Capítulo XX
Tariq había pasado la mayor parte de la tarde hablando con su padre, aunque lo hicieron en la habitación del menor. Vent quería llevarlo de visita a la ciudad imperial, para que todo el país supiera que era su hijo, aunque no fuese a tomar posesión como emperador, pero el niño no podía ir, al menos no mientras todavía tuviera la semilla en su vientre, aun así, debía preguntarle a Keroh si podía alejarse de la ciénaga unas semanas.
-¿Aún tienes la flauta? – preguntó el castaño para su hijo.
-Sí – asintió – está ahí, en la mesita.
Su padre se movió y sacó el pequeño instrumento, sonrió con melancolía – no terminé de tallarla en su momento – dijo con vergüenza – pero, prometo que la terminaré…
-Aun así, me gusta como se ve… y si la termina, se mirará preciosa…
-Brenio me dijo que tocas muy bien – mencionó el ojiverde con algo de celos, sabiendo que su amigo si había tenido oportunidad de escuchar a su hijo.
-Lo hacía hasta hace un par de meses – las mejillas de Tariq se tiñeron de rojo – ahora casi no puedo terminar las canciones…
-¿Por qué? – preguntó el hombre con preocupación.
-Es que… necesito respirar profundo y, bueno, el bebé no me deja tomar el suficiente aire – dijo con vergüenza acariciando su vientre con amor.
-Ya veo – sonrió el castaño y acercó la mano – ¿puedo? – preguntó antes de tocar el abdomen de su hijo.
-Sí – asintió el niño y colocó las manos a los costados de su vientre – es tu abuelo… – dijo con suavidad, cuando el emperador acarició por encima de la tela.
-Qué raro… – dijo el hombre con curiosidad – cuando tú estabas en el vientre de tu madre, te movías mucho…
-Es que, no es un bebé realmente – suspiró el menor – es una semilla…
-Había escuchado eso de las semillas, pero no lo comprendo – rió el otro.
-Bueno, es una semilla de cristal – dijo con emoción, sin dejar de sobar su pancita – no se mueve, pero sí reacciona de distintas maneras cuando está cerca su papá, porque es una plantita – rió – pero, en cincuenta años, cuando salga de su árbol de vida, será un niño tan bonito como Keroh…
-Cincuenta años – Vent suspiró – creo que no podré conocerlo – dijo con tristeza.
Con esas palabras, Tariq bajó el rostro, ciertamente no lo pensaba mucho, pero debía admitir que el tiempo de espera era demasiado; él tendría sesenta y siete años cuando el retoño saliera de su árbol y, un nudo en su garganta se hizo presente.
-Bueno, tal vez… – un par de lágrimas escaparon de sus ojos bicolor – tal vez yo tampoco lo conozca – dijo en un murmullo y empezó a llorar.
Vent se movió hasta su lado y lo abrazó con amor, tratando de confortarlo; había pasado años ansiando poder estar al lado de su hijo, compartir sus alegrías y ser su soporte en las tristezas, ahora, podía hacerlo.
-No digas eso – el ojiverde besó el cabello negro con amor – sé que el señor Eroim de Nyrn, está vivo, así que, tú conocerás a tus hijos, solo necesitas ser bendecido por un Dios – dijo con emoción – ¿acaso tu pareja no lo ha hecho?
Tariq limpió sus mejillas, realmente nunca se había puesto a pensar en eso – no… – negó – nunca lo hemos hablado, pero supongo que sí, es posible – sonrió con ilusión.
-Así me gusta – el castaño le sonrió y le acarició una mejilla – cada que sonríes, es como si viera a tu madre – dijo con dulzura – eres igual a ella…
-¡Y qué bueno! – Brenio iba entrando a la habitación – si Tariq se pareciera a ti, no sería tan bonito.
-¿Qué haces aquí? – preguntó el ojiverde con desconfianza.
-Ya van a servir la cena, así que Hark iba a venir a preguntar si Tariq cenaría aquí o en el comedor, pero preferí venir yo – se cruzó de brazos – lo has acaparado todo el día y no he podido platicar con él.
El emperador abrazó al menor y restregó su mejilla contra la suya – porque Tariq es mi hijo – dijo con emoción – me toca disfrutarlo, tú te aprovechaste por muchos años – reclamó – y agradece que eres mi amigo, que si no, te mandaría colgar por todas esas veces que me dijiste que lo querías de una manera muy diferente al cariño paternal – soltó con molestia.
El pelinaranja entornó los ojos – realmente no sé cómo te soportan en el palacio real – negó – seguramente andas mandando colgar a todo el mundo.
-Soy el emperador, no me pueden decir nada – rió el castaño – pero no he mandado colgar a nadie, aun – le guiñó el ojo.
-Cómo sea – Brenio suspiró – ¿qué dices Tariq? – puso un semblante más amable – ¿cenarás aquí o en el comedor?
-Supongo que el comedor está bien – asintió el niño, con una sonrisa nerviosa, aún se sorprendía que su maestro y su padre se llevaran de esa manera tan amistosa – pasar todo el día en cama no es bueno – negó – necesito hacer un poco de ejercicio.
-Bien, que tu padre te ayude, mientras yo anuncio que pongan tu plato también.
En cuanto el pelinaranja salió de la habitación, Vent puso un gesto serio.
-¿Seguro que puedes bajar? – preguntó aun desconfiado.
-Sí, estoy bien…
* * *
Después de la cena, Tariq regresó a su habitación y se quedó a solas, como noche a noche, esperando a Keroh. Estaba recostado sobre varias almohadas, manteniéndose ligeramente erguido en la cama y tenía un libro en mano; esperaba pacientemente a que su pareja fuera a visitarlo. Minutos antes había bebido un té y Hark le había llevado un cuenco de frutas, para calmar ese antojo que lo había asaltado durante la cena, de comer bayas silvestres; después de eso, lo dejó a solas, aún con las indicaciones de que si necesitaba algo, lo llamara.
Mientras estaba concentrado en su lectura, sintió la inquietud de la semilla.
-Tranquila… – acarició su vientre con una gran sonrisa – en un momento te alimentaremos – aseguró – no te preocupes, yo sé que mi señor Keroh no debe tardar.
Pero al observar el reloj de péndulo que estaba a un lado de la cama, se dio cuenta que eran casi las diez de la noche y su deidad no había ido a buscarlo; normalmente antes de las nueve, ya estaba ahí e incluso, en muchas ocasiones, el rubio ya lo esperaba con impaciencia apenas volvía de cenar. Mientras seguía leyendo, sus parpados empezaron a cerrarse; últimamente tenía mucho más sueño y, debido al peso que cargaba, se cansaba con facilidad y su cuerpo necesitaba reponer energías.
Keroh entró con total libertad, gracias a la puerta del ventanal abierta, encontrando al menor dormido sobre el lecho; se acercó con sigilo, sentándose en la orilla de la cama y sonrió, disfrutando esa visión. La mano del rubio se movió hasta rozar una mejilla y después, bajó hasta el vientre, acariciando con la yema de los dedos; había pasado mucho tiempo pensando lo que había platicado con sus hermanos y aún estaba algo temeroso de las decisiones que debía tomar.
El brillo carmesí se hizo presente, respondiendo al toque de su padre como siempre y consiguiendo que el pequeño sacerdote entreabriera los parpados.
-Keroh… – sonrió el niño al ver a su pareja.
-Hola, ‘panecito’ – el rubio le correspondió la sonrisa, aunque su mirada castaña tenía un dejo de tristeza – lamento la tardanza…
-Está bien – suspiró – aunque alguien está más que ansiosa… tiene mucha hambre… – dijo con emoción, pues él también esperaba ese momento especial.
Keroh dudó un momento, hubiera querido hablar con Tariq sobre la situación, pero, finalmente se decidió a regar a su semilla y después, discutirían lo que ocurría. Asintió y con sumo cuidado, acomodó al pelinegro en la cama, quitando los almohadones y recostándolo completamente en el colchón. Tariq se dejó mover, sentía a Keroh algo distinto a lo normal, incluso, parecía dudar, pero no se podía imaginar la razón; aun así, lo más importante era regar su semilla.
La deidad desvistió a su pareja con lentitud y observó el vientre abultado; lo acarició con amor y sonrió. Toda su vida había querido tener un retoño y ahora que faltaba poco para sembrarlo, tenía que elegir entre él o su ‘madre’.
-Keroh… – Tariq movió la mano y le acarició la mejilla – ¿pasa algo?
El rubio decidió no responder. Sonrió, se inclinó y besó al menor en los labios, mientras su mano derecha bajaba a la entrepierna del niño, estimulando su miembro, el cual respondió de inmediato, irguiéndose.
El pequeño sacerdote cerró los parpados, todo lo que quería preguntarle a su pareja desapareció de su mente como por arte de magia, especialmente al sentir los labios de Keroh, recorrer su cuello besando y lamiendo con cuidado y llegando a los pechos hinchados; el rubio atrapó un pezón y empezó a succionar, disfrutando la dulzura de la leche.
-Keroh… – susurró el niño – amor… la leche… es para… para el bebé… – dijo con algo de ansiedad y sus gemidos empezaron a delatar su deseo porque el otro siguiera con su tarea.
-Lo sé… – dijo el rubio, pasando la lengua por el pezón sonrosado – pero me gusta – musitó.
-Amor… – Tariq sonrió – la semilla… – se mordió el labio, pues sentía no solo su propia ansiedad por hacer el acto, sino el hambre de su hijo y su necesidad.
Keroh dejó los pechos y bajó más, repartiendo besos sobre el vientre, sintiendo el calor de su semilla y notando el brillo que desprendía desde el interior de su ‘madre’; un par de lianas verdes salieron por el ombligo y fueron a los pechos de Tariq, empezando a bañarse en la leche que su padre ya había probado. La semilla era feliz ahí, era feliz con ellos, especialmente con Tariq, por eso el rubio tenía miedo de elegir y no sabía si su retoño sería capaz de sacrificarse por ellos, si se lo llegaba a pedir.
-Keroh… – la voz del pelinegro lo sacó de sus pensamientos.
Tariq respiraba agitado, pues su pareja, en ningún momento había dejado de estimular su sexo. Las mejillas del niño estaban encendidas y sus ojos acuosos; sus manos se aferraban a las sabanas con fuerza y los gemidos se ahogaban en su garganta.
El rubio se incorporó, acomodándose entre las piernas del menor y empezó a cambiar de forma; las lianas en su cabello crecieron, su piel se cubrió un poco de corteza y su sexo empezó a erguirse. Cuando terminó, rozó con su miembro el de su compañero, mientras los masajeaba a la par; se inclinó sobre el cuerpo del niño y se sostuvo con su mano libre, mientras su mirada castaña buscaba los ojos bicolor.
El pelinegro sonrió, pasó las manos por el cabello rubio y enredó los dedos entre los mechones dorados y las lianas verdes; su respiración se agitó y no dudó en gemir con fuerza, sintiéndose dichoso en ese momento.
-¡Keroh! – dijo al momento de llegar al orgasmo.
La deidad liberó su savia al mismo tiempo y el vientre del niño brilló, permitiendo que la raíz principal de su semilla saliera en busca de su alimento. La pareja tardó un poco en recuperar el aliento, y fue el tiempo necesario para que su semilla se saciara con sus nutrientes, escondiéndose una vez más en el interior del vientre cálido de su ‘madre’.
Keroh se inclinó y rozó la mejilla de Tariq con su nariz; un cariño dulce, tratando de demostrarle su amor con algo tan sencillo. El menor recibió la caricia, exponiendo su rostro para que el otro no solo lo acariciara, sino que lo besara, pues tardó un poco más en recuperar el aliento.
El silencio reinó y eso le llamó la atención al menor; normalmente Keroh hablaba mucho, especialmente después de regar su semilla, preguntándole si podían seguir o si quería descansar, pero ahora, parecía no querer decir nada realmente.
-Keroh… – buscó la mirada castaña con algo de preocupación – ¿sucede algo? – preguntó con inocencia.
La deidad suspiró, intentó sonreír, pero no pudo; desvió la mirada y empezó a volver a su forma normal. Tariq frunció el ceño y, cuando su pareja se alejó, buscó su túnica para cubrir su piel, mientras el otro invocaba un nuevo conjunto de ropa para él
-‘Panecito’ – dijo el rubio con seriedad cuando estuvo vestido nuevamente – Tariq…
Con su nombre, el niño se sintió inquieto, especialmente por el tono que usó.
-¿Mi señor? – su voz apenas se escuchó.
-Hoy… hoy hable con mis hermanos… – un intento de sonrisa se dibujó en los labios del Dios – quería explicarles lo que pasó y el por qué lo hice – explicó.
-¿Se enojaron porque se mostró a otras personas? – preguntó el pelinegro, a sabiendas que ellos no aparecían ante los demás.
-No, no, no… – negó y pasó la mano por su cabello – al contrario, la situación con esos hombres quedó… ah… arreglada de alguna manera – se alzó de hombros – incluso dijeron que era justificado…
Tariq respiró aliviado, sabía que Keroh era el más pequeño de los dioses así que, no le hubiese gustado que lo regañaran, pero luego hizo un mohín; no era agradable pensar que los dioses creían justificado el matar gente.
-Pero… hablamos de otra cosa – la voz disminuyó de volumen y llamó la atención del sacerdote.
Tariq se acomodó en la cama, sobre los almohadones y se cubrió con las mantas; no sabía a dónde iba esa plática, pero Keroh no se miraba bien.
-Keroh… – el niño estiró el brazo y sus dedos rozaron el hombro de su Dios – ¿qué sucede? ¿Qué te dijeron para ponerte tan raro?
El rubio suspiró, se mordió el labio, dudaba si decirle la situación o no, pero realmente, tenían que hablarlo.
-Tariq… – respiró profundamente y trató de armarse de valor – sabes que Skoll tiene una bendición especial para quedarse al lado de mi hermano Nyrn, ¿cierto?
El niño se sorprendió, era de lo que había hablado con su padre y con Hark, así que podría preguntarle a Keroh sin parecer ansioso, pues era él quien sacaba el tema.
-Sí – asintió – y por eso, ahora van a tener semillas cada cinco años – sonrió, e inconscientemente acarició su vientre con ilusión.
-Tariq… – el rubio cerró los parpados un momento, pensando cómo decir las cosas, pero tenía que saber lo que el otro pensaba – tu… ¿quisieras quedarte conmigo para siempre?
-¿Para siempre? – el pelinegro se sorprendió, pero una enorme sonrisa se dibujó en sus labios.
-Bueno, hasta que mi árbol de vida muera, que es cuando yo moriré también, ya sabes que realmente no soy eterno y…
La mano del menor se movió con rapidez y puso un dedo en los labios de la deidad, ya había empezado a hablar mucho y darle vueltas al asunto; él sabía a lo que se refería, pues estaba plenamente consciente que ellos no eran eternos, solo eran longevos.
-Lo entiendo – dijo divertido – y ¡claro que me encantaría quedarme a su lado, mi señor! – sonrió – llenar la ciénaga con nuestras semillas y devolverle su hermosura, justo como es su ilusión – aseguró.
Keroh movió la mano y sujetó la muñeca del otro con delicadeza, besando los dedos con sumo cuidado, pidiéndole perdón aún antes de siquiera lastimarlo.
-Tariq – musitó – esa bendición, fue resultado de algo que… algo que realmente fue muy doloroso, tanto para Nyrn como para Skoll, pero… es un sacrificio que se debe hacer si deseamos estar juntos – trató de explicar.
-Mi señor… – el niño acarició las manos del Dios, y le sonrió, quería confortarlo – yo haría lo que usted me pidiera, con tal de estar al lado de usted y de nuestra semilla – dijo con emoción – no importa lo que cueste para mí, si podré conocer a nuestro hijo y darle muchos más…
El rubio sintió una punzada en su pecho; los músculos de su cuerpo se tensaron y apretó la mandíbula. Quiso pasar saliva pero su boca se había quedado seca.
-Keroh – Tariq lo llamó – haré lo que me pidas… – dijo con seriedad tratando de darle seguridad al otro y que confiara en él.
-‘Panecito’ – sus manos sujetaron las de Tariq, estaba ansioso, no sabía cómo lo tomaría el menor, pero esperaba que se diera cuenta de lo mismo que él entendió ese día, una semilla no era nada si con ello podían tener muchas más – realmente… el sacrificio es… – apretó los dientes con tanta fuerza que rechinaron.
-¿Es…? – Tariq ansiaba saber, él estaría dispuesto a cruzar el mundo entero con tal de quedarse al lado de Keroh y su bebé.
-Nuestra primera semilla… – musitó el rubio.
La frase confundió al niño, parpadeó varias veces y luego levantó una ceja, no lo entendía – ¿qué pasa con ella? – preguntó con ingenuidad.
Keroh buscó la mirada bicolor – nuestra primer semilla debe morir, para que tú te quedes a mi lado…
Los ojos de Tariq se abrieron con sorpresa y empezaron a humedecerse mientras su cerebro procesaba esa información. Cuando se dio cuenta de lo que el otro le pedía, alejó las manos con rapidez, a la par que un par de lágrimas escapaban de sus parpados.
-No es gracioso – dijo con miedo – para ser una broma no es muy buena – su respiración empezó a agitarse.
-No es broma… – Keroh negó – la primer semilla de mi hermano, murió en el vientre de Skoll y eso produjo que se uniera al árbol de vida de Nyrn, por eso tiene la longevidad de un dríade, por eso es como un semidios, porque su primer semilla se sacrificó y…
-¡No! – Tariq se abrazó a su vientre para protegerlo – ¡no! – gritó y empezó a llorar con fuerza – no lo permitiré, no dejaré que le pase nada, ¡jamás! – aseguró – ¡¿cómo puede siquiera insinuar que…?! – su rostro mostró el horror que le producía siquiera pensarlo.
-Tariq, es necesario que…
Las manos de Keroh intentaron tocarlo y el menor lo rechazó con un manotazo.
-¡No me toque! – gritó – ¡no se acerque! – dijo con ira – no voy a permitir que lo toque, ¡jamás! No voy a sacrificar a mi bebé, ¡no voy a permitir que le pase nada! – su rostro estaba bañado en lágrimas – no me importa que usted sea el padre, ¡no lo dejaré hacerle daño!
-Tariq, entiende que…
-¡No! – gritó de nuevo y las puertas se abrieron.
Los guardias del palacio entraron por la principal, mientras que Hark llegó por la secundaria; todos se quedaron atónitos al ver que era Keroh el que estaba ahí y el que ocasionaba que Tariq estuviera alterado.
-Tariq… – el rubio no sabía qué decir.
-¡Creí que la quería! – reprochó el niño aún con sus manos en su vientre, tratando de proteger a su semilla de cualquier cosa que el otro intentara hacerle – ¡Creí que de verdad la amaba! – sollozó – ¡¿Cómo puede pensar en que sacrificaré a mi hijo?! Jamás lo haría, ¡prefiero morir! – aseguró.
Hark corrió a la cama, no le importaba lo que pasara o si su deidad se enojaba, no podía dejar que Tariq se alterara tanto.
-Calma, Tariq, cálmate – pidió el ojirrojo, tratando de acercarse.
-Tariq, te puede hacer daño – dijo Keroh un poco consternado.
-¡Cómo si le importara! – gritó el niño y sujetó una almohada con una mano, lanzándosela a la deidad, quien la esquivó con facilidad – ¡váyase! – ordenó y sujetó la charola que estaba al lado de la cama, lanzándola junto con las frutas también – no quiero que se me acerque, no creí que sería capaz de matar a nadie, e intenté pensar que era justificado lo que hizo aunque no podía aceptarlo del todo – reprochó – aun así pensé que era un buen Dios, pero si no le importa sacrificar a su propio hijo, ¡es un demonio!
Todos se sorprendieron por esas palabras, pero nadie se movía; todos le tenían miedo al Dios de la ciénaga y ahora, con lo que Tariq había dicho, el temor era más que justificado.
Keroh bajó el rostro y algunas lágrimas se agolparon en sus ojos castaños; apretó los puños y pasó saliva, no sabía qué hacer. Hark ya había llegado hasta Tariq y el niño se había puesto a llorar en su pecho, sollozando y gimiendo de manera dolorosa.
-Yo… – levantó el rostro y un par de lágrimas cayeron por sus mejillas – lo siento…
El rubio dio media vuelta y salió con rapidez por la ventana, dejando a todo el mundo sorprendido. Tariq seguía llorando y sus manos se aferraban a su vientre; estaba decepcionado de Keroh y ahora, ya no sabía qué pensar de él.
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