Capítulo II
El rubio, estaba escondiéndose de los guardaespaldas que nunca lo dejaban solo, especialmente en esa ciudad que era desconocida, pero sin darse cuenta terminó perdido entre los árboles del parque, cuando un ligero ladrido de un perro, llamó su atención.
Giró el rostro pensando que sería un perro callejero, pero encontró un cachorro que parecía de raza fina, con un pelaje abundante.
—¡Ey, amigo! —sonrió—. ¿Estás perdido?
Siempre había querido tener una mascota, pero sus padres le habían dicho que no podía tener una, hasta que tuviera suficiente edad para hacerse responsable, porque apenas tenía siete años y aunque faltaban un par de meses para cumplir ocho y era un Alfa, no lo consideraban apto, ni maduro.
Se puso de cuclillas y el cachorro se acercó a él, olisqueándolo con interés; en ese momento el niño se dio cuenta del collar y la placa que portaba.
—¿Tienes dueño? —musitó y leyó el nombre—. Fen…
—¡Fenrir! —el grito llamó su atención y levantó el rostro al mismo tiempo que el cachorro levantaba la cabeza, como si reconociera el nombre.
—¡Aléjate! ¡Es mi mascota! —dijo el niño de cabello negro que llegó corriendo y apartó al otro del canino.
—Pensé que estaba perdido, estaba viendo su placa pero…
Parpadeó; un intenso olor a almendras llegó a su nariz, pero no era como la crema que usaba su mamá para las manos, misma que dejo de usar porque él no soportaba esa fragancia tan fuerte y artificial; olía mucho más dulce, natural, como si se tratara de un postre o algo parecido, no podía definirlo completamente.
—¿Hueles eso? —indagó moviendo el rostro, en busca de la procedencia de ese aroma que le estaba mareando, pero le gustaba.
—¿Qué cosa? —preguntó el recién llegado, confundido por la pregunta.
—Almendras… —relamió sus labios, casi podía saborear ese olor—. ¡Almendras dulces!
Especificó y se movió hacia el pelinegro, ya que su olfato le decía que el origen estaba por esa zona y no se equivocó; apenas dio un paso hacia el otro, sintió el olor más intenso y le pareció ver un ligero halo en el otro, como si estuviera cubierto por un fino polvillo del que emanaba ese delicioso aroma.
—Tú hueles a almendras dulces —su voz disminuyó de volumen, porque su aliento se descompasó.
El niño que llego, puso un gesto confuso, levantó su mano y olió su piel, luego negó —no. Es manzana.
El rubio no lo dudó, sujetó la mano izquierda que estaba cerca del rostro del otro y la acercó a su nariz, olfateándola con ansiedad. Sí, había un olor a manzana, pero era artificial, igual que la crema de las manos de su mamá; nada comparable con el otro aroma dulce, atrayente y que le parecía delicioso. Necesitaba probarlo, deseaba hacerlo y su cuerpo le exigía que consiguiera su cometido, así que sin pensar, pasó la lengua por la palma y sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo, logrando que su piel se erizara y se estremeciera, sintiendo un cosquilleo en la boca de su estómago, que no comprendía.
—¡¿Qué haces?! —gritó el otro e intentó apartar la mano.
El rubio ejerció presión, evitando que el pelinegro se apartara; sintió un dolor en su boca y apretó la quijada, su corazón se aceleró y sin saber el porqué, la furia lo inundó al darse cuenta que el otro quería alejarse.
—Tú… tú hueles y sabes a almendras dulces —susurró.
La mente del rubio se nubló y su cuerpo automáticamente se movió, acercando la mano a la boca, donde sus colmillos habían crecido, preparándose para la mordida que instintivamente ansiaba dar. Sin poder evitarlo, lo hizo, mordió salvajemente la piel suave y sintió el delicioso sabor de almendras dulces inundar su boca.
Quería probar más, saborearlo; algo dentro de él lo instaba a devorarlo, pero su cerebro tuvo un destello de lucidez al ver el gesto de dolor en el chico de cabello negro, así que aflojó un poco el agarre y se dio cuenta de lo que había hecho. Fue cuando el otro lo empujó, tropezó y cayó hacia atrás.
El rubio temblaba, su cuerpo se estremecía y respiraba con agitación; el olor a almendras dulces era más intenso, su boca estaba llena con ese sabor y aunque quería volver a probarlo, tenía miedo, pues acababa de ver la sangre manchar la mano del otro.
—Perdón, yo no…
—¡Eres un salvaje! —el pelinegro corrió alejándose de él.
Quiso ir tras él, pero sus piernas no le respondieron, sintió un mareo y las fuerzas escaparon de su cuerpo; cayendo de lado contra el césped. Sus ojos medios apenas podían distinguir figuras; escuchaba un fuerte pitido en sus oídos; su nariz y boca solo tenían el olor y sabor de almendras dulces; se sentía perdido, pero a la vez, como si estuviera entre nubes de algodón.
El cachorro Alaskan malamute estaba hecho un ovillo cerca de su cuerpo, parecía aterrado y poco después escuchó la voz de un hombre.
—¡¿Joven?! —el grito apenas se escuchó—. ¡Acá está!
Vio las sombras de los hombres que vestían de negro, algunos, se detuvieron y cayeron hincados, otros, se acercaron con dificultad, tapando su nariz, pero no lograron llegar hasta él.
—¡¿Qué es… ese olor?! —preguntó uno de esos sujetos.
—Sus… feromonas… —la voz apagada de otro de ellos se escuchó—. Nos está… some… tiendo… es… fuerte…
—Imposible… —otro dio unos pasos para atrás—. ¡Es un niño! —se cubrió la nariz de inmediato—. Soy un recesivo, ¡no debería poder percibirlo tanto!
—Llamen a Sam, ¡es Beta! —gritó otro, sin poder acercarse más.
El rubio quiso decir algo, pero no pudo, solo alcanzó a señalar hacia donde se había ido el niño de cabello negro, que era justo donde el cachorro estaba hecho un ovillo y después, quedó inconsciente.
Giró el rostro pensando que sería un perro callejero, pero encontró un cachorro que parecía de raza fina, con un pelaje abundante.
—¡Ey, amigo! —sonrió—. ¿Estás perdido?
Siempre había querido tener una mascota, pero sus padres le habían dicho que no podía tener una, hasta que tuviera suficiente edad para hacerse responsable, porque apenas tenía siete años y aunque faltaban un par de meses para cumplir ocho y era un Alfa, no lo consideraban apto, ni maduro.
Se puso de cuclillas y el cachorro se acercó a él, olisqueándolo con interés; en ese momento el niño se dio cuenta del collar y la placa que portaba.
—¿Tienes dueño? —musitó y leyó el nombre—. Fen…
—¡Fenrir! —el grito llamó su atención y levantó el rostro al mismo tiempo que el cachorro levantaba la cabeza, como si reconociera el nombre.
—¡Aléjate! ¡Es mi mascota! —dijo el niño de cabello negro que llegó corriendo y apartó al otro del canino.
—Pensé que estaba perdido, estaba viendo su placa pero…
Parpadeó; un intenso olor a almendras llegó a su nariz, pero no era como la crema que usaba su mamá para las manos, misma que dejo de usar porque él no soportaba esa fragancia tan fuerte y artificial; olía mucho más dulce, natural, como si se tratara de un postre o algo parecido, no podía definirlo completamente.
—¿Hueles eso? —indagó moviendo el rostro, en busca de la procedencia de ese aroma que le estaba mareando, pero le gustaba.
—¿Qué cosa? —preguntó el recién llegado, confundido por la pregunta.
—Almendras… —relamió sus labios, casi podía saborear ese olor—. ¡Almendras dulces!
Especificó y se movió hacia el pelinegro, ya que su olfato le decía que el origen estaba por esa zona y no se equivocó; apenas dio un paso hacia el otro, sintió el olor más intenso y le pareció ver un ligero halo en el otro, como si estuviera cubierto por un fino polvillo del que emanaba ese delicioso aroma.
—Tú hueles a almendras dulces —su voz disminuyó de volumen, porque su aliento se descompasó.
El niño que llego, puso un gesto confuso, levantó su mano y olió su piel, luego negó —no. Es manzana.
El rubio no lo dudó, sujetó la mano izquierda que estaba cerca del rostro del otro y la acercó a su nariz, olfateándola con ansiedad. Sí, había un olor a manzana, pero era artificial, igual que la crema de las manos de su mamá; nada comparable con el otro aroma dulce, atrayente y que le parecía delicioso. Necesitaba probarlo, deseaba hacerlo y su cuerpo le exigía que consiguiera su cometido, así que sin pensar, pasó la lengua por la palma y sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo, logrando que su piel se erizara y se estremeciera, sintiendo un cosquilleo en la boca de su estómago, que no comprendía.
—¡¿Qué haces?! —gritó el otro e intentó apartar la mano.
El rubio ejerció presión, evitando que el pelinegro se apartara; sintió un dolor en su boca y apretó la quijada, su corazón se aceleró y sin saber el porqué, la furia lo inundó al darse cuenta que el otro quería alejarse.
—Tú… tú hueles y sabes a almendras dulces —susurró.
La mente del rubio se nubló y su cuerpo automáticamente se movió, acercando la mano a la boca, donde sus colmillos habían crecido, preparándose para la mordida que instintivamente ansiaba dar. Sin poder evitarlo, lo hizo, mordió salvajemente la piel suave y sintió el delicioso sabor de almendras dulces inundar su boca.
Quería probar más, saborearlo; algo dentro de él lo instaba a devorarlo, pero su cerebro tuvo un destello de lucidez al ver el gesto de dolor en el chico de cabello negro, así que aflojó un poco el agarre y se dio cuenta de lo que había hecho. Fue cuando el otro lo empujó, tropezó y cayó hacia atrás.
El rubio temblaba, su cuerpo se estremecía y respiraba con agitación; el olor a almendras dulces era más intenso, su boca estaba llena con ese sabor y aunque quería volver a probarlo, tenía miedo, pues acababa de ver la sangre manchar la mano del otro.
—Perdón, yo no…
—¡Eres un salvaje! —el pelinegro corrió alejándose de él.
Quiso ir tras él, pero sus piernas no le respondieron, sintió un mareo y las fuerzas escaparon de su cuerpo; cayendo de lado contra el césped. Sus ojos medios apenas podían distinguir figuras; escuchaba un fuerte pitido en sus oídos; su nariz y boca solo tenían el olor y sabor de almendras dulces; se sentía perdido, pero a la vez, como si estuviera entre nubes de algodón.
El cachorro Alaskan malamute estaba hecho un ovillo cerca de su cuerpo, parecía aterrado y poco después escuchó la voz de un hombre.
—¡¿Joven?! —el grito apenas se escuchó—. ¡Acá está!
Vio las sombras de los hombres que vestían de negro, algunos, se detuvieron y cayeron hincados, otros, se acercaron con dificultad, tapando su nariz, pero no lograron llegar hasta él.
—¡¿Qué es… ese olor?! —preguntó uno de esos sujetos.
—Sus… feromonas… —la voz apagada de otro de ellos se escuchó—. Nos está… some… tiendo… es… fuerte…
—Imposible… —otro dio unos pasos para atrás—. ¡Es un niño! —se cubrió la nariz de inmediato—. Soy un recesivo, ¡no debería poder percibirlo tanto!
—Llamen a Sam, ¡es Beta! —gritó otro, sin poder acercarse más.
El rubio quiso decir algo, pero no pudo, solo alcanzó a señalar hacia donde se había ido el niño de cabello negro, que era justo donde el cachorro estaba hecho un ovillo y después, quedó inconsciente.
Los ojos se abrieron de golpe y los orbes verdes se fijaron en el techo por un instante, antes de parpadear insistente, para adecuarse a la luz.
—De nuevo… —el susurro del rubio apenas se escuchó y trató de incorporarse, pero el peso de un cuerpo en su brazo lo detuvo.
Observó a la persona que estaba a su lado e hizo un gesto de desagrado por el olor que percibía; a pesar de que ese Omega había sido bañado con un perfume de almendras dulces la noche anterior, seguía percibiendo el olor natural y le causaba asco.
Se movió sin importar si importunaba o no al otro y se puso de pie, tocando un botón de un comunicador que estaba al lado de la cama.
—Gonzalo —dijo el nombre con seriedad.
—“Buenos días, joven, ¿qué…?”
—Vengan por él de inmediato —dijo, sin dejar que el otro terminara la pregunta.
—¿Alex…? —la voz soñolienta se escuchó en el lecho.
El rubio ignoró a su acompañante y encaminó sus pasos al cuarto de baño, cerrando tras de sí con seguro.
Era la rutina de cada dos meses, cada ciclo de su celo. Ir a quitarse el olor, tanto el artificial que no toleraba al estar en sus cinco sentidos, como el del Omega con quien pasó esa noche.
Normalmente no copulaba con nadie, ni siquiera le interesaba, pero su instinto durante su celo, hacía que se volviera sumamente agresivo e inestable, así que su padre optó por dejar que cogiera con algún Omega, al cual, le ponían un perfume lo más similar al olor que su hijo anhelaba, solo para que pudiera calmar y desfogar ese deseo primitivo que le nublaba la razón cada cierto tiempo.
Nunca era el mismo Omega.
Para él, todos los que habían estado en su cama desde adolescente, eran solo trozos de carne para saciar su lujuria, que de no ser por esa necesidad, ni siquiera miraría o tocaría; además, al estar vinculado con alguien, tampoco podía anudarlos, mucho menos embarazarlos y solo podía copular con ellos hasta quedar completamente fatigado, algo que le costaba casi toda la noche.
Se metió bajo el agua fría y empezó a tallar su cuerpo con desespero.
—¡Asqueroso! —dijo con desprecio al darse cuenta que su piel aun tenia, de manera superficial, el olor de su compañero nocturno.
Odiaba esa situación, pero nada podía hacer.
—Todo por su culpa… —suspiró.
Su gesto se volvió melancólico y cerró los parpados, evocando la vaga imagen del niño de cabello negro con el que soñaba, especialmente cuando era su ciclo de celo.
El ruido en el exterior lo hizo volver en sí.
—¡No me iré sin hablar con él! —la voz del Omega se escuchaba desesperada.
—Me obliga a usar la fuerza… —la voz tranquila de Gonzalo se escuchó.
—¡Suéltenme! ¡Alex! ¡Alex!
El rubio entornó los ojos y siguió con su tarea, limpiando concienzudamente su cuerpo y cabello; quería eliminar todo rastro de ese sujeto. Ya sabía el ritual; los gritos, los lloriqueos, las puertas cerrándose de golpe, siempre era igual.
Su baño duró más de una hora, ya que perdió la cuenta de cuantas veces se pasó el jabón. Finalmente, salió, buscó una ropa informal y bajó a desayunar; el día después de su celo, lo tomaba libre y siempre se quedaba en su casa.
—Buenos días —dijo con seriedad, al ver que sus padres estaban en la mesa, desayunando.
Diego, su padre Alfa, de cabello dorado con destellos plateados y una barba cerrada del mismo tono, le dedicó una mirada seria con sus ojos verdes como dos frías esmeraldas, pero no respondió.
Al contrario, la voz suave de su papá Omega lo recibió— ¡Buenos días! —sonrió el de cabello largo, de un color castaño cobrizo, tan claro, que con la luz parecía rubio también y sus ojos aceituna miraban a su hijo con infinito amor—. ¿Cómo amaneciste?
—Amanecí, madre, que es ganancia —dijo con sarcasmo y se inclinó a besar la frente de su mamá.
—No digas eso, Alex —dijo el otro con tristeza, sabía que su hijo no era feliz, pero le dolía que hablara de esa manera.
Diego dejó la tableta digital de lado y sujetó los cubiertos— no hubo suerte tampoco esta vez, ¿cierto? —preguntó con indiferencia.
—Supongo que te diste cuenta, por los gritos de mi compañero nocturno —Alejandro respondió con ironía, mientras servían su desayuno.
—Alejandro —la voz seria de su padre hizo que el rubio apretara la quijada, el sermón estaba por iniciar—. Ya tienes veintidós años, necesitas conseguirte una pareja, tener hijos y encargarte por completo de nuestros negocios —señaló—, no puedes estar faltando cada cierto tiempo a la universidad, ni a tus deberes con respecto a nuestros socios…
—¿Crees que lo hago a propósito? —preguntó entre dientes.
—¡No pones suficiente de tu parte! —señaló el otro
—¡Lo he buscado! —se defendió su hijo—. ¡Lo sabes muy bien!
—¡Ya olvídate de él! —gruñó su padre y sus feromonas empezaron a desprenderse de su piel, llenando el comedor con su potente olor mentolado.
—Diego, por favor… —pidió su esposo con delicadeza y logró que el mayor se controlara de inmediato, al permitir que sus feromonas de olor a cereza lo envolvieran—. Alex hace lo que puede.
—Ale… —la voz de Diego se suavizó para hablar con su pareja, quien tenía el mismo nombre que su hijo, pero los diferenciaba con la terminación de su apodo, ya que a su esposo solo le decía Ale y a su hijo Alex—. Han pasado quince años, Alejandro ni siquiera recuerda bien lo que ocurrió en esa ocasión —señaló.
—Es cierto… —dijo Alejandro, respirando con agitación, tratando de controlarse—. No lo recuerdo con claridad, pero sé que lo que pasó fue real —su mirada verde chocó con la de su padre—. Marqué a un Omega sin saber y estoy vinculado, así que no puedo ni relacionarme, ni casarme, mucho menos tener descendencia con alguien más, ¡tan difícil es entenderlo!
El de barba quiso reprenderlo, pero notó que las feromonas de su hijo empezaban a descontrolarse y no quería enfrentarlo, porque sabía que ambos eran dominantes y podían resistir muy bien, pero lo más probable sería que su esposo se vería afectado por las feromonas de su hijo.
—¡Ve a tu habitación! —ordenó.
El instinto de Alejandro le gritaba que se negara, que se revelara, pero al ver que su madre se cubría la nariz, entendió que era por precaución. Lanzó los cubiertos a la mesa y se apresuró a subir las escaleras, para encerrarse en su alcoba.
Cuando su hijo se fue, Diego permitió que su olor a caña, inundara el comedor, para calmar a su pareja.
—Casi me asfixio… —dijo el otro con debilidad y bebió un poco de jugo, tratando de que su boca olvidara el amargo sabor de las feromonas de su propio hijo.
El de barba sujetó la mano de su esposo y sintió como temblaba— por eso necesita una pareja —dijo seriamente—. Llegará el día en el que ni nosotros nos podremos acercar a él.
—Pero si Alex ya marcó a alguien, a menos que ese Omega muera, él no puede…
—Ale, mi amor —el rubio lo interrumpió—. ¡Tenía siete años! —dijo con molestia—. Aun siendo dominante, es imposible que haya podido marcar a alguien a esa edad.
—Para el destino, nada es imposible —refutó el castaño—. Además, ¡entró en celo a los siete años! —dijo con rapidez—. ¿Cómo lo explicas si no es por el vínculo? —preguntó con desespero.
Diego observó a su esposo y suspiró. Entendía su preocupación y tal vez estaba en lo cierto, pero había hecho hasta lo imposible por encontrar a un Omega de cabello negro, marcado y que estuviera en celo, a causa de las feromonas de su hijo, pero a pesar de que encontró a varios, ninguno reaccionó a Alejandro.
—Ale… —Diego cerró sus parpados—. Yo, mejor que nadie, sé que el vínculo es sagrado —lo miró a los ojos con amor, ya que ellos estaban vinculados—, pero no encontramos a nadie que respondiera a Alex —señaló—, ni siquiera pudimos encontrar al dueño del perro —dijo con frustración—. Y recuerda que Alejandro estuvo entrando y saliendo de la inconsciencia por un mes, debido a los supresores y medicamentos, el mismo médico nos dijo que su mente y recuerdos podían haberse visto afectados, ¿qué tal si solo fue una ilusión? ¿Qué tal si lo que le pasa, fue solo un efecto secundario de los medicamentos, como plantearon los médicos hace años?
El castaño sabía muy bien lo que su esposo le quería decir, la razón estaba de su lado, pero su corazón le decía lo contrario— te entiendo… —suspiró—. Pero… Alex está seguro, deberíamos confiar en él.
Diego miró la súplica en los ojos de su esposo y le dolió verlo sufrir, así que solo podía acceder a lo que le pedía.
—Está bien, haremos un último esfuerzo, pero será la última vez, ¿de acuerdo?
La sonrisa que el castaño le regaló, era todo lo que el de barba necesitaba para sentirse bien. Tal vez no confiaba en los recuerdos de su hijo, pero no podía negarle nada al amor de su vida.
—De nuevo… —el susurro del rubio apenas se escuchó y trató de incorporarse, pero el peso de un cuerpo en su brazo lo detuvo.
Observó a la persona que estaba a su lado e hizo un gesto de desagrado por el olor que percibía; a pesar de que ese Omega había sido bañado con un perfume de almendras dulces la noche anterior, seguía percibiendo el olor natural y le causaba asco.
Se movió sin importar si importunaba o no al otro y se puso de pie, tocando un botón de un comunicador que estaba al lado de la cama.
—Gonzalo —dijo el nombre con seriedad.
—“Buenos días, joven, ¿qué…?”
—Vengan por él de inmediato —dijo, sin dejar que el otro terminara la pregunta.
—¿Alex…? —la voz soñolienta se escuchó en el lecho.
El rubio ignoró a su acompañante y encaminó sus pasos al cuarto de baño, cerrando tras de sí con seguro.
Era la rutina de cada dos meses, cada ciclo de su celo. Ir a quitarse el olor, tanto el artificial que no toleraba al estar en sus cinco sentidos, como el del Omega con quien pasó esa noche.
Normalmente no copulaba con nadie, ni siquiera le interesaba, pero su instinto durante su celo, hacía que se volviera sumamente agresivo e inestable, así que su padre optó por dejar que cogiera con algún Omega, al cual, le ponían un perfume lo más similar al olor que su hijo anhelaba, solo para que pudiera calmar y desfogar ese deseo primitivo que le nublaba la razón cada cierto tiempo.
Nunca era el mismo Omega.
Para él, todos los que habían estado en su cama desde adolescente, eran solo trozos de carne para saciar su lujuria, que de no ser por esa necesidad, ni siquiera miraría o tocaría; además, al estar vinculado con alguien, tampoco podía anudarlos, mucho menos embarazarlos y solo podía copular con ellos hasta quedar completamente fatigado, algo que le costaba casi toda la noche.
Se metió bajo el agua fría y empezó a tallar su cuerpo con desespero.
—¡Asqueroso! —dijo con desprecio al darse cuenta que su piel aun tenia, de manera superficial, el olor de su compañero nocturno.
Odiaba esa situación, pero nada podía hacer.
—Todo por su culpa… —suspiró.
Su gesto se volvió melancólico y cerró los parpados, evocando la vaga imagen del niño de cabello negro con el que soñaba, especialmente cuando era su ciclo de celo.
El ruido en el exterior lo hizo volver en sí.
—¡No me iré sin hablar con él! —la voz del Omega se escuchaba desesperada.
—Me obliga a usar la fuerza… —la voz tranquila de Gonzalo se escuchó.
—¡Suéltenme! ¡Alex! ¡Alex!
El rubio entornó los ojos y siguió con su tarea, limpiando concienzudamente su cuerpo y cabello; quería eliminar todo rastro de ese sujeto. Ya sabía el ritual; los gritos, los lloriqueos, las puertas cerrándose de golpe, siempre era igual.
Su baño duró más de una hora, ya que perdió la cuenta de cuantas veces se pasó el jabón. Finalmente, salió, buscó una ropa informal y bajó a desayunar; el día después de su celo, lo tomaba libre y siempre se quedaba en su casa.
—Buenos días —dijo con seriedad, al ver que sus padres estaban en la mesa, desayunando.
Diego, su padre Alfa, de cabello dorado con destellos plateados y una barba cerrada del mismo tono, le dedicó una mirada seria con sus ojos verdes como dos frías esmeraldas, pero no respondió.
Al contrario, la voz suave de su papá Omega lo recibió— ¡Buenos días! —sonrió el de cabello largo, de un color castaño cobrizo, tan claro, que con la luz parecía rubio también y sus ojos aceituna miraban a su hijo con infinito amor—. ¿Cómo amaneciste?
—Amanecí, madre, que es ganancia —dijo con sarcasmo y se inclinó a besar la frente de su mamá.
—No digas eso, Alex —dijo el otro con tristeza, sabía que su hijo no era feliz, pero le dolía que hablara de esa manera.
Diego dejó la tableta digital de lado y sujetó los cubiertos— no hubo suerte tampoco esta vez, ¿cierto? —preguntó con indiferencia.
—Supongo que te diste cuenta, por los gritos de mi compañero nocturno —Alejandro respondió con ironía, mientras servían su desayuno.
—Alejandro —la voz seria de su padre hizo que el rubio apretara la quijada, el sermón estaba por iniciar—. Ya tienes veintidós años, necesitas conseguirte una pareja, tener hijos y encargarte por completo de nuestros negocios —señaló—, no puedes estar faltando cada cierto tiempo a la universidad, ni a tus deberes con respecto a nuestros socios…
—¿Crees que lo hago a propósito? —preguntó entre dientes.
—¡No pones suficiente de tu parte! —señaló el otro
—¡Lo he buscado! —se defendió su hijo—. ¡Lo sabes muy bien!
—¡Ya olvídate de él! —gruñó su padre y sus feromonas empezaron a desprenderse de su piel, llenando el comedor con su potente olor mentolado.
—Diego, por favor… —pidió su esposo con delicadeza y logró que el mayor se controlara de inmediato, al permitir que sus feromonas de olor a cereza lo envolvieran—. Alex hace lo que puede.
—Ale… —la voz de Diego se suavizó para hablar con su pareja, quien tenía el mismo nombre que su hijo, pero los diferenciaba con la terminación de su apodo, ya que a su esposo solo le decía Ale y a su hijo Alex—. Han pasado quince años, Alejandro ni siquiera recuerda bien lo que ocurrió en esa ocasión —señaló.
—Es cierto… —dijo Alejandro, respirando con agitación, tratando de controlarse—. No lo recuerdo con claridad, pero sé que lo que pasó fue real —su mirada verde chocó con la de su padre—. Marqué a un Omega sin saber y estoy vinculado, así que no puedo ni relacionarme, ni casarme, mucho menos tener descendencia con alguien más, ¡tan difícil es entenderlo!
El de barba quiso reprenderlo, pero notó que las feromonas de su hijo empezaban a descontrolarse y no quería enfrentarlo, porque sabía que ambos eran dominantes y podían resistir muy bien, pero lo más probable sería que su esposo se vería afectado por las feromonas de su hijo.
—¡Ve a tu habitación! —ordenó.
El instinto de Alejandro le gritaba que se negara, que se revelara, pero al ver que su madre se cubría la nariz, entendió que era por precaución. Lanzó los cubiertos a la mesa y se apresuró a subir las escaleras, para encerrarse en su alcoba.
Cuando su hijo se fue, Diego permitió que su olor a caña, inundara el comedor, para calmar a su pareja.
—Casi me asfixio… —dijo el otro con debilidad y bebió un poco de jugo, tratando de que su boca olvidara el amargo sabor de las feromonas de su propio hijo.
El de barba sujetó la mano de su esposo y sintió como temblaba— por eso necesita una pareja —dijo seriamente—. Llegará el día en el que ni nosotros nos podremos acercar a él.
—Pero si Alex ya marcó a alguien, a menos que ese Omega muera, él no puede…
—Ale, mi amor —el rubio lo interrumpió—. ¡Tenía siete años! —dijo con molestia—. Aun siendo dominante, es imposible que haya podido marcar a alguien a esa edad.
—Para el destino, nada es imposible —refutó el castaño—. Además, ¡entró en celo a los siete años! —dijo con rapidez—. ¿Cómo lo explicas si no es por el vínculo? —preguntó con desespero.
Diego observó a su esposo y suspiró. Entendía su preocupación y tal vez estaba en lo cierto, pero había hecho hasta lo imposible por encontrar a un Omega de cabello negro, marcado y que estuviera en celo, a causa de las feromonas de su hijo, pero a pesar de que encontró a varios, ninguno reaccionó a Alejandro.
—Ale… —Diego cerró sus parpados—. Yo, mejor que nadie, sé que el vínculo es sagrado —lo miró a los ojos con amor, ya que ellos estaban vinculados—, pero no encontramos a nadie que respondiera a Alex —señaló—, ni siquiera pudimos encontrar al dueño del perro —dijo con frustración—. Y recuerda que Alejandro estuvo entrando y saliendo de la inconsciencia por un mes, debido a los supresores y medicamentos, el mismo médico nos dijo que su mente y recuerdos podían haberse visto afectados, ¿qué tal si solo fue una ilusión? ¿Qué tal si lo que le pasa, fue solo un efecto secundario de los medicamentos, como plantearon los médicos hace años?
El castaño sabía muy bien lo que su esposo le quería decir, la razón estaba de su lado, pero su corazón le decía lo contrario— te entiendo… —suspiró—. Pero… Alex está seguro, deberíamos confiar en él.
Diego miró la súplica en los ojos de su esposo y le dolió verlo sufrir, así que solo podía acceder a lo que le pedía.
—Está bien, haremos un último esfuerzo, pero será la última vez, ¿de acuerdo?
La sonrisa que el castaño le regaló, era todo lo que el de barba necesitaba para sentirse bien. Tal vez no confiaba en los recuerdos de su hijo, pero no podía negarle nada al amor de su vida.
Alejandro había llegado a su habitación y se lanzó a la cama que estaba recién tendida.
—Me alegra que hayan cambiado el colchón esta vez —dijo con cansancio.
La vez anterior, aunque cambiaron toda la ropa de cama, su colchón seguía impregnado con el olor de su compañero y al dejarlo, toda la zona se vio afectada y no pudo dormir en su habitación hasta que la ventilaron por tres días.
El rubio dio golpecitos en su frente con el puño cerrado y cerró los ojos, intentando relajarse, pero lo que había pasado en el comedor, aunado con lo de la noche anterior y su sueño, lo tenían por demás alterado.
Se movió y buscó en la gaveta del buró, sacando un collar de perro, con una pequeña placa; se volvió a recostar, pasando su mano derecha por debajo de su nuca y con la izquierda, sujetó el collar frente a su rostro, observando la palabra grabada en la placa: ‘Fenrir’.
—Tal vez, si tú hubieras sobrevivido, tendría respuestas —dijo con melancolía—, o tal vez, podría recordar mejor… —bajó el collar y lo dejo sobre su pecho.
Su padre tenía razón, ya no era un niño y debía tomar la responsabilidad de los negocios de su familia, pero si no podía controlarse a sí mismo, ¿cómo controlaría lo que había a su alrededor?
—¿Por qué…? —preguntó con desgano—. ¿Por qué no puedo tener el control de mi vida? Ni siquiera tengo control sobre mis recuerdos…
—Me alegra que hayan cambiado el colchón esta vez —dijo con cansancio.
La vez anterior, aunque cambiaron toda la ropa de cama, su colchón seguía impregnado con el olor de su compañero y al dejarlo, toda la zona se vio afectada y no pudo dormir en su habitación hasta que la ventilaron por tres días.
El rubio dio golpecitos en su frente con el puño cerrado y cerró los ojos, intentando relajarse, pero lo que había pasado en el comedor, aunado con lo de la noche anterior y su sueño, lo tenían por demás alterado.
Se movió y buscó en la gaveta del buró, sacando un collar de perro, con una pequeña placa; se volvió a recostar, pasando su mano derecha por debajo de su nuca y con la izquierda, sujetó el collar frente a su rostro, observando la palabra grabada en la placa: ‘Fenrir’.
—Tal vez, si tú hubieras sobrevivido, tendría respuestas —dijo con melancolía—, o tal vez, podría recordar mejor… —bajó el collar y lo dejo sobre su pecho.
Su padre tenía razón, ya no era un niño y debía tomar la responsabilidad de los negocios de su familia, pero si no podía controlarse a sí mismo, ¿cómo controlaría lo que había a su alrededor?
—¿Por qué…? —preguntó con desgano—. ¿Por qué no puedo tener el control de mi vida? Ni siquiera tengo control sobre mis recuerdos…
Había sido difícil para él, apenas tenía siete años cuando entró a un hospital de urgencia, debido a un celo anticipado. Ni siquiera supo con exactitud lo que ocurrió durante todo un mes en el que lo tuvieron confinado a una habitación aislada, suministrándole distintos supresores.
Cuando despertaba, no estaba en control de su cuerpo y se ponía agresivo con cualquiera que estuviera cerca. Fue catalogado como un Alfa altamente dominante y peligroso, así que también lo sedaban con dosis altas de otros medicamentos y debido a su corta edad, no comprendía por qué buscaba un olor que no encontraba en ese lugar extraño.
Según la explicación de su padre, las únicas palabras coherentes que decía, eran “almendras dulces” y debido a su estado, los médicos dedujeron que había entrado en celo, por un Omega dominante, con feromonas que tuvieran ese olor.
Todos los trabajadores de su familia, buscaron incansablemente a un Omega adolescente, en celo, que oliera a almendras dulces, pero aunque encontraron algunos similares, con ninguno tuvo una reacción positiva.
Después de un mes en confinamiento, reaccionó completamente.
Su celo por fin se había detenido y pudo ver a sus padres.
—¡Alex! —el castaño corrió a la cama y abrazó a su hijo, repartiendo besos en el rostro.
—Por fin despiertas… —dijo su padre con alivio.
—¿Dónde está? —fue lo primero que preguntó.
—¿Quién? —su madre le quitó los mechones dorados que cubrían el rostro.
—El niño —intentó incorporarse—. El chico de cabello negro, ¡el dueño del perro!
Sus padres se miraron confundidos.
—¿Niño de cabello negro? —Diego frunció el ceño.
—Lo mordí papá, tengo que disculparme.
—¡¿Mordiste a un niño?! —preguntó su madre con susto.
—Es que… olía muy rico —pasó la mano por su cabeza, le dolía—. A almendras dulces y… no pude… evitarlo…
—¡¿De qué edad?! —Diego no podía creer que el Omega que debieron buscar, no era un adolescente.
—Como… como yo —se señaló el menor.
Al escuchar esas palabras, los adultos se aterraron; si el Omega que hizo entrar a su hijo en celo, era de su misma edad, seguramente también sería uno extremadamente dominante.
—¡¿Dónde lo mordiste, Alejandro?! —preguntó su padre con rapidez.
—En… en… —apretó los parpados, tratando de recordar—. En la mano, creo… —respondió con duda—. Le saqué sangre y… No lo quería hacer llorar, mamá, ¡lo juro!
—¡Oh, por todos los Dioses! —el castaño se cubrió la boca.
Diego sacó el teléfono del bolsillo de su saco y marcó a un número, alejándose un poco de la cama— busquen a un niño Omega, ¡sí! ¡Un niño! —repitió con desespero—. De la edad de mi hijo, de cabello negro, con una mordida en la mano, ¡de inmediato! —ordenó, imaginando que su hijo se había vinculado con alguien sin saber—. ¡Busquen en los hospitales! —quizá ese niño estaba pasando por lo mismo que Alejandro.
—¿Dónde está el cachorro? —el pequeño rubio buscó la mirada de su madre—. ¿No lo ha venido a buscar? Parecía muy preocupado por él —señaló.
El castaño suspiró y le sujetó la mano— Alex… —dijo con suavidad—. El cachorro no… —dudó—. Las cosas se pusieron difíciles —trató de explicar.
—¿Difíciles? —Alejandro frunció el ceño.
—El cachorro sufrió un colapso —su padre volvió a su lado—. Por su delicado olfato y debido a su edad, no pudo soportar la sobre estimulación que recibió, a causa de una exposición directa a las feromonas de un Alfa Dominante —dijo con cautela.
—¡¿Qué quieres decir?! —preguntó el menor asustado.
—Lo siento, mi amor —su madre lo sujetó de la mano—. El veterinario hizo lo que pudo, pero el cachorro no sobrevivió.
—¡¿Qué?! Pero… su dueño…
—La placa solo tenía el nombre grabado —Diego ladeó el rostro—. Hicimos un anuncio y ofrecimos una remuneración económica al dueño, pero aunque muchos intentaron reclamarlo, las características y nombres que daban de la mascota, no coincidían —explicó—. Solo buscaban el dinero.
—¡No, papá! —el niño negó—. ¡Él debió buscarlo! —señaló—. Lo buscó en el parque, ¡debió volver a buscarlo cuando el cachorro se quedó conmigo!
—Alex… —su madre buscó en el bolsillo de su traje y sacó el collar con la placa—. De verdad, lo intentamos, pero nadie lo reclamó.
El pequeño rubio sujetó el collar, volviendo a leer el nombre.
“Fenrir”.
La opresión en el pecho del niño se hizo presente; tuvo ganas de llorar, pero no lo hizo, al contrario, mostró un gesto furioso.
—¡Tengo que verlo! —intentó ponerse de pie—. ¡Debo disculparme! —gritó—. ¡Lo mordí! —repitió—. Debe estar triste y enojado, ¡su perro murió!
—Alejandro, ¡cálmate! —ordenó su padre e intentó usar sus feromonas para controlarlo, pero fue imposible.
Su hijo estaba descontrolándose una vez más.
—¡Debo buscarlo! —gritó el menor y se arrancó del brazo, el catéter que aun portaba, logrando que la sangre resbalara por la pequeña herida.
Su madre se apartó de inmediato, cubriendo su nariz.
Diego sujetó a su hijo y lo tumbó en la cama— ¡llama al médico! —pidió, ejerciendo fuerza para sujetar al menor, que pataleaba con desespero.
Su esposo salió y en segundos, los médicos llegaron, volviendo a sedar al pequeño rubio.
Diego espero a que su hijo durmiera tranquilamente y antes de salir para ver a su esposo, recogió el collar del cachorro, que en el forcejeo, había quedado en el piso. Respiró profundamente y salió decidido a encontrar al niño del que su hijo hablaba; ahora tenía más información y las posibilidades de encontrarlo habían aumentado.
Pero aun así, no pudo dar con él.
Cuando despertaba, no estaba en control de su cuerpo y se ponía agresivo con cualquiera que estuviera cerca. Fue catalogado como un Alfa altamente dominante y peligroso, así que también lo sedaban con dosis altas de otros medicamentos y debido a su corta edad, no comprendía por qué buscaba un olor que no encontraba en ese lugar extraño.
Según la explicación de su padre, las únicas palabras coherentes que decía, eran “almendras dulces” y debido a su estado, los médicos dedujeron que había entrado en celo, por un Omega dominante, con feromonas que tuvieran ese olor.
Todos los trabajadores de su familia, buscaron incansablemente a un Omega adolescente, en celo, que oliera a almendras dulces, pero aunque encontraron algunos similares, con ninguno tuvo una reacción positiva.
Después de un mes en confinamiento, reaccionó completamente.
Su celo por fin se había detenido y pudo ver a sus padres.
—¡Alex! —el castaño corrió a la cama y abrazó a su hijo, repartiendo besos en el rostro.
—Por fin despiertas… —dijo su padre con alivio.
—¿Dónde está? —fue lo primero que preguntó.
—¿Quién? —su madre le quitó los mechones dorados que cubrían el rostro.
—El niño —intentó incorporarse—. El chico de cabello negro, ¡el dueño del perro!
Sus padres se miraron confundidos.
—¿Niño de cabello negro? —Diego frunció el ceño.
—Lo mordí papá, tengo que disculparme.
—¡¿Mordiste a un niño?! —preguntó su madre con susto.
—Es que… olía muy rico —pasó la mano por su cabeza, le dolía—. A almendras dulces y… no pude… evitarlo…
—¡¿De qué edad?! —Diego no podía creer que el Omega que debieron buscar, no era un adolescente.
—Como… como yo —se señaló el menor.
Al escuchar esas palabras, los adultos se aterraron; si el Omega que hizo entrar a su hijo en celo, era de su misma edad, seguramente también sería uno extremadamente dominante.
—¡¿Dónde lo mordiste, Alejandro?! —preguntó su padre con rapidez.
—En… en… —apretó los parpados, tratando de recordar—. En la mano, creo… —respondió con duda—. Le saqué sangre y… No lo quería hacer llorar, mamá, ¡lo juro!
—¡Oh, por todos los Dioses! —el castaño se cubrió la boca.
Diego sacó el teléfono del bolsillo de su saco y marcó a un número, alejándose un poco de la cama— busquen a un niño Omega, ¡sí! ¡Un niño! —repitió con desespero—. De la edad de mi hijo, de cabello negro, con una mordida en la mano, ¡de inmediato! —ordenó, imaginando que su hijo se había vinculado con alguien sin saber—. ¡Busquen en los hospitales! —quizá ese niño estaba pasando por lo mismo que Alejandro.
—¿Dónde está el cachorro? —el pequeño rubio buscó la mirada de su madre—. ¿No lo ha venido a buscar? Parecía muy preocupado por él —señaló.
El castaño suspiró y le sujetó la mano— Alex… —dijo con suavidad—. El cachorro no… —dudó—. Las cosas se pusieron difíciles —trató de explicar.
—¿Difíciles? —Alejandro frunció el ceño.
—El cachorro sufrió un colapso —su padre volvió a su lado—. Por su delicado olfato y debido a su edad, no pudo soportar la sobre estimulación que recibió, a causa de una exposición directa a las feromonas de un Alfa Dominante —dijo con cautela.
—¡¿Qué quieres decir?! —preguntó el menor asustado.
—Lo siento, mi amor —su madre lo sujetó de la mano—. El veterinario hizo lo que pudo, pero el cachorro no sobrevivió.
—¡¿Qué?! Pero… su dueño…
—La placa solo tenía el nombre grabado —Diego ladeó el rostro—. Hicimos un anuncio y ofrecimos una remuneración económica al dueño, pero aunque muchos intentaron reclamarlo, las características y nombres que daban de la mascota, no coincidían —explicó—. Solo buscaban el dinero.
—¡No, papá! —el niño negó—. ¡Él debió buscarlo! —señaló—. Lo buscó en el parque, ¡debió volver a buscarlo cuando el cachorro se quedó conmigo!
—Alex… —su madre buscó en el bolsillo de su traje y sacó el collar con la placa—. De verdad, lo intentamos, pero nadie lo reclamó.
El pequeño rubio sujetó el collar, volviendo a leer el nombre.
“Fenrir”.
La opresión en el pecho del niño se hizo presente; tuvo ganas de llorar, pero no lo hizo, al contrario, mostró un gesto furioso.
—¡Tengo que verlo! —intentó ponerse de pie—. ¡Debo disculparme! —gritó—. ¡Lo mordí! —repitió—. Debe estar triste y enojado, ¡su perro murió!
—Alejandro, ¡cálmate! —ordenó su padre e intentó usar sus feromonas para controlarlo, pero fue imposible.
Su hijo estaba descontrolándose una vez más.
—¡Debo buscarlo! —gritó el menor y se arrancó del brazo, el catéter que aun portaba, logrando que la sangre resbalara por la pequeña herida.
Su madre se apartó de inmediato, cubriendo su nariz.
Diego sujetó a su hijo y lo tumbó en la cama— ¡llama al médico! —pidió, ejerciendo fuerza para sujetar al menor, que pataleaba con desespero.
Su esposo salió y en segundos, los médicos llegaron, volviendo a sedar al pequeño rubio.
Diego espero a que su hijo durmiera tranquilamente y antes de salir para ver a su esposo, recogió el collar del cachorro, que en el forcejeo, había quedado en el piso. Respiró profundamente y salió decidido a encontrar al niño del que su hijo hablaba; ahora tenía más información y las posibilidades de encontrarlo habían aumentado.
Pero aun así, no pudo dar con él.
A pesar de quedarse durante un año en esa ciudad, en busca de un Omega, específicamente con una marca en la mano, la búsqueda no dio frutos.
Alejandro estuvo internado y diariamente preguntaba por el niño de cabello negro, pero no había respuesta; aunado a ello, no volvió a entrar en celo y eso dio pauta a los médicos a pensar que había sido un accidente aislado.
Así, llegado el momento, su padre habló con él.
—Debemos volver a casa —dijo con seriedad, sentado en la orilla de la cama.
—No —negó el menor—, ¡no lo hemos encontrado!
—Alex —el mayor suspiró—. Ya revisamos la ciudad, todos mis trabajadores investigaron, pero no hay señas de un niño con las características que diste —señaló—. O no quiere ser encontrado, que lo dudo, porque si está marcado, necesita a su Alfa cerca —dijo con seguridad—, o simplemente, ese niño, no existió.
—¿Qué quieres decir? —los ojos verdes buscaron la mirada de su padre.
—Alex, los médicos dicen que tal vez, lo de tu celo adelantado fue por alguna exposición a feromonas de algún otro dominante —explicó—. Desde hace un año, no has vuelto a tener un celo y es lo normal porque eres un niño —sonrió—, pero si de verdad estuvieras vinculado, tanto tú, como ese otro niño, estarían teniendo celos cada cierto tiempo —dijo con lentitud— y en ningún hospital ha habido registro de un Omega que esté sufriendo por ello, así que su existencia está en duda.
Alejandro entendía lo que su padre le quería decir, ya que durante todo ese tiempo, le explicaron con más detalle y profundidad, lo que significaba que un Alfa mordiera a un Omega; entendió sobre el vínculo, la marca y su madre le explicó sobre el Destinado, así que estaba seguro de que ese niño era su pareja.
—Padre, yo… yo sé lo que pasó… ¡Lo mordí!
Diego pasó la mano por su cabello— Alejandro —dijo con voz solemne—. Tu madre y yo, hemos pedido la opinión de muchos especialistas y todos coinciden en que lo más probable es que sea solo una alucinación —lo miró a los ojos.
—¡¿Qué?! ¡Claro que no!
—Estuviste un mes con distintos medicamentos de supresión, entrando y saliendo de la inconsciencia y sin tener control sobre ti mismo —repitió lo que ya le habían dicho en innumerables ocasiones al niño—. Todo este año has estado medicado, así que, es probable que tu mente esté confundida…
—¡¿Crees que estoy mintiendo?! —preguntó el pequeño rubio con molestia.
—No —Diego negó—, solo creo que estás un poco confundido, es todo…
Alejandro apretó las mantas en sus manos y rechinó los dientes. Al menos a esas alturas, sus feromonas ya no se salían de control debido a sus emociones.
—¿Qué hay de tus negocios? —preguntó con rapidez.
—No tengo negocios aquí —negó el mayor.
—¡¿Qué?! —el niño lo miró con susto—. Pero vinimos a esta ciudad, porque querías abrir un hotel aquí también, ¿no es así?
—El día de tu accidente, tu madre y yo, vinimos de inmediato al hospital y no nos apartamos de aquí en ningún momento —respondió—. Perdí todas las reuniones para los permisos y negociaciones de la construcción del hotel, en esta ciudad —lo miró a los ojos—, incluso, cancelé todas mis actividades y delegué responsabilidades a mis asistentes, para poder estar aquí, esperando tu recuperación.
—¿Por qué?
—Porque tú y tu madre, son lo único que importa en mi vida —Diego habló con toda seguridad—. No iría a hacer negocios y fingir que todo estaba bien, mientras mi único hijo estaba grave en el hospital —negó.
Alejandro bajó el rostro. No sabía que su padre ya no tenía negocios ahí y que todo se había perdido por su situación.
—Lo siento…
—No te disculpes —Diego negó—, fue mi decisión.
—¿Y no puedes hacer otro hotel? —preguntó con inquietud el pequeño rubio.
Su padre sonrió cansado— lamentablemente, la concesión de esta ciudad la recibió otra familia…
—Pero, puedes hacer otro hotel, con otros socios, ¿no?
Diego soltó una carcajada— no, hijo mío —negó—. No es tan fácil.
—¿Por qué?
—Aun eres pequeño para entender —suspiró el de barba—, cuando crezcas, te explicaré…
—Y no me puedo quedar yo aquí… ¿a buscarlo? —insistió.
Diego negó— no podemos Alex, sería muy peligroso para ti —dijo con voz fría—. Pero te prometo que dejaré a alguna gente, buscando a un Omega, de cabello negro, con una marca de mordida en su mano, ¿de acuerdo?
Alejandro no quería aceptar, pero tuvo que hacerlo.
—Está… está bien…
Alejandro estuvo internado y diariamente preguntaba por el niño de cabello negro, pero no había respuesta; aunado a ello, no volvió a entrar en celo y eso dio pauta a los médicos a pensar que había sido un accidente aislado.
Así, llegado el momento, su padre habló con él.
—Debemos volver a casa —dijo con seriedad, sentado en la orilla de la cama.
—No —negó el menor—, ¡no lo hemos encontrado!
—Alex —el mayor suspiró—. Ya revisamos la ciudad, todos mis trabajadores investigaron, pero no hay señas de un niño con las características que diste —señaló—. O no quiere ser encontrado, que lo dudo, porque si está marcado, necesita a su Alfa cerca —dijo con seguridad—, o simplemente, ese niño, no existió.
—¿Qué quieres decir? —los ojos verdes buscaron la mirada de su padre.
—Alex, los médicos dicen que tal vez, lo de tu celo adelantado fue por alguna exposición a feromonas de algún otro dominante —explicó—. Desde hace un año, no has vuelto a tener un celo y es lo normal porque eres un niño —sonrió—, pero si de verdad estuvieras vinculado, tanto tú, como ese otro niño, estarían teniendo celos cada cierto tiempo —dijo con lentitud— y en ningún hospital ha habido registro de un Omega que esté sufriendo por ello, así que su existencia está en duda.
Alejandro entendía lo que su padre le quería decir, ya que durante todo ese tiempo, le explicaron con más detalle y profundidad, lo que significaba que un Alfa mordiera a un Omega; entendió sobre el vínculo, la marca y su madre le explicó sobre el Destinado, así que estaba seguro de que ese niño era su pareja.
—Padre, yo… yo sé lo que pasó… ¡Lo mordí!
Diego pasó la mano por su cabello— Alejandro —dijo con voz solemne—. Tu madre y yo, hemos pedido la opinión de muchos especialistas y todos coinciden en que lo más probable es que sea solo una alucinación —lo miró a los ojos.
—¡¿Qué?! ¡Claro que no!
—Estuviste un mes con distintos medicamentos de supresión, entrando y saliendo de la inconsciencia y sin tener control sobre ti mismo —repitió lo que ya le habían dicho en innumerables ocasiones al niño—. Todo este año has estado medicado, así que, es probable que tu mente esté confundida…
—¡¿Crees que estoy mintiendo?! —preguntó el pequeño rubio con molestia.
—No —Diego negó—, solo creo que estás un poco confundido, es todo…
Alejandro apretó las mantas en sus manos y rechinó los dientes. Al menos a esas alturas, sus feromonas ya no se salían de control debido a sus emociones.
—¿Qué hay de tus negocios? —preguntó con rapidez.
—No tengo negocios aquí —negó el mayor.
—¡¿Qué?! —el niño lo miró con susto—. Pero vinimos a esta ciudad, porque querías abrir un hotel aquí también, ¿no es así?
—El día de tu accidente, tu madre y yo, vinimos de inmediato al hospital y no nos apartamos de aquí en ningún momento —respondió—. Perdí todas las reuniones para los permisos y negociaciones de la construcción del hotel, en esta ciudad —lo miró a los ojos—, incluso, cancelé todas mis actividades y delegué responsabilidades a mis asistentes, para poder estar aquí, esperando tu recuperación.
—¿Por qué?
—Porque tú y tu madre, son lo único que importa en mi vida —Diego habló con toda seguridad—. No iría a hacer negocios y fingir que todo estaba bien, mientras mi único hijo estaba grave en el hospital —negó.
Alejandro bajó el rostro. No sabía que su padre ya no tenía negocios ahí y que todo se había perdido por su situación.
—Lo siento…
—No te disculpes —Diego negó—, fue mi decisión.
—¿Y no puedes hacer otro hotel? —preguntó con inquietud el pequeño rubio.
Su padre sonrió cansado— lamentablemente, la concesión de esta ciudad la recibió otra familia…
—Pero, puedes hacer otro hotel, con otros socios, ¿no?
Diego soltó una carcajada— no, hijo mío —negó—. No es tan fácil.
—¿Por qué?
—Aun eres pequeño para entender —suspiró el de barba—, cuando crezcas, te explicaré…
—Y no me puedo quedar yo aquí… ¿a buscarlo? —insistió.
Diego negó— no podemos Alex, sería muy peligroso para ti —dijo con voz fría—. Pero te prometo que dejaré a alguna gente, buscando a un Omega, de cabello negro, con una marca de mordida en su mano, ¿de acuerdo?
Alejandro no quería aceptar, pero tuvo que hacerlo.
—Está… está bien…
Así, semanas después, volvió a su hogar; todo le parecía tan ajeno y extraño. Sus padres se esmeraban en cuidarlo y hacerlo feliz, pero su mirada se volvió melancólica y ya no sonreía, ni se divertía como en antaño.
Por un tiempo, la vida fue relativamente tranquila, aunque diariamente, el niño preguntaba si había noticias del Omega, más no había respuesta. Poco a poco, la frecuencia de su inquietud fue disminuyendo, primero a días, luego a semanas y finalmente a meses; se sentía cansado de esperar algo que parecía que nunca llegaría.
Al entrar a la adolescencia, volvió a presentarse su celo y la situación se volvió incontrolable una vez más.
Tuvieron que mantenerlo aislado y darle medicamentos con una alta dosis de supresores, pero aun así, no surtían efecto. Fue cuando un médico le sugirió a sus padres darle un compañero provisional para que calmara su instinto.
Las primeras veces, fue un desastre.
En un estado de irracionalidad completo, lastimó gravemente a los Omega y ni siquiera llegó a copular con ellos; sus feromonas no eran compatibles y eso irritaba sobremanera al ojiverde, que los miraba como intrusos en su territorio. Su padre ordenó que buscaran una sustancia con un olor parecido al que Alejandro deseaba; aunque fue difícil y el rubio no estuvo del todo convencido, al final, dieron con una similar.
Así, la siguiente ocasión, el Omega fue bañado con ese perfume.
Al estar en celo y cómo su mente no pensaba con claridad, Alejandro tuvo sexo con el Omega, aunque solo fue eso, ya que no hubo caricias, ni besos, mucho menos mordidas; ni siquiera dejó que el Omega lo tocara demasiado, solo lo acomodó de forma que pudo penetrarlo con facilidad y cuando terminó de saciar su lujuria, a pesar de haber tardado toda la noche para conseguirlo, debido a que no podía anudarlo, se durmió.
Al despertar, el olor del joven a su lado, lo hizo vomitar y en cuanto pudo controlar su cuerpo, de inmediato fue a bañarse, no sin antes ordenar que lo sacaran de su habitación.
Cansado de esa situación, volvió a insistirle a su padre para ir a buscar al Omega en la otra ciudad, pero fue cuando Diego le explicó sobre sus verdaderos negocios. Su familia no podía acercarse a la otra ciudad, porque era territorio de otros traficantes de armas y si cualquiera de la familia De León, ponían un pie allá, corrían peligro.
Una vez más, la frustración inundó al rubio y tuvo que aceptar que era imposible realizar una búsqueda por sí mismo, así que por eso tanto él, como su padre, dependían de los investigadores que contrataban; pero no podían fiarse del todo en ellos, ya que no eran gente de su confianza, porque tampoco sus trabajadores podían ir a ese territorio con libertad.
Resignado a esa situación, entró a la universidad.
Era un Alfa codiciado, al igual que sus amigos más cercanos, pero a pesar que los otros si tenían una vida sexual relativamente fácil, él era inalcanzable para todos los demás.
Realmente su vida era sumamente difícil. A veces envidiaba a sus amigos e incluso intentó pensar en buscarse una pareja, pero aunque lo pensaba y había muchos Omega lindos en su facultad, instintivamente su cuerpo los rechazaba; solo podía aceptarlos con el olor de ese perfume, confundiendo sus sentidos cuando estaba en celo y por una noche, nada más.
En su mente y corazón, no había nadie más que ese niño, del cual no tenía ni un solo recuerdo, más que el collar de esa mascota, mismo que de cuando en cuando sostenía en su mano, para asegurarse de que no había sido un sueño.
Por un tiempo, la vida fue relativamente tranquila, aunque diariamente, el niño preguntaba si había noticias del Omega, más no había respuesta. Poco a poco, la frecuencia de su inquietud fue disminuyendo, primero a días, luego a semanas y finalmente a meses; se sentía cansado de esperar algo que parecía que nunca llegaría.
Al entrar a la adolescencia, volvió a presentarse su celo y la situación se volvió incontrolable una vez más.
Tuvieron que mantenerlo aislado y darle medicamentos con una alta dosis de supresores, pero aun así, no surtían efecto. Fue cuando un médico le sugirió a sus padres darle un compañero provisional para que calmara su instinto.
Las primeras veces, fue un desastre.
En un estado de irracionalidad completo, lastimó gravemente a los Omega y ni siquiera llegó a copular con ellos; sus feromonas no eran compatibles y eso irritaba sobremanera al ojiverde, que los miraba como intrusos en su territorio. Su padre ordenó que buscaran una sustancia con un olor parecido al que Alejandro deseaba; aunque fue difícil y el rubio no estuvo del todo convencido, al final, dieron con una similar.
Así, la siguiente ocasión, el Omega fue bañado con ese perfume.
Al estar en celo y cómo su mente no pensaba con claridad, Alejandro tuvo sexo con el Omega, aunque solo fue eso, ya que no hubo caricias, ni besos, mucho menos mordidas; ni siquiera dejó que el Omega lo tocara demasiado, solo lo acomodó de forma que pudo penetrarlo con facilidad y cuando terminó de saciar su lujuria, a pesar de haber tardado toda la noche para conseguirlo, debido a que no podía anudarlo, se durmió.
Al despertar, el olor del joven a su lado, lo hizo vomitar y en cuanto pudo controlar su cuerpo, de inmediato fue a bañarse, no sin antes ordenar que lo sacaran de su habitación.
Cansado de esa situación, volvió a insistirle a su padre para ir a buscar al Omega en la otra ciudad, pero fue cuando Diego le explicó sobre sus verdaderos negocios. Su familia no podía acercarse a la otra ciudad, porque era territorio de otros traficantes de armas y si cualquiera de la familia De León, ponían un pie allá, corrían peligro.
Una vez más, la frustración inundó al rubio y tuvo que aceptar que era imposible realizar una búsqueda por sí mismo, así que por eso tanto él, como su padre, dependían de los investigadores que contrataban; pero no podían fiarse del todo en ellos, ya que no eran gente de su confianza, porque tampoco sus trabajadores podían ir a ese territorio con libertad.
Resignado a esa situación, entró a la universidad.
Era un Alfa codiciado, al igual que sus amigos más cercanos, pero a pesar que los otros si tenían una vida sexual relativamente fácil, él era inalcanzable para todos los demás.
Realmente su vida era sumamente difícil. A veces envidiaba a sus amigos e incluso intentó pensar en buscarse una pareja, pero aunque lo pensaba y había muchos Omega lindos en su facultad, instintivamente su cuerpo los rechazaba; solo podía aceptarlos con el olor de ese perfume, confundiendo sus sentidos cuando estaba en celo y por una noche, nada más.
En su mente y corazón, no había nadie más que ese niño, del cual no tenía ni un solo recuerdo, más que el collar de esa mascota, mismo que de cuando en cuando sostenía en su mano, para asegurarse de que no había sido un sueño.
—Incluso yo, he llegado a dudar que hayas sido real… —suspiró cansado y pasó los dedos por sus parpados.
Unos golpeteos insistentes se escucharon en la puerta de su habitación.
—Pase… —dijo con poco interés.
La puerta se abrió y su padre ingresó, cerrando de golpe, yendo hasta la cama.
—¡Casi afectas a tu madre! —reclamó.
—Lo siento… —Alejandro puso el brazo sobre su rostro—. No fue mi intención, pero ¡tú me presionaste! —acusó de manera infantil.
Diego entrecerró los ojos y sin decir más, lanzó un folder al torso de su hijo, del cual se desparramaron unas hojas; Alejandro sintió el golpe y observó los documentos, incorporándose con lentitud, sujetándolos con curiosidad.
—Lee toda esa información y prepárate —dijo su padre.
—¿Qué es esto?
—Ya casi se cumplen quince años de mi fallido intento por tener negocios en aquella ciudad —dijo el de barba con frialdad—, el tiempo límite de la familia que ganó aquella vez, se acerca y no les ha ido muy bien —sonrió con cinismo—. Tenemos una oportunidad de ir a hacer negocios.
Alejandro levantó el rostro y parpadeó; estaba confundido y algo sorprendido.
—¿Quieres decir que…?
—Le prometí a tu madre darte una última oportunidad —se cruzó de brazos—. Por eso, mientras hacemos negocios, puedes buscar al Omega en esa ciudad.
Alejandro leyó de forma superficial, los párrafos de las primeras hojas.
—¡¿Cuánto tiempo tendré?! —preguntó con ansiedad.
—Eso dependerá de tu habilidad con los negocios —dijo su padre con sarcasmo—. Puedes tener solo el tiempo que duren las negociaciones o todo el tiempo del mundo, si consigues esa zona para nuestra familia.
El rubio pasó saliva y sintió un cosquilleo en la boca de su estómago— ¡¿de verdad?!
—Así es —asintió su padre—, por eso quiero que te prepares, que conozcas todo lo necesario, porque terminando tus exámenes semestrales, viajarás… Prepara un equipo para que te asesore o te apoye, se te proporcionara a quien tú elijas y decidas.
—¡¿A quién yo quiera?! —insistió con emoción.
—A quien quieras —repitió su padre—, todo estará en tus manos, pero a cambio, quiero tu palabra.
—¿De qué?
—Si terminamos la negociación y no nos quedamos con esa zona, te olvidaras de tu obsesión e intentarás formar una familia con alguien más —especificó.
—Pero yo no…
—El matrimonio puede ser una fachada —dijo su padre—, el que tengas descendientes es lo que importa y si no puedes procrear con nadie por tu situación, hay métodos artificiales, eso no me importa, solo quiero que ya pongas los pies en la tierra.
Alejandro apretó los puños.
Sabía que en ese trato, el que más perdería era él, pero si era su última oportunidad para buscar a su destinado, tendría que apostar todo lo que tenía para conseguirlo.
—De acuerdo —asintió—. Si no encuentro a mi Omega, me casaré con quién tu decidas, te doy mi palabra.
Diego sonrió satisfecho y le ofreció la mano a su hijo; Alejandro no lo dudó, apretó la mano de su padre y con ello, cerraban el trato.
«No hay marcha atrás…» pensó el rubio, «es mi última oportunidad y esta vez, voy a encontrarte, cueste lo que me cueste…»
Unos golpeteos insistentes se escucharon en la puerta de su habitación.
—Pase… —dijo con poco interés.
La puerta se abrió y su padre ingresó, cerrando de golpe, yendo hasta la cama.
—¡Casi afectas a tu madre! —reclamó.
—Lo siento… —Alejandro puso el brazo sobre su rostro—. No fue mi intención, pero ¡tú me presionaste! —acusó de manera infantil.
Diego entrecerró los ojos y sin decir más, lanzó un folder al torso de su hijo, del cual se desparramaron unas hojas; Alejandro sintió el golpe y observó los documentos, incorporándose con lentitud, sujetándolos con curiosidad.
—Lee toda esa información y prepárate —dijo su padre.
—¿Qué es esto?
—Ya casi se cumplen quince años de mi fallido intento por tener negocios en aquella ciudad —dijo el de barba con frialdad—, el tiempo límite de la familia que ganó aquella vez, se acerca y no les ha ido muy bien —sonrió con cinismo—. Tenemos una oportunidad de ir a hacer negocios.
Alejandro levantó el rostro y parpadeó; estaba confundido y algo sorprendido.
—¿Quieres decir que…?
—Le prometí a tu madre darte una última oportunidad —se cruzó de brazos—. Por eso, mientras hacemos negocios, puedes buscar al Omega en esa ciudad.
Alejandro leyó de forma superficial, los párrafos de las primeras hojas.
—¡¿Cuánto tiempo tendré?! —preguntó con ansiedad.
—Eso dependerá de tu habilidad con los negocios —dijo su padre con sarcasmo—. Puedes tener solo el tiempo que duren las negociaciones o todo el tiempo del mundo, si consigues esa zona para nuestra familia.
El rubio pasó saliva y sintió un cosquilleo en la boca de su estómago— ¡¿de verdad?!
—Así es —asintió su padre—, por eso quiero que te prepares, que conozcas todo lo necesario, porque terminando tus exámenes semestrales, viajarás… Prepara un equipo para que te asesore o te apoye, se te proporcionara a quien tú elijas y decidas.
—¡¿A quién yo quiera?! —insistió con emoción.
—A quien quieras —repitió su padre—, todo estará en tus manos, pero a cambio, quiero tu palabra.
—¿De qué?
—Si terminamos la negociación y no nos quedamos con esa zona, te olvidaras de tu obsesión e intentarás formar una familia con alguien más —especificó.
—Pero yo no…
—El matrimonio puede ser una fachada —dijo su padre—, el que tengas descendientes es lo que importa y si no puedes procrear con nadie por tu situación, hay métodos artificiales, eso no me importa, solo quiero que ya pongas los pies en la tierra.
Alejandro apretó los puños.
Sabía que en ese trato, el que más perdería era él, pero si era su última oportunidad para buscar a su destinado, tendría que apostar todo lo que tenía para conseguirlo.
—De acuerdo —asintió—. Si no encuentro a mi Omega, me casaré con quién tu decidas, te doy mi palabra.
Diego sonrió satisfecho y le ofreció la mano a su hijo; Alejandro no lo dudó, apretó la mano de su padre y con ello, cerraban el trato.
«No hay marcha atrás…» pensó el rubio, «es mi última oportunidad y esta vez, voy a encontrarte, cueste lo que me cueste…»
Ahora saben por qué Alex no pudo encontrar a Erick... Pero ahora tiene otra oportunidad, así que seguro la aprovechará
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