Capítulo III
El último mes del año llegó; aun no era invierno, pero el frío había comenzado a arreciar desde mediados de noviembre, incluso, hubo una ligera nevada en la ciudad los primeros días de diciembre.
Aunque hacía frío, desde el amanecer, Erick, había salido de la casa. No había podido dormir, los olores mezclados dentro de ese lugar le causaban asco y sentía que vomitaría en cualquier momento; en un instante de desesperación, se levantó, se puso una chaqueta abrigadora, sujetó una manta y salió hacia el patio trasero.
Desde entonces, estaba sentado, en la silla que había dentro de la enorme jaula que limitaba la conejera, sosteniendo entre sus brazos a Kire, el enorme conejo negro que era su favorito, acariciándolo con cuidado; su vista estaba perdida y su mente en blanco. Los movimientos de sus manos eran automáticos y los suspiros, de cuando en cuando, escapaban de su boca.
—¿Señor Erick? —La voz de Joseph se escuchó con suavidad, aun así, el pelinegro se sobresaltó.
—¿Qué…? ¿Qué pasa? —preguntó confundido.
—Señor, es media mañana —anunció el hombre—, ¿no desea desayunar? —preguntó condescendiente.
El ojiazul mordió su labio— ¿mi…? ¿Mi esposo? —indagó débilmente.
—Ya salió para la oficina, parece que había asuntos urgentes que atender —señaló el canoso.
Erick respiró profundamente antes de proseguir— y… ¿el otro? —dijo con desdén.
El mayordomo suspiró cansado— aun en la alcoba del señor Acosta —dijo con calma—. Su esposo dio órdenes de que no se le molestara y que cuando despertara, le ofreciéramos desayuno, antes de que se retirara.
Erick apretó la quijada— cuando ‘ese’… —dijo la palabra con desprecio—. Se retire de la casa, abran las ventanas de todas las zonas para que su olor se disipe, preparen mi desayuno y me avisas, por favor —pidió cortés—. Por ahora, solo tráeme un café.
—Cómo desee.
El hombre salió de la conejera y fue a la casa por el pedido del ojiazul.
Erick se hizo un ovillo, abrazando a Kire, quien se arrebujó en sus piernas.
—¡Me molesta! —confesó—. No porque lo quiera o me interese —aseguró—, sino porque ¡es mi casa! —dijo con desespero.
No era la primera vez que Omar llevaba a alguien más, ni tampoco era la primera vez que lo obligaba a tratarlos con consideraciones.
Aunque hacía frío, desde el amanecer, Erick, había salido de la casa. No había podido dormir, los olores mezclados dentro de ese lugar le causaban asco y sentía que vomitaría en cualquier momento; en un instante de desesperación, se levantó, se puso una chaqueta abrigadora, sujetó una manta y salió hacia el patio trasero.
Desde entonces, estaba sentado, en la silla que había dentro de la enorme jaula que limitaba la conejera, sosteniendo entre sus brazos a Kire, el enorme conejo negro que era su favorito, acariciándolo con cuidado; su vista estaba perdida y su mente en blanco. Los movimientos de sus manos eran automáticos y los suspiros, de cuando en cuando, escapaban de su boca.
—¿Señor Erick? —La voz de Joseph se escuchó con suavidad, aun así, el pelinegro se sobresaltó.
—¿Qué…? ¿Qué pasa? —preguntó confundido.
—Señor, es media mañana —anunció el hombre—, ¿no desea desayunar? —preguntó condescendiente.
El ojiazul mordió su labio— ¿mi…? ¿Mi esposo? —indagó débilmente.
—Ya salió para la oficina, parece que había asuntos urgentes que atender —señaló el canoso.
Erick respiró profundamente antes de proseguir— y… ¿el otro? —dijo con desdén.
El mayordomo suspiró cansado— aun en la alcoba del señor Acosta —dijo con calma—. Su esposo dio órdenes de que no se le molestara y que cuando despertara, le ofreciéramos desayuno, antes de que se retirara.
Erick apretó la quijada— cuando ‘ese’… —dijo la palabra con desprecio—. Se retire de la casa, abran las ventanas de todas las zonas para que su olor se disipe, preparen mi desayuno y me avisas, por favor —pidió cortés—. Por ahora, solo tráeme un café.
—Cómo desee.
El hombre salió de la conejera y fue a la casa por el pedido del ojiazul.
Erick se hizo un ovillo, abrazando a Kire, quien se arrebujó en sus piernas.
—¡Me molesta! —confesó—. No porque lo quiera o me interese —aseguró—, sino porque ¡es mi casa! —dijo con desespero.
No era la primera vez que Omar llevaba a alguien más, ni tampoco era la primera vez que lo obligaba a tratarlos con consideraciones.
Erick estaba en su estudio, pintando y desde el ventanal del mismo, observó el auto de su esposo llegar. La mirada azul se mantuvo fija y notó cómo dos personas bajaron del auto; Erick sintió que se le revolvía el estómago, a sabiendas de lo que pasaría esa noche.
—Será mejor que no baje… —musitó.
Era probable que Joseph fuera a ofrecerle de cenar, así que le pediría que le llevara algo ligero y luego se encerraría en su habitación.
Momentos después, un golpeteo insistente se escuchó.
—Adelante… —dijo el pelinegro, dando unos trazos en el lienzo.
—Señor Erick —dijo el canoso con suavidad—. La cena será servida pronto.
Erick volvió el rostro y miró al canoso, consternado— ¿Dónde? —preguntó incrédulo, ya que no le preguntaron dónde deseaba cenar.
—El señor Acosta, ordenó que pusiéramos la mesa para tres.
—¡¿Qué?! —Los ojos azules se abrieron con susto.
—Quiere… —parecía que al hombre le costaba trabajo decirle las cosas al otro—. Quiere que lo acompañe a cenar y salude a su visita… —terminó en un murmullo.
«No puede ser…» Erick aguantó la respiración un momento.
Tembló; no sabía si de ira, frustración, coraje o miedo, pero sabía que debía obedecer, porque de lo contrario, Omar iría por él y lo lastimaría en el proceso. Tomó aire y calmó su respiración; si se alteraba, el olor de sus feromonas haría enfurecer a su esposo.
—De acuerdo… —dijo forzando una sonrisa—. Prepara un café para mí, por favor —pidió con rapidez, ya que había encontrado que el beber café le calmaba, en las noches no lo bebía, porque se suponía que la cafeína no lo dejaba dormir, pero el simple olor le era reconfortante—. Solo me lavo las manos y bajo…
—Lo prepararé de inmediato —Joseph se retiró.
Erick se puso de pie, dejó sus pinceles y pinturas de lado; no tendría tiempo de limpiar, ya que Omar no tenía mucha paciencia. Fue al cuarto de aseo, limpió sus manos y algunas manchas de pintura que tenía en el rostro; después se dirigió a la puerta, respirando profundamente antes de abrir.
Bajó las escaleras con paso lento, tratando de mostrar seguridad y mientras se acercaba al comedor, escuchaba una risita coqueta y la voz de su esposo, elogiando a alguien más.
—Buenas noches… —dijo por educación, al llegar al comedor, ocupado por dos personas.
Omar ocupaba el lugar principal; a su derecha estaba un jovencito de cabello largo y oscuro, con mirada castaña y actitud desdeñosa. Ninguno de los dos, respondió el saludo. El plato de Erick estaba al otro extremo de la mesa, que era para doce personas, así que era obvio que Omar no lo quería cerca.
El ojiazul caminó en silencio y llegó hasta su lugar designado, dónde Joseph movió la silla para él.
—Gracias… —dijo el pelinegro, tomando asiento y sujetando la servilleta con delicadeza, colocándola sobre su regazo.
Había sido educado con todas las reglas de etiqueta, ya que su padre insistió en que su educación fuera excelsa, así que sabía cómo comportarse, aunque no estuviera del todo a gusto con la situación.
La servidumbre empezó a servir los alimentos
Primero se acercaron a Omar y aunque Erick debía ser el segundo, lo dejaron hasta el final; el ojiazul mantuvo un gesto impasible, pero por debajo de la mesa, sus piernas se movían insistentes. Aun así, pese a que aún no le servían la cena, Joseph llegó de inmediato con él y le sirvió café; el olor llegó a su nariz y se sintió completamente reconfortado por el mismo, permitiendo que se relajara de inmediato.
Omar y su compañero empezaron a platicar, ignorando a Erick, quien solo se limitó a comer, dejando su mente en blanco; trataba de no pensar, de fingir que estaba solo en ese comedor como muchas otras veces.
No supo cuánto tiempo pasó, ni siquiera terminó la cena, pero en un parpadeo el postre estaba frente a él; un cuenco de fresas con crema. Suspiró. Seguramente era el postre favorito del sujeto que los acompañaba esa noche.
—Erick —la voz de Omar se escuchó—. Jair se quedará a dormir hoy —sonrió de lado de forma burlona.
El ojiazul mantuvo la mirada en el postre que aún no tocaba— está bien —respondió con suavidad.
—¿Nos acompañarás? —la voz extraña para Erick lo hizo levantar el rostro, encontrando la mirada castaña sobre él, viéndolo con altivez—. ¡Sería divertido!
—¡Oh no, querido! —Omar movió la mano y acarició el rostro de su amigo—. Erick no nos acompañará, a él le gusta darme libertad de hacer lo que deseo, ¿no es así, Erick?
El pelinegro posó la mirada en su esposo y su labio inferior tembló; tenía un nudo en la garganta.
—¿Por qué no? —Jair miró a Omar con curiosidad—. ¿Acaso no es tu esposo? ¿Tu Omega? —preguntó con sarcasmo—. Si le molesta que tengas diversión conmigo, sólo somételo.
Erick pasó saliva con dificultad.
—Imposible… —Omar negó y bebió algo de vino—. Erick no es Omega —dijo con seguridad—, es un Beta y no responde a mis feromonas.
—¡¿Un Beta?!
El jovencito miró al ojiazul con algo de confusión. Erick desvió la mirada; Omar mentía siempre que le preguntaban por qué no podía someterlo, porque aunque lo intentaba, era el mismo castaño quien no toleraba tenerlo cerca en realidad y no quería que nadie supiera que su esposo, el delicado y hermoso ‘príncipe’ Omega de la familia Salazar, había sido marcado por un Alfa dominante, eso sería un duro golpe para su orgullo, por lo tanto, prefería decir que se habían equivocado en su género.
—Entonces… ¿por qué te casaste con él?
—Cuestiones familiares… —le restó importancia.
—Entiendo… —la risita burlona del otro se escuchó—. Pues yo no tengo problema en estar con Betas.
Erick apretó la cuchara en su mano.
—Pues a mí no me interesa —señaló Omar—, pero tengo un trato con su familia —dijo indiferente—. Así que, espero que mantengas esto en secreto.
—Por supuesto… —dijo el otro con fingida inocencia, aunque su mirada se posó en Erick con diversión, era obvio que sería algo que comentaría con otras personas.
Erick no se movió, después de un momento, el olor de té de limón y miel empezó a inundar el comedor y alcanzó a percibir un tenue olor a fresas.
«¿Por qué no me sorprende?» pensó con coraje y prefirió no terminar de comer el postre.
La pareja se besó ahí mismo, frente al ojiazul, quien mantenía la mirada hacia abajo, controlándose, para que su cuerpo no empezara a emanar ese olor que desquiciaba a su esposo y no tener problemas.
No pasó mucho tiempo, cuando Omar se puso de pie, sujetó la mano de Jair y lo abrazó, llevándolo hacia las escaleras. Erick se quedó en su lugar, pero apartó el plato de fresas.
—Retiren esto, por favor, no voy a comerlo…
Joseph se acercó y sujetó el cuenco— ¿desea algo más, señor?
—Prepara otro café, por favor, lo beberé antes de ir a mi habitación…
—Será mejor que no baje… —musitó.
Era probable que Joseph fuera a ofrecerle de cenar, así que le pediría que le llevara algo ligero y luego se encerraría en su habitación.
Momentos después, un golpeteo insistente se escuchó.
—Adelante… —dijo el pelinegro, dando unos trazos en el lienzo.
—Señor Erick —dijo el canoso con suavidad—. La cena será servida pronto.
Erick volvió el rostro y miró al canoso, consternado— ¿Dónde? —preguntó incrédulo, ya que no le preguntaron dónde deseaba cenar.
—El señor Acosta, ordenó que pusiéramos la mesa para tres.
—¡¿Qué?! —Los ojos azules se abrieron con susto.
—Quiere… —parecía que al hombre le costaba trabajo decirle las cosas al otro—. Quiere que lo acompañe a cenar y salude a su visita… —terminó en un murmullo.
«No puede ser…» Erick aguantó la respiración un momento.
Tembló; no sabía si de ira, frustración, coraje o miedo, pero sabía que debía obedecer, porque de lo contrario, Omar iría por él y lo lastimaría en el proceso. Tomó aire y calmó su respiración; si se alteraba, el olor de sus feromonas haría enfurecer a su esposo.
—De acuerdo… —dijo forzando una sonrisa—. Prepara un café para mí, por favor —pidió con rapidez, ya que había encontrado que el beber café le calmaba, en las noches no lo bebía, porque se suponía que la cafeína no lo dejaba dormir, pero el simple olor le era reconfortante—. Solo me lavo las manos y bajo…
—Lo prepararé de inmediato —Joseph se retiró.
Erick se puso de pie, dejó sus pinceles y pinturas de lado; no tendría tiempo de limpiar, ya que Omar no tenía mucha paciencia. Fue al cuarto de aseo, limpió sus manos y algunas manchas de pintura que tenía en el rostro; después se dirigió a la puerta, respirando profundamente antes de abrir.
Bajó las escaleras con paso lento, tratando de mostrar seguridad y mientras se acercaba al comedor, escuchaba una risita coqueta y la voz de su esposo, elogiando a alguien más.
—Buenas noches… —dijo por educación, al llegar al comedor, ocupado por dos personas.
Omar ocupaba el lugar principal; a su derecha estaba un jovencito de cabello largo y oscuro, con mirada castaña y actitud desdeñosa. Ninguno de los dos, respondió el saludo. El plato de Erick estaba al otro extremo de la mesa, que era para doce personas, así que era obvio que Omar no lo quería cerca.
El ojiazul caminó en silencio y llegó hasta su lugar designado, dónde Joseph movió la silla para él.
—Gracias… —dijo el pelinegro, tomando asiento y sujetando la servilleta con delicadeza, colocándola sobre su regazo.
Había sido educado con todas las reglas de etiqueta, ya que su padre insistió en que su educación fuera excelsa, así que sabía cómo comportarse, aunque no estuviera del todo a gusto con la situación.
La servidumbre empezó a servir los alimentos
Primero se acercaron a Omar y aunque Erick debía ser el segundo, lo dejaron hasta el final; el ojiazul mantuvo un gesto impasible, pero por debajo de la mesa, sus piernas se movían insistentes. Aun así, pese a que aún no le servían la cena, Joseph llegó de inmediato con él y le sirvió café; el olor llegó a su nariz y se sintió completamente reconfortado por el mismo, permitiendo que se relajara de inmediato.
Omar y su compañero empezaron a platicar, ignorando a Erick, quien solo se limitó a comer, dejando su mente en blanco; trataba de no pensar, de fingir que estaba solo en ese comedor como muchas otras veces.
No supo cuánto tiempo pasó, ni siquiera terminó la cena, pero en un parpadeo el postre estaba frente a él; un cuenco de fresas con crema. Suspiró. Seguramente era el postre favorito del sujeto que los acompañaba esa noche.
—Erick —la voz de Omar se escuchó—. Jair se quedará a dormir hoy —sonrió de lado de forma burlona.
El ojiazul mantuvo la mirada en el postre que aún no tocaba— está bien —respondió con suavidad.
—¿Nos acompañarás? —la voz extraña para Erick lo hizo levantar el rostro, encontrando la mirada castaña sobre él, viéndolo con altivez—. ¡Sería divertido!
—¡Oh no, querido! —Omar movió la mano y acarició el rostro de su amigo—. Erick no nos acompañará, a él le gusta darme libertad de hacer lo que deseo, ¿no es así, Erick?
El pelinegro posó la mirada en su esposo y su labio inferior tembló; tenía un nudo en la garganta.
—¿Por qué no? —Jair miró a Omar con curiosidad—. ¿Acaso no es tu esposo? ¿Tu Omega? —preguntó con sarcasmo—. Si le molesta que tengas diversión conmigo, sólo somételo.
Erick pasó saliva con dificultad.
—Imposible… —Omar negó y bebió algo de vino—. Erick no es Omega —dijo con seguridad—, es un Beta y no responde a mis feromonas.
—¡¿Un Beta?!
El jovencito miró al ojiazul con algo de confusión. Erick desvió la mirada; Omar mentía siempre que le preguntaban por qué no podía someterlo, porque aunque lo intentaba, era el mismo castaño quien no toleraba tenerlo cerca en realidad y no quería que nadie supiera que su esposo, el delicado y hermoso ‘príncipe’ Omega de la familia Salazar, había sido marcado por un Alfa dominante, eso sería un duro golpe para su orgullo, por lo tanto, prefería decir que se habían equivocado en su género.
—Entonces… ¿por qué te casaste con él?
—Cuestiones familiares… —le restó importancia.
—Entiendo… —la risita burlona del otro se escuchó—. Pues yo no tengo problema en estar con Betas.
Erick apretó la cuchara en su mano.
—Pues a mí no me interesa —señaló Omar—, pero tengo un trato con su familia —dijo indiferente—. Así que, espero que mantengas esto en secreto.
—Por supuesto… —dijo el otro con fingida inocencia, aunque su mirada se posó en Erick con diversión, era obvio que sería algo que comentaría con otras personas.
Erick no se movió, después de un momento, el olor de té de limón y miel empezó a inundar el comedor y alcanzó a percibir un tenue olor a fresas.
«¿Por qué no me sorprende?» pensó con coraje y prefirió no terminar de comer el postre.
La pareja se besó ahí mismo, frente al ojiazul, quien mantenía la mirada hacia abajo, controlándose, para que su cuerpo no empezara a emanar ese olor que desquiciaba a su esposo y no tener problemas.
No pasó mucho tiempo, cuando Omar se puso de pie, sujetó la mano de Jair y lo abrazó, llevándolo hacia las escaleras. Erick se quedó en su lugar, pero apartó el plato de fresas.
—Retiren esto, por favor, no voy a comerlo…
Joseph se acercó y sujetó el cuenco— ¿desea algo más, señor?
—Prepara otro café, por favor, lo beberé antes de ir a mi habitación…
—Se supone que al menos, debería guardar las apariencias porque estamos casados —acarició las largas orejas del conejo—, es horrible escuchar como muchos se burlan a mis espaldas cuando llego a salir, porque todos piensan que realmente soy un Beta, fingiendo ser Omega —apretó los parpados—. Si por mí fuera, no saldría, pero no quiero que Agus piense que no deseo verlo —señaló con seriedad—.Soy mayor que él, el único de la familia que lo entiende y acepta, aunque no tenemos la oportunidad de pasar tanto tiempo, juntos, como desearía…
Pocas semanas después de que se casó, Erick se enteró que su padre tenía otro hijo, fuera del matrimonio, al cual apenas iba a reconocer; pese a que Noé, su madre y sus dos hermanos mayores, Alfas, se reusaron terminantemente a esa decisión, Alonso no dio marcha atrás.
Erick no comprendía la situación y menos porque solo le avisaron como mera formalidad por ser parte de la familia. Aun así, cuando lo conoció, entendió lo que ocurría.
Agustín era un Omega; por lo que, seguramente, su padre quería casarlo con algún Alfa de otra familia importante, ya que su matrimonio con Omar, parecía estar condenado al fracaso y era obvio que su padre, quería asegurar el futuro para su familia.
Y no se equivocó.
En aquel entonces, Agustín tenía ya diecisiete años y su padre había concretado un compromiso para cuando cumpliera la mayoría de edad, mismo que no pudo llevarse a cabo, porque con quien lo había comprometido, aunque su familia dijo que era un Alfa recesivo, terminó siendo un Beta, así que su padre rompió el compromiso de inmediato.
Ahora, esperaba encontrar un nuevo candidato, que se adecuara a sus intereses y mientras tanto, Agustín tenía que estar en una casa aparte, con su abuela, porque Noé no lo toleraba; solo podía tener contacto con los sirvientes que lo atendían, quienes eran Betas y algunos Omega. Sus salidas eran restringidas y al ser un hijo fuera del matrimonio, muchas personas de sociedad, no lo aceptaban del todo y eso le complicaba a su padre el buscarle un compromiso adecuado; en ese entonces, Erick lo invitaba a comer al menos un par de veces a la semana, para que le permitieran salir de su confinamiento.
Eran las únicas salidas que el ojiazul también tenía, ya que Omar, aunque sabía que Agustín era Omega, no tenía, ni podía interesarse en él; no solo por el hecho de ser pariente de su esposo, sino porque Agustín, resultó ser un dominante, por lo que Omar no podía controlarlo como a otros.
Desde que Agustín y Erick habían empezado a frecuentarse después de conocerse, su esposo no tenía ningún problema con el hermano “bastardo” del ojiazul, cómo le decía despectivamente, hasta antes del vigésimo cumpleaños de Erick, cuando Omar, en su afán de seguir intentando obtenerlo de alguna manera absurda, lo lastimó y eso hizo enfurecer a Agustín.
Aunque Omar normalmente dejaba en paz a su esposo, cuando iniciaba su celo, deseaba obtener de su pareja, lo que necesitaba para calmarse, porque desde que conoció a Erick, lo deseaba y le enfurecía el no poder tocarlo. Pero en esa ocasión, la situación fue mucho peor.
Pocas semanas después de que se casó, Erick se enteró que su padre tenía otro hijo, fuera del matrimonio, al cual apenas iba a reconocer; pese a que Noé, su madre y sus dos hermanos mayores, Alfas, se reusaron terminantemente a esa decisión, Alonso no dio marcha atrás.
Erick no comprendía la situación y menos porque solo le avisaron como mera formalidad por ser parte de la familia. Aun así, cuando lo conoció, entendió lo que ocurría.
Agustín era un Omega; por lo que, seguramente, su padre quería casarlo con algún Alfa de otra familia importante, ya que su matrimonio con Omar, parecía estar condenado al fracaso y era obvio que su padre, quería asegurar el futuro para su familia.
Y no se equivocó.
En aquel entonces, Agustín tenía ya diecisiete años y su padre había concretado un compromiso para cuando cumpliera la mayoría de edad, mismo que no pudo llevarse a cabo, porque con quien lo había comprometido, aunque su familia dijo que era un Alfa recesivo, terminó siendo un Beta, así que su padre rompió el compromiso de inmediato.
Ahora, esperaba encontrar un nuevo candidato, que se adecuara a sus intereses y mientras tanto, Agustín tenía que estar en una casa aparte, con su abuela, porque Noé no lo toleraba; solo podía tener contacto con los sirvientes que lo atendían, quienes eran Betas y algunos Omega. Sus salidas eran restringidas y al ser un hijo fuera del matrimonio, muchas personas de sociedad, no lo aceptaban del todo y eso le complicaba a su padre el buscarle un compromiso adecuado; en ese entonces, Erick lo invitaba a comer al menos un par de veces a la semana, para que le permitieran salir de su confinamiento.
Eran las únicas salidas que el ojiazul también tenía, ya que Omar, aunque sabía que Agustín era Omega, no tenía, ni podía interesarse en él; no solo por el hecho de ser pariente de su esposo, sino porque Agustín, resultó ser un dominante, por lo que Omar no podía controlarlo como a otros.
Desde que Agustín y Erick habían empezado a frecuentarse después de conocerse, su esposo no tenía ningún problema con el hermano “bastardo” del ojiazul, cómo le decía despectivamente, hasta antes del vigésimo cumpleaños de Erick, cuando Omar, en su afán de seguir intentando obtenerlo de alguna manera absurda, lo lastimó y eso hizo enfurecer a Agustín.
Aunque Omar normalmente dejaba en paz a su esposo, cuando iniciaba su celo, deseaba obtener de su pareja, lo que necesitaba para calmarse, porque desde que conoció a Erick, lo deseaba y le enfurecía el no poder tocarlo. Pero en esa ocasión, la situación fue mucho peor.
Erick estaba leyendo en la pequeña biblioteca de la casa, cuando escuchó algarabía y voces.
—Parece que mi esposo trajo a alguien para divertirse hoy —suspiró y dejó de lado, el libro que estaba entre sus manos, no sin antes colocarle un separador entre las hojas.
Erick estaba acomodando el escritorio, cuando la puerta se abrió de golpe; el ojiazul levantó el rostro y observó a su esposo entrar, seguido de varios hombres.
—Buenas tardes, mi amor… —dijo con tono burlón.
—¿Qué…? ¿Qué pasa? —preguntó el pelinegro, extrañado, no solo por la frase de su esposo, sino por la mirada cínica de algunos sujetos que estaban tras él.
—Este mes cumples años —dijo con burla—, así que he decidido darte un regalo…
Omar caminó y se sentó en la orilla del escritorio, por la parte del frente.
—Tu y yo sabemos nuestra… —hizo una pausa, cómo si pensara un momento—. Difícil situación —sonrió con cinismo—. Pero mis amigos —señaló a los que estaban ahí—, son Betas…
—¿Y…? —Erick frunció el ceño, no comprendía lo que su esposo quería decir.
—Ellos son inmunes a las feromonas, tanto de Alfas, como de Omegas —Omar parpadeó insistente.
Erick tembló; sabía lo que eso significaba. Omar no podía tocarlo por su situación, pero cualquier otro Beta sí.
—Si me lastiman… —señaló el ojiazul con voz trémula, esperando que el otro comprendiera que no debían hacerle daño, o se metería en problemas.
—¡Oh, no, Cariño! —Omar rió—. No te lastimarán, solo van a… jugar un poco contigo…
El miedo inundo al ojiazul y gritó— ¡Joseph!
—¡Joseph! —Omar hizo una voz chillona, imitando de manera burlona a su esposo—. No va a venir —sonrió—, le ordené que fuera por algunas cosas y nadie más en esta casa, te puede ayudar, mi amor…
—No puedes…
—Claro que puedo —el castaño lo miró con frialdad—. Puedo hacer lo que sea contigo… Recuerda que me perteneces —Omar le mostró el anillo de matrimonio que también portaba en su mano izquierda, antes de ponerse de pie y dar media vuelta—. Se los encargo muchachos, pero no lo lastimen mucho, solo… diviértanse un poco y denle un poco de “amor”…
Omar salió de la pequeña biblioteca y respiró profundamente; no podía quedarse, porque las feromonas de Erick lo afectarían en cuanto los otros sujetos lo tomaran; pero esperaba que después de eso, no volviera ocurrir. Un amigo le dijo que había un mito que le podía ayudar; si un Omega estaba marcado, pero lo tomaba alguien más a la fuerza, el marcado se debilitaría y cualquier otro Alfa podría reclamarlo, así que esperaba que ese último recurso, hiciera su trabajo. Realmente había querido tomar la primera vez de Erick, pero no le había quedado otro camino.
Por su parte, Erick observo a la media docena de sujetos que se había quedado dentro del recinto. Cuando la puerta se cerró, uno de ellos dio un paso y como reflejo, Erick intentó esquivarlo para salir de ahí, pero el hombre lo detuvo del brazo y lo hizo retroceder con un empujón.
Pese a que Erick no parecía tan frágil como los Omega, su fuerza era muy inferior a los Beta, así que el movimiento lo hizo golpear contra uno de los libreros y cayó al suelo, quejándose.
—Tranquilo —sonrió el sujeto—, solo vamos a jugar un poco.
El tipo se acercó y sujetó la camisa del ojiazul por la parte frontal, levantándolo con rapidez; cuando levantó a su presa, le abrió la camisa de un tirón. El ojiazul reaccionó dándole una bofetada y tratando de cubrirse el torso.
Todos rieron y el tipo pasó la mano por su mejilla— ni siquiera se sintió… —se burló—. Te voy a mostrar lo que es un golpe de verdad.
Con el dorso de la enorme mano, le dio un golpe a Erick, que lo hizo retroceder, quedando cerca del escritorio; la sangre empezó a brotar de la comisura de sus labios. Realmente le había dolido.
Los ojos azules se posaron con molestia frente al sujeto que lo había golpeado y este se burló una vez más— ¿Qué? ¿Te dolió? Y esto apenas inicia.
Erick sabía que no podía evitar lo que iba a pasar, pero eso no significaba que no lo intentaría. Sin pensar, sujetó un abrecartas que estaba ahí cerca; era solo un adorno, porque ya no se usaba, pero aun así, estaba filoso.
—No se acerquen…
Otro de los presentes rió y habló— eres un Omega —dijo con obviedad—, tu fuerza no es rival para nosotros.
Erick lo sabía; estaba consciente que no tenía la suficiente fuerza para enfrentarlos y que en esa ocasión, las feromonas que normalmente lo protegían, no tendrían efecto. Aun así, trató de mantenerse firme.
—No me van a tocar… —aseguró.
Otro de los sujetos, tiró al piso la colilla de cigarro que traía— señor Salazar —dijo el apellido con sarcasmo—, eso no lo decidirá usted —sonrió ampliamente.
—Si dan un paso más, no voy a dudar… —amenazó el pelinegro, aunque su voz temblaba.
—¿En qué? ¿En atacarnos? —rió otro.
—No —el ojiazul negó—. Sé que no tendría oportunidad… —los miró con altivez—. Pero prefiero morir, antes de que sus asquerosas manos me toquen.
Sin dudar, Erick se hizo un gran corte en su muñeca izquierda y con dificultad, cortó la derecha, pero debido al filo de la pequeña daga, no le supuso ningún problema.
—¡¿Pero qué…?!
El hombre que estaba cerca y que lo había golpeado primero, se sorprendió al ver la sangre brotar de las muñecas y los seis se quedaron helados al ver como el cuerpo se desplomaba y el suelo empezaba a pintarse de rojo. Por unos segundos no supieron que hacer; no habían imaginado lo que el otro hizo, menos, siendo un Omega.
—¡Yo me largo! —dijo uno y los demás lo siguieron.
Omar estaba en la sala, esperando; le sorprendía no escuchar los gritos de su esposo, pero al ver a los sujetos salir corriendo, fue directamente hacia ellos.
—¡¿Qué pasó?! ¿Terminaron?
—¡Nosotros no tenemos nada que ver con esto! —dijo uno, yendo a la puerta directamente.
—Ni siquiera lo tocamos, ¡no nos pueden culpar! —señaló otro con rapidez.
El que era el líder, sacó el dinero que Omar les había dado y se lo lanzó al pecho— el trato se cancela… ¡vámonos! —gritó y todos salieron de la casa.
Omar se apresuró a ir a la biblioteca y miró a Erick en el piso, desangrándose.
—Parece que mi esposo trajo a alguien para divertirse hoy —suspiró y dejó de lado, el libro que estaba entre sus manos, no sin antes colocarle un separador entre las hojas.
Erick estaba acomodando el escritorio, cuando la puerta se abrió de golpe; el ojiazul levantó el rostro y observó a su esposo entrar, seguido de varios hombres.
—Buenas tardes, mi amor… —dijo con tono burlón.
—¿Qué…? ¿Qué pasa? —preguntó el pelinegro, extrañado, no solo por la frase de su esposo, sino por la mirada cínica de algunos sujetos que estaban tras él.
—Este mes cumples años —dijo con burla—, así que he decidido darte un regalo…
Omar caminó y se sentó en la orilla del escritorio, por la parte del frente.
—Tu y yo sabemos nuestra… —hizo una pausa, cómo si pensara un momento—. Difícil situación —sonrió con cinismo—. Pero mis amigos —señaló a los que estaban ahí—, son Betas…
—¿Y…? —Erick frunció el ceño, no comprendía lo que su esposo quería decir.
—Ellos son inmunes a las feromonas, tanto de Alfas, como de Omegas —Omar parpadeó insistente.
Erick tembló; sabía lo que eso significaba. Omar no podía tocarlo por su situación, pero cualquier otro Beta sí.
—Si me lastiman… —señaló el ojiazul con voz trémula, esperando que el otro comprendiera que no debían hacerle daño, o se metería en problemas.
—¡Oh, no, Cariño! —Omar rió—. No te lastimarán, solo van a… jugar un poco contigo…
El miedo inundo al ojiazul y gritó— ¡Joseph!
—¡Joseph! —Omar hizo una voz chillona, imitando de manera burlona a su esposo—. No va a venir —sonrió—, le ordené que fuera por algunas cosas y nadie más en esta casa, te puede ayudar, mi amor…
—No puedes…
—Claro que puedo —el castaño lo miró con frialdad—. Puedo hacer lo que sea contigo… Recuerda que me perteneces —Omar le mostró el anillo de matrimonio que también portaba en su mano izquierda, antes de ponerse de pie y dar media vuelta—. Se los encargo muchachos, pero no lo lastimen mucho, solo… diviértanse un poco y denle un poco de “amor”…
Omar salió de la pequeña biblioteca y respiró profundamente; no podía quedarse, porque las feromonas de Erick lo afectarían en cuanto los otros sujetos lo tomaran; pero esperaba que después de eso, no volviera ocurrir. Un amigo le dijo que había un mito que le podía ayudar; si un Omega estaba marcado, pero lo tomaba alguien más a la fuerza, el marcado se debilitaría y cualquier otro Alfa podría reclamarlo, así que esperaba que ese último recurso, hiciera su trabajo. Realmente había querido tomar la primera vez de Erick, pero no le había quedado otro camino.
Por su parte, Erick observo a la media docena de sujetos que se había quedado dentro del recinto. Cuando la puerta se cerró, uno de ellos dio un paso y como reflejo, Erick intentó esquivarlo para salir de ahí, pero el hombre lo detuvo del brazo y lo hizo retroceder con un empujón.
Pese a que Erick no parecía tan frágil como los Omega, su fuerza era muy inferior a los Beta, así que el movimiento lo hizo golpear contra uno de los libreros y cayó al suelo, quejándose.
—Tranquilo —sonrió el sujeto—, solo vamos a jugar un poco.
El tipo se acercó y sujetó la camisa del ojiazul por la parte frontal, levantándolo con rapidez; cuando levantó a su presa, le abrió la camisa de un tirón. El ojiazul reaccionó dándole una bofetada y tratando de cubrirse el torso.
Todos rieron y el tipo pasó la mano por su mejilla— ni siquiera se sintió… —se burló—. Te voy a mostrar lo que es un golpe de verdad.
Con el dorso de la enorme mano, le dio un golpe a Erick, que lo hizo retroceder, quedando cerca del escritorio; la sangre empezó a brotar de la comisura de sus labios. Realmente le había dolido.
Los ojos azules se posaron con molestia frente al sujeto que lo había golpeado y este se burló una vez más— ¿Qué? ¿Te dolió? Y esto apenas inicia.
Erick sabía que no podía evitar lo que iba a pasar, pero eso no significaba que no lo intentaría. Sin pensar, sujetó un abrecartas que estaba ahí cerca; era solo un adorno, porque ya no se usaba, pero aun así, estaba filoso.
—No se acerquen…
Otro de los presentes rió y habló— eres un Omega —dijo con obviedad—, tu fuerza no es rival para nosotros.
Erick lo sabía; estaba consciente que no tenía la suficiente fuerza para enfrentarlos y que en esa ocasión, las feromonas que normalmente lo protegían, no tendrían efecto. Aun así, trató de mantenerse firme.
—No me van a tocar… —aseguró.
Otro de los sujetos, tiró al piso la colilla de cigarro que traía— señor Salazar —dijo el apellido con sarcasmo—, eso no lo decidirá usted —sonrió ampliamente.
—Si dan un paso más, no voy a dudar… —amenazó el pelinegro, aunque su voz temblaba.
—¿En qué? ¿En atacarnos? —rió otro.
—No —el ojiazul negó—. Sé que no tendría oportunidad… —los miró con altivez—. Pero prefiero morir, antes de que sus asquerosas manos me toquen.
Sin dudar, Erick se hizo un gran corte en su muñeca izquierda y con dificultad, cortó la derecha, pero debido al filo de la pequeña daga, no le supuso ningún problema.
—¡¿Pero qué…?!
El hombre que estaba cerca y que lo había golpeado primero, se sorprendió al ver la sangre brotar de las muñecas y los seis se quedaron helados al ver como el cuerpo se desplomaba y el suelo empezaba a pintarse de rojo. Por unos segundos no supieron que hacer; no habían imaginado lo que el otro hizo, menos, siendo un Omega.
—¡Yo me largo! —dijo uno y los demás lo siguieron.
Omar estaba en la sala, esperando; le sorprendía no escuchar los gritos de su esposo, pero al ver a los sujetos salir corriendo, fue directamente hacia ellos.
—¡¿Qué pasó?! ¿Terminaron?
—¡Nosotros no tenemos nada que ver con esto! —dijo uno, yendo a la puerta directamente.
—Ni siquiera lo tocamos, ¡no nos pueden culpar! —señaló otro con rapidez.
El que era el líder, sacó el dinero que Omar les había dado y se lo lanzó al pecho— el trato se cancela… ¡vámonos! —gritó y todos salieron de la casa.
Omar se apresuró a ir a la biblioteca y miró a Erick en el piso, desangrándose.
—Erick… ¡Erick!
El ojiazul abrió con lentitud los parpados, observando a su hermano, sujetándolo de la mano con mucho cuidado.
—¡Erick! ¡Despertaste! —dijo el menor con algo de alivio al ver que había abierto los ojos.
—¿Dónde…?
Miró a todos lados, estaba en un hospital; en la habitación, solo estaban Agustín y Ulises.
—Cariño… —Ulises se acercó y lo sujetó de la otra mano—. ¿Cómo te sientes?
Erick no respondió, solo guardó silencio un momento.
—¡¿Por qué lo hiciste?! —reclamó Agustín con desespero—. Prometiste que no me dejarías solo, ¡¿recuerdas?!
—Lo siento… —Erick sintió que sus ojos se humedecían, al ver que Agustín estaba tan desesperado—. Yo… es que…
—¿Qué pasó, Cariño? —Ulises se miraba sumamente preocupado también.
Las lágrimas de Erick resbalaron y empezó a llorar; Agustín lo abrazó y le pasó las manos por la espalda, tratando de confortarlo. Ambos se quedaron en silencio, por un largo rato, hasta que el ojiazul se calmó un poco.
—Tengo… sed —dijo en un murmullo.
Ulises se apresuró a servir un vaso con agua y lo acercó a Erick; Agustín le ayudó a que lo bebiera y luego, lo recostó en la cama de nuevo.
—Erick… ¿qué pasó? —insistió el menor, mirándolo a los ojos; se notaba su incertidumbre y preocupación.
Erick le había prometido a Agustín no mentirle; entre ambos había una gran confianza, así que empezó a relatar lo que había ocurrido. Cuando terminó, sus lágrimas habían caído como cascadas sin fin y habían humedecido las vendas que portaba en sus muñecas, ya que mantenía las manos en el rostro
Ulises se cubrió la boca y negó; no podía creer que su hijo hubiese intentado semejante barbaridad. Por su parte, Agustín estaba furioso.
—¡Es un cerdo! —dijo con furia el menor.
Justo en ese momento, la puerta se abrió y Omar entró con un ramo de rosas.
Agustín lo miró con furia y su respiración se agitó, corrió hasta el otro y le dio un puñetazo haciéndolo trastabillar y dejar caer las flores.
—¡¿Cómo te atreves a aparecer frente a mi hermano, como si nada?! —reclamó.
Omar lo miró molesto —¡cállate, bastardo! —dijo con desprecio y empezó a liberar sus feromonas para someterlo.
Agustín apretó los puños, percibió el olor del té de limón y miel; por unos segundos le dio asco, pero la ira que sentía por lo que su hermano le acababa de contar se incrementó.
—¿Crees que tus feromonas me pueden someter? —lo miró con desprecio—. Te equivocaste de presa…
El olor de vainilla con canela, se desprendió de la piel del menor y en un instante, logró que este inundara la habitación de su hermano; Omar sintió que se asfixiaba y dio unos pasos para atrás, abriendo la puerta y saliendo de inmediato, tosiendo. Ulises salió a ver a su hijo; él también percibía el olor a vainilla con canela, pero no le afectaba igual; era obvio que fue un ataque deliberado contra Omar.
Erick se quedó anonadado, pero no pudo decir nada, ya que Agustín salió, siguiendo al otro; Omar seguía aun aturdido, por lo que Agustín aprovechó para darle una patada al lado de la rodilla, logrando que cayera hincado, luego le dio otro golpe en el rostro y lo tumbó a un lado.
Omar no podía creer lo que pasaba.
—Mis feromonas te hacen perder fuerza, ¿no es así? ¿No puedes responder? —le dio una patada en el estómago—. Se supone que soy más débil que tú por ser un Omega, pero ahora, eres tú el que está en el suelo… ¿Qué se siente ser sometido por un Omega bastardo? —preguntó burlón.
—Eres… ¿dominante? —la voz del castaño apenas se escuchó, ya que trataba de cubrir su nariz y boca.
—¿No es obvio? —Agustín le dio otra patada en la quijada y le sacó sangre de la boca.
—¡Agustín! —el grito se escuchó, Alonso había llegado.
Estaba de pie, en el pasillo, observando la escena sin poder creerlo, pero tampoco podía acercarse por el intenso olor en el lugar, dónde predominaba la canela sobre la vainilla
El menor levantó la mirada, vio al que se suponía era su padre y le sonrió con indiferencia— ¡sorpresa! —dijo con sarcasmo, pues ni Alonso, ni nadie, sabía que era dominante, porque lo había ocultado.
Agustín se inclinó hacia Omar y lo sujeto del cabello— si vuelves a lastimar a Erick, sabrás realmente, de lo que es capaz un Omega dominante —amenazó—. Sé que quieres romper este matrimonio con mi hermano —levantó una ceja—, pero solo ten en cuenta esto… —lo miró fríamente con esos ojos color miel, que parecían brillar, como los ojos ambarinos de un gato, acechando una presa—. Con tu muerte, este matrimonio también terminaría… —dijo en un susurro y lo liberó con un empujón.
Cuando se puso de pie, respiró profundamente y el olor a canela disminuyó, permitiendo que la dulce vainilla volviera a predominar— estaré con mi hermano… —sonrió de lado, fingiendo inocencia y entró a la habitación.
Ulises se inclinó a ayudar a su hijo y Alonso se dio cuenta que Agustín tenía un gran potencial, pues solo por ser dominante, sería más codiciado por algunas familias.
El ojiazul abrió con lentitud los parpados, observando a su hermano, sujetándolo de la mano con mucho cuidado.
—¡Erick! ¡Despertaste! —dijo el menor con algo de alivio al ver que había abierto los ojos.
—¿Dónde…?
Miró a todos lados, estaba en un hospital; en la habitación, solo estaban Agustín y Ulises.
—Cariño… —Ulises se acercó y lo sujetó de la otra mano—. ¿Cómo te sientes?
Erick no respondió, solo guardó silencio un momento.
—¡¿Por qué lo hiciste?! —reclamó Agustín con desespero—. Prometiste que no me dejarías solo, ¡¿recuerdas?!
—Lo siento… —Erick sintió que sus ojos se humedecían, al ver que Agustín estaba tan desesperado—. Yo… es que…
—¿Qué pasó, Cariño? —Ulises se miraba sumamente preocupado también.
Las lágrimas de Erick resbalaron y empezó a llorar; Agustín lo abrazó y le pasó las manos por la espalda, tratando de confortarlo. Ambos se quedaron en silencio, por un largo rato, hasta que el ojiazul se calmó un poco.
—Tengo… sed —dijo en un murmullo.
Ulises se apresuró a servir un vaso con agua y lo acercó a Erick; Agustín le ayudó a que lo bebiera y luego, lo recostó en la cama de nuevo.
—Erick… ¿qué pasó? —insistió el menor, mirándolo a los ojos; se notaba su incertidumbre y preocupación.
Erick le había prometido a Agustín no mentirle; entre ambos había una gran confianza, así que empezó a relatar lo que había ocurrido. Cuando terminó, sus lágrimas habían caído como cascadas sin fin y habían humedecido las vendas que portaba en sus muñecas, ya que mantenía las manos en el rostro
Ulises se cubrió la boca y negó; no podía creer que su hijo hubiese intentado semejante barbaridad. Por su parte, Agustín estaba furioso.
—¡Es un cerdo! —dijo con furia el menor.
Justo en ese momento, la puerta se abrió y Omar entró con un ramo de rosas.
Agustín lo miró con furia y su respiración se agitó, corrió hasta el otro y le dio un puñetazo haciéndolo trastabillar y dejar caer las flores.
—¡¿Cómo te atreves a aparecer frente a mi hermano, como si nada?! —reclamó.
Omar lo miró molesto —¡cállate, bastardo! —dijo con desprecio y empezó a liberar sus feromonas para someterlo.
Agustín apretó los puños, percibió el olor del té de limón y miel; por unos segundos le dio asco, pero la ira que sentía por lo que su hermano le acababa de contar se incrementó.
—¿Crees que tus feromonas me pueden someter? —lo miró con desprecio—. Te equivocaste de presa…
El olor de vainilla con canela, se desprendió de la piel del menor y en un instante, logró que este inundara la habitación de su hermano; Omar sintió que se asfixiaba y dio unos pasos para atrás, abriendo la puerta y saliendo de inmediato, tosiendo. Ulises salió a ver a su hijo; él también percibía el olor a vainilla con canela, pero no le afectaba igual; era obvio que fue un ataque deliberado contra Omar.
Erick se quedó anonadado, pero no pudo decir nada, ya que Agustín salió, siguiendo al otro; Omar seguía aun aturdido, por lo que Agustín aprovechó para darle una patada al lado de la rodilla, logrando que cayera hincado, luego le dio otro golpe en el rostro y lo tumbó a un lado.
Omar no podía creer lo que pasaba.
—Mis feromonas te hacen perder fuerza, ¿no es así? ¿No puedes responder? —le dio una patada en el estómago—. Se supone que soy más débil que tú por ser un Omega, pero ahora, eres tú el que está en el suelo… ¿Qué se siente ser sometido por un Omega bastardo? —preguntó burlón.
—Eres… ¿dominante? —la voz del castaño apenas se escuchó, ya que trataba de cubrir su nariz y boca.
—¿No es obvio? —Agustín le dio otra patada en la quijada y le sacó sangre de la boca.
—¡Agustín! —el grito se escuchó, Alonso había llegado.
Estaba de pie, en el pasillo, observando la escena sin poder creerlo, pero tampoco podía acercarse por el intenso olor en el lugar, dónde predominaba la canela sobre la vainilla
El menor levantó la mirada, vio al que se suponía era su padre y le sonrió con indiferencia— ¡sorpresa! —dijo con sarcasmo, pues ni Alonso, ni nadie, sabía que era dominante, porque lo había ocultado.
Agustín se inclinó hacia Omar y lo sujeto del cabello— si vuelves a lastimar a Erick, sabrás realmente, de lo que es capaz un Omega dominante —amenazó—. Sé que quieres romper este matrimonio con mi hermano —levantó una ceja—, pero solo ten en cuenta esto… —lo miró fríamente con esos ojos color miel, que parecían brillar, como los ojos ambarinos de un gato, acechando una presa—. Con tu muerte, este matrimonio también terminaría… —dijo en un susurro y lo liberó con un empujón.
Cuando se puso de pie, respiró profundamente y el olor a canela disminuyó, permitiendo que la dulce vainilla volviera a predominar— estaré con mi hermano… —sonrió de lado, fingiendo inocencia y entró a la habitación.
Ulises se inclinó a ayudar a su hijo y Alonso se dio cuenta que Agustín tenía un gran potencial, pues solo por ser dominante, sería más codiciado por algunas familias.
Desde ese momento, Agustín tuvo más facilidades para salir, pues era obvio que no estaba indefenso al ser un dominante, por lo tanto, él si podía ir a la universidad de manera presencial y tener algunos amigos. Pero también, el menor le dijo a Erick que lo protegería de Omar, algo que enterneció al ojiazul.
—Y aunque Agus prometió cuidarme, algún día lo apartarán de mi lado —suspiró el ojiazul—, sé que padre le buscará un Alfa de una familia poderosa, para mejorar la reputación de nuestra familia…
Erick se encogió en su lugar y suspiró.
—Soy tan patético… —dijo en un murmullo—. Soy mayor que él, se supone que yo debería cuidarlo… Pero no puedo ir contra los designios de mi padre…
Levantó la vista y observó a los demás miembros de la conejera.
—Todo en mi familia es negocio —dijo con tristeza y acunó al conejo en sus brazos—. Inclusive tú y tus gazapos, que se suponía eran mi pasatiempo de cría de mascotas, mi padre empezó a comercializarlos por su carne…
Se suponía que el primer conejo de Erick era para que tuviera una mascota adecuada y dócil, pero cuando el ojiazul decidió cruzarlo, para tener más conejitos, su padre se dio cuenta que la cría de esas “mascotas” era de gran calidad y su carne era de primera, por lo que sin dudar, empezó a comercializarlos, aunque al pequeño ojiazul le dijo que los vendería para mascotas. Cuando Erick tenía quince años, supo la verdad y le dolió profundamente la mentira de su padre, pero no pudo oponerse a que siguiera con ello, ya que de lo contrario, le prohibirían criarlos.
—Señor Erick… —La voz de Joseph se escuchó—. Su café —dijo con amabilidad.
—Gracias… —Erick recibió la taza
—En cuanto el visitante se retire, le vendré a buscar.
—Gracias…
Joseph estaba a punto de retirarse, cuando Erick lo detuvo.
—Joseph, saldré a comer con mi hermano —sonrió—, ¿puedes buscar ropa para mí, por favor?
—¿Casual y abrigadora? —sonrió el hombre con amabilidad.
—Casual y abrigadora —asintió Erick y sujetó la taza de café.
Joseph se retiró a realizar sus deberes y Erick aspiró el olor del café con deleite.
—Al menos, esto me calma… —bebió un poco de café caliente y luego acercó la mano izquierda a su rostro—. Esta marca huele a café y madera… —musitó—. ¿Tu olor será este en realidad? —negó—. No sé en qué estoy pensando —suspiró—. Nunca volví a verte y dudo que lo vuelva a hacer…
—Y aunque Agus prometió cuidarme, algún día lo apartarán de mi lado —suspiró el ojiazul—, sé que padre le buscará un Alfa de una familia poderosa, para mejorar la reputación de nuestra familia…
Erick se encogió en su lugar y suspiró.
—Soy tan patético… —dijo en un murmullo—. Soy mayor que él, se supone que yo debería cuidarlo… Pero no puedo ir contra los designios de mi padre…
Levantó la vista y observó a los demás miembros de la conejera.
—Todo en mi familia es negocio —dijo con tristeza y acunó al conejo en sus brazos—. Inclusive tú y tus gazapos, que se suponía eran mi pasatiempo de cría de mascotas, mi padre empezó a comercializarlos por su carne…
Se suponía que el primer conejo de Erick era para que tuviera una mascota adecuada y dócil, pero cuando el ojiazul decidió cruzarlo, para tener más conejitos, su padre se dio cuenta que la cría de esas “mascotas” era de gran calidad y su carne era de primera, por lo que sin dudar, empezó a comercializarlos, aunque al pequeño ojiazul le dijo que los vendería para mascotas. Cuando Erick tenía quince años, supo la verdad y le dolió profundamente la mentira de su padre, pero no pudo oponerse a que siguiera con ello, ya que de lo contrario, le prohibirían criarlos.
—Señor Erick… —La voz de Joseph se escuchó—. Su café —dijo con amabilidad.
—Gracias… —Erick recibió la taza
—En cuanto el visitante se retire, le vendré a buscar.
—Gracias…
Joseph estaba a punto de retirarse, cuando Erick lo detuvo.
—Joseph, saldré a comer con mi hermano —sonrió—, ¿puedes buscar ropa para mí, por favor?
—¿Casual y abrigadora? —sonrió el hombre con amabilidad.
—Casual y abrigadora —asintió Erick y sujetó la taza de café.
Joseph se retiró a realizar sus deberes y Erick aspiró el olor del café con deleite.
—Al menos, esto me calma… —bebió un poco de café caliente y luego acercó la mano izquierda a su rostro—. Esta marca huele a café y madera… —musitó—. ¿Tu olor será este en realidad? —negó—. No sé en qué estoy pensando —suspiró—. Nunca volví a verte y dudo que lo vuelva a hacer…
Ese Agus, siempre va a ayudar y proteger a Erick como pueda y aquí, puede hacerlo bien, pese a ser Omega ^..^
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