Capítulo XXII
Keroh se había metido a su árbol de vida desde la noche y no quería salir de ahí; había llorado todo el tiempo que estuvo en el mismo y ya era casi medio día.
El árbol se abrió y él se arrebujó en su lecho musgoso – no quiero salir – dijo en un murmullo – si Tariq no quiere verme, no tiene caso – sollozó.
Pero las lianas del árbol se movieron y lo sujetaron de la cintura, sacándolo de ahí, como si fuera un muñeco de trapo, sin fuerza para mantenerse en una sola posición; el mismo árbol lo acercó al lago, que brillaba con intensidad.
-“Keroh…”
La voz de Nyrn lo hizo entreabrir sus ojos, pero los cerró de inmediato, ya que con la luz le ardían.
-“¿Dónde estabas que no respondías?” – preguntó su hermano con ansiedad.
-Intentando dormir y no despertar jamás, hasta que mi árbol se seque y yo muera en su interior – dijo con un tono dramático.
-“Keroh, no estoy para juegos…” – el ojiverde masajeó el puente de su nariz – “Skoll está muy enojado conmigo, hasta parece que me odia…”
-Bienvenido a mi mundo… – dijo el rubio menor.
-“¡Keroh!” – gruñó Nyrn – “escucha, Skoll quiere ir para allá y si no lo envío, no me dirigirá la palabra de nuevo, hasta que pasen siglos…”
-Por lo menos solo tendrías que esperar siglos, a mi Tariq seguramente no me hablará jamás…
-“¡Ya basta!” – gritó el ojiverde – “¡necesito que reacciones para abrir el portal!”
-¿Para qué quiere venir? – preguntó Keroh – acaso me dejará poner una semilla en él, para olvidarme de la mía y de Tariq… no creo que funcione… – dijo con tristeza.
-“Keroh, voy a golpearte…” – siseó su hermano – “quiere ir a hablar con Tariq…”
Al escuchar el nombre de su pareja, Keroh pareció reaccionar, incorporándose un poco – ¿sobre qué? – preguntó con miedo y curiosidad.
-“No sé…” – negó el mayor – “pero necesito tu ayuda para el portal, así que, por favor, ponte serio, que ya viene…”
-Está bien – dijo el pequeño rubio, volviendo a moverse por sí mismo.
El enorme árbol dejó a Keroh en el islote y la deidad empezó a hacer la invocación; una extraña fuente se formó y de la misma, un portal se abrió un poco después. Skoll pasó por ese extraño ‘hueco’ y al llegar a la ciénaga, se sorprendió de lo que vio; no se imaginaba que ese ‘bosque’ fuese tan diferente al de Nyrn e incluso, se miraba algo, decadente.
-Bienvenido… – dijo el rubio con algo de tristeza aún.
-Sigo enojado contigo – sentenció el albino, pero al ver la aflicción de su cuñado suavizó su semblante – pero, entiendo que no lo hiciste con mala fe – dijo más tranquilo – ya hablé con Nyrn y realmente, lo que sucede es que ustedes, los dríades, son un poco “lentos” en algunas cuestiones y piensan que las cosas solo son ‘blancas o negras’, así que, al ver que algo ‘funcionó’ para uno, creen que será igual para todos…
-No entiendo – dijo Keroh con un gesto confundido.
-Me imagino – el peliblanco entornó los ojos – por eso es mejor hablar con Tariq…
-Te puedo llevar al palacio – el rubio señaló hacia un lado – pero no creo que él quiera verme.
-No importa – el ojirrojo negó – no creo que se niegue a verme a mí – sonrió confiado.
-Está bien, vamos…
-“Keroh…” – la voz de Nyrn se escuchó desde el lago.
-¿Sí? – indagó el aludido.
-“Cuida a mi hermosa flor, porque si le pasa algo…”
-No te preocupes – Keroh negó – no le va a pasar nada, lo prometo…
* * *
Tariq estaba dormido en su cama, había pasado toda la noche llorando y no había querido desayunar. Hark, Vent, Olafh, Brenio, Kofjar y los demás sacerdotes, estaban muy preocupados por su estado; se miraba pálido, demacrado y por demás deprimido. No había querido hablar de lo que había ocurrido con Keroh, así que ninguno sabía que había sido exactamente lo que había pasado y decidieron no intentar sacar el tema, pues apenas le decían el nombre de la deidad, el niño lloraba con demasiado sentimiento.
Por eso, a media mañana, cuando por fin pudo conciliar el sueño, decidieron dejarlo descansar. El pequeño grupo estaba frente a la puerta de la habitación, pues no podían hablar dentro, para no despertar a Tariq y tampoco querían irse por si sucedía algún cambio.
-¿Debería llamar al médico? – preguntó Olafh para Vent.
-Si es algo del bebé, no creo que un médico común pueda saber algo, ¿o sí? – preguntó el ojiverde un tanto confundido.
-Pero tampoco podemos dejarlo así – Brenio estaba más que consternado.
-El problema es que no quiere tomar los tés de flor de sangre – Kofjar suspiró – eso normalmente lo hace sentir bien.
-Ni siquiera quiere escuchar de nuestro señor Keroh – Hark estrujó la túnica entre sus manos – mucho menos saber de algo que tenga que ver con él… lo único que dice es que la semilla es solo suya, no entiendo – dijo con ansiedad.
-Bueno, quizá solo fue un pleito de pareja – el emperador se alzó de hombros – posiblemente se arregle en cuanto las hormonas se calmen o tengan sexo, eso siempre funciona.
-Vent, ¿ni aún en situaciones así puedes dejar tus bromas de lado? – preguntó el pelinaranja con un dejo de molestia.
-Lo siento, pero cuando me pongo nervioso digo estupideces – sonrió el castaño.
En eso, un guardia llegó corriendo.
-Señor… – dijo para Olafh, en cuanto puso una rodilla en el piso – él… él… vino…
-¿Quién? – preguntó el peliverde.
-Su señoría… su… – miró al emperador y titubeó, no sabía que palabra usar – su ilustrísima…
-¿De qué habla? – Brenio señaló al guardia.
-Ya muchacho, no te entiendo, di las cosas como son – ordenó Olafh.
-Nuestro señor Eroim de Nyrn… – dijo a media voz.
-¿Qué tiene? – preguntó Kofjar.
-Está aquí… – musitó.
El gesto de asombro en todos ellos se hizo presente con rapidez, y, al levantar la mirada, observaron al albino llegar a ese piso, subiendo las escaleras.
-Gracias… – dijo el ojirrojo para el guardia que lo iba guiando, quien hizo una enorme reverencia después de señalarle el camino.
Skoll caminaba con aplomo, arrastrando su túnica roja, pues se había puesto una ceremonial para ir a esa visita y agradecía que no se hubiese manchado de lodo, porque Keroh lo cargó todo el trayecto al palacio. Llevaba una ligera sonrisa en sus labios y le causaba un poco de vergüenza la manera en que todos se arrodillaban ante él, pero sabía que no podía hacer nada con ello; siguió el pasillo y llegó ante el pequeño grupo.
Todos los sacerdotes se hincaron y bajaron el rostro, Olafh y Kofjar hicieron lo mismo, Brenio y Vent solo pusieron una rodilla en el piso, pero tampoco se atrevieron a levantar la mirada.
-Buenas tardes – saludó el ojirrojo con su voz dulce – lamento venir sin avisar, pero siendo una emergencia, no pude preparar la visita con antelación – explicó.
-Mi señor… – Olafh sonrió, ya que lo conocía cuando hizo una visita al bosque de Nyrn, cuando era pequeño – usted es siempre bienvenido a este lugar, es un verdadero honor tenerlo aquí.
-¿Cómo estás, Olafh? – preguntó el peliblanco – saludé a tu esposa en la entrada, es muy hermosa – dijo con sinceridad – aunque creo que me entretuvo para que te vinieran a avisar de mi llegada – rió.
-Bien, mi señor, gracias por preguntar – sonrió el peliverde – y sí, bueno, alguien vino a avisarnos – dijo con vergüenza.
-Pero pónganse de pie, no tienen que estar en el piso todo el tiempo, solo porque estoy aquí – el albino se cruzó de brazos, cansado de tanta ceremonia – Kofjar, tantos años sin vernos – dijo para el más anciano de todos.
-Mi señor, usted sigue tan radiante como siempre – dijo el anciano, que lo había conocido cuando fue al seminario, muchos años atrás.
-Bueno, ser esposo de un dríade tiene sus beneficios – Skoll le guiñó un ojo.
-Hola Carel, Dalen, Hark, Rovek – saludó a los sacerdotes que conocía por el seminario – perdón, pero a los otros chicos no los conozco – dijo con sinceridad.
-Mi señor – Kofjar, igual que todos, ya se había puesto de pie y ahora sujetaba su enorme báculo, con el cual señaló a sus seguidores – ellos son Galmo, Nekru, Balgot, Patek, Unner y Alfor, quien irá al próximo seminario y, bueno, aún nos falta un sacerdote – se excusó el anciano.
-Un placer… – sonrió el ojirrojo.
Los jóvenes sacerdotes sonrieron emocionados de conocer, antes del seminario, a Skoll.
-Y ¿ellos? – señaló el albino a los otros hombres que estaban ahí.
-Mi señor – Olafh se puso algo nervioso – permítame presentarle a Vent Dourent, emperador de todo Mhaurent – señaló al castaño.
-Y padre de Tariq – dijo el ojiverde.
Skoll se sorprendió por la confesión, no se había imaginado eso, pero se mantuvo impasible, haciendo una reverencia y apegándose a su actitud como sumo sacerdote de Nyrn.
-Un placer – dijo el peliblanco, haciendo un ligero movimiento con su cabeza, a modo de saludo – yo soy Skoll Eroim, desposado y sumo sacerdote del Dios Nyrn, padre de Neyr, futuro Dios de nuestro bosque.
-Un placer conocerlo en persona – el castaño hizo otra reverencia.
-Y él es Brenio Torsello – prosiguió el peliverde con las presentaciones – maestro de Tariq.
-Un placer – dijo el pelinaranja con sumo respeto.
-El placer es mío – sonrió el ojirrojo.
Esa sonrisa lograba hechizar a cualquiera y Brenio sintió que su corazón latía emocionado al verla, pero desvió la mirada, recordando quien era ese “niño” que tenía enfrente y su posición.
-Me gustaría quedarme a platicar más – Skoll miró a Olafh y puso un gesto serio – pero realmente, deseo hablar con Tariq.
-Bueno, mi señor… quisiera complacerle – el ojiazul titubeó, pues aunque Skoll era el sumo sacerdote de Nyrn él también le debía respeto a Tariq, por ser su sumo sacerdote – pero, es que…
-Sé lo que tiene – aseguró el peliblanco – por eso estoy aquí, vine a hablar con él, y es imperativo que lo haga – aseguró – así que por favor, no me des más largas…
Olafh asintió y se hizo a un lado, permitiéndole el paso a la habitación.
-Hablaré a solas con él.
Con esas palabras, todos se quedaron de piedra, pues obviamente querían acompañarlo, pero ahora solo podían esperar.
Skoll entró al recinto y caminó sin detenerse por la estancia, recorriendo el salón y finalmente llegó a la recámara; observó que Tariq estaba dormido, recostado sobre unos almohadones, casi sentado, pero aunque no quería importunarlo, debían platicar. Llegó al lado de la cama y se sentó en la orilla del colchón.
El albino, antes de hablar, observó el vientre que se dibujaba a través de las mantas y sonrió con ilusión, eso le recordaba sus propias semillas; sin poder contener, estiró el brazo y acarició la pancita con anhelo.
La pequeña piedra en su pecho brilló y pareció comunicarse con la semilla en germinación y del vientre de Tariq, y que una luz roja se hizo presente en ambas; Skoll se sorprendió por ello, pues su pequeña semilla jamás brillaba, pero en esa ocasión, pareció denotar un dejo de vitalidad. El albino llevó la mano a su pecho y trató de entender, pero el movimiento del otro lo distrajo; el calor había inundado el cuerpo de Tariq y se removió inquieto.
-¿Qué…? – el pelinegro entreabrió los parpados y se sorprendió al ver a Skoll frente a él.
-Hola – saludó el ojirrojo, con una sonrisa en sus labios y alejando la mano de su pecho.
-¿Skoll? – Tariq trató de incorporarse.
-No, no te muevas – negó el albino y le ayudó a recostarse de nuevo – ¿cómo te sientes? – preguntó con suavidad.
Un sollozo se hizo presente; las lágrimas volvieron a surcar las mejillas de Tariq y empezó a llorar desconsolado. Skoll se movió y lo abrazó, tratando de confortarlo.
-Ya… tranquilo… ya pasó…
-No… – negó – Keroh quiere… quiere… – no se atrevió a decir lo demás, solo siguió llorando contra el pecho del albino.
Skoll movió las manos, abrazándolo con ternura, pasando las manos por el cabello y la espalda; Tariq cerró los ojos y sintió un calor familiar, se sentía como cuando era más pequeño, cuando su madre lo abrazaba y trataba de calmar su llanto.
-Sé lo que Keroh te dijo – anunció Skoll, pues en el camino, el rubio le había contado lo que había ocurrido la noche anterior.
-¿Le dijo lo que quiere hacer? – preguntó el otro en un murmullo.
-Sí – suspiró.
-¿Es cierto? – preguntó el niño con miedo y se alejó lentamente – usted… ¿tu sacrificaste tu primer semilla? – su rostro reflejaba el horror que la idea le causaba.
-No – Skoll negó y movió su mano, limpiando unas lágrimas del rostro de Tariq – ni yo, ni mi esposo sacrificamos a nuestra semilla…
-¿Entonces…? – el pelinegro permitió que el otro limpiara su llanto – ¿por qué Keroh me dijo eso?
-Tariq, voy a contarte algo que no está en los libros – la mirada del peliblanco se entristeció – hace más de ochenta años, cuando yo portaba mi primer semilla, ocurrió algo que puso en riesgo mi vida – explicó – el día en que sembraría a mi primer retoño, alguien me hirió de muerte en el vientre – señaló su abdomen y el pelinegro se estremeció – mi semilla fue lastimada de gravedad – un nudo en su garganta le evitaba hablar bien – pero aun así, ella podía haber sido salvada, si se hubiese sembrado…
-¿Por qué no la sembraron? – indagó el otro con susto.
-Porque… – un sollozo se hizo presente, a la vez que un par de lágrimas escapaban de los ojos rojos – porque mi semilla no quiso… – confesó – ella sabía que yo iba a morir, así que… decidió unirse a mí – señaló su pecho, justo donde estaba el pequeño cristal rojo y una triste sonrisa curvó sus labios – así, su padre no iba a sufrir mi perdida, porque lo vio muy triste al saber que iba a morir…
-Entonces… ella…
-Sí – Skoll limpió las lágrimas que ya habían brotado de sus ojos – mi semilla se sacrificó por decisión propia, no porque yo quisiera…
Tariq acarició su vientre y luego miró a Skoll – pero… yo no quiero que le pase nada a ella…
-Lo sé… – sonrió el albino – si yo hubiese podido elegir, hubiese decidido que mi semilla viviera, sin importar que yo hubiese muerto – aseguró – por eso entiendo tu actitud, por eso sé que hiciste lo correcto al negarte a la idea descabellada de Keroh y sus hermanos…
-Él no entiende – dijo llorando – él quiere que yo…
-Tariq – el ojirrojo respiró profundamente y trató de calmarse para hablar con seriedad – sé que conoces a Keroh – sonrió – y yo también lo conozco, él no es malo…
-Pero mató gente ayer…
-Sí, me lo contó mi esposo – suspiró el albino – pero ni él, ni mi esposo, ni sus hermanos, son malos – aseguró – solo son un poco diferentes a nosotros…
-Eso no justifica que piense que matar es bueno…
-Ellos no piensan que matar es bueno – Skoll negó – ellos piensan que la muerte es natural, pero también, que el castigo para muchas personas malvadas, es morir antes de tiempo… en sí, su forma de ver las cosas es un poco complicada, pero con paciencia y amor, ellos entienden, aprenden y son capaces de entender cosas y diferenciar lo bueno de lo malo…
El pelinegro bajó el rostro apenado, él sabía muy bien que eso era verdad, aun así, no quería pensar que Keroh era capaz de sacrificar su propia semilla; sus manos acariciaron insistente su vientre.
-Keroh te propuso eso – prosiguió el peliblanco – porque sus hermanos pensaron que era la mejor manera de actuar…
-¿Qué una semilla muera está bien?
Skoll suspiró – para ellos, el sacrificio de una semilla, a cambio de tener muchas más a largo plazo, es algo lógico…
-¡No! – Tariq se asustó del rumbo que llevaba esa conversación.
-Lo sé, es absurdo – aseguró el ojirrojo – pero para ellos, que no conocen mucho de sentimientos, es algo más fácil decirlo, pero obviamente, no de llevarlo a cabo…
-¿Qué significa? – preguntó el niño confundido.
-Escucha… – Skoll respiró profundamente – ellos no comprenden mucho de amor, amistad y todos los sentimientos humanos que nosotros conocemos bien – sonrió condescendiente – incluso, llorar, para ellos es algo impensable, pero cuando lo hacen, es porque en verdad sufren y Keroh lloró por ti…
-Pero aunque me quiera, parece que no quiere a nuestro bebé – reprochó Tariq haciendo un puchero.
-¡Claro que lo quiere! – dijo el peliblanco con seriedad – lo malo, es que él, así como Nyrn en un principio, no sabe cómo demostrarlo… realmente Tariq, ellos solo necesitan aprender a demostrar sus sentimientos…
El pelinegro no estaba muy seguro de lo que el otro decía y Skoll se dio cuenta que dudaba.
-A ver… dime, ¿Keroh te ha contado de las dríades antiguas?
Tariq levantó el rostro y sus ojos bicolor mostraron la confusión que tenía ante esa pregunta.
-Pues… – titubeó – me habló de su mamá…
Skoll rió – no – negó – de las dríades, antes de su mamá…
-No, no lo ha hecho…
-De acuerdo – el ojirrojo suspiró – Nyrn me dijo que las dríades antiguas, nacían de la unión de una dríade con un sátiro…
-¿Un sátiro? – el susto se reflejó en el rostro del menor.
-Sí – asintió el albino – además, las dríades se unían a los sátiros no por amor, sino por el simple hecho de tener semillas.
Los ojos bicolor se abrieron con sorpresa ante la confesión.
-Por eso, la madre de Keroh, así como las de los demás, cuando la mamá de Nyrn les dijo que ella iba a poner una semilla, se apresuraron a intentar algo con algún humano, pero no funcionaba, hasta que se enamoraron – explicó – pero no les dijeron a sus hijos lo que se necesitaba…
-¿Qué quieres decir? – indagó el niño.
-Que los dríades no sabían que se necesita amor para poder tener una semilla con un humano – sonrió el peliblanco – ni tampoco sabían de expresar sus sentimientos, ni cariño como nosotros… ¿sabes que ninguno de ellos lloró cuando su madre murió?
Un sobresalto cimbró a Tariq, él había llorado mucho cuando su mamá había muerto.
-No pongas esa cara – Skoll le acarició el cabello – como dije, ellos ven la muerte como algo natural, así que, al no ser algo malo, no sienten dolor, ni sufrimiento cuando eso sucede… Pero es distinto con Nyrn hacia mí – sonrió – y por lo que sé, con Keroh hacia ti – le guiñó un ojo – y, ¿sabes la razón?
El pelinegro se mordió el labio y estrujó las mantas entre sus manos – por… ¿amor? – indagó con vergüenza.
-Sí… por amor…
-Entonces, ¿no amaban a sus mamás?
Skoll sonrió – claro que las amaban – dijo con sinceridad – pero ellas les enseñaron que las cosas eran de manera distinta y que no debían sentirse mal por cosas como la separación con ellas, porque fue su decisión…
-No entiendo – el niño parecía confundido.
-Sus mamás se dejaron morir, Tariq, porque era imposible que sus parejas se quedaran con ellas y siempre morían – explicó – así que, al ser una decisión de ellas, sus hijos lo vieron como algo natural y no lloraron su partida, ya que ellas, aunque no se los dijeron con esas palabras, se iban a reunir con sus parejas, por amor…
Tariq suspiró, ahora entendía más cosas de Keroh, pero eso no lo hacía cambiar de opinión sobre su semilla.
-Yo también lo amo – aseguró – y realmente, quisiera quedarme toda la vida con él – levantó la mirada y buscó los ojos rojos con ansiedad – pero no estoy dispuesto a sacrificar mi semilla, solo por eso – las lágrimas se hicieron presentes una vez más – no podría lastimar a mi bebé…
-Te entiendo – sonrió el albino – yo tampoco sería capaz de lastimar a mis retoños… – confesó – pero Keroh no te lo dijo con mala intención, y aunque no lo creas, él tampoco se atrevería a lastimar a su semilla.
El pelinegro acarició su vientre y guardó silencio, escuchando el murmullo de su hijo; momentos después sonrió y se sintió más tranquilo.
-Supongo que, debo hablar con él…
-Sí… deberías…
-¿Crees que vendrá esta noche? – indagó nervioso – le dije muchas cosas feas y, le lancé cosas también…
-Keroh está aquí – anunció el albino.
-¿Aquí? ¿Dónde? – preguntó con ansiedad.
-Ahí – Skoll señaló el ventanal.
Tariq ladeo el rostro y Keroh se asomó por una orilla; el rubio parecía avergonzado y no se atrevía a verlo.
-Keroh… – susurró el pelinegro con una sonrisa.
-Hola, ‘panecito’ – musitó él.
-Ven, acércate… – llamó Skoll para que su cuñado pasara.
El rubio caminó hasta la cama y se movió de un lado a otro, con las manos en su espalda – yo… te traje algo para que me perdones – anunció y movió las manos poniéndolas enfrente.
Tariq sonrió al ver el ramo de orquídeas que el rubio le ofrecía.
Skoll se puso de pie, caminó hacia Keroh y lo empujó a la cama, para que se sentara con su pareja; el pelinegro recibió las flores y le sonrió a la deidad.
-Realmente, lamento mucho lo de anoche – dijo el niño con sinceridad.
-No… – negó el rubio – yo lamento lo que te dije – sus ojos castaños se humedecieron – yo… de verdad, no quiero que le pase nada a la semilla – aseguró – pero tenía miedo de perderte – sollozó – pero ya entendí que no se puede elegir…
Tariq limpió las lágrimas que escaparon de los ojos de Keroh.
-No llore, mi señor…
Keroh se inclinó y besó la frente del niño – no importa si solo estamos juntos unos años – dijo con tristeza, le dolía tener que aceptarlo, pero lo haría de todas maneras – aunque solo podamos tener un par de semillas, te haré feliz, mientras pueda… lo prometo…
-Gracias… – Tariq también empezó a llorar, él amaba a Keroh pero no podría dañar a ese pequeño ser que era parte de ambos y, aunque no lo conociera, sería feliz de saber que viviría muchos siglos, como su papá.
* * *
Keroh se había metido a su árbol de vida desde la noche y no quería salir de ahí; había llorado todo el tiempo que estuvo en el mismo y ya era casi medio día.
El árbol se abrió y él se arrebujó en su lecho musgoso – no quiero salir – dijo en un murmullo – si Tariq no quiere verme, no tiene caso – sollozó.
Pero las lianas del árbol se movieron y lo sujetaron de la cintura, sacándolo de ahí, como si fuera un muñeco de trapo, sin fuerza para mantenerse en una sola posición; el mismo árbol lo acercó al lago, que brillaba con intensidad.
-“Keroh…”
La voz de Nyrn lo hizo entreabrir sus ojos, pero los cerró de inmediato, ya que con la luz le ardían.
-“¿Dónde estabas que no respondías?” – preguntó su hermano con ansiedad.
-Intentando dormir y no despertar jamás, hasta que mi árbol se seque y yo muera en su interior – dijo con un tono dramático.
-“Keroh, no estoy para juegos…” – el ojiverde masajeó el puente de su nariz – “Skoll está muy enojado conmigo, hasta parece que me odia…”
-Bienvenido a mi mundo… – dijo el rubio menor.
-“¡Keroh!” – gruñó Nyrn – “escucha, Skoll quiere ir para allá y si no lo envío, no me dirigirá la palabra de nuevo, hasta que pasen siglos…”
-Por lo menos solo tendrías que esperar siglos, a mi Tariq seguramente no me hablará jamás…
-“¡Ya basta!” – gritó el ojiverde – “¡necesito que reacciones para abrir el portal!”
-¿Para qué quiere venir? – preguntó Keroh – acaso me dejará poner una semilla en él, para olvidarme de la mía y de Tariq… no creo que funcione… – dijo con tristeza.
-“Keroh, voy a golpearte…” – siseó su hermano – “quiere ir a hablar con Tariq…”
Al escuchar el nombre de su pareja, Keroh pareció reaccionar, incorporándose un poco – ¿sobre qué? – preguntó con miedo y curiosidad.
-“No sé…” – negó el mayor – “pero necesito tu ayuda para el portal, así que, por favor, ponte serio, que ya viene…”
-Está bien – dijo el pequeño rubio, volviendo a moverse por sí mismo.
El enorme árbol dejó a Keroh en el islote y la deidad empezó a hacer la invocación; una extraña fuente se formó y de la misma, un portal se abrió un poco después. Skoll pasó por ese extraño ‘hueco’ y al llegar a la ciénaga, se sorprendió de lo que vio; no se imaginaba que ese ‘bosque’ fuese tan diferente al de Nyrn e incluso, se miraba algo, decadente.
-Bienvenido… – dijo el rubio con algo de tristeza aún.
-Sigo enojado contigo – sentenció el albino, pero al ver la aflicción de su cuñado suavizó su semblante – pero, entiendo que no lo hiciste con mala fe – dijo más tranquilo – ya hablé con Nyrn y realmente, lo que sucede es que ustedes, los dríades, son un poco “lentos” en algunas cuestiones y piensan que las cosas solo son ‘blancas o negras’, así que, al ver que algo ‘funcionó’ para uno, creen que será igual para todos…
-No entiendo – dijo Keroh con un gesto confundido.
-Me imagino – el peliblanco entornó los ojos – por eso es mejor hablar con Tariq…
-Te puedo llevar al palacio – el rubio señaló hacia un lado – pero no creo que él quiera verme.
-No importa – el ojirrojo negó – no creo que se niegue a verme a mí – sonrió confiado.
-Está bien, vamos…
-“Keroh…” – la voz de Nyrn se escuchó desde el lago.
-¿Sí? – indagó el aludido.
-“Cuida a mi hermosa flor, porque si le pasa algo…”
-No te preocupes – Keroh negó – no le va a pasar nada, lo prometo…
* * *
Tariq estaba dormido en su cama, había pasado toda la noche llorando y no había querido desayunar. Hark, Vent, Olafh, Brenio, Kofjar y los demás sacerdotes, estaban muy preocupados por su estado; se miraba pálido, demacrado y por demás deprimido. No había querido hablar de lo que había ocurrido con Keroh, así que ninguno sabía que había sido exactamente lo que había pasado y decidieron no intentar sacar el tema, pues apenas le decían el nombre de la deidad, el niño lloraba con demasiado sentimiento.
Por eso, a media mañana, cuando por fin pudo conciliar el sueño, decidieron dejarlo descansar. El pequeño grupo estaba frente a la puerta de la habitación, pues no podían hablar dentro, para no despertar a Tariq y tampoco querían irse por si sucedía algún cambio.
-¿Debería llamar al médico? – preguntó Olafh para Vent.
-Si es algo del bebé, no creo que un médico común pueda saber algo, ¿o sí? – preguntó el ojiverde un tanto confundido.
-Pero tampoco podemos dejarlo así – Brenio estaba más que consternado.
-El problema es que no quiere tomar los tés de flor de sangre – Kofjar suspiró – eso normalmente lo hace sentir bien.
-Ni siquiera quiere escuchar de nuestro señor Keroh – Hark estrujó la túnica entre sus manos – mucho menos saber de algo que tenga que ver con él… lo único que dice es que la semilla es solo suya, no entiendo – dijo con ansiedad.
-Bueno, quizá solo fue un pleito de pareja – el emperador se alzó de hombros – posiblemente se arregle en cuanto las hormonas se calmen o tengan sexo, eso siempre funciona.
-Vent, ¿ni aún en situaciones así puedes dejar tus bromas de lado? – preguntó el pelinaranja con un dejo de molestia.
-Lo siento, pero cuando me pongo nervioso digo estupideces – sonrió el castaño.
En eso, un guardia llegó corriendo.
-Señor… – dijo para Olafh, en cuanto puso una rodilla en el piso – él… él… vino…
-¿Quién? – preguntó el peliverde.
-Su señoría… su… – miró al emperador y titubeó, no sabía que palabra usar – su ilustrísima…
-¿De qué habla? – Brenio señaló al guardia.
-Ya muchacho, no te entiendo, di las cosas como son – ordenó Olafh.
-Nuestro señor Eroim de Nyrn… – dijo a media voz.
-¿Qué tiene? – preguntó Kofjar.
-Está aquí… – musitó.
El gesto de asombro en todos ellos se hizo presente con rapidez, y, al levantar la mirada, observaron al albino llegar a ese piso, subiendo las escaleras.
-Gracias… – dijo el ojirrojo para el guardia que lo iba guiando, quien hizo una enorme reverencia después de señalarle el camino.
Skoll caminaba con aplomo, arrastrando su túnica roja, pues se había puesto una ceremonial para ir a esa visita y agradecía que no se hubiese manchado de lodo, porque Keroh lo cargó todo el trayecto al palacio. Llevaba una ligera sonrisa en sus labios y le causaba un poco de vergüenza la manera en que todos se arrodillaban ante él, pero sabía que no podía hacer nada con ello; siguió el pasillo y llegó ante el pequeño grupo.
Todos los sacerdotes se hincaron y bajaron el rostro, Olafh y Kofjar hicieron lo mismo, Brenio y Vent solo pusieron una rodilla en el piso, pero tampoco se atrevieron a levantar la mirada.
-Buenas tardes – saludó el ojirrojo con su voz dulce – lamento venir sin avisar, pero siendo una emergencia, no pude preparar la visita con antelación – explicó.
-Mi señor… – Olafh sonrió, ya que lo conocía cuando hizo una visita al bosque de Nyrn, cuando era pequeño – usted es siempre bienvenido a este lugar, es un verdadero honor tenerlo aquí.
-¿Cómo estás, Olafh? – preguntó el peliblanco – saludé a tu esposa en la entrada, es muy hermosa – dijo con sinceridad – aunque creo que me entretuvo para que te vinieran a avisar de mi llegada – rió.
-Bien, mi señor, gracias por preguntar – sonrió el peliverde – y sí, bueno, alguien vino a avisarnos – dijo con vergüenza.
-Pero pónganse de pie, no tienen que estar en el piso todo el tiempo, solo porque estoy aquí – el albino se cruzó de brazos, cansado de tanta ceremonia – Kofjar, tantos años sin vernos – dijo para el más anciano de todos.
-Mi señor, usted sigue tan radiante como siempre – dijo el anciano, que lo había conocido cuando fue al seminario, muchos años atrás.
-Bueno, ser esposo de un dríade tiene sus beneficios – Skoll le guiñó un ojo.
-Hola Carel, Dalen, Hark, Rovek – saludó a los sacerdotes que conocía por el seminario – perdón, pero a los otros chicos no los conozco – dijo con sinceridad.
-Mi señor – Kofjar, igual que todos, ya se había puesto de pie y ahora sujetaba su enorme báculo, con el cual señaló a sus seguidores – ellos son Galmo, Nekru, Balgot, Patek, Unner y Alfor, quien irá al próximo seminario y, bueno, aún nos falta un sacerdote – se excusó el anciano.
-Un placer… – sonrió el ojirrojo.
Los jóvenes sacerdotes sonrieron emocionados de conocer, antes del seminario, a Skoll.
-Y ¿ellos? – señaló el albino a los otros hombres que estaban ahí.
-Mi señor – Olafh se puso algo nervioso – permítame presentarle a Vent Dourent, emperador de todo Mhaurent – señaló al castaño.
-Y padre de Tariq – dijo el ojiverde.
Skoll se sorprendió por la confesión, no se había imaginado eso, pero se mantuvo impasible, haciendo una reverencia y apegándose a su actitud como sumo sacerdote de Nyrn.
-Un placer – dijo el peliblanco, haciendo un ligero movimiento con su cabeza, a modo de saludo – yo soy Skoll Eroim, desposado y sumo sacerdote del Dios Nyrn, padre de Neyr, futuro Dios de nuestro bosque.
-Un placer conocerlo en persona – el castaño hizo otra reverencia.
-Y él es Brenio Torsello – prosiguió el peliverde con las presentaciones – maestro de Tariq.
-Un placer – dijo el pelinaranja con sumo respeto.
-El placer es mío – sonrió el ojirrojo.
Esa sonrisa lograba hechizar a cualquiera y Brenio sintió que su corazón latía emocionado al verla, pero desvió la mirada, recordando quien era ese “niño” que tenía enfrente y su posición.
-Me gustaría quedarme a platicar más – Skoll miró a Olafh y puso un gesto serio – pero realmente, deseo hablar con Tariq.
-Bueno, mi señor… quisiera complacerle – el ojiazul titubeó, pues aunque Skoll era el sumo sacerdote de Nyrn él también le debía respeto a Tariq, por ser su sumo sacerdote – pero, es que…
-Sé lo que tiene – aseguró el peliblanco – por eso estoy aquí, vine a hablar con él, y es imperativo que lo haga – aseguró – así que por favor, no me des más largas…
Olafh asintió y se hizo a un lado, permitiéndole el paso a la habitación.
-Hablaré a solas con él.
Con esas palabras, todos se quedaron de piedra, pues obviamente querían acompañarlo, pero ahora solo podían esperar.
Skoll entró al recinto y caminó sin detenerse por la estancia, recorriendo el salón y finalmente llegó a la recámara; observó que Tariq estaba dormido, recostado sobre unos almohadones, casi sentado, pero aunque no quería importunarlo, debían platicar. Llegó al lado de la cama y se sentó en la orilla del colchón.
El albino, antes de hablar, observó el vientre que se dibujaba a través de las mantas y sonrió con ilusión, eso le recordaba sus propias semillas; sin poder contener, estiró el brazo y acarició la pancita con anhelo.
La pequeña piedra en su pecho brilló y pareció comunicarse con la semilla en germinación y del vientre de Tariq, y que una luz roja se hizo presente en ambas; Skoll se sorprendió por ello, pues su pequeña semilla jamás brillaba, pero en esa ocasión, pareció denotar un dejo de vitalidad. El albino llevó la mano a su pecho y trató de entender, pero el movimiento del otro lo distrajo; el calor había inundado el cuerpo de Tariq y se removió inquieto.
-¿Qué…? – el pelinegro entreabrió los parpados y se sorprendió al ver a Skoll frente a él.
-Hola – saludó el ojirrojo, con una sonrisa en sus labios y alejando la mano de su pecho.
-¿Skoll? – Tariq trató de incorporarse.
-No, no te muevas – negó el albino y le ayudó a recostarse de nuevo – ¿cómo te sientes? – preguntó con suavidad.
Un sollozo se hizo presente; las lágrimas volvieron a surcar las mejillas de Tariq y empezó a llorar desconsolado. Skoll se movió y lo abrazó, tratando de confortarlo.
-Ya… tranquilo… ya pasó…
-No… – negó – Keroh quiere… quiere… – no se atrevió a decir lo demás, solo siguió llorando contra el pecho del albino.
Skoll movió las manos, abrazándolo con ternura, pasando las manos por el cabello y la espalda; Tariq cerró los ojos y sintió un calor familiar, se sentía como cuando era más pequeño, cuando su madre lo abrazaba y trataba de calmar su llanto.
-Sé lo que Keroh te dijo – anunció Skoll, pues en el camino, el rubio le había contado lo que había ocurrido la noche anterior.
-¿Le dijo lo que quiere hacer? – preguntó el otro en un murmullo.
-Sí – suspiró.
-¿Es cierto? – preguntó el niño con miedo y se alejó lentamente – usted… ¿tu sacrificaste tu primer semilla? – su rostro reflejaba el horror que la idea le causaba.
-No – Skoll negó y movió su mano, limpiando unas lágrimas del rostro de Tariq – ni yo, ni mi esposo sacrificamos a nuestra semilla…
-¿Entonces…? – el pelinegro permitió que el otro limpiara su llanto – ¿por qué Keroh me dijo eso?
-Tariq, voy a contarte algo que no está en los libros – la mirada del peliblanco se entristeció – hace más de ochenta años, cuando yo portaba mi primer semilla, ocurrió algo que puso en riesgo mi vida – explicó – el día en que sembraría a mi primer retoño, alguien me hirió de muerte en el vientre – señaló su abdomen y el pelinegro se estremeció – mi semilla fue lastimada de gravedad – un nudo en su garganta le evitaba hablar bien – pero aun así, ella podía haber sido salvada, si se hubiese sembrado…
-¿Por qué no la sembraron? – indagó el otro con susto.
-Porque… – un sollozo se hizo presente, a la vez que un par de lágrimas escapaban de los ojos rojos – porque mi semilla no quiso… – confesó – ella sabía que yo iba a morir, así que… decidió unirse a mí – señaló su pecho, justo donde estaba el pequeño cristal rojo y una triste sonrisa curvó sus labios – así, su padre no iba a sufrir mi perdida, porque lo vio muy triste al saber que iba a morir…
-Entonces… ella…
-Sí – Skoll limpió las lágrimas que ya habían brotado de sus ojos – mi semilla se sacrificó por decisión propia, no porque yo quisiera…
Tariq acarició su vientre y luego miró a Skoll – pero… yo no quiero que le pase nada a ella…
-Lo sé… – sonrió el albino – si yo hubiese podido elegir, hubiese decidido que mi semilla viviera, sin importar que yo hubiese muerto – aseguró – por eso entiendo tu actitud, por eso sé que hiciste lo correcto al negarte a la idea descabellada de Keroh y sus hermanos…
-Él no entiende – dijo llorando – él quiere que yo…
-Tariq – el ojirrojo respiró profundamente y trató de calmarse para hablar con seriedad – sé que conoces a Keroh – sonrió – y yo también lo conozco, él no es malo…
-Pero mató gente ayer…
-Sí, me lo contó mi esposo – suspiró el albino – pero ni él, ni mi esposo, ni sus hermanos, son malos – aseguró – solo son un poco diferentes a nosotros…
-Eso no justifica que piense que matar es bueno…
-Ellos no piensan que matar es bueno – Skoll negó – ellos piensan que la muerte es natural, pero también, que el castigo para muchas personas malvadas, es morir antes de tiempo… en sí, su forma de ver las cosas es un poco complicada, pero con paciencia y amor, ellos entienden, aprenden y son capaces de entender cosas y diferenciar lo bueno de lo malo…
El pelinegro bajó el rostro apenado, él sabía muy bien que eso era verdad, aun así, no quería pensar que Keroh era capaz de sacrificar su propia semilla; sus manos acariciaron insistente su vientre.
-Keroh te propuso eso – prosiguió el peliblanco – porque sus hermanos pensaron que era la mejor manera de actuar…
-¿Qué una semilla muera está bien?
Skoll suspiró – para ellos, el sacrificio de una semilla, a cambio de tener muchas más a largo plazo, es algo lógico…
-¡No! – Tariq se asustó del rumbo que llevaba esa conversación.
-Lo sé, es absurdo – aseguró el ojirrojo – pero para ellos, que no conocen mucho de sentimientos, es algo más fácil decirlo, pero obviamente, no de llevarlo a cabo…
-¿Qué significa? – preguntó el niño confundido.
-Escucha… – Skoll respiró profundamente – ellos no comprenden mucho de amor, amistad y todos los sentimientos humanos que nosotros conocemos bien – sonrió condescendiente – incluso, llorar, para ellos es algo impensable, pero cuando lo hacen, es porque en verdad sufren y Keroh lloró por ti…
-Pero aunque me quiera, parece que no quiere a nuestro bebé – reprochó Tariq haciendo un puchero.
-¡Claro que lo quiere! – dijo el peliblanco con seriedad – lo malo, es que él, así como Nyrn en un principio, no sabe cómo demostrarlo… realmente Tariq, ellos solo necesitan aprender a demostrar sus sentimientos…
El pelinegro no estaba muy seguro de lo que el otro decía y Skoll se dio cuenta que dudaba.
-A ver… dime, ¿Keroh te ha contado de las dríades antiguas?
Tariq levantó el rostro y sus ojos bicolor mostraron la confusión que tenía ante esa pregunta.
-Pues… – titubeó – me habló de su mamá…
Skoll rió – no – negó – de las dríades, antes de su mamá…
-No, no lo ha hecho…
-De acuerdo – el ojirrojo suspiró – Nyrn me dijo que las dríades antiguas, nacían de la unión de una dríade con un sátiro…
-¿Un sátiro? – el susto se reflejó en el rostro del menor.
-Sí – asintió el albino – además, las dríades se unían a los sátiros no por amor, sino por el simple hecho de tener semillas.
Los ojos bicolor se abrieron con sorpresa ante la confesión.
-Por eso, la madre de Keroh, así como las de los demás, cuando la mamá de Nyrn les dijo que ella iba a poner una semilla, se apresuraron a intentar algo con algún humano, pero no funcionaba, hasta que se enamoraron – explicó – pero no les dijeron a sus hijos lo que se necesitaba…
-¿Qué quieres decir? – indagó el niño.
-Que los dríades no sabían que se necesita amor para poder tener una semilla con un humano – sonrió el peliblanco – ni tampoco sabían de expresar sus sentimientos, ni cariño como nosotros… ¿sabes que ninguno de ellos lloró cuando su madre murió?
Un sobresalto cimbró a Tariq, él había llorado mucho cuando su mamá había muerto.
-No pongas esa cara – Skoll le acarició el cabello – como dije, ellos ven la muerte como algo natural, así que, al no ser algo malo, no sienten dolor, ni sufrimiento cuando eso sucede… Pero es distinto con Nyrn hacia mí – sonrió – y por lo que sé, con Keroh hacia ti – le guiñó un ojo – y, ¿sabes la razón?
El pelinegro se mordió el labio y estrujó las mantas entre sus manos – por… ¿amor? – indagó con vergüenza.
-Sí… por amor…
-Entonces, ¿no amaban a sus mamás?
Skoll sonrió – claro que las amaban – dijo con sinceridad – pero ellas les enseñaron que las cosas eran de manera distinta y que no debían sentirse mal por cosas como la separación con ellas, porque fue su decisión…
-No entiendo – el niño parecía confundido.
-Sus mamás se dejaron morir, Tariq, porque era imposible que sus parejas se quedaran con ellas y siempre morían – explicó – así que, al ser una decisión de ellas, sus hijos lo vieron como algo natural y no lloraron su partida, ya que ellas, aunque no se los dijeron con esas palabras, se iban a reunir con sus parejas, por amor…
Tariq suspiró, ahora entendía más cosas de Keroh, pero eso no lo hacía cambiar de opinión sobre su semilla.
-Yo también lo amo – aseguró – y realmente, quisiera quedarme toda la vida con él – levantó la mirada y buscó los ojos rojos con ansiedad – pero no estoy dispuesto a sacrificar mi semilla, solo por eso – las lágrimas se hicieron presentes una vez más – no podría lastimar a mi bebé…
-Te entiendo – sonrió el albino – yo tampoco sería capaz de lastimar a mis retoños… – confesó – pero Keroh no te lo dijo con mala intención, y aunque no lo creas, él tampoco se atrevería a lastimar a su semilla.
El pelinegro acarició su vientre y guardó silencio, escuchando el murmullo de su hijo; momentos después sonrió y se sintió más tranquilo.
-Supongo que, debo hablar con él…
-Sí… deberías…
-¿Crees que vendrá esta noche? – indagó nervioso – le dije muchas cosas feas y, le lancé cosas también…
-Keroh está aquí – anunció el albino.
-¿Aquí? ¿Dónde? – preguntó con ansiedad.
-Ahí – Skoll señaló el ventanal.
Tariq ladeo el rostro y Keroh se asomó por una orilla; el rubio parecía avergonzado y no se atrevía a verlo.
-Keroh… – susurró el pelinegro con una sonrisa.
-Hola, ‘panecito’ – musitó él.
-Ven, acércate… – llamó Skoll para que su cuñado pasara.
El rubio caminó hasta la cama y se movió de un lado a otro, con las manos en su espalda – yo… te traje algo para que me perdones – anunció y movió las manos poniéndolas enfrente.
Tariq sonrió al ver el ramo de orquídeas que el rubio le ofrecía.
Skoll se puso de pie, caminó hacia Keroh y lo empujó a la cama, para que se sentara con su pareja; el pelinegro recibió las flores y le sonrió a la deidad.
-Realmente, lamento mucho lo de anoche – dijo el niño con sinceridad.
-No… – negó el rubio – yo lamento lo que te dije – sus ojos castaños se humedecieron – yo… de verdad, no quiero que le pase nada a la semilla – aseguró – pero tenía miedo de perderte – sollozó – pero ya entendí que no se puede elegir…
Tariq limpió las lágrimas que escaparon de los ojos de Keroh.
-No llore, mi señor…
Keroh se inclinó y besó la frente del niño – no importa si solo estamos juntos unos años – dijo con tristeza, le dolía tener que aceptarlo, pero lo haría de todas maneras – aunque solo podamos tener un par de semillas, te haré feliz, mientras pueda… lo prometo…
-Gracias… – Tariq también empezó a llorar, él amaba a Keroh pero no podría dañar a ese pequeño ser que era parte de ambos y, aunque no lo conociera, sería feliz de saber que viviría muchos siglos, como su papá.
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