Capítulo VII
Una vez más, Tariq despertó en su cama, a causa del llamado de Hark para que fuera a desayunar; estaba confundido y se sentía cansado, obviamente, no se levantó lo suficientemente temprano, para asearse antes del desayuno.
Su rutina fue la misma que el día anterior, levantarse, desayunar, e ir a sus deberes, pero su mente no podía hacer nada más que pensar en el ‘beso’ que le había dado su Dios.
-¿Qué me pasa? – preguntó confundido frente al libro que estaba estudiando, ni siquiera podía recordar nada de lo que había leído unos segundos antes.
-¿Te sientes mal? – Hark lo miró de soslayo.
-No… no lo sé – negó – solo me siento… cansado…
-Es normal – suspiró el pelimorado y le acaricio el cabello con suavidad – eres nuevo, llegaste hace un par de días y has trabajado mucho, seguramente no estás acostumbrado – sonrió condescendiente – ve a descansar si lo necesitas, yo te disculpo con Kofjar y los demás.
-Gracias… – sonrió.
El pelinegro se puso de pie después de cerrar el libro y, volvió a su habitación, recostándose en la cama.
De entre su ropa, sacó el pequeño medallón que portaba y lo observó con detenimiento; realmente era un relicario, en la tapadera tenía un dibujo que parecía que alguien intentó borrar, tallándolo. Dentro, había una imagen de sus padres, y, en la parte interior de la tapadera, había unas iniciales grabadas y una pequeña flor; el pequeño objeto era de oro, con algunas piedras preciosas brillantes en su interior. Su madre le dijo que nadie debía verlo, porque nadie podía poseer algo así, por esa razón, siempre lo ocultaba y para él, era algo tan sagrado, que usaba para enfocar su mente, solo que en ese instante, sus pensamientos no estaban ahí, sino con alguien más.
-Mi señor, Keroh – musitó y bajó el pequeño colgante, colocándolo sobre su pecho, mientras una de sus manos fue a rozar sus labios y cerró los parpados.
“…me gustas…”
Esa frase lo hizo estremecer; era la primera vez que se sentía tan inquieto de que alguien le dijera esas palabras y además, después del beso, se dio cuenta que ese ser, había despertado lo que había tratado de mantener dormido toda su vida, el libido. Sin abrir los ojos, evocó la imagen de la deidad; sus manos se movieron, bajando por su cuello y recorriendo su cuerpo por encima de su ropa, pero, antes de llegar a su entrepierna, se detuvo. La imagen del rubio se había desvanecido y otras ocuparon su lugar.
La manera en la que su madre era casi ultrajada, noche a noche, antes de que dejara su trabajo de cortesana, para atender su posada; la mirada tan poco amable que los hombres le dirigían a su progenitora y las veces que fue tratada mal, por su comportamiento y esa profesión que la estigmatizó hasta el fin de sus días, lo hicieron volver a la realidad.
-No – negó – yo seré un sacerdote y esto, está prohibido para mí – suspiró – aunque, si fuera con él... – su mano se movió hasta sujetar de nuevo el dije – seguramente sería completamente distinto… él es una deidad… es dulce, es lindo, es perfecto – sonrió al pensar en su Dios – y parece más inocente de lo que pudiese llegar a imaginar…
* * *
Ya empezaba a caer la tarde y Keroh estaba sentado en la orilla del islote, dónde se encontraba su árbol de vida, con las piernas dentro del agua oscura, y la mirada perdida. Wilk y Welk lo observaban con interés, esperando indicaciones, pues, normalmente, a esa hora, ya habrían dado algunas vueltas, recorriendo la ciénaga, pero, ese día, no habían hecho nada; Jer, la tortuga, también estaba expectante, esperando indicaciones que no llegaban. Los demás animales podían seguir su rutina, pero ellos no; eran los más allegado al Dios de la ciénaga y siempre les decía que hacer, aunque ese día, el rubio no parecía tener mucho ánimo.
-Hermano, Nyrn… – dijo en un murmullo.
El agua del pantano, empezó a brillar. Wilk y Welk salieron de ahí, para quedarse en el islote y no interrumpir la comunicación. Lentamente, la figura de su hermano, jugando con Neyr, se formó.
-“Keroh… ¿qué sucede ahora?” – preguntó el rubio mayor, dejando a su hijo en el césped.
-“¡Hola, tío Keroh!
-Hola – intentó sonreír pero no pudo – ah, yo, quiero hablar contigo, Nyrn.
El ojiverde asintió, le dio unas indicaciones a su hijo para que fuera a buscar a su papá y, después, se sentó a orillas del lago, para poder hablar con su hermano.
-“¿Qué pasó?”
-Creo que no le gustó – dijo con tristeza.
-“¿Hablas del humano de la flauta?” – indagó el otro.
-Sí – asintió débilmente – ayer le pedí un beso y… cuando se alejó… parecía estar a punto de llorar – los ojos de Keroh se humedecieron en ese momento – creo que no le gustó como a mi…
-“¿Le preguntaste?”
-Dijo que estuvo rico – se alzó de hombros – pero, me mintió… – suspiró – si de verdad le hubiera gustado, no se habría portado así…
-“Entonces, ¿qué harás?”
-No lo sé… supongo que nada – negó – no puedo forzar a alguien a que se enamore de mí, ¿cierto?
-“No, entonces no sería amor…” – el ojiverde se cruzó de brazos – “…y por ello, tampoco habría semillas…”
-Está bien… ya será después…
-“¿Te rindes al segundo día?” – Nyrn levantó una ceja – “pensé que eras más persistente…”
-Es que, me gusta – dijo el rubio menor – pero, no sé qué hacer – negó y bajó el rostro – es bonito, me gustan sus ojos y es muy amable, pero… Siento que me tiene miedo y solo hace las cosas por obligación…
-“Al principio, yo también pensaba eso con Skoll…” – Nyrn sonrió – “…pero, necesitas darle tiempo, dale unos días, posiblemente si te conoce más, le gustes de otra manera…”
-¿Tú crees? – los ojos castaños de Keroh, brillaron con emoción.
-“Seguramente…” – sentenció su hermano – “…solo, no te rindas aun, espera un poco, para que yo pudiera poner mi primer semilla pasaron meses y, aún no sabía que Skoll me amaba o yo lo amaba a él, es complicado entenderlo, pero, lo sabrás, en su momento…”
-Entonces, ¿qué hago?
-“Dale un regalo, como dijo mi hermosa flor…” – se alzó de hombros – “…algo bonito…”
-¿Le doy una rana? Wilk y Welk son muy grandes, tal vez ¿un cocodrilo pequeño?
-“A ti te gustan las ranas y los animales, pero, no sabemos si a él también…” – el ojiverde frunció el ceño – “…uno de los primeros regalos que le di a Skoll, fue una capa, porque él usaba muchas…” – contó – “…podrías preguntarle qué le gustaría y darle algo, si no, entonces, haz lo más sensato y dale lo que todos los humanos más anhelan…”
-¿Qué cosa? – preguntó el menor con algo de ansiedad, realmente, quería saber que podía darle a su nuevo e interesante sacerdote.
-“Dale tus flores de sangre…”
* * *
Su rutina fue la misma que el día anterior, levantarse, desayunar, e ir a sus deberes, pero su mente no podía hacer nada más que pensar en el ‘beso’ que le había dado su Dios.
-¿Qué me pasa? – preguntó confundido frente al libro que estaba estudiando, ni siquiera podía recordar nada de lo que había leído unos segundos antes.
-¿Te sientes mal? – Hark lo miró de soslayo.
-No… no lo sé – negó – solo me siento… cansado…
-Es normal – suspiró el pelimorado y le acaricio el cabello con suavidad – eres nuevo, llegaste hace un par de días y has trabajado mucho, seguramente no estás acostumbrado – sonrió condescendiente – ve a descansar si lo necesitas, yo te disculpo con Kofjar y los demás.
-Gracias… – sonrió.
El pelinegro se puso de pie después de cerrar el libro y, volvió a su habitación, recostándose en la cama.
De entre su ropa, sacó el pequeño medallón que portaba y lo observó con detenimiento; realmente era un relicario, en la tapadera tenía un dibujo que parecía que alguien intentó borrar, tallándolo. Dentro, había una imagen de sus padres, y, en la parte interior de la tapadera, había unas iniciales grabadas y una pequeña flor; el pequeño objeto era de oro, con algunas piedras preciosas brillantes en su interior. Su madre le dijo que nadie debía verlo, porque nadie podía poseer algo así, por esa razón, siempre lo ocultaba y para él, era algo tan sagrado, que usaba para enfocar su mente, solo que en ese instante, sus pensamientos no estaban ahí, sino con alguien más.
-Mi señor, Keroh – musitó y bajó el pequeño colgante, colocándolo sobre su pecho, mientras una de sus manos fue a rozar sus labios y cerró los parpados.
“…me gustas…”
Esa frase lo hizo estremecer; era la primera vez que se sentía tan inquieto de que alguien le dijera esas palabras y además, después del beso, se dio cuenta que ese ser, había despertado lo que había tratado de mantener dormido toda su vida, el libido. Sin abrir los ojos, evocó la imagen de la deidad; sus manos se movieron, bajando por su cuello y recorriendo su cuerpo por encima de su ropa, pero, antes de llegar a su entrepierna, se detuvo. La imagen del rubio se había desvanecido y otras ocuparon su lugar.
La manera en la que su madre era casi ultrajada, noche a noche, antes de que dejara su trabajo de cortesana, para atender su posada; la mirada tan poco amable que los hombres le dirigían a su progenitora y las veces que fue tratada mal, por su comportamiento y esa profesión que la estigmatizó hasta el fin de sus días, lo hicieron volver a la realidad.
-No – negó – yo seré un sacerdote y esto, está prohibido para mí – suspiró – aunque, si fuera con él... – su mano se movió hasta sujetar de nuevo el dije – seguramente sería completamente distinto… él es una deidad… es dulce, es lindo, es perfecto – sonrió al pensar en su Dios – y parece más inocente de lo que pudiese llegar a imaginar…
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Ya empezaba a caer la tarde y Keroh estaba sentado en la orilla del islote, dónde se encontraba su árbol de vida, con las piernas dentro del agua oscura, y la mirada perdida. Wilk y Welk lo observaban con interés, esperando indicaciones, pues, normalmente, a esa hora, ya habrían dado algunas vueltas, recorriendo la ciénaga, pero, ese día, no habían hecho nada; Jer, la tortuga, también estaba expectante, esperando indicaciones que no llegaban. Los demás animales podían seguir su rutina, pero ellos no; eran los más allegado al Dios de la ciénaga y siempre les decía que hacer, aunque ese día, el rubio no parecía tener mucho ánimo.
-Hermano, Nyrn… – dijo en un murmullo.
El agua del pantano, empezó a brillar. Wilk y Welk salieron de ahí, para quedarse en el islote y no interrumpir la comunicación. Lentamente, la figura de su hermano, jugando con Neyr, se formó.
-“Keroh… ¿qué sucede ahora?” – preguntó el rubio mayor, dejando a su hijo en el césped.
-“¡Hola, tío Keroh!
-Hola – intentó sonreír pero no pudo – ah, yo, quiero hablar contigo, Nyrn.
El ojiverde asintió, le dio unas indicaciones a su hijo para que fuera a buscar a su papá y, después, se sentó a orillas del lago, para poder hablar con su hermano.
-“¿Qué pasó?”
-Creo que no le gustó – dijo con tristeza.
-“¿Hablas del humano de la flauta?” – indagó el otro.
-Sí – asintió débilmente – ayer le pedí un beso y… cuando se alejó… parecía estar a punto de llorar – los ojos de Keroh se humedecieron en ese momento – creo que no le gustó como a mi…
-“¿Le preguntaste?”
-Dijo que estuvo rico – se alzó de hombros – pero, me mintió… – suspiró – si de verdad le hubiera gustado, no se habría portado así…
-“Entonces, ¿qué harás?”
-No lo sé… supongo que nada – negó – no puedo forzar a alguien a que se enamore de mí, ¿cierto?
-“No, entonces no sería amor…” – el ojiverde se cruzó de brazos – “…y por ello, tampoco habría semillas…”
-Está bien… ya será después…
-“¿Te rindes al segundo día?” – Nyrn levantó una ceja – “pensé que eras más persistente…”
-Es que, me gusta – dijo el rubio menor – pero, no sé qué hacer – negó y bajó el rostro – es bonito, me gustan sus ojos y es muy amable, pero… Siento que me tiene miedo y solo hace las cosas por obligación…
-“Al principio, yo también pensaba eso con Skoll…” – Nyrn sonrió – “…pero, necesitas darle tiempo, dale unos días, posiblemente si te conoce más, le gustes de otra manera…”
-¿Tú crees? – los ojos castaños de Keroh, brillaron con emoción.
-“Seguramente…” – sentenció su hermano – “…solo, no te rindas aun, espera un poco, para que yo pudiera poner mi primer semilla pasaron meses y, aún no sabía que Skoll me amaba o yo lo amaba a él, es complicado entenderlo, pero, lo sabrás, en su momento…”
-Entonces, ¿qué hago?
-“Dale un regalo, como dijo mi hermosa flor…” – se alzó de hombros – “…algo bonito…”
-¿Le doy una rana? Wilk y Welk son muy grandes, tal vez ¿un cocodrilo pequeño?
-“A ti te gustan las ranas y los animales, pero, no sabemos si a él también…” – el ojiverde frunció el ceño – “…uno de los primeros regalos que le di a Skoll, fue una capa, porque él usaba muchas…” – contó – “…podrías preguntarle qué le gustaría y darle algo, si no, entonces, haz lo más sensato y dale lo que todos los humanos más anhelan…”
-¿Qué cosa? – preguntó el menor con algo de ansiedad, realmente, quería saber que podía darle a su nuevo e interesante sacerdote.
-“Dale tus flores de sangre…”
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