Capítulo VI
Todo el día, Tariq y los demás sacerdotes, trabajaron reforzando la valla de la huerta de naranjas; aunque había otras huertas, parecía que solo esos árboles eran atacados por los ladrones. Comieron fuera del templo, para aprovechar todo el tiempo en su trabajo; Unner, el sacerdote que era el más pequeño, antes de que llegara Tariq, les llevó el alimento.
Al atardecer, pasaron a asearse antes de la cena; el baño era comunal, así que era compartido por todos a la vez. Tariq se sentía cohibido e igual que el día anterior, se quedó en una esquina, bañándose con rapidez, para que no lo vieran; jamás había compartido con alguien, ni siquiera su alcoba, pues cuando era pequeño, en la pequeña choza que vivía con su madre, ella no permitía que nadie se le acercara cuando llevaba a sus compañeros nocturnos. A pesar de que él siempre se encerraba en las noches en su pequeño cuarto, no podía negar que vio y escuchó cosas que no debía, aunque jamás le reprochó nada a su madre.
Cuando tuvieron la posada, se quedó con una gran habitación en el ático, para él solo; su mamá dejó su trabajo de cortesana, y, aunque ese lugar también servía de taberna, no permitió que alguien se le acercara de manera indecente de nuevo, mucho menos hacia su hijo, a quien cuidaba como si fuese un tesoro. Sucedió lo mismo en casa de Brenio Torsello, quien le dio una habitación para él, aunque solo la ocupaba por algunos días, porque generalmente regresaba a la posada en las noches y, nadie se le acercaba, pues su maestro lo cuidaba más que a sí mismo.
Después de la cena, el pelinegro espero a que todo estuviera en silencio y salió del templo, con la túnica que había usado ese día; no quería usar la segunda ropa de cama que tenía, ni otra túnica, pues aun faltaban un par de días para lavar la ropa. Pero se quitó el medallón, no quería perderlo.
Caminó hacia las piedras sagradas y, al llegar, encendió el farolito que llevaba, buscando alrededor.
-¿Dónde está…? – se preguntó a media voz, caminando por el sendero, alejándose un poco – tal vez, la perdí en el camino de regreso… – musitó con algo de duda, pues no recordaba nada de la noche anterior, después de la ‘alucinación’ que había tenido.
-Si te vas no te devuelvo lo que viniste a buscar…
Tariq se sobresaltó al escuchar esa frase, levantó el farol, y observó alrededor, pero no vio nada, hasta que, cerca de las rocas, un movimiento le hizo poner atención; una cascara de naranja había caído. Levantó la mirada y se dio cuenta que, sentado sobre la roca más alta, estaba Keroh, comiendo una naranja y observando al pelinegro
-Tu flauta – especificó el rubio con una enorme sonrisa, cuando el otro lo miró.
-Mi… mi señor… – susurró el niño y se hincó ante el rubio con rapidez, bajando el rostro sumisamente.
-¿Sabes…? – dijo con indiferencia, mientras comía otro gajo de naranja – hoy hablé con Skoll y, me explicó lo que era esta cosa realmente – agarró el objeto que estaba sobre sus piernas y lo giró en su mano – un instrumento musical – sonrió – me gusta y, si tú lo sabes tocar, me gustas – sentenció.
-Ah, mi… mi señor – el menor tembló al ver como el otro jugaba con la flauta, con tan poco cuidado – si quiere que toque para usted, lo hago, pero… pero… por favor… – movió las manos como si quisiera calmar a un animal – le suplico que, tenga un poco de cuidado con ella… por favor…
Keroh levantó la ceja, observó la flauta y sonrió – bien… – dio un salto y bajó de la roca – toca – ordenó entregando la flauta.
Tariq respiró aliviado al tener el delicado tubo tallado entre sus dedos; aunque el esculpido no estuviese terminado, era un tesoro para él, ya que era lo único que tenía de su padre.
-Empieza… – Keroh se sentó frente a él, en flor de loto y empezó a quitar la cascará de otra naranja.
El pelinegro dejó el farolillo en el piso y nuevamente se irguió – Ah… ¿qué…? ¿Qué le gustaría que tocara? – preguntó con nervios, pues realmente no sabía qué podía gustarle a la deidad.
-No sé – sonrió – lo de ayer me gustó mucho – dijo con emoción – algo como eso, estaría bien, pero sino, otra cosa… no importa, solo toca.
-Bu… bueno – Tariq frunció el ceño y se mordió el labio nerviosamente; no sabía cómo complacer a su Dios, además, no se sentía lo suficientemente preparado para tocar delante de alguien tan importante.
Se quedó de pie, porque no se atrevió a tomar asiento frente al otro, e inició la canción, moviendo los delicados dedos y perdiéndose, él mismo, en el sonido de las notas musicales.
Keroh lo observaba con detenimiento, emocionado por el sonido.
“Algunas personas saben tocar instrumentos, pero muy pocos pueden crear hermosas canciones, si ese chico sabe tocar la flauta y te gustó lo que escuchaste, seguramente tiene un talento sin igual y eso, podría hacerlo una persona especial, no deberías desaprovechar la oportunidad…”
Esas fueron las palabras de Skoll, cuando habló con él durante el día y ahora que volvía a escuchar a su sacerdote tocar, podía decir lo que sentía, sin duda alguna.
-Me gusta – dijo el rubio con emoción – me gusta mucho…
Momentos después, Tariq terminó la melodía; alejó la flauta de su boca y relamió sus labios.
-Dame más música – pidió Keroh.
-Ah, mi señor – el pelinegro sonrió con nervios – me gustaría complacerlo, pero es tarde – se excusó – debo volver a mi cama… si gusta, mañana podría…
-No quiero mañana – la deidad se negó y de un salto se puso de pie.
Tariq lo miró hacia arriba, pues, el otro era ligeramente más alto que él.
-Quiero que toques para mí, toda la noche.
-Pero… – el menor pasó saliva – si me descubren fuera, podrían regañarme…
-Soy el Dios de la ciénaga – el rubio entrecerró los ojos – y quiero que toques para mí – dijo con seriedad, tratando de imitar la actitud que sus hermanos normalmente tenían como deidades – así que, lo harás.
Keroh movió su mano con rapidez y, la punta de su índice tocó la frente de su sacerdote; Tariq no comprendió la acción, pero, cuando el Dios alejó la mano, sintió un mareo.
-¿Qué…? ¿Qué pasa? – preguntó a media voz, sintiendo que sus piernas le flaqueaban.
-Mi hermano Nyrn dijo que… – Keroh lo sujetó de la muñeca, evitando que cayera – si no querías ir conmigo, te robara – sonrió, aunque el pelinegro no podía distinguirlo ya, pues sus parpados se cerraban con pesadez – eso haré…
Fue lo último que escuchó Tariq, antes de perder el conocimiento.
* * *
El sonido del canto de las ranas se escuchaba insistente; Tariq se removió en el lecho, pasó la mano por su cabello y abrió los parpados lentamente. Lo único que vio, fueron las ramas de un enorme árbol, del cual colgaban muchas lianas y frutos que parecían manzanas, en un color amarillo, casi dorado, como si fuesen de oro.
Se incorporó con lentitud, aún estaba algo mareado. Observó alrededor, había luz gracias a algunas luciérnagas y plantas que brillaban con intensidad; sintió la suavidad bajo él y se dio cuenta que era una especie de cama de hojas y musgo; a pesar de eso, era mucho más acogedor que la cama que usaba en el templo.
-¡Despertaste!
El grito sobresaltó al pelinegro y más, cuando vio el rostro de Keroh cerca de él, ya que el Dios se había colgado con sus piernas, de una rama.
-¿Tienes hambre? – preguntó con una enorme sonrisa – tengo fruta… – le acercó una manzana – ¡¿quieres comer mi fruta?! – su voz sonaba emocionada.
-Ah… gra… gracias – dijo el menor, agarrando la manzana con algo de precaución.
Tariq no creía que lo quisiera envenenar, pero, tampoco entendía cuáles eran sus verdaderas intenciones al ofrecerle una manzana tan de repente; Keroh no se movió, tenía sus ojos castaños fijos en el rostro del otro, parecía expectante.
El pelinegro acercó la manzana a su boca y le dio una mordida. La fruta era jugosa, dulce y crujiente; jamás había comido una manzana tan deliciosa en su vida.
-Rico… – dijo en un susurro.
-¡¿Te gustó?! – el rubio se soltó del árbol, pero las lianas del mismo lo sostuvieron para que no cayera, con pericia se giró y quedó frente a su invitado – eso significa que te gusto también – dijo sin dudar, colocando una mano en su pecho y acercando su rostro al del chico – ¿quieres tener una semilla conmigo?
-Ah… – Tariq pasó saliva – se… seguimos hablando de la manzana, ¿verdad? – preguntó con nervios, y tratando de alejarse un poco, pero era imposible, ya que la deidad no parecía tener concepto de ‘espacio personal’.
-Las manzanas son mías – sonrió Keroh – así que, te estás comiendo mis manzanas – se señaló con suficiencia – y dijiste que está rico, igual que Skoll le dijo a mi hermano Nyrn y si Skoll es el único que come los duraznos de Nyrn y tiene sus semillas, entonces tu eres adecuado para mí – dijo como si fuera lo más obvio del mundo.
Tariq parpadeo confundido, no entendía nada de lo que el otro hablaba.
-Oh, perdón… – la deidad negó – olvidé lo más importante… – arrugó la nariz – el amor… – soltó el aire hacia arriba con frustración, moviendo los mechones de su cabello rubio – ¡pero no importa! – negó – tu come mi manzana, me tocas una canción, mañana te enamoras de mi y pasado ponemos una semilla, ¿te parece?
-Creo que… creo que no lo entiendo… – el pelinegro estaba más confundido que antes.
El rubio hizo un mohín, era complicado explicarle al otro – comete la manzana primero – ordenó.
Tariq suspiró, pero no podía negarse a eso; dio otra mordida a la fruta e inconscientemente sonrió. Keroh lo observaba con curiosidad y movió su mano hasta quitar del rostro unos mechones negros.
-¿Por qué tienes ojos raros? – preguntó.
-¿Raros? – Tariq relamió sus labios – ah, bueno, es una condición diferente a lo normal – sonrió nervioso – le llaman heterocromía – explicó – y por eso tengo un ojo de un color y otro de otro – se alzó de hombros – mi mamá dijo que era una bendición, porque así tenía un ojo como mi padre – señaló su ojo derecho, el cual era verde – y otro de ella – señaló el izquierdo, castaño.
-Es bonito – Keroh sonrió – yo tengo el color de ojos y piel de mi mamá – señaló su rostro – pero mi cabello es como mi padre, aunque realmente no lo conocí – se alzó de hombros.
-Yo tampoco conocí a mi papá – dijo el pelinegro.
-Te llamas Tariq, ¿cierto? – Keroh levantó una ceja.
-Mjú – asintió el aludido, pues tenía un trozo de manzana en la boca.
-Bien, Tariq, después de que comas la manzana, quiero escuchar música – le entregó la flauta y se sentó a un lado, mientras las lianas de su árbol, le llevaban un par de naranjas, que estaban en una canasta, cerca de ahí.
-Ah… ¿usted no come manzanas? – preguntó el menor.
-No me voy a comer mis manzanas – Keroh levantó una ceja – eso no es correcto…
El pelinegro frunció el ceño, no entendía por qué sería incorrecto – las naranjas… son… son del huerto del templo, ¿cierto?
-Sí – admitió el Dios.
-Entonces, ¿usted es quien se las roba?
-Yo no las robo – negó, sintiéndose ofendido – el huerto tiene mi bendición, así que las naranjas son realmente mías – dijo con toda seguridad.
-Bueno, pero… ah, los sacerdotes creen que las roba alguien más – dijo con vergüenza.
-Lo sé – asintió el rubio – pero no puedo aparecer frente a ellos y decirles que soy yo, eso está prohibido – sentenció – mis hermanos se molestarían conmigo si me hago presente sin una razón realmente importante y, aunque las naranjas me gustan, no son tan importantes – dijo como si el otro apenas se enterara de esa aclaración.
-Y si está prohibido, ¿por qué…? ¿Por qué apareció frente a mí?
-Porque tú me gustas – sonrió el rubio.
Las mejillas de Tariq se tiñeron de rojo ante esa declaración tan directa, pero, la mirada fija de su Dios, sobre su rostro, consiguió que se pusiera nervioso, así que bajó el rostro y siguió comiendo la manzana. El rubio no era la primera persona que le decía que le gustaba al menor, ni tampoco el primer varón, pero, por alguna razón, esa mirada y la manera tan inocente en que se lo dijo, le ocasionó una sensación extraña en la boca del estómago, que jamás había sentido; era extraño, pues no se imaginó algo así, aunque en el fondo, le agradaba la sensación
Después de comer un par de manzanas, Tariq tocó algunas canciones en la flauta. Keroh estaba feliz, a su lado, escuchando la música; tanto, que ordenó a los animales que no hicieran ruido, para poder escuchar solo el sonido de las melodías.
El pelinegro no tenía noción del tiempo, pero, llegó un momento en que el cansancio lo sorprendió.
-Creo que… debo volver al templo – anunció, después de que un bostezo lo interrumpiera.
-¿Por qué? – preguntó el Dios.
-Porque si no lo hago, se preocuparán por mi…
-No vas a irte – negó el rubio y se cruzó de brazos, haciendo un berrinche infantil.
-Mi señor – el pelinegro pasó saliva, lo que menos quería era enojar a su Dios – si gusta, yo más tarde puedo tocar en las rocas sagradas, para usted…
-No quiero que te vayas – sentenció – quiero que te quedes, te enamores de mi y podamos poner una semilla – repitió lo que había dicho antes.
De nuevo, la frase confundió al menor.
-¿Por qué quiere que me enamore de usted? – preguntó con precaución.
-Porque si no hay amor, no hay germinación y, si no hay germinación, no hay semilla para plantar – explicó el otro.
-Creo que… no lo entiendo…
Keroh abrió la boca, pero no dijo nada, desvió la mirada y luego pasó la mano por su cabello, como si estuviera tratando de recordar algo.
-¿Mi señor? – el pelinegro lo miró de soslayo.
-¿Sabes cómo se prueba a una persona?
-¿Probar? – Tariq se sentía perdido, realmente no comprendía las palabras de la deidad, era como si hablaran en idiomas distintos.
-Sí, Nyrn dijo que era ‘besar’.
-¿Besar? – repitió el menor – sí, sé lo que es eso, ¿por qué?
-¿Has besado a alguien? – el rostro de Keroh se ensombreció.
El rubio sabía solo lo que su hermano le había dicho y, según Nyrn, si un humano besaba a una persona o era probado por alguien, era que le pertenecía; con esa primicia, entonces, si Tariq ya había besado a alguien, significaba que le pertenecía a alguien más.
-No – negó – no he besado a nadie… aunque mi madre era cortesana, yo creo que eso es algo íntimo y que solo debería hacerse con la persona que uno quiere – suspiró – pero, no es algo que me interese, por eso decidí convertirme en sacerdote – explicó.
-¿Qué es una ‘cartesana’?
El pelinegro se mordió el labio, no podía decirle al Dios a quien veneraba, el trabajo original de su madre.
-Ah, una cortesana es… es una persona que… que atiende una posada – sonrió con nervios.
Keroh entrecerró los ojos, observando la actitud de su acompañante, la manera en que desvió la mirada le hizo darse cuenta que no estaba diciendo la verdad.
-Mientes – dijo con frialdad – no me gustan las mentiras y tú me estás mintiendo – reprochó.
-Mi señor… no… no le miento – negó – es solo que… yo… bueno… – respiró profundamente – una cortesana es… es una persona con un trabajo poco decente… – dijo entre dientes – pero eso no quita que mi madre fuera una buena persona, una excelente madre e hiciera lo mejor para mi – la disculpó con rapidez.
“…una buena persona, una excelente madre e hiciera lo mejor para mi…”
Esas frases hicieron sonreír al rubio, le había gustado la manera en que el otro defendió a su madre; no sabía que era ‘cortesana’, pero, mejor no preguntarle a él, de todos modos, había otra persona que podía responder sus dudas.
-De acuerdo – asintió – entonces, descansa, mañana tocarás más para mí.
Tariq se quedó sin aliento – no puedo quedarme esta noche – negó – si no llego al templo, los demás…
-No puedes irte – Keroh negó – ni siquiera sabes dónde está el templo – se alzó de hombros restándole importancia – y, si no te llevo yo, mis amigos pueden atacarte – explicó recostándose contra el árbol.
-¡¿Sus amigos?! – el menor giró el rostro y observó el agua oscura, por un instante lo notó, los ojos de algunos caimanes brillaban, había más de los que siquiera podía contar.
Dio un par de pasos hacia atrás y negó, realmente estaba atrapado; no sabía dónde estaba, suponía que estaba en la ciénaga, eso era lo más obvio, pero, ciertamente, el lugar exacto sería un verdadero misterio y aunque intentara irse, le daba pánico pensar que los lagartos podían lastimarlo si lo hacía. No tenía otra opción, más que suplicar clemencia; se lanzó al suelo, hincándose frente a su Dios, sin importar llenarse de lodo.
-Mi señor… – dijo a modo de súplica – de verdad, tengo que volver… si los sacerdotes no saben de mi, pueden pensar que me he rendido, abandonando el templo y la idea de ser sacerdote… por favor, déjeme volver – su voz tenía un tinte de desespero – le doy mi palabra que volveré en la noche a las piedras, a tocar la flauta, solo para usted…
-¿Quieres volver? – el rubio lo miró de soslayo – ¿seguro?
-Si… no quiero meterme en problemas…
-Bien – se incorporó y se puso frente a él – dame un beso y te dejo ir.
Tariq sintió que sus mejillas ardían ante esta petición, bajó la mirada, estrujó la túnica y suspiró; le daba vergüenza, pero el otro era un Dios, no tenía nada de malo si era a quien debía adorar. Aún así, era su primer beso, algo muy íntimo que no quería entregarle a nadie, aunado al hecho de que tampoco quería tener contacto con otras personas, por eso le inquietaba un poco; pero, de igual manera, debía sentirse honrado de que su primer beso, fuera para su Dios y, de todas maneras, solo sería eso, un beso. Estaba entre la espada y la pared; por un lado, sus convicciones como persona y por el otro, sus convicciones como sacerdote.
-De… de acuerdo – dijo en un murmullo, aún lleno de dudas – pero… cierre los ojos – pidió.
-¿Por qué? – preguntó el rubio con curiosidad.
-Porque… porque… me da pena… – las mejillas de Tariq se tiñeron de rojo; realmente se sentía sumamente avergonzado.
Keroh se dio cuenta de ese semblante y sonrió, le causó gracia y pensó que se miraba realmente bonito así – bien, los cierro – dijo con rapidez.
La deidad cerró los parpados, esperando, mientras el adolescente tomó aire; jamás había besado a nadie. Había visto a su madre besar a hombres, igualmente, vio a los siervos de la casa de su maestro, mientras se besaban con sus parejas, e incluso, su maestro le dio besos en las mejillas de manera insistente, durante años, pero jamás tocó sus labios; se sentía un poco inquieto y no solo porque era su primer beso, sino que, si no le gustaba a su Dios, podría considerarlo un insulto.
Tariq se acercó a Keroh con lentitud; mientras sus labios se acercaban, el pelinegro cerró los parpados. El contacto se inició y el rubio abrió sus ojos, observando al otro, mientras sus labios estaban unidos.
“…abres la boca y, lo demás es instintivo…” le había dicho Nyrn ese día, así que, él obedecería a su ‘maestro’.
Keroh posó las manos en los hombros del menor y lo sujetó con fuerza; en ese momento, Tariq intentó replicar, pero, el rubio aprovechó para pasar su lengua al interior de la boca del otro. El pelinegro gimió, movió las manos para alejarse, colocándolas en el pecho de Keroh, pero, algo lo detuvo; no era porque el otro fuera un Dios, o la deidad a quien había decidido entregar la vida a su servicio, realmente, le estaba gustando el beso. Era suave, era tierno, un poco atrevido, especialmente la lengua jugando con la suya, pero, le estaba gustando en demasía, tanto, que no quería que terminara y sus manos se aferraron a las ramas y hojas que formaban la ropa del rubio.
Cuando miraba a su madre besar a algunos hombres, en ocasiones, la llegaba a escuchar decir que era desagradable, pero siendo su trabajo, lo hacía sin pensar. Él no podía poner la mente en blanco en ese momento, porque simplemente, no quería hacerlo; si llegaba a ser un sueño, sería uno hermoso que quería recordar lo mejor posible después.
Cuando el rubio se alejó observó el rostro sonrojado del menor; sus ojos bicolor estaban acuosos y respiraba agitado. Tariq se relamió los labios, le había quedado un sabor dulce, y un escalofrío lo cimbró, obligándolo a poner las manos sobre su regazo, tratando de ocultar lo que había despertado en su entrepierna; sabía que eso era ‘pecado’, pues un verdadero sacerdote, debía vivir en celibato, pero, estaba plenamente consciente que no todos seguían esa regla, aún así, el no quería ser un mal sacerdote, pues no quería manchar más la reputación de su familia y apellido.
-Estuvo rico, ¿no crees? – preguntó Keroh y, de igual manera, se relamió los labios, pero no parecía muy emocionado.
-Sí – admitió el pelinegro, sin mirarlo a los ojos.
-Bueno, te llevaré al templo… – se puso de pie y le ofreció la mano – solo así, Wilk, Welk y los demás no te harán nada…
-Gracias… – el pelinegro sonrió con tristeza y aceptó la mano, poniéndose de pie.
-¡Ah! sí – el rubio sonrió – olvidé un pequeño detalle…
-¿Qué…? ¿Qué cosa? – preguntó el menor.
-No puedes saber dónde está este lugar realmente – se alzó de hombros.
Con rapidez, rozó con la punta de su índice la frente de Tariq y el jovencito perdió el conocimiento una vez más.
* * *
Al atardecer, pasaron a asearse antes de la cena; el baño era comunal, así que era compartido por todos a la vez. Tariq se sentía cohibido e igual que el día anterior, se quedó en una esquina, bañándose con rapidez, para que no lo vieran; jamás había compartido con alguien, ni siquiera su alcoba, pues cuando era pequeño, en la pequeña choza que vivía con su madre, ella no permitía que nadie se le acercara cuando llevaba a sus compañeros nocturnos. A pesar de que él siempre se encerraba en las noches en su pequeño cuarto, no podía negar que vio y escuchó cosas que no debía, aunque jamás le reprochó nada a su madre.
Cuando tuvieron la posada, se quedó con una gran habitación en el ático, para él solo; su mamá dejó su trabajo de cortesana, y, aunque ese lugar también servía de taberna, no permitió que alguien se le acercara de manera indecente de nuevo, mucho menos hacia su hijo, a quien cuidaba como si fuese un tesoro. Sucedió lo mismo en casa de Brenio Torsello, quien le dio una habitación para él, aunque solo la ocupaba por algunos días, porque generalmente regresaba a la posada en las noches y, nadie se le acercaba, pues su maestro lo cuidaba más que a sí mismo.
Después de la cena, el pelinegro espero a que todo estuviera en silencio y salió del templo, con la túnica que había usado ese día; no quería usar la segunda ropa de cama que tenía, ni otra túnica, pues aun faltaban un par de días para lavar la ropa. Pero se quitó el medallón, no quería perderlo.
Caminó hacia las piedras sagradas y, al llegar, encendió el farolito que llevaba, buscando alrededor.
-¿Dónde está…? – se preguntó a media voz, caminando por el sendero, alejándose un poco – tal vez, la perdí en el camino de regreso… – musitó con algo de duda, pues no recordaba nada de la noche anterior, después de la ‘alucinación’ que había tenido.
-Si te vas no te devuelvo lo que viniste a buscar…
Tariq se sobresaltó al escuchar esa frase, levantó el farol, y observó alrededor, pero no vio nada, hasta que, cerca de las rocas, un movimiento le hizo poner atención; una cascara de naranja había caído. Levantó la mirada y se dio cuenta que, sentado sobre la roca más alta, estaba Keroh, comiendo una naranja y observando al pelinegro
-Tu flauta – especificó el rubio con una enorme sonrisa, cuando el otro lo miró.
-Mi… mi señor… – susurró el niño y se hincó ante el rubio con rapidez, bajando el rostro sumisamente.
-¿Sabes…? – dijo con indiferencia, mientras comía otro gajo de naranja – hoy hablé con Skoll y, me explicó lo que era esta cosa realmente – agarró el objeto que estaba sobre sus piernas y lo giró en su mano – un instrumento musical – sonrió – me gusta y, si tú lo sabes tocar, me gustas – sentenció.
-Ah, mi… mi señor – el menor tembló al ver como el otro jugaba con la flauta, con tan poco cuidado – si quiere que toque para usted, lo hago, pero… pero… por favor… – movió las manos como si quisiera calmar a un animal – le suplico que, tenga un poco de cuidado con ella… por favor…
Keroh levantó la ceja, observó la flauta y sonrió – bien… – dio un salto y bajó de la roca – toca – ordenó entregando la flauta.
Tariq respiró aliviado al tener el delicado tubo tallado entre sus dedos; aunque el esculpido no estuviese terminado, era un tesoro para él, ya que era lo único que tenía de su padre.
-Empieza… – Keroh se sentó frente a él, en flor de loto y empezó a quitar la cascará de otra naranja.
El pelinegro dejó el farolillo en el piso y nuevamente se irguió – Ah… ¿qué…? ¿Qué le gustaría que tocara? – preguntó con nervios, pues realmente no sabía qué podía gustarle a la deidad.
-No sé – sonrió – lo de ayer me gustó mucho – dijo con emoción – algo como eso, estaría bien, pero sino, otra cosa… no importa, solo toca.
-Bu… bueno – Tariq frunció el ceño y se mordió el labio nerviosamente; no sabía cómo complacer a su Dios, además, no se sentía lo suficientemente preparado para tocar delante de alguien tan importante.
Se quedó de pie, porque no se atrevió a tomar asiento frente al otro, e inició la canción, moviendo los delicados dedos y perdiéndose, él mismo, en el sonido de las notas musicales.
Keroh lo observaba con detenimiento, emocionado por el sonido.
“Algunas personas saben tocar instrumentos, pero muy pocos pueden crear hermosas canciones, si ese chico sabe tocar la flauta y te gustó lo que escuchaste, seguramente tiene un talento sin igual y eso, podría hacerlo una persona especial, no deberías desaprovechar la oportunidad…”
Esas fueron las palabras de Skoll, cuando habló con él durante el día y ahora que volvía a escuchar a su sacerdote tocar, podía decir lo que sentía, sin duda alguna.
-Me gusta – dijo el rubio con emoción – me gusta mucho…
Momentos después, Tariq terminó la melodía; alejó la flauta de su boca y relamió sus labios.
-Dame más música – pidió Keroh.
-Ah, mi señor – el pelinegro sonrió con nervios – me gustaría complacerlo, pero es tarde – se excusó – debo volver a mi cama… si gusta, mañana podría…
-No quiero mañana – la deidad se negó y de un salto se puso de pie.
Tariq lo miró hacia arriba, pues, el otro era ligeramente más alto que él.
-Quiero que toques para mí, toda la noche.
-Pero… – el menor pasó saliva – si me descubren fuera, podrían regañarme…
-Soy el Dios de la ciénaga – el rubio entrecerró los ojos – y quiero que toques para mí – dijo con seriedad, tratando de imitar la actitud que sus hermanos normalmente tenían como deidades – así que, lo harás.
Keroh movió su mano con rapidez y, la punta de su índice tocó la frente de su sacerdote; Tariq no comprendió la acción, pero, cuando el Dios alejó la mano, sintió un mareo.
-¿Qué…? ¿Qué pasa? – preguntó a media voz, sintiendo que sus piernas le flaqueaban.
-Mi hermano Nyrn dijo que… – Keroh lo sujetó de la muñeca, evitando que cayera – si no querías ir conmigo, te robara – sonrió, aunque el pelinegro no podía distinguirlo ya, pues sus parpados se cerraban con pesadez – eso haré…
Fue lo último que escuchó Tariq, antes de perder el conocimiento.
* * *
El sonido del canto de las ranas se escuchaba insistente; Tariq se removió en el lecho, pasó la mano por su cabello y abrió los parpados lentamente. Lo único que vio, fueron las ramas de un enorme árbol, del cual colgaban muchas lianas y frutos que parecían manzanas, en un color amarillo, casi dorado, como si fuesen de oro.
Se incorporó con lentitud, aún estaba algo mareado. Observó alrededor, había luz gracias a algunas luciérnagas y plantas que brillaban con intensidad; sintió la suavidad bajo él y se dio cuenta que era una especie de cama de hojas y musgo; a pesar de eso, era mucho más acogedor que la cama que usaba en el templo.
-¡Despertaste!
El grito sobresaltó al pelinegro y más, cuando vio el rostro de Keroh cerca de él, ya que el Dios se había colgado con sus piernas, de una rama.
-¿Tienes hambre? – preguntó con una enorme sonrisa – tengo fruta… – le acercó una manzana – ¡¿quieres comer mi fruta?! – su voz sonaba emocionada.
-Ah… gra… gracias – dijo el menor, agarrando la manzana con algo de precaución.
Tariq no creía que lo quisiera envenenar, pero, tampoco entendía cuáles eran sus verdaderas intenciones al ofrecerle una manzana tan de repente; Keroh no se movió, tenía sus ojos castaños fijos en el rostro del otro, parecía expectante.
El pelinegro acercó la manzana a su boca y le dio una mordida. La fruta era jugosa, dulce y crujiente; jamás había comido una manzana tan deliciosa en su vida.
-Rico… – dijo en un susurro.
-¡¿Te gustó?! – el rubio se soltó del árbol, pero las lianas del mismo lo sostuvieron para que no cayera, con pericia se giró y quedó frente a su invitado – eso significa que te gusto también – dijo sin dudar, colocando una mano en su pecho y acercando su rostro al del chico – ¿quieres tener una semilla conmigo?
-Ah… – Tariq pasó saliva – se… seguimos hablando de la manzana, ¿verdad? – preguntó con nervios, y tratando de alejarse un poco, pero era imposible, ya que la deidad no parecía tener concepto de ‘espacio personal’.
-Las manzanas son mías – sonrió Keroh – así que, te estás comiendo mis manzanas – se señaló con suficiencia – y dijiste que está rico, igual que Skoll le dijo a mi hermano Nyrn y si Skoll es el único que come los duraznos de Nyrn y tiene sus semillas, entonces tu eres adecuado para mí – dijo como si fuera lo más obvio del mundo.
Tariq parpadeo confundido, no entendía nada de lo que el otro hablaba.
-Oh, perdón… – la deidad negó – olvidé lo más importante… – arrugó la nariz – el amor… – soltó el aire hacia arriba con frustración, moviendo los mechones de su cabello rubio – ¡pero no importa! – negó – tu come mi manzana, me tocas una canción, mañana te enamoras de mi y pasado ponemos una semilla, ¿te parece?
-Creo que… creo que no lo entiendo… – el pelinegro estaba más confundido que antes.
El rubio hizo un mohín, era complicado explicarle al otro – comete la manzana primero – ordenó.
Tariq suspiró, pero no podía negarse a eso; dio otra mordida a la fruta e inconscientemente sonrió. Keroh lo observaba con curiosidad y movió su mano hasta quitar del rostro unos mechones negros.
-¿Por qué tienes ojos raros? – preguntó.
-¿Raros? – Tariq relamió sus labios – ah, bueno, es una condición diferente a lo normal – sonrió nervioso – le llaman heterocromía – explicó – y por eso tengo un ojo de un color y otro de otro – se alzó de hombros – mi mamá dijo que era una bendición, porque así tenía un ojo como mi padre – señaló su ojo derecho, el cual era verde – y otro de ella – señaló el izquierdo, castaño.
-Es bonito – Keroh sonrió – yo tengo el color de ojos y piel de mi mamá – señaló su rostro – pero mi cabello es como mi padre, aunque realmente no lo conocí – se alzó de hombros.
-Yo tampoco conocí a mi papá – dijo el pelinegro.
-Te llamas Tariq, ¿cierto? – Keroh levantó una ceja.
-Mjú – asintió el aludido, pues tenía un trozo de manzana en la boca.
-Bien, Tariq, después de que comas la manzana, quiero escuchar música – le entregó la flauta y se sentó a un lado, mientras las lianas de su árbol, le llevaban un par de naranjas, que estaban en una canasta, cerca de ahí.
-Ah… ¿usted no come manzanas? – preguntó el menor.
-No me voy a comer mis manzanas – Keroh levantó una ceja – eso no es correcto…
El pelinegro frunció el ceño, no entendía por qué sería incorrecto – las naranjas… son… son del huerto del templo, ¿cierto?
-Sí – admitió el Dios.
-Entonces, ¿usted es quien se las roba?
-Yo no las robo – negó, sintiéndose ofendido – el huerto tiene mi bendición, así que las naranjas son realmente mías – dijo con toda seguridad.
-Bueno, pero… ah, los sacerdotes creen que las roba alguien más – dijo con vergüenza.
-Lo sé – asintió el rubio – pero no puedo aparecer frente a ellos y decirles que soy yo, eso está prohibido – sentenció – mis hermanos se molestarían conmigo si me hago presente sin una razón realmente importante y, aunque las naranjas me gustan, no son tan importantes – dijo como si el otro apenas se enterara de esa aclaración.
-Y si está prohibido, ¿por qué…? ¿Por qué apareció frente a mí?
-Porque tú me gustas – sonrió el rubio.
Las mejillas de Tariq se tiñeron de rojo ante esa declaración tan directa, pero, la mirada fija de su Dios, sobre su rostro, consiguió que se pusiera nervioso, así que bajó el rostro y siguió comiendo la manzana. El rubio no era la primera persona que le decía que le gustaba al menor, ni tampoco el primer varón, pero, por alguna razón, esa mirada y la manera tan inocente en que se lo dijo, le ocasionó una sensación extraña en la boca del estómago, que jamás había sentido; era extraño, pues no se imaginó algo así, aunque en el fondo, le agradaba la sensación
Después de comer un par de manzanas, Tariq tocó algunas canciones en la flauta. Keroh estaba feliz, a su lado, escuchando la música; tanto, que ordenó a los animales que no hicieran ruido, para poder escuchar solo el sonido de las melodías.
El pelinegro no tenía noción del tiempo, pero, llegó un momento en que el cansancio lo sorprendió.
-Creo que… debo volver al templo – anunció, después de que un bostezo lo interrumpiera.
-¿Por qué? – preguntó el Dios.
-Porque si no lo hago, se preocuparán por mi…
-No vas a irte – negó el rubio y se cruzó de brazos, haciendo un berrinche infantil.
-Mi señor – el pelinegro pasó saliva, lo que menos quería era enojar a su Dios – si gusta, yo más tarde puedo tocar en las rocas sagradas, para usted…
-No quiero que te vayas – sentenció – quiero que te quedes, te enamores de mi y podamos poner una semilla – repitió lo que había dicho antes.
De nuevo, la frase confundió al menor.
-¿Por qué quiere que me enamore de usted? – preguntó con precaución.
-Porque si no hay amor, no hay germinación y, si no hay germinación, no hay semilla para plantar – explicó el otro.
-Creo que… no lo entiendo…
Keroh abrió la boca, pero no dijo nada, desvió la mirada y luego pasó la mano por su cabello, como si estuviera tratando de recordar algo.
-¿Mi señor? – el pelinegro lo miró de soslayo.
-¿Sabes cómo se prueba a una persona?
-¿Probar? – Tariq se sentía perdido, realmente no comprendía las palabras de la deidad, era como si hablaran en idiomas distintos.
-Sí, Nyrn dijo que era ‘besar’.
-¿Besar? – repitió el menor – sí, sé lo que es eso, ¿por qué?
-¿Has besado a alguien? – el rostro de Keroh se ensombreció.
El rubio sabía solo lo que su hermano le había dicho y, según Nyrn, si un humano besaba a una persona o era probado por alguien, era que le pertenecía; con esa primicia, entonces, si Tariq ya había besado a alguien, significaba que le pertenecía a alguien más.
-No – negó – no he besado a nadie… aunque mi madre era cortesana, yo creo que eso es algo íntimo y que solo debería hacerse con la persona que uno quiere – suspiró – pero, no es algo que me interese, por eso decidí convertirme en sacerdote – explicó.
-¿Qué es una ‘cartesana’?
El pelinegro se mordió el labio, no podía decirle al Dios a quien veneraba, el trabajo original de su madre.
-Ah, una cortesana es… es una persona que… que atiende una posada – sonrió con nervios.
Keroh entrecerró los ojos, observando la actitud de su acompañante, la manera en que desvió la mirada le hizo darse cuenta que no estaba diciendo la verdad.
-Mientes – dijo con frialdad – no me gustan las mentiras y tú me estás mintiendo – reprochó.
-Mi señor… no… no le miento – negó – es solo que… yo… bueno… – respiró profundamente – una cortesana es… es una persona con un trabajo poco decente… – dijo entre dientes – pero eso no quita que mi madre fuera una buena persona, una excelente madre e hiciera lo mejor para mi – la disculpó con rapidez.
“…una buena persona, una excelente madre e hiciera lo mejor para mi…”
Esas frases hicieron sonreír al rubio, le había gustado la manera en que el otro defendió a su madre; no sabía que era ‘cortesana’, pero, mejor no preguntarle a él, de todos modos, había otra persona que podía responder sus dudas.
-De acuerdo – asintió – entonces, descansa, mañana tocarás más para mí.
Tariq se quedó sin aliento – no puedo quedarme esta noche – negó – si no llego al templo, los demás…
-No puedes irte – Keroh negó – ni siquiera sabes dónde está el templo – se alzó de hombros restándole importancia – y, si no te llevo yo, mis amigos pueden atacarte – explicó recostándose contra el árbol.
-¡¿Sus amigos?! – el menor giró el rostro y observó el agua oscura, por un instante lo notó, los ojos de algunos caimanes brillaban, había más de los que siquiera podía contar.
Dio un par de pasos hacia atrás y negó, realmente estaba atrapado; no sabía dónde estaba, suponía que estaba en la ciénaga, eso era lo más obvio, pero, ciertamente, el lugar exacto sería un verdadero misterio y aunque intentara irse, le daba pánico pensar que los lagartos podían lastimarlo si lo hacía. No tenía otra opción, más que suplicar clemencia; se lanzó al suelo, hincándose frente a su Dios, sin importar llenarse de lodo.
-Mi señor… – dijo a modo de súplica – de verdad, tengo que volver… si los sacerdotes no saben de mi, pueden pensar que me he rendido, abandonando el templo y la idea de ser sacerdote… por favor, déjeme volver – su voz tenía un tinte de desespero – le doy mi palabra que volveré en la noche a las piedras, a tocar la flauta, solo para usted…
-¿Quieres volver? – el rubio lo miró de soslayo – ¿seguro?
-Si… no quiero meterme en problemas…
-Bien – se incorporó y se puso frente a él – dame un beso y te dejo ir.
Tariq sintió que sus mejillas ardían ante esta petición, bajó la mirada, estrujó la túnica y suspiró; le daba vergüenza, pero el otro era un Dios, no tenía nada de malo si era a quien debía adorar. Aún así, era su primer beso, algo muy íntimo que no quería entregarle a nadie, aunado al hecho de que tampoco quería tener contacto con otras personas, por eso le inquietaba un poco; pero, de igual manera, debía sentirse honrado de que su primer beso, fuera para su Dios y, de todas maneras, solo sería eso, un beso. Estaba entre la espada y la pared; por un lado, sus convicciones como persona y por el otro, sus convicciones como sacerdote.
-De… de acuerdo – dijo en un murmullo, aún lleno de dudas – pero… cierre los ojos – pidió.
-¿Por qué? – preguntó el rubio con curiosidad.
-Porque… porque… me da pena… – las mejillas de Tariq se tiñeron de rojo; realmente se sentía sumamente avergonzado.
Keroh se dio cuenta de ese semblante y sonrió, le causó gracia y pensó que se miraba realmente bonito así – bien, los cierro – dijo con rapidez.
La deidad cerró los parpados, esperando, mientras el adolescente tomó aire; jamás había besado a nadie. Había visto a su madre besar a hombres, igualmente, vio a los siervos de la casa de su maestro, mientras se besaban con sus parejas, e incluso, su maestro le dio besos en las mejillas de manera insistente, durante años, pero jamás tocó sus labios; se sentía un poco inquieto y no solo porque era su primer beso, sino que, si no le gustaba a su Dios, podría considerarlo un insulto.
Tariq se acercó a Keroh con lentitud; mientras sus labios se acercaban, el pelinegro cerró los parpados. El contacto se inició y el rubio abrió sus ojos, observando al otro, mientras sus labios estaban unidos.
“…abres la boca y, lo demás es instintivo…” le había dicho Nyrn ese día, así que, él obedecería a su ‘maestro’.
Keroh posó las manos en los hombros del menor y lo sujetó con fuerza; en ese momento, Tariq intentó replicar, pero, el rubio aprovechó para pasar su lengua al interior de la boca del otro. El pelinegro gimió, movió las manos para alejarse, colocándolas en el pecho de Keroh, pero, algo lo detuvo; no era porque el otro fuera un Dios, o la deidad a quien había decidido entregar la vida a su servicio, realmente, le estaba gustando el beso. Era suave, era tierno, un poco atrevido, especialmente la lengua jugando con la suya, pero, le estaba gustando en demasía, tanto, que no quería que terminara y sus manos se aferraron a las ramas y hojas que formaban la ropa del rubio.
Cuando miraba a su madre besar a algunos hombres, en ocasiones, la llegaba a escuchar decir que era desagradable, pero siendo su trabajo, lo hacía sin pensar. Él no podía poner la mente en blanco en ese momento, porque simplemente, no quería hacerlo; si llegaba a ser un sueño, sería uno hermoso que quería recordar lo mejor posible después.
Cuando el rubio se alejó observó el rostro sonrojado del menor; sus ojos bicolor estaban acuosos y respiraba agitado. Tariq se relamió los labios, le había quedado un sabor dulce, y un escalofrío lo cimbró, obligándolo a poner las manos sobre su regazo, tratando de ocultar lo que había despertado en su entrepierna; sabía que eso era ‘pecado’, pues un verdadero sacerdote, debía vivir en celibato, pero, estaba plenamente consciente que no todos seguían esa regla, aún así, el no quería ser un mal sacerdote, pues no quería manchar más la reputación de su familia y apellido.
-Estuvo rico, ¿no crees? – preguntó Keroh y, de igual manera, se relamió los labios, pero no parecía muy emocionado.
-Sí – admitió el pelinegro, sin mirarlo a los ojos.
-Bueno, te llevaré al templo… – se puso de pie y le ofreció la mano – solo así, Wilk, Welk y los demás no te harán nada…
-Gracias… – el pelinegro sonrió con tristeza y aceptó la mano, poniéndose de pie.
-¡Ah! sí – el rubio sonrió – olvidé un pequeño detalle…
-¿Qué…? ¿Qué cosa? – preguntó el menor.
-No puedes saber dónde está este lugar realmente – se alzó de hombros.
Con rapidez, rozó con la punta de su índice la frente de Tariq y el jovencito perdió el conocimiento una vez más.
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