Capítulo VIII
Después de la comida, Tariq se reincorporó a sus actividades, aunque el anciano Kofjar le hizo beber un té especial, para que se sintiera mejor, pues Hark le mencionó que estaba sintiéndose indispuesto y eso asustó al hombre.
Mientras estaba en la biblioteca, buscó los libros que tenían, de los que había escrito Skoll, buscando afanosamente, hasta que encontró lo que buscaba.
-Una semilla… – susurró acariciando con sus dedos la hoja, donde estaba un dibujo.
-Sí – Hark sonrió, siendo aún su guía, le ayudaba en sus estudios – es la semilla de un dríade – explicó.
-Y, ¿cómo se obtiene? – preguntó el menor, observando a su compañero.
-Bueno, el señor Eroim no lo explica muy bien en los libros, pero, dice que el dríade la pone en el interior de su pareja y, ésta tiene cambios en su cuerpo como si estuviera embarazada…
-Entonces, requiere a una mujer…
-No – el ojirrojo sonrió – el señor Eroim ha portado dos… no espera, tres, hace meses nos llegó un mensaje donde decían que pronto se sembraría una tercer semilla – dijo con emoción – así que, no buscan una mujer solamente, sino a alguien especial – explicó – según lo que dijo el señor Eroim en el seminario donde estuve, los dríades buscan amor, para que una semilla pueda germinar…
-Amor… – el corazón del pelinegro empezó a latir acelerado, mientras recordaba lo que el rubio le había dicho anteriormente.
“…olvidé lo más importante… el amor… ¡pero no importa! tu come mi manzana, me tocas una canción, mañana te enamoras de mí y pasado ponemos una semilla, ¿te parece?”
-Y… – titubeó – nuestro… nuestro señor Keroh, ¿no tiene semillas aún? – preguntó sintiendo sus mejillas arder, entendiendo en ese momento, lo que la deidad quería la noche anterior.
-No, nadie de la familia Trallk ha tenido el honor de conocerlo en persona, así que, no ha habido semillas, pero posiblemente, en el futuro haya más dioses en este lugar – explicó su amigo – ojalá encuentre a alguien como el señor Eroim, sería bueno tener un guía en el templo, cómo él…
-Y… ¿tampoco se ha acercado a un sacerdote normal?
La risa estridente de Hark consiguió llamar la atención de sus demás compañeros, un momento.
-¡Por supuesto que no! – negó – ¿crees que un simple sacerdote tendría más importancia que un sumo sacerdote? Obviamente el señor de la ciénaga solo se cercaría a alguien de buena cuna… No cualquiera podría ser digno de llevar en su interior al futuro Dios de la ciénaga, ¿no crees?
Las palabras de su amigo, consiguieron que Tariq se entristeciera, debía poner los pies en la tierra, él no era alguien digno, así que, difícilmente podría portar una semilla, aun así, él quería estar cerca de Keroh.
-Supongo que… tienes razón – suspiró el menor.
* * *
El silencio y la oscuridad reinaban en el templo, cuando Tariq salió de ahí; traía una túnica sencilla y llevaba la flauta en su mano, pero entre su ropa, llevaba algo que tomó mientras cenaba, aunque no se lo comió. Corrió todo el camino hacia las rocas sagradas y al llegar, se sintió un poco desilusionado, al no ver a Keroh, pero, le había dado su palabra de que iría a tocar a las rocas para él y, lo haría. Se sentó en una orilla, cerca de una roca, alejado del centro, para no insultar a la familia Trallk y se dispuso a complacer a su deidad, aunque no estuviera ahí.
El sonido de la flauta se escuchó; los animales guardaron completo silencio, permitiendo que solo esa delicada tonada se percibiera en la ciénaga.
-Esa es nueva… – la voz de Keroh sobresaltó al menor.
-Mi señor… – sonrió el niño con ilusión – sí, quería tocar algo diferente, para que no se aburriera de las mismas canciones – explicó con calma, poniéndose de pie.
Desde su plática con Hark, se sentía inquieto; obviamente él no se sentía digno de la deidad, pero, quería al menos, conseguir que lo tomara en cuenta, tal vez no como a alguien de la familia Trallk, pero si como una persona a su completo servicio; era a todo lo que podía aspirar.
-Me gustan las otras – respondió el Dios, mientras observaba la sonrisa de su sacerdote – pero esta también es bonita…
-Gracias… – sonrió el pelinegro – por cierto, le traje algo – anunció, buscando entre su ropa.
Keroh se sorprendió, pues no esperaba que le llevara nada.
-Sé que no es mucho – dijo Tariq con vergüenza – pero, no le he dado una ofrenda, y es todo lo que puedo ofrecerle – extendió la mano, entregando algo envuelto en un pequeño pañuelo.
-¿Qué es? – el rubio frunció el ceño, pues no entendía que era lo que estaba recibiendo.
-Es… un pan… – respondió el otro, quitando la tela y dejando expuesto el pequeño bollo.
-¿Pan? – la mano de Keroh se movió y con su índice le dio pequeños golpecitos – y, ¿para qué sirve?
-Ah, pues, se come – sonrió el otro – ¿acaso nunca ha comido pan?
-Nunca me han dado un pan – respondió sinceramente – solo me traen objetos relucientes con piedras brillosas, flores, oraciones y comida, pero casi siempre son animales muertos – sonrió – nunca un pan…
-Lo… lo lamento… – Tariq intentó guardar el pan, debió imaginar que era algo insignificante.
El rubio no lo dejó, le quitó el pequeño bollo de las manos y lo acercó a su boca, dándole una mordida; cuando lo alejo, se dio cuenta que el interior resbalaba un líquido amarillento. Volvió a acercarlo y le pasó la lengua, disfrutando la dulzura que tenía.
-¡Sabe rico! – sonrió.
-Sí – asintió el pelinegro – es un bollo relleno de crema dulce, uno de los mejores panecillos del templo, a mi parecer – se alzó de hombros.
-Pues, está delicioso – de un par de mordidas más, el pan desapareció y Keroh se chupó los dedos – pero, es muy pequeño – hizo un mohín de frustración.
-Debe tener cuidado al comer – Tariq movió la mano y limpió la barbilla de la deidad, dónde había una mancha de la crema.
Cuando el pelinegro iba a alejar la mano, el rubio lo impidió, sujetándolo de la muñeca y acercando los dedos manchados a su boca; sacó la lengua y limpió la piel con cuidado. El menor se sonrojó, su respiración se agitó y un gemido se ahogó en su garganta; todo, mientras observaba al Dios, terminar de comer la crema en sus dedos. Keroh levantó la mirada y observó como Tariq se sobresaltó, girando el rostro, para no verlo.
-No quería desperdiciar – explicó el rubio con una sonrisa.
-Sí – carraspeó el niño – lo… lo entiendo…
“Tonto, él no lo hace para acercarse a ti, tú no eres digno de él, deja de pensar tonterías…” se regañó mentalmente mientras trataba de recuperar el aliento.
-Yo también pensé en darte un regalo – la voz de la deidad, sacó al otro de sus pensamientos – pero no supe que traer, ¿te gustan los animales? Puedo darte un lagarto, o una tortuga, quizá… ¿una rana? Una no venenosa, claro…
-¿Qué? – el pelinegro negó – no, realmente, no soy bueno con los animales… – sonrió nervioso, pues lo que realmente sucedía es que les tenía miedo, especialmente a los cocodrilos.
-Entonces, ¿qué tal una flor? ¿Te gustan las flores?
-Sí, eso sí – asintió Tariq – pero no tiene que darme nada, yo soy su siervo, yo soy el que debe rendirle pleitesía – sonrió.
El rubio ignoró por completo esas palabras – ¿qué flor te gustaría? Tengo orquídeas de pantano, algunos nenúfares de colores, hierba centella, lirios, crisantemos, alcatraces, y ¡muchas más! Claro que las tengo que hacer crecer porque es difícil que nazcan solitas, pero no importa…
-Mi señor, realmente, no necesito que me dé algo – negó – con el simple hecho de que me deje verlo, es suficiente para mí, este honor solo debe ser para la familia Trallk y…
-Ellos no me interesan – confesó Keroh cruzándose de brazos – ninguno, así que, no los veré – se alzó de hombros – en cambio tú, me gustas – los ojos castaños del Dios observaron con seriedad a su sacerdote – y, quiero que seas mío…
Tariq sintió que su corazón daba un vuelvo por la emoción, pero debía volver a la realidad, las cosas no podían ser tan sencillas; pasó saliva y se mordió el labio – ¿por…? ¿Por qué yo? – preguntó con algo de duda.
-Porque me gustas – repitió el otro con sinceridad – y, aunque sé que no te gustó, a mí me gustó besarte ayer…
-¡Sí me gustó! – interrumpió el menor y luego bajó el rostro avergonzado – es decir… – estrujó la túnica con su mano libre, pues la otra aún sostenía su flauta – realmente, lo disfruté… tanto, que, hoy… pensé en hacer cosas indebidas… con usted… – confesó.
Keroh se sorprendió y se inclinó, observando al otro, con una enorme sonrisa en sus labios – ¿de verdad te gustó? – preguntó aún incrédulo – ayer estabas llorando.
-Es que… bueno… fue mi primer beso y… no supe cómo…
El rubio no lo dejó terminar, de nuevo lo besó. Aunque al principio se sorprendió, Tariq cerró los parpados y se dejó llevar por el beso; su mano se volvió a posar en el pecho de Keroh, pero en esa ocasión, subió al hombro del Dios, ejerciendo algo de presión. La deidad ahondó más el beso, estaba reaccionando de manera instintiva, justo como su hermano le había dicho, aunque ahora, se encontraba con que su sacerdote, le correspondía más que el día anterior.
Cuando se separaron, Keroh colocó su frente contra la dele menor; estaba agitado y sumamente emocionado.
-Sé que es pronto – sonrió el rubio – pero, realmente me gustas, Tariq – confesó – así que, intentaré hacer que te enamores de mí, para que podamos tener semillas juntos…
Las mejillas del pelinegro se tiñeron de rojo y sonrió – sé que es pronto, mi señor… – dijo a media voz – pero, daré lo mejor de mí, para ser digno de portar su semilla…
* * *
Mientras estaba en la biblioteca, buscó los libros que tenían, de los que había escrito Skoll, buscando afanosamente, hasta que encontró lo que buscaba.
-Una semilla… – susurró acariciando con sus dedos la hoja, donde estaba un dibujo.
-Sí – Hark sonrió, siendo aún su guía, le ayudaba en sus estudios – es la semilla de un dríade – explicó.
-Y, ¿cómo se obtiene? – preguntó el menor, observando a su compañero.
-Bueno, el señor Eroim no lo explica muy bien en los libros, pero, dice que el dríade la pone en el interior de su pareja y, ésta tiene cambios en su cuerpo como si estuviera embarazada…
-Entonces, requiere a una mujer…
-No – el ojirrojo sonrió – el señor Eroim ha portado dos… no espera, tres, hace meses nos llegó un mensaje donde decían que pronto se sembraría una tercer semilla – dijo con emoción – así que, no buscan una mujer solamente, sino a alguien especial – explicó – según lo que dijo el señor Eroim en el seminario donde estuve, los dríades buscan amor, para que una semilla pueda germinar…
-Amor… – el corazón del pelinegro empezó a latir acelerado, mientras recordaba lo que el rubio le había dicho anteriormente.
“…olvidé lo más importante… el amor… ¡pero no importa! tu come mi manzana, me tocas una canción, mañana te enamoras de mí y pasado ponemos una semilla, ¿te parece?”
-Y… – titubeó – nuestro… nuestro señor Keroh, ¿no tiene semillas aún? – preguntó sintiendo sus mejillas arder, entendiendo en ese momento, lo que la deidad quería la noche anterior.
-No, nadie de la familia Trallk ha tenido el honor de conocerlo en persona, así que, no ha habido semillas, pero posiblemente, en el futuro haya más dioses en este lugar – explicó su amigo – ojalá encuentre a alguien como el señor Eroim, sería bueno tener un guía en el templo, cómo él…
-Y… ¿tampoco se ha acercado a un sacerdote normal?
La risa estridente de Hark consiguió llamar la atención de sus demás compañeros, un momento.
-¡Por supuesto que no! – negó – ¿crees que un simple sacerdote tendría más importancia que un sumo sacerdote? Obviamente el señor de la ciénaga solo se cercaría a alguien de buena cuna… No cualquiera podría ser digno de llevar en su interior al futuro Dios de la ciénaga, ¿no crees?
Las palabras de su amigo, consiguieron que Tariq se entristeciera, debía poner los pies en la tierra, él no era alguien digno, así que, difícilmente podría portar una semilla, aun así, él quería estar cerca de Keroh.
-Supongo que… tienes razón – suspiró el menor.
* * *
El silencio y la oscuridad reinaban en el templo, cuando Tariq salió de ahí; traía una túnica sencilla y llevaba la flauta en su mano, pero entre su ropa, llevaba algo que tomó mientras cenaba, aunque no se lo comió. Corrió todo el camino hacia las rocas sagradas y al llegar, se sintió un poco desilusionado, al no ver a Keroh, pero, le había dado su palabra de que iría a tocar a las rocas para él y, lo haría. Se sentó en una orilla, cerca de una roca, alejado del centro, para no insultar a la familia Trallk y se dispuso a complacer a su deidad, aunque no estuviera ahí.
El sonido de la flauta se escuchó; los animales guardaron completo silencio, permitiendo que solo esa delicada tonada se percibiera en la ciénaga.
-Esa es nueva… – la voz de Keroh sobresaltó al menor.
-Mi señor… – sonrió el niño con ilusión – sí, quería tocar algo diferente, para que no se aburriera de las mismas canciones – explicó con calma, poniéndose de pie.
Desde su plática con Hark, se sentía inquieto; obviamente él no se sentía digno de la deidad, pero, quería al menos, conseguir que lo tomara en cuenta, tal vez no como a alguien de la familia Trallk, pero si como una persona a su completo servicio; era a todo lo que podía aspirar.
-Me gustan las otras – respondió el Dios, mientras observaba la sonrisa de su sacerdote – pero esta también es bonita…
-Gracias… – sonrió el pelinegro – por cierto, le traje algo – anunció, buscando entre su ropa.
Keroh se sorprendió, pues no esperaba que le llevara nada.
-Sé que no es mucho – dijo Tariq con vergüenza – pero, no le he dado una ofrenda, y es todo lo que puedo ofrecerle – extendió la mano, entregando algo envuelto en un pequeño pañuelo.
-¿Qué es? – el rubio frunció el ceño, pues no entendía que era lo que estaba recibiendo.
-Es… un pan… – respondió el otro, quitando la tela y dejando expuesto el pequeño bollo.
-¿Pan? – la mano de Keroh se movió y con su índice le dio pequeños golpecitos – y, ¿para qué sirve?
-Ah, pues, se come – sonrió el otro – ¿acaso nunca ha comido pan?
-Nunca me han dado un pan – respondió sinceramente – solo me traen objetos relucientes con piedras brillosas, flores, oraciones y comida, pero casi siempre son animales muertos – sonrió – nunca un pan…
-Lo… lo lamento… – Tariq intentó guardar el pan, debió imaginar que era algo insignificante.
El rubio no lo dejó, le quitó el pequeño bollo de las manos y lo acercó a su boca, dándole una mordida; cuando lo alejo, se dio cuenta que el interior resbalaba un líquido amarillento. Volvió a acercarlo y le pasó la lengua, disfrutando la dulzura que tenía.
-¡Sabe rico! – sonrió.
-Sí – asintió el pelinegro – es un bollo relleno de crema dulce, uno de los mejores panecillos del templo, a mi parecer – se alzó de hombros.
-Pues, está delicioso – de un par de mordidas más, el pan desapareció y Keroh se chupó los dedos – pero, es muy pequeño – hizo un mohín de frustración.
-Debe tener cuidado al comer – Tariq movió la mano y limpió la barbilla de la deidad, dónde había una mancha de la crema.
Cuando el pelinegro iba a alejar la mano, el rubio lo impidió, sujetándolo de la muñeca y acercando los dedos manchados a su boca; sacó la lengua y limpió la piel con cuidado. El menor se sonrojó, su respiración se agitó y un gemido se ahogó en su garganta; todo, mientras observaba al Dios, terminar de comer la crema en sus dedos. Keroh levantó la mirada y observó como Tariq se sobresaltó, girando el rostro, para no verlo.
-No quería desperdiciar – explicó el rubio con una sonrisa.
-Sí – carraspeó el niño – lo… lo entiendo…
“Tonto, él no lo hace para acercarse a ti, tú no eres digno de él, deja de pensar tonterías…” se regañó mentalmente mientras trataba de recuperar el aliento.
-Yo también pensé en darte un regalo – la voz de la deidad, sacó al otro de sus pensamientos – pero no supe que traer, ¿te gustan los animales? Puedo darte un lagarto, o una tortuga, quizá… ¿una rana? Una no venenosa, claro…
-¿Qué? – el pelinegro negó – no, realmente, no soy bueno con los animales… – sonrió nervioso, pues lo que realmente sucedía es que les tenía miedo, especialmente a los cocodrilos.
-Entonces, ¿qué tal una flor? ¿Te gustan las flores?
-Sí, eso sí – asintió Tariq – pero no tiene que darme nada, yo soy su siervo, yo soy el que debe rendirle pleitesía – sonrió.
El rubio ignoró por completo esas palabras – ¿qué flor te gustaría? Tengo orquídeas de pantano, algunos nenúfares de colores, hierba centella, lirios, crisantemos, alcatraces, y ¡muchas más! Claro que las tengo que hacer crecer porque es difícil que nazcan solitas, pero no importa…
-Mi señor, realmente, no necesito que me dé algo – negó – con el simple hecho de que me deje verlo, es suficiente para mí, este honor solo debe ser para la familia Trallk y…
-Ellos no me interesan – confesó Keroh cruzándose de brazos – ninguno, así que, no los veré – se alzó de hombros – en cambio tú, me gustas – los ojos castaños del Dios observaron con seriedad a su sacerdote – y, quiero que seas mío…
Tariq sintió que su corazón daba un vuelvo por la emoción, pero debía volver a la realidad, las cosas no podían ser tan sencillas; pasó saliva y se mordió el labio – ¿por…? ¿Por qué yo? – preguntó con algo de duda.
-Porque me gustas – repitió el otro con sinceridad – y, aunque sé que no te gustó, a mí me gustó besarte ayer…
-¡Sí me gustó! – interrumpió el menor y luego bajó el rostro avergonzado – es decir… – estrujó la túnica con su mano libre, pues la otra aún sostenía su flauta – realmente, lo disfruté… tanto, que, hoy… pensé en hacer cosas indebidas… con usted… – confesó.
Keroh se sorprendió y se inclinó, observando al otro, con una enorme sonrisa en sus labios – ¿de verdad te gustó? – preguntó aún incrédulo – ayer estabas llorando.
-Es que… bueno… fue mi primer beso y… no supe cómo…
El rubio no lo dejó terminar, de nuevo lo besó. Aunque al principio se sorprendió, Tariq cerró los parpados y se dejó llevar por el beso; su mano se volvió a posar en el pecho de Keroh, pero en esa ocasión, subió al hombro del Dios, ejerciendo algo de presión. La deidad ahondó más el beso, estaba reaccionando de manera instintiva, justo como su hermano le había dicho, aunque ahora, se encontraba con que su sacerdote, le correspondía más que el día anterior.
Cuando se separaron, Keroh colocó su frente contra la dele menor; estaba agitado y sumamente emocionado.
-Sé que es pronto – sonrió el rubio – pero, realmente me gustas, Tariq – confesó – así que, intentaré hacer que te enamores de mí, para que podamos tener semillas juntos…
Las mejillas del pelinegro se tiñeron de rojo y sonrió – sé que es pronto, mi señor… – dijo a media voz – pero, daré lo mejor de mí, para ser digno de portar su semilla…
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