Capítulo III
Los once sacerdotes guiaron al niño hacia el templo, no hablaron mucho en todo el camino, pues parecían una peregrinación, caminando los senderos de dos en dos. Tariq cargaba su mochila, mientras observaba curioso los alrededores.
El lugar, era una gran construcción sin mucho ornamento, cercana a la ciénaga y a las piedras sagradas para los rituales; el edificio se mantenía varios centímetros arriba del terreno de suelo, sostenida por pilares, pues, en época de lluvia, el agua podía llegar hasta ahí, y, si no fuera de esa manera, algunos animales tendrían más facilidad para entrar.
-Esta es tu habitación – el anciano Kofjar abrió una puerta y le permitió el paso al menor – acomódate y, en un momento, acompáñanos a desayunar, para presentarte a tus nuevos hermanos – explicó – el comedor está hacia el otro lado del recibidor, por el cual entramos, solo sigue el pasillo.
-Gracias… – dijo el niño.
Cuando el anciano se retiró, Tariq caminó hacia la pequeña cama y dejó su mochila sobre ella. Sus ojos recorrieron el lugar, era un espacio reducido, sin muchos muebles, ni accesorios; aparte de la cama, solo había una pequeña mesa, una silla, un baúl para guardar cosas y un pequeño librero.
“Será una vida muy austera, ¿seguro que quieres ir para allá? Aún puedes quedarte aquí, yo te protegeré…”
La palabras de su maestro lo hicieron suspirar; no era que le desagradara estar con él, al contrario, pues el hombre siempre lo cuidó e incluso, muchas veces le dijo que lo amaba, pero él no podía corresponderle; la realidad del por qué había decidido irse, era que no quería seguir en esa ciudad, donde la gente murmuraba a sus espaldas y, a pesar de que estuvieran muertos, manchaban la memoria de sus padres.
Pasó la mano por su cabello y negó; no quería pensar en esas cosas, así que, sin sacar nada de su mochila, la metió al baúl, se quitó la pequeña capa que lo cubría y salió con la túnica verde con la que había llegado. Caminando hacia el comedor que el anciano le había dicho, viendo con más detenimiento el templo; no había ni estatuillas, ni decoración, no había nada en ese lugar y, además, solo reinaba el silencio.
Caminó por el otro pasillo y, se encontró con un área abierta, había un pequeño jardín con unas plantas bajas, un estanque oscuro y algunas rocas, en el centro de todo, se alcanzaban a mirar varios ramilletes de flores purpuras, sobre las cuales, algunas libélulas revoloteaban.
-¡Son hermosas! – dijo con emoción.
-¿Te refieres a las orquídeas de pantano? – la voz de alguien más, sobresaltó al menor.
-Ah, hola… – sonrió el pelinegro, ante el joven de cabello purpura y ojos rojos que estaba a su lado, con una túnica café – ¿así se llama la flor?
-Sí – asintió el mayor – es la flor más hermosas que se da en la ciénaga – sonrió – claro, si no contamos las flores de sangre – se alzó de hombros – pero esas no podemos tenerlas aquí, pues, ni siquiera sabemos dónde nacen…
-Ya veo… – los ojos bicolor se posaron sobre esas flores purpuras, realmente le gustaban.
-Soy Hark – sonrió el mayor – sacerdote del templo.
-Yo soy Tariq Rubill – sonrió el niño – y, deseo ser sacerdote también…
-Bueno Tariq – el otro lo miró hacia abajo, porque el recién llegado era pequeño, a comparación de él – lo primero que debes saber es que aquí, no usamos apellido – le guiñó un ojo – solo tenemos nuestro nombre y, si salimos de este lugar, podemos volver a retomar nuestro apellido.
-Lo siento, realmente no lo sabía…
-Tienes mucho que aprender – señaló el mayor.
-Hark…
La voz seria de alguien que iba llegando, los interrumpió. Tariq levantó la mirada y observó a un joven de cabello naranja y ojos dorados que lo miraban con indiferencia.
-Carel – sonrió el aludido – llegas a tiempo para el desayuno – rió.
-Ya deberías estar en el comedor – reclamó el pelinaranja.
-Me autodenominé guía de Tariq – se puso tras el pelinegro y lo sujetó de los hombros – es el nuevo – sonrió – y quiere ser sacerdote, así que, sabrás que necesitará quien lo guíe…
-Eso debe decidirlo Kofjar – sentenció el otro.
-Ah, no te preocupes, yo me postularé – se alzó de hombros – ven, Tariq, vamos a desayunar.
Hark sujetó de la mano al menor y lo llevó al gran comedor. Ahí, se encontraban los demás sacerdotes.
Kofjar ocupaba un extremo de la mesa y los demás se sentaron en sus lugares, pero Tariq se quedó de pie. El hombre de barba se incorporó y lo llamó, para que fuera a su lado, cuando lo hizo, le puso la mano en un hombro.
-Este pequeño, es Tariq – anunció en voz alta, consiguiendo que los demás pusieran atención – es un postulante a sacerdote, así que, tiene un mes antes de su iniciación, para aprender lo básico – explicó – como saben, necesita un guía y yo no puedo serlo, por mis obligaciones directas con la familia Trallk, así que, espero que alguno de ustedes lo tome como su aprendiz, mientras se familiariza.
-Yo me ofrezco – Hark se puso de pie – será un placer enseñarle todo lo relacionado al templo y la ciénaga.
-Bien, Hark – sonrió el anciano – siendo uno de los más grandes, sé que estará en buenas manos, ahora, Tariq – miró al niño – ve a sentarte en el lugar vacío, después, Hark te ayudará en todo lo que necesites.
-Está bien…
El pelinegro caminó a su lugar y, después de una oración, agradeciendo por la comida al Dios de la ciénaga, empezaron a comer, de las viandas que estaban al centro de la gran mesa.
* * *
Tariq y Hark pasaron el resto de la mañana recorriendo el templo y los alrededores, incluso el ojirrojo lo llevó a las rocas sagradas, que no estaban tan lejos; después, fueron a lo cultivos de los sacerdotes, que eran distintos a los de la familia Trallk.
Después de medio día, ambos estaban en un huerto, recogiendo unas naranjas.
-En época de cosecha – dijo el mayor – nos turnamos para recoger las frutas del huerto, además, de ir por las trampas a la ciénaga – sonrió.
-¿Iremos hoy a la ciénaga?
-No creo – respondió el ojirrojo – eres muy pequeño y acabas de llegar, creo que, hasta la siguiente semana podrás acercarte más a los pantanos, pero, con vigilancia.
-¿Por qué? – el pelinegro acomodaba unas naranjas en un cesto.
-Porque los cocodrilos pueden atacarte si estás distraído – sonrió al ver el asombro en los ojos bicolor – primero debes saber distinguirlos en el agua, para que no te agarren desprevenido.
-¿Hay muchos ataques?
-No, solo con los novatos que no tienen mucho cuidado – rió el mayor.
El sonido de cascos de caballos los hizo detener su actividad; eran cinco caballos los que se acercaban a la huerta. Tariq alcanzó a distinguir que eran la joven sacerdotisa, sus invitados y los otros dos jóvenes que estaban en la escalinata principal, cuando llegó.
-¡Hark! – la voz seria de uno de los jinetes hizo suspirar al joven de cabello purpura.
-Mi señor, Riokh – sonrió – ¿necesita algo?
-¿Quién es él? – señaló al pelinegro con la fusta del caballo.
-Es el nuevo aprendiz de sacerdote – explicó sin levantar la mirada – Tariq.
-Es muy pequeño… – aseguró el joven de cabello guinda, con indiferencia.
-¿Qué edad tienes, niño? – preguntó el otro de cabello verde, con curiosidad.
-Dieciséis, mi señor – respondió Tariq, sin levantar la mirada.
-Bien, es bueno saber que tenemos nueva ‘mascota’ en el templo – soltó con diversión, la joven de cabello verde – Hark – llamó al sacerdote con frialdad – ¿cómo están las naranjas de este huerto?
-Esta cosecha fue mejor que la del año pasado – dijo con tranquilidad – tienen incluso más jugo y dulzura de lo normal, la bendición del Dios de la ciénaga nos favoreció una vez más…
-Que bien, porque las del huerto familiar están demasiado secas, así que tendrán que enviarnos de estas – ordenó.
-Sí, señorita Trallk – suspiró el ojirrojo.
-¡Vámonos! – ordenó la peliverde y empezó a galopar, alejándose del lugar.
Sus acompañantes la siguieron, excepto el joven de cabello guinda, quien acercó el caballo hasta Hark – ¿tienes algo que hacer más tarde? – preguntó mientras rodeaba al aludido.
-Soy el tutor de Tariq, así que, tengo que enseñarle lo que hacemos en el templo…
-Entonces, solicitaré una audiencia a Kofjar, para hablar contigo – sonrió – sabes que me gusta platicar…
-Si Kofjar acepta, no puedo negarme – Hark forzó una sonrisa.
-De acuerdo, nos vemos más tarde…
Con una orden, el caballo empezó un rápido andar, alejándose del huerto.
Tariq se había quedado en silencio, sin atreverse a preguntar; aunque era pequeño, entendía algunas cosas y, esa precisamente, sabía lo que significaba, aunque Hark no se lo dijera.
-Supongo que reconociste a la señorita Fianna, así que no tiene caso que te diga mucho de ella, solo que es la suma sacerdotisa – suspiró su amigo – y por supuesto, le debemos nuestro total respeto, aun y que… – guardó silencio, parecía dudar – bueno, realmente, no debería ser de esa manera – dijo sin más.
El pelinegro lo miró de soslayo, sin entender a qué se podía referir el otro, pero quizá, lo sabría más adelante.
-Él… – prosiguió y señaló con el rostro hacia el chico que se acababa de alejar – es el joven Riokh Trallk – explicó el pelimorado, volviendo a recoger las naranjas – es el segundo hijo del señor Olafh Trallk – su voz sonaba fría – es una persona bastante “amistosa”, especialmente con los varones, ero tiene límites porque debe comportarse por su apellido, aún así tu eres pequeño así que, deberías tratar de evitarlo – sugirió con seriedad – el otro joven de cabello verde es Lygred Trallk, es el tercer hijo – se subió al banquillo a cortar las naranjas en el árbol – no hay mucho que decir realmente solo que, no puedes ir contra sus ordenes… de ninguno de los tres – sentenció.
Tariq pasó saliva y un estremecimiento lo cimbró; por un instante dudó en preguntar, pero, prefirió no hacerlo.
“Tal vez… no fue una buena idea venir aquí…” pensó con temor.
* * *
Antes de que cayera la tarde, poco antes de la cena, Tariq fue solicitado en el palacio; siendo Hark su guía, y que además, a él lo solicitó el segundo hijo del señor Olafh para hablar, tuvo que acompañarlo.
Pero las cosas fueron diferentes a lo que ambos pensaron. Al llegar, el hombre de barba, le ordenó a Hark que acompañara a los invitados y a su esposa, en una de las salas del palacio, mientras él hablaba con sus hijos y el pequeño Tariq.
El pelinegro siguió al hombre y a sus hijos, hasta un salón privado, ahí, había una chimenea, una sala y algunas mesitas; unos sirvientes les llevaron algunas viandas de pastelillos y algo de leche para que tomaran una pequeña merienda.
-Tariq… – Olafh no se había sentado, a diferencia de sus hijos – tienes solo dieciséis años – dijo con seriedad – eres muy pequeño para ser sacerdote del templo de la ciénaga, normalmente, los sacerdotes deben tener como mínimo veinte años, pues es un lugar peligroso y sus padres no les permiten venir antes – explicó – aun así, te acepté – sonrió, aunque el gesto se perdió gracias a su barba – y, les debo una explicación a mi hijos, del por qué debemos tenerte consideraciones…
Ante esa palabra, los tres hermanos pusieron gesto de asombro.
-Tu maestro, Brenio Torsello, es un hombre allegado a la casa guía de nuestro país – comentó con seriedad – debido a que es el hijo del consejero del anterior emperador y, amigo del emperador actual, solicitó que cuidáramos de ti y te brindáramos protección, por eso, te acepté.
-¡¿Qué cosa?! – Fianna se puso de pie, hecha una furia.
-Fianna, te ruego que te calmes – pidió su padre.
-Yo no voy a tener consideraciones con un niño huérfano y que además ¡era hijo de una prostituta!
-¡Fianna! – Olafh gruñó.
Tariq se quedó como una estatua al escuchar eso; sus ojos se humedecieron y se mordió el labio, tratando de no ponerse a llorar. Sus manos apresaron con fuerza la túnica, sobre sus piernas; no podía negar a lo que su madre se había dedicado durante años, pero para él, jamás había dejado de ser una gran mujer, que hizo lo que pudo por su hijo.
-¿Quién te dijo eso? – preguntó el peliverde a su hija.
La joven se cruzó de brazos y giró el rostro, mostrándose ofendida, pero su padre no iba a tolerar su comportamiento.
-¡Responde! – ordenó – ¿Quién te lo dijo?
-Lo leí en tu correspondencia – dijo con frialdad – decía, que es el hijo de una cortesana y un bardo – soltó con sarcasmo – es obvio que no es de buena cuna y yo, ¡soy la suma sacerdotisa de la ciénaga! – dijo como si fuese lo más importante en ese momento – ese niño – señaló al pelinegro – no va a recibir un trato especial de mi.
-Oh, cierto – el de barba miró con altivez a su hija – eres la ‘suma sacerdotisa’ – dijo con desdén – pero te recuerdo que ese título ya no vale de nada ¡si no tienes la aceptación de nuestro Dios!
La ojiazul se sobresaltó.
-Tú y tus hermanos, ¡tres postulantes!, y ninguno fue lo suficientemente bueno para obtener ¡la aceptación del Dios Keroh! – dijo su padre con frialdad – ninguno recibió una sola flor de sangre, ninguno ha tenido un poco de su favor, sus rezos son inútiles y hasta ahora, muy poca gente tiene siquiera ¡un poco de consideración de nuestra familia! – sentenció – ni siquiera nuestros propios huertos fructifican y tu – señaló a su hija – ¡¿crees que tienes el derecho de comportarte con esa arrogancia?! Tienes suerte de que nuestro apellido aun valga un poco, por ser los herederos a ser sumos sacerdotes, de lo contrario, esos dos jóvenes que están esperando allá afuera, ya se habrían largado por tu comportamiento tan desagradable, ¡así como todos tus anteriores pretendientes! – reprochó – tienes veintidós, desde los dieciséis debiste casarte, pero tu carácter es tan molesto que nadie te soporta y por eso todos los interesados en ti, ¡rechazan el compromiso con suma rapidez!
La peliverde quiso replicar, pero, en vez de eso, un sollozo escapó de su boca y salió corriendo del salón; sus hermanos quisieron ir tras ella.
-¡No se muevan! – ordenó su padre, con ello, los dos regresaron a su asiento y bajaron el rostro – no me interesa qué les dijo su hermana, o qué leyó en mi correspondencia sin mi consentimiento – dijo con total seriedad denotando que estaba más que molesto por esa acción tan reprobable – Tariq tiene mi protección y, si alguno de ustedes intenta hacerle algo, tengan en cuenta que aún puedo enviarlos a otro lugar y retirarles mi apellido, después de todo, fui el último de nuestra familia quien recibió una flor de sangre y, todavía tengo respeto de los sacerdotes del templo, así como el favor de la familia imperial de nuestro país.
El silencio reinó por unos segundos.
-Retírense a sus habitaciones, hasta la cena – dijo el de barba para sus hijos.
Ryokh y Lygred salieron en silencio y con la mirada en el piso; su padre era capaz de cumplir su amenaza y, de esa manera, no tendrían ni dote, ni apellido de renombre, mucho menos un buen matrimonio.
Olafh respiró profundamente, no le gustaba ponerse tan duro con sus hijos, pero admitía que, debido a que su madre era muy permisiva con ellos, no se comportaban de una manera correcta.
-Lamento esta escena, Tariq…
El menor negó – no… no se preocupe…
El peliverde caminó hasta el niño y se puso de cuclillas frente a él – no creas lo que dijo mi hija, tu madre era…
-Una gran mujer… – terminó el pelinegro, con voz quebrada – yo lo sé muy bien y, mi maestro me lo repitió muchas veces también – sonrió – no se preocupe…
-Tu padre también fue un gran hombre…
-Tal vez, – suspiró – yo no lo conocí, así que, solo sé lo que mi madre y mi maestro me contaron…
-Lo fue – aseguró el mayor – yo lo conocí y te puedo asegurar que realmente era un hombre digno y con mucho talento, aunque con un carácter y rebeldía algo difícil de controlar – sonrió condescendiente – ahora, vuelve con Hark al templo, si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en acudir a Kofjar o a mí, nuestras puertas estarán siempre abiertas, por si necesitas algo…
El menor asintió, se puso de pie, ayudado por el ojiazul y después, hizo una gran reverencia, para caminar a la salida del salón. Hark estaba en la sala, platicando con los visitantes de la familia, pero al ver al pelinegro se despidió y salió con él; de camino al templo, Tariq no quiso hablar con él, consiguiendo que el ojirrojo se preocupara, especialmente por su semblante tan triste.
* * *
Los once sacerdotes guiaron al niño hacia el templo, no hablaron mucho en todo el camino, pues parecían una peregrinación, caminando los senderos de dos en dos. Tariq cargaba su mochila, mientras observaba curioso los alrededores.
El lugar, era una gran construcción sin mucho ornamento, cercana a la ciénaga y a las piedras sagradas para los rituales; el edificio se mantenía varios centímetros arriba del terreno de suelo, sostenida por pilares, pues, en época de lluvia, el agua podía llegar hasta ahí, y, si no fuera de esa manera, algunos animales tendrían más facilidad para entrar.
-Esta es tu habitación – el anciano Kofjar abrió una puerta y le permitió el paso al menor – acomódate y, en un momento, acompáñanos a desayunar, para presentarte a tus nuevos hermanos – explicó – el comedor está hacia el otro lado del recibidor, por el cual entramos, solo sigue el pasillo.
-Gracias… – dijo el niño.
Cuando el anciano se retiró, Tariq caminó hacia la pequeña cama y dejó su mochila sobre ella. Sus ojos recorrieron el lugar, era un espacio reducido, sin muchos muebles, ni accesorios; aparte de la cama, solo había una pequeña mesa, una silla, un baúl para guardar cosas y un pequeño librero.
“Será una vida muy austera, ¿seguro que quieres ir para allá? Aún puedes quedarte aquí, yo te protegeré…”
La palabras de su maestro lo hicieron suspirar; no era que le desagradara estar con él, al contrario, pues el hombre siempre lo cuidó e incluso, muchas veces le dijo que lo amaba, pero él no podía corresponderle; la realidad del por qué había decidido irse, era que no quería seguir en esa ciudad, donde la gente murmuraba a sus espaldas y, a pesar de que estuvieran muertos, manchaban la memoria de sus padres.
Pasó la mano por su cabello y negó; no quería pensar en esas cosas, así que, sin sacar nada de su mochila, la metió al baúl, se quitó la pequeña capa que lo cubría y salió con la túnica verde con la que había llegado. Caminando hacia el comedor que el anciano le había dicho, viendo con más detenimiento el templo; no había ni estatuillas, ni decoración, no había nada en ese lugar y, además, solo reinaba el silencio.
Caminó por el otro pasillo y, se encontró con un área abierta, había un pequeño jardín con unas plantas bajas, un estanque oscuro y algunas rocas, en el centro de todo, se alcanzaban a mirar varios ramilletes de flores purpuras, sobre las cuales, algunas libélulas revoloteaban.
-¡Son hermosas! – dijo con emoción.
-¿Te refieres a las orquídeas de pantano? – la voz de alguien más, sobresaltó al menor.
-Ah, hola… – sonrió el pelinegro, ante el joven de cabello purpura y ojos rojos que estaba a su lado, con una túnica café – ¿así se llama la flor?
-Sí – asintió el mayor – es la flor más hermosas que se da en la ciénaga – sonrió – claro, si no contamos las flores de sangre – se alzó de hombros – pero esas no podemos tenerlas aquí, pues, ni siquiera sabemos dónde nacen…
-Ya veo… – los ojos bicolor se posaron sobre esas flores purpuras, realmente le gustaban.
-Soy Hark – sonrió el mayor – sacerdote del templo.
-Yo soy Tariq Rubill – sonrió el niño – y, deseo ser sacerdote también…
-Bueno Tariq – el otro lo miró hacia abajo, porque el recién llegado era pequeño, a comparación de él – lo primero que debes saber es que aquí, no usamos apellido – le guiñó un ojo – solo tenemos nuestro nombre y, si salimos de este lugar, podemos volver a retomar nuestro apellido.
-Lo siento, realmente no lo sabía…
-Tienes mucho que aprender – señaló el mayor.
-Hark…
La voz seria de alguien que iba llegando, los interrumpió. Tariq levantó la mirada y observó a un joven de cabello naranja y ojos dorados que lo miraban con indiferencia.
-Carel – sonrió el aludido – llegas a tiempo para el desayuno – rió.
-Ya deberías estar en el comedor – reclamó el pelinaranja.
-Me autodenominé guía de Tariq – se puso tras el pelinegro y lo sujetó de los hombros – es el nuevo – sonrió – y quiere ser sacerdote, así que, sabrás que necesitará quien lo guíe…
-Eso debe decidirlo Kofjar – sentenció el otro.
-Ah, no te preocupes, yo me postularé – se alzó de hombros – ven, Tariq, vamos a desayunar.
Hark sujetó de la mano al menor y lo llevó al gran comedor. Ahí, se encontraban los demás sacerdotes.
Kofjar ocupaba un extremo de la mesa y los demás se sentaron en sus lugares, pero Tariq se quedó de pie. El hombre de barba se incorporó y lo llamó, para que fuera a su lado, cuando lo hizo, le puso la mano en un hombro.
-Este pequeño, es Tariq – anunció en voz alta, consiguiendo que los demás pusieran atención – es un postulante a sacerdote, así que, tiene un mes antes de su iniciación, para aprender lo básico – explicó – como saben, necesita un guía y yo no puedo serlo, por mis obligaciones directas con la familia Trallk, así que, espero que alguno de ustedes lo tome como su aprendiz, mientras se familiariza.
-Yo me ofrezco – Hark se puso de pie – será un placer enseñarle todo lo relacionado al templo y la ciénaga.
-Bien, Hark – sonrió el anciano – siendo uno de los más grandes, sé que estará en buenas manos, ahora, Tariq – miró al niño – ve a sentarte en el lugar vacío, después, Hark te ayudará en todo lo que necesites.
-Está bien…
El pelinegro caminó a su lugar y, después de una oración, agradeciendo por la comida al Dios de la ciénaga, empezaron a comer, de las viandas que estaban al centro de la gran mesa.
* * *
Tariq y Hark pasaron el resto de la mañana recorriendo el templo y los alrededores, incluso el ojirrojo lo llevó a las rocas sagradas, que no estaban tan lejos; después, fueron a lo cultivos de los sacerdotes, que eran distintos a los de la familia Trallk.
Después de medio día, ambos estaban en un huerto, recogiendo unas naranjas.
-En época de cosecha – dijo el mayor – nos turnamos para recoger las frutas del huerto, además, de ir por las trampas a la ciénaga – sonrió.
-¿Iremos hoy a la ciénaga?
-No creo – respondió el ojirrojo – eres muy pequeño y acabas de llegar, creo que, hasta la siguiente semana podrás acercarte más a los pantanos, pero, con vigilancia.
-¿Por qué? – el pelinegro acomodaba unas naranjas en un cesto.
-Porque los cocodrilos pueden atacarte si estás distraído – sonrió al ver el asombro en los ojos bicolor – primero debes saber distinguirlos en el agua, para que no te agarren desprevenido.
-¿Hay muchos ataques?
-No, solo con los novatos que no tienen mucho cuidado – rió el mayor.
El sonido de cascos de caballos los hizo detener su actividad; eran cinco caballos los que se acercaban a la huerta. Tariq alcanzó a distinguir que eran la joven sacerdotisa, sus invitados y los otros dos jóvenes que estaban en la escalinata principal, cuando llegó.
-¡Hark! – la voz seria de uno de los jinetes hizo suspirar al joven de cabello purpura.
-Mi señor, Riokh – sonrió – ¿necesita algo?
-¿Quién es él? – señaló al pelinegro con la fusta del caballo.
-Es el nuevo aprendiz de sacerdote – explicó sin levantar la mirada – Tariq.
-Es muy pequeño… – aseguró el joven de cabello guinda, con indiferencia.
-¿Qué edad tienes, niño? – preguntó el otro de cabello verde, con curiosidad.
-Dieciséis, mi señor – respondió Tariq, sin levantar la mirada.
-Bien, es bueno saber que tenemos nueva ‘mascota’ en el templo – soltó con diversión, la joven de cabello verde – Hark – llamó al sacerdote con frialdad – ¿cómo están las naranjas de este huerto?
-Esta cosecha fue mejor que la del año pasado – dijo con tranquilidad – tienen incluso más jugo y dulzura de lo normal, la bendición del Dios de la ciénaga nos favoreció una vez más…
-Que bien, porque las del huerto familiar están demasiado secas, así que tendrán que enviarnos de estas – ordenó.
-Sí, señorita Trallk – suspiró el ojirrojo.
-¡Vámonos! – ordenó la peliverde y empezó a galopar, alejándose del lugar.
Sus acompañantes la siguieron, excepto el joven de cabello guinda, quien acercó el caballo hasta Hark – ¿tienes algo que hacer más tarde? – preguntó mientras rodeaba al aludido.
-Soy el tutor de Tariq, así que, tengo que enseñarle lo que hacemos en el templo…
-Entonces, solicitaré una audiencia a Kofjar, para hablar contigo – sonrió – sabes que me gusta platicar…
-Si Kofjar acepta, no puedo negarme – Hark forzó una sonrisa.
-De acuerdo, nos vemos más tarde…
Con una orden, el caballo empezó un rápido andar, alejándose del huerto.
Tariq se había quedado en silencio, sin atreverse a preguntar; aunque era pequeño, entendía algunas cosas y, esa precisamente, sabía lo que significaba, aunque Hark no se lo dijera.
-Supongo que reconociste a la señorita Fianna, así que no tiene caso que te diga mucho de ella, solo que es la suma sacerdotisa – suspiró su amigo – y por supuesto, le debemos nuestro total respeto, aun y que… – guardó silencio, parecía dudar – bueno, realmente, no debería ser de esa manera – dijo sin más.
El pelinegro lo miró de soslayo, sin entender a qué se podía referir el otro, pero quizá, lo sabría más adelante.
-Él… – prosiguió y señaló con el rostro hacia el chico que se acababa de alejar – es el joven Riokh Trallk – explicó el pelimorado, volviendo a recoger las naranjas – es el segundo hijo del señor Olafh Trallk – su voz sonaba fría – es una persona bastante “amistosa”, especialmente con los varones, ero tiene límites porque debe comportarse por su apellido, aún así tu eres pequeño así que, deberías tratar de evitarlo – sugirió con seriedad – el otro joven de cabello verde es Lygred Trallk, es el tercer hijo – se subió al banquillo a cortar las naranjas en el árbol – no hay mucho que decir realmente solo que, no puedes ir contra sus ordenes… de ninguno de los tres – sentenció.
Tariq pasó saliva y un estremecimiento lo cimbró; por un instante dudó en preguntar, pero, prefirió no hacerlo.
“Tal vez… no fue una buena idea venir aquí…” pensó con temor.
* * *
Antes de que cayera la tarde, poco antes de la cena, Tariq fue solicitado en el palacio; siendo Hark su guía, y que además, a él lo solicitó el segundo hijo del señor Olafh para hablar, tuvo que acompañarlo.
Pero las cosas fueron diferentes a lo que ambos pensaron. Al llegar, el hombre de barba, le ordenó a Hark que acompañara a los invitados y a su esposa, en una de las salas del palacio, mientras él hablaba con sus hijos y el pequeño Tariq.
El pelinegro siguió al hombre y a sus hijos, hasta un salón privado, ahí, había una chimenea, una sala y algunas mesitas; unos sirvientes les llevaron algunas viandas de pastelillos y algo de leche para que tomaran una pequeña merienda.
-Tariq… – Olafh no se había sentado, a diferencia de sus hijos – tienes solo dieciséis años – dijo con seriedad – eres muy pequeño para ser sacerdote del templo de la ciénaga, normalmente, los sacerdotes deben tener como mínimo veinte años, pues es un lugar peligroso y sus padres no les permiten venir antes – explicó – aun así, te acepté – sonrió, aunque el gesto se perdió gracias a su barba – y, les debo una explicación a mi hijos, del por qué debemos tenerte consideraciones…
Ante esa palabra, los tres hermanos pusieron gesto de asombro.
-Tu maestro, Brenio Torsello, es un hombre allegado a la casa guía de nuestro país – comentó con seriedad – debido a que es el hijo del consejero del anterior emperador y, amigo del emperador actual, solicitó que cuidáramos de ti y te brindáramos protección, por eso, te acepté.
-¡¿Qué cosa?! – Fianna se puso de pie, hecha una furia.
-Fianna, te ruego que te calmes – pidió su padre.
-Yo no voy a tener consideraciones con un niño huérfano y que además ¡era hijo de una prostituta!
-¡Fianna! – Olafh gruñó.
Tariq se quedó como una estatua al escuchar eso; sus ojos se humedecieron y se mordió el labio, tratando de no ponerse a llorar. Sus manos apresaron con fuerza la túnica, sobre sus piernas; no podía negar a lo que su madre se había dedicado durante años, pero para él, jamás había dejado de ser una gran mujer, que hizo lo que pudo por su hijo.
-¿Quién te dijo eso? – preguntó el peliverde a su hija.
La joven se cruzó de brazos y giró el rostro, mostrándose ofendida, pero su padre no iba a tolerar su comportamiento.
-¡Responde! – ordenó – ¿Quién te lo dijo?
-Lo leí en tu correspondencia – dijo con frialdad – decía, que es el hijo de una cortesana y un bardo – soltó con sarcasmo – es obvio que no es de buena cuna y yo, ¡soy la suma sacerdotisa de la ciénaga! – dijo como si fuese lo más importante en ese momento – ese niño – señaló al pelinegro – no va a recibir un trato especial de mi.
-Oh, cierto – el de barba miró con altivez a su hija – eres la ‘suma sacerdotisa’ – dijo con desdén – pero te recuerdo que ese título ya no vale de nada ¡si no tienes la aceptación de nuestro Dios!
La ojiazul se sobresaltó.
-Tú y tus hermanos, ¡tres postulantes!, y ninguno fue lo suficientemente bueno para obtener ¡la aceptación del Dios Keroh! – dijo su padre con frialdad – ninguno recibió una sola flor de sangre, ninguno ha tenido un poco de su favor, sus rezos son inútiles y hasta ahora, muy poca gente tiene siquiera ¡un poco de consideración de nuestra familia! – sentenció – ni siquiera nuestros propios huertos fructifican y tu – señaló a su hija – ¡¿crees que tienes el derecho de comportarte con esa arrogancia?! Tienes suerte de que nuestro apellido aun valga un poco, por ser los herederos a ser sumos sacerdotes, de lo contrario, esos dos jóvenes que están esperando allá afuera, ya se habrían largado por tu comportamiento tan desagradable, ¡así como todos tus anteriores pretendientes! – reprochó – tienes veintidós, desde los dieciséis debiste casarte, pero tu carácter es tan molesto que nadie te soporta y por eso todos los interesados en ti, ¡rechazan el compromiso con suma rapidez!
La peliverde quiso replicar, pero, en vez de eso, un sollozo escapó de su boca y salió corriendo del salón; sus hermanos quisieron ir tras ella.
-¡No se muevan! – ordenó su padre, con ello, los dos regresaron a su asiento y bajaron el rostro – no me interesa qué les dijo su hermana, o qué leyó en mi correspondencia sin mi consentimiento – dijo con total seriedad denotando que estaba más que molesto por esa acción tan reprobable – Tariq tiene mi protección y, si alguno de ustedes intenta hacerle algo, tengan en cuenta que aún puedo enviarlos a otro lugar y retirarles mi apellido, después de todo, fui el último de nuestra familia quien recibió una flor de sangre y, todavía tengo respeto de los sacerdotes del templo, así como el favor de la familia imperial de nuestro país.
El silencio reinó por unos segundos.
-Retírense a sus habitaciones, hasta la cena – dijo el de barba para sus hijos.
Ryokh y Lygred salieron en silencio y con la mirada en el piso; su padre era capaz de cumplir su amenaza y, de esa manera, no tendrían ni dote, ni apellido de renombre, mucho menos un buen matrimonio.
Olafh respiró profundamente, no le gustaba ponerse tan duro con sus hijos, pero admitía que, debido a que su madre era muy permisiva con ellos, no se comportaban de una manera correcta.
-Lamento esta escena, Tariq…
El menor negó – no… no se preocupe…
El peliverde caminó hasta el niño y se puso de cuclillas frente a él – no creas lo que dijo mi hija, tu madre era…
-Una gran mujer… – terminó el pelinegro, con voz quebrada – yo lo sé muy bien y, mi maestro me lo repitió muchas veces también – sonrió – no se preocupe…
-Tu padre también fue un gran hombre…
-Tal vez, – suspiró – yo no lo conocí, así que, solo sé lo que mi madre y mi maestro me contaron…
-Lo fue – aseguró el mayor – yo lo conocí y te puedo asegurar que realmente era un hombre digno y con mucho talento, aunque con un carácter y rebeldía algo difícil de controlar – sonrió condescendiente – ahora, vuelve con Hark al templo, si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en acudir a Kofjar o a mí, nuestras puertas estarán siempre abiertas, por si necesitas algo…
El menor asintió, se puso de pie, ayudado por el ojiazul y después, hizo una gran reverencia, para caminar a la salida del salón. Hark estaba en la sala, platicando con los visitantes de la familia, pero al ver al pelinegro se despidió y salió con él; de camino al templo, Tariq no quiso hablar con él, consiguiendo que el ojirrojo se preocupara, especialmente por su semblante tan triste.
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