Capítulo VII
Los golpeteos en la puerta se escucharon y una mujer levantó ligeramente el rostro, observando hacia el umbral, mientras su enfermera iba a abrir.
—¿Está despierta? —preguntó el pelinegro en un murmullo, cuando le abrieron la puerta.
La joven enfermera asintió— sí, está tomando los últimos rayos del sol, joven Salazar… —señaló y le permitió el paso.
Agustín entró a la habitación y fue directamente a la estancia, cerca del ventanal que estaba cerrado, para que no entrara el viento helado, pero las cortinas se mantenían abiertas para que la mujer en silla de ruedas pudiera observar el exterior.
—Hola, abuela…
—¡Guti! —la mujer sonrió y la marca del paso del tiempo se mostró en su piel; estiró sus manos arrugadas y el joven se acercó, hincándose a su lado, para besarle las manos con devoción, mientras ella se acercaba un poco para besarle la frente—. ¿A dónde vas tan guapo? —preguntó con voz suave, al ver que su nieto estaba ataviado con un elegante traje.
—Ah… hoy debo ir a una fiesta —hizo una mueca molesta.
—Supongo que no te veré hasta mañana —la mujer movió las manos y acomodó unos mechones negros que habían cubierto un poco la cara de su nieto.
—Si… aunque regrese temprano, de seguro estarás dormida, así que, nos veremos hasta el desayuno, por eso vine a despedirme —sonrió amable y se puso de pie.
—Cuídate mucho, Guti —la canosa le sujetó las manos con suavidad—. Y si encuentras novio, espero que me lo presentes primero que a nadie —dijo divertida.
—¡Abuela! —Agustín sintió que el calor subió a su rostro y pasó saliva con dificultad—. Debo irme —se inclinó y besó la frente de la mujer—. Descansa y no olvides tomar los medicamentos, ¿de acuerdo?
—No te preocupes, Guti, me los tomaré en el horario correcto… Tú diviértete y olvídate por esta noche, de esta anciana…
—Nunca podría olvidarme de ti abuela…
El sonido de una bocina se escuchó y Agustín soltó el aire molesto; realmente lo estaban apresurando.
—Te veo mañana, abuela…
El pelinegro caminó a la puerta y la enfermera lo siguió— me retiro Karla, cualquier cosa, me marcas a mi celular, ¿de acuerdo?
—Claro que sí, joven, no se preocupe —la chica asintió y se despidió en el umbral, para volver a su trabajo, atendiendo a la abuela de Agustín.
El pelinegro se encaminó a las escaleras y descendió unos escalones, pero a la mitad, se sentó en el barandal y se deslizó por el mismo, llegando hasta el final, dando un salto para caer con gracilidad a la pequeña recepción.
—Joven Salazar, no debe hacer eso, ¡su ropa se maltratará! —dijo una chica con rapidez, al verlo realizar esa maniobra tan infantil y se acercó a acomodar la parte trasera del saco, que se había arrugado.
—Está bien, Yuri, no pasa nada —chasqueó la lengua y sujetó la gabardina que iba a usar—. No es como que tenga realmente una cita importante, solo voy a hacer acto de presencia.
—Aun así… ¡¿qué dirá su padre si mira este desastre?! —dijo ella con susto,
«Cómo si me importara…» sonrió animado— relájate Yuri, ese hombre estará ocupado hablando con extraños para promocionarme y no se fijará en mi realmente —aseguró—. Nos vemos en la noche… —dijo a modo de despido se colocó la gabardina, una bufanda y salió con paso rápido.
Fuera de su casa, al terminar las escalinatas de la entrada, había un automóvil negro, esperándolo y frente al mismo, otro.
Un hombre abrió la puerta y le permitió el paso, por lo que Agustín ingresó de inmediato y se sentó cómodo; agradecía que le tocara ir solo a esas reuniones, ya que el esposo de Alonso Salazar, no lo toleraba lo suficiente para compartir automóvil en un viaje, así que, aunque debía llegar con su “familia”, no tenía que aguantarlos todo el camino.
—De todas maneras, es muy temprano aun —observó su reloj.
Aún no eran las cinco de la tarde, pero Alonso se empeñó en que debían llegar antes de que iniciara la fiesta, para poder hablar con los prospectos que tenía en mente, para arreglar el matrimonio de su hijo.
—Odio estas fiestas —musitó el pelinegro, mientras el automóvil salía de la propiedad—, pero debo cumplir… —pensó con tristeza, recordando lo que había ocurrido tres años atrás.
—¿Está despierta? —preguntó el pelinegro en un murmullo, cuando le abrieron la puerta.
La joven enfermera asintió— sí, está tomando los últimos rayos del sol, joven Salazar… —señaló y le permitió el paso.
Agustín entró a la habitación y fue directamente a la estancia, cerca del ventanal que estaba cerrado, para que no entrara el viento helado, pero las cortinas se mantenían abiertas para que la mujer en silla de ruedas pudiera observar el exterior.
—Hola, abuela…
—¡Guti! —la mujer sonrió y la marca del paso del tiempo se mostró en su piel; estiró sus manos arrugadas y el joven se acercó, hincándose a su lado, para besarle las manos con devoción, mientras ella se acercaba un poco para besarle la frente—. ¿A dónde vas tan guapo? —preguntó con voz suave, al ver que su nieto estaba ataviado con un elegante traje.
—Ah… hoy debo ir a una fiesta —hizo una mueca molesta.
—Supongo que no te veré hasta mañana —la mujer movió las manos y acomodó unos mechones negros que habían cubierto un poco la cara de su nieto.
—Si… aunque regrese temprano, de seguro estarás dormida, así que, nos veremos hasta el desayuno, por eso vine a despedirme —sonrió amable y se puso de pie.
—Cuídate mucho, Guti —la canosa le sujetó las manos con suavidad—. Y si encuentras novio, espero que me lo presentes primero que a nadie —dijo divertida.
—¡Abuela! —Agustín sintió que el calor subió a su rostro y pasó saliva con dificultad—. Debo irme —se inclinó y besó la frente de la mujer—. Descansa y no olvides tomar los medicamentos, ¿de acuerdo?
—No te preocupes, Guti, me los tomaré en el horario correcto… Tú diviértete y olvídate por esta noche, de esta anciana…
—Nunca podría olvidarme de ti abuela…
El sonido de una bocina se escuchó y Agustín soltó el aire molesto; realmente lo estaban apresurando.
—Te veo mañana, abuela…
El pelinegro caminó a la puerta y la enfermera lo siguió— me retiro Karla, cualquier cosa, me marcas a mi celular, ¿de acuerdo?
—Claro que sí, joven, no se preocupe —la chica asintió y se despidió en el umbral, para volver a su trabajo, atendiendo a la abuela de Agustín.
El pelinegro se encaminó a las escaleras y descendió unos escalones, pero a la mitad, se sentó en el barandal y se deslizó por el mismo, llegando hasta el final, dando un salto para caer con gracilidad a la pequeña recepción.
—Joven Salazar, no debe hacer eso, ¡su ropa se maltratará! —dijo una chica con rapidez, al verlo realizar esa maniobra tan infantil y se acercó a acomodar la parte trasera del saco, que se había arrugado.
—Está bien, Yuri, no pasa nada —chasqueó la lengua y sujetó la gabardina que iba a usar—. No es como que tenga realmente una cita importante, solo voy a hacer acto de presencia.
—Aun así… ¡¿qué dirá su padre si mira este desastre?! —dijo ella con susto,
«Cómo si me importara…» sonrió animado— relájate Yuri, ese hombre estará ocupado hablando con extraños para promocionarme y no se fijará en mi realmente —aseguró—. Nos vemos en la noche… —dijo a modo de despido se colocó la gabardina, una bufanda y salió con paso rápido.
Fuera de su casa, al terminar las escalinatas de la entrada, había un automóvil negro, esperándolo y frente al mismo, otro.
Un hombre abrió la puerta y le permitió el paso, por lo que Agustín ingresó de inmediato y se sentó cómodo; agradecía que le tocara ir solo a esas reuniones, ya que el esposo de Alonso Salazar, no lo toleraba lo suficiente para compartir automóvil en un viaje, así que, aunque debía llegar con su “familia”, no tenía que aguantarlos todo el camino.
—De todas maneras, es muy temprano aun —observó su reloj.
Aún no eran las cinco de la tarde, pero Alonso se empeñó en que debían llegar antes de que iniciara la fiesta, para poder hablar con los prospectos que tenía en mente, para arreglar el matrimonio de su hijo.
—Odio estas fiestas —musitó el pelinegro, mientras el automóvil salía de la propiedad—, pero debo cumplir… —pensó con tristeza, recordando lo que había ocurrido tres años atrás.
Toda su vida había pensado que su padre había muerto, además, su madre Omega lo había dejado desde pequeño con su abuela, mientras él se relacionaba con otros hombres, la gran mayoría Alfas, buscando una pareja estable, algo que nunca sucedió.
Agustín supo a temprana edad que era un Omega y sabía que llegaría el momento en que tendría que casarse y seguramente un Alfa lo trataría de someter; eso fue lo que hizo que se armara de coraje, buscando mil y un maneras de prepararse, para no verse tan débil o frágil. Así, mientras crecía, evitaba dejarse el cabello largo y hacía ejercicio, por lo que su cuerpo no parecía el de un niño Omega.
Casi a los dieciséis años, cuando llegó a su primer celo, estaba en su primer semestre de la preparatoria. Su olor a vainilla estimuló a otros Alfa, lo que decantó en que varios intentaran atacarlo; al final, uno estuvo a punto de someterlo, pero Agustín pudo sobreponerse y evitar que lo tocara, usando sus feromonas de canela para doblegarlo, por lo que se dio cuenta que, aunque no lo parecía, era un Omega dominante, algo que mantuvo en secreto, excepto para su abuela.
Ese día recibió su primer supresor y tuvo que quedarse en su hogar durante tres días, mientras su celo terminaba. Durante un año, siguió una vida igual que antes; despreciaba a los Alfa que se encontraba y mantenía un perfil bajo, evitando que otros se interesaran en él.
Pero tiempo después, su abuela enfermó gravemente; la pudo llevar al hospital, pero el seguro médico que ella tenía por sus trabajos anteriores, no cubría el gasto de una enfermedad tan complicada, ya que parecía tener neumonía.
Agustín entró en pánico e intentó comunicarse con su madre, quien no le respondió. Estaba desesperado y su abuela parecía estarse despidiendo, cuando le contó la verdad y le dijo quién era su padre, por si lo necesitaba en un futuro, cuando ella no estuviera.
—Alonso Salazar… es un… militar…
Agustín recordaba haber leído ese nombre en unas noticias de personas importantes; el hijo de ese sujeto, se había casado poco antes, con un empresario importante de la ciudad y él también tenía negocios muy rentables.
Su orgullo le decía que lo ignorara, que no lo necesitaba, pero al ver a su abuela tan mal, no le quedó opción que ir a buscar a ese hombre.
Sin dudar, apenas amaneció, fue a la zona militar y pidió información para contactar al Teniente Coronel, Alonso Salazar; aunque fue difícil y tuvo que decir de quien era hijo, amenazando con ir a los periódicos a hablar sobre el amorío de ese hombre y su mamá, al final, lo pudo ver en persona.
—Es cierto, que alguna vez tuve que ver con Mario —señaló el hombre de ojos azules, que lo miraba con altivez—, pero fue hace años…
—Más de diecisiete años —señaló el menor con rapidez.
—Parece que llevas bien las cuentas… pero eso no importa, no tengo nada que ver con él…
—Lo dejó, porque aunque tuvo un hijo suyo, no lo quiso reconocer… —insistió el jovencito, tratando de controlarse, para poder negociar.
—Es cierto que Mario tuvo un hijo —sonrió el hombre con frialdad—, pero no era hijo mío… su ojos no eran azules —se alzó de hombros.
—Existen las pruebas de ADN, ¿sabe? —insistió el pelinegro.
—Si Mario no quiso hacerla, significa que tampoco sabía quién era el padre.
—Puede hacerla ahora —Agustín insistió—. Adelante, ¿qué necesita? ¿Sangre? —acercó la mano al escritorio—. ¿Cabello? —se arrancó varios hilillos del cabello y los puso en la mesa.
Con esas palabras, Alonso se asustó; lo miró con algo de asombro y miedo, luego carraspeó divertido.
—Aunque lo fueras… no me sirves de nada —dijo con rapidez—. Mis hijos solo son Alfas u Omegas, no me sirve de nada un Beta…
—Soy Omega —intervino Agustín.
—No lo pareces…
Agustín suspiró y liberó sus feromonas; una mezcla entre vainilla y canela, que parecía una combinación dulce, como si se tratara de un postre recién salido del horno.
Alonso se puso de pie y se acercó al pelinegro, sujetándolo del rostro; Agustín tuvo el impulso de usar sus feromonas para someterlo, pero decidió contenerse.
—Tu olor… la fragancia es sumamente interesante… —la sonrisa fría del mayor le dio mala espina a Agustín—. Es de esas fragancias que muchos Alfas desean… Se puede percibir bien, así que recesivo, no eres… Y aunque no tienes ojos azules, podrías servirme… —pasó la mano por su barbilla—. Especialmente después del problema que tengo con Erick… —suspiró—. De acuerdo, si me viniste a buscar, es porque necesitas algo, ¿qué es? ¿Dinero? ¿Alguna deuda que tienes que saldar?
—Mi abuela —respondió Agustín con rapidez—. Está enferma y… necesita un tratamiento costoso de inmediato o puede morir… —apretó sus manos—. Si usted la ayuda, yo… haré lo que diga…
—¿Así que estás dispuesto a ofrecer tu cuerpo por la cura de tu abuela?
Agustín respiró profundamente. Se había planteado eso; ofrecer su cuerpo con tal de obtener el dinero que ocupaba, pero pensó que ir con su supuesto padre, no sería necesario, aunque todo indicaba que era lo único que valía de él.
—Sí —dijo con total seguridad.
El hombre de ojos azules sonrió— primero, me aseguraré que realmente seas mi hijo… luego, buscaremos un buen negocio…
—Pero… ¡Mi abuela!
—La enviaré al hospital militar —dijo con indiferencia—, ahí la atenderán de inmediato, me arriesgaré a hacerlo antes de constatar que eres mi hijo… pero si no lo eres, me tendrás que pagar de todas maneras, solo que el negocio no será tan formal…
—¿A qué se refiere? —Agustín no entendía.
—Si realmente eres mi hijo, te reconoceré, te buscaré un buen partido para que te cases y podré tener una relación favorable y segura, con alguna familia importante —explicó—, pero si no lo eres… de alguna manera tendrás que pagarme este préstamo —sonrió—, pero ya estabas dispuesto a ofrecer tu cuerpo, así que, no te costará nada, ¿o sí?
El pelinegro apretó la mandíbula, en ese momento entendía que ese sujeto era un cerdo y hubiera preferido no tener que pedirle ayuda, pero lo hacía por su abuela y estaba dispuesto a llegar a las últimas consecuencias.
Así, su abuela fue llevada al hospital militar, la atendieron, estabilizaron y se salvó; por su parte, él se hizo una prueba de ADN y resultó ser hijo de Alonso Salazar, por lo que tenía que cumplir su parte. Ese hombre le consiguió un matrimonio con rapidez, pese a ser un hijo ilegitimo, pero por cuestiones ajenas a él, no pudo llevarse a cabo y por eso, aún seguía en busca de un buen candidato, especialmente al descubrir que era dominante.
Lo único bueno que obtuvo de esa situación fue haber podido salvar a su abuela y conocer a Erick, su hermano, quien, aunque al principio era un desconocido, supo que también sufría las decisiones de ese sujeto, aunque Erick era más sumiso que él; era una gran diferencia y Alonso lo sabía. A Erick lo podía manipular, pero no a Agustín y menos, siendo un Omega dominante, por eso, aunque tenía muchos pretendientes, no podía concretar un compromiso oficial, ya que ningún Alfa podía soportar las feromonas de su hijo.
Agustín supo a temprana edad que era un Omega y sabía que llegaría el momento en que tendría que casarse y seguramente un Alfa lo trataría de someter; eso fue lo que hizo que se armara de coraje, buscando mil y un maneras de prepararse, para no verse tan débil o frágil. Así, mientras crecía, evitaba dejarse el cabello largo y hacía ejercicio, por lo que su cuerpo no parecía el de un niño Omega.
Casi a los dieciséis años, cuando llegó a su primer celo, estaba en su primer semestre de la preparatoria. Su olor a vainilla estimuló a otros Alfa, lo que decantó en que varios intentaran atacarlo; al final, uno estuvo a punto de someterlo, pero Agustín pudo sobreponerse y evitar que lo tocara, usando sus feromonas de canela para doblegarlo, por lo que se dio cuenta que, aunque no lo parecía, era un Omega dominante, algo que mantuvo en secreto, excepto para su abuela.
Ese día recibió su primer supresor y tuvo que quedarse en su hogar durante tres días, mientras su celo terminaba. Durante un año, siguió una vida igual que antes; despreciaba a los Alfa que se encontraba y mantenía un perfil bajo, evitando que otros se interesaran en él.
Pero tiempo después, su abuela enfermó gravemente; la pudo llevar al hospital, pero el seguro médico que ella tenía por sus trabajos anteriores, no cubría el gasto de una enfermedad tan complicada, ya que parecía tener neumonía.
Agustín entró en pánico e intentó comunicarse con su madre, quien no le respondió. Estaba desesperado y su abuela parecía estarse despidiendo, cuando le contó la verdad y le dijo quién era su padre, por si lo necesitaba en un futuro, cuando ella no estuviera.
—Alonso Salazar… es un… militar…
Agustín recordaba haber leído ese nombre en unas noticias de personas importantes; el hijo de ese sujeto, se había casado poco antes, con un empresario importante de la ciudad y él también tenía negocios muy rentables.
Su orgullo le decía que lo ignorara, que no lo necesitaba, pero al ver a su abuela tan mal, no le quedó opción que ir a buscar a ese hombre.
Sin dudar, apenas amaneció, fue a la zona militar y pidió información para contactar al Teniente Coronel, Alonso Salazar; aunque fue difícil y tuvo que decir de quien era hijo, amenazando con ir a los periódicos a hablar sobre el amorío de ese hombre y su mamá, al final, lo pudo ver en persona.
—Es cierto, que alguna vez tuve que ver con Mario —señaló el hombre de ojos azules, que lo miraba con altivez—, pero fue hace años…
—Más de diecisiete años —señaló el menor con rapidez.
—Parece que llevas bien las cuentas… pero eso no importa, no tengo nada que ver con él…
—Lo dejó, porque aunque tuvo un hijo suyo, no lo quiso reconocer… —insistió el jovencito, tratando de controlarse, para poder negociar.
—Es cierto que Mario tuvo un hijo —sonrió el hombre con frialdad—, pero no era hijo mío… su ojos no eran azules —se alzó de hombros.
—Existen las pruebas de ADN, ¿sabe? —insistió el pelinegro.
—Si Mario no quiso hacerla, significa que tampoco sabía quién era el padre.
—Puede hacerla ahora —Agustín insistió—. Adelante, ¿qué necesita? ¿Sangre? —acercó la mano al escritorio—. ¿Cabello? —se arrancó varios hilillos del cabello y los puso en la mesa.
Con esas palabras, Alonso se asustó; lo miró con algo de asombro y miedo, luego carraspeó divertido.
—Aunque lo fueras… no me sirves de nada —dijo con rapidez—. Mis hijos solo son Alfas u Omegas, no me sirve de nada un Beta…
—Soy Omega —intervino Agustín.
—No lo pareces…
Agustín suspiró y liberó sus feromonas; una mezcla entre vainilla y canela, que parecía una combinación dulce, como si se tratara de un postre recién salido del horno.
Alonso se puso de pie y se acercó al pelinegro, sujetándolo del rostro; Agustín tuvo el impulso de usar sus feromonas para someterlo, pero decidió contenerse.
—Tu olor… la fragancia es sumamente interesante… —la sonrisa fría del mayor le dio mala espina a Agustín—. Es de esas fragancias que muchos Alfas desean… Se puede percibir bien, así que recesivo, no eres… Y aunque no tienes ojos azules, podrías servirme… —pasó la mano por su barbilla—. Especialmente después del problema que tengo con Erick… —suspiró—. De acuerdo, si me viniste a buscar, es porque necesitas algo, ¿qué es? ¿Dinero? ¿Alguna deuda que tienes que saldar?
—Mi abuela —respondió Agustín con rapidez—. Está enferma y… necesita un tratamiento costoso de inmediato o puede morir… —apretó sus manos—. Si usted la ayuda, yo… haré lo que diga…
—¿Así que estás dispuesto a ofrecer tu cuerpo por la cura de tu abuela?
Agustín respiró profundamente. Se había planteado eso; ofrecer su cuerpo con tal de obtener el dinero que ocupaba, pero pensó que ir con su supuesto padre, no sería necesario, aunque todo indicaba que era lo único que valía de él.
—Sí —dijo con total seguridad.
El hombre de ojos azules sonrió— primero, me aseguraré que realmente seas mi hijo… luego, buscaremos un buen negocio…
—Pero… ¡Mi abuela!
—La enviaré al hospital militar —dijo con indiferencia—, ahí la atenderán de inmediato, me arriesgaré a hacerlo antes de constatar que eres mi hijo… pero si no lo eres, me tendrás que pagar de todas maneras, solo que el negocio no será tan formal…
—¿A qué se refiere? —Agustín no entendía.
—Si realmente eres mi hijo, te reconoceré, te buscaré un buen partido para que te cases y podré tener una relación favorable y segura, con alguna familia importante —explicó—, pero si no lo eres… de alguna manera tendrás que pagarme este préstamo —sonrió—, pero ya estabas dispuesto a ofrecer tu cuerpo, así que, no te costará nada, ¿o sí?
El pelinegro apretó la mandíbula, en ese momento entendía que ese sujeto era un cerdo y hubiera preferido no tener que pedirle ayuda, pero lo hacía por su abuela y estaba dispuesto a llegar a las últimas consecuencias.
Así, su abuela fue llevada al hospital militar, la atendieron, estabilizaron y se salvó; por su parte, él se hizo una prueba de ADN y resultó ser hijo de Alonso Salazar, por lo que tenía que cumplir su parte. Ese hombre le consiguió un matrimonio con rapidez, pese a ser un hijo ilegitimo, pero por cuestiones ajenas a él, no pudo llevarse a cabo y por eso, aún seguía en busca de un buen candidato, especialmente al descubrir que era dominante.
Lo único bueno que obtuvo de esa situación fue haber podido salvar a su abuela y conocer a Erick, su hermano, quien, aunque al principio era un desconocido, supo que también sufría las decisiones de ese sujeto, aunque Erick era más sumiso que él; era una gran diferencia y Alonso lo sabía. A Erick lo podía manipular, pero no a Agustín y menos, siendo un Omega dominante, por eso, aunque tenía muchos pretendientes, no podía concretar un compromiso oficial, ya que ningún Alfa podía soportar las feromonas de su hijo.
—Y dudo que haya alguno —sonrió divertido el pelinegro—. No voy a dejar que un Alfa arrogante y estúpido se acerque a mí, todos son unos cerdos que intentan doblegarme —se cruzó de brazos—. Alonso Salazar se dará cuenta que no puede controlarme en realidad.
Sacó su celular y empezó a ver las redes sociales.
La noticia que el diseñador Gibran Ibarra dio, del regreso del “Príncipe Omega”, usando uno de sus trajes para la fiesta de ese día, así como la foto con los pequeños detalles como pista, era tendencia.
Agustín sonrió— ojalá se divierta hoy —pero la sonrisa se esfumó—. Solo espero que el imbécil de Omar no lo eche a perder…
El automóvil se detuvo y el pelinegro suspiró; habían llegado a la enorme mansión de los García. Cuando miró a su alrededor, se dio cuenta que había demasiados automóviles.
—Qué raro… Se supone que la fiesta iniciaría oficialmente a las seis, ¿por qué hay tanta gente?
El automóvil se detuvo frente a la escalinata del acceso y Agustín observó cómo descendían del otro su “padre”, el esposo del mismo y después, iban a abrirle la puerta.
Agustín salió y acomodó su gabardina, dio unos pasos y Alonso lo alcanzó con disimulo.
—Quiero que te comportes hoy —dijo en un frío murmullo, cerca de la oreja del pelinegro—. Hay un Alfa sumamente importante en esta reunión y quiero que le causes buena impresión.
Agustín entornó los ojos— haré mi mejor esfuerzo —dijo burlón.
—Más vale que así sea, Agustín… —apretó el brazo del menor y sonrió forzadamente—. No queremos que tu abuela se vuelva a enfermar y no tengas dinero para su tratamiento, ¿verdad?
El pelinegro apretó la mandíbula y tembló de frustración— no, señor —dijo con voz molesta.
—Bien, de esto depende si sigo ayudándote o no, ya que hasta ahora has sido solo un gasto y no he obtenido ninguna remuneración…
Después de eso, Alonso caminó hasta su esposo y entraron a la enorme casa; Agustín lo siguió, pero su mirada se mantenía fija en ese hombre castaño. Un deseo asesino lo estaba inundando, pero debía controlarse. En el acceso, los porteros recibieron su gabardina y le dieron el programa de esa noche, que constaba de una presentación de algunos músicos, la cena y una declamación, por parte del hijo Omega de la familia García.
Apenas entró al salón, sintió la mano de alguien que lo sujetó del brazo; Agustín se puso a la defensiva, pero al percibir las feromonas de flores de azahar, supo que se trataba de Marcel.
—¡Me sorprendiste! —dijo el pelinegro.
El castaño sonrió y bebió de la copa que traía en mano— ¿también te trajeron temprano?
—Sí y me acaban de decir que debo comportarme.
—A mí también —el de lentes hizo un mohín—. Lamentablemente aun no llegan Víctor y Daniel, para espantarnos a los metiches —comentó—. Luís vino solo, sus padres le dieron la encomienda de encargarse de los detalles de la organización de esta fiesta, así que, por ahora, para guardar las apariencias, tendremos que comportarnos como “lindos Omegas sumisos”.
—¿Contrataron a su familia? —Agustín buscó con la mirada, encontrando a su amigo dándole órdenes a los meseros.
—Siempre… —Marcel asintió—. Pobre, detesta esto, espero que cuando se gradúe de sistemas, ya lo dejen hacer lo que quiera.
—Es un Beta —Agustín sonrió y sujetó una copa que un mesero le acercó—. Tiene más posibilidades que nosotros, de tomar el control de su vida.
—Agus —Marcel lo sujetó del brazo—. Júrame que si llego a tener un hijo Omega y ves que lo quiero casar a la fuerza con alguien, ¡me golpearás para que recupere la razón!
—Lo haría, aunque no me lo pidieras…
Ambos rieron, pero guardaron silencio cuando los murmullos iniciaron.
Voltearon a la puerta y la familia Esquivel iba llegando, seguida por sus hijos y un grupo de jóvenes que solo unos cuantos reconocían.
El rubio que se miraba más imponente, llevaba un traje blanco, con una camisa verde, que combinaba con sus ojos, pero miraba a todos con altivez; los demás, llevaban trajes de distintos tonos oscuros, pero por alguna razón Agustín se quedó observando a un chico castaño, que vestía un clásico traje negro, sobrio y elegante. Ese chico tenía cara de fastidio, pero el pelinegro sintió un escalofrío recorrerlo, cuando la mirada de ambos se cruzó.
Marcel se percató del leve olor de vainilla y observó a su compañero— ¿Agus, estás bien? —preguntó débilmente.
—Sí, solo… —respiró profundamente—. No sé… ese chico…
—¿Quién? —el castaño buscó con la mirada—. ¿El rubio?
—No… no… el castaño de traje negro —sonrió nervioso—. Su mirada me dio… escalofrío.
—Debe ser peligroso, mejor no te acerques —negó el de lentes.
—Lo raro es que… no fue un… escalofrío malo —sonrió nervioso y negó—. Olvídalo, no es nada…
—Es un grupo muy peculiar —Marcel bebió ligeramente de su copa, mientras su mirada repasaba a los recién llegados, que ya eran abordados por varias familias con sus hijos Omega—. Pero ese pelinegro de ahí… —relamió sus labios—. ¡No se ve nada mal! Mira como se le pega el pantalón al trasero, a pesar de que la parte de atrás del saco intenta cubrir la silueta… —sintió que se sofocaba—. Le diré a Fabi que me lo presente… —dejó la copa de lado y sujetó la mano de Agus—. ¡Ven! Hay que aprovechar que conocemos a Fabi y nos puede ayudar.
—¡¿Ayudar a qué?! —preguntó el menor con nervios.
—A conocerlos primero, ¡Obvio! Si no nos gustan, ¡los descartamos y ya! —se alzó de hombros y caminó por entre la gente, llevando al otro de la muñeca.
Agustín no se sentía muy cómodo con la situación, pero sabía que las feromonas de él y Marcel, eran una buena combinación, por eso lo necesitaba. Así, cuando se acercaron, liberaron ambos sus feromonas dominantes, logrando que muchos se apartaran de inmediato.
—¡Buenas noches, Fabi! —sonrió el de lentes, aunque su mirada estaba puesta en Miguel.
—¡Marcel! —Fabián sonrió—. ¡Te ves espectacular! —dijo con sinceridad, ya que el chico llevaba un traje con un corte femenino y coqueto—. Tú también te vez muy bien, Agus —señaló el castaño, al ver que llevaba un traje sobrio, más varonil que su compañero.
—Tan adulador como siempre —Marcel dio un repaso a los demás—, ¡¿nos presentas?! —dijo emocionado.
—Claro… —Fabian se hizo a un lado—. Él es…
El de lentes no lo dejó terminar y dio el paso directamente hacia Miguel, dejando que un ligero olor a melón apareciera, mezclándose con su olor predominante de flores de azahar— soy Marcel Sánchez —le ofreció la mano con rapidez.
Miguel se sorprendió, las feromonas del otro eran sumamente fuertes y aunque percibía el olor de azahar, el olor de melón dulce y maduro, casi como ofreciéndose para que lo mordieran de inmediato, le hizo sonreír— un placer —dijo con voz suave y se inclinó a besar la mano que el otro le acercó—, soy Miguel Domínguez.
El castaño percibió el olor de naranja con un toque de clavo y un escalofrío lo cimbro de pies a cabeza; se cubrió la boca con rapidez, pues sintió que un sonido poco recatado estuvo a punto de escapar de sus labios.
Julián se inclinó hacia su amigo— contrólate o lárgate… —susurró, ya que él también pudo percibir las feromonas y sabía que no era el único.
Miguel carraspeó— ¿le gustaría tomar algo conmigo? —preguntó amable, haciéndole un ademán para apartarse del grupo.
—¡Por supuesto! —Marcel apretó los labios y luego rio nervioso—. Es decir… sí, con gusto.
Marcel sujetó el brazo del pelinegro y se apartó del grupo; parecía embobado observando al otro. La mayoría de las familias y los Omegas que se habían acercado primero, se quedaron atónitos al ver eso, especialmente porque conocían a Marcel y sabían que él nunca permitía que ningún Alfa lo tocara con anta familiaridad, sin su consentimiento.
Por su parte, Alejandro y los demás no dijeron nada. Todos tenían un trabajo, ya se habían puesto de acuerdo, pero que Marcel, el amigo de Fabián, se interesara en Miguel, lo facilitaba, ya que él podría obtener la información de ese chico, justo como el rubio había ordenado.
—¡¿En serio?! —Iván miró a la pareja alejarse—. ¡¿Con él?! ¡¿Cómo es posible?!
—Marcel tiene feromonas con olor a Azahar —explicó Fabián— y Miguel tiene feromonas de naranja —señaló—, se complementan —se alzó de hombros—. Es como una reacción química, en este caso, bioquímica —explicó—, algunos elementos se pueden mezclar mejor que otros, lo que ayuda a que haya una conexión entre Alfas y Omegas.
—Más despacio, cerebrito —dijo el moreno aun confundido.
—Ah… yo… —Agustín se había quedado frente a ellos.
—Disculpa Agus, te presento —sonrió Fabián—. Este jovencito es Agustín Ruiz —dijo con amabilidad—, ellos son mis amigos, a Iván ya lo conoces —se saltó al moreno—. Él es Alejandro de León…
El rubio lo miró con curiosidad, sabía que era hermano de Erick Salazar, pero aunque se parecían, después de ver las fotos que Iván le compartió, el ojiazul era mucho más hermoso a su parecer— un gusto —dijo fríamente, haciendo un ligero ademán con el rostro.
—Dimitry Aramburo —prosiguió Fabián, señalando al pelirrojo.
—Ochen' priyatno —saludó Dimitry en ruso, con total formalidad.
—¿Disculpa? —preguntó Agustín con rapidez.
—Un gusto conocerlo —repitió el ojiazul en español, con media sonrisa.
—Dimitry es ruso y a veces habla en ese idioma, aunque lo hace sin querer, no te preocupes —explicó Fabián.
—Ah… Igual… Un placer… —Agustín frunció el ceño, jamás había conocido a alguien de Rusia.
—Él es David Labastida —señaló al de lentes.
El castaño hizo un ademán con el rostro a modo de saludo— un placer conocerlo, joven Ruiz.
—Y este de aquí, es Julián Chávez —señaló al otro castaño, que miraba hacia abajo al menor.
Agustín pasó saliva y un ligero estremecimiento lo cimbró; Julián levantó una ceja y sonrió levemente de lado, ese niño parecía tenerle miedo
—Hola… —el castaño fue el único que extendió la mano para un saludo.
Agustín aguantó la respiración y titubeó, pero el aroma de chocolate, con un toque de alcohol irlandés, lo hizo suspirar y terminó aceptando el saludo; jamás había tocado la mano de otro de esa manera y mucho menos de un Alfa. Le gustó el tacto tibio, la forma en que esa enorme mano envolvió sus dedos y luego, cómo el otro se inclinó a besarlos, todo sin que esa mirada castaña y penetrante, se apartara de su rostro.
Por su parte, Julián disfrutó del espectáculo que ese chico le brindaba; aunque no se miraba femenino, ni delicado como la gran mayoría de los Omega que conocía, el sonrojo en sus mejillas le daba un aire sumamente encantador.
Por Iván, supo ese día que el hermano de Erick Salazar, el cual se llamaba Agustín Ruiz, era un Omega dominante; “una fierecilla, cómo un gato con las garras listas para darte un zarpazo en cualquier momento…” fue la descripción de su amigo, pero a su percepción, el jovencito era solo un tierno e inocente, gatito indefenso.
—Ah… —Agustín se quedó sin poder hablar.
—¡Agustín! —la voz de un hombre que conocía muy bien lo hizo volver a la realidad y alejó la mano de inmediato.
Alonso se acercó al ver que su hijo interactuaba con los recién llegados.
—Me alegra que empezaras a socializar… —el ojiazul sonrió confiado—. Un placer, soy el General Alonso Salazar y éste es mi hijo, Agustín Salazar.
—¿Salazar? —Julián levantó una ceja y observó al pelinegro con curiosidad.
El castaño ya sabía la situación, pero quería saber las cosas a través de ese chico. Agustín bajó el rostro de inmediato, sintiéndose inseguro por primera vez en mucho tiempo y la mano de su padre en su hombro lo hacía temblar.
—Joven De León… —Alonso se acercó al rubio, quien se mantenía estoico en su lugar, sin mostrar un solo ápice de interés—. Debo decir que me complace conocerlo en persona, hace años tuve el placer de conocer a su padre, Diego de León, aunque no pudimos realizar negocios.
—Extraño… —el ojiverde lo miró fríamente—. Mi padre no mencionó su nombre.
Alonso respiró profundamente— tal vez no me recuerda… —dijo con nervios—. Pero para mi sería un placer que usted y mi hijo, pudieran ser… amigos…
Alejandro miró a Agustín, «es lindo…» pensó «pero no es este el hijo tuyo que me interesa… aun así, debo mantenerlo cerca.»
—Creo que lo entiendo, pero ese tipo de amistades no se pueden forzar —señaló—, aun así sería un gran honor entablar una plática con él... claro, después de que platique con mi primo, Julián —señaló a su compañero.
—¡¿Su primo?! —Alonso se sorprendió al ver a Julián.
—Así es, es casi un hermano para mí —sonrió el rubio—, es mi mano derecha en ciertos asuntos…
La mirada de Alonso pareció brillar; no importaba si era Alejandro de León o un pariente, eso le daba una oportunidad de tener nexos con una familia poderosa.
—Claro, entiendo… solo, no lo descarte con rapidez —sonrió fingiendo amabilidad—. Guti… —dijo el apodo que la abuela del menor siempre le decía, para recordarle que tenía un motivo para acceder—. Espero que seas amable con estos caballeros…
El pelinegro pasó saliva al sentir el apretón en su hombro; sabía que debía hacer las cosas por su abuela, así que, respiró profundamente— claro…
Alonso se apartó unos pasos por inercia, ya que percibió un olor a Whisky, que le incomodó; él bebía Whisky, pero este era más concentrado y casi era como si lo hubiese bebido de golpe y le hubiera raspado la garganta.
—¿Gustas tomar algo conmigo, Guti? —preguntó Julián, ofreciéndole la mano con amabilidad.
El pelinegro observó los ojos castaños y un cosquilleo en su pecho lo hizo sonreír nervioso— sí… claro…
Agustín aceptó la mano y caminó con el castaño, yendo hacia un lugar donde había un sillón apartado.
Alejandro se inclinó hacia Dimitry— todo este circo me está molestando —señaló—. Cúbranme.
El pelirrojo asintió y dio un paso al frente, cerca de David, Iván y Fabián, para evitar que los Omegas que se congregaban ahí, se acercaran más al rubio. Todos sabían que debían buscar la manera de permitir que Alejandro se apartara un poco de la fiesta, para que esperara, así que su meta era entretener a todos los Omega que estuvieran interesados en él, para darle libertad.
En medio del barullo, Alejandro pudo subir unas escaleras y apartarse de la gente, yendo hacia un balcón que daba enfrente de la casa; los meseros, aunque lo vieron, no le negaron el paso, ya que el dueño del lugar, había ordenado que le dieran total libertad a ese chico.
Alejandro observó el jardín frontal y el acceso, al cual llegaban todos los autos y los invitados descendían para entrar a la fiesta.
—Desde aquí, podré saber cuándo llegues —musitó sacando su celular.
De inmediato se puso a ver una vez más, las fotos y videos que Iván le pasó esa tarde, así como otras fotos que Miguel y Julián le habían encontrado en distintas páginas de internet. Había una donde se anunciaba el trabajo de Erick como criador de conejos y el ojiazul aparecía en la foto con el enorme conejo negro, de ojos azules, explicando el por qué se llamaba Kire.
—¿Tú también eres cómo un conejo? —se preguntó divertido—. Necesito conocerte en persona —suspiró y observó la hora.
“Recuerda ponerte el medicamento, ya vimos que en el inicio del celo funciona, pero no sabemos si pueda servir igual, cuando ya esté el celo completamente presente y no debemos arriesgarnos…”
Esas habían sido las palabras de Fabián, así que sacó una jeringa que llevaba y se colocó el medicamento en el cuello.
A diferencia de la primera vez, no sintió nada; seguramente era porque no estaba siendo dominado por sus instintos, así que esperaba que funcionara bien.
—Ahora sólo debo esperar…
Sacó su celular y empezó a ver las redes sociales.
La noticia que el diseñador Gibran Ibarra dio, del regreso del “Príncipe Omega”, usando uno de sus trajes para la fiesta de ese día, así como la foto con los pequeños detalles como pista, era tendencia.
Agustín sonrió— ojalá se divierta hoy —pero la sonrisa se esfumó—. Solo espero que el imbécil de Omar no lo eche a perder…
El automóvil se detuvo y el pelinegro suspiró; habían llegado a la enorme mansión de los García. Cuando miró a su alrededor, se dio cuenta que había demasiados automóviles.
—Qué raro… Se supone que la fiesta iniciaría oficialmente a las seis, ¿por qué hay tanta gente?
El automóvil se detuvo frente a la escalinata del acceso y Agustín observó cómo descendían del otro su “padre”, el esposo del mismo y después, iban a abrirle la puerta.
Agustín salió y acomodó su gabardina, dio unos pasos y Alonso lo alcanzó con disimulo.
—Quiero que te comportes hoy —dijo en un frío murmullo, cerca de la oreja del pelinegro—. Hay un Alfa sumamente importante en esta reunión y quiero que le causes buena impresión.
Agustín entornó los ojos— haré mi mejor esfuerzo —dijo burlón.
—Más vale que así sea, Agustín… —apretó el brazo del menor y sonrió forzadamente—. No queremos que tu abuela se vuelva a enfermar y no tengas dinero para su tratamiento, ¿verdad?
El pelinegro apretó la mandíbula y tembló de frustración— no, señor —dijo con voz molesta.
—Bien, de esto depende si sigo ayudándote o no, ya que hasta ahora has sido solo un gasto y no he obtenido ninguna remuneración…
Después de eso, Alonso caminó hasta su esposo y entraron a la enorme casa; Agustín lo siguió, pero su mirada se mantenía fija en ese hombre castaño. Un deseo asesino lo estaba inundando, pero debía controlarse. En el acceso, los porteros recibieron su gabardina y le dieron el programa de esa noche, que constaba de una presentación de algunos músicos, la cena y una declamación, por parte del hijo Omega de la familia García.
Apenas entró al salón, sintió la mano de alguien que lo sujetó del brazo; Agustín se puso a la defensiva, pero al percibir las feromonas de flores de azahar, supo que se trataba de Marcel.
—¡Me sorprendiste! —dijo el pelinegro.
El castaño sonrió y bebió de la copa que traía en mano— ¿también te trajeron temprano?
—Sí y me acaban de decir que debo comportarme.
—A mí también —el de lentes hizo un mohín—. Lamentablemente aun no llegan Víctor y Daniel, para espantarnos a los metiches —comentó—. Luís vino solo, sus padres le dieron la encomienda de encargarse de los detalles de la organización de esta fiesta, así que, por ahora, para guardar las apariencias, tendremos que comportarnos como “lindos Omegas sumisos”.
—¿Contrataron a su familia? —Agustín buscó con la mirada, encontrando a su amigo dándole órdenes a los meseros.
—Siempre… —Marcel asintió—. Pobre, detesta esto, espero que cuando se gradúe de sistemas, ya lo dejen hacer lo que quiera.
—Es un Beta —Agustín sonrió y sujetó una copa que un mesero le acercó—. Tiene más posibilidades que nosotros, de tomar el control de su vida.
—Agus —Marcel lo sujetó del brazo—. Júrame que si llego a tener un hijo Omega y ves que lo quiero casar a la fuerza con alguien, ¡me golpearás para que recupere la razón!
—Lo haría, aunque no me lo pidieras…
Ambos rieron, pero guardaron silencio cuando los murmullos iniciaron.
Voltearon a la puerta y la familia Esquivel iba llegando, seguida por sus hijos y un grupo de jóvenes que solo unos cuantos reconocían.
El rubio que se miraba más imponente, llevaba un traje blanco, con una camisa verde, que combinaba con sus ojos, pero miraba a todos con altivez; los demás, llevaban trajes de distintos tonos oscuros, pero por alguna razón Agustín se quedó observando a un chico castaño, que vestía un clásico traje negro, sobrio y elegante. Ese chico tenía cara de fastidio, pero el pelinegro sintió un escalofrío recorrerlo, cuando la mirada de ambos se cruzó.
Marcel se percató del leve olor de vainilla y observó a su compañero— ¿Agus, estás bien? —preguntó débilmente.
—Sí, solo… —respiró profundamente—. No sé… ese chico…
—¿Quién? —el castaño buscó con la mirada—. ¿El rubio?
—No… no… el castaño de traje negro —sonrió nervioso—. Su mirada me dio… escalofrío.
—Debe ser peligroso, mejor no te acerques —negó el de lentes.
—Lo raro es que… no fue un… escalofrío malo —sonrió nervioso y negó—. Olvídalo, no es nada…
—Es un grupo muy peculiar —Marcel bebió ligeramente de su copa, mientras su mirada repasaba a los recién llegados, que ya eran abordados por varias familias con sus hijos Omega—. Pero ese pelinegro de ahí… —relamió sus labios—. ¡No se ve nada mal! Mira como se le pega el pantalón al trasero, a pesar de que la parte de atrás del saco intenta cubrir la silueta… —sintió que se sofocaba—. Le diré a Fabi que me lo presente… —dejó la copa de lado y sujetó la mano de Agus—. ¡Ven! Hay que aprovechar que conocemos a Fabi y nos puede ayudar.
—¡¿Ayudar a qué?! —preguntó el menor con nervios.
—A conocerlos primero, ¡Obvio! Si no nos gustan, ¡los descartamos y ya! —se alzó de hombros y caminó por entre la gente, llevando al otro de la muñeca.
Agustín no se sentía muy cómodo con la situación, pero sabía que las feromonas de él y Marcel, eran una buena combinación, por eso lo necesitaba. Así, cuando se acercaron, liberaron ambos sus feromonas dominantes, logrando que muchos se apartaran de inmediato.
—¡Buenas noches, Fabi! —sonrió el de lentes, aunque su mirada estaba puesta en Miguel.
—¡Marcel! —Fabián sonrió—. ¡Te ves espectacular! —dijo con sinceridad, ya que el chico llevaba un traje con un corte femenino y coqueto—. Tú también te vez muy bien, Agus —señaló el castaño, al ver que llevaba un traje sobrio, más varonil que su compañero.
—Tan adulador como siempre —Marcel dio un repaso a los demás—, ¡¿nos presentas?! —dijo emocionado.
—Claro… —Fabian se hizo a un lado—. Él es…
El de lentes no lo dejó terminar y dio el paso directamente hacia Miguel, dejando que un ligero olor a melón apareciera, mezclándose con su olor predominante de flores de azahar— soy Marcel Sánchez —le ofreció la mano con rapidez.
Miguel se sorprendió, las feromonas del otro eran sumamente fuertes y aunque percibía el olor de azahar, el olor de melón dulce y maduro, casi como ofreciéndose para que lo mordieran de inmediato, le hizo sonreír— un placer —dijo con voz suave y se inclinó a besar la mano que el otro le acercó—, soy Miguel Domínguez.
El castaño percibió el olor de naranja con un toque de clavo y un escalofrío lo cimbro de pies a cabeza; se cubrió la boca con rapidez, pues sintió que un sonido poco recatado estuvo a punto de escapar de sus labios.
Julián se inclinó hacia su amigo— contrólate o lárgate… —susurró, ya que él también pudo percibir las feromonas y sabía que no era el único.
Miguel carraspeó— ¿le gustaría tomar algo conmigo? —preguntó amable, haciéndole un ademán para apartarse del grupo.
—¡Por supuesto! —Marcel apretó los labios y luego rio nervioso—. Es decir… sí, con gusto.
Marcel sujetó el brazo del pelinegro y se apartó del grupo; parecía embobado observando al otro. La mayoría de las familias y los Omegas que se habían acercado primero, se quedaron atónitos al ver eso, especialmente porque conocían a Marcel y sabían que él nunca permitía que ningún Alfa lo tocara con anta familiaridad, sin su consentimiento.
Por su parte, Alejandro y los demás no dijeron nada. Todos tenían un trabajo, ya se habían puesto de acuerdo, pero que Marcel, el amigo de Fabián, se interesara en Miguel, lo facilitaba, ya que él podría obtener la información de ese chico, justo como el rubio había ordenado.
—¡¿En serio?! —Iván miró a la pareja alejarse—. ¡¿Con él?! ¡¿Cómo es posible?!
—Marcel tiene feromonas con olor a Azahar —explicó Fabián— y Miguel tiene feromonas de naranja —señaló—, se complementan —se alzó de hombros—. Es como una reacción química, en este caso, bioquímica —explicó—, algunos elementos se pueden mezclar mejor que otros, lo que ayuda a que haya una conexión entre Alfas y Omegas.
—Más despacio, cerebrito —dijo el moreno aun confundido.
—Ah… yo… —Agustín se había quedado frente a ellos.
—Disculpa Agus, te presento —sonrió Fabián—. Este jovencito es Agustín Ruiz —dijo con amabilidad—, ellos son mis amigos, a Iván ya lo conoces —se saltó al moreno—. Él es Alejandro de León…
El rubio lo miró con curiosidad, sabía que era hermano de Erick Salazar, pero aunque se parecían, después de ver las fotos que Iván le compartió, el ojiazul era mucho más hermoso a su parecer— un gusto —dijo fríamente, haciendo un ligero ademán con el rostro.
—Dimitry Aramburo —prosiguió Fabián, señalando al pelirrojo.
—Ochen' priyatno —saludó Dimitry en ruso, con total formalidad.
—¿Disculpa? —preguntó Agustín con rapidez.
—Un gusto conocerlo —repitió el ojiazul en español, con media sonrisa.
—Dimitry es ruso y a veces habla en ese idioma, aunque lo hace sin querer, no te preocupes —explicó Fabián.
—Ah… Igual… Un placer… —Agustín frunció el ceño, jamás había conocido a alguien de Rusia.
—Él es David Labastida —señaló al de lentes.
El castaño hizo un ademán con el rostro a modo de saludo— un placer conocerlo, joven Ruiz.
—Y este de aquí, es Julián Chávez —señaló al otro castaño, que miraba hacia abajo al menor.
Agustín pasó saliva y un ligero estremecimiento lo cimbró; Julián levantó una ceja y sonrió levemente de lado, ese niño parecía tenerle miedo
—Hola… —el castaño fue el único que extendió la mano para un saludo.
Agustín aguantó la respiración y titubeó, pero el aroma de chocolate, con un toque de alcohol irlandés, lo hizo suspirar y terminó aceptando el saludo; jamás había tocado la mano de otro de esa manera y mucho menos de un Alfa. Le gustó el tacto tibio, la forma en que esa enorme mano envolvió sus dedos y luego, cómo el otro se inclinó a besarlos, todo sin que esa mirada castaña y penetrante, se apartara de su rostro.
Por su parte, Julián disfrutó del espectáculo que ese chico le brindaba; aunque no se miraba femenino, ni delicado como la gran mayoría de los Omega que conocía, el sonrojo en sus mejillas le daba un aire sumamente encantador.
Por Iván, supo ese día que el hermano de Erick Salazar, el cual se llamaba Agustín Ruiz, era un Omega dominante; “una fierecilla, cómo un gato con las garras listas para darte un zarpazo en cualquier momento…” fue la descripción de su amigo, pero a su percepción, el jovencito era solo un tierno e inocente, gatito indefenso.
—Ah… —Agustín se quedó sin poder hablar.
—¡Agustín! —la voz de un hombre que conocía muy bien lo hizo volver a la realidad y alejó la mano de inmediato.
Alonso se acercó al ver que su hijo interactuaba con los recién llegados.
—Me alegra que empezaras a socializar… —el ojiazul sonrió confiado—. Un placer, soy el General Alonso Salazar y éste es mi hijo, Agustín Salazar.
—¿Salazar? —Julián levantó una ceja y observó al pelinegro con curiosidad.
El castaño ya sabía la situación, pero quería saber las cosas a través de ese chico. Agustín bajó el rostro de inmediato, sintiéndose inseguro por primera vez en mucho tiempo y la mano de su padre en su hombro lo hacía temblar.
—Joven De León… —Alonso se acercó al rubio, quien se mantenía estoico en su lugar, sin mostrar un solo ápice de interés—. Debo decir que me complace conocerlo en persona, hace años tuve el placer de conocer a su padre, Diego de León, aunque no pudimos realizar negocios.
—Extraño… —el ojiverde lo miró fríamente—. Mi padre no mencionó su nombre.
Alonso respiró profundamente— tal vez no me recuerda… —dijo con nervios—. Pero para mi sería un placer que usted y mi hijo, pudieran ser… amigos…
Alejandro miró a Agustín, «es lindo…» pensó «pero no es este el hijo tuyo que me interesa… aun así, debo mantenerlo cerca.»
—Creo que lo entiendo, pero ese tipo de amistades no se pueden forzar —señaló—, aun así sería un gran honor entablar una plática con él... claro, después de que platique con mi primo, Julián —señaló a su compañero.
—¡¿Su primo?! —Alonso se sorprendió al ver a Julián.
—Así es, es casi un hermano para mí —sonrió el rubio—, es mi mano derecha en ciertos asuntos…
La mirada de Alonso pareció brillar; no importaba si era Alejandro de León o un pariente, eso le daba una oportunidad de tener nexos con una familia poderosa.
—Claro, entiendo… solo, no lo descarte con rapidez —sonrió fingiendo amabilidad—. Guti… —dijo el apodo que la abuela del menor siempre le decía, para recordarle que tenía un motivo para acceder—. Espero que seas amable con estos caballeros…
El pelinegro pasó saliva al sentir el apretón en su hombro; sabía que debía hacer las cosas por su abuela, así que, respiró profundamente— claro…
Alonso se apartó unos pasos por inercia, ya que percibió un olor a Whisky, que le incomodó; él bebía Whisky, pero este era más concentrado y casi era como si lo hubiese bebido de golpe y le hubiera raspado la garganta.
—¿Gustas tomar algo conmigo, Guti? —preguntó Julián, ofreciéndole la mano con amabilidad.
El pelinegro observó los ojos castaños y un cosquilleo en su pecho lo hizo sonreír nervioso— sí… claro…
Agustín aceptó la mano y caminó con el castaño, yendo hacia un lugar donde había un sillón apartado.
Alejandro se inclinó hacia Dimitry— todo este circo me está molestando —señaló—. Cúbranme.
El pelirrojo asintió y dio un paso al frente, cerca de David, Iván y Fabián, para evitar que los Omegas que se congregaban ahí, se acercaran más al rubio. Todos sabían que debían buscar la manera de permitir que Alejandro se apartara un poco de la fiesta, para que esperara, así que su meta era entretener a todos los Omega que estuvieran interesados en él, para darle libertad.
En medio del barullo, Alejandro pudo subir unas escaleras y apartarse de la gente, yendo hacia un balcón que daba enfrente de la casa; los meseros, aunque lo vieron, no le negaron el paso, ya que el dueño del lugar, había ordenado que le dieran total libertad a ese chico.
Alejandro observó el jardín frontal y el acceso, al cual llegaban todos los autos y los invitados descendían para entrar a la fiesta.
—Desde aquí, podré saber cuándo llegues —musitó sacando su celular.
De inmediato se puso a ver una vez más, las fotos y videos que Iván le pasó esa tarde, así como otras fotos que Miguel y Julián le habían encontrado en distintas páginas de internet. Había una donde se anunciaba el trabajo de Erick como criador de conejos y el ojiazul aparecía en la foto con el enorme conejo negro, de ojos azules, explicando el por qué se llamaba Kire.
—¿Tú también eres cómo un conejo? —se preguntó divertido—. Necesito conocerte en persona —suspiró y observó la hora.
“Recuerda ponerte el medicamento, ya vimos que en el inicio del celo funciona, pero no sabemos si pueda servir igual, cuando ya esté el celo completamente presente y no debemos arriesgarnos…”
Esas habían sido las palabras de Fabián, así que sacó una jeringa que llevaba y se colocó el medicamento en el cuello.
A diferencia de la primera vez, no sintió nada; seguramente era porque no estaba siendo dominado por sus instintos, así que esperaba que funcionara bien.
—Ahora sólo debo esperar…
Erick había pasado toda la tarde arreglándose. Cuando terminó, se miró al espejo y se sorprendió. Realmente se miraba diferente y volvía a ser el Erick de antaño; eso le hizo sonreír divertido. Hacía mucho que no iba a una fiesta y aunque le emocionaba, también se sentía nervioso.
«Ha pasado tanto tiempo… espero no haber olvidado nada…» pensó.
Se sentó en una silla, frente a la mesita donde desayunaba algunas veces en su habitación y empezó a repasar lo que había aprendido de modales en la mesa. Revisó algunos artículos en internet, sobre las noticias y novedades del mundo, en caso de tener que departir y trató de recordar datos históricos, por si eran necesarios.
No supo cuánto tiempo pasó, ni siquiera supo en que momento llegó su esposo a arreglarse para salir, hasta que un golpeteo en la puerta lo sacó de concentración. Se puso de pie de inmediato.
—Adelante… —dijo con voz nerviosa.
—Señor Erick… —Joshep entró y se quedó sin habla al verlo—. ¡Vaya! —dijo con asombro—. ¡Se mira tan hermoso como cuando se casó, señor! —sonrió amable.
—Gracias, Joshep —el ojiazul bajó el rostro con vergüenza.
—El señor Acosta lo espera abajo —dijo el canoso con amabilidad.
Erick le había pedido que solo lo fuera a buscar, cuando su esposo estuviera listo para salir; no quiso que le avisaran cuando llegara, porque no quería ponerse más nervioso.
—Gracias…
Omar estaba revisando su celular; su padre lo mantenía al tanto de lo que ocurría en la reunión.
«Así que Salazar tiene una oportunidad de emparentar al bastardo de Agustín con De León… ¡Maldita sea! No debo perder ante ese tipo…» apretó el móvil en su mano, observando la foto del rubio, al que debía de mantener vigilado.
Cuando el castaño escucho los pasos, guardó de inmediato el aparato en el bolsillo de su saco y se dio media vuelta. Iba a decir algo pero su mente se quedó en blanco al ver a su esposo.
Omar sabía que Erick era hermoso, desde la primera vez que lo vio, le gustó; era encantador y sumamente atrayente, pero debido a lo que ocurría con las feromonas del ojiazul, nunca había podido tocarlo como deseaba. Aun así, verlo ataviado con ese traje, le recordó a la primera vez que lo vio; le parecía una visión, mágica, como estar ante un príncipe de verdad, pero ahora sabía que era inalcanzable y eso lo molestaba.
De haber podido, lo hubiera detenido a mitad de la escalera, lo hubiera llevado a su habitación y no habría salido de ahí en toda la noche. Esos eran sus deseos, poder poseer a su esposo, poder tener hijos y quizá, ser una verdadera familia, pero no podía hacerlo.
—Estoy listo… —anunció Erick con voz baja.
Omar parpadeó varias veces y asintió— s… sí, sí, está bien… vamos.
Dio media vuelta y abrió la puerta, esperando a que Erick saliera. El ojiazul pasó frente a su esposo y el castaño percibió un ligero olor a flores; el mismo olor que percibió cuando se casaron. Era tenue, débil, pero dulce, tanto que parecía querer seducirlo.
La mano de Omar se movió involuntariamente, intentando tocar al otro, pero se detuvo de inmediato; sabía que si lo asustaba, el olor de Erick volvería a ser de ese perfume repugnante que lo obligaba a alejarse, así que debía contenerse. Tampoco podía faltar a la reunión, ya que sus padres sabían que iría con su esposo y además, la alta sociedad esperaba ver a Erick con el traje del diseñador Ibarra.
Omar cerró la puerta y se adelantó a Erick; pese a que el chofer que los llevaría iba a abrirle la puerta, fue el castaño el que abrió la puerta de su esposo y le ayudó a subir al automóvil.
—Gracias… —Erick ni siquiera lo vio a los ojos.
Omar tembló, pasó saliva y cerró la puerta, antes de que Erick percibiera sus feromonas, ya que empezaba a sentirse extasiado con la sola presencia del otro. Omar dio la vuelta para ir a la otra puerta, respiró profundamente, disipó su olor y entró al auto.
Cuando el chofer tomó su lugar, el castaño habló.
—A la casa de los García, de inmediato —dijo observando su reloj—. La fiesta empezaría a las seis, espero llegar antes de las siete.
—Por supuesto, señor.
Erick estaba sentado, erguido en su lugar, observando por la ventana, con las manos en su regazo, jugando con su anillo de bodas. Omar lo miraba de soslayo; el traje que el ojiazul llevaba, le cubría todo el cuerpo, aun así, su cuello largo se miraba por encima del cuello de las prendas.
—Ese traje… —Omar miró hacia la ventana de su lado—. ¿No crees que es demasiado para una simple fiesta?
Erick se sobresaltó y observó su traje.
—¿Acaso quieres llamar la atención de los demás, como antes? —comentó con molestia el castaño.
Desde que lo conocía, a Omar le gustaba verlo con la ropa de diseñador; era uno de sus fanáticos y tenía recortes de las revistas dónde Erick aparecía. En su momento se sintió bien de saber que él se quedaría con el “príncipe Omega”, pero ahora, estaba consciente que no era suyo, por más que quisiera y le molestaba que otros lo vieran como antes.
—El señor Ibarra me pidió que lo usara —explicó el pelinegro—. Intenté negarme, pero dijo que lo hablaría contigo y tu mamá…
—Sí, me llamó —dijo con molestia—. Ese sujeto es demasiado insistente y se atrevió a hablarle a mi madre para que me presionara también —señaló—. Tendré que acudir a otras reuniones los próximos días, pero serán por cuestiones de negocio, así que no tendrás que acompañarme a todas… Aun así, yo personalmente, te buscaré ropa adecuada y no tan ostentosa, por lo tanto, no quiero que salgas de casa, para evitar estas situaciones de nuevo, ¿entendido?
Erick sintió una opresión de su pecho, pero no podía negarse— de acuerdo.
«Aunque no pueda tocarte, nadie me puede quitar el derecho de ser el único que te pueda ver…» pensó Omar y apretó el puño cerca de su boca, mientras repasaba con sus ojos el cuerpo de Erick y delineaba los labios con la mirada, deseando probarlos con ansia.
La mente del castaño empezó a volar.
Tanía ganas de ordenarle al chofer que se detuviera, sujetar a Erick y recostarlo en el asiento, para poder besarlo, acariciarlo, poseerlo; el reto de tantas telas estorbándole lo hacía más interesante, como un juego para llegar a ese cuerpo que solo había visto un par de veces, pero que lo había trastornado tanto como para soñar diariamente con él y que tanto deseaba marcar como suyo.
«Si pudiera hacerte mío…» pensó con anhelo «No necesitaría más en esta vida…»
—Tus padres, ¿estarán en la recepción? —la voz de Erick sacó al castaño de sus pensamientos.
—Sí —dijo con rapidez.
—Agustín me dijo que… tu mamá quiere hacer una reunión para el 25 de diciembre… —comentó el ojiazul con debilidad
—Me imagino que quiere festejar Navidad…
Erick bajó la mirada y suspiró «es para mi cumpleaños…» pensó con tristeza, «aunque es obvio que tu ni siquiera lo recuerdas…»
—No te preocupes, no tienes que ir, yo puedo disculparte con mi madre —Omar le restó importancia.
Erick estrujó sus manos; no quería fallarle a Ulises, especialmente porque era para su cumpleaños, pero ahora tendría que buscar una excusa para que su suegro no hiciera esa reunión.
Suspiró.
Desde que se casó, no había festejado su cumpleaños y era obvio que a Omar no le interesaba en lo más mínimo. Erick sabía cuándo era el cumpleaños de su esposo, así que en esa fecha, le mandaba comprar un obsequio, pero nunca lo pasaban juntos, ya que Omar se iba a festejar con otros y aunque recibía los regalos, nunca los usaba.
El silencio reinó de nuevo y finalmente, el automóvil llegó a la enorme casa.
El chofer se estacionó en la entrada y bajó para abrir la puerta de Omar, quien salió de inmediato y fue a abrir la puerta de su esposo. Erick titubeó, pero salió con lentitud; Omar le ofreció la mano, pero Erick sabía que no debía tocarlo, ya que posiblemente le dejaría su “asqueroso olor”, como siempre le decía, aunado a ello, ya lo había lastimado por haberlo hecho antes, así que decidió sujetarse del brazo, así el olor se quedaría en la ropa y no en la piel.
Cuando Erick salió, sintió un escalofrío. Buscó con la mirada alrededor, pero no encontró a nadie. Le pareció extraño, pero se sentía observado.
—Vamos…
Omar le ofreció el brazo y Erick lo sujetó con delicadeza, caminando por la escalinata, sintiendo un hormigueo extraño en su estómago.
Desde el balcón superior, los ojos verdes de Alejandro observaban a Erick. Cada detalle, cada movimiento; su gracilidad, su tenue sonrisa, sus delicados ademanes, todo él parecía hipnotizarlo.
—Por fin llegó la hora —sonrió—. Debo atrapar un conejo.
«Ha pasado tanto tiempo… espero no haber olvidado nada…» pensó.
Se sentó en una silla, frente a la mesita donde desayunaba algunas veces en su habitación y empezó a repasar lo que había aprendido de modales en la mesa. Revisó algunos artículos en internet, sobre las noticias y novedades del mundo, en caso de tener que departir y trató de recordar datos históricos, por si eran necesarios.
No supo cuánto tiempo pasó, ni siquiera supo en que momento llegó su esposo a arreglarse para salir, hasta que un golpeteo en la puerta lo sacó de concentración. Se puso de pie de inmediato.
—Adelante… —dijo con voz nerviosa.
—Señor Erick… —Joshep entró y se quedó sin habla al verlo—. ¡Vaya! —dijo con asombro—. ¡Se mira tan hermoso como cuando se casó, señor! —sonrió amable.
—Gracias, Joshep —el ojiazul bajó el rostro con vergüenza.
—El señor Acosta lo espera abajo —dijo el canoso con amabilidad.
Erick le había pedido que solo lo fuera a buscar, cuando su esposo estuviera listo para salir; no quiso que le avisaran cuando llegara, porque no quería ponerse más nervioso.
—Gracias…
Omar estaba revisando su celular; su padre lo mantenía al tanto de lo que ocurría en la reunión.
«Así que Salazar tiene una oportunidad de emparentar al bastardo de Agustín con De León… ¡Maldita sea! No debo perder ante ese tipo…» apretó el móvil en su mano, observando la foto del rubio, al que debía de mantener vigilado.
Cuando el castaño escucho los pasos, guardó de inmediato el aparato en el bolsillo de su saco y se dio media vuelta. Iba a decir algo pero su mente se quedó en blanco al ver a su esposo.
Omar sabía que Erick era hermoso, desde la primera vez que lo vio, le gustó; era encantador y sumamente atrayente, pero debido a lo que ocurría con las feromonas del ojiazul, nunca había podido tocarlo como deseaba. Aun así, verlo ataviado con ese traje, le recordó a la primera vez que lo vio; le parecía una visión, mágica, como estar ante un príncipe de verdad, pero ahora sabía que era inalcanzable y eso lo molestaba.
De haber podido, lo hubiera detenido a mitad de la escalera, lo hubiera llevado a su habitación y no habría salido de ahí en toda la noche. Esos eran sus deseos, poder poseer a su esposo, poder tener hijos y quizá, ser una verdadera familia, pero no podía hacerlo.
—Estoy listo… —anunció Erick con voz baja.
Omar parpadeó varias veces y asintió— s… sí, sí, está bien… vamos.
Dio media vuelta y abrió la puerta, esperando a que Erick saliera. El ojiazul pasó frente a su esposo y el castaño percibió un ligero olor a flores; el mismo olor que percibió cuando se casaron. Era tenue, débil, pero dulce, tanto que parecía querer seducirlo.
La mano de Omar se movió involuntariamente, intentando tocar al otro, pero se detuvo de inmediato; sabía que si lo asustaba, el olor de Erick volvería a ser de ese perfume repugnante que lo obligaba a alejarse, así que debía contenerse. Tampoco podía faltar a la reunión, ya que sus padres sabían que iría con su esposo y además, la alta sociedad esperaba ver a Erick con el traje del diseñador Ibarra.
Omar cerró la puerta y se adelantó a Erick; pese a que el chofer que los llevaría iba a abrirle la puerta, fue el castaño el que abrió la puerta de su esposo y le ayudó a subir al automóvil.
—Gracias… —Erick ni siquiera lo vio a los ojos.
Omar tembló, pasó saliva y cerró la puerta, antes de que Erick percibiera sus feromonas, ya que empezaba a sentirse extasiado con la sola presencia del otro. Omar dio la vuelta para ir a la otra puerta, respiró profundamente, disipó su olor y entró al auto.
Cuando el chofer tomó su lugar, el castaño habló.
—A la casa de los García, de inmediato —dijo observando su reloj—. La fiesta empezaría a las seis, espero llegar antes de las siete.
—Por supuesto, señor.
Erick estaba sentado, erguido en su lugar, observando por la ventana, con las manos en su regazo, jugando con su anillo de bodas. Omar lo miraba de soslayo; el traje que el ojiazul llevaba, le cubría todo el cuerpo, aun así, su cuello largo se miraba por encima del cuello de las prendas.
—Ese traje… —Omar miró hacia la ventana de su lado—. ¿No crees que es demasiado para una simple fiesta?
Erick se sobresaltó y observó su traje.
—¿Acaso quieres llamar la atención de los demás, como antes? —comentó con molestia el castaño.
Desde que lo conocía, a Omar le gustaba verlo con la ropa de diseñador; era uno de sus fanáticos y tenía recortes de las revistas dónde Erick aparecía. En su momento se sintió bien de saber que él se quedaría con el “príncipe Omega”, pero ahora, estaba consciente que no era suyo, por más que quisiera y le molestaba que otros lo vieran como antes.
—El señor Ibarra me pidió que lo usara —explicó el pelinegro—. Intenté negarme, pero dijo que lo hablaría contigo y tu mamá…
—Sí, me llamó —dijo con molestia—. Ese sujeto es demasiado insistente y se atrevió a hablarle a mi madre para que me presionara también —señaló—. Tendré que acudir a otras reuniones los próximos días, pero serán por cuestiones de negocio, así que no tendrás que acompañarme a todas… Aun así, yo personalmente, te buscaré ropa adecuada y no tan ostentosa, por lo tanto, no quiero que salgas de casa, para evitar estas situaciones de nuevo, ¿entendido?
Erick sintió una opresión de su pecho, pero no podía negarse— de acuerdo.
«Aunque no pueda tocarte, nadie me puede quitar el derecho de ser el único que te pueda ver…» pensó Omar y apretó el puño cerca de su boca, mientras repasaba con sus ojos el cuerpo de Erick y delineaba los labios con la mirada, deseando probarlos con ansia.
La mente del castaño empezó a volar.
Tanía ganas de ordenarle al chofer que se detuviera, sujetar a Erick y recostarlo en el asiento, para poder besarlo, acariciarlo, poseerlo; el reto de tantas telas estorbándole lo hacía más interesante, como un juego para llegar a ese cuerpo que solo había visto un par de veces, pero que lo había trastornado tanto como para soñar diariamente con él y que tanto deseaba marcar como suyo.
«Si pudiera hacerte mío…» pensó con anhelo «No necesitaría más en esta vida…»
—Tus padres, ¿estarán en la recepción? —la voz de Erick sacó al castaño de sus pensamientos.
—Sí —dijo con rapidez.
—Agustín me dijo que… tu mamá quiere hacer una reunión para el 25 de diciembre… —comentó el ojiazul con debilidad
—Me imagino que quiere festejar Navidad…
Erick bajó la mirada y suspiró «es para mi cumpleaños…» pensó con tristeza, «aunque es obvio que tu ni siquiera lo recuerdas…»
—No te preocupes, no tienes que ir, yo puedo disculparte con mi madre —Omar le restó importancia.
Erick estrujó sus manos; no quería fallarle a Ulises, especialmente porque era para su cumpleaños, pero ahora tendría que buscar una excusa para que su suegro no hiciera esa reunión.
Suspiró.
Desde que se casó, no había festejado su cumpleaños y era obvio que a Omar no le interesaba en lo más mínimo. Erick sabía cuándo era el cumpleaños de su esposo, así que en esa fecha, le mandaba comprar un obsequio, pero nunca lo pasaban juntos, ya que Omar se iba a festejar con otros y aunque recibía los regalos, nunca los usaba.
El silencio reinó de nuevo y finalmente, el automóvil llegó a la enorme casa.
El chofer se estacionó en la entrada y bajó para abrir la puerta de Omar, quien salió de inmediato y fue a abrir la puerta de su esposo. Erick titubeó, pero salió con lentitud; Omar le ofreció la mano, pero Erick sabía que no debía tocarlo, ya que posiblemente le dejaría su “asqueroso olor”, como siempre le decía, aunado a ello, ya lo había lastimado por haberlo hecho antes, así que decidió sujetarse del brazo, así el olor se quedaría en la ropa y no en la piel.
Cuando Erick salió, sintió un escalofrío. Buscó con la mirada alrededor, pero no encontró a nadie. Le pareció extraño, pero se sentía observado.
—Vamos…
Omar le ofreció el brazo y Erick lo sujetó con delicadeza, caminando por la escalinata, sintiendo un hormigueo extraño en su estómago.
Desde el balcón superior, los ojos verdes de Alejandro observaban a Erick. Cada detalle, cada movimiento; su gracilidad, su tenue sonrisa, sus delicados ademanes, todo él parecía hipnotizarlo.
—Por fin llegó la hora —sonrió—. Debo atrapar un conejo.
Glosario:
*Ochen' priyatno [en ruso Очень приятно] es un saludo formal ruso, literalmente significa “Un gusto conocerle”.
Ahora si, espero disfruten este capítulo; es posible (no seguro) que el próximo se retrase una semana, espero me tengan paciencia
*Ochen' priyatno [en ruso Очень приятно] es un saludo formal ruso, literalmente significa “Un gusto conocerle”.
Ahora si, espero disfruten este capítulo; es posible (no seguro) que el próximo se retrase una semana, espero me tengan paciencia
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