Capítulo IX
Erick iba en el asiento de atrás del automóvil, respirando agitado; sentía su cuerpo arder, su cabeza punzaba y su mente no razonaba. Sus manos estrujaban la ropa que portaba; sentía que las telas lo asfixiaban. Su cuerpo estaba cediendo completamente a su deseo; necesitaba quitarse la ropa y buscar la manera de satisfacer esa lujuria que estaba desbordándose; lo único que podía hacer en ese momento, era lamer la mano que tenía impregnado el olor del sujeto rubio, al que acababa de ver momentos antes.
—Yo… yo… —un gemido se escuchó y se abrazó a sí mismo con fuerza.
Agustín manejaba con rapidez, agradeciendo que la casa dónde Erick pasaba su celo, estaba hacia ese mismo lado de la ciudad, solo que a la salida de la misma
—Tranquilo, no está tan lejos… Espero que haya supresores ahí —dijo con nervios.
No era la primera vez que estaba cerca de Erick cuando iniciaba su celo, pero si era la primera vez que incluso a él lo estaba sofocando.
«Este no es su olor…» pensó, al percibir un olor distinto al que normalmente llegaba oler del otro, en esas situaciones.
Varios minutos después, que a Agustín le parecieron una eternidad, llegaron a un terreno cerca de la montaña. El vehículo se detuvo en la reja que obstruía el paso, no había nadie en la caseta de vigilancia.
—¡Maldita sea! —gritó Agustín y bajó rápidamente del automóvil.
El pelinegro corrió hasta la puerta y tocó el timbre del comunicador varias veces, pero no hubo respuesta.
—¡¿De verdad está solo?! —pasó la mano por su cabello y luego dirigió los pasos a la caseta.
—Guti, ¿qué ocurre? —Julián llegó tras él, pero no podía acercarse al auto dónde estaba Erick, así que alcanzó al otro en su búsqueda.
—¡No hay nadie! —respondió—. No es temporada de celo de mi hermano, ¡por eso el lugar está solo! —gruñó y llegó hasta la puerta de la caseta que daba al exterior.
Agustín intentó abrir una pequeña caja que parecía un buzón, pero no pudo.
—¡No traigo las llaves! —dijo con desespero.
Julián lo sujetó y lo abrazó, liberando sus feromonas; el olor a chocolate envolvió a Agustín y el menor respiró profundamente.
—Cálmate —pidió el castaño—. Necesito que me digas, qué quieres hacer, para poder ayudarte…
Agustín asintió y respiró profundamente, llenándose del perfume del otro— debo abrir la puerta —indicó—, tras esa caja, hay una cerradura digital, de seis dígitos, que sirve para abrir la caseta —señaló el objeto que no pudo abrir—. Tengo que entrar a la caseta, poner el otro código para abrir la reja y llevar a Erick, no solo a la casa, sino a su habitación —explicó con voz débil—. Debe haber supresores ahí…
—¿Es todo?
—Sí —asintió el pelinegro—, pero sin la llave, no puedo…
Julián se apartó de Agustín, se acercó a la caja que el otro intentó abrir y le dio un par de patadas, logrando que el seguro cediera de inmediato.
—Listo —curvó los labios en una ligera sonrisa.
Agustín se sorprendió pero sonrió aliviado— ¡gracias!
El pelinegro se acercó y presionó los números, sin darse cuenta que Julián lo observaba con detenimiento, memorizando la clave. La puerta de la caseta se abrió y Agustín entró, seguido del otro; en un panel que había ahí, colocó otro código de seguridad, se escuchó un ruido, restaurando la electricidad y después de mover una pequeña palanca, la reja de la calle se abriera con lentitud, finalmente, el menor presionó un botón.
—¿Para qué es eso? —indagó Julián.
—Son las cámaras de seguridad, debemos dejarlas encendidas para cuidar de mi hermano, especialmente si no hay guardias…
Julián asintió y siguió a Agustín, quien regresó hacia el automóvil.
—Lo siento, pero no puedes entrar —dijo para su acompañante.
—De acuerdo, te espero aquí, pero… ¿seguro puedes con él? ¿No está cerrada la puerta?
—Siempre hay una copia de la llave, bajo el macetero de la puerta —señaló el menor—, la usamos normalmente Joseph o yo, cuando venimos a ver a Erick durante su celo.
—Me alegra que tengas todo bajo control —el castaño levantó una ceja—. Anda, ve, te espero…
Agustín asintió y se introdujo en el vehículo, yendo hacia el interior de la propiedad; Julián se quedó en la entrada, observando, no solo lo que Agustín hacía a la distancia, sino apreciando la seguridad, las cámaras que había en la zona y verificando cual era la mejor manera de acercarse después; sacó su celular y anotó los números de las claves de seguridad, para que no se le olvidaran, ya que seguramente los necesitaría más tarde.
—Yo… yo… —un gemido se escuchó y se abrazó a sí mismo con fuerza.
Agustín manejaba con rapidez, agradeciendo que la casa dónde Erick pasaba su celo, estaba hacia ese mismo lado de la ciudad, solo que a la salida de la misma
—Tranquilo, no está tan lejos… Espero que haya supresores ahí —dijo con nervios.
No era la primera vez que estaba cerca de Erick cuando iniciaba su celo, pero si era la primera vez que incluso a él lo estaba sofocando.
«Este no es su olor…» pensó, al percibir un olor distinto al que normalmente llegaba oler del otro, en esas situaciones.
Varios minutos después, que a Agustín le parecieron una eternidad, llegaron a un terreno cerca de la montaña. El vehículo se detuvo en la reja que obstruía el paso, no había nadie en la caseta de vigilancia.
—¡Maldita sea! —gritó Agustín y bajó rápidamente del automóvil.
El pelinegro corrió hasta la puerta y tocó el timbre del comunicador varias veces, pero no hubo respuesta.
—¡¿De verdad está solo?! —pasó la mano por su cabello y luego dirigió los pasos a la caseta.
—Guti, ¿qué ocurre? —Julián llegó tras él, pero no podía acercarse al auto dónde estaba Erick, así que alcanzó al otro en su búsqueda.
—¡No hay nadie! —respondió—. No es temporada de celo de mi hermano, ¡por eso el lugar está solo! —gruñó y llegó hasta la puerta de la caseta que daba al exterior.
Agustín intentó abrir una pequeña caja que parecía un buzón, pero no pudo.
—¡No traigo las llaves! —dijo con desespero.
Julián lo sujetó y lo abrazó, liberando sus feromonas; el olor a chocolate envolvió a Agustín y el menor respiró profundamente.
—Cálmate —pidió el castaño—. Necesito que me digas, qué quieres hacer, para poder ayudarte…
Agustín asintió y respiró profundamente, llenándose del perfume del otro— debo abrir la puerta —indicó—, tras esa caja, hay una cerradura digital, de seis dígitos, que sirve para abrir la caseta —señaló el objeto que no pudo abrir—. Tengo que entrar a la caseta, poner el otro código para abrir la reja y llevar a Erick, no solo a la casa, sino a su habitación —explicó con voz débil—. Debe haber supresores ahí…
—¿Es todo?
—Sí —asintió el pelinegro—, pero sin la llave, no puedo…
Julián se apartó de Agustín, se acercó a la caja que el otro intentó abrir y le dio un par de patadas, logrando que el seguro cediera de inmediato.
—Listo —curvó los labios en una ligera sonrisa.
Agustín se sorprendió pero sonrió aliviado— ¡gracias!
El pelinegro se acercó y presionó los números, sin darse cuenta que Julián lo observaba con detenimiento, memorizando la clave. La puerta de la caseta se abrió y Agustín entró, seguido del otro; en un panel que había ahí, colocó otro código de seguridad, se escuchó un ruido, restaurando la electricidad y después de mover una pequeña palanca, la reja de la calle se abriera con lentitud, finalmente, el menor presionó un botón.
—¿Para qué es eso? —indagó Julián.
—Son las cámaras de seguridad, debemos dejarlas encendidas para cuidar de mi hermano, especialmente si no hay guardias…
Julián asintió y siguió a Agustín, quien regresó hacia el automóvil.
—Lo siento, pero no puedes entrar —dijo para su acompañante.
—De acuerdo, te espero aquí, pero… ¿seguro puedes con él? ¿No está cerrada la puerta?
—Siempre hay una copia de la llave, bajo el macetero de la puerta —señaló el menor—, la usamos normalmente Joseph o yo, cuando venimos a ver a Erick durante su celo.
—Me alegra que tengas todo bajo control —el castaño levantó una ceja—. Anda, ve, te espero…
Agustín asintió y se introdujo en el vehículo, yendo hacia el interior de la propiedad; Julián se quedó en la entrada, observando, no solo lo que Agustín hacía a la distancia, sino apreciando la seguridad, las cámaras que había en la zona y verificando cual era la mejor manera de acercarse después; sacó su celular y anotó los números de las claves de seguridad, para que no se le olvidaran, ya que seguramente los necesitaría más tarde.
Agustín llegó frente a la casa, corrió hacia la puerta, buscó la llave bajo la maceta y abrió la puerta principal; antes de ir por Erick, subió las escaleras y fue a la habitación principal, directamente al botiquín del baño, encontrando una pequeña cajita de supresores. Revisó la fecha de caducidad y respiró aliviado al ver que aun podían usarse.
Salió con ellos en la mano y volvió al automóvil, donde tuvo que aguantar la respiración para poder acercarse a Erick e inyectarle el supresor en el cuello. Después de eso, se apartó, dando unos pasos lejos del vehículo.
—Es la primera vez que me afecta… —musitó respirando agitado y mirando de reojo a su hermano—. Pero necesito dejarlo en su habitación…
Agustín respiró profundamente y aguantó la respiración, decidido a mover a Erick lo más rápido que podía.
—Erick… —llamó al acercarse al ojiazul—. Voy a llevarte a la casa…
El supresor había actuado rápidamente, por lo que Erick ya no estaba tan ansioso, pero sentía su cuerpo pesado, así que no podía reaccionar, aunque escuchaba a lo lejos la voz de su hermano.
Con dificultad, el menor ayudó al ojiazul a salir.
En cualquier otra situación, a Agustín no le había supuesto ninguna dificultad, ya que Erick no pesaba nada, igual que la mayoría de los Omega y él, al ser dominante, podía cargarlo sin problema, pero en ese momento, también se sentía cansado, especialmente porque al aspirar las feromonas del mayor, sus fosas nasales ardían.
A pesar de que sentía que en cualquier momento sus piernas dejarían de responderle, Agustín logró su cometido, llevando a Erick hasta la habitación principal y dejándolo recostado en la cama. Su primera opción había sido quitarle la ropa para dejarlo cómodo, pero sentía que desfallecería, así que solo pudo descalzarlo, antes de apartarse.
—Lo siento —se disculpó—, pero esta vez, no puedo ayudarte más Erick… —pasó saliva—. Le avisaré a Joseph para que venga a verte a primera hora de la mañana…
Después de eso, Agustín apagó las luces principales y salió de la recamara, dejando solo una pequeña lámpara de buró, encendida. Bajó con paso lento las escaleras y al salir de la casa, aspiró el aire fresco de la noche, antes de dejar las llaves de la casa, bajo la maceta. Esperó un momento más y se acercó al automóvil, en busca de su celular; cuando entró al vehículo, se dio cuenta que el aroma del interior estaba impregnado con las feromonas de Erick, así que se apresuró a salir de ahí y tosió.
—Aunque quisiera, no puedo usarlo para volver… —talló su nariz con la mano y encaminó sus pasos a la salida.
En la entrada, Julián lo esperaba y se apresuró a alcanzarlo, cuando lo vio caminar tan erráticamente.
—¡¿Estás bien?! —preguntó el mayor, sujetándolo por la cintura.
—Sí —sonrió Agustín con debilidad—. Sólo… estoy cansado, es todo…
—Te llevaré a tu casa, ¿puedes darme tu dirección?
El pelinegro asintió, pero aunque intentó dar el paso, no pudo, por lo que Julián lo levantó en brazos y fue hasta el automóvil, dónde el chofer lo esperaba.
—Espera… —dijo el pelinegro, cuando lo dejó en el asiento trasero—. La puerta… —señaló débilmente.
—Yo la cierro…
—Se cierra desde la caseta —suspiró el menor—. El código es… el código es… —no podía recordar los números.
—No te preocupes… —el mayor acarició los mechones negros con delicadeza—. Yo me encargo, descansa un momento.
Julián fue a la caseta, abrió la puerta e introdujo el código que había anotado; la puerta se cerró y él sonrió.
—Bien, esto no será problema cuando vuelva, pero… —presionó el botón de las cámaras de seguridad, ya que no quería que estuvieran encendidas cuando Alejandro llegara a buscar a su Omega.
Salió de ahí y cerró la caseta, colocando el código de seguridad exterior y luego volvió al vehículo.
—Guti —llamó cuando se sentó a su lado—, ¿estás bien?
—Debo… avisarle a Joseph… —musitó el menor—. Pero estoy… cansado…
—Necesito tu dirección, para llevarte a casa —insistió Julián.
—Mi… dirección…
Agustín pasó la mano por su cabeza, se sentía mareado, pero finalmente le dijo la dirección al otro y el chofer los llevó hacia el lugar, mientras Julián le enviaba un mensaje a Alejandro.
“Te mando la información de dónde está tu Omega, pero tendrán que esperarme para que abra la caseta y la casa, no se preocupen, apagué las cámaras de seguridad. En cuanto deje a Agustín en su casa, vuelvo con ustedes.”
Salió con ellos en la mano y volvió al automóvil, donde tuvo que aguantar la respiración para poder acercarse a Erick e inyectarle el supresor en el cuello. Después de eso, se apartó, dando unos pasos lejos del vehículo.
—Es la primera vez que me afecta… —musitó respirando agitado y mirando de reojo a su hermano—. Pero necesito dejarlo en su habitación…
Agustín respiró profundamente y aguantó la respiración, decidido a mover a Erick lo más rápido que podía.
—Erick… —llamó al acercarse al ojiazul—. Voy a llevarte a la casa…
El supresor había actuado rápidamente, por lo que Erick ya no estaba tan ansioso, pero sentía su cuerpo pesado, así que no podía reaccionar, aunque escuchaba a lo lejos la voz de su hermano.
Con dificultad, el menor ayudó al ojiazul a salir.
En cualquier otra situación, a Agustín no le había supuesto ninguna dificultad, ya que Erick no pesaba nada, igual que la mayoría de los Omega y él, al ser dominante, podía cargarlo sin problema, pero en ese momento, también se sentía cansado, especialmente porque al aspirar las feromonas del mayor, sus fosas nasales ardían.
A pesar de que sentía que en cualquier momento sus piernas dejarían de responderle, Agustín logró su cometido, llevando a Erick hasta la habitación principal y dejándolo recostado en la cama. Su primera opción había sido quitarle la ropa para dejarlo cómodo, pero sentía que desfallecería, así que solo pudo descalzarlo, antes de apartarse.
—Lo siento —se disculpó—, pero esta vez, no puedo ayudarte más Erick… —pasó saliva—. Le avisaré a Joseph para que venga a verte a primera hora de la mañana…
Después de eso, Agustín apagó las luces principales y salió de la recamara, dejando solo una pequeña lámpara de buró, encendida. Bajó con paso lento las escaleras y al salir de la casa, aspiró el aire fresco de la noche, antes de dejar las llaves de la casa, bajo la maceta. Esperó un momento más y se acercó al automóvil, en busca de su celular; cuando entró al vehículo, se dio cuenta que el aroma del interior estaba impregnado con las feromonas de Erick, así que se apresuró a salir de ahí y tosió.
—Aunque quisiera, no puedo usarlo para volver… —talló su nariz con la mano y encaminó sus pasos a la salida.
En la entrada, Julián lo esperaba y se apresuró a alcanzarlo, cuando lo vio caminar tan erráticamente.
—¡¿Estás bien?! —preguntó el mayor, sujetándolo por la cintura.
—Sí —sonrió Agustín con debilidad—. Sólo… estoy cansado, es todo…
—Te llevaré a tu casa, ¿puedes darme tu dirección?
El pelinegro asintió, pero aunque intentó dar el paso, no pudo, por lo que Julián lo levantó en brazos y fue hasta el automóvil, dónde el chofer lo esperaba.
—Espera… —dijo el pelinegro, cuando lo dejó en el asiento trasero—. La puerta… —señaló débilmente.
—Yo la cierro…
—Se cierra desde la caseta —suspiró el menor—. El código es… el código es… —no podía recordar los números.
—No te preocupes… —el mayor acarició los mechones negros con delicadeza—. Yo me encargo, descansa un momento.
Julián fue a la caseta, abrió la puerta e introdujo el código que había anotado; la puerta se cerró y él sonrió.
—Bien, esto no será problema cuando vuelva, pero… —presionó el botón de las cámaras de seguridad, ya que no quería que estuvieran encendidas cuando Alejandro llegara a buscar a su Omega.
Salió de ahí y cerró la caseta, colocando el código de seguridad exterior y luego volvió al vehículo.
—Guti —llamó cuando se sentó a su lado—, ¿estás bien?
—Debo… avisarle a Joseph… —musitó el menor—. Pero estoy… cansado…
—Necesito tu dirección, para llevarte a casa —insistió Julián.
—Mi… dirección…
Agustín pasó la mano por su cabeza, se sentía mareado, pero finalmente le dijo la dirección al otro y el chofer los llevó hacia el lugar, mientras Julián le enviaba un mensaje a Alejandro.
“Te mando la información de dónde está tu Omega, pero tendrán que esperarme para que abra la caseta y la casa, no se preocupen, apagué las cámaras de seguridad. En cuanto deje a Agustín en su casa, vuelvo con ustedes.”
Varios minutos después, el automóvil se detenía frente a la enorme casa que habitaba Agustín; el menor se había quedado dormido sobre el hombro de Julián, así que el castaño lo movió con cuidado.
—Guti… —llamó—. Llegamos, ¿esta es tu casa?
El pelinegro entreabrió los ojos y observó el lugar con dificultad, pero no pudo responder, solo volvió a dormir.
Julián suspiró— ¿puede ir a preguntar en la casa, si aquí vive Agustín Salazar? —indicó para el chofer.
—Por supuesto, señor.
El hombre bajó del auto, subió la escalinata y tocó el timbre; unos segundos después, la puerta se abrió y una chica se asomó. Julián observó la interacción con el chofer y cuando ella asintió, no esperó a que el otro volviera, abrió la puerta y descendió, para poder sujetar a Agustín en brazos y llevarlo a la vivienda.
—¡Joven Salazar! —gritó la chica con susto—. ¡¿Qué le pasó?! —preguntó preocupada.
—Está cansado —respondió el castaño—, ¿dónde está su habitación?
—A… Arriba —señaló—. ¡Sígame!
Julián siguió a la chica y subió las escaleras, llevando a Agustín en brazos, dormido. En el pasillo de la planta alta, una jovencita salió de una puerta.
— ¡¿Qué pasó, Yuri?! —preguntó, al ver que un extraño llevaba a Agustín en brazos y sin sentido.
—No sé, Karla, el joven Salazar necesita descansar…
La chica abrió los ojos con sorpresa y volvió a la habitación de dónde había salido
—Pase, ¡pase! —dijo Yuri, abriendo la puerta de la habitación principal y apresurándose a mover los edredones de la cama, para que recostaran al pelinegro.
Julián fue a la cama a dejar a Agustín, recostándolo con cuidado; la chica que estaba ahí, le quitó los zapatos y se acercó a constatar la temperatura.
—¡Gracias al cielo! No hay fiebre, significa que no es su celo.
—No, no es su celo —negó Julián «si lo fuera, tal vez no me hubiera contenido…»
—¿Quién eres tú? —una voz cansada se escuchó y Julián se giró para ver quien había hecho la pregunta.
En la puerta, la chica que había visto antes estaba tras una silla de ruedas, la cual era ocupada por una mujer de cabello canoso, que lo miraba con desconfianza.
—Usted debe ser la abuela de Guti, Reina López, ¿me equivoco?
—¿Cómo me conoces? —indagó la mujer con curiosidad.
—Guti me contó de usted hace un rato, en la fiesta…
La mujer observó hacia la cama y vio que el pelinegro estaba en el lecho, donde Yuri lo estaba acomodando para que descansara.
—¡¿Eres un Alfa?! ¡¿Qué le hiciste a mi nieto?! —preguntó asustada.
—Cálmese, por favor —pidió el castaño—. Soy Julián Chávez, sí, soy Alfa, pero no le hice nada a Guti —aseguró—. Su hermano, Erick Salazar tuvo un pequeño inconveniente, Guti lo ayudó y parece que se esforzó demasiado, por lo que quedó exhausto, así que lo traje a su hogar —explicó con tranquilidad.
La anciana lo escudriñó con la mirada, pero algo le decía que el joven frente a ella no le mentía.
—Un Alfa caballeroso, que no se aprovecha de la situación, cuando un Omega está vulnerable, es muy extraño… —dijo con suspicacia.
Julián curvó sus labios ligeramente— realmente, su nieto es un Omega encantador y mentiría si dijera que no me atrae —dijo con seriedad—. Pero por lo mismo, me interesa de manera seria y no podría aprovecharme de esto, ya que sería una mala forma de iniciar una relación, ¿no cree?
La mujer lo miró seriamente y luego soltó una risa débil— y además, sincero —se burló—. Cualidades difíciles de ver en los Alfas de estos tiempos…
—Mi madre me mataría si le hiciera algo indebido a un Omega —Julián metió las manos en los bolsillos de su pantalón—. No soy capaz de decepcionarlo de esa manera.
La anciana suspiró con tranquilidad y se recargó en la silla— comprendo… —dijo con calma—. Siendo así, gracias por tomarte la molestia de traer a mi nieto.
—No es molestia —negó el castaño—, pero ya que estoy aquí… —caminó hasta la mujer, puso una rodilla en el piso y sujetó la mano izquierda de ella, con las suyas—. ¿Puede concederme la mano de Agustín?
Karla y Yuri se quedaron atónitas, pero Reina rió.
—¿Concederte la mano, sin que lo hayas cortejado y él haya dicho que si? ¡¿Estás loco?! —preguntó con diversión—. Primero convéncelo a él —la mujer le dio palmaditas en las manos, con su mano libre—. Si él te acepta, yo no me opongo, aunque quizá, al que debes convencer, es a su padre —suspiró tristemente.
—De acuerdo —Julián asintió—, entonces, si Guti me acepta, doy por hecho que cuento con su aprobación… de su padre, yo me encargo.
—¡Quiero ver eso! —dijo la canosa, sonriendo ampliamente.
—Gracias, abuela…
Esa frase hizo que la mujer borrara la sonrisa— aun no puedes decirme abuela —arrugó la nariz—, no hasta que seas novio de mi Guti, de manera oficial.
—Está bien —Julián asintió—, entonces, por ahora, señora Reina será.
—Mucho mejor, muchacho, ahora… ¡Fuera! —dijo haciendo una seña a la puerta—. Estas ya no son horas de estar en la casa del Omega a quien cortejas y mucho menos en su habitación.
Julián sonrió débilmente y asintió— cómo diga, señora… pero mañana vendré a ver a Guti.
—Espero que sea en un horario aceptable —le mujer lo miró con suspicacia.
—Lo será, lo prometo.
El castaño se incorporó y caminó a la salida sin mirar atrás. Yuri lo siguió y al estar en la planta baja, ella lo despidió.
—Que le vaya bien —dijo la joven con amabilidad.
—Gracias y buenas noches…
Julián bajó las escaleras y sacó su celular, marcándole a Alejandro.
—¿Ya están allá? —preguntó fríamente—. No me tardo…
Después de eso, colgó y caminó hacia el automóvil que lo había llevado a la casa de Agustín. El chofer bajó de inmediato para abrir la puerta.
—Necesito manejar yo, debo ir a un lugar, solo…
—¡¿Disculpe?! —preguntó el hombre con sorpresa.
—Tenga… —Julián sacó su cartera y extrajo varios billetes—. Pida un taxi o llame a alguno de sus compañeros —dijo refiriéndose a los choferes de los otros vehículos que habían trasladado a sus amigos y a la familia Esquivel.
El chofer suspiró, pero tenía órdenes de su jefe, Germán Esquivel, de proporcionarle todas las facilidades a sus visitas, así que no puso objeción, sujetó el dinero y asintió.
—Cómo ordene, solo debo tomar mi celular de la guantera…
El chofer fue al otro lado, abrió la puerta, sacó el teléfono de la guantera y volvió a la acera.
—La llave está puesta…
—Bien.
Julián entró al vehículo y se puso en marcha, dejando al chofer ahí.
—Supongo que todos estarán en la fiesta —suspiró—, tendré que volver a la mansión en un taxi —rió—. Pocas veces alguien maneja para mí, así que, aprovecharé…
—Guti… —llamó—. Llegamos, ¿esta es tu casa?
El pelinegro entreabrió los ojos y observó el lugar con dificultad, pero no pudo responder, solo volvió a dormir.
Julián suspiró— ¿puede ir a preguntar en la casa, si aquí vive Agustín Salazar? —indicó para el chofer.
—Por supuesto, señor.
El hombre bajó del auto, subió la escalinata y tocó el timbre; unos segundos después, la puerta se abrió y una chica se asomó. Julián observó la interacción con el chofer y cuando ella asintió, no esperó a que el otro volviera, abrió la puerta y descendió, para poder sujetar a Agustín en brazos y llevarlo a la vivienda.
—¡Joven Salazar! —gritó la chica con susto—. ¡¿Qué le pasó?! —preguntó preocupada.
—Está cansado —respondió el castaño—, ¿dónde está su habitación?
—A… Arriba —señaló—. ¡Sígame!
Julián siguió a la chica y subió las escaleras, llevando a Agustín en brazos, dormido. En el pasillo de la planta alta, una jovencita salió de una puerta.
— ¡¿Qué pasó, Yuri?! —preguntó, al ver que un extraño llevaba a Agustín en brazos y sin sentido.
—No sé, Karla, el joven Salazar necesita descansar…
La chica abrió los ojos con sorpresa y volvió a la habitación de dónde había salido
—Pase, ¡pase! —dijo Yuri, abriendo la puerta de la habitación principal y apresurándose a mover los edredones de la cama, para que recostaran al pelinegro.
Julián fue a la cama a dejar a Agustín, recostándolo con cuidado; la chica que estaba ahí, le quitó los zapatos y se acercó a constatar la temperatura.
—¡Gracias al cielo! No hay fiebre, significa que no es su celo.
—No, no es su celo —negó Julián «si lo fuera, tal vez no me hubiera contenido…»
—¿Quién eres tú? —una voz cansada se escuchó y Julián se giró para ver quien había hecho la pregunta.
En la puerta, la chica que había visto antes estaba tras una silla de ruedas, la cual era ocupada por una mujer de cabello canoso, que lo miraba con desconfianza.
—Usted debe ser la abuela de Guti, Reina López, ¿me equivoco?
—¿Cómo me conoces? —indagó la mujer con curiosidad.
—Guti me contó de usted hace un rato, en la fiesta…
La mujer observó hacia la cama y vio que el pelinegro estaba en el lecho, donde Yuri lo estaba acomodando para que descansara.
—¡¿Eres un Alfa?! ¡¿Qué le hiciste a mi nieto?! —preguntó asustada.
—Cálmese, por favor —pidió el castaño—. Soy Julián Chávez, sí, soy Alfa, pero no le hice nada a Guti —aseguró—. Su hermano, Erick Salazar tuvo un pequeño inconveniente, Guti lo ayudó y parece que se esforzó demasiado, por lo que quedó exhausto, así que lo traje a su hogar —explicó con tranquilidad.
La anciana lo escudriñó con la mirada, pero algo le decía que el joven frente a ella no le mentía.
—Un Alfa caballeroso, que no se aprovecha de la situación, cuando un Omega está vulnerable, es muy extraño… —dijo con suspicacia.
Julián curvó sus labios ligeramente— realmente, su nieto es un Omega encantador y mentiría si dijera que no me atrae —dijo con seriedad—. Pero por lo mismo, me interesa de manera seria y no podría aprovecharme de esto, ya que sería una mala forma de iniciar una relación, ¿no cree?
La mujer lo miró seriamente y luego soltó una risa débil— y además, sincero —se burló—. Cualidades difíciles de ver en los Alfas de estos tiempos…
—Mi madre me mataría si le hiciera algo indebido a un Omega —Julián metió las manos en los bolsillos de su pantalón—. No soy capaz de decepcionarlo de esa manera.
La anciana suspiró con tranquilidad y se recargó en la silla— comprendo… —dijo con calma—. Siendo así, gracias por tomarte la molestia de traer a mi nieto.
—No es molestia —negó el castaño—, pero ya que estoy aquí… —caminó hasta la mujer, puso una rodilla en el piso y sujetó la mano izquierda de ella, con las suyas—. ¿Puede concederme la mano de Agustín?
Karla y Yuri se quedaron atónitas, pero Reina rió.
—¿Concederte la mano, sin que lo hayas cortejado y él haya dicho que si? ¡¿Estás loco?! —preguntó con diversión—. Primero convéncelo a él —la mujer le dio palmaditas en las manos, con su mano libre—. Si él te acepta, yo no me opongo, aunque quizá, al que debes convencer, es a su padre —suspiró tristemente.
—De acuerdo —Julián asintió—, entonces, si Guti me acepta, doy por hecho que cuento con su aprobación… de su padre, yo me encargo.
—¡Quiero ver eso! —dijo la canosa, sonriendo ampliamente.
—Gracias, abuela…
Esa frase hizo que la mujer borrara la sonrisa— aun no puedes decirme abuela —arrugó la nariz—, no hasta que seas novio de mi Guti, de manera oficial.
—Está bien —Julián asintió—, entonces, por ahora, señora Reina será.
—Mucho mejor, muchacho, ahora… ¡Fuera! —dijo haciendo una seña a la puerta—. Estas ya no son horas de estar en la casa del Omega a quien cortejas y mucho menos en su habitación.
Julián sonrió débilmente y asintió— cómo diga, señora… pero mañana vendré a ver a Guti.
—Espero que sea en un horario aceptable —le mujer lo miró con suspicacia.
—Lo será, lo prometo.
El castaño se incorporó y caminó a la salida sin mirar atrás. Yuri lo siguió y al estar en la planta baja, ella lo despidió.
—Que le vaya bien —dijo la joven con amabilidad.
—Gracias y buenas noches…
Julián bajó las escaleras y sacó su celular, marcándole a Alejandro.
—¿Ya están allá? —preguntó fríamente—. No me tardo…
Después de eso, colgó y caminó hacia el automóvil que lo había llevado a la casa de Agustín. El chofer bajó de inmediato para abrir la puerta.
—Necesito manejar yo, debo ir a un lugar, solo…
—¡¿Disculpe?! —preguntó el hombre con sorpresa.
—Tenga… —Julián sacó su cartera y extrajo varios billetes—. Pida un taxi o llame a alguno de sus compañeros —dijo refiriéndose a los choferes de los otros vehículos que habían trasladado a sus amigos y a la familia Esquivel.
El chofer suspiró, pero tenía órdenes de su jefe, Germán Esquivel, de proporcionarle todas las facilidades a sus visitas, así que no puso objeción, sujetó el dinero y asintió.
—Cómo ordene, solo debo tomar mi celular de la guantera…
El chofer fue al otro lado, abrió la puerta, sacó el teléfono de la guantera y volvió a la acera.
—La llave está puesta…
—Bien.
Julián entró al vehículo y se puso en marcha, dejando al chofer ahí.
—Supongo que todos estarán en la fiesta —suspiró—, tendré que volver a la mansión en un taxi —rió—. Pocas veces alguien maneja para mí, así que, aprovecharé…
Julián llegó a la propiedad dónde había estado antes, junto con Agustín; había un par de automóviles estacionados cerca de la entrada, pero sus amigos estaban de pie, recargados en los vehículos, esperándolo.
—Tardaste —reprochó Alejandro, cuando el castaño se acercó.
—La casa de Guti está algo lejos… —señaló y caminó a la caseta, seguido de los demás.
Julián abrió la puerta con el código y luego abrió la reja.
—Listo… Una copia de la llave de la puerta principal está escondida bajo un macetero.
—¿No hay nadie? —Iván observó la casa y los alrededores con curiosidad.
—Guti dijo que este lugar se mantiene solo, hasta que su hermano tiene su celo…
—¿Cuánto tiempo tengo? —preguntó el rubio, quitándose la gabardina y dándosela a Miguel.
—No lo sé —negó Julián—. Guti dijo que debía llamarle a alguien, pero no lo hizo, al menos no mientras estuvo conmigo.
—Ten cuidado, Alex —David lo miró seriamente—. Recuerda que este no es territorio de tu familia, así que, si algo sale mal, se puede poner difícil para todos.
—Estaremos alerta —secundó Dimitry—, mantén tu celular cerca por si necesitamos avisarte de cualquier eventualidad.
—Según Guti, solo vienen guardias Alfa —añadió Julián—, así que podríamos tratar de distraerlos… En la caseta debe haber manera de conectarnos a la seguridad de Acosta… —señaló la puerta.
—Mientras te ocupas, buscaremos información, a ver si Acosta le dio órdenes a alguien de que viniera —Miguel fue hacia el automóvil en busca de su laptop y encaminó sus pasos hacia la caseta, para entrar a la base de datos de las computadoras de ahí.
—Toma —Fabián le entregó otra jeringa con más medicamento—. Por si la necesitas.
—Lo dudo, pero está bien —sonrió el ojiverde—, si sucede alguna dificultad, me marcan.
—¿Quieres pasar toda la noche ahí? —David levantó una ceja.
—Esa es la intención… —respondió el rubio con una sonrisa divertida.
Después de eso, se encaminó hacia la casa, mientras sus amigos se quedaban en el acceso.
—Bien, mientras Juls y Mike se encargan de la información —Iván abrió la puerta de un auto—, yo dormiré un rato…
—No te pongas cómodo —David sonrió—, vamos a hacer guardia.
—Odio hacer guardia… normalmente alguien la hace por mí — gruñó el moreno.
—No tenemos a nuestra gente en este lugar —Dimitry se cruzó de brazos—, no podemos confiar en nadie más que en nosotros mismos.
Fabián sonrió— conozco esta zona, cerca hay una tienda de conveniencia, quizá debemos ir por café, para esperar…
Hubo un momento de silencio y luego Iván se incorporó— ¡quiero un cappuccino!
—Moka —Dimitry ladeó el rostro y sonrió—. No hace tanto frío, pero me atrae la idea de un café.
—Americano —pidió David—. Y quiero algo para acompañar, ya que no nos quedamos a la cena en la fiesta.
—¡¿Habrá tacos cerca?! —Iván se puso de pie—. Yo también tengo hambre.
Fabián hizo memoria— creo que sí… Pero están más lejos.
—¡Nos llevamos un auto! —sonrió el moreno—. Le preguntaré a Mike y Juls si quieren algo de cenar.
—Tardaste —reprochó Alejandro, cuando el castaño se acercó.
—La casa de Guti está algo lejos… —señaló y caminó a la caseta, seguido de los demás.
Julián abrió la puerta con el código y luego abrió la reja.
—Listo… Una copia de la llave de la puerta principal está escondida bajo un macetero.
—¿No hay nadie? —Iván observó la casa y los alrededores con curiosidad.
—Guti dijo que este lugar se mantiene solo, hasta que su hermano tiene su celo…
—¿Cuánto tiempo tengo? —preguntó el rubio, quitándose la gabardina y dándosela a Miguel.
—No lo sé —negó Julián—. Guti dijo que debía llamarle a alguien, pero no lo hizo, al menos no mientras estuvo conmigo.
—Ten cuidado, Alex —David lo miró seriamente—. Recuerda que este no es territorio de tu familia, así que, si algo sale mal, se puede poner difícil para todos.
—Estaremos alerta —secundó Dimitry—, mantén tu celular cerca por si necesitamos avisarte de cualquier eventualidad.
—Según Guti, solo vienen guardias Alfa —añadió Julián—, así que podríamos tratar de distraerlos… En la caseta debe haber manera de conectarnos a la seguridad de Acosta… —señaló la puerta.
—Mientras te ocupas, buscaremos información, a ver si Acosta le dio órdenes a alguien de que viniera —Miguel fue hacia el automóvil en busca de su laptop y encaminó sus pasos hacia la caseta, para entrar a la base de datos de las computadoras de ahí.
—Toma —Fabián le entregó otra jeringa con más medicamento—. Por si la necesitas.
—Lo dudo, pero está bien —sonrió el ojiverde—, si sucede alguna dificultad, me marcan.
—¿Quieres pasar toda la noche ahí? —David levantó una ceja.
—Esa es la intención… —respondió el rubio con una sonrisa divertida.
Después de eso, se encaminó hacia la casa, mientras sus amigos se quedaban en el acceso.
—Bien, mientras Juls y Mike se encargan de la información —Iván abrió la puerta de un auto—, yo dormiré un rato…
—No te pongas cómodo —David sonrió—, vamos a hacer guardia.
—Odio hacer guardia… normalmente alguien la hace por mí — gruñó el moreno.
—No tenemos a nuestra gente en este lugar —Dimitry se cruzó de brazos—, no podemos confiar en nadie más que en nosotros mismos.
Fabián sonrió— conozco esta zona, cerca hay una tienda de conveniencia, quizá debemos ir por café, para esperar…
Hubo un momento de silencio y luego Iván se incorporó— ¡quiero un cappuccino!
—Moka —Dimitry ladeó el rostro y sonrió—. No hace tanto frío, pero me atrae la idea de un café.
—Americano —pidió David—. Y quiero algo para acompañar, ya que no nos quedamos a la cena en la fiesta.
—¡¿Habrá tacos cerca?! —Iván se puso de pie—. Yo también tengo hambre.
Fabián hizo memoria— creo que sí… Pero están más lejos.
—¡Nos llevamos un auto! —sonrió el moreno—. Le preguntaré a Mike y Juls si quieren algo de cenar.
Alejandro llegó cerca de la casa, después de caminar un largo tramo; se acercó al automóvil que estaba mal estacionado y con las puertas abiertas, percibiendo el aroma de almendras dulces.
Se relamió los labios y luego caminó hasta la puerta principal.
Observó con detenimiento y se dio cuenta que una maceta estaba mal acomodada, así que esa fue la que movió, encontrando la llave que Julián había mencionado. Sin dudar, abrió la puerta y en cuanto lo hizo, la fragancia le dio de lleno en la nariz.
—Dulce… —musitó con emoción y entró a la propiedad.
No conocía la casa, pero su olfato lo guió con suma facilidad, yendo hacia la planta alta y encontrando la puerta desde donde el olor era más intenso.
Conteniendo su ansiedad, abrió lentamente, ingresando con paso tranquilo y cerrando tras de sí, observando la cama desde el umbral; la luz de la lámpara de buró, dibujaba la silueta del pelinegro en la cama. Aún estaba vestido y su respiración era un poco desacompasada, pero parecía dormir.
Alejandro se acercó hasta el lecho y observó el cuerpo del otro con anhelo; aspiró el aroma con emoción y sonrió. Sin dudar, dejó su celular en la mesita de al lado, se sentó en la cama y acercó la mano, acariciando una mejilla.
En medio de sus sueños, Erick sintió la tibieza en su piel, percibió el aroma de café y cedro mezclado, haciéndolo suspirar; sus parpados se abrieron con lentitud y observó la silueta borrosa frente a él.
—Tú… —musitó el ojiazul, sintiendo que su cuerpo empezaba a arder una vez más.
—¿Me recuerdas? —preguntó el rubio con una sonrisa en sus labios.
Los labios de Erick temblaron y movió la mano izquierda con pesadez, intentando acercarla al rostro difuso que estaba frente a él.
—¿Es… un sueño? —preguntó Erick con miedo.
—No —Alejandro negó y sujetó la mano que se acercaba con lentitud, llevándola hasta su nariz, aspirando el aroma, percibiendo su propio olor emanando de ahí—. No es un sueño, para ninguno… —sentenció.
Movió las manos y retiró el anillo que estaba en el dedo anular, lanzándolo al piso sin consideración, observando la pequeña marca que rodeaba el dígito; pasó la lengua por ahí y sonrió.
—Mi destinado —dijo con orgullo, al constatar que era su marca—. He venido a consumar lo que quedó pendiente hace años…
Erick suspiró, sintiendo la humedad en su dedo y un gemido escapó de su boca. Alejandro no dudó más, se movió y se puso sobre el cuerpo del otro.
El rostro del rubio se acercó peligrosamente al de Erick y el ojiazul ofreció sus labios sin dudar; su cuerpo actuaba de manera inconsciente, anhelante a lo que por instinto, sabía que se avecinaba. Las manos del pelinegro se movieron torpemente, buscaban la manera de sujetarse al otro, tenía la necesidad de tocarlo, de saberlo ahí, con él; en un instante alcanzó los hombros anchos y subió por el cuello, hasta los mechones sedosos, sintiéndose extasiado por esa sensación.
El primer contacto entre ambos fue un delicado roce de labios, pero de inmediato, el beso se intensificó; los labios se unieron y las lenguas buscaron la manera de saborearse mutuamente. Ninguno de los dos había besado a otra persona de esa manera, por eso la caricia les era una experiencia increíble a ambos.
Las manos del rubio se movieron por encima de la tela que le estorbaba y con destreza, desnudó al otro, dejándolo contra el lecho, acariciando el cuerpo delgado, que parecía arder bajo su toque; la piel de Erick se erizaba bajo las caricias del otro, eran roces sutiles, algo que nunca imaginó que se sintiera tan bien, ya que las contadas ocasiones que su esposo intentó tocarlo, había sido sumamente agresivo.
Los dedos traviesos del ojiverde, buscaron el inicio de la prenda interior y se aventuraron hasta tocar el miembro del otro, que se alzaba en busca de atención. Erick gimió en medio del beso, antes de apartarse, arqueando la espalda; por primera vez en su vida, experimentaba lo que era un orgasmo y su cuerpo se estremecía contra el colchón. Alejandro se sorprendió; nunca había estado con un Omega que tuviera un orgasmo solo por su toque. Aun así, recogió el semen con su mano y lo acercó a su boca, disfrutando el sabor del ojiazul.
—¡Almendras dulces! —dijo con emoción.
Sin dudar, se desnudó, en medio de besos hacia su pareja, quien seguía contra el lecho, recuperando el aliento y disfrutando el olor del perfume que lo envolvía.
Alejandro se tomó su tiempo para probar la piel de Erick, recorriendo con sus labios y lengua cada centímetro de ese cuerpo que se le ofrecía con tanta sumisión; aun así, aunque la lujuria lo estaba cegando, pudo darse cuenta de las marcas en las muñecas y algunas otras partes del cuerpo. Se quedó un momento observándolas, pero no quiso preguntar, no era el momento; pasó su lengua por las cicatrices e los brazos, antes de volver al torso, bajando por el abdomen y llegando hasta el miembro de Erick.
El pelinegro sintió como la boca del otro envolvía su pene y suspiró. Nunca imaginó que esa experiencia fuera tan placentera, pero en ese momento, sentía que estaba en el cielo.
Alejandro estimuló con su boca ese lugar, hasta que volvió a erguirse, luego bajó un poco más, saboreando los pequeños testículos, antes de llegar a la delicada entrada. Su lengua acarició la piel, pero se dio cuenta que no había humedad.
Pasó saliva con dificultad y se apartó un poco.
—Eres…—parpadeó sorprendido—. ¿Tú, nunca…?
Sabía que la primera vez de un Omega era complicada, pero después, siempre lubricaba para poder copular; si no había humedad, significaba que el otro no había estado con nadie.
Erick negó con lentitud.
—Nadie más… puede tocarme… —confesó.
Alejandro sonrió emocionado, pero antes de incorporarse, besó los muslos con deseo, dejando mordidas en la piel, marcándola como suya; esa noche, quería marcar todo el cuerpo de ese chico que había anhelado por tanto tiempo.
El rubio se hincó entre las piernas del otro y colocó la punta de su sexo erecto en la delicada entrada, antes de inclinarse, acercando el rostro hasta el de Erick.
—He esperado esto por años —reveló—, no sé si pueda contenerme.
Los ojos azules estaban nublados, pero la sonrisa se dibujó en sus labios— yo también… lo he esperado… durante mucho… mucho tiempo…
El rubio sonrió emocionado, sujetó las manos de su pareja y entrelazó los dedos con los del otro, llevando las manos por encima de la cabeza de Erick; se acercó a los labios del ojiazul y lo besó, mientras su cadera se movía, presionando la entrada con firmeza.
Erick correspondió el beso, gimiendo entrecortado al sentir la intrusión en su cuerpo; le molestaba, sí, era ligeramente doloroso, pero era una sensación tan placentera, que deseaba disfrutarla completamente.
El pelinegro intentó apretar las manos de su pareja, pero su fuerza era mínima, así que pareció una delicada caricia en la piel del rubio, quien se apartó de los labios, bajando hasta el cuello, lamiendo y mordiendo la piel con deseo.
—Más… —musitó el ojiazul con ansia.
Alejandro sonrió y una de sus manos lo sujetó por la cadera, afianzándolo para poder penetrarlo completamente, ya que apenas iba a la mitad. Con un solo movimiento, llenó de golpe el interior de Erick y el ojiazul gritó. Sintió un dolor punzante en su interior, algo que lo hizo tensarse y en ese momento, el otro volvió a moverse, consiguiendo que gimiera con deseo.
El rubio movió su cadera, saliendo del cuerpo de su compañero, sintiendo como algo de humedad empezaba a resbalar por la delicada abertura; el olor de la sangre, mezclada con las feromonas de Erick, finalmente le hizo perder la razón.
Sus pupilas se alargaron, sus colmillos crecieron y su cuerpo empezó a moverse con fuerza; invadiendo el cuerpo del otro con mayor ímpetu, mientras mordía la piel del cuello y hombros.
Erick se abrazó al rubio y sus piernas rodearon la cintura del otro, como si temiera que fuera a huir.
—Di mi nombre —pidió el rubio contra la oreja del otro, mordisqueando el lóbulo—. Erick… ¡di mi nombre! —pidió con ansiedad.
—¿Tu… nombre?
La mente de Erick no razonaba, según él, no sabía el nombre del niño rubio que lo había mordido, pero un destello de lucidez llegó de inmediato.
“soy Alejandro de León…”
—Alejandro… —suspiró al decir el nombre que apenas esa noche conoció, pero era como si fuese lo único que necesitaba para sentirse pleno.
Escuchar su nombre, con la voz del otro, en ese tono tan dulce, enloqueció al rubio. Volvió a besar a su pareja y empezó un movimiento más rudo, arrancándole gemidos más intensos al ojiazul.
Erick se estremecía, sentía al otro tan profundo que lo estaba volviendo loco, por lo que de inmediato, se dejó llevar. Su cuerpo reaccionaba al toque de su compañero y le correspondía cada caricia, cada beso, cada embestida; se acoplaban a la perfección, como si hubieran compartido cada momento de su vida y se conocieran durante toda la vida.
Alejandro sentía que sus manos no se daban abasto; ansiaba poder recorrer el cuerpo del otro en su totalidad, pero no podía conseguirlo.
Pasó las manos por debajo de la espalda y lo llevó consigo, incorporándose, dejando a Erick sentado sobre su miembro. El ojiazul se sujetó del cuello del otro y buscó los labios para poder besarlo con emoción, mientras sus piernas se afianzaban contra el colchón, logrando mover su cadera con facilidad.
—Alejandro… —llamó contra los labios del rubio, sintiendo que las lágrimas empezaban a escapar de sus parpados.
—Erick… —el ojiverde mordió los labios del otro y lo obligó a iniciar un movimiento más rápido y rítmico.
El pelinegro lo abrazó y empezó a gemir contra la oreja de su pareja, mientras el rubio marcaba la piel del hombro que tenía cerca. El sabor del sudor que cubría a Erick, le parecía el elixir más dulce que hubiese podido probar en su vida; estaba consciente que ya no era solo las feromonas del otro, sino que las suyas estaban mezcladas y era fascinante poder disfrutar esa mezcla tan única.
—Necesito más… —suplicó el pelinegro contra la oreja del otro, mordisqueando el lóbulo con suavidad—. ¡Quiero más! —sus uñas marcaron levemente la piel de la espalda del rubio—. Alex… por favor…
Escuchar la voz de Erick, llamándolo de esa manera y sentir esas caricias que intentaban ser rudas, hicieron que Alejandro dejara de contenerse. Empujó a Erick contra el colchón y salió del interior de ese cuerpo tibio; los ojos azules lo miraron con reproche, pero solo fue un instante, ya que el otro lo hizo girar y le obligó a levantar la cadera.
Sin tardar, volvió a penetrarlo, con mayor ímpetu.
Erick gritó al sentir la intrusión tan salvaje y de inmediato, el vaivén impuesto por el otro, le causó escalofríos, ya que sentía que golpeaba su vientre con fuerza; sus gemidos aumentaron de volumen y se aferró a las telas que tenía debajo, sin darse cuenta que era el traje de seda que había portado esa noche.
Alejandro besaba la piel de la espalda, una de sus manos se afianzó al pecho del otro, para mantenerlo en la posición que deseaba, pero no fue lo único que hacía, ya que sus dedos pellizcaban un pezón con insistencia.
El pelinegro se estremecía involuntariamente; su mente estaba hecha un lío, ni siquiera podía articular una sola palabra ya que de sus labios solo escapaban gemidos deseosos. Su rostro se empapó de lágrimas, pero eran las primeras en su vida, que no escapaban de sus ojos por dolor, sino por placer.
Alejandro tampoco pensó mucho; su mano libre fue a la melena negra y la jaló con fuerza, obligando a su compañero a que arqueara la espalda; se acercó a la base de la nuca y lamió la piel de ahí.
—Voy a marcarte… —anunció en un susurro.
El aliento tibio hizo que Erick temblara, pero en vez de tener miedo, expuso su nuca con obediencia. Su cuerpo había ansiado esa marca desde su primer celo y por fin la iba a conseguir.
Al ver que el otro no se oponía, Alejandro no lo dudó; sus colmillos crecieron más y sin más preámbulo, dio la mordida en la base de la nuca, con fuerza.
Erick gritó.
El dolor y el placer que sintió ante esa acción, logró que su cuerpo se estremeciera por completo; su interior se contrajo, apresando el miembro invasor y llegó al orgasmo, liberando su semen contra las telas bajo su cuerpo.
El rubio no supo en que momento su mente dejó de razonar; se dejó llevar por el placer y sin darse cuenta, llegó el punto en el que ya no pudo moverse con libertad. Había anudado dentro del cuerpo del otro; jamás le había pasado, así que lo había tomado desprevenido y de igual manera, el orgasmo lo sorprendió de una forma que no imaginaba.
Erick se quejó débilmente, al sentir como su interior se expandía, debido no solo al nudo, sino a que el otro lo inundaba con su semilla, pero aun así, esa sensación le dio un placer indescriptible y aunque no supo cómo, volvió a llegar al orgasmo, pero no tenía más semen que liberar.
El cuerpo del pelinegro se rindió y quedó laxo entre los brazos del otro, que no permitió que se alejara ni un milímetro; Alejandro seguía mordiendo la piel, saboreando la sangre, disfrutando ese placer que lo inundaba.
Ambos se quedaron inmóviles por un largo rato, hasta que Alejandro liberó el cuello de Erick, pero no salió de su interior. Con cuidado, se movió, llevando el cuerpo del otro consigo y se recostó de lado, dejando la espalda de Erick contra su pecho; no podían alejarse, pues seguían unidos debido al nudo.
El ojiazul respiraba con dificultad, mientras el rubio repartía besos en la melena negra y por momentos se inclinaba más, hasta pasar la lengua por la herida que había hecho con sus dientes y colmillos.
Sabía bien que solo la saliva de los Alfas que marcaban al Omega, ayudaba a la cicatrización, por lo que no se contuvo y pasó la lengua varias veces, mientras su mano libre, acariciaba el cuerpo del otro con devoción y deseo. Deseaba seguir, quería pasar toda la noche haciendo el amor con su pareja, pero en esa ocasión, a diferencia de todas sus anteriores experiencias, él también estaba exhausto, aunque se sentía completamente satisfecho y pleno.
—Lo siento… —musitó el ojiverde—. Normalmente duro toda la noche, pero… hoy, finalmente, anudé por primera vez —su voz sonó orgullosa.
Erick suspiró y sonrió débilmente.
—Se siente… rico —confesó con debilidad y movió la mano, entrelazando los dedos con los del otro, llevando la mano que lo acariciaba hasta su vientre—. Es… mi primera vez… y fue… maravillosa…
Alejandro lo abrazó con fuerza— ¡fue magnifica! —sentenció—. Por fin, pude hacerte completamente mío —sintió que sus parpados empezaban a cerrarse, realmente se sentía relajado—. Mi Omega… —susurró contra la oreja del otro—. Mí destinado…
—Mi Alfa… —Erick se arrebujó contra los brazos del otro—. Mi amor…
Alejandro sonrió complacido y besó el cuello de Erick— te prometo que desde hoy y en adelante, estaremos siempre juntos —dijo con total convicción—, pase lo que pase…
—Pase… lo que… pase… —repitió Erick, pese a que estaba a punto de entrar a la inconciencia.
Después de esas palabras, ambos cerraron los parpados y se dispusieron a dormir.
Se relamió los labios y luego caminó hasta la puerta principal.
Observó con detenimiento y se dio cuenta que una maceta estaba mal acomodada, así que esa fue la que movió, encontrando la llave que Julián había mencionado. Sin dudar, abrió la puerta y en cuanto lo hizo, la fragancia le dio de lleno en la nariz.
—Dulce… —musitó con emoción y entró a la propiedad.
No conocía la casa, pero su olfato lo guió con suma facilidad, yendo hacia la planta alta y encontrando la puerta desde donde el olor era más intenso.
Conteniendo su ansiedad, abrió lentamente, ingresando con paso tranquilo y cerrando tras de sí, observando la cama desde el umbral; la luz de la lámpara de buró, dibujaba la silueta del pelinegro en la cama. Aún estaba vestido y su respiración era un poco desacompasada, pero parecía dormir.
Alejandro se acercó hasta el lecho y observó el cuerpo del otro con anhelo; aspiró el aroma con emoción y sonrió. Sin dudar, dejó su celular en la mesita de al lado, se sentó en la cama y acercó la mano, acariciando una mejilla.
En medio de sus sueños, Erick sintió la tibieza en su piel, percibió el aroma de café y cedro mezclado, haciéndolo suspirar; sus parpados se abrieron con lentitud y observó la silueta borrosa frente a él.
—Tú… —musitó el ojiazul, sintiendo que su cuerpo empezaba a arder una vez más.
—¿Me recuerdas? —preguntó el rubio con una sonrisa en sus labios.
Los labios de Erick temblaron y movió la mano izquierda con pesadez, intentando acercarla al rostro difuso que estaba frente a él.
—¿Es… un sueño? —preguntó Erick con miedo.
—No —Alejandro negó y sujetó la mano que se acercaba con lentitud, llevándola hasta su nariz, aspirando el aroma, percibiendo su propio olor emanando de ahí—. No es un sueño, para ninguno… —sentenció.
Movió las manos y retiró el anillo que estaba en el dedo anular, lanzándolo al piso sin consideración, observando la pequeña marca que rodeaba el dígito; pasó la lengua por ahí y sonrió.
—Mi destinado —dijo con orgullo, al constatar que era su marca—. He venido a consumar lo que quedó pendiente hace años…
Erick suspiró, sintiendo la humedad en su dedo y un gemido escapó de su boca. Alejandro no dudó más, se movió y se puso sobre el cuerpo del otro.
El rostro del rubio se acercó peligrosamente al de Erick y el ojiazul ofreció sus labios sin dudar; su cuerpo actuaba de manera inconsciente, anhelante a lo que por instinto, sabía que se avecinaba. Las manos del pelinegro se movieron torpemente, buscaban la manera de sujetarse al otro, tenía la necesidad de tocarlo, de saberlo ahí, con él; en un instante alcanzó los hombros anchos y subió por el cuello, hasta los mechones sedosos, sintiéndose extasiado por esa sensación.
El primer contacto entre ambos fue un delicado roce de labios, pero de inmediato, el beso se intensificó; los labios se unieron y las lenguas buscaron la manera de saborearse mutuamente. Ninguno de los dos había besado a otra persona de esa manera, por eso la caricia les era una experiencia increíble a ambos.
Las manos del rubio se movieron por encima de la tela que le estorbaba y con destreza, desnudó al otro, dejándolo contra el lecho, acariciando el cuerpo delgado, que parecía arder bajo su toque; la piel de Erick se erizaba bajo las caricias del otro, eran roces sutiles, algo que nunca imaginó que se sintiera tan bien, ya que las contadas ocasiones que su esposo intentó tocarlo, había sido sumamente agresivo.
Los dedos traviesos del ojiverde, buscaron el inicio de la prenda interior y se aventuraron hasta tocar el miembro del otro, que se alzaba en busca de atención. Erick gimió en medio del beso, antes de apartarse, arqueando la espalda; por primera vez en su vida, experimentaba lo que era un orgasmo y su cuerpo se estremecía contra el colchón. Alejandro se sorprendió; nunca había estado con un Omega que tuviera un orgasmo solo por su toque. Aun así, recogió el semen con su mano y lo acercó a su boca, disfrutando el sabor del ojiazul.
—¡Almendras dulces! —dijo con emoción.
Sin dudar, se desnudó, en medio de besos hacia su pareja, quien seguía contra el lecho, recuperando el aliento y disfrutando el olor del perfume que lo envolvía.
Alejandro se tomó su tiempo para probar la piel de Erick, recorriendo con sus labios y lengua cada centímetro de ese cuerpo que se le ofrecía con tanta sumisión; aun así, aunque la lujuria lo estaba cegando, pudo darse cuenta de las marcas en las muñecas y algunas otras partes del cuerpo. Se quedó un momento observándolas, pero no quiso preguntar, no era el momento; pasó su lengua por las cicatrices e los brazos, antes de volver al torso, bajando por el abdomen y llegando hasta el miembro de Erick.
El pelinegro sintió como la boca del otro envolvía su pene y suspiró. Nunca imaginó que esa experiencia fuera tan placentera, pero en ese momento, sentía que estaba en el cielo.
Alejandro estimuló con su boca ese lugar, hasta que volvió a erguirse, luego bajó un poco más, saboreando los pequeños testículos, antes de llegar a la delicada entrada. Su lengua acarició la piel, pero se dio cuenta que no había humedad.
Pasó saliva con dificultad y se apartó un poco.
—Eres…—parpadeó sorprendido—. ¿Tú, nunca…?
Sabía que la primera vez de un Omega era complicada, pero después, siempre lubricaba para poder copular; si no había humedad, significaba que el otro no había estado con nadie.
Erick negó con lentitud.
—Nadie más… puede tocarme… —confesó.
Alejandro sonrió emocionado, pero antes de incorporarse, besó los muslos con deseo, dejando mordidas en la piel, marcándola como suya; esa noche, quería marcar todo el cuerpo de ese chico que había anhelado por tanto tiempo.
El rubio se hincó entre las piernas del otro y colocó la punta de su sexo erecto en la delicada entrada, antes de inclinarse, acercando el rostro hasta el de Erick.
—He esperado esto por años —reveló—, no sé si pueda contenerme.
Los ojos azules estaban nublados, pero la sonrisa se dibujó en sus labios— yo también… lo he esperado… durante mucho… mucho tiempo…
El rubio sonrió emocionado, sujetó las manos de su pareja y entrelazó los dedos con los del otro, llevando las manos por encima de la cabeza de Erick; se acercó a los labios del ojiazul y lo besó, mientras su cadera se movía, presionando la entrada con firmeza.
Erick correspondió el beso, gimiendo entrecortado al sentir la intrusión en su cuerpo; le molestaba, sí, era ligeramente doloroso, pero era una sensación tan placentera, que deseaba disfrutarla completamente.
El pelinegro intentó apretar las manos de su pareja, pero su fuerza era mínima, así que pareció una delicada caricia en la piel del rubio, quien se apartó de los labios, bajando hasta el cuello, lamiendo y mordiendo la piel con deseo.
—Más… —musitó el ojiazul con ansia.
Alejandro sonrió y una de sus manos lo sujetó por la cadera, afianzándolo para poder penetrarlo completamente, ya que apenas iba a la mitad. Con un solo movimiento, llenó de golpe el interior de Erick y el ojiazul gritó. Sintió un dolor punzante en su interior, algo que lo hizo tensarse y en ese momento, el otro volvió a moverse, consiguiendo que gimiera con deseo.
El rubio movió su cadera, saliendo del cuerpo de su compañero, sintiendo como algo de humedad empezaba a resbalar por la delicada abertura; el olor de la sangre, mezclada con las feromonas de Erick, finalmente le hizo perder la razón.
Sus pupilas se alargaron, sus colmillos crecieron y su cuerpo empezó a moverse con fuerza; invadiendo el cuerpo del otro con mayor ímpetu, mientras mordía la piel del cuello y hombros.
Erick se abrazó al rubio y sus piernas rodearon la cintura del otro, como si temiera que fuera a huir.
—Di mi nombre —pidió el rubio contra la oreja del otro, mordisqueando el lóbulo—. Erick… ¡di mi nombre! —pidió con ansiedad.
—¿Tu… nombre?
La mente de Erick no razonaba, según él, no sabía el nombre del niño rubio que lo había mordido, pero un destello de lucidez llegó de inmediato.
“soy Alejandro de León…”
—Alejandro… —suspiró al decir el nombre que apenas esa noche conoció, pero era como si fuese lo único que necesitaba para sentirse pleno.
Escuchar su nombre, con la voz del otro, en ese tono tan dulce, enloqueció al rubio. Volvió a besar a su pareja y empezó un movimiento más rudo, arrancándole gemidos más intensos al ojiazul.
Erick se estremecía, sentía al otro tan profundo que lo estaba volviendo loco, por lo que de inmediato, se dejó llevar. Su cuerpo reaccionaba al toque de su compañero y le correspondía cada caricia, cada beso, cada embestida; se acoplaban a la perfección, como si hubieran compartido cada momento de su vida y se conocieran durante toda la vida.
Alejandro sentía que sus manos no se daban abasto; ansiaba poder recorrer el cuerpo del otro en su totalidad, pero no podía conseguirlo.
Pasó las manos por debajo de la espalda y lo llevó consigo, incorporándose, dejando a Erick sentado sobre su miembro. El ojiazul se sujetó del cuello del otro y buscó los labios para poder besarlo con emoción, mientras sus piernas se afianzaban contra el colchón, logrando mover su cadera con facilidad.
—Alejandro… —llamó contra los labios del rubio, sintiendo que las lágrimas empezaban a escapar de sus parpados.
—Erick… —el ojiverde mordió los labios del otro y lo obligó a iniciar un movimiento más rápido y rítmico.
El pelinegro lo abrazó y empezó a gemir contra la oreja de su pareja, mientras el rubio marcaba la piel del hombro que tenía cerca. El sabor del sudor que cubría a Erick, le parecía el elixir más dulce que hubiese podido probar en su vida; estaba consciente que ya no era solo las feromonas del otro, sino que las suyas estaban mezcladas y era fascinante poder disfrutar esa mezcla tan única.
—Necesito más… —suplicó el pelinegro contra la oreja del otro, mordisqueando el lóbulo con suavidad—. ¡Quiero más! —sus uñas marcaron levemente la piel de la espalda del rubio—. Alex… por favor…
Escuchar la voz de Erick, llamándolo de esa manera y sentir esas caricias que intentaban ser rudas, hicieron que Alejandro dejara de contenerse. Empujó a Erick contra el colchón y salió del interior de ese cuerpo tibio; los ojos azules lo miraron con reproche, pero solo fue un instante, ya que el otro lo hizo girar y le obligó a levantar la cadera.
Sin tardar, volvió a penetrarlo, con mayor ímpetu.
Erick gritó al sentir la intrusión tan salvaje y de inmediato, el vaivén impuesto por el otro, le causó escalofríos, ya que sentía que golpeaba su vientre con fuerza; sus gemidos aumentaron de volumen y se aferró a las telas que tenía debajo, sin darse cuenta que era el traje de seda que había portado esa noche.
Alejandro besaba la piel de la espalda, una de sus manos se afianzó al pecho del otro, para mantenerlo en la posición que deseaba, pero no fue lo único que hacía, ya que sus dedos pellizcaban un pezón con insistencia.
El pelinegro se estremecía involuntariamente; su mente estaba hecha un lío, ni siquiera podía articular una sola palabra ya que de sus labios solo escapaban gemidos deseosos. Su rostro se empapó de lágrimas, pero eran las primeras en su vida, que no escapaban de sus ojos por dolor, sino por placer.
Alejandro tampoco pensó mucho; su mano libre fue a la melena negra y la jaló con fuerza, obligando a su compañero a que arqueara la espalda; se acercó a la base de la nuca y lamió la piel de ahí.
—Voy a marcarte… —anunció en un susurro.
El aliento tibio hizo que Erick temblara, pero en vez de tener miedo, expuso su nuca con obediencia. Su cuerpo había ansiado esa marca desde su primer celo y por fin la iba a conseguir.
Al ver que el otro no se oponía, Alejandro no lo dudó; sus colmillos crecieron más y sin más preámbulo, dio la mordida en la base de la nuca, con fuerza.
Erick gritó.
El dolor y el placer que sintió ante esa acción, logró que su cuerpo se estremeciera por completo; su interior se contrajo, apresando el miembro invasor y llegó al orgasmo, liberando su semen contra las telas bajo su cuerpo.
El rubio no supo en que momento su mente dejó de razonar; se dejó llevar por el placer y sin darse cuenta, llegó el punto en el que ya no pudo moverse con libertad. Había anudado dentro del cuerpo del otro; jamás le había pasado, así que lo había tomado desprevenido y de igual manera, el orgasmo lo sorprendió de una forma que no imaginaba.
Erick se quejó débilmente, al sentir como su interior se expandía, debido no solo al nudo, sino a que el otro lo inundaba con su semilla, pero aun así, esa sensación le dio un placer indescriptible y aunque no supo cómo, volvió a llegar al orgasmo, pero no tenía más semen que liberar.
El cuerpo del pelinegro se rindió y quedó laxo entre los brazos del otro, que no permitió que se alejara ni un milímetro; Alejandro seguía mordiendo la piel, saboreando la sangre, disfrutando ese placer que lo inundaba.
Ambos se quedaron inmóviles por un largo rato, hasta que Alejandro liberó el cuello de Erick, pero no salió de su interior. Con cuidado, se movió, llevando el cuerpo del otro consigo y se recostó de lado, dejando la espalda de Erick contra su pecho; no podían alejarse, pues seguían unidos debido al nudo.
El ojiazul respiraba con dificultad, mientras el rubio repartía besos en la melena negra y por momentos se inclinaba más, hasta pasar la lengua por la herida que había hecho con sus dientes y colmillos.
Sabía bien que solo la saliva de los Alfas que marcaban al Omega, ayudaba a la cicatrización, por lo que no se contuvo y pasó la lengua varias veces, mientras su mano libre, acariciaba el cuerpo del otro con devoción y deseo. Deseaba seguir, quería pasar toda la noche haciendo el amor con su pareja, pero en esa ocasión, a diferencia de todas sus anteriores experiencias, él también estaba exhausto, aunque se sentía completamente satisfecho y pleno.
—Lo siento… —musitó el ojiverde—. Normalmente duro toda la noche, pero… hoy, finalmente, anudé por primera vez —su voz sonó orgullosa.
Erick suspiró y sonrió débilmente.
—Se siente… rico —confesó con debilidad y movió la mano, entrelazando los dedos con los del otro, llevando la mano que lo acariciaba hasta su vientre—. Es… mi primera vez… y fue… maravillosa…
Alejandro lo abrazó con fuerza— ¡fue magnifica! —sentenció—. Por fin, pude hacerte completamente mío —sintió que sus parpados empezaban a cerrarse, realmente se sentía relajado—. Mi Omega… —susurró contra la oreja del otro—. Mí destinado…
—Mi Alfa… —Erick se arrebujó contra los brazos del otro—. Mi amor…
Alejandro sonrió complacido y besó el cuello de Erick— te prometo que desde hoy y en adelante, estaremos siempre juntos —dijo con total convicción—, pase lo que pase…
—Pase… lo que… pase… —repitió Erick, pese a que estaba a punto de entrar a la inconciencia.
Después de esas palabras, ambos cerraron los parpados y se dispusieron a dormir.
Por fin, lo que todos esperaban, la noche de sexo entre Alex y Erick XD
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