Capítulo IV
Tariq no quiso cenar, con ello, Hark tuvo que explicarle a Kofjar que el niño había estado en una reunión con el anterior sumo sacerdote y sus hijos, pero no se había enterado de lo que había ocurrido. El anciano decidió darle esa noche al menor, para que se relajara, y, al día siguiente, le preguntaría lo qué había ocurrido.
Después de asearse, el pelinegro fue directamente a su cama, pues lo que había ocurrido lo había entristecido, al recordar a su madre; se sumió en el sueño con rapidez, pero, en medio de la inconsciencia, los recuerdos de la noche del incendio lo asaltaron.
Los gritos de su madre, aún antes de que empezara el fuego, le dolían; él no podía hacer nada, porque ella le había suplicado que no se mostrara o podían matarlo. Aún así, él casi muere por el humo, pero, como su madre le dijo, debía creer en que el dios de la ciénaga podía ayudarlo si confiaba en él y fue gracias a esa fe, que encontró la manera de salir, solo con una pequeña herida en su pierna; él quedó fuera del alcance de las llamas, pero pudo escuchar los gritos de su madre, al morir quemada.
El menor abrió los ojos de golpe y pasó saliva con dificultad; su cuerpo estaba sudoroso y respiraba agitado, el sueño lo había alterado completamente. Necesitaba aire y, aunque sabía que no debía salir del templo en la noche, porque era más propenso a sufrir un ataque de los animales de la ciénaga, tenía que hacerlo; era la única manera en que estaría en paz. Antes de salir de la habitación, buscó entre sus pertenencias y, después de encontrar lo que quería, salió con sigilo de ahí.
Iba con la ropa que usaba para dormir y la tela era muy ligera, además de un par de zapatos sencillos, lo que le daba un aire casi fantasmal, mientras se movía por el sendero. Debido a que había luciérnagas y la luz de la luna aun era suficiente, pudo llegar a las rocas sagradas sin mucho problema.
Se hincó en un extremo, pues estaba consciente que el lugar del centro era solo para la suma sacerdotisa y empezó a orar, estrujando entre sus manos, el medallón que siempre portaba, aunque nadie lo notara.
-Señor de la ciénaga – suspiró – mi señor Keroh – llamó con vehemencia – usted que puede escuchar a cualquiera y bendecir a quien lo merezca, escuche mi voz… – un sollozo lo invadió – quiero dejar de soñar con esa noche, necesito descansar – suplicó – no quiero sufrir más – su voz se quebró – por favor… sufrí la perdida de mi madre, no quiero seguir sufriendo noche a noche, a causa de mis recuerdos…
Abrió los parpados, miró hacia el cielo y una lágrima resbaló por su mejilla; se quedó un momento más, orando en débiles murmullos, como había aprendido en su ciudad natal, pues no conocía aún los canticos que lo sacerdotes del templo realizaban.
Después de varios minutos se sentó y, sacó de entre sus ropas, un tubo con pequeños orificios, hecho de un material blanco y reluciente; una delicada flauta tallada y hecha en marfil, el único objeto que tenía como herencia de su padre.
Había pasado mucho tiempo practicando, hasta que pudo tocar una canción en esa pieza tan única y especial; por ello, les prometió a su madre y a su tutor, que nadie sabría que la tenía, pues realmente debía valer una fortuna.
El pelinegro cerró sus ojos y acercó el instrumento a su boca, tocando la canción que a su madre más le gustaba en vida; ahora que ella no estaba, cuando lo hacía, sentía que estaba cerca de él y, eso lo reconfortaba.
* * *
Keroh estaba jugando entre los pantanos, recorriendo la ciénaga, y ensuciándose de lodo al correr y saltar entre los charcos y el fango. También, fue a revisar la zona dónde estaban sus flores de sangre; aunque las preparaba cada luna llena, pocas flores reventaban, lo que indicaba que el pequeño rubio, realmente no era feliz, por más que lo tratara de demostrar. Y en esa ocasión no era diferente, todas seguían en capullos y posiblemente, se desprenderían sin abrir siquiera.
Después pasó por la zona de las orquídeas y se dio cuenta que todas habían florecido completamente.
-No está nada mal – rió – ¿no creen, Wilk, Welk? – preguntó para los lagartos que nunca lo dejaban solo – debemos pensar dónde vamos a poner más de estas – señaló las plantas – cuando venga Neyr, quiero que haya por todos lados – hizo ademán con sus manos señalando los alrededores – y…
Una ráfaga de viento llegó hasta él. Guardó silencio y su respiración se agitó; pasó saliva y frunció el ceño tratando de poner atención.
-Una… ¿una plegaria? – preguntó aún sin creerlo.
Una vez más, el viento lo envolvió y la volvió a escuchar.
“…mi señor Keroh…”
-¡Lo es! – dijo con emoción – ¡Jer! – gritó y del fondo del pantano, su tortuga se asomó – tengo una plegaria, ¡una verdadera!
La tortuga y los lagartos no parecían entender a qué se refería su señor.
-Vamos, Wilk, Welk – Keroh empezó a correr con rapidez – ¡debo atender esa plegaria!
Sus ‘mascotas’ lo siguieron a su ritmo, pues nadaban más lento de lo que Keroh se movía, así que, tardarían más en llegar.
Keroh siguió las indicaciones del viento, y le extrañó que lo guiara hacia las rocas sagradas, pues tenía tiempo que no escuchaba una verdadera plegaria, la ultima ni siquiera había sido de uno de sus sacerdotes; antes de llegar, empezó a escuchar un sonido que nunca antes había conocido, algo que jamás había oído en toda su existencia.
-¿Qué es…? – se preguntó curioso y se escondió tras unos árboles que estaban cerca de las rocas, no eran tantos como en el bosque de Nyrn, pero gracias a la neblina, eso no era problema, él podía esconderse de igual manera que su hermano mayor, sin ser detectado.
El sonido era delicado, suave, sutil, algo que lo relajaba y le obligó a cerrar los ojos; su cuerpo se movió automáticamente, como si eso que escuchaba lo moviera al compás y lo hizo sonreír. Realmente le gustaba.
Después de un momento, se acercó con sigilo, y alcanzó a ver con más claridad al joven de cabello negro, sentado frente a las rocas, con algo raro entre sus manos y, de esa cosa extraña para él, salía ese sonido.
Keroh se debatía entre mostrarse o no; sabía que no debía hacerlo, pues el otro ni siquiera era de su familia guardiana; pero, tenía curiosidad de saber qué era lo que hacía y, especialmente, cómo lo hacía.
Momentos después, el silencio reinó.
-Madre… – suspiró el pelinegro – trataré de ser un buen sacerdote – sonrió con tristeza – solo espero que nuestro Dios, me acepte como tal… aún con mi pasado y el tuyo – musitó.
Tariq se puso de pie con lentitud, era momento de volver al templo, ya había pasado mucho tiempo fuera de él y no podía arriesgarse a que lo descubrieran.
Keroh frunció el ceño, no le agradaba que detuviera el sonido, así que no podía dejarlo ir; chasqueó los dedos y un par de serpientes se movieron con rapidez, hasta llegar tras el extraño chico.
Tariq hizo una reverencia ante las rocas y guardó la flauta entre su ropa, pero, al darse vuelta, se dio cuenta de las serpientes, gracias a la luz de la luna, y el siseo de los animales.
-¡¿Qué…?! – su cuerpo tembló al ver esos seres ponzoñosos ir hacia él y dio un par de pasos hacia atrás, tratando de alejarse de ellos.
Cuando estuvo en el centro de las rocas, las serpientes se alejaron.
El menor volvió a respirar al ver a los animales alejarse, ya que había contenido la respiración – ¿qué fue…? ¿Qué fue eso? – se preguntó confundido y asustado.
“…Hazlo de nuevo…” la voz se escuchó como un eco.
Tariq se asustó y miró hacia todos lados – ¿quién…? ¿Quién es? – preguntó con miedo.
“…Hazlo de nuevo…” repitió y sonaba ansioso.
-¿Qué…? ¿Qué cosa? – preguntó, tratando de sobreponerse, tratando de pensar que podía ser alguno de los sacerdotes del templo.
“…Lo que hacías antes, con esa cosa que guardaste, ¡hazlo!...”
-¿La flauta? – dijo aún extrañado, pero movió la mano y sacó el instrumento; aunque dudó por un instante, volvió a tocar una vez más unas cuantas notas.
-Flauta… – susurró el rubio, tras el chico, pues con rapidez había llegado hasta él, para poder ver más de cerca ese extraño objeto.
Tariq se giró y, al ver al joven rubio con piel verde y algunas manchas de fango en su rostro y extremidades, dio un par de pasos hacia atrás, sorprendido; cayó de espaldas y soltó la flauta que rodó un poco más lejos.
Keroh no le puso atención al jovencito, se acercó con curiosidad al objeto y lo recogió, acercándolo a su boca, tratando de hacer lo que el otro había hecho, pero aunque pudo sacar un sonido, no era igual y a su parecer, tampoco tan bonito.
-¿Por qué no funciona? – preguntó haciendo un mohín – dime… – clavó su mirada castaña en el otro, que aún estaba en el piso, observándolo con incredulidad – ¿por qué no sirve conmigo? ¿Se descompuso?
-Ah… – el pelinegro quiso decir algo pero sentía la garganta seca – ah… – carraspeó – es… es que… se debe saber tocar…
-La estoy tocando – señaló con su índice, el lugar donde la estaba sujetando con su otra mano.
-No… – negó el otro – me refiero a… las notas… la… la música…
-Música… – repitió – ¡dame música! – extendió el brazo, acercando el objeto a su dueño.
-Usted es… – el pelinegro no recibió la flauta, tenía su mirada fija en el rostro del rubio – usted es… el Dios de la ciénaga – su voz tembló – usted es, ¿el Dios Keroh?
-Sí – dijo un poco molesto, era obvia la respuesta, al menos para él – ahora, dame más música – sonrió – anda, quiero escuchar…
Tariq no sabía cómo reaccionar, pero movió con algo de duda su mano y sujetó la flauta; se incorporó un poco para sentarse y empezó a tocar una vez más la melodía. Los ojos de Keroh brillaron y se sentó frente al otro, en flor de loto, recargó los codos en sus rodillas y descansó su rostro en las palmas; sus ojos castaños estaban fijos en los movimientos de los dedos del jovencito, pero mantenía una sonrisa emocionada al escuchar ese sonido.
El pelinegro lo mirada de reojo, realmente debía ser un sueño, y, siendo de esa manera, solo podía dejarse llevar, pero, aunque lo intentó, algo detuvo su interpretación de forma abrupta.
Un par de enormes lagartos se acercaban por detrás del rubio y Tariq empezó a temblar; soltó la flauta y trató de alejarse.
-¿Por qué te detienes? – preguntó Keroh con molestia.
Los ojos bicolor solo mostraban terror, mientras intentaba arrastrarse lejos de ahí; entonces, uno de esos cocodrilos llegó al lado del rubio y abrió sus enormes fauces. Tariq quiso gritar, tratar de advertirle al otro, del inminente ataque del animal, pero no pudo; el miedo era tal que perdió el conocimiento.
Keroh se sorprendió y se acercó al otro – ¡ey! ¿estás bien? – preguntó, pero no recibió respuesta – creo que lo asustaste, Wilk – entrecerró los ojos y el animal pareció bajar su plana cabeza, colocándola completamente en el suelo, a modo de disculpa, mientras su compañero, movió la cola y le golpeó el cuerpo con ella, como un castigo – ahora ya no podrá darme más música, por hoy – suspiró.
El rubio se inclinó hasta el rostro del menor y lo observó con detenimiento, movió la mano y quitó algunos mechones de cabello negro que cubrían ligeramente el rostro blanco del otro.
-Es bonito – sonrió – mucho más que los que pertenecen a mi familia guardiana…
Se inclinó aún más y olfateó el rostro del menor, después, se acercó a la boca, percibiendo el aroma del aliento.
-Dulce… – susurró – no como mis flores de sangre – dijo con suavidad, recordando lo que alguna vez dijo Nyrn que le atraía de Skoll – pero huele rico – aseguró – ¿quién será? – hizo un mohín – no lo había visto antes y es el primero, en años, que me hace una plegaria tan sincera aquí…
El sonido de los grillos se escuchó con fuerza; Keroh puso atención y entendió rápidamente lo que decían, enterándolo de las novedades.
-Así que… nuevo sacerdote – levantó una ceja – pues, me gusta mi nuevo sacerdote – dijo con emoción – especialmente por esto – estiró la mano y sujetó la flauta – aunque no sé qué es con exactitud… toma Welk, cuídalo – le lanzó el objeto a uno de sus cocodrilos, quien lo atrapó entre sus fauces – yo, tengo que llevar a Tariq a su cama…
* * *
Tariq no quiso cenar, con ello, Hark tuvo que explicarle a Kofjar que el niño había estado en una reunión con el anterior sumo sacerdote y sus hijos, pero no se había enterado de lo que había ocurrido. El anciano decidió darle esa noche al menor, para que se relajara, y, al día siguiente, le preguntaría lo qué había ocurrido.
Después de asearse, el pelinegro fue directamente a su cama, pues lo que había ocurrido lo había entristecido, al recordar a su madre; se sumió en el sueño con rapidez, pero, en medio de la inconsciencia, los recuerdos de la noche del incendio lo asaltaron.
Los gritos de su madre, aún antes de que empezara el fuego, le dolían; él no podía hacer nada, porque ella le había suplicado que no se mostrara o podían matarlo. Aún así, él casi muere por el humo, pero, como su madre le dijo, debía creer en que el dios de la ciénaga podía ayudarlo si confiaba en él y fue gracias a esa fe, que encontró la manera de salir, solo con una pequeña herida en su pierna; él quedó fuera del alcance de las llamas, pero pudo escuchar los gritos de su madre, al morir quemada.
El menor abrió los ojos de golpe y pasó saliva con dificultad; su cuerpo estaba sudoroso y respiraba agitado, el sueño lo había alterado completamente. Necesitaba aire y, aunque sabía que no debía salir del templo en la noche, porque era más propenso a sufrir un ataque de los animales de la ciénaga, tenía que hacerlo; era la única manera en que estaría en paz. Antes de salir de la habitación, buscó entre sus pertenencias y, después de encontrar lo que quería, salió con sigilo de ahí.
Iba con la ropa que usaba para dormir y la tela era muy ligera, además de un par de zapatos sencillos, lo que le daba un aire casi fantasmal, mientras se movía por el sendero. Debido a que había luciérnagas y la luz de la luna aun era suficiente, pudo llegar a las rocas sagradas sin mucho problema.
Se hincó en un extremo, pues estaba consciente que el lugar del centro era solo para la suma sacerdotisa y empezó a orar, estrujando entre sus manos, el medallón que siempre portaba, aunque nadie lo notara.
-Señor de la ciénaga – suspiró – mi señor Keroh – llamó con vehemencia – usted que puede escuchar a cualquiera y bendecir a quien lo merezca, escuche mi voz… – un sollozo lo invadió – quiero dejar de soñar con esa noche, necesito descansar – suplicó – no quiero sufrir más – su voz se quebró – por favor… sufrí la perdida de mi madre, no quiero seguir sufriendo noche a noche, a causa de mis recuerdos…
Abrió los parpados, miró hacia el cielo y una lágrima resbaló por su mejilla; se quedó un momento más, orando en débiles murmullos, como había aprendido en su ciudad natal, pues no conocía aún los canticos que lo sacerdotes del templo realizaban.
Después de varios minutos se sentó y, sacó de entre sus ropas, un tubo con pequeños orificios, hecho de un material blanco y reluciente; una delicada flauta tallada y hecha en marfil, el único objeto que tenía como herencia de su padre.
Había pasado mucho tiempo practicando, hasta que pudo tocar una canción en esa pieza tan única y especial; por ello, les prometió a su madre y a su tutor, que nadie sabría que la tenía, pues realmente debía valer una fortuna.
El pelinegro cerró sus ojos y acercó el instrumento a su boca, tocando la canción que a su madre más le gustaba en vida; ahora que ella no estaba, cuando lo hacía, sentía que estaba cerca de él y, eso lo reconfortaba.
* * *
Keroh estaba jugando entre los pantanos, recorriendo la ciénaga, y ensuciándose de lodo al correr y saltar entre los charcos y el fango. También, fue a revisar la zona dónde estaban sus flores de sangre; aunque las preparaba cada luna llena, pocas flores reventaban, lo que indicaba que el pequeño rubio, realmente no era feliz, por más que lo tratara de demostrar. Y en esa ocasión no era diferente, todas seguían en capullos y posiblemente, se desprenderían sin abrir siquiera.
Después pasó por la zona de las orquídeas y se dio cuenta que todas habían florecido completamente.
-No está nada mal – rió – ¿no creen, Wilk, Welk? – preguntó para los lagartos que nunca lo dejaban solo – debemos pensar dónde vamos a poner más de estas – señaló las plantas – cuando venga Neyr, quiero que haya por todos lados – hizo ademán con sus manos señalando los alrededores – y…
Una ráfaga de viento llegó hasta él. Guardó silencio y su respiración se agitó; pasó saliva y frunció el ceño tratando de poner atención.
-Una… ¿una plegaria? – preguntó aún sin creerlo.
Una vez más, el viento lo envolvió y la volvió a escuchar.
“…mi señor Keroh…”
-¡Lo es! – dijo con emoción – ¡Jer! – gritó y del fondo del pantano, su tortuga se asomó – tengo una plegaria, ¡una verdadera!
La tortuga y los lagartos no parecían entender a qué se refería su señor.
-Vamos, Wilk, Welk – Keroh empezó a correr con rapidez – ¡debo atender esa plegaria!
Sus ‘mascotas’ lo siguieron a su ritmo, pues nadaban más lento de lo que Keroh se movía, así que, tardarían más en llegar.
Keroh siguió las indicaciones del viento, y le extrañó que lo guiara hacia las rocas sagradas, pues tenía tiempo que no escuchaba una verdadera plegaria, la ultima ni siquiera había sido de uno de sus sacerdotes; antes de llegar, empezó a escuchar un sonido que nunca antes había conocido, algo que jamás había oído en toda su existencia.
-¿Qué es…? – se preguntó curioso y se escondió tras unos árboles que estaban cerca de las rocas, no eran tantos como en el bosque de Nyrn, pero gracias a la neblina, eso no era problema, él podía esconderse de igual manera que su hermano mayor, sin ser detectado.
El sonido era delicado, suave, sutil, algo que lo relajaba y le obligó a cerrar los ojos; su cuerpo se movió automáticamente, como si eso que escuchaba lo moviera al compás y lo hizo sonreír. Realmente le gustaba.
Después de un momento, se acercó con sigilo, y alcanzó a ver con más claridad al joven de cabello negro, sentado frente a las rocas, con algo raro entre sus manos y, de esa cosa extraña para él, salía ese sonido.
Keroh se debatía entre mostrarse o no; sabía que no debía hacerlo, pues el otro ni siquiera era de su familia guardiana; pero, tenía curiosidad de saber qué era lo que hacía y, especialmente, cómo lo hacía.
Momentos después, el silencio reinó.
-Madre… – suspiró el pelinegro – trataré de ser un buen sacerdote – sonrió con tristeza – solo espero que nuestro Dios, me acepte como tal… aún con mi pasado y el tuyo – musitó.
Tariq se puso de pie con lentitud, era momento de volver al templo, ya había pasado mucho tiempo fuera de él y no podía arriesgarse a que lo descubrieran.
Keroh frunció el ceño, no le agradaba que detuviera el sonido, así que no podía dejarlo ir; chasqueó los dedos y un par de serpientes se movieron con rapidez, hasta llegar tras el extraño chico.
Tariq hizo una reverencia ante las rocas y guardó la flauta entre su ropa, pero, al darse vuelta, se dio cuenta de las serpientes, gracias a la luz de la luna, y el siseo de los animales.
-¡¿Qué…?! – su cuerpo tembló al ver esos seres ponzoñosos ir hacia él y dio un par de pasos hacia atrás, tratando de alejarse de ellos.
Cuando estuvo en el centro de las rocas, las serpientes se alejaron.
El menor volvió a respirar al ver a los animales alejarse, ya que había contenido la respiración – ¿qué fue…? ¿Qué fue eso? – se preguntó confundido y asustado.
“…Hazlo de nuevo…” la voz se escuchó como un eco.
Tariq se asustó y miró hacia todos lados – ¿quién…? ¿Quién es? – preguntó con miedo.
“…Hazlo de nuevo…” repitió y sonaba ansioso.
-¿Qué…? ¿Qué cosa? – preguntó, tratando de sobreponerse, tratando de pensar que podía ser alguno de los sacerdotes del templo.
“…Lo que hacías antes, con esa cosa que guardaste, ¡hazlo!...”
-¿La flauta? – dijo aún extrañado, pero movió la mano y sacó el instrumento; aunque dudó por un instante, volvió a tocar una vez más unas cuantas notas.
-Flauta… – susurró el rubio, tras el chico, pues con rapidez había llegado hasta él, para poder ver más de cerca ese extraño objeto.
Tariq se giró y, al ver al joven rubio con piel verde y algunas manchas de fango en su rostro y extremidades, dio un par de pasos hacia atrás, sorprendido; cayó de espaldas y soltó la flauta que rodó un poco más lejos.
Keroh no le puso atención al jovencito, se acercó con curiosidad al objeto y lo recogió, acercándolo a su boca, tratando de hacer lo que el otro había hecho, pero aunque pudo sacar un sonido, no era igual y a su parecer, tampoco tan bonito.
-¿Por qué no funciona? – preguntó haciendo un mohín – dime… – clavó su mirada castaña en el otro, que aún estaba en el piso, observándolo con incredulidad – ¿por qué no sirve conmigo? ¿Se descompuso?
-Ah… – el pelinegro quiso decir algo pero sentía la garganta seca – ah… – carraspeó – es… es que… se debe saber tocar…
-La estoy tocando – señaló con su índice, el lugar donde la estaba sujetando con su otra mano.
-No… – negó el otro – me refiero a… las notas… la… la música…
-Música… – repitió – ¡dame música! – extendió el brazo, acercando el objeto a su dueño.
-Usted es… – el pelinegro no recibió la flauta, tenía su mirada fija en el rostro del rubio – usted es… el Dios de la ciénaga – su voz tembló – usted es, ¿el Dios Keroh?
-Sí – dijo un poco molesto, era obvia la respuesta, al menos para él – ahora, dame más música – sonrió – anda, quiero escuchar…
Tariq no sabía cómo reaccionar, pero movió con algo de duda su mano y sujetó la flauta; se incorporó un poco para sentarse y empezó a tocar una vez más la melodía. Los ojos de Keroh brillaron y se sentó frente al otro, en flor de loto, recargó los codos en sus rodillas y descansó su rostro en las palmas; sus ojos castaños estaban fijos en los movimientos de los dedos del jovencito, pero mantenía una sonrisa emocionada al escuchar ese sonido.
El pelinegro lo mirada de reojo, realmente debía ser un sueño, y, siendo de esa manera, solo podía dejarse llevar, pero, aunque lo intentó, algo detuvo su interpretación de forma abrupta.
Un par de enormes lagartos se acercaban por detrás del rubio y Tariq empezó a temblar; soltó la flauta y trató de alejarse.
-¿Por qué te detienes? – preguntó Keroh con molestia.
Los ojos bicolor solo mostraban terror, mientras intentaba arrastrarse lejos de ahí; entonces, uno de esos cocodrilos llegó al lado del rubio y abrió sus enormes fauces. Tariq quiso gritar, tratar de advertirle al otro, del inminente ataque del animal, pero no pudo; el miedo era tal que perdió el conocimiento.
Keroh se sorprendió y se acercó al otro – ¡ey! ¿estás bien? – preguntó, pero no recibió respuesta – creo que lo asustaste, Wilk – entrecerró los ojos y el animal pareció bajar su plana cabeza, colocándola completamente en el suelo, a modo de disculpa, mientras su compañero, movió la cola y le golpeó el cuerpo con ella, como un castigo – ahora ya no podrá darme más música, por hoy – suspiró.
El rubio se inclinó hasta el rostro del menor y lo observó con detenimiento, movió la mano y quitó algunos mechones de cabello negro que cubrían ligeramente el rostro blanco del otro.
-Es bonito – sonrió – mucho más que los que pertenecen a mi familia guardiana…
Se inclinó aún más y olfateó el rostro del menor, después, se acercó a la boca, percibiendo el aroma del aliento.
-Dulce… – susurró – no como mis flores de sangre – dijo con suavidad, recordando lo que alguna vez dijo Nyrn que le atraía de Skoll – pero huele rico – aseguró – ¿quién será? – hizo un mohín – no lo había visto antes y es el primero, en años, que me hace una plegaria tan sincera aquí…
El sonido de los grillos se escuchó con fuerza; Keroh puso atención y entendió rápidamente lo que decían, enterándolo de las novedades.
-Así que… nuevo sacerdote – levantó una ceja – pues, me gusta mi nuevo sacerdote – dijo con emoción – especialmente por esto – estiró la mano y sujetó la flauta – aunque no sé qué es con exactitud… toma Welk, cuídalo – le lanzó el objeto a uno de sus cocodrilos, quien lo atrapó entre sus fauces – yo, tengo que llevar a Tariq a su cama…
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