Capítulo I
—Ven, Fenrir, ¡no te escondas!
El niño de cabello negro se movía entre los árboles del parque; el pequeño buscaba al cachorro de Alaskan malamute, que había recibido días antes, como regalo de navidad y su séptimo cumpleaños.
Escuchó un ligero ladrido y gruñidos juguetones, así que siguió el sonido.
—¿Fenrir? —preguntó al acercarse, encontrando al cachorro jugando con un niño de cabello rubio.
—¡Fenrir! —llamó de inmediato el pelinegro y corrió hasta su cachorro—. ¡Aléjate! ¡Es mi mascota! —dijo de inmediato, interponiéndose entre el canino y el extraño.
—Pensé que estaba perdido —se excusó el rubio—, estaba viendo su placa pero…
Dejó de hablar un momento, aspiró profundamente y después talló su nariz con insistencia.
—¿Hueles eso? —preguntó curioso.
—¿Qué cosa? —preguntó el pelinegro confundido.
—Almendras… ¡Almendras dulces! —dijo con emoción y levantó el rostro intentando olfatear mejor, dando un paso hacia el recién llegado—. Tú hueles a almendras dulces —señaló, acercándose lo más que pudo al rostro del otro.
El pelinegro frunció el ceño y levantó sus manos, oliendo su piel, pensando que era la crema de manos que le obligaban a usar, pero aunque percibió un tenue olor, no era el que el otro decía.
—No —negó—. Es manzana —dijo con seguridad.
El rubio le sujetó la mano izquierda y la acercó a su nariz. Era cierto, había un tenue olor a manzana, pero era superficial, más el olor a almendras dulces lo percibía más potente. Su respiración se agitó y sin dudar, pasó la lengua por la palma; quería constatar si el sabor y el olor eran iguales.
—¡¿Qué haces?! —gritó el pelinegro al sentir la humedad en su mano e hizo un gesto de desagrado, intentando apartarla del otro, aunque no pudo, ya que era sujetado con fuerza.
—Tú… tú hueles y sabes a almendras dulces —susurró el rubio y cómo autómata, introdujo un dedo en su boca y lo mordió cerca de la base, con tanta fuerza que le sacó sangre.
El pelinegro se quejó y aunque le fue difícil, pudo apartarse de su agresor, al empujarlo con su otra mano, haciéndolo tropezar. Observo su dedo anular, el cual sangraba y miró con reproche al otro niño que parecía desconcertado, con un hilillo de sangre escapando de la comisura de sus labios.
—Perdón, yo no…
—¡Eres un salvaje! —sollozó el pelinegro y corrió hacia el camino por dónde había llegado, olvidándose de su mascota, quien no lo siguió.
El niño de cabello negro se movía entre los árboles del parque; el pequeño buscaba al cachorro de Alaskan malamute, que había recibido días antes, como regalo de navidad y su séptimo cumpleaños.
Escuchó un ligero ladrido y gruñidos juguetones, así que siguió el sonido.
—¿Fenrir? —preguntó al acercarse, encontrando al cachorro jugando con un niño de cabello rubio.
—¡Fenrir! —llamó de inmediato el pelinegro y corrió hasta su cachorro—. ¡Aléjate! ¡Es mi mascota! —dijo de inmediato, interponiéndose entre el canino y el extraño.
—Pensé que estaba perdido —se excusó el rubio—, estaba viendo su placa pero…
Dejó de hablar un momento, aspiró profundamente y después talló su nariz con insistencia.
—¿Hueles eso? —preguntó curioso.
—¿Qué cosa? —preguntó el pelinegro confundido.
—Almendras… ¡Almendras dulces! —dijo con emoción y levantó el rostro intentando olfatear mejor, dando un paso hacia el recién llegado—. Tú hueles a almendras dulces —señaló, acercándose lo más que pudo al rostro del otro.
El pelinegro frunció el ceño y levantó sus manos, oliendo su piel, pensando que era la crema de manos que le obligaban a usar, pero aunque percibió un tenue olor, no era el que el otro decía.
—No —negó—. Es manzana —dijo con seguridad.
El rubio le sujetó la mano izquierda y la acercó a su nariz. Era cierto, había un tenue olor a manzana, pero era superficial, más el olor a almendras dulces lo percibía más potente. Su respiración se agitó y sin dudar, pasó la lengua por la palma; quería constatar si el sabor y el olor eran iguales.
—¡¿Qué haces?! —gritó el pelinegro al sentir la humedad en su mano e hizo un gesto de desagrado, intentando apartarla del otro, aunque no pudo, ya que era sujetado con fuerza.
—Tú… tú hueles y sabes a almendras dulces —susurró el rubio y cómo autómata, introdujo un dedo en su boca y lo mordió cerca de la base, con tanta fuerza que le sacó sangre.
El pelinegro se quejó y aunque le fue difícil, pudo apartarse de su agresor, al empujarlo con su otra mano, haciéndolo tropezar. Observo su dedo anular, el cual sangraba y miró con reproche al otro niño que parecía desconcertado, con un hilillo de sangre escapando de la comisura de sus labios.
—Perdón, yo no…
—¡Eres un salvaje! —sollozó el pelinegro y corrió hacia el camino por dónde había llegado, olvidándose de su mascota, quien no lo siguió.
Los ojos azules se abrieron de golpe y el joven de cabello negro suspiró.
—Otra vez, ese sueño… — dijo con cansancio, levantando su mano izquierda, observando la pequeña cicatriz que tenía en su dedo anular—. Han pasado quince años de eso, debería olvidarlo de nuevo… —su voz sonó molesta.
Cada que recordaba esa situación y que ese día había perdido a su mascota también, le causaba mucho coraje, especialmente porque, cuando llegó con la joven que lo cuidaba y ella vio la sangre en su dedo, pensó que lo había mordido el cachorro y se lo llevó de inmediato al hospital, para que lo curaran.
Debido a ese incidente, su padre no le permitió tener más mascotas “peligrosas”, ya que no deseaban ponerlo en peligro, pese a que él insistía que no había sido el canino, sino otro niño, hasta que con el paso del tiempo lo olvidó, pero tiempo después, recordó ese incidente y ese sueño se había vuelto recurrente.
Un golpeteo en la puerta se escuchó y el pelinegro se incorporó.
—¡¿Diga?! —preguntó levantando la voz.
—Señor Erick, ¿puedo pasar? —se escuchó la voz del mayordomo al otro lado de la puerta.
—Adelante…
El hombre canoso entró de inmediato— Buenos días, señor —saludó haciendo una reverencia—, su desayuno está listo —anunció con rapidez—. ¿Desayunará en el comedor o prefiere que lo traiga a su habitación?
Erick dudó un momento, miró hacia el buró que tenía a su derecha y observó el anillo de matrimonio que siempre se quitaba al dormir, ya que sentía como si diariamente llevara una pesada carga encima y solo en la soledad de esa habitación, podía descansar de la misma.
—Mi… ¿mi esposo? —titubeó.
—El señor Acosta se retiró temprano —dijo el hombre de inmediato, al notar la voz trémula del ojiazul—. Dijo que tenía mucho trabajo en la empresa y volvería hasta entrada la noche.
Erick suspiró aliviado y se permitió sonreír un poco— siendo así, bajaré a desayunar en un momento, gracias, Joseph.
—Iré a preparar la mesa, con permiso —el hombre salió de la habitación y dejó al ojiazul a solas.
—Otro días más… —musitó con cansancio y estiró la mano, sujetando la argolla y colocándola en su dedo anular, cubriendo con el mismo, la cicatriz de su dedo.
Con rapidez, Erick se puso de pie y se puso una ropa ligera, ya que se asearía después de desayunar.
Bajó las escaleras de la enorme casona y fue hasta el comedor, donde los siervos de la casa lo esperaban, para atenderlo si los necesitaba.
El ojiazul agradeció las atenciones y desayunó con tranquilidad; pocas veces lo hacía, ya que cuando estaba su esposo, la situación era insostenible y a veces, lo poco que llegaba a comer, terminaba devolviéndolo por la ira, el coraje y el dolor que ese sujeto le causaba.
No era feliz, nunca lo había sido en los más de dos años de matrimonio que tenía.
—Otra vez, ese sueño… — dijo con cansancio, levantando su mano izquierda, observando la pequeña cicatriz que tenía en su dedo anular—. Han pasado quince años de eso, debería olvidarlo de nuevo… —su voz sonó molesta.
Cada que recordaba esa situación y que ese día había perdido a su mascota también, le causaba mucho coraje, especialmente porque, cuando llegó con la joven que lo cuidaba y ella vio la sangre en su dedo, pensó que lo había mordido el cachorro y se lo llevó de inmediato al hospital, para que lo curaran.
Debido a ese incidente, su padre no le permitió tener más mascotas “peligrosas”, ya que no deseaban ponerlo en peligro, pese a que él insistía que no había sido el canino, sino otro niño, hasta que con el paso del tiempo lo olvidó, pero tiempo después, recordó ese incidente y ese sueño se había vuelto recurrente.
Un golpeteo en la puerta se escuchó y el pelinegro se incorporó.
—¡¿Diga?! —preguntó levantando la voz.
—Señor Erick, ¿puedo pasar? —se escuchó la voz del mayordomo al otro lado de la puerta.
—Adelante…
El hombre canoso entró de inmediato— Buenos días, señor —saludó haciendo una reverencia—, su desayuno está listo —anunció con rapidez—. ¿Desayunará en el comedor o prefiere que lo traiga a su habitación?
Erick dudó un momento, miró hacia el buró que tenía a su derecha y observó el anillo de matrimonio que siempre se quitaba al dormir, ya que sentía como si diariamente llevara una pesada carga encima y solo en la soledad de esa habitación, podía descansar de la misma.
—Mi… ¿mi esposo? —titubeó.
—El señor Acosta se retiró temprano —dijo el hombre de inmediato, al notar la voz trémula del ojiazul—. Dijo que tenía mucho trabajo en la empresa y volvería hasta entrada la noche.
Erick suspiró aliviado y se permitió sonreír un poco— siendo así, bajaré a desayunar en un momento, gracias, Joseph.
—Iré a preparar la mesa, con permiso —el hombre salió de la habitación y dejó al ojiazul a solas.
—Otro días más… —musitó con cansancio y estiró la mano, sujetando la argolla y colocándola en su dedo anular, cubriendo con el mismo, la cicatriz de su dedo.
Con rapidez, Erick se puso de pie y se puso una ropa ligera, ya que se asearía después de desayunar.
Bajó las escaleras de la enorme casona y fue hasta el comedor, donde los siervos de la casa lo esperaban, para atenderlo si los necesitaba.
El ojiazul agradeció las atenciones y desayunó con tranquilidad; pocas veces lo hacía, ya que cuando estaba su esposo, la situación era insostenible y a veces, lo poco que llegaba a comer, terminaba devolviéndolo por la ira, el coraje y el dolor que ese sujeto le causaba.
No era feliz, nunca lo había sido en los más de dos años de matrimonio que tenía.
Él sabía que no era hijo legítimo, pero desde pequeño, su padre lo había dejado a cargo de tutores que lo habían cuidado, criado y educado como todo un pequeño príncipe Omega y aunque él pensó que había sido por amor de ese hombre al que había mirado muy poco en su infancia, después se dio cuenta que todo había sido sólo para entregarlo como moneda de cambio a una familia que tenía negocios con su padre.
Ese no debía ser su matrimonio, pues su padre tenía otro hijo Omega, pero lamentablemente ese niño, al cual conoció muy poco, murió; así, su padre decidió que Erick tomaría el lugar que le correspondía a su hermano desde su nacimiento y desposarlo con Omar Acosta, el único Alfa de esa familia, tratando de asegurar una descendencia de Alfas, al casarlo con su hijo Omega.
Omar tenía dieciocho años, cuando Erick lo conoció.
La fiesta de quince años del Omega, era para presentarlo a la sociedad selecta de su ciudad, la primera dónde podría conocer Alfas y quizá conocería a alguien que le interesara como pareja, pero el ojiazul no sabía que esa decisión ya había sido tomada por sus padres, desde tiempo atrás.
Omar no le resultó ni atractivo, ni interesante, incluso sintió cierto rechazo, pero no pudo negarse a su cortejo oficial, que duró cuatro años; menos, porque los familiares y amigos de ambos ya estaban enterados de su futuro matrimonio y lo esperaban con ansias.
Erick no quería casarse y agradeció que su primer celo se retrasara hasta que cumplió diecinueve años, por eso fue catalogado como recesivo; pero cuando llegó el mismo, lo mantuvieron encerrado en su habitación, durante los tres días que duró, mientras la boda se preparó de inmediato.
Erick no pudo oponerse, no pudo objetar, ni siquiera pudo decir una sola palabra, pues estaba completamente asustado y presionado. En menos de una semana, estaba frente a ese sujeto castaño, vestido de blanco, frente a un juez, rodeado de cientos de invitados y ni siquiera recordaba haber dicho “acepto”, solo observó como el otro colocaba la argolla en su dedo anular y sintió los labios sobre los suyos, en un intento de beso que ni siquiera correspondió.
La fiesta, los invitados, todo era un recuerdo borroso para Erick; era como si su mente jamás hubiera estado ahí, pese a que había muchas fotos de su boda, aunque claro, en ninguna sonreía.
Cuando la fiesta terminó, la gente se retiró y los familiares se despidieron, dejándolos a solas, llegó la hora de ir a la alcoba nupcial. Erick temblaba y Omar parecía ansioso; lo llevó rápidamente hacia la cama y se le tiró encima, ya que estaba entrando en celo y quería poseerlo de inmediato. El ojiazul intentó resistirse, percibía el olor de Omar y aunque era como té de limón y miel, le causaba repulsión.
No era como le habían dicho que sería, pues sabía que, cuando un Alfa entraba en celo, podía lograr que un Omega lo hiciera también, aunque no lo deseara; así podrían copular y disfrutar, aunque no hubiera sentimientos de por medio, pero él no sentía deseo, solo quería salir corriendo de ese lugar.
El traje nupcial fue desgarrado por la fuerza del otro y dejó al ojiazul en medio del lecho, desnudo; Omar lo observaba con un tinte de deseo en su mirada, más, cuando intentó acercarse para volverlo a besar, se detuvo de manera repentina.
Hizo un gesto de asco y se apartó inmediatamente, cubriendo su nariz con el brazo y aguantando las ganas de vomitar.
—¡Apestas! —dijo con ira.
—¿Qué? —Erick aun temblaba y no comprendía lo que el otro le decía.
—¡¿Por qué apestas ahora, si olías a flores durante toda la recepción?! —preguntó iracundo sin poder ocultar del todo su gesto de asco.
El ojiazul frunció el ceño y acercó el dorso de su mano derecha a la nariz, él jamás se había percatado de su propio olor, ni siquiera supo a que debía oler durante su celo, porque durante el primero que tuvo, su mente estaba nublada y sus padres no dejaron que nadie se acercara.
Pero en ese momento, tampoco percibía nada y era por demás extraño; era un Omega, lo sabía muy bien, así que en ese momento debía estar liberando sus feromonas, pero no las podía percibir. Sólo, cuando acercó la mano izquierda a su rostro, cerca de la argolla nupcial, percibió un tenue olor a almendra que era opacado por un extraño olor entre café y madera.
—¡Maldita sea! —el grito de Omar sobresaltó a Erick—. Estuve esperando por años esto y tu olor es el más asqueroso que he percibido ¡de todos los Omega con los que he estado!
Esas palabras dejaron a Erick sin habla.
—¡Ve a bañarte! —ordenó el castaño con rapidez.
—Pero… —la voz de Erick apenas se escuchó.
Omar estaba tan furioso, que estaba siendo irracional; él estaba en celo y no podía poseer a ese Omega que había deseado durante años. Sin dudar, su cuerpo se movió y agarró a Erick sin consideración; el pelinegro se quejó, pero su fuerza no era suficiente para oponerse a un Alfa, así que fue movido como un muñeco hasta el cuarto de baño.
—Más vale que te quites ese asqueroso olor, ¡¿entendido?! —amenazó el otro entre dientes y cerró la puerta.
Erick frotó su muñeca, los dedos de Omar habían quedado marcados en su delicada piel y ya estaba cambiando de color a un ligero tono morado. Pasó saliva y de inmediato se metió a la ducha, abrió la llave y ni siquiera se preocupó en templar el agua; sujetó un jabón que estaba ahí mismo, era neutro, como el de todos los Alfas y Omegas, para que el olor del jabón no interfiriera con su aroma personal.
Se talló varias veces todo el cuerpo y otras tantas su largo y sedoso cabello. Seguramente su olor había sido opacado por todos los invitados en la fiesta, ya que él, aunque Omega, era recesivo y quizá su olor personal era tan tenue, que podía ser opacado con facilidad.
Cuando salió del baño, se secó con la toalla, volvió a oler su piel y cabello; no había nada. Suspiró tranquilo, aunque al imaginar que eso tendría como consecuencia llegar a consumar su matrimonio, un escalofrío lo cimbró.
—Está bien —dijo frente al espejo y forzó una sonrisa—. Es mi primera vez, solo estoy nervioso… me acostumbraré a responder a sus feromonas, como me explicaron en mis clases de anatomía…
Su voz tenía un tinte de inseguridad, pero quería creer que lo que le habían dicho los tutores que le daban clases en su hogar, sobre lo que ocurría con los Omega, era la razón de esa situación.
—Puedo… hacerlo —musito—. Puedo hacerlo —repitió más seguro—. Es mi esposo, es mayor que yo, tiene más experiencia, así que, solo debo confiar en él —respiró hondamente, aguantó unos segundos el aire y lo soltó con lentitud, tratando de calmar su corazón acelerado—. Tal vez no haya amor ahora, pero, con el tiempo nacerá… como dijeron mis Nanas —repitió.
Cuando sintió que sus piernas dejaron de temblar, caminó hacia la puerta, pero antes de abrir, sintió vergüenza, ya que estaba desnudo, por lo que volvió sus pasos, sujetó una bata de baño y se la puso; de esa manera, salió con un poco más de confianza.
Omar estaba sentado en el lecho, mirando hacia la puerta del cuarto de aseo y cuando vio a Erick salir, levantó el rostro. Aspiró el aroma y se dio cuenta que no olía mal, aunque tampoco olía a nada, pero eso cambiaría en cuanto lo poseyera, eso era seguro.
—Ven… —llamó y estiró la mano, ofreciéndosela con amabilidad.
El ojiazul titubeó, pero se forzó a obedecer, así que caminó y acercó los dedos a la mano del otro, con nervios.
Omar apenas sintió la tibieza de la mano, lo sujetó con rapidez y lo tumbó contra el lecho, colocándose encima y sonriendo confiado.
—Volvamos a empezar… —dijo con diversión y movió su mano para abrir la bata que el otro portaba y poder tocar la piel del torso.
El dedo índice apenas rozó el centro del pecho y logró que la piel de Erick se erizara; Omar se sintió satisfecho con la reacción y se acercó para besarlo, pero una vez más, ese olor desagradable se presentó y se apartó de un salto.
—¡Maldición! —gritó—. ¡¿Qué sucede contigo?! —volvió a cubrir su nariz—. ¡¿Qué no se supone que eras virgen?! —reprochó.
—S… sí —Erick asintió rápidamente.
—¡Hueles como si otro Alfa te hubiera marcado! —acusó—. El trato era por un Omega virgen, ¡no uno usado!
—¿Marcado? —el ojiazul levantó el rostro—. ¡Eso no es posible! —Negó—. Yo no he estado con nadie más y aunque así fuera, ¡la práctica del marcado dejó de usarse hace muchos años! —se defendió.
—¡¿Eso crees?! —Omar caminó hasta Erick pero siguió tapando su nariz—. El marcado aun es practicado, por los Alfas dominantes —dijo con desprecio y con su mano libre sujetó a Erick del cabello—. ¡Dime! —exigió—. ¡¿Con quién te revolcaste antes?!
—¡Suéltame! —el ojiazul aferró sus manos a las muñecas del otro, le dolía el cómo el otro le jalaba la melena sin consideración—. ¡Jamás he estado con alguien! —aseguró—. ¡Estás loco!
Esa manera en la que el Omega respondió, hizo que Omar se enfureciera más y sin dudar, le dio una bofetada que lo tumbó al piso.
—¡Tu olor me enferma! —respiró agitado—. Mañana mismo hablaré con mis padres y pediré el divorcio —siseó—. Todo el mundo se enterará que Erick Salazar es solo un Omega libertino, que fue marcado ¡por quien sabe quién!
Erick se asustó; si esas palabras eran dichas por su esposo, la reputación de su familia caería por los suelos.
Se armó de valor, negó y levantó el rostro— ¡eso no es cierto! ¡Pasé mi primer celo encerrado en mi habitación!
—¡¿Primer celo a los diecinueve años?! —preguntó con sarcasmo—. Los primeros celos de los Omegas, llegan después de los dieciséis, ¡este seguramente fue el primer celo del que tus padres supieron!
—¡Jamás en mi vida he estado con nadie! —repitió desesperado.
—¡No mientas! —la ira cegó a Omar y volvió a abofetearlo—. Eres un mentiroso y me encargaré de que todos se den cuenta ¡de la clase de basura que eres!
Con esas palabras, el castaño dio pasos largos y salió de la habitación, dejando al pelinegro aun en el piso, llorando de miedo. No comprendía qué había pasado, pero aunque sabía que no había hecho nada, sería imposible explicarlo.
Ese no debía ser su matrimonio, pues su padre tenía otro hijo Omega, pero lamentablemente ese niño, al cual conoció muy poco, murió; así, su padre decidió que Erick tomaría el lugar que le correspondía a su hermano desde su nacimiento y desposarlo con Omar Acosta, el único Alfa de esa familia, tratando de asegurar una descendencia de Alfas, al casarlo con su hijo Omega.
Omar tenía dieciocho años, cuando Erick lo conoció.
La fiesta de quince años del Omega, era para presentarlo a la sociedad selecta de su ciudad, la primera dónde podría conocer Alfas y quizá conocería a alguien que le interesara como pareja, pero el ojiazul no sabía que esa decisión ya había sido tomada por sus padres, desde tiempo atrás.
Omar no le resultó ni atractivo, ni interesante, incluso sintió cierto rechazo, pero no pudo negarse a su cortejo oficial, que duró cuatro años; menos, porque los familiares y amigos de ambos ya estaban enterados de su futuro matrimonio y lo esperaban con ansias.
Erick no quería casarse y agradeció que su primer celo se retrasara hasta que cumplió diecinueve años, por eso fue catalogado como recesivo; pero cuando llegó el mismo, lo mantuvieron encerrado en su habitación, durante los tres días que duró, mientras la boda se preparó de inmediato.
Erick no pudo oponerse, no pudo objetar, ni siquiera pudo decir una sola palabra, pues estaba completamente asustado y presionado. En menos de una semana, estaba frente a ese sujeto castaño, vestido de blanco, frente a un juez, rodeado de cientos de invitados y ni siquiera recordaba haber dicho “acepto”, solo observó como el otro colocaba la argolla en su dedo anular y sintió los labios sobre los suyos, en un intento de beso que ni siquiera correspondió.
La fiesta, los invitados, todo era un recuerdo borroso para Erick; era como si su mente jamás hubiera estado ahí, pese a que había muchas fotos de su boda, aunque claro, en ninguna sonreía.
Cuando la fiesta terminó, la gente se retiró y los familiares se despidieron, dejándolos a solas, llegó la hora de ir a la alcoba nupcial. Erick temblaba y Omar parecía ansioso; lo llevó rápidamente hacia la cama y se le tiró encima, ya que estaba entrando en celo y quería poseerlo de inmediato. El ojiazul intentó resistirse, percibía el olor de Omar y aunque era como té de limón y miel, le causaba repulsión.
No era como le habían dicho que sería, pues sabía que, cuando un Alfa entraba en celo, podía lograr que un Omega lo hiciera también, aunque no lo deseara; así podrían copular y disfrutar, aunque no hubiera sentimientos de por medio, pero él no sentía deseo, solo quería salir corriendo de ese lugar.
El traje nupcial fue desgarrado por la fuerza del otro y dejó al ojiazul en medio del lecho, desnudo; Omar lo observaba con un tinte de deseo en su mirada, más, cuando intentó acercarse para volverlo a besar, se detuvo de manera repentina.
Hizo un gesto de asco y se apartó inmediatamente, cubriendo su nariz con el brazo y aguantando las ganas de vomitar.
—¡Apestas! —dijo con ira.
—¿Qué? —Erick aun temblaba y no comprendía lo que el otro le decía.
—¡¿Por qué apestas ahora, si olías a flores durante toda la recepción?! —preguntó iracundo sin poder ocultar del todo su gesto de asco.
El ojiazul frunció el ceño y acercó el dorso de su mano derecha a la nariz, él jamás se había percatado de su propio olor, ni siquiera supo a que debía oler durante su celo, porque durante el primero que tuvo, su mente estaba nublada y sus padres no dejaron que nadie se acercara.
Pero en ese momento, tampoco percibía nada y era por demás extraño; era un Omega, lo sabía muy bien, así que en ese momento debía estar liberando sus feromonas, pero no las podía percibir. Sólo, cuando acercó la mano izquierda a su rostro, cerca de la argolla nupcial, percibió un tenue olor a almendra que era opacado por un extraño olor entre café y madera.
—¡Maldita sea! —el grito de Omar sobresaltó a Erick—. Estuve esperando por años esto y tu olor es el más asqueroso que he percibido ¡de todos los Omega con los que he estado!
Esas palabras dejaron a Erick sin habla.
—¡Ve a bañarte! —ordenó el castaño con rapidez.
—Pero… —la voz de Erick apenas se escuchó.
Omar estaba tan furioso, que estaba siendo irracional; él estaba en celo y no podía poseer a ese Omega que había deseado durante años. Sin dudar, su cuerpo se movió y agarró a Erick sin consideración; el pelinegro se quejó, pero su fuerza no era suficiente para oponerse a un Alfa, así que fue movido como un muñeco hasta el cuarto de baño.
—Más vale que te quites ese asqueroso olor, ¡¿entendido?! —amenazó el otro entre dientes y cerró la puerta.
Erick frotó su muñeca, los dedos de Omar habían quedado marcados en su delicada piel y ya estaba cambiando de color a un ligero tono morado. Pasó saliva y de inmediato se metió a la ducha, abrió la llave y ni siquiera se preocupó en templar el agua; sujetó un jabón que estaba ahí mismo, era neutro, como el de todos los Alfas y Omegas, para que el olor del jabón no interfiriera con su aroma personal.
Se talló varias veces todo el cuerpo y otras tantas su largo y sedoso cabello. Seguramente su olor había sido opacado por todos los invitados en la fiesta, ya que él, aunque Omega, era recesivo y quizá su olor personal era tan tenue, que podía ser opacado con facilidad.
Cuando salió del baño, se secó con la toalla, volvió a oler su piel y cabello; no había nada. Suspiró tranquilo, aunque al imaginar que eso tendría como consecuencia llegar a consumar su matrimonio, un escalofrío lo cimbró.
—Está bien —dijo frente al espejo y forzó una sonrisa—. Es mi primera vez, solo estoy nervioso… me acostumbraré a responder a sus feromonas, como me explicaron en mis clases de anatomía…
Su voz tenía un tinte de inseguridad, pero quería creer que lo que le habían dicho los tutores que le daban clases en su hogar, sobre lo que ocurría con los Omega, era la razón de esa situación.
—Puedo… hacerlo —musito—. Puedo hacerlo —repitió más seguro—. Es mi esposo, es mayor que yo, tiene más experiencia, así que, solo debo confiar en él —respiró hondamente, aguantó unos segundos el aire y lo soltó con lentitud, tratando de calmar su corazón acelerado—. Tal vez no haya amor ahora, pero, con el tiempo nacerá… como dijeron mis Nanas —repitió.
Cuando sintió que sus piernas dejaron de temblar, caminó hacia la puerta, pero antes de abrir, sintió vergüenza, ya que estaba desnudo, por lo que volvió sus pasos, sujetó una bata de baño y se la puso; de esa manera, salió con un poco más de confianza.
Omar estaba sentado en el lecho, mirando hacia la puerta del cuarto de aseo y cuando vio a Erick salir, levantó el rostro. Aspiró el aroma y se dio cuenta que no olía mal, aunque tampoco olía a nada, pero eso cambiaría en cuanto lo poseyera, eso era seguro.
—Ven… —llamó y estiró la mano, ofreciéndosela con amabilidad.
El ojiazul titubeó, pero se forzó a obedecer, así que caminó y acercó los dedos a la mano del otro, con nervios.
Omar apenas sintió la tibieza de la mano, lo sujetó con rapidez y lo tumbó contra el lecho, colocándose encima y sonriendo confiado.
—Volvamos a empezar… —dijo con diversión y movió su mano para abrir la bata que el otro portaba y poder tocar la piel del torso.
El dedo índice apenas rozó el centro del pecho y logró que la piel de Erick se erizara; Omar se sintió satisfecho con la reacción y se acercó para besarlo, pero una vez más, ese olor desagradable se presentó y se apartó de un salto.
—¡Maldición! —gritó—. ¡¿Qué sucede contigo?! —volvió a cubrir su nariz—. ¡¿Qué no se supone que eras virgen?! —reprochó.
—S… sí —Erick asintió rápidamente.
—¡Hueles como si otro Alfa te hubiera marcado! —acusó—. El trato era por un Omega virgen, ¡no uno usado!
—¿Marcado? —el ojiazul levantó el rostro—. ¡Eso no es posible! —Negó—. Yo no he estado con nadie más y aunque así fuera, ¡la práctica del marcado dejó de usarse hace muchos años! —se defendió.
—¡¿Eso crees?! —Omar caminó hasta Erick pero siguió tapando su nariz—. El marcado aun es practicado, por los Alfas dominantes —dijo con desprecio y con su mano libre sujetó a Erick del cabello—. ¡Dime! —exigió—. ¡¿Con quién te revolcaste antes?!
—¡Suéltame! —el ojiazul aferró sus manos a las muñecas del otro, le dolía el cómo el otro le jalaba la melena sin consideración—. ¡Jamás he estado con alguien! —aseguró—. ¡Estás loco!
Esa manera en la que el Omega respondió, hizo que Omar se enfureciera más y sin dudar, le dio una bofetada que lo tumbó al piso.
—¡Tu olor me enferma! —respiró agitado—. Mañana mismo hablaré con mis padres y pediré el divorcio —siseó—. Todo el mundo se enterará que Erick Salazar es solo un Omega libertino, que fue marcado ¡por quien sabe quién!
Erick se asustó; si esas palabras eran dichas por su esposo, la reputación de su familia caería por los suelos.
Se armó de valor, negó y levantó el rostro— ¡eso no es cierto! ¡Pasé mi primer celo encerrado en mi habitación!
—¡¿Primer celo a los diecinueve años?! —preguntó con sarcasmo—. Los primeros celos de los Omegas, llegan después de los dieciséis, ¡este seguramente fue el primer celo del que tus padres supieron!
—¡Jamás en mi vida he estado con nadie! —repitió desesperado.
—¡No mientas! —la ira cegó a Omar y volvió a abofetearlo—. Eres un mentiroso y me encargaré de que todos se den cuenta ¡de la clase de basura que eres!
Con esas palabras, el castaño dio pasos largos y salió de la habitación, dejando al pelinegro aun en el piso, llorando de miedo. No comprendía qué había pasado, pero aunque sabía que no había hecho nada, sería imposible explicarlo.
Así, al día siguiente, a primera hora de la mañana, los padres de Omar y los de Erick, se encontraron en la casona de los recién casados, ya que el castaño los había llamado con urgencia. Las dos parejas esperaban en uno de los salones, sin comprender la situación, cuando la puerta se abrió de golpe.
Omar entró, sujetando a Erick del brazo sin consideración y lo lanzó a los pies de sus padres, quienes se pusieron de pie al ver la escena.
—¡¿Qué sucede?! —Alonso Salazar frunció el ceño, al ver a su hijo en el piso sollozando.
—¡Su hijo está marcado por otro Alfa! —acusó el castaño—. Fue usado por otro u otros antes, aunque el trato con mi familia era ¡por un Omega puro!
—¡¿Qué?! —Jacobo, el padre de Omar, miró a Alonso con sorpresa—. ¿Cómo es eso posible? ¡¿Qué pasó con nuestro trato?!
—¡¿Erick?! —Alonso buscó con la mirada a su hijo.
—No es cierto, padre… —negó en medio del llanto—. ¡Te juro que no he estado con nadie en mi vida!
Omar se enfureció y caminó hasta Erick, lo sujetó del cabello y expuso la nuca, moviendo la larga melena, esperando ver la huella de una marca, pero la piel blanca no mostraba nada.
—Duele… —se quejó Erick, ya que el otro sujetaba su melena con fuerza y los mechones largos se enredaban en los dedos con facilidad.
—Ahí no hay nada —Noé, el Omega que fungía como madre de Erick, levantó la mirada.
Omar se sorprendió y negó— no es… no es posible… anoche…
—¿Constataste la marca anoche? —Ulises, quien era el Omega que había dado a luz a Omar lo miró seriamente.
Ambos Omegas adultos, sabían lo que significaba una marca, aunque ninguno de ellos la poseía, ya que sus parejas no eran dominantes. Era un distintivo, de una tradición casi extinta, imposible de borrar, a menos que el autor muriera; tanto Alfas como Omegas, conocían muy bien todo de ese ritual en el que un Alfa dominante, mordía a su Omega, generalmente en la nuca y al mezclarse la sangre con su saliva, ocasionaba una reacción química, con la cual, ningún otro Alfa podía intentar tocar al Omega.
—No, pero… —Omar negó—. ¡Su olor! —acusó—. Su olor era desagradable, ¡como si me repeliera para que no lo tocara!
—¡Te dije que no he estado con nadie! —repitió Erick con desespero.
—¡La marca puede estar en otra parte! —lo sujetó de la camisa con fuerza y se la arrancó de la piel sin consideración.
—¡No tengo ninguna marca! —repitió desesperado el ojiazul, intentando cubrir su torso desnudo, casi haciéndose un ovillo en el piso—. Siempre tuve Nanas y doncellas Beta, que me cuidaron para no permitir que nadie se me acercara, ¡no conozco a ningún Alfa dominante!
Noé vio a Erick con indiferencia, no era su hijo, así que jamás le había importado lo que le sucediera en realidad; fue Ulises quien se apiadó del pelinegro y se hincó a su lado, abrazándolo.
—Calma, Bebé, tranquilo… —dijo con voz suave, como si fuera su hijo—. Debe ser un error —le dedicó una mirada fría a su hijo.
—Hay que calmarnos y hablarlo —Jacobo también trató de poner orden, más que nada, porque si la relación entre Erick y su hijo se rompía, los más afectados serían ellos, aunque Omar no lo sabía.
—Si tienes dudas, podemos llevarlo al médico —ofreció Alonso—. Un médico puede confirmar tus sospechas y si no lo tocaste anoche, debería ser puro.
—¡¿Qué?! —Erick no podía creer que su propio padre dudara de su palabra.
—Bien, iremos al médico —Omar retó a su suegro con la mirada—, pero si no es puro, me tendrá que dar una gran indemnización por el tiempo que perdí, ¡esperando por él! —amenazó.
Omar entró, sujetando a Erick del brazo sin consideración y lo lanzó a los pies de sus padres, quienes se pusieron de pie al ver la escena.
—¡¿Qué sucede?! —Alonso Salazar frunció el ceño, al ver a su hijo en el piso sollozando.
—¡Su hijo está marcado por otro Alfa! —acusó el castaño—. Fue usado por otro u otros antes, aunque el trato con mi familia era ¡por un Omega puro!
—¡¿Qué?! —Jacobo, el padre de Omar, miró a Alonso con sorpresa—. ¿Cómo es eso posible? ¡¿Qué pasó con nuestro trato?!
—¡¿Erick?! —Alonso buscó con la mirada a su hijo.
—No es cierto, padre… —negó en medio del llanto—. ¡Te juro que no he estado con nadie en mi vida!
Omar se enfureció y caminó hasta Erick, lo sujetó del cabello y expuso la nuca, moviendo la larga melena, esperando ver la huella de una marca, pero la piel blanca no mostraba nada.
—Duele… —se quejó Erick, ya que el otro sujetaba su melena con fuerza y los mechones largos se enredaban en los dedos con facilidad.
—Ahí no hay nada —Noé, el Omega que fungía como madre de Erick, levantó la mirada.
Omar se sorprendió y negó— no es… no es posible… anoche…
—¿Constataste la marca anoche? —Ulises, quien era el Omega que había dado a luz a Omar lo miró seriamente.
Ambos Omegas adultos, sabían lo que significaba una marca, aunque ninguno de ellos la poseía, ya que sus parejas no eran dominantes. Era un distintivo, de una tradición casi extinta, imposible de borrar, a menos que el autor muriera; tanto Alfas como Omegas, conocían muy bien todo de ese ritual en el que un Alfa dominante, mordía a su Omega, generalmente en la nuca y al mezclarse la sangre con su saliva, ocasionaba una reacción química, con la cual, ningún otro Alfa podía intentar tocar al Omega.
—No, pero… —Omar negó—. ¡Su olor! —acusó—. Su olor era desagradable, ¡como si me repeliera para que no lo tocara!
—¡Te dije que no he estado con nadie! —repitió Erick con desespero.
—¡La marca puede estar en otra parte! —lo sujetó de la camisa con fuerza y se la arrancó de la piel sin consideración.
—¡No tengo ninguna marca! —repitió desesperado el ojiazul, intentando cubrir su torso desnudo, casi haciéndose un ovillo en el piso—. Siempre tuve Nanas y doncellas Beta, que me cuidaron para no permitir que nadie se me acercara, ¡no conozco a ningún Alfa dominante!
Noé vio a Erick con indiferencia, no era su hijo, así que jamás le había importado lo que le sucediera en realidad; fue Ulises quien se apiadó del pelinegro y se hincó a su lado, abrazándolo.
—Calma, Bebé, tranquilo… —dijo con voz suave, como si fuera su hijo—. Debe ser un error —le dedicó una mirada fría a su hijo.
—Hay que calmarnos y hablarlo —Jacobo también trató de poner orden, más que nada, porque si la relación entre Erick y su hijo se rompía, los más afectados serían ellos, aunque Omar no lo sabía.
—Si tienes dudas, podemos llevarlo al médico —ofreció Alonso—. Un médico puede confirmar tus sospechas y si no lo tocaste anoche, debería ser puro.
—¡¿Qué?! —Erick no podía creer que su propio padre dudara de su palabra.
—Bien, iremos al médico —Omar retó a su suegro con la mirada—, pero si no es puro, me tendrá que dar una gran indemnización por el tiempo que perdí, ¡esperando por él! —amenazó.
En el hospital, un médico Omega, revisó a Erick, acompañado no solo de su asistente, que era una joven Beta, sino de Noé y Ulises, quienes al ser Omegas también, podían estar presentes en esa revisión tan íntima.
Erick se sentía cohibido y asustado; jamás había ido a una revisión de ese tipo, ya que eso solo lo hacían los Omega, después de su primera relación sexual. Tenían que revisar una parte muy íntima, una parte oculta, que solo podía ser encontrada con facilidad si ya no eran puros.
Estando en la camilla, buscaba los ojos de Noé, en busca de consuelo, pero éste ni siquiera le dirigía la mirada, cómo siempre; por su parte, Ulises lo sujetaba de la mano con delicadeza.
—Tranquilo, Cariño, solo es una revisión… —sonrió ese hombre castaño, de gesto amable, que parecía más su madre en realidad.
—Terminamos… —anunció el médico y se apartó del cuerpo del paciente—. Puedes cerrar las piernas —dijo condescendiente.
—¿Hay…? ¿Hay algo mal conmigo? —indagó el ojiazul con miedo, cerrando sus piernas con rapidez.
—No —el médico negó—. Eres un Omega sano, saludable y puro —dijo con seguridad—. Me disculpo sinceramente —bajó el rostro a modo de respeto—, sé perfectamente que la pureza de los Omega es una situación sumamente delicada y comprendo que te sientas un poco incómodo.
—¿Tiene alguna marca en su cuerpo? —interrumpió Noé con rapidez, ya que antes de eso, el médico revisó el cuerpo de Erick en busca de una marca.
—No —negó más—. Su cuerpo y piel, están impolutos —dijo con total confianza—. A excepción de esa pequeña marca en su dedo, que según su historial médico, fue la mordida de su perro, cuando tenía siete años.
Erick levantó el rostro por esas palabras, recordando por primera vez en mucho tiempo, lo que había ocurrido aquel día. Él sabía que no lo había mordido su perro, pero nadie le creyó y ahora, tal vez esa era la prueba de que no mentía, pero si insistía, entonces, había la posibilidad de que esa marca la hubiera hecho un niño Alfa.
Tembló.
«Tenía siete años…» pensó con nervios «Ningún Alfa, ni siquiera un dominante, puede dejar marca antes de los quince…» soltó el aire con lentitud, ya que eso era lo que decían los libros y no había manera de refutarlo, porque precisamente, era después de los quince años, cuando se presentaba el primer celo de los Alfa y era cuando aquellos que eran dominantes, tenían el instinto de marcar a su pareja.
Ulises le sonrió a Erick.
El castaño conocía esa historia también, ya que, aunque Erick no era el Omega que debía casarse con su hijo, conocían a toda la familia Salazar, desde muchos años atrás. Sabía bien que por esa razón, el padre de Erick le prohibió tener mascotas peligrosas, porque el único perro que el niño tuvo, lo había mordido y le tuvieron que dar varias puntadas para cerrar la herida; era esa la razón, por la que Erick tenía conejos como mascotas, animales dóciles y tranquilos, más adecuados para un Omega.
El médico se puso de pie— debo infórmale a tu padre, tu esposo y suegro, espero que con esto te crean —dijo con lástima, ya que vio como el joven era tratado tan duramente, especialmente por quien se suponía era su esposo.
—Lo acompaño —Noé siguió al médico, mientras Ulises y la asistente se quedaban a ayudar a Erick.
—Todo estará bien, Cariño —Ulises sonrió amable—, mi hijo cometió un error, se disculpará de inmediato, te lo aseguro.
Erick bajó el rostro y forzó una sonrisa— gracias… —dijo con debilidad.
No estaba seguro de esas palabras, había visto a su esposo la noche anterior, su reacción y sobre todo, le dolió el trato que recibió; ese matrimonio no era por amor, era un contrato, como dijo varias veces Omar y si ni siquiera podía tocarlo, seguramente eso no se resolvería fácilmente.
«Se divorciará de mi…» pensó cansadamente, pero a pesar de ello, se sintió reconfortado «eso es lo correcto y lo mejor para ambos… de todos modos, no hay amor entre nosotros.»
Erick y Ulises salieron del consultorio, encontrando solo a los padres de Erick en el recibidor.
—¿Dónde está Jacobo? —preguntó Ulises con curiosidad, ya que su esposo nunca lo dejaba solo, sin avisar.
—Después de lo que dijo el médico, él y Omar dijeron que debían hablar —Alonso ladeó el rostro—. Me pidió que fuéramos a la casa de Omar y Erick, ellos nos verán allá.
A Ulises le extrañó, pero imaginó que su esposo quería hablar con su hijo, para que se disculpara con Erick, así que no dudó en lo que su consuegro decía.
Erick volvió a esa casa que debía habitar con su esposo; sus padres y suegros se quedaron con él, bebiendo té y galletas, pero el pelinegro se mantenía en silencio, estrujando las manos, moviendo su anillo con insistencia.
A mediodía, Jacobo y su hijo llegaron.
Omar llevaba un arreglo de rosas rojas y se acercó a Erick, hincándose frente a él y sujetándole la mano izquierda
—Lo siento, Erick —dijo con voz suave—. No quería hacerte daño, ni dudar de ti —aseguró—. Me puse celoso y no me pude contener, pero te juro que, no volverá a ocurrir y que me esforzaré por hacerte feliz.
Erick lo miró confundido, le parecía otra persona, diferente a la que había visto la noche anterior, pero parecía sincero.
—¿Significa que no vas a pedir el divorcio? —Alonso lo miró con altivez.
—No, señor —Omar negó y se puso de pie—, realmente quiero esforzarme y hacer feliz a Erick, lamento mi comportamiento pero comprenderá que… pensar que mi esposo había sido… —no terminó la frase—. Usted es Alfa, debe comprender mi situación —dijo como disculpa.
Alonso buscó el rostro de su hijo— ¿Erick?
Los labios del ojiazul temblaron, para decir algo, pero Omar se adelantó.
—Erick, te he cortejado por cuatro años, esperé pacientemente el día de nuestra boda, solo te pido una oportunidad para enmendar el error que cometí anoche, por favor…
Erick suspiró; el otro tenía razón, durante cuatro años lo cortejó y lo trató con todas las consideraciones. Aunque él nunca se sintió atraído, tampoco sintió afecto, cariño, ni mucho menos amor, pero le habían dicho desde pequeño que al principio, eran de esa manera los matrimonios y el amor llegaba después. Quería confiar en eso, así que sonrió débilmente y asintió.
—Está bien —dijo con voz suave.
Omar se inclinó y besó la frente de su esposo; parecía más tranquilo y hasta feliz. Los padres de ambos se quedaron a comer y después de la comida, se retiraron a sus hogares.
—Los señores, ¿necesitan algo más? —preguntó el mayordomo principal, mientras las jóvenes que ayudaban en la casa, recogían la mesa y se repartían el trabajo de la casa.
—No, Joseph —Omar negó—, mi esposo y yo, iremos a la habitación.
El hombre hizo una reverencia y caminó por el pasillo para volver a sus deberes.
Omar sujetó la mano de Erick y lo guió por las escaleras; Erick seguía nervioso, quizá, en ese momento, consumarían lo que no se había podido la noche anterior.
«Está bien, hoy todo va a estar bien…» pensó con nervios «él dijo que se esforzaría y yo también debo hacerlo…»
La pareja llegó al umbral de su alcoba, Omar abrió y le permitió el paso a Erick, soltándolo de la mano, después ingresó él y cerró tras de sí.
El ojiazul estrujó sus manos y trató de mantenerse sereno.
—Erick…
Ante su nombre, el pelinegro giró el rostro para ver a su esposo, pero antes de poder reaccionar sintió un golpe; un golpe tan fuerte que lo tumbó al piso, dejando su mejilla roja. Erick levantó la cara, observando al otro con desconcierto y terror.
—¡Tienes mucha suerte! —Omar lo señaló con el índice—. Da gracias que no puedo divorciarme de ti, porque mi padre le debe una fortuna al tuyo —siseó—, pero yo no estoy ciego y sé bien que no eres más que una ramera, disfrazado de Omega decente —aseguró— y si no puedo librarme de las cadenas que nos unen, hasta el día de mi muerte, te haré sufrir el infierno en vida, ¡te lo juro!
Después de esa amenaza, el castaño salió de la habitación.
Erick se había quedado anonadado, su mente tardó en procesar lo que su esposo le había dicho; siempre creyó que su padre era el que estaba en deuda con los padres de Omar y por eso lo había casado con él, no entendía cómo se habían invertido los papeles. Aun así, lo único cierto era que lo que Omar había dicho delante de sus padres, había sido completamente falso.
Su esposo lo haría sufrir por un pecado que no cometió, todo porque estaba encadenado a él por una deuda y él, como Omega recesivo, no podía pedir el divorcio, ya que era mal visto en la sociedad.
—No puede ser… —tembló y las lágrimas resbalaron por sus mejillas, sintiendo que el mundo se terminaba para él.
Erick se sentía cohibido y asustado; jamás había ido a una revisión de ese tipo, ya que eso solo lo hacían los Omega, después de su primera relación sexual. Tenían que revisar una parte muy íntima, una parte oculta, que solo podía ser encontrada con facilidad si ya no eran puros.
Estando en la camilla, buscaba los ojos de Noé, en busca de consuelo, pero éste ni siquiera le dirigía la mirada, cómo siempre; por su parte, Ulises lo sujetaba de la mano con delicadeza.
—Tranquilo, Cariño, solo es una revisión… —sonrió ese hombre castaño, de gesto amable, que parecía más su madre en realidad.
—Terminamos… —anunció el médico y se apartó del cuerpo del paciente—. Puedes cerrar las piernas —dijo condescendiente.
—¿Hay…? ¿Hay algo mal conmigo? —indagó el ojiazul con miedo, cerrando sus piernas con rapidez.
—No —el médico negó—. Eres un Omega sano, saludable y puro —dijo con seguridad—. Me disculpo sinceramente —bajó el rostro a modo de respeto—, sé perfectamente que la pureza de los Omega es una situación sumamente delicada y comprendo que te sientas un poco incómodo.
—¿Tiene alguna marca en su cuerpo? —interrumpió Noé con rapidez, ya que antes de eso, el médico revisó el cuerpo de Erick en busca de una marca.
—No —negó más—. Su cuerpo y piel, están impolutos —dijo con total confianza—. A excepción de esa pequeña marca en su dedo, que según su historial médico, fue la mordida de su perro, cuando tenía siete años.
Erick levantó el rostro por esas palabras, recordando por primera vez en mucho tiempo, lo que había ocurrido aquel día. Él sabía que no lo había mordido su perro, pero nadie le creyó y ahora, tal vez esa era la prueba de que no mentía, pero si insistía, entonces, había la posibilidad de que esa marca la hubiera hecho un niño Alfa.
Tembló.
«Tenía siete años…» pensó con nervios «Ningún Alfa, ni siquiera un dominante, puede dejar marca antes de los quince…» soltó el aire con lentitud, ya que eso era lo que decían los libros y no había manera de refutarlo, porque precisamente, era después de los quince años, cuando se presentaba el primer celo de los Alfa y era cuando aquellos que eran dominantes, tenían el instinto de marcar a su pareja.
Ulises le sonrió a Erick.
El castaño conocía esa historia también, ya que, aunque Erick no era el Omega que debía casarse con su hijo, conocían a toda la familia Salazar, desde muchos años atrás. Sabía bien que por esa razón, el padre de Erick le prohibió tener mascotas peligrosas, porque el único perro que el niño tuvo, lo había mordido y le tuvieron que dar varias puntadas para cerrar la herida; era esa la razón, por la que Erick tenía conejos como mascotas, animales dóciles y tranquilos, más adecuados para un Omega.
El médico se puso de pie— debo infórmale a tu padre, tu esposo y suegro, espero que con esto te crean —dijo con lástima, ya que vio como el joven era tratado tan duramente, especialmente por quien se suponía era su esposo.
—Lo acompaño —Noé siguió al médico, mientras Ulises y la asistente se quedaban a ayudar a Erick.
—Todo estará bien, Cariño —Ulises sonrió amable—, mi hijo cometió un error, se disculpará de inmediato, te lo aseguro.
Erick bajó el rostro y forzó una sonrisa— gracias… —dijo con debilidad.
No estaba seguro de esas palabras, había visto a su esposo la noche anterior, su reacción y sobre todo, le dolió el trato que recibió; ese matrimonio no era por amor, era un contrato, como dijo varias veces Omar y si ni siquiera podía tocarlo, seguramente eso no se resolvería fácilmente.
«Se divorciará de mi…» pensó cansadamente, pero a pesar de ello, se sintió reconfortado «eso es lo correcto y lo mejor para ambos… de todos modos, no hay amor entre nosotros.»
Erick y Ulises salieron del consultorio, encontrando solo a los padres de Erick en el recibidor.
—¿Dónde está Jacobo? —preguntó Ulises con curiosidad, ya que su esposo nunca lo dejaba solo, sin avisar.
—Después de lo que dijo el médico, él y Omar dijeron que debían hablar —Alonso ladeó el rostro—. Me pidió que fuéramos a la casa de Omar y Erick, ellos nos verán allá.
A Ulises le extrañó, pero imaginó que su esposo quería hablar con su hijo, para que se disculpara con Erick, así que no dudó en lo que su consuegro decía.
Erick volvió a esa casa que debía habitar con su esposo; sus padres y suegros se quedaron con él, bebiendo té y galletas, pero el pelinegro se mantenía en silencio, estrujando las manos, moviendo su anillo con insistencia.
A mediodía, Jacobo y su hijo llegaron.
Omar llevaba un arreglo de rosas rojas y se acercó a Erick, hincándose frente a él y sujetándole la mano izquierda
—Lo siento, Erick —dijo con voz suave—. No quería hacerte daño, ni dudar de ti —aseguró—. Me puse celoso y no me pude contener, pero te juro que, no volverá a ocurrir y que me esforzaré por hacerte feliz.
Erick lo miró confundido, le parecía otra persona, diferente a la que había visto la noche anterior, pero parecía sincero.
—¿Significa que no vas a pedir el divorcio? —Alonso lo miró con altivez.
—No, señor —Omar negó y se puso de pie—, realmente quiero esforzarme y hacer feliz a Erick, lamento mi comportamiento pero comprenderá que… pensar que mi esposo había sido… —no terminó la frase—. Usted es Alfa, debe comprender mi situación —dijo como disculpa.
Alonso buscó el rostro de su hijo— ¿Erick?
Los labios del ojiazul temblaron, para decir algo, pero Omar se adelantó.
—Erick, te he cortejado por cuatro años, esperé pacientemente el día de nuestra boda, solo te pido una oportunidad para enmendar el error que cometí anoche, por favor…
Erick suspiró; el otro tenía razón, durante cuatro años lo cortejó y lo trató con todas las consideraciones. Aunque él nunca se sintió atraído, tampoco sintió afecto, cariño, ni mucho menos amor, pero le habían dicho desde pequeño que al principio, eran de esa manera los matrimonios y el amor llegaba después. Quería confiar en eso, así que sonrió débilmente y asintió.
—Está bien —dijo con voz suave.
Omar se inclinó y besó la frente de su esposo; parecía más tranquilo y hasta feliz. Los padres de ambos se quedaron a comer y después de la comida, se retiraron a sus hogares.
—Los señores, ¿necesitan algo más? —preguntó el mayordomo principal, mientras las jóvenes que ayudaban en la casa, recogían la mesa y se repartían el trabajo de la casa.
—No, Joseph —Omar negó—, mi esposo y yo, iremos a la habitación.
El hombre hizo una reverencia y caminó por el pasillo para volver a sus deberes.
Omar sujetó la mano de Erick y lo guió por las escaleras; Erick seguía nervioso, quizá, en ese momento, consumarían lo que no se había podido la noche anterior.
«Está bien, hoy todo va a estar bien…» pensó con nervios «él dijo que se esforzaría y yo también debo hacerlo…»
La pareja llegó al umbral de su alcoba, Omar abrió y le permitió el paso a Erick, soltándolo de la mano, después ingresó él y cerró tras de sí.
El ojiazul estrujó sus manos y trató de mantenerse sereno.
—Erick…
Ante su nombre, el pelinegro giró el rostro para ver a su esposo, pero antes de poder reaccionar sintió un golpe; un golpe tan fuerte que lo tumbó al piso, dejando su mejilla roja. Erick levantó la cara, observando al otro con desconcierto y terror.
—¡Tienes mucha suerte! —Omar lo señaló con el índice—. Da gracias que no puedo divorciarme de ti, porque mi padre le debe una fortuna al tuyo —siseó—, pero yo no estoy ciego y sé bien que no eres más que una ramera, disfrazado de Omega decente —aseguró— y si no puedo librarme de las cadenas que nos unen, hasta el día de mi muerte, te haré sufrir el infierno en vida, ¡te lo juro!
Después de esa amenaza, el castaño salió de la habitación.
Erick se había quedado anonadado, su mente tardó en procesar lo que su esposo le había dicho; siempre creyó que su padre era el que estaba en deuda con los padres de Omar y por eso lo había casado con él, no entendía cómo se habían invertido los papeles. Aun así, lo único cierto era que lo que Omar había dicho delante de sus padres, había sido completamente falso.
Su esposo lo haría sufrir por un pecado que no cometió, todo porque estaba encadenado a él por una deuda y él, como Omega recesivo, no podía pedir el divorcio, ya que era mal visto en la sociedad.
—No puede ser… —tembló y las lágrimas resbalaron por sus mejillas, sintiendo que el mundo se terminaba para él.
«Y claro que me lo ha hecho pagar…» el pensamiento se mezcló con sus recuerdos.
Estaban casados, no compartían habitación, pero aun así el día que debía celebrar su primer mes de matrimonio, las cosas se tornaron más duras para él. El castaño llegó ebrio a su hogar, cuando Erick ya estaba en su habitación, descansado.
Estaban casados, no compartían habitación, pero aun así el día que debía celebrar su primer mes de matrimonio, las cosas se tornaron más duras para él. El castaño llegó ebrio a su hogar, cuando Erick ya estaba en su habitación, descansado.
La puerta se abrió de golpe y eso sobresaltó a Erick.
—¿Qué...? —Erick se talló los parpados—. ¿Qué pasa? —preguntó a media voz.
En un instante, sintió unas manos que lo apresaron fuertemente por las muñecas.
—¡Esta noche vas a ser mío! —señaló su esposo, con desespero.
—¡¿Omar?! —Erick tembló, pero el olor de las feromonas de su esposo, mezcladas con un intenso olor a alcohol y otras cosas que no podía definir, lo asustó.
El castaño se inclinó y besó los labios de Erick, aunque el pelinegro intentó resistirse. Omar percibió el aroma repugnante que lo repelía y aunque su instinto le dijo que se apartara, en esa ocasión, se aferró al cuerpo del otro y le mordió el labio inferior, sacando sangre.
Erick se quejó; intentó alejarlo, pero no tenía mucha fuerza, así que solo se removió y pataleó, pero Omar se apartó por sí mismo y escupió al lado de la cama.
—¡Hasta tu sangre sabe asquerosa! —dijo a modo de reproche y con furia abofeteó el rostro de Erick—. ¡Pero esta noche no me detendré! —amenazó y se colocó sobre el cuerpo del otro con rapidez.
—Omar, por favor… —el ojiazul tembló al sentir el peso sobre su cuerpo.
—Vas a ser mío, Erick —sonrió—. Si es cierto que no estás marcado, no debería haber nada que me lo impida, porque eres mi esposo, ¡es mi derecho! —señaló—. ¿No es así, querido?
—Omar… ¡no! —el pelinegro intentó empujarlo, pero estaba siendo sometido por la fuerza del otro—. ¡No quiero!
De un tirón, la pijama fue arrancada de su cuerpo y las manos se posaron sobre la piel del pecho.
—¿Por qué si eres hermoso y mío… no puedo tenerte?
—Omar… ¡Te lo suplico! —la voz de Erick apenas se escuchaba—. ¡No me toques!
Un nuevo golpe en el rostro lo hizo quejarse.
Omar se inclinó y lamió el cuello, aguantando las ganas de vomitar por el sabor; la furia lo inundaba, quería morderlo y marcarlo él, pero su cuerpo se resistía, su instinto le gritaba que si lo intentaba, sería peligroso, más la furia y el deseo, lo hicieron intentarlo.
—Te morderé… Serás mío, de una u otra manera, Erick… —amenazó—. Haré que tu olor sea adecuado para mí… Solo debo marcarte… Aunque no sea dominante, puedo hacerlo…
El ojiazul sintió los colmillos rozar su piel y el terror lo inundó. Cerró los parpados con fuerza, temiendo que no podía hacer nada más y la imagen del niño rubio que aparecía en sus sueños, llegó a su mente.
“Tú… tú hueles y sabes a almendras dulces…”
—¡No!
Con ese grito, el cuerpo de Erick liberó de golpe una cantidad inmensa de feromonas con un olor que Omar no distinguió, pero tuvo que apartarse de inmediato, cayendo en el piso, vomitando violentamente. Su cuerpo no se controlaba, las arcadas lo invadían y vació todo su estómago casi de inmediato.
Erick se abrazó con fuerza y su olfato percibió un aroma de café recién hecho, mezclado con madera recién cortada; un aroma que lo envolvió como si lo quisiera proteger, un aroma que parecía emanar de la marca que en ese momento, no cubría su anillo. Esa sensación lo calmó, se sintió reconfortado, pero la experiencia no duró mucho.
Omar se incorporó con lentitud.
—Tú… ¡Maldita zorra! —parecía que vomitaría de nuevo, pero lo evitó—. ¡Eres mío, Erick! —señaló—.Voy a hacerte mío de alguna manera, ¡te guste o no!
Pero en esa ocasión, no pudo acercarse a menos de un metro; Erick seguía hecho un ovillo sobre el colchón, mirándolo con miedo.
—Si no puedo acercarme… lo haremos de otra manera…
Caminó con paso rápido hasta dónde había una lámpara de pie y la sujetó con fuerza.
Erick lo miró con terror, imaginando lo que su esposo le haría e intento huir; debía salir pero Omar lo golpeó con la lámpara en las piernas.
El ojiazul gritó, porque la pantalla de vidrio y el foco, se quebraron contra su cuerpo, causándole algunos cortes, pero lo peor fue que, aunque quedó en el piso, Omar lo siguió golpeando con el báculo de la lámpara, sin importar los gritos de su esposo, suplicándole por que se detuviera.
Omar golpeó en repetidas ocasiones el cuerpo de Erick, pero tuvo que detenerse, porque los sirvientes llegaron.
—Señor, ¡deténgase! —Joseph lo detuvo del brazo al ver a Erick hecho un ovillo en el piso, sangrando.
—¡Suéltame! —gritó furioso el castaño—. Si no lo puedo poseer, ¡lo marcaré de otra manera!
—Señor, ¡es su esposo! —el canoso intentó razonar, pero Omar lo ignoró y empujó, logrando hacerlo tropezar y caer en el suelo, ya que al ser un Beta, no podía oponerse a la fuerza del otro.
—Si es mi esposo, ¡puedo hacer lo que sea con él!
Joseph sabía que no lo podrían detener, por lo que buscó la mirada de una de las criadas asustadas.
—¡Llama a los padres de los señores! —ordenó.
La jovencita corrió hacia el teléfono más cercano y marcó de inmediato; por su parte, el canoso se puso de pie, intentando detener a Omar una vez más.
—¡Por favor, señor!
Un nuevo golpe y Joseph quedó en el suelo, sintiendo cómo su boca se llenaba de sangre.
—¡Salgan! —ordenó Omar—. Juro que si no salen… —le dio un fuerte golpe al estómago de Erick, con el bastón de metal, logrando que el pelinegro gritara— lo mato en este momento… —dijo entre dientes.
Las jovencitas temblaron, pero no se movieron; Joseph se dio cuenta que Omar hablaba en serio.
—Salgan… —musitó el canoso—. ¡Salgan! —repitió y todos los que lo acompañaron, salieron de ahí.
Cuando en la habitación quedaron solo Omar, Erick y Joseph, el castaño fue hasta el hombre y lo miró con ira— tú también…
—Señor… —el hombre tembló—. No puedo dejar que lo lastime más…
Omar rió y se acuclilló frente al hombre— Joseph, has trabajado para mi familia, toda tu vida —dijo con sarcasmo—, pero aun así, ¿prefieres proteger a mi esposo?
—Señor…
Un puñetazo por parte de Omar silenció al hombre de inmediato.
—Me conoces muy bien, así que si quieres protegerlo… Sal de la habitación.
El canoso pasó la mano por su rostro y tembló— sí… —dijo con debilidad.
Tambaleó y se puso de pie; no quería irse, pero sabía bien de lo que Omar era capaz y sería peor si no lo obedecía.
Joseph salió y cerró, con lo cual Omar volvió a acercarse a Erick; el olor que lo repelía seguía, pero ya no era tan fuerte, así que se acercó más y lo pateó.
El ojiazul tosió y trató de protegerse, pero Omar alcanzó a golpearlo varias veces, antes que el olor se hiciera presente y volviera a repelerlo.
—¡Maldita sea! —gritó furioso y guardó silencio por un momento, antes de sonreír de forma cínica—. Si no puedo tenerte y tampoco divorciarme… puedo convertirme en viudo…
Erick tembló, lloró y gritó por los golpes que el otro le propició con distintos objetos de la habitación
Despertó en el hospital tres días después; Alonso y Jacobo habían alcanzado a llegar, antes de que Omar matara a Erick y entre ambos lograron someterlo. Debido a esa situación, el padre de Erick le hizo formar una responsiva a Omar; en caso de que su hijo volviera a sufrir esa situación, Omar sería el responsable.
Fue por eso que el castaño evitaba lastimarlo, aunque muchas veces no pudo controlarse, pero las heridas no eran tan graves para volver a llevarlo al hospital.
—¿Qué...? —Erick se talló los parpados—. ¿Qué pasa? —preguntó a media voz.
En un instante, sintió unas manos que lo apresaron fuertemente por las muñecas.
—¡Esta noche vas a ser mío! —señaló su esposo, con desespero.
—¡¿Omar?! —Erick tembló, pero el olor de las feromonas de su esposo, mezcladas con un intenso olor a alcohol y otras cosas que no podía definir, lo asustó.
El castaño se inclinó y besó los labios de Erick, aunque el pelinegro intentó resistirse. Omar percibió el aroma repugnante que lo repelía y aunque su instinto le dijo que se apartara, en esa ocasión, se aferró al cuerpo del otro y le mordió el labio inferior, sacando sangre.
Erick se quejó; intentó alejarlo, pero no tenía mucha fuerza, así que solo se removió y pataleó, pero Omar se apartó por sí mismo y escupió al lado de la cama.
—¡Hasta tu sangre sabe asquerosa! —dijo a modo de reproche y con furia abofeteó el rostro de Erick—. ¡Pero esta noche no me detendré! —amenazó y se colocó sobre el cuerpo del otro con rapidez.
—Omar, por favor… —el ojiazul tembló al sentir el peso sobre su cuerpo.
—Vas a ser mío, Erick —sonrió—. Si es cierto que no estás marcado, no debería haber nada que me lo impida, porque eres mi esposo, ¡es mi derecho! —señaló—. ¿No es así, querido?
—Omar… ¡no! —el pelinegro intentó empujarlo, pero estaba siendo sometido por la fuerza del otro—. ¡No quiero!
De un tirón, la pijama fue arrancada de su cuerpo y las manos se posaron sobre la piel del pecho.
—¿Por qué si eres hermoso y mío… no puedo tenerte?
—Omar… ¡Te lo suplico! —la voz de Erick apenas se escuchaba—. ¡No me toques!
Un nuevo golpe en el rostro lo hizo quejarse.
Omar se inclinó y lamió el cuello, aguantando las ganas de vomitar por el sabor; la furia lo inundaba, quería morderlo y marcarlo él, pero su cuerpo se resistía, su instinto le gritaba que si lo intentaba, sería peligroso, más la furia y el deseo, lo hicieron intentarlo.
—Te morderé… Serás mío, de una u otra manera, Erick… —amenazó—. Haré que tu olor sea adecuado para mí… Solo debo marcarte… Aunque no sea dominante, puedo hacerlo…
El ojiazul sintió los colmillos rozar su piel y el terror lo inundó. Cerró los parpados con fuerza, temiendo que no podía hacer nada más y la imagen del niño rubio que aparecía en sus sueños, llegó a su mente.
“Tú… tú hueles y sabes a almendras dulces…”
—¡No!
Con ese grito, el cuerpo de Erick liberó de golpe una cantidad inmensa de feromonas con un olor que Omar no distinguió, pero tuvo que apartarse de inmediato, cayendo en el piso, vomitando violentamente. Su cuerpo no se controlaba, las arcadas lo invadían y vació todo su estómago casi de inmediato.
Erick se abrazó con fuerza y su olfato percibió un aroma de café recién hecho, mezclado con madera recién cortada; un aroma que lo envolvió como si lo quisiera proteger, un aroma que parecía emanar de la marca que en ese momento, no cubría su anillo. Esa sensación lo calmó, se sintió reconfortado, pero la experiencia no duró mucho.
Omar se incorporó con lentitud.
—Tú… ¡Maldita zorra! —parecía que vomitaría de nuevo, pero lo evitó—. ¡Eres mío, Erick! —señaló—.Voy a hacerte mío de alguna manera, ¡te guste o no!
Pero en esa ocasión, no pudo acercarse a menos de un metro; Erick seguía hecho un ovillo sobre el colchón, mirándolo con miedo.
—Si no puedo acercarme… lo haremos de otra manera…
Caminó con paso rápido hasta dónde había una lámpara de pie y la sujetó con fuerza.
Erick lo miró con terror, imaginando lo que su esposo le haría e intento huir; debía salir pero Omar lo golpeó con la lámpara en las piernas.
El ojiazul gritó, porque la pantalla de vidrio y el foco, se quebraron contra su cuerpo, causándole algunos cortes, pero lo peor fue que, aunque quedó en el piso, Omar lo siguió golpeando con el báculo de la lámpara, sin importar los gritos de su esposo, suplicándole por que se detuviera.
Omar golpeó en repetidas ocasiones el cuerpo de Erick, pero tuvo que detenerse, porque los sirvientes llegaron.
—Señor, ¡deténgase! —Joseph lo detuvo del brazo al ver a Erick hecho un ovillo en el piso, sangrando.
—¡Suéltame! —gritó furioso el castaño—. Si no lo puedo poseer, ¡lo marcaré de otra manera!
—Señor, ¡es su esposo! —el canoso intentó razonar, pero Omar lo ignoró y empujó, logrando hacerlo tropezar y caer en el suelo, ya que al ser un Beta, no podía oponerse a la fuerza del otro.
—Si es mi esposo, ¡puedo hacer lo que sea con él!
Joseph sabía que no lo podrían detener, por lo que buscó la mirada de una de las criadas asustadas.
—¡Llama a los padres de los señores! —ordenó.
La jovencita corrió hacia el teléfono más cercano y marcó de inmediato; por su parte, el canoso se puso de pie, intentando detener a Omar una vez más.
—¡Por favor, señor!
Un nuevo golpe y Joseph quedó en el suelo, sintiendo cómo su boca se llenaba de sangre.
—¡Salgan! —ordenó Omar—. Juro que si no salen… —le dio un fuerte golpe al estómago de Erick, con el bastón de metal, logrando que el pelinegro gritara— lo mato en este momento… —dijo entre dientes.
Las jovencitas temblaron, pero no se movieron; Joseph se dio cuenta que Omar hablaba en serio.
—Salgan… —musitó el canoso—. ¡Salgan! —repitió y todos los que lo acompañaron, salieron de ahí.
Cuando en la habitación quedaron solo Omar, Erick y Joseph, el castaño fue hasta el hombre y lo miró con ira— tú también…
—Señor… —el hombre tembló—. No puedo dejar que lo lastime más…
Omar rió y se acuclilló frente al hombre— Joseph, has trabajado para mi familia, toda tu vida —dijo con sarcasmo—, pero aun así, ¿prefieres proteger a mi esposo?
—Señor…
Un puñetazo por parte de Omar silenció al hombre de inmediato.
—Me conoces muy bien, así que si quieres protegerlo… Sal de la habitación.
El canoso pasó la mano por su rostro y tembló— sí… —dijo con debilidad.
Tambaleó y se puso de pie; no quería irse, pero sabía bien de lo que Omar era capaz y sería peor si no lo obedecía.
Joseph salió y cerró, con lo cual Omar volvió a acercarse a Erick; el olor que lo repelía seguía, pero ya no era tan fuerte, así que se acercó más y lo pateó.
El ojiazul tosió y trató de protegerse, pero Omar alcanzó a golpearlo varias veces, antes que el olor se hiciera presente y volviera a repelerlo.
—¡Maldita sea! —gritó furioso y guardó silencio por un momento, antes de sonreír de forma cínica—. Si no puedo tenerte y tampoco divorciarme… puedo convertirme en viudo…
Erick tembló, lloró y gritó por los golpes que el otro le propició con distintos objetos de la habitación
Despertó en el hospital tres días después; Alonso y Jacobo habían alcanzado a llegar, antes de que Omar matara a Erick y entre ambos lograron someterlo. Debido a esa situación, el padre de Erick le hizo formar una responsiva a Omar; en caso de que su hijo volviera a sufrir esa situación, Omar sería el responsable.
Fue por eso que el castaño evitaba lastimarlo, aunque muchas veces no pudo controlarse, pero las heridas no eran tan graves para volver a llevarlo al hospital.
Apretó los cubiertos en sus manos.
«Pero agradezco que, a pesar de que lo ha intentado innumerables ocasiones, no puede hacerme nada más que golpearme, porque si intentara llegar a hacerme otra cosa de nuevo…»
—¿Señor Erick? —la voz de Joseph lo sacó de su ensimismamiento.
—¿Sí? —preguntó el ojiazul.
—¿No es de su agrado la comida? —preguntó, ya que el pelinegro tenía varios minutos ahí sentado, observando el plato, pero no se movía.
—No… yo… es solo que estaba pensando en algunas cosas…
—¿Seguro? —el hombre lo miró contrariado—. Si gusta, puedo pedir que preparen algo más…
—No, estoy bien, gracias Joseph —sonrió el ojiazul y empezó a comer.
—Su nuevo tutor llegará en media hora —anunció el canoso.
—Ah sí… el nuevo tutor —suspiró con resignación.
Desde siempre, había sido educado en su hogar, pero aunque aún no terminaba los estudios universitarios, le era muy difícil seguirlos, ya que su esposo tenía inconvenientes con la mayoría de sus tutores.
No podían ser Alfas, porque no quería a otro en su hogar; aceptaba Betas y aunque estos hicieran un gran trabajo, desconfiaba de ellos después de algunas semanas, pues no percibían las feromonas de Erick y tal vez éste los dejaría tocarlo, aunque el ojiazul nunca permitió que nadie lo tocara, ni daba pie a algo así. Con respecto a los Omega, era Erick quien los rechazaba, generalmente después de que sabía que copulaban con su esposo, pues muchos de ellos eran tan cínicos que se lo restregaban en la cara cada vez que podían.
—Cuando llegue, lo pasa al estudio y me avisa, después del desayuno, iré a la conejera.
—Cómo ordene, señor…
El mayordomo lo miraba con preocupación, estaba enterado de lo que su señor hacía y le daba lástima ver a Erick en ese estado, pero no podía inmiscuirse o su empleo estaría en riesgo, ya que Omar había amenazado a la servidumbre; lo único que podían hacer, era tratarlo con todas las consideraciones y ayudarlo, no solo en sus estudios, sino en sus escasas actividades de recreación dentro de la casa, entre las cuales estaban la crianza de conejos, el pintar y escribir.
Erick siguió con su desayuno y su mirada se posó en su mano izquierda, justo donde portaba su argolla de matrimonio, pero en su mente, solo había una imagen, pese a que no la viera directamente; la marca de la mordida de ese niño, que lo atormentaba cada noche en sus sueños.
«Ahora lo sé…» pensó, «estas marcas no se borran, a menos que el Alfa muera, es cuando se van desvaneciendo…» bebió un poco de jugo y soltó el aire después, «significa que estás vivo…» apretó sus dientes, «y solo deseo, que seas tan infeliz como yo…»
«Pero agradezco que, a pesar de que lo ha intentado innumerables ocasiones, no puede hacerme nada más que golpearme, porque si intentara llegar a hacerme otra cosa de nuevo…»
—¿Señor Erick? —la voz de Joseph lo sacó de su ensimismamiento.
—¿Sí? —preguntó el ojiazul.
—¿No es de su agrado la comida? —preguntó, ya que el pelinegro tenía varios minutos ahí sentado, observando el plato, pero no se movía.
—No… yo… es solo que estaba pensando en algunas cosas…
—¿Seguro? —el hombre lo miró contrariado—. Si gusta, puedo pedir que preparen algo más…
—No, estoy bien, gracias Joseph —sonrió el ojiazul y empezó a comer.
—Su nuevo tutor llegará en media hora —anunció el canoso.
—Ah sí… el nuevo tutor —suspiró con resignación.
Desde siempre, había sido educado en su hogar, pero aunque aún no terminaba los estudios universitarios, le era muy difícil seguirlos, ya que su esposo tenía inconvenientes con la mayoría de sus tutores.
No podían ser Alfas, porque no quería a otro en su hogar; aceptaba Betas y aunque estos hicieran un gran trabajo, desconfiaba de ellos después de algunas semanas, pues no percibían las feromonas de Erick y tal vez éste los dejaría tocarlo, aunque el ojiazul nunca permitió que nadie lo tocara, ni daba pie a algo así. Con respecto a los Omega, era Erick quien los rechazaba, generalmente después de que sabía que copulaban con su esposo, pues muchos de ellos eran tan cínicos que se lo restregaban en la cara cada vez que podían.
—Cuando llegue, lo pasa al estudio y me avisa, después del desayuno, iré a la conejera.
—Cómo ordene, señor…
El mayordomo lo miraba con preocupación, estaba enterado de lo que su señor hacía y le daba lástima ver a Erick en ese estado, pero no podía inmiscuirse o su empleo estaría en riesgo, ya que Omar había amenazado a la servidumbre; lo único que podían hacer, era tratarlo con todas las consideraciones y ayudarlo, no solo en sus estudios, sino en sus escasas actividades de recreación dentro de la casa, entre las cuales estaban la crianza de conejos, el pintar y escribir.
Erick siguió con su desayuno y su mirada se posó en su mano izquierda, justo donde portaba su argolla de matrimonio, pero en su mente, solo había una imagen, pese a que no la viera directamente; la marca de la mordida de ese niño, que lo atormentaba cada noche en sus sueños.
«Ahora lo sé…» pensó, «estas marcas no se borran, a menos que el Alfa muera, es cuando se van desvaneciendo…» bebió un poco de jugo y soltó el aire después, «significa que estás vivo…» apretó sus dientes, «y solo deseo, que seas tan infeliz como yo…»
Bueno, espero que disfruten este primer capítulo.
¿Erick odia a Alejandro? Bueno, realmente ni siquiera lo conoce XD así que por lo que ha pasado, si siente cierto coraje XD
¿Erick odia a Alejandro? Bueno, realmente ni siquiera lo conoce XD así que por lo que ha pasado, si siente cierto coraje XD
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