran eso?
—No tendría problema, al contrario, si es contigo, me sentiría honrado.
Ante esas palabras, Luis levantó el rostro, mostrando un gesto de susto, pero la mirada penetrante del otro, logró que de inmediato sus mejillas ardieran.
—¡No uses tus feromonas! —dijo con rapidez y desvió el rostro.
—No las estoy usando —negó David—. Normalmente no lo hago en lugares públicos —se alzó de hombros—, mis padres me educaron para no aprovecharme de ellas, debido a que soy dominante.
Luis apretó la taza en sus manos; sabía que el otro no había usado sus feromonas, pero necesitaba una excusa para su reacción.
El mesero volvió con la comida de ambos y se colocó al lado de la mesa, del lado de David, para servir; mientras estaba con los platos, un hombre se acercó, era el capitán de meseros.
—Disculpe —dijo con voz preocupada, mirando a Luis—, debo pedirle que se retire, por favor.
—¿Perdón? —el castaño lo miró con sorpresa.
El hombre se miraba algo nervioso, pero tuvo que hablar— es que… un cliente se siente incómodo con su presencia —explicó— y comprenderá, como Beta igual que yo —especificó—, que debemos cumplir su petición…
Luis giró el rostro y observó en la entrada, de pie, frente a la recepción, a un Omega que había visto dos noches atrás, mirándolo con altivez.
«¡Él!» sus puños se cerraron y apretó la quijada al reconocerlo; quería negarse, pero el rostro del hombre que había ido a hablar con él, se miraba atemorizado, seguramente su trabajo pendía de un hilo. Imaginaba lo difícil que era esa situación, al trabajar en el mismo ámbito, así que no iba a ponérselo más difícil.
—De acuerdo —dijo con rapidez, dejando la servilleta en la mesa.
Estuvo a punto de ponerse de pie, cuando la mano de David lo sujetó.
—Él no tiene por qué irse —señaló para el capitán de meseros, mirándolo con enojo y sus feromonas de anís empezaron a aparecer.
El hombre tembló; no por las feromonas que no podía percibir, sino por la mirada del cliente— señor… el joven Estrada es un cliente distinguido y…
—Quiero hablar con su gerente —dijo con voz fría.
Luis observó la situación y también distinguió las potentes feromonas de David, era notorio que estaba furioso.
—No es necesario hacer un escándalo —habló con calma—, este hombre solo hace su trabajo y…
—Lo sé, pero quiero hablar con el gerente, antes de que salgamos de este lugar —su voz sonó autoritaria.
El capitán se retiró con paso rápido, mientras el mesero que les servía, se había quedado pasmado, ya que no sabía si debía seguir sirviendo o no. La gente alrededor estaba alerta y muchos Alfas y Omegas estaban inquietos, ya que las feromonas de David eran muy fuertes.
—No hagas una tontería —señaló Luis.
—No, sólo haré lo mismo que ese sujeto —miró hacia la recepción.
Fausto miraba a la pareja con desdén, sintiéndose seguro de que se cumpliría su petición; momentos después, el gerente pasó a su lado, saludándolo efímeramente y siguió al capitán de meseros, que lo llevó a la mesa. Al acercarse, percibió de inmediato las feromonas de anís, ya que él era Alfa también.
—Buenos días —saludó, sintiendo un nudo en la garganta—, soy Heriberto Luján, el gerente, me dijeron que deseaba hablar conmigo —se presentó con seriedad.
David lo miró con indiferencia— supongo que sabe la situación —su voz seria hizo temblar al recién llegado.
—Sí, me la explicaron —asintió—, pero comprenderá que, ante una petición de un miembro de la familia Estrada, quienes son personas reconocidas en la ciudad y clientes asiduos, bueno… nos vemos con la necesidad de complacerlo —su voz terminó en un murmullo.
Luis observó al hombre; era obvio su nerviosismo también. Al verlo, imaginó a su padre, cuando tenía que condescender ante las peticiones excéntricas de los clientes; a veces eso le molestaba, pero no podía hacer nada.
‘El cliente siempre tiene la razón y más, si es uno sumamente importante, que puede hundirte si se le da su gana… La mayoría de Alfas y Omegas de la alta sociedad, son caprichosos, Luis, debemos tener cuidado con ellos.’
Eso le había dicho su padre y precisamente por eso él no quería seguir con el negocio de su familia, porque no quería estar en esa posición; entendía su lugar muy bien, por ello no quería que el gerente de ese restaurante, se viera entre la espada y la pared.
—Lo entendemos —Luis asintió—, no se preocupe, nosotros…
—No nos iremos —interrumpió David.
Luis lo miró con sorpresa.
—No nos moveremos —repitió el de lentes—, así como ese Omega es un miembro de una familia importante, yo también lo soy —especificó—. Así que si él quiere usar eso como amenaza, entonces, tendré que responder de la misma manera —señaló—, si insiste en hacer que mi pareja se retire, tendré que usar mis influencias y le aseguro que si ese sujeto puede dañar la reputación de este lugar, yo, puedo hundirlo, así que, tome una decisión sabia, pero sepa que nunca amenazo sin poder cumplir mi palabra.
El Alfa titubeó— pero señor… no sé quién es usted —dijo con nervios.
—David Labastida —se puso de pie—, hijo del Licenciado Aarón Labastida.
David casi deletreo el nombre de su padre y con ello, el gerente se sorprendió. Era obvio que el joven castaño hablaba del banquero más importante del país, así que el rostro del hombre se puso blanco y sintió que sus piernas temblaban.
—Yo… Disculpe, joven Labastida, yo no sabía que…
—No, no lo sabía, porque normalmente no me cuelgo de las influencias de mi padre, como otros —su mirada se posó en Fausto, que seguía mirando la escena desde lejos—, pero ahora no me dejó opción.
«Aarón Labastida, ¿el banquero?…» Luis no podía estar seguro de esa conclusión, pero ante la reacción del gerente, no le quedó duda y también se sintió abrumado con ese nombre. A pesar de que Labastida no era un apellido común, no había relacionado a David con un hombre tan importante en el mundo financiero.
—Me disculpo de nuevo —Heriberto inclinó el rostro—, por favor, disfruten su desayuno, es cortesía de la casa…
—No necesito esa cortesía —David ladeó el rostro—. Pagaré mi consumo como cualquier cliente y si alguien más se siente ofendido por la presencia de mi pareja, pagaré su consumo también, solo pido tranquilidad para disfrutar el desayuno.
—¡Claro! ¡Por supuesto! Como diga… —se giró y miró al mesero—. Atiende a los jóvenes y tráeles su orden de nuevo, por favor, ésta ya debe estar fría.
El mesero se retiró de inmediato, a ir a pedir de nuevo los alimentos y David se sentó una vez más; Luis titubeó, pero se mantuvo erguido en su lugar, mientras miraba de soslayo la escena en la recepción. Fausto parecía fúrico e intentó ingresar a la sección de mesas, pero el gerente lo detuvo y lo guio a la salida.
David bebió un poco de agua, que tenía cerca— ¿en qué nos quedamos? —preguntó con voz más tranquila, ya había disipado sus feromonas y volvió a la normalidad.
—Dijiste que no usabas tus feromonas en lugares públicos —Luis lo miró con reproche—, las acabas de usar.
—Dije, y cito: ‘Normalmente no lo hago en lugares públicos…’ —sonrió el de lentes—, ahora mismo, no era una situación normal y —volvió a poner un gesto serio— no iba a permitir que te dejaras humillar solo por guardar las apariencias.
—Lo que yo haga o deje de hacer, no te incumbe… —intentó incorporarse.
—¡Siéntate!
Luis sintió de golpe las feromonas de dulce de leche, un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza y su piel se erizó por completo, logrando que una sensación extraña se agolpara en su vientre. Como un autómata, siguió la orden y volvió a su lugar; pasó saliva y observó al otro con sorpresa; no sabía por qué le había obedecido.
—¿Qué…?
David levantó una ceja y sus labios se curvaron ligeramente— anoche me dijiste que te obligara —ladeó el rostro—. Estoy tomándote la palabra.
La voz, la actitud, la mirada, todo eso parecía estar envolviendo a Luis y el sabor de las feromonas del otro, trastornaba sus sentidos.
—Eso lo dije antes de… saber que eres un… mentiroso —su voz sonó débil.
—¿Mentiroso? —el de lentes se irguió en su lugar—. ¿En qué te he mentido, según tú?
Luis sintió que las feromonas de su compañero disminuían y pudo recobrar un poco la compostura.
—No me dijiste quien eras realmente —lo señaló con el índice.
—Soy David Labastida —repitió—, te lo dije claramente.
El gesto de Luis se puso serio— bien sabes a lo que me refiero, no te hagas el tonto —reprochó—. No me dijiste sobre tu familia.
—¡Ah! —David entornó los ojos—. Te refieres a lo de mi padre, ¿no es así?
—¡Obvio!
Una vez más, el mesero volvió con el desayuno e interrumpió la plática. Dejó los platillos en la mesa y se retiró de inmediato, en cuanto la pareja le dijo que no necesitaban nada más.
—Supuse que lo imaginarías —el ojigrís le restó importancia—. La mayoría de las personas, apenas digo mi apellido, de inmediato sacan conclusiones.
Luis apretó los cubiertos en las manos. Quizá debió haberlo pensado cuando el otro se presentó la noche anterior, pero estaba tan absorto en cómo lo había hecho sentir, que no pensó las cosas coherentemente.
«Tiene que ser una maldita broma…» bajó el rostro con un gesto cansado, «el único Alfa que me ha hecho sentir algo y tenía que ser un tipo de esa clase…»
—¿Hay algún problema? —el de lentes bebió algo de jugo.
—Yo… no creo que…
—¿La comida no es de tu agrado? —señaló ligeramente el plato de su compañero, ya que Luis no había tocado el omelette que le habían servido.
—La comida está bien, es solo que… —respiró profundamente—. Fue un error marcarte.
David masticó con lentitud y se limpió los labios con la servilleta, antes de hablar.
—Todo estaba bien hasta que supiste de mi familia —habló con seriedad—, ¿cuál es el problema?
La pregunta sorprendió a Luis.
¿Qué podía responder? Cualquier cosa que dijera, realmente solo serían prejuicios contra los Alfa, hombres con los que nunca tuvo un acercamiento, ni una reacción, pero detestaba su actitud; por el contrario, David había sido diferente, no solo porque sus feromonas si le habían producido una reacción y por demás decir que muy agradable, sino por su forma de ser en realidad.
—No lo sé, no creo estar preparado para algo contigo y mucho menos lo que me dijiste anoche.
—No tienes compromiso, yo tampoco —David se alzó de hombros—, me gustan tus feromonas y creo que a ti las mías, ¿qué te lo impide?
—Esa es la cuestión —Luis levantó el rostro y fijó su mirada miel en el otro—, no sé por qué reacciono a tus feromonas, si nunca antes lo hice con otras.
Esa declaración confundió al de lentes
—¡¿Qué?!
El gesto confuso y perplejo, hizo que Luis suspirara— nunca había reaccionado con las feromonas de alguien —dijo entre dientes.
—¡¿Nunca?! —David no podía concebirlo.
Era obvio que el otro era recesivo, pero aunque lo fuera, debió haber reaccionado a las feromonas de algún Alfa en su vida, pues no era un adolescente.
—¡Jamás! —dijo con seguridad—. Debido a eso, es que pude mantener mi mentira de ser Beta, con toda tranquilidad —se sinceró.
—Por eso tus padres te dejan estar en fiestas llenas de Alfas… —musitó el ojigrís, recordando lo que había dicho la chica durante la otra noche.
—Mi padre estaba seguro de que no me ocurriría nada —suspiró—, por eso no le he dicho lo que pasó —levantó la mirada—, ¿en serio crees que si mi familia supiera que reaccioné a tus feromonas, me dejarían verte a solas?
David dejó de comer, se recargó en la silla y mantuvo su mirada fija en Luis. No sabía de algún Omega que no tuviera reacción con un Alfa, ni aun siendo recesivo, pero si lo que Fabián dijo un par de noches antes, sobre la cuestión de la bioquímica y de los elementos que se mezclaban mejor, era cierto, era lógico que ese chico no hubiera tenido oportunidad de conectar con alguien.
—¿Significa que no has tenido pareja, nunca?
—He salido con chicas y chicos Beta —respondió el otro con rapidez—, pero nunca ha sido serio, ni… —dudó, no se sentía bien de decir que jamás tuvo intimidad con alguno, porque no se sentía a gusto.
—Eres puro…
David no preguntó, realmente era una afirmación para él y Luis sintió que su rostro ardía; era vergonzoso para alguien de su edad, admitir que no había tenido interacción sexual con nadie, por ello siempre mentía.
—Y, ¿lo que me dijiste anoche? —indagó con precaución.
—¿Qué…? ¿Qué cosa? —Luis levantó ligeramente la mirada.
—Lo de obligarte.
Luis dejó los cubiertos en la mesa y así como David, se recargó en la silla; sus manos se movieron nerviosas, estrujando los dedos con algo de ansiedad y mordió su labio inferior.
—Siempre he escuchado, que los Alfas obligan a los Omegas a… —no terminó la frase—. La verdad, pensaba que era algo estúpido y denigrante —hizo una mueca—, pero, al percibir tus feromonas… yo… no sé… —negó—. No pensé coherentemente y dije algo… impropio.
—¿Te gustó lo que sentiste?
Luis estuvo a punto de mentir.
—Quiero la verdad —sentenció David, ya que la respuesta sincera del otro, le diría qué hacer.
Hubo un momento de silencio y finalmente, Luis habló— sí.
David acomodó los lentes en el puente de su nariz, levantó la mano y llamó al mesero, pidiendo la cuenta; el chico atendió con rapidez, todo ante el silencio de la pareja. Cuando todo el proceso fue hecho, David se puso de pie.
—Vamos…
—¿A dónde?
El ojigris lo miró de soslayo— a cumplir tu deseo, por supuesto.
Julián pasó el dedo meñique por su oído, el ruido le incomodaba un poco; estaba de pie, al lado de Agustín, quien jugaba en una máquina de videojuegos. El lugar a donde el pelinegro había querido ir, después de su berrinche infantil, era al local de arcadias de un centro comercial. Al principio, el castaño se sorprendió, pero se dio cuenta que era algo que le gustaba al otro, así que decidió complacerlo.
—¡Sí!
Agustín soltó la palanca y dio un paso hacia atrás, había terminado el modo historia de una máquina de peleas.
—Parece que te gusta mucho esto —comentó Julián con algo de incredulidad, especialmente al ver el gesto de felicidad del otro.
—¡Por supuesto! —el pelinegro asintió—. Tenía años que no venía aquí —se alzó de hombros—. El chofer tiene prohibido traerme a estos lugares, que según el general Salazar, son ‘antros de vicio y perdición’ —hizo una voz más grave, para burlarse de quien era su padre.
Julián sonrió de lado, suponía que no era la clase de lugar a la que un Omega debía asistir.
—¿A ti no te gusta jugar? —preguntó Agustín, mirando con curiosidad a Julián.
—Estos no son la clase de juegos que practico —se alzó de hombros.
—¿Y qué practicas?
—Algo más físico —se burló el mayor, ya que todo era para defensa personal o manejo de armas.
Agustín miró la máquina de juegos y suspiró— tal vez será mejor irnos.
—No, está bien, si esto te divierte, podemos quedarnos —aseguró el otro.
—Sería mejor hacer algo que ambos disfrutemos, ¿no lo crees? —lo miró de soslayo.
Julián se cruzó de brazos, miró alrededor y en el fondo del local, encontró algo que podía servir.
—¿Sabes jugar billar? —levantó una ceja.
Agustín buscó las mesas y ladeó el rostro— nunca aprendí, aunque se ve interesante.
—Yo te enseño, ven…
Julián le ofreció la mano y aunque al principio Agustín titubeó, al final aceptó, sujetando los dedos con nervios. La pareja fue al fondo del local y Agustín esperó a que Julián fuera por lo que se ocupaba.
El mayor llegó con un par de palos de billar y colocó las bolas en la mesa, luego usó la tiza y le entregó un palo a Agustín.
—¿Sabes sostenerlo? —preguntó divertido.
—La verdad, lo único que sé de este juego, es que las bolas van en los hoyos.
Julián aguantó la risa y luego le mostró la postura adecuada— pones la mano sobre la mesa, la punta del palo de billar o taco, entre los dedos medio e índice y afianzas con el pulgar, mientras que con la otra mano, sujetas la base más gruesa, llamada maza, para empujarlo —se apartó un poco de la mesa—, debes golpear la bola blanca y si metes una bola en una tronera o agujero, debes asegurarte de meter todas las del mismo tipo, antes de la negra, ¡es fácil!
Agustín hizo un mohín, pero se acercó a la mesa, intentando hacer lo que el otro le hizo; sujetó el taco y se inclinó ligeramente, pero no podía sujetarlo bien.
—Es más difícil de lo que parece… —mencionó, ya que cuando intentaba empujarlo, se movía a otro lado.
El castaño se puso tras de su compañero, sus manos se movieron por los costados y llegaron hasta las manos que sujetaban con nervios el palo de billar. Su cuerpo se inclinó un poco, logrando que Agustín lo imitara, sintiendo la tibieza del cuerpo del mayor en su espalda.
—Tienes que tener confianza —susurró Julián cerca del oído de su pareja.
Agustín sintió que todo su cuerpo se volvía gelatina y se dejó mover por el otro, quien hizo que empujara el taco hasta golpear ligeramente la bola blanca.
—No fue tan difícil, ¿o sí? —indagó el mayor, sin apartarse.
—N… no —Agustín negó, sentía su rostro arder y su corazón palpitando acelerado.
—¿Quieres intentarlo solo? —preguntó Julián, ya que se percató del olor a vainilla, especialmente al tenerlo tan cerca.
—Tal vez… —Agustín tembló—. Necesito que me guíes un poco más —sonrió nervioso.
Julián se relamió los labios; esas palabras tan inocentes le dieron muchas ideas, pero estaban en un lugar público, así que debía controlarse.
—De acuerdo, olvidémonos de las reglas de las bolas, lo primero, es que aprendas a golpearlas…
Durante todo momento, Julián estuvo detrás de Agustín, con la excusa de enseñarle a sujetar el palo de billar, pero se aprovechaba de rozar su cuerpo y disfrutar de los escalofríos que cimbraban al menor, debido a su tacto tibio.
Agustín se dejaba guiar, disfrutando el olor a chocolate que emanaba de la piel del otro. Poco a poco empezó a perder la noción de tiempo y espacio, logrando perderse por completo en esas feromonas que llegó un punto en que lo estaban embriagando, ya que Julián, sin proponérselo, había liberado algo de sus feromonas de whisky irlandés.
El calor se presentó en el vientre de Agustín y rápidamente empezó a expandirse por su cuerpo.
—¿Te sientes bien, Guti? —preguntó Julián, al notar que el olor de vainilla con canela empezaba a aumentar de intensidad.
Agustín se aferró al saco del otro con la poca fuerza que tenía— estoy… —pasó saliva—. Creo que… —su mente no razonaba—. Mi celo…
«¡Mierda! Lo estimulé sin querer…»
Julián miró a todos lados y se dio cuenta que unos cuantos hombres observaban con curiosidad a Agustín, posiblemente eran Alfas que percibieron sus feromonas.
—Debemos irnos…
El castaño dejó los palos sobre la mesa e intentó enfilar a Agustín a la salida, pero el menor no pudo dar el paso, así que lo tuvo que sujetar para que no cayera.
—No puedo… —la mirada nublada de Agustín apenas pudo enfocar a Julián.
Julián se dio cuenta que necesitaban un supresor de inmediato, especialmente porque algunos Alfa ya se acercaban liberando sus feromonas, en una clara amenaza de querer obtener una presa.
—Debo llevarte a tu casa…
Sin dudar, el castaño levantó en brazos al menor y se dirigió a la salida. Aunque no quería hacerlo, para no estimular más a Agustín, tuvo que desplegar sus feromonas, para evitar que los Alfa que estaban cerca, intentaran acercarse o detenerlo.
Agustín percibía el olor del otro con suma claridad; le gustaba, lo deseaba y su cuerpo necesitaba que calmara ese calor que lo estaba calcinando, esa fue la razón por la cual empezó a restregarse contra el pecho de Julián, en busca de alivio.
Los guardias de seguridad del centro comercial, Beta, que se encontraba en los pasillos, parecían darse cuenta con solo ver la escena, así que sin preguntar, ni objetar, ayudaron a que Julián llegara de inmediato al estacionamiento, incluso uno lo acompañó hasta ahí.
El castaño metió a Agustín en los asientos traseros; necesitaba llevarlo a su casa, para evitar problemas.
—Tenemos supresores de emergencia, joven, ¿ocupa uno? —preguntó el guardia con nervios.
Julián se sentía mareado, posiblemente no tardaría en entrar a su celo también.
—Necesito un supresor para Omega, ¿tiene?
El guardia sacó de la pequeña mochila que llevaba, un par de jeringas selladas y se las extendió. Julián revisó y era obvio que ambos eran nuevos, así que le puso el supresor a Agustín, quien de inmediato empezó a sentirse soñoliento y cansado.
—¡¿Y usted?! —el hombre se notaba asustado.
—Si uso uno de esos supresores, me dará sueño también —dudó.
Si debía manejar y proteger a Agustín, no debía usarlo, pero tampoco podía arriesgarse a salirse de control, por su celo y aprovecharse del menor.
Se apartó unos pasos del automóvil y sujetó su celular, marcando un número que apenas unos días antes había guardado.
—“¿Qué paso?” —se escuchó del otro lado de la línea.
—¿Qué pasaría si uso un supresor de Alex? —indagó con rapidez.
—“¿Qué? ¿De qué hablas?” —Fabián no entendía a lo que se refería.
—Traigo en el auto un supresor para Alejandro, pero ocupo uno yo y no confío en un supresor normal, porque puedo quedar adormecido —explicó a grandes rasgos—. ¿Puedo usar el de Alex?
Hubo un momento de silencio—“puedes, sí…” —respondió el otro—. “Pero usa solo la mitad de la jeringa, ya que la cantidad que tú necesitas, puede ser menor a la de Alejandro, aun así, mantenla cerca, si vez que no es suficiente, te pones un cuarto más… ¿me explico?”
—¡Hecho!
—“Y mantenme informado…” —pidió Fabián, antes de que Julián le colgara.
Julián fue al asiento del copiloto y de la guantera, sacó una cajita que tenía dentro el supresor experimental; como Fabián le indicó, se puso la mitad y esperó unos minutos, sintiendo que se controlaba un poco, pero no fue suficiente, así que usó otro cuarto de medicamento.
Casi veinte minutos después, se sentía controlado y tranquilo, así que era momento de llevar a Agustín a su casa. El guardia seguía ahí, por si necesitaba ayuda.
—¿Se siente mejor, joven? —preguntó con nervios.
—Sí, mucho mejor —asintió el castaño y pasó la mano por su cabello—. Debo llevar a mi compañero a su hogar.
—¿Puede manejar o necesita quien lo haga? —se notaba que estaba en alerta, seguramente ya habían ocurrido incidentes por el celo de Alfas y Omegas en ese lugar.
—Estaré bien, no se preocupe, estoy en pleno uso de mis facultades mentales —especificó.
El hombre no parecía muy convencido, pero tuvo que aceptar lo que le dijeron— está bien, vaya con cuidado…
Julián ingresó al auto y aunque percibió el aroma de vainilla con canela, se mantuvo sereno.
—Sí que es un buen medicamento —sonrió con sarcasmo.
Posiblemente sin ese medicamento, no se hubiera podido controlar; agradecía que no hubiera cometido una estupidez, ya que no quería cometer errores con Agustín.
—Sólo espero que puedas ir a la fiesta de hoy… —dijo mirando por encima del hombro, pues no sabía si el supresor que le había dado, iba a cancelar el celo por completo.
—¡Sí!
Agustín soltó la palanca y dio un paso hacia atrás, había terminado el modo historia de una máquina de peleas.
—Parece que te gusta mucho esto —comentó Julián con algo de incredulidad, especialmente al ver el gesto de felicidad del otro.
—¡Por supuesto! —el pelinegro asintió—. Tenía años que no venía aquí —se alzó de hombros—. El chofer tiene prohibido traerme a estos lugares, que según el general Salazar, son ‘antros de vicio y perdición’ —hizo una voz más grave, para burlarse de quien era su padre.
Julián sonrió de lado, suponía que no era la clase de lugar a la que un Omega debía asistir.
—¿A ti no te gusta jugar? —preguntó Agustín, mirando con curiosidad a Julián.
—Estos no son la clase de juegos que practico —se alzó de hombros.
—¿Y qué practicas?
—Algo más físico —se burló el mayor, ya que todo era para defensa personal o manejo de armas.
Agustín miró la máquina de juegos y suspiró— tal vez será mejor irnos.
—No, está bien, si esto te divierte, podemos quedarnos —aseguró el otro.
—Sería mejor hacer algo que ambos disfrutemos, ¿no lo crees? —lo miró de soslayo.
Julián se cruzó de brazos, miró alrededor y en el fondo del local, encontró algo que podía servir.
—¿Sabes jugar billar? —levantó una ceja.
Agustín buscó las mesas y ladeó el rostro— nunca aprendí, aunque se ve interesante.
—Yo te enseño, ven…
Julián le ofreció la mano y aunque al principio Agustín titubeó, al final aceptó, sujetando los dedos con nervios. La pareja fue al fondo del local y Agustín esperó a que Julián fuera por lo que se ocupaba.
El mayor llegó con un par de palos de billar y colocó las bolas en la mesa, luego usó la tiza y le entregó un palo a Agustín.
—¿Sabes sostenerlo? —preguntó divertido.
—La verdad, lo único que sé de este juego, es que las bolas van en los hoyos.
Julián aguantó la risa y luego le mostró la postura adecuada— pones la mano sobre la mesa, la punta del palo de billar o taco, entre los dedos medio e índice y afianzas con el pulgar, mientras que con la otra mano, sujetas la base más gruesa, llamada maza, para empujarlo —se apartó un poco de la mesa—, debes golpear la bola blanca y si metes una bola en una tronera o agujero, debes asegurarte de meter todas las del mismo tipo, antes de la negra, ¡es fácil!
Agustín hizo un mohín, pero se acercó a la mesa, intentando hacer lo que el otro le hizo; sujetó el taco y se inclinó ligeramente, pero no podía sujetarlo bien.
—Es más difícil de lo que parece… —mencionó, ya que cuando intentaba empujarlo, se movía a otro lado.
El castaño se puso tras de su compañero, sus manos se movieron por los costados y llegaron hasta las manos que sujetaban con nervios el palo de billar. Su cuerpo se inclinó un poco, logrando que Agustín lo imitara, sintiendo la tibieza del cuerpo del mayor en su espalda.
—Tienes que tener confianza —susurró Julián cerca del oído de su pareja.
Agustín sintió que todo su cuerpo se volvía gelatina y se dejó mover por el otro, quien hizo que empujara el taco hasta golpear ligeramente la bola blanca.
—No fue tan difícil, ¿o sí? —indagó el mayor, sin apartarse.
—N… no —Agustín negó, sentía su rostro arder y su corazón palpitando acelerado.
—¿Quieres intentarlo solo? —preguntó Julián, ya que se percató del olor a vainilla, especialmente al tenerlo tan cerca.
—Tal vez… —Agustín tembló—. Necesito que me guíes un poco más —sonrió nervioso.
Julián se relamió los labios; esas palabras tan inocentes le dieron muchas ideas, pero estaban en un lugar público, así que debía controlarse.
—De acuerdo, olvidémonos de las reglas de las bolas, lo primero, es que aprendas a golpearlas…
Durante todo momento, Julián estuvo detrás de Agustín, con la excusa de enseñarle a sujetar el palo de billar, pero se aprovechaba de rozar su cuerpo y disfrutar de los escalofríos que cimbraban al menor, debido a su tacto tibio.
Agustín se dejaba guiar, disfrutando el olor a chocolate que emanaba de la piel del otro. Poco a poco empezó a perder la noción de tiempo y espacio, logrando perderse por completo en esas feromonas que llegó un punto en que lo estaban embriagando, ya que Julián, sin proponérselo, había liberado algo de sus feromonas de whisky irlandés.
El calor se presentó en el vientre de Agustín y rápidamente empezó a expandirse por su cuerpo.
—¿Te sientes bien, Guti? —preguntó Julián, al notar que el olor de vainilla con canela empezaba a aumentar de intensidad.
Agustín se aferró al saco del otro con la poca fuerza que tenía— estoy… —pasó saliva—. Creo que… —su mente no razonaba—. Mi celo…
«¡Mierda! Lo estimulé sin querer…»
Julián miró a todos lados y se dio cuenta que unos cuantos hombres observaban con curiosidad a Agustín, posiblemente eran Alfas que percibieron sus feromonas.
—Debemos irnos…
El castaño dejó los palos sobre la mesa e intentó enfilar a Agustín a la salida, pero el menor no pudo dar el paso, así que lo tuvo que sujetar para que no cayera.
—No puedo… —la mirada nublada de Agustín apenas pudo enfocar a Julián.
Julián se dio cuenta que necesitaban un supresor de inmediato, especialmente porque algunos Alfa ya se acercaban liberando sus feromonas, en una clara amenaza de querer obtener una presa.
—Debo llevarte a tu casa…
Sin dudar, el castaño levantó en brazos al menor y se dirigió a la salida. Aunque no quería hacerlo, para no estimular más a Agustín, tuvo que desplegar sus feromonas, para evitar que los Alfa que estaban cerca, intentaran acercarse o detenerlo.
Agustín percibía el olor del otro con suma claridad; le gustaba, lo deseaba y su cuerpo necesitaba que calmara ese calor que lo estaba calcinando, esa fue la razón por la cual empezó a restregarse contra el pecho de Julián, en busca de alivio.
Los guardias de seguridad del centro comercial, Beta, que se encontraba en los pasillos, parecían darse cuenta con solo ver la escena, así que sin preguntar, ni objetar, ayudaron a que Julián llegara de inmediato al estacionamiento, incluso uno lo acompañó hasta ahí.
El castaño metió a Agustín en los asientos traseros; necesitaba llevarlo a su casa, para evitar problemas.
—Tenemos supresores de emergencia, joven, ¿ocupa uno? —preguntó el guardia con nervios.
Julián se sentía mareado, posiblemente no tardaría en entrar a su celo también.
—Necesito un supresor para Omega, ¿tiene?
El guardia sacó de la pequeña mochila que llevaba, un par de jeringas selladas y se las extendió. Julián revisó y era obvio que ambos eran nuevos, así que le puso el supresor a Agustín, quien de inmediato empezó a sentirse soñoliento y cansado.
—¡¿Y usted?! —el hombre se notaba asustado.
—Si uso uno de esos supresores, me dará sueño también —dudó.
Si debía manejar y proteger a Agustín, no debía usarlo, pero tampoco podía arriesgarse a salirse de control, por su celo y aprovecharse del menor.
Se apartó unos pasos del automóvil y sujetó su celular, marcando un número que apenas unos días antes había guardado.
—“¿Qué paso?” —se escuchó del otro lado de la línea.
—¿Qué pasaría si uso un supresor de Alex? —indagó con rapidez.
—“¿Qué? ¿De qué hablas?” —Fabián no entendía a lo que se refería.
—Traigo en el auto un supresor para Alejandro, pero ocupo uno yo y no confío en un supresor normal, porque puedo quedar adormecido —explicó a grandes rasgos—. ¿Puedo usar el de Alex?
Hubo un momento de silencio—“puedes, sí…” —respondió el otro—. “Pero usa solo la mitad de la jeringa, ya que la cantidad que tú necesitas, puede ser menor a la de Alejandro, aun así, mantenla cerca, si vez que no es suficiente, te pones un cuarto más… ¿me explico?”
—¡Hecho!
—“Y mantenme informado…” —pidió Fabián, antes de que Julián le colgara.
Julián fue al asiento del copiloto y de la guantera, sacó una cajita que tenía dentro el supresor experimental; como Fabián le indicó, se puso la mitad y esperó unos minutos, sintiendo que se controlaba un poco, pero no fue suficiente, así que usó otro cuarto de medicamento.
Casi veinte minutos después, se sentía controlado y tranquilo, así que era momento de llevar a Agustín a su casa. El guardia seguía ahí, por si necesitaba ayuda.
—¿Se siente mejor, joven? —preguntó con nervios.
—Sí, mucho mejor —asintió el castaño y pasó la mano por su cabello—. Debo llevar a mi compañero a su hogar.
—¿Puede manejar o necesita quien lo haga? —se notaba que estaba en alerta, seguramente ya habían ocurrido incidentes por el celo de Alfas y Omegas en ese lugar.
—Estaré bien, no se preocupe, estoy en pleno uso de mis facultades mentales —especificó.
El hombre no parecía muy convencido, pero tuvo que aceptar lo que le dijeron— está bien, vaya con cuidado…
Julián ingresó al auto y aunque percibió el aroma de vainilla con canela, se mantuvo sereno.
—Sí que es un buen medicamento —sonrió con sarcasmo.
Posiblemente sin ese medicamento, no se hubiera podido controlar; agradecía que no hubiera cometido una estupidez, ya que no quería cometer errores con Agustín.
—Sólo espero que puedas ir a la fiesta de hoy… —dijo mirando por encima del hombro, pues no sabía si el supresor que le había dado, iba a cancelar el celo por completo.
David estaba hablando por teléfono, en el balcón de uno de los pisos más altos, de un hotel prestigioso.
—Ese es el archivo terminado, Alex —señaló con poco interés, mientras se llevaba una paleta de caramelo a la boca—, el otro está a medias, lo termino hoy, regresando de la fiesta.
—“¿Seguro que lo terminarás para mañana?” —la voz escéptica del rubio se escuchó del otro lado del auricular.
David se relamió los labios y sonrió— amigo mío, ¿cuándo te he fallado? —preguntó divertido.
—“Nunca.”
—Así es, nunca —enfatizó la palabra—. Y esta no será la primera vez, créeme —se burló.
—“De acuerdo, avanzaré en otra cosa… ¿a qué hora vuelves?”
—No sé —negó y jugueteó con la paleta en su boca—, trataré de volver antes de las cuatro a la mansión Esquivel, para alistarme e ir a la reunión de hoy.
—“De acuerdo, nos vemos…”
—Na razie…
Después de eso, colgó, metió la paleta en su boca y entró a la habitación, cerrando la puerta corrediza tras él.
—Mi amigo está un poco preocupado —comentó con poco interés, sujetando el dulce en su mano, dejando el celular en un buró y volviendo a la silla que había ocupado antes de la llamada—. Pero aún tenemos tiempo… ¿en qué nos quedamos? —preguntó con media sonrisa.
Luis estaba recostado en el sofá, tenía las manos atadas en su espalda con la corbata de David; no podía hablar porque el de lentes lo había amordazado con una funda de almohada y sus piernas estaban flexionadas, atadas con los cintos de ambos. Estaba completamente desnudo y su mirada tenía un tinte de molestia, pero aun así, su sexo estaba erguido.
—¿Sigues molesto? —el de lentes ladeó el rostro—. No comprendo por qué, dijiste que te obligara —movió la mano, llevando la paleta húmeda con su saliva, hasta el glande del otro, pasándola por ahí, estimulando con lentitud—, yo solo estoy cumpliendo con tu petición…
Luis se estremeció al sentir ese dulce en una parte sensible de su cuerpo; cerró los ojos y empezó a intentar hablar, murmurando palabras ahogadas en la tela.
—¿Quieres decir algo? —David movió la mano con destreza y liberó la boca de Luis—. Adelante, dilo…
—¡Eres un imbécil! —gritó con furia—. ¡No me refería a esto!
—¿Ah, no? —David levantó una ceja—. Bueno, si no te gusta esto que te hago, puedes detenerlo, sólo di la palabra correcta y me detengo.
Luis mordió su labio inferior. Estuvo a punto de decir lo que el otro le pedía que dijera, pero algo en su interior lo detuvo.
Desde el momento que cruzaron la puerta, cuando las feromonas de David lo sometieron con rapidez y le dijo que solo se detendría si decía esa palabra, su cerebro le decía que la gritara, pero su orgullo no se lo permitió. Dijo que podía soportar cualquier cosa y aunque quisiera negarlo, su cuerpo lo estaba disfrutando.
—¡Suéltame! —dijo al fin, intentando sonar seguro.
David sonrió— esa no es la forma de pedirlo, Kochanie…
La mano derecha del ojigris se movió y palpó la abertura expuesta del otro.
—¡No toques ahí! —Luis negó.
—Es cierto, eres virgen, así que no hay lubricación —suspiró—, pero no te preocupes, por algo compré esto…
Sujetó la paleta con la que había estado jugando y acercó el caramelo a la entrada.
—¡Qué piensas hacer? —el miedo invadió al otro.
—Ambos sabemos lo que pienso hacer —David ladeó el rostro—. Ahora, puedes detenerlo o seguiré adelante… ¿qué dices?
Luis tembló; sus labios se movieron para decir algo, pero ningún sonido salió de su boca.
David sabía que Luis deseaba experimentar todo lo que él podía hacerle, lo supo desde que llegaron a esa habitación, cuando lo besó, desnudó y ató, sin que el otro pusiera un ápice de resistencia, pero esperaba que lo detuviera, porque de lo contrario, él no podría frenarse si entraba en celo.
—Sin respuesta, entonces…
La mano del ojigrís se movió, presionando el caramelo en el pequeño ojete, metiendo con lentitud el caramelo húmedo. Luis quiso cerrar las piernas, pero no pudo hacerlo, porque el otro lo impidió; un gemido escapó de su garganta cuando sintió ese dulce en su interior y jadeó.
—No fue tan difícil, ¿o sí? —se burló.
—Cá… lla… te…
—Está bien, está bien, ya no diré nada…
Sin dudar, empezó a mover en círculos el caramelo y Luis sintió que su cuerpo se tensaba ante la sensación en su interior; era un objeto extraño y jamás había pasado por algo así, por lo que era una sensación nueva e inimaginable, pero deliciosa a su parecer. Su cuerpo reaccionó sin proponérselo y sus feromonas se intensificaron, llenando el ambiente de un intenso olor a maple.
El de lentes se relamió los labios al percibir ese olor tan dulce; era claro que ese Omega se ofrecía a él, para que lo tomara sin preámbulo.
—¿Cómo se siente? —David se inclinó y pasó la lengua por la piel del cuello de Luis, disfrutando el sabor a Maple, que exudaba cada poro de su piel.
Luis no respondió, sus gemidos empezaron a intensificarse.
—Te gusta, ¿no es así?
David bajó por el torso y mordió con saña uno de los delicados pezones que estaban erectos; el otro gimió, pero hizo su cabeza hacia atrás, exponiendo más su pecho, algo que satisfizo el deseo de su compañero, quien se entretuvo un poco, hasta que notó algo más interesante.
—Parece que tu compañero necesita algo de atención… —se relamió los labios y bajó hasta el sexo de Luis, lamiendo la punta, disfrutando el sabor a maple, mezclado con el caramelo que lo había estimulado antes.
—Bas… ta… —Luis se mordió el labio.
David le dio un par de lamidas al pene y luego se apartó— ¿me detengo? —se burló—. Si en verdad quieres que me detenga, solo di la palabra correcta y sabes bien que esa no es…
El de lentes volvió a su trabajo, succionando con más ahínco el miembro del otro y Luis sintió que perdía la cordura, especialmente por la boca tibia y el movimiento circular del caramelo en su interior.
—David… David… Ya no… puedo —sus ojos se humedecieron.
El ojigris se apartó y sonrió burlón— es muy pronto… —se inclinó y lamió los labios de su presa—. Y dije que te mostraría lo interesante que es el cuerpo de un Omega, para que no te sintieras mal de admitir que lo eres, así que, es mejor empezar…
Con un movimiento rápido, apartó la paleta y con su dedo medio palpó el ojete que había dilatado con el caramelo; su dedo se movió con lentitud y entró poco a poco. Los ojos miel se abrieron con sorpresa al sentir el dígito intruso y el cómo llegaba aún más profundo que el caramelo.
—Esto —la yema del dedo presionó un lugar abultado—, es la cérvix de un Omega —mordió la base del cuello con algo de saña—. El lugar más sensible de su cuerpo…
Un roce más y Luis no pudo evitar tener un orgasmo, liberando su semen con fuerza, manchando la camisa de David y su propio torso.
—Y parece que ya lo has notado…
El de lentes se movió y subió al rostro de Luis, lamiendo las lágrimas que habían caído por sus mejillas, recogiendo la saliva que había resbalado por la comisura de sus labios y disfrutando el olor a Maple.
—Si eso se consigue solo con un dedo… imagina lo que sentirás, cuando te haga mío —sentenció y se apoderó de los labios con rapidez, introduciendo la lengua, hurgando en el interior de la boca del otro, mientras apartaba la mano que había hecho la ‘travesura’ y liberaba su miembro.
Luis no pudo reaccionar, estaba completamente perdido en todas esas sensaciones que jamás había experimentado y nunca creyó que pudiera sentir. No fue hasta que con un movimiento rápido, David lo dejó contra el sillón, que su cerebro alcanzó a reaccionar.
—¿Qué…? ¿Qué haces? —preguntó nervioso, al sentir algo duro y caliente entre sus nalgas.
—Ultima oportunidad, Kochanie —una mano de David se afianzó a la cadera de Luis y la otra lo sujetó con fuerza del cabello—. Di la palabra o no habrá poder humano que me detenga después de que te penetre —amenazó.
Luis lo miró con terror por encima del hombro— ¿Qué… quieres… decir?
—Te tomaré, te marcaré y anudaré en tu interior, para preñarte —sus pupilas se alargaron y liberó sus feromonas, inundando el lugar con el olor a dulce de leche con anís—. No pienso dejarte ir después de esto, así que, di la palabra o atente a las consecuencias…
El miedo en Luis se disipó de inmediato y la lujuria lo invadió; sus ojos se nublaron y sonrió burlón.
—Acepto el reto… —sacó la lengua, relamiendo sus labios.
David sonrió y sus colmillos empezaron a crecer— así me gusta…
—Ese es el archivo terminado, Alex —señaló con poco interés, mientras se llevaba una paleta de caramelo a la boca—, el otro está a medias, lo termino hoy, regresando de la fiesta.
—“¿Seguro que lo terminarás para mañana?” —la voz escéptica del rubio se escuchó del otro lado del auricular.
David se relamió los labios y sonrió— amigo mío, ¿cuándo te he fallado? —preguntó divertido.
—“Nunca.”
—Así es, nunca —enfatizó la palabra—. Y esta no será la primera vez, créeme —se burló.
—“De acuerdo, avanzaré en otra cosa… ¿a qué hora vuelves?”
—No sé —negó y jugueteó con la paleta en su boca—, trataré de volver antes de las cuatro a la mansión Esquivel, para alistarme e ir a la reunión de hoy.
—“De acuerdo, nos vemos…”
—Na razie…
Después de eso, colgó, metió la paleta en su boca y entró a la habitación, cerrando la puerta corrediza tras él.
—Mi amigo está un poco preocupado —comentó con poco interés, sujetando el dulce en su mano, dejando el celular en un buró y volviendo a la silla que había ocupado antes de la llamada—. Pero aún tenemos tiempo… ¿en qué nos quedamos? —preguntó con media sonrisa.
Luis estaba recostado en el sofá, tenía las manos atadas en su espalda con la corbata de David; no podía hablar porque el de lentes lo había amordazado con una funda de almohada y sus piernas estaban flexionadas, atadas con los cintos de ambos. Estaba completamente desnudo y su mirada tenía un tinte de molestia, pero aun así, su sexo estaba erguido.
—¿Sigues molesto? —el de lentes ladeó el rostro—. No comprendo por qué, dijiste que te obligara —movió la mano, llevando la paleta húmeda con su saliva, hasta el glande del otro, pasándola por ahí, estimulando con lentitud—, yo solo estoy cumpliendo con tu petición…
Luis se estremeció al sentir ese dulce en una parte sensible de su cuerpo; cerró los ojos y empezó a intentar hablar, murmurando palabras ahogadas en la tela.
—¿Quieres decir algo? —David movió la mano con destreza y liberó la boca de Luis—. Adelante, dilo…
—¡Eres un imbécil! —gritó con furia—. ¡No me refería a esto!
—¿Ah, no? —David levantó una ceja—. Bueno, si no te gusta esto que te hago, puedes detenerlo, sólo di la palabra correcta y me detengo.
Luis mordió su labio inferior. Estuvo a punto de decir lo que el otro le pedía que dijera, pero algo en su interior lo detuvo.
Desde el momento que cruzaron la puerta, cuando las feromonas de David lo sometieron con rapidez y le dijo que solo se detendría si decía esa palabra, su cerebro le decía que la gritara, pero su orgullo no se lo permitió. Dijo que podía soportar cualquier cosa y aunque quisiera negarlo, su cuerpo lo estaba disfrutando.
—¡Suéltame! —dijo al fin, intentando sonar seguro.
David sonrió— esa no es la forma de pedirlo, Kochanie…
La mano derecha del ojigris se movió y palpó la abertura expuesta del otro.
—¡No toques ahí! —Luis negó.
—Es cierto, eres virgen, así que no hay lubricación —suspiró—, pero no te preocupes, por algo compré esto…
Sujetó la paleta con la que había estado jugando y acercó el caramelo a la entrada.
—¡Qué piensas hacer? —el miedo invadió al otro.
—Ambos sabemos lo que pienso hacer —David ladeó el rostro—. Ahora, puedes detenerlo o seguiré adelante… ¿qué dices?
Luis tembló; sus labios se movieron para decir algo, pero ningún sonido salió de su boca.
David sabía que Luis deseaba experimentar todo lo que él podía hacerle, lo supo desde que llegaron a esa habitación, cuando lo besó, desnudó y ató, sin que el otro pusiera un ápice de resistencia, pero esperaba que lo detuviera, porque de lo contrario, él no podría frenarse si entraba en celo.
—Sin respuesta, entonces…
La mano del ojigrís se movió, presionando el caramelo en el pequeño ojete, metiendo con lentitud el caramelo húmedo. Luis quiso cerrar las piernas, pero no pudo hacerlo, porque el otro lo impidió; un gemido escapó de su garganta cuando sintió ese dulce en su interior y jadeó.
—No fue tan difícil, ¿o sí? —se burló.
—Cá… lla… te…
—Está bien, está bien, ya no diré nada…
Sin dudar, empezó a mover en círculos el caramelo y Luis sintió que su cuerpo se tensaba ante la sensación en su interior; era un objeto extraño y jamás había pasado por algo así, por lo que era una sensación nueva e inimaginable, pero deliciosa a su parecer. Su cuerpo reaccionó sin proponérselo y sus feromonas se intensificaron, llenando el ambiente de un intenso olor a maple.
El de lentes se relamió los labios al percibir ese olor tan dulce; era claro que ese Omega se ofrecía a él, para que lo tomara sin preámbulo.
—¿Cómo se siente? —David se inclinó y pasó la lengua por la piel del cuello de Luis, disfrutando el sabor a Maple, que exudaba cada poro de su piel.
Luis no respondió, sus gemidos empezaron a intensificarse.
—Te gusta, ¿no es así?
David bajó por el torso y mordió con saña uno de los delicados pezones que estaban erectos; el otro gimió, pero hizo su cabeza hacia atrás, exponiendo más su pecho, algo que satisfizo el deseo de su compañero, quien se entretuvo un poco, hasta que notó algo más interesante.
—Parece que tu compañero necesita algo de atención… —se relamió los labios y bajó hasta el sexo de Luis, lamiendo la punta, disfrutando el sabor a maple, mezclado con el caramelo que lo había estimulado antes.
—Bas… ta… —Luis se mordió el labio.
David le dio un par de lamidas al pene y luego se apartó— ¿me detengo? —se burló—. Si en verdad quieres que me detenga, solo di la palabra correcta y sabes bien que esa no es…
El de lentes volvió a su trabajo, succionando con más ahínco el miembro del otro y Luis sintió que perdía la cordura, especialmente por la boca tibia y el movimiento circular del caramelo en su interior.
—David… David… Ya no… puedo —sus ojos se humedecieron.
El ojigris se apartó y sonrió burlón— es muy pronto… —se inclinó y lamió los labios de su presa—. Y dije que te mostraría lo interesante que es el cuerpo de un Omega, para que no te sintieras mal de admitir que lo eres, así que, es mejor empezar…
Con un movimiento rápido, apartó la paleta y con su dedo medio palpó el ojete que había dilatado con el caramelo; su dedo se movió con lentitud y entró poco a poco. Los ojos miel se abrieron con sorpresa al sentir el dígito intruso y el cómo llegaba aún más profundo que el caramelo.
—Esto —la yema del dedo presionó un lugar abultado—, es la cérvix de un Omega —mordió la base del cuello con algo de saña—. El lugar más sensible de su cuerpo…
Un roce más y Luis no pudo evitar tener un orgasmo, liberando su semen con fuerza, manchando la camisa de David y su propio torso.
—Y parece que ya lo has notado…
El de lentes se movió y subió al rostro de Luis, lamiendo las lágrimas que habían caído por sus mejillas, recogiendo la saliva que había resbalado por la comisura de sus labios y disfrutando el olor a Maple.
—Si eso se consigue solo con un dedo… imagina lo que sentirás, cuando te haga mío —sentenció y se apoderó de los labios con rapidez, introduciendo la lengua, hurgando en el interior de la boca del otro, mientras apartaba la mano que había hecho la ‘travesura’ y liberaba su miembro.
Luis no pudo reaccionar, estaba completamente perdido en todas esas sensaciones que jamás había experimentado y nunca creyó que pudiera sentir. No fue hasta que con un movimiento rápido, David lo dejó contra el sillón, que su cerebro alcanzó a reaccionar.
—¿Qué…? ¿Qué haces? —preguntó nervioso, al sentir algo duro y caliente entre sus nalgas.
—Ultima oportunidad, Kochanie —una mano de David se afianzó a la cadera de Luis y la otra lo sujetó con fuerza del cabello—. Di la palabra o no habrá poder humano que me detenga después de que te penetre —amenazó.
Luis lo miró con terror por encima del hombro— ¿Qué… quieres… decir?
—Te tomaré, te marcaré y anudaré en tu interior, para preñarte —sus pupilas se alargaron y liberó sus feromonas, inundando el lugar con el olor a dulce de leche con anís—. No pienso dejarte ir después de esto, así que, di la palabra o atente a las consecuencias…
El miedo en Luis se disipó de inmediato y la lujuria lo invadió; sus ojos se nublaron y sonrió burlón.
—Acepto el reto… —sacó la lengua, relamiendo sus labios.
David sonrió y sus colmillos empezaron a crecer— así me gusta…
Glosario
-Dóbraye útra: en ruso Доброе утро, significa “buenos días”.
-Priviet: en ruso Привет, significa “hola”
-Yolki-palki: en ruso Ёлки-палки, traducido literalmente significa “palos de árbol”, pero se usa comúnmente como una forma eufemística de una palabra altisonante, una forma de expresar sorpresa o enfado, casi como un ‘¡Ay, por favor!’ o un ‘¡Ay, joder!’, no sé si esté bien, pero para un mexicano, sería casi como un ‘¡no mames!’.
-Na razie: es una despedida y significa literalmente “nos vemos”
-Kochanie: literalmente, en polaco significa bebé, pero es una forma de decir “querido” o “cariño”, es una palabra cariñosa.
-Dóbraye útra: en ruso Доброе утро, significa “buenos días”.
-Priviet: en ruso Привет, significa “hola”
-Yolki-palki: en ruso Ёлки-палки, traducido literalmente significa “palos de árbol”, pero se usa comúnmente como una forma eufemística de una palabra altisonante, una forma de expresar sorpresa o enfado, casi como un ‘¡Ay, por favor!’ o un ‘¡Ay, joder!’, no sé si esté bien, pero para un mexicano, sería casi como un ‘¡no mames!’.
-Na razie: es una despedida y significa literalmente “nos vemos”
-Kochanie: literalmente, en polaco significa bebé, pero es una forma de decir “querido” o “cariño”, es una palabra cariñosa.
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