Prólogo
Desde el principio de los tiempos, cada ser humano sabía su lugar.
Los Alfas, eran los encargados de cuidar a su familia, los varones eran más agresivos que las mujeres, pero aún entre ellos, había los dominantes, quienes tenían la facilidad de manejar sus feromonas para doblegar a otros Alfas y su fuerza física superior era la que los respaldaba en algún enfrentamiento contra Betas.
Los Betas, sabían muy bien su lugar. Tenían una vida normal, trabajando generalmente en empresas dominadas por Alfas, pero manteniendo su distancia con ellos, especialmente de los dominantes, aunque algunos Betas, hombres y mujeres, tenían privilegios si se aliaban con los indicados, convirtiéndose en seguidores fieles, a los que se les denominaba “manadas”; aunado a ellos, los Betas podían procrear Omegas y debido a esa descendencia, podían convertirse en familias respetadas.
Y finalmente, los Omegas, a quienes se respetaba por su capacidad de poder procrear Alfas y Omegas dominantes, en las circunstancias adecuadas y además, podían llegar a controlar las emociones de sus compañeros únicos, con sus mismas feromonas, que, aunque parecían inferiores a los Alfas, lograban que sus destinados accedieran a sus caprichos, calmaran su furia o sucumbieran a sus deseos.
Las civilizaciones prosperaron siguiendo las reglas impuestas de manera social; Alfas y Omegas se unían por amor y esa atracción intensa a la que denominaban Vínculo o Destino, fortalecía a las familias no solo de manera física, sino social.
Las familias empezaron a convertirse en linajes superiores pero de alguna manera, debido a la selección no solo natural, sino impuesta de forma social, muchas familias se vieron unidas por la sangre y cuando intentaron casar a miembros que tenían algún vestigio de genética similar, no había descendientes.
De esa manera, Alfas y Omegas dominantes disminuían; los destinados ya no se encontraban con facilidad y aunado a ello, nuevas enfermedades, que a los dominantes no les causaban problema, afectaban a la demás población, mermándola y disminuyendo la posibilidad de que los Betas procrearan más Omegas.
A principios del siglo XIX, una pandemia inició en el mundo y los científicos se apresuraron a buscar cómo solucionar el problema que afectaba a los Betas, para evitar que murieran de forma masiva, encontrando en pocos meses un medicamento que logró evitar casi la erradicación completa de esa casta, solo que hubo un problema secundario, al inocular a los Alfas y Omegas, quienes eran portadores, pero no les afectaba la enfermedad.
Todo Alfa y Omega, aunque aún podían percibir las feromonas de los demás, les era imposible detectar, cómo antes, a sus destinados. Aquellos que ya estaban casados, parecían desconocerse en la cama, al intentar intimar de la misma manera que antes, con amor y entrega voluntaria; al contrario, los instintos de ambos afloraban con fuerza y entraban en un estado de celo primitivo, llegando incluso a copular con otros Alfas y Omegas que no eran sus parejas, incluyendo Betas, de manera forzada.
Por esa razón, los inhibidores de celo empezaron a ser producidos, para controlar ese estado que consideraban bestial, casi como un retroceso en la evolución.
Desde las últimas décadas del siglo XIX, los Alfas y Omegas ya no conocían ese vínculo sagrado, sus matrimonios eran solo por compromiso y muchos de ellos ni siquiera sentían empatía, mucho menos simpatía, por sus parejas, solo se limitaban a intentar procrear, pero esto ocasionó que los descendientes, dejaran de tener esas características dominantes tan marcadas e incluso algunos, dejaron de concebir Alfas y Omegas, especialmente femeninos, los cuales desaparecieron por completo; pero eso no fue todo, muchos Alfas y Omegas de las nuevas generaciones, tenían una capacidad inferior a las generaciones anteriores, de percibir o ser afectados por las feromonas y se les denominaba “Recesivos”; por lo que la población, volvió a convertirse mayoritariamente en Betas.
Se cree que aún hay Alfas y Omegas que están destinados, pero pocos pueden encontrarse y reconocerse, así que poco a poco, eso se convirtió en un mito.
Los Alfas, eran los encargados de cuidar a su familia, los varones eran más agresivos que las mujeres, pero aún entre ellos, había los dominantes, quienes tenían la facilidad de manejar sus feromonas para doblegar a otros Alfas y su fuerza física superior era la que los respaldaba en algún enfrentamiento contra Betas.
Los Betas, sabían muy bien su lugar. Tenían una vida normal, trabajando generalmente en empresas dominadas por Alfas, pero manteniendo su distancia con ellos, especialmente de los dominantes, aunque algunos Betas, hombres y mujeres, tenían privilegios si se aliaban con los indicados, convirtiéndose en seguidores fieles, a los que se les denominaba “manadas”; aunado a ellos, los Betas podían procrear Omegas y debido a esa descendencia, podían convertirse en familias respetadas.
Y finalmente, los Omegas, a quienes se respetaba por su capacidad de poder procrear Alfas y Omegas dominantes, en las circunstancias adecuadas y además, podían llegar a controlar las emociones de sus compañeros únicos, con sus mismas feromonas, que, aunque parecían inferiores a los Alfas, lograban que sus destinados accedieran a sus caprichos, calmaran su furia o sucumbieran a sus deseos.
Las civilizaciones prosperaron siguiendo las reglas impuestas de manera social; Alfas y Omegas se unían por amor y esa atracción intensa a la que denominaban Vínculo o Destino, fortalecía a las familias no solo de manera física, sino social.
Las familias empezaron a convertirse en linajes superiores pero de alguna manera, debido a la selección no solo natural, sino impuesta de forma social, muchas familias se vieron unidas por la sangre y cuando intentaron casar a miembros que tenían algún vestigio de genética similar, no había descendientes.
De esa manera, Alfas y Omegas dominantes disminuían; los destinados ya no se encontraban con facilidad y aunado a ello, nuevas enfermedades, que a los dominantes no les causaban problema, afectaban a la demás población, mermándola y disminuyendo la posibilidad de que los Betas procrearan más Omegas.
A principios del siglo XIX, una pandemia inició en el mundo y los científicos se apresuraron a buscar cómo solucionar el problema que afectaba a los Betas, para evitar que murieran de forma masiva, encontrando en pocos meses un medicamento que logró evitar casi la erradicación completa de esa casta, solo que hubo un problema secundario, al inocular a los Alfas y Omegas, quienes eran portadores, pero no les afectaba la enfermedad.
Todo Alfa y Omega, aunque aún podían percibir las feromonas de los demás, les era imposible detectar, cómo antes, a sus destinados. Aquellos que ya estaban casados, parecían desconocerse en la cama, al intentar intimar de la misma manera que antes, con amor y entrega voluntaria; al contrario, los instintos de ambos afloraban con fuerza y entraban en un estado de celo primitivo, llegando incluso a copular con otros Alfas y Omegas que no eran sus parejas, incluyendo Betas, de manera forzada.
Por esa razón, los inhibidores de celo empezaron a ser producidos, para controlar ese estado que consideraban bestial, casi como un retroceso en la evolución.
Desde las últimas décadas del siglo XIX, los Alfas y Omegas ya no conocían ese vínculo sagrado, sus matrimonios eran solo por compromiso y muchos de ellos ni siquiera sentían empatía, mucho menos simpatía, por sus parejas, solo se limitaban a intentar procrear, pero esto ocasionó que los descendientes, dejaran de tener esas características dominantes tan marcadas e incluso algunos, dejaron de concebir Alfas y Omegas, especialmente femeninos, los cuales desaparecieron por completo; pero eso no fue todo, muchos Alfas y Omegas de las nuevas generaciones, tenían una capacidad inferior a las generaciones anteriores, de percibir o ser afectados por las feromonas y se les denominaba “Recesivos”; por lo que la población, volvió a convertirse mayoritariamente en Betas.
Se cree que aún hay Alfas y Omegas que están destinados, pero pocos pueden encontrarse y reconocerse, así que poco a poco, eso se convirtió en un mito.
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