Capítulo XVIII
Tariq despertó en su cama y suspiró después de bostezar.
-Buenos días… – saludó mientras acariciaba su vientre – ya hace hambre, ¿no crees? – preguntó con diversión, pues desde que estaba con la semilla, despertaba a la hora que quería y seguramente ya casi era medio día.
Estiró la mano y de la charola que estaba en un buró, agarró una pequeña campana; apenas se escucharon un par de golpecitos, las dos puertas de la habitación se abrieron casi de inmediato. De la principal, una sirvienta entró con rapidez y de la secundaria, Hark ingresó a la habitación.
-¡Buenos días! – saludó el menor con emoción.
-Buenos días, Tariq – sonrió el ojirrojo y se encaminó a la cama; normalmente, cuando estaban relajados, no era tan formal, pero si había gente extraña, era demasiado serio al llamarlo.
-Buenos días, señor – saludó la chica bajando la mirada – ¿qué necesita?
-Mi desayuno, por favor – pidió sin borrar su sonrisa – tenemos hambre… – dijo rozando con las yemas de sus dedos su abdomen abultado – me asearé después de comer.
-En un momento – dijo la jovencita y salió con paso rápido.
-¿Cómo te fue anoche? – indagó el pelimorado, cuando la puerta se cerró y sirvió una taza con un líquido ligeramente opaco, le agregó un poco de miel y le entregó el recipiente a Tariq.
El niño recibió la bebida y la tomó casi de un solo golpe, pues era un té en realidad, y le gustaba mucho por ser de cascara de naranja.
-Bien… – sonrió y devolvió la taza – el señor Skoll me dijo que no me debo preocupar por lo de la visita real – se alzó de hombros – y que mientras le dé al bebé leche, me dejará dormir tranquilo.
-¡Qué bien! – Hark sonrió – me alegra que al menos ya vas a pasar mejores noches y días y, en fin, todo el rato que duermas las siestas, tú sabes… por cierto ya llegaron – dijo tratando de sonar casual.
-¿Llegaron? ¿Quiénes?
-Ya sabes, tus visitas normales, uno que otro peregrino y… su majestad, el rey y la reina…
-¡¿Qué?! – los ojos bicolor se abrieron enormemente y puso cara de susto – ¿Cuándo? ¿A qué hora? ¿Cómo…? ¿Por qué…? – empezó a respirar con agitación.
-¿Que no dijiste que no te ibas a preocupar? Le puede hacer daño a la semilla – regañó y se sentó en la orilla del colchón, sujetándolo de la mano – ahora cálmate, no pasa nada, a ver, respira… – indicó – sigue mi respiración, inhala, exhala…
Tariq siguió las instrucciones del mayor y momentos después ya respiraba más tranquilo.
-Relájate… – el ojirrojo se movió y acomodó los almohadones tras la espalda del menor, para que se recargara con más comodidad – no te preocupes… – dijo condescendiente – el señor Trallk les explicó que duermes mucho en tu estado y, por eso, accedieron a esperar hasta que despertaras para conocerte.
-¡Qué vergüenza! – dijo el niño apenado – son los emperadores y yo los tengo esperando – bajó el rostro e hizo un mohín.
Su amigo rió por el comentario y le despeinó los mechones negros – Tariq, tal vez tú no te des cuenta, pero ser la pareja de nuestro señor Keroh y el portador de la semilla del futuro Dios de la ciénaga, es mucho más importante que cualquier título de nobleza – aseguró – incluso, el título de rey o emperador es nada, a comparación…
-No sé, Hark – suspiró – ellos tienen un linaje excepcional, de generaciones de personas honorables y yo… bueno… solo soy el hijo de un bardo y… – dudó en decir ‘cortesana’, así que se decantó por la otra palabra más decente – una posadera…
El ojirrojo negó con una sonrisa en sus labios, con suavidad levantó el rostro de su amigo por el mentón y lo miró a los ojos – si eso importara, ¿crees que nuestro señor te hubiese elegido como su pareja? – preguntó serio.
El pelinegro sonrió – supongo que no – dijo débilmente.
-¡Claro que no! – ratificó su amigo – porque solo personas buenas pueden ser pareja de un Dios, para muestra estás tú y el señor Eroim – dijo con sinceridad – no importa la familia o linaje, solo importa lo que sienten y la bondad de su corazón, así que créeme, nadie en este país es más importante que tú, y más vale que lo tomes más en cuenta – rió – así que despreocúpate de la familia real, que ellos pueden esperar, justo como ellos hacen esperar a los demás en su palacio – le guiñó el ojo.
El niño empezó a reír por las ocurrencias de su amigo, pero realmente, lo había hecho sentir mejor.
La puerta se escuchó y Hark permitió el paso; la jovencita que había estado ahí antes, llegaba con el desayuno y, tras ella, Olafh entró a la habitación.
-Perdón – dijo con algo de nervios – sé que no estás presentable – desvió la mirada, pues aunque Tariq no estaba desnudo, él no se atrevía a verlo antes de que se vistiera – pero tenía que venir…
-Está bien, no hay problema… – sonrió el pelinegro, restándole importancia a su propia vestimenta; se acomodó en la cama y Hark puso una mesita para que le sirvieran la comida.
-Me atreví a venir, para avisarte que su majestad, desea platicar contigo, en cuanto estés listo – anunció el peliverde.
-Ah, sí gusta, puedo dejar el desayuno para después…
Hark lo fulminó con la mirada y Tariq se estremeció.
-Bueno… solo digo… – el niño se encogió en su lugar.
-No puede – dijo el ojirrojo – tiene que comer por usted y la semilla – sentenció – así que no puede postergar más su desayuno, porque ya casi es medio día…
Olafh sonrió complacido, era obvio que Hark se preocupaba por Tariq y era un cariño noble, sincero y sin dobles intenciones, algo que le hacía confiar en él para dejarlo a su lado y más, sabiendo que su hijo, Riokh, lo desposaría en poco tiempo, pues se lo dijo antes de partir a la milicia.
Tariq arrugó la nariz, hizo un mohín con sus labios y acarició su vientre con insistencia; no le gustaba que lo regañaran, pero sabía que el otro tenía razón, pues por su semilla debía cuidarse y alimentarse bien.
-Hark… – el peliverde lo llamó – cuando esté listo, avísale a un siervo para que pasemos al estudio.
-Por supuesto, señor – sonrió.
-Bueno, me retiro, come bien – dijo para Tariq, quien bajó el rostro apenado.
Olafh salió de la habitación y tras él, la joven que había llevado la charola.
-Hora de comer – Hark levantó una ceja – y no te vas a levantar hasta que termines con todo…
-No puedo – dijo el pelinegro – ¿qué tal si me da asco y no lo puedo comer?
-No me quieras ver la cara de tonto – entrecerró los ojos – ya sé que no te dan asco los alimentos como antes…
Tariq empezó a reír, realmente lo que quería era pasar directamente al postre; pan con miel y una manzana.
* * *
Apenas pasaba la una de la tarde y Hark iba junto a Tariq, guiándolo con cuidado por las escaleras y los pasillos; el vientre abultado del niño, no le dejaba ver bien por dónde caminaba y ya, varias veces, se había tropezado por el largo de las túnicas. Días antes, Hark estuvo a punto de cortarlas todas para dejarlas más cortas, pero siendo algo inapropiado, tuvo que desistir de la idea, así que optó por llevar a Tariq sujeto de su brazo, para que lo usara como apoyo y sostén.
-Bajar las escaleras es cansado… – dijo el menor al llegar al final y suspiró, mientras su mano sujetaba su vientre por la parte de abajo, tratando de sostener el peso.
-¿Cómo le haces para caminar tanto en la ciénaga? – preguntó su amigo, permitiendo que recobrara el aliento.
-Mi señor Keroh, me carga – confesó.
-Oh, bueno yo no creo que pueda cargarte, pero si quieres, busco a alguien que lo haga…
-¡No! – Tariq negó.
Ya sabía que a Keroh no le gustaba que nadie lo tocara, así que, pensar que alguien lo cargara, solo despertaría la ira del rubio; normalmente tenía problemas para tratar de que no pensara en enviar animales peligrosos a aquellos que se le acercaban demasiado, así que no quería cargar en su conciencia la muerte de un pobre guardia, que solo estuviera haciendo su trabajo. Sabía que Keroh era dulce y tierno generalmente, por eso no entendía por qué la gente le tenía miedo, pero no sabía hasta qué punto podía llegar su ira o celos y, tomando en cuenta que todos los animales estaban a su entero servicio, no quería imaginar lo que podía llegar a hacer.
-Pero así no te cansarías…
-Hark – el pelinegro negó – realmente sería peor, en serio – su sonrisa tembló – además, son distancias cortas, no hay problema, de verdad…
-Está bien, si tú lo dices…
La pareja llegó ante la puerta del enorme despacho, el cual era usado por Olafh cuando platicaba solo con su familia, así que ambos supusieron que era una reunión más íntima, diferente a la ceremoniosa que se hacía cuando le presentaban a alguien noble, al sumo sacerdote.
Hark tocó un par de veces y recibió el permiso de entrar. Abrió la puerta y ayudó a Tariq a ingresar al recinto.
-Buenas tardes – saludó el niño y observó a los presentes quienes se pusieron de pie, inmediatamente.
En el escritorio que normalmente ocupaba Olafh, estaba un hombre que no conocía, pero se le hizo vagamente familiar, aunque no le puso mucha atención, ya que frente al el mueble, estaba su maestro, Brenio Torsello, quien lo miraba con sorpresa y admiración a la vez; también estaban presentes, Olafh y Kofjar.
-Maestro… – dijo el menor con una sonrisa en sus labios.
-Tariq… – musitó el aludido y sin pensar, caminó con prisa hasta el niño y sin dudar, lo abrazó.
El pelinegro se sorprendió por esa acción, tenía meses que no recibía el trato de ese hombre y, aunque no le incomodaba en su momento, ahora si lo hacía, especialmente porque sabía que su maestro lo quería de una manera que él no podía corresponderle.
-Cuando lo supe… – dijo el mayor, alejándose de él – no podía creerlo… – dijo aún consternado – no imaginé que podías verte más hermoso de lo que ya eres…
Las mejillas del niño se tiñeron de rojo y tembló, pero una punzada en su abdomen lo hizo sujetarse del brazo de Hark haciendo un mohín de dolor.
-¿Pasa algo? – preguntó el pelimorado – ¿te sientes mal?
-No… – Tariq negó – solo… maestro, yo sé que… – carraspeó y levantó la mirada, observando los ojos amarillos del hombre – yo sé cuánto me aprecia, pero… aunque me duela decirlo – apretó los parpados – quisiera que no se mostrara de nuevo, tan efusivo conmigo… – su sonrisa tembló.
-¿Por qué? – preguntó el pelinaranja confundido, pues jamás había recibido rechazo del niño.
-Porque… porque mi bebé no se siente bien si alguien más que no es su padre, me trata de esa manera – dijo bajando el rostro y acariciando su vientre – y no me gusta incomodarlo… lo siento…
Un gesto de asombro se hizo presente en el rostro del mayor y trató de sonreír, no entendía eso y parecía una broma, más, la mirada fría y desdeñosa de Hark lo hizo entender que era en serio.
-No yo… – respiró profundamente – yo soy el que lo siente… – se inclinó, haciendo una reverencia – discúlpeme, joven – dijo con suavidad, aunque obviamente, le dolía tener que tratarlo de esa manera.
En ese momento, Olafh llegó hasta ellos – Hark, retírate por favor – pidió con suavidad – tenemos que hablar con Tariq a solas…
El ojirrojo frunció el ceño, no le gustaba dejar al niño solo, pero no podía negarse – está bien – dijo con seriedad.
-Espera… – el hombre de cabello castaño claro que aún estaba tras el escritorio lo detuvo – ¿sería mucho pedir que te quedaras en la puerta y evites que alguien pase? Y con ‘alguien’, me refiero a mi esposa – sonrió de lado.
Hark pasó saliva y sintió que el mundo se abría a sus pies, pero no podía ir contra esa petición tampoco – como ordene, su majestad – dijo débilmente haciendo una reverencia y saliendo del estudio.
Olafh guio a Tariq hasta un sillón y se sentó en otro, a su lado, mientras Brenio se colocaba frente al niño, sentándose a un lado de Kofjar en un sillón doble. El silencio reinó y los ojos bicolor de Tariq pasaban de un rostro a otro, esperando con algo de impaciencia, pues no entendía qué sucedía.
-¿Sabes quién soy? – indagó el hombre castaño, que no se sentó en el sillón principal y, en vez de eso, rodeó el escritorio, colocándose frente al mismo, recargándose en él y viendo directamente hacia Tariq, mientras sus manos se aferraban a la orilla del mueble.
-Por… por lo que dijo Hark, supongo que es el emperador – respondió débilmente.
-Soy Vent Dourent, emperador de todo Mhaurent, el país de la ciénaga de Keroh – explicó con una sonrisa – tengo casi trece años ostentando el título y, el mismo tiempo, casado con Gamih Laurbek, duquesa de Carrenth, ducado al norte de nuestro país.
Tariq no pudo ocultar su confusión, realmente sabía poco de las comarcas, ducados y demás subdivisiones del país, aunque su maestro le enseñaba sobre ello, jamás puso mucha atención; para él, lo único importante era la ciénaga, que abracaba gran territorio, incluyendo la costa.
-Pero… – prosiguió el mayor – durante este tiempo, no he podido concebir con mi esposa, porque ella es estéril – dijo como si no le importara.
-No parece que le moleste mucho – mencionó el pelinegro, aún sin comprender.
-Porque no me interesa – el hombre se alzó de hombros – ¿sabes lo difícil que es hablar contigo conteniendo la emoción? – preguntó entrelazando sus manos y moviéndolas con insistencia, tallando la piel con algo de nervios – estoy sudando – rió y limpió las manos en su pantalón.
-Y sigues manteniendo esa pose despreocupada – dijo Olafh con seriedad.
-Sabes que es mi manera de sobrellevar todo tipo de situaciones… – se alzó de hombros, pasó las manos por su cabello y respiró profundamente – Tariq – dijo finalmente – Olafh y Kofjar me dijeron que tienes curiosidad de saber lo de tu medallón y supongo que también sobre tu padre, el bardo Narry Rubill…
Ante esas palabras, Tariq se sobresaltó – usted ¿conoció a mi padre, igual que el señor Trallk? – preguntó con ansiedad.
-Sí – asintió el castaño – tu padre era un maldito bastardo, hijo de puta, que le importaba un reverendo cacahuate lo que le pasara a su maldita familia – dijo con una sonrisa en sus labios, pero las palabras consiguieron que el niño se asustara – así es – prosiguió el mayor – por eso, los mandó al diablo, escapó de su hogar, de sus obligaciones y de su deber, se le hizo cómodo sabiendo que tenía un hermano que se encargaría de todo lo que le correspondía y que lo apoyaba, ¿sabes por qué? – el niño negó débilmente, confundido por esas palabras, pues no sabía que su padre tuviera un hermano – porque quería vivir, quería conocer, quería saber del mundo y ser feliz con la música que tanto amaba, sin imposiciones familiares, sin un matrimonio arreglado, sin una vida falsa – sonrió tristemente – y, mientras lo hacía, se enamoró de la mujer más maravillosa que pudo haber conocido, de una mujer que tuvo la desventura de tener que trabajar en una profesión por demás denigrante para sobrevivir, pero que tenía el corazón tan puro, que él jamás lo iba a encontrar en nadie más, así recorriera el mundo entero… por eso se dio cuenta que ella era la mujer de su vida y decidió quedarse a su lado, aunque en un principio quería ser un trotamundos sin oficio, ni beneficio…
Tariq no entendía a dónde quería llegar ese hombre con lo que le decía.
-Pero lamentablemente, aunque la amaba y se casó con ella, le mintió sobre él – guardó silencio un momento y tomó aire – no le dijo la verdad de su pasado, porque él mismo quería olvidarlo, pero aunque lo intentó, los lazos sanguíneos no se pueden borrar – dijo con frialdad – él tuvo que volver a su antigua familia, porque su hermano, ese que le dijo que se haría cargo y que él fuera a vivir como quería, falleció – su voz tembló – por eso, tuvo que regresar a su hogar y retomar su verdadero nombre… Por eso, Narry Rubill tuvo que desaparecer, para que Vent Dourent tomara posesión del trono…
El menor se quedó helado ante esa confesión.
El emperador caminó y se inclinó ante el niño, colocando una rodilla en el piso y buscando su mirada, mientras lo sujetaba con delicadeza de una mano; en ese momento Tariq se dio cuenta de los ojos verdes del otro, a pesar de las lágrimas que empañaban su brillo.
-Amé a tu madre más de lo que te puedes imaginar – su voz era un murmullo – te amaba y te amo tanto a ti, que no quise ponerte en peligro – aseguró – por eso me fui y con ayuda de mis amigos, Brenio y Olafh, traté de proteger a tu madre y la enteré, por medio de una carta, de la situación – confesó – pero como dije, los lazos no se pueden borrar y mi esposa, la emperatriz – dijo con sarcasmo – cuando se enteró que yo tenía un hijo, ella intentó hacerte daño y, por más que intenté ocultarle tu paradero, te encontró – ejerció presión en la mano del niño – eso causó la muerte de Zaria, tu madre y es de lo que más me arrepiento…
-No… no es cierto – el niño pasó saliva pero un par de lágrimas rodaron por sus mejillas – es… es una broma… – todo le parecía tan irreal, tan absurdo, que no podía dar crédito a lo que acababa de escuchar – ¿cierto?
Miró hacia un lado y se encontró con los ojos azules de Olafh, quien lo miró con tristeza; cuando miró a otro lado, el rostro de su maestro mostraba la aflicción que todo lo ocurrido le causaba y la pena que Kofjar también sentía por él.
-No te miento… – aseguró el ojiverde y, movió su mano, buscando entre sus ropas, sacando un pequeño medallón.
Tariq lo reconoció inmediatamente, era igual al que él siempre usaba, pero el de ese hombre tenía el grabado intacto, el escudo de armas de la familia real. Cuando Vent lo abrió, le mostró el interior; a diferencia del colgante del menor, este tenía una imagen de Zaria, su madre, con un bebé en brazos.
La mano de Tariq se movió lentamente, y sacó de entre su túnica el suyo, colocándolo a un lado y abriéndolo también. Su mirada bicolor se posó en el rostro de ese hombre y, a pesar de la barba que usaba, aunque no tan poblada como la de Olafh, se dio cuenta que era el mismo que el de su imagen; las lágrimas se desbordaron de sus parpados y sollozó.
El castaño lo abrazó y besó en repetidas ocasiones el cabello negro, mientras el niño se aferraba a su ropa con fuerza, sollozando contra el pecho de ese hombre que ahora sabía, era su padre.
-Perdóname… – pidió el ojiverde – no pude proteger a tu madre…
El niño negó y siguió llorando; ahora entendía muchas cosas, como el miedo de su madre y su insistencia en que no se acercara a nadie; el trato hacia él, no solo de su maestro, sino de Olafh Trallk y de Kofjar. Ellos sabían quién era realmente, pero no le decían nada, solo por protegerlo.
-¿Sabes por qué no me importaba tener descendencia con mi esposa? – preguntó el mayor, tratando de sonreír, aun en medio del llanto.
Tariq negó y levantó el rostro.
-Porque, cuando tu cumplieras la mayoría de edad, iba a venir por ti – confesó – pero ahora… ahora no puedo llevarte a que seas el futuro emperador – sus ojos verdes observaron el vientre abultado – ahora eres mucho más importante que incluso, la familia real – dijo con ilusión – y, no creo que nuestro señor Keroh me deje llevarte, pero no importa, porque ¡voy a ser abuelo!
El niño rió y se limpió la nariz con su mano; Brenio se acercó, entregándole su pañuelo y le sonrió, acariciándole la mejilla con cariño.
-Te dije que dejaras de tratarlo con tanta familiaridad – regañó Vent, mirándolo con molestia – y él te lo dijo también.
-Tengo años tratándolo así, no puedo evitarlo… – se excusó el otro, pues en varias cartas que le enviaba, le confesó a su amigo que amaba a su hijo, aunque con ello, el emperador casi deja de confiar en él para su cuidado.
-Está bien… – dijo el menor limpiando su rostro con la delicada tela – mientras no me abrace o me bese, no es tan malo…
-Aun así… – el castaño miró con reproche a su amigo, siempre sintió celos de que él sí pudo disfrutar de su hijo cuando era más pequeño, contándole en sus cartas sobre sus pequeños logros y el camino del niño en su madurez, hasta que se fue a la ciénaga, el lugar donde estaría más seguro y sin ser encontrado por su esposa.
-Tengo muchas cosas que preguntarle… – el niño miró a su padre con ansiedad – y… no sé por dónde empezar… – su sonrisa tembló.
-No te preocupes, tendremos tiempo – dijo condescendiente y le acarició el rostro, mientras se limpiaba las lágrimas – me quedaré unas semanas…
-El medallón – musitó – el señor Olafh me dijo que lo habían hecho aquí – sus ojos bicolor mostraban ansiedad.
-Sí – Vent asintió – cuando escapé de mi casa, vine aquí un tiempo, luego recorrí las ciudades y conocí a tu madre, nos casamos – sonrió ilusionado – y meses después tu venías en camino, por eso le pedí a Olafh, que era el sumo sacerdote de la ciénaga, que orara por ti y te encomendara a nuestro Dios, para que te cuidara…
-Por eso hice los medallones – sonrió el peliverde y señaló el interior de ambos dijes – las iniciales, son las de tus padres, V, Z – explicó – y esa es una flor de sangre – aseguró – esperaba que nuestro señor te diera su bendición y te protegiera, ya que sabía que iba a ser muy difícil tu situación en el futuro…
Tariq observó el dije y sonrió, no sabía que esa era una flor de sangre, porque era un dibujo pequeño, pero ahora lo entendía mejor.
-Por eso mi madre siempre creyó en él… – musitó y su corazón latió acelerado.
Su madre le enseñó a creer en el Dios de la ciénaga y ahora, estaba con él y lo amaba.
-Sí – Brenio asintió – yo le expliqué a tu madre muchas cosas, cuando me puse en contacto con ella, después de que Vent se fue, pero para no ponerlos en peligro a ti y a ella, esperamos hasta mucho tiempo después para ayudarla abiertamente – suspiró.
-Hubiera deseado darle dinero y una mejor vida desde mucho antes – dijo el emperador con aflicción – pero los guardias reales me tenían vigilado y mis padres no sabían que tú existías, así que pensaban que solo tenía una aventura con Zaria, especialmente por el trabajo que tenía, por lo que no me permitieron intentar algo serio con ella… Y todo fue a peor cuando tuve que casarme con la ex prometida de mi hermano – apretó los parpados – mi mujer era y es, demasiado exigente, con un carácter de los mil demonios, y me amenazó con que si llegaba a enterarse de que mi ‘aventura’, como le llamaba, había dejado heredero, se encargaría de borrarlo de la faz de la tierra – negó – al principio creí que eran solo celos, pero después supe que era cierto… Por eso Brenio y Olafh esperaron tanto tiempo para ayudar a tu mamá, lamento todo el daño que te causé y el sufrimiento de ella – se disculpó.
-Mamá y yo sufrimos – musitó el niño – pero ella siempre me dijo que mi padre me amaba, aunque yo dudaba, al pensar que nos había abandonado – sonrió – ahora veo el por qué lo decía.
-Por supuesto que te amo – aseguró el ojiverde – no ha habido un solo día de mi vida que no piense en ti y en ella, incluso después de su muerte… y aunque tuviera hijos, tu eres mi primogénito, por eso mis padres terminaron aceptándote antes de morir y…
En ese momento, la puerta se abrió de golpe interrumpiendo la charla; todos se pusieron de pie de un salto, excepto Tariq, quien solo atinó a ladear el rostro, para ver hacia la puerta.
-¡¿Cómo pudiste?! – la voz chillona retumbó en la estancia.
El niño se asustó al ver esos ojos azules, que parecían querer asesinarlo en cuanto se posaron sobre él; solo había visto ese destello en los ojos de Fianna, cuando quería deshacerse de él. Los demás tomaron actitudes serias, excepto el emperador.
-Gamih… – Vent sonrió de lado – creí que te quedarías con Sadry, platicando en un salón sobre cosas de mujeres – dijo restándole importancia – ¿a qué debo el honor de tu interrupción, ‘querida’?
-Vent, no creo que sea el momento de bromear – Brenio habló entre dientes.
El pelinaranja se movió lentamente, yendo hacia un lado, para agarrar su espada, pues al ver todo el séquito de hombres mal encarados que acompañaba a la emperatriz, sabía que las cosas no iban a resultar nada bien; Olafh hizo lo mismo, moviéndose hasta dónde estaba su colección de armas, pues el ver que ninguno de esos sujetos era de sus trabajadores, ni de la escolta que acompañaba al emperador al llegar en la mañana, le llamó la atención. Kofjar por su parte, buscó a Hark, quien estaba hasta atrás de toda esa aglomeración de personas, parecía asustado; con una simple mirada del anciano, el ojirrojo entendió lo que debía hacer y se alejó con rapidez para ir a buscar ayuda.
-¡Tu no vas a humillarme! – espetó la mujer de cabello rosa – no voy a permitir que hagas público ¡que tienes un bastardo!
-Gamih… – el castaño sonrió y levantó una ceja – realmente, Tariq no es un bastardo, es mi hijo legalmente, claro que usé otro nombre para registrarlo, pero es legal – dijo con una enorme sonrisa – además, fue antes de casarme contigo y mis padres me dejaron un decreto sellado, para que él fuese mi sucesor en caso de que no tuviera otros hijos, por tanto, legítimamente es mi primogénito y el heredero real, así que, no puedes hacer nada…
-¡Primero muerta antes de que hagas pública esta vergüenza! – gritó y Tariq se estremeció.
-Ah, ya veo – Vent ladeó el rostro – y dime, ¿quién está pagando a esos hombres que te están secundando?, tu hermano Maroh, porque mis guardias no son y tú no te llevas bien con tu hermana Karell, así que dudo que ella te apoye en esta tontería… Espero que no hayas matado a mis guardias o a los de Olafh, no quisiera tener que mandar a estos pobres mercenarios a la horca, por atacar a guardias reales y leales, siguiendo las órdenes de la emperatriz, quien obviamente, está fuera de sus cabales…
-¡Deja de burlarte! – la pelirrosa apretó los puños – ¿creías que me iba a quedar con los brazos cruzados? – preguntó con ira – sabía que ese niño era tu bastardo y tuve que seguirte el juego de tener el honor de conocer al ‘sumo sacerdote’ – señaló con desprecio a Tariq – no me importa si tiene la bendición de un ‘Dios’ – su tono de sarcasmo sobresaltó al menor – yo soy la emperatriz y ni un solo hijo de callejera va a tomar ¡lo que por derecho le pertenece a mi familia!
-¿Derecho? – el ojiverde pasó una mano por su cabello – tu familia no tiene ningún derecho – negó – la tendría si me hubieras dado un hijo, pero no – se alzó de hombros – eres estéril, ‘cariño’, por tanto no tienes nada que ofrecer, ni nada que exigir…
El rostro de la mujer se puso rojo por la ira, apretó su mandíbula y con un simple movimiento de rosto señaló al pequeño grupo – mátenlos – dijo entre dientes.
Varios hombres ingresaron al lugar y Vent levantó a Tariq del sillón para ponerlo tras su cuerpo, justo antes de que Olafh le pasara una espada para que se defendiera, en caso de ser necesario.
El sonido de pasos se escuchó en los pasillos, los guardias de la familia Trallk que estaban en el exterior y los del emperador, llamados por Hark, se acercaban con sus armas desenfundadas, pero varios mercenarios estaban antes de llegar a la puerta, y habían puesto algunas mesas a manera de trinchera, evitando que los otros llegaran a su objetivo.
-¡Debiste pagar mucho para esto! – gritó Vent.
-¡Todo lo que tiene mi familia! – respondió su esposa – si tu mueres seré la emperatriz absoluta, por lo que tu dinero y poder será mío, así que ¡no me importa gastar una fortuna si puedo matar a ese bastardo!
-Esto no se ve nada bien – Brenio se mantenía a la defensiva.
Olafh y Kofjar también estaban expectantes, acercándose a los otros, cerrando el espacio para que no se acercaran a Tariq, quien estaba tras los cuatro.
-Obvio que no – el emperador seguía con su humor negro – pero ¡ey! Hemos estado en peores – sonrió para sus amigos – ¿o no?
-Tengo años que no me meto en un pleito, Vent – dijo Olafh entre dientes.
-Yo jamás me metí en ninguno – anunció el anciano con voz temblorosa, pues era obvio que no sabía qué hacer con la espada que portaba en mano.
-De acuerdo, admito que realmente no se ve nada bien – sonrió el ojiverde con nervios – ¡oigan! – habló para los sujetos que se acercaban amenazantes – saben que yo soy el emperador, ¿cierto? Puedo pagarles el doble o triple de lo que ella les prometió.
-Realmente no podríamos confiar que el emperador nos perdonaría intentar matarlo, ¿cierto? – dijo uno de esos sujetos.
-Así que, tenemos que terminar el trabajo y además, la señora nos dará más dinero cuando sea viuda – dijo otro.
-Bien, no me salió la diplomacia – se burló el castaño, mirando de soslayo a sus compañeros – alguien tiene un plan ‘B’…
-Vent, en ocasiones quiero golpearte por tu estúpido humor – dijo el pelinaranja, observando como esos hombres se acercaban cada vez más.
Mientras en el exterior del recinto, los guardias ya se habían enfrascado en una pelea con los hombres que ahí estaban y no los dejaban pasar; los mercenarios dentro del salón estaban por llegar a una distancia peligrosa, cuando la voz de Gamih se escuchó.
-Quiero muerto al niño primero – ordenó con media sonrisa, pues quería que su esposo sufriera.
Con esas simples palabras, Vent frunció el ceño y se puso serio; no iba a permitir que tocaran a su hijo, así muriera en el intento.
-¿Se refiere a Tariq? – se escuchó a alguien preguntar.
-Si me refiero… ¡¿qué importa su nombre?! – gritó la mujer.
-A mí me importa, porque no quiero que le hagan algo a mí ‘panecito’…
Tariq tenía tanto miedo que solo se había aferrado a la ropa de su padre y no quería ver, pero al escuchar la frase, lo reconoció inmediatamente – ¡Mi señor! – levantó el rostro, buscándolo de manera ansiosa con la mirada.
Todos pusieron atención, la voz provenía de un joven de piel verde y cabello rubio, que estaba sentado en la orilla de un ventanal, con ropa de hojas, ramas y musgo, comiendo una naranja con tranquilidad.
-Así que, ¿matarlo? – preguntó posando su mirada castaña en la mujer que estaba en la puerta y lanzó la cascara de la naranja por el ventanal – eso no es bueno, ¿sabías? – su voz sonó fría – Tariq me dice siempre que no debo matar a las personas que se le acercan, porque debo ser un buen Dios y eso, solo lo hacen personas malas…
Olafh soltó su arma y se hincó ante el rubio, casi a la par que Kofjar se colocaba en el piso e inclinaba su cuerpo, casi dejando su cabeza contra sus rodillas; Brenio y Vent se quedaron estáticos al verlo, pero los mercenarios temblaron. Todos sabían lo que un Dios era capaz de hacer, pues conocían la leyenda del bosque de Nyrn; una leyenda que durante años empezó a exagerarse y distanciarse de los verdaderos hechos.
Gamih pasó saliva – no eres real… – murmuró y al observar como los hombres que estaban en el salón se movían con lentitud, tratando de ir a la salida, trató de sonar más segura – ¡no es real! – gritó – ¡el Dios de la ciénaga no existe!
-¿Qué no existo? – Keroh preguntó con sorpresa y se puso de pie – ¿por qué no existo, según tú? – se cruzó de brazos.
La pelirrosa fijó su mirada azul en Keroh.
-Si existiera, me habría dado la oportunidad de tener hijos – dijo la mujer entre dientes a modo de reproche – oré miles de veces esperando que su bendición cayera sobre mí, para tener un heredero y ¡jamás ocurrió!
-Ah, ¿eras tú?, ya veo – dijo con media sonrisa – te diré por qué no te cumplí tu petición… en primera, porque tú eres una mala persona – aseguró, consiguiendo que todos se sorprendieran – tu hermana iba a ser la esposa del emperador y tú le hiciste daño para que ella tuviera miedo y no quisiera casarse con el que iba a tomar posesión del trono, que terminó siendo él – señaló al hombre de cabello castaño, quien lo miraba aún sorprendido – sí – dijo el rubio – esa cicatriz en el rostro de la otra chica, es por culpa de ella – señaló a la pelirrosa.
Todos la miraron con susto, jamás se imaginaron hasta qué punto llegaba su ambición.
-Y segundo – Keroh ladeó el rostro – soy una deidad, pero realmente no hago milagros – rió – solo puedo hacer cosas naturales, mover la tierra, hacer crecer las plantas, ordenarle a los animales y cosas así, pero no puedo darte fertilidad, son cosas que no entran en mis habilidades…
Los ojos azules de Gamih se humedecieron, quería llorar, pero en vez de eso empezó a reír con fuerza y algo de histeria, algo que sorprendió a los presentes – ¡¿y esta es la deidad que adoramos?! – preguntó con sarcasmo – no eres nada, no eres nadie… tu realmente ¡no eres un Dios!
-No, no lo soy – sonrió el rubio – soy un dríade – dijo con orgullo – y él… – señaló a Tariq – es mi pareja y futura madre de mi retoño – con esa aseveración, las mejillas del menor se tiñeron de rojo y sus manos se posaron en su vientre – y por eso… – la sonrisa de Keroh desapareció, dando paso a un semblante sombrío – no voy a permitir que lo toquen, aunque me vuelva malo también…
Bajó las manos y con un chasquido, varias aves entraron por el ventanal, haciendo escándalo y atacando a los mercenarios, quienes movían las espadas al aire, tratando de alejarlas, sin conseguir mucho; pero eso no fue todo, por la misma ventana, ingresaron varios animales, entre ellos serpientes que reptaban con suma rapidez, yendo amenazantes hacia esos hombres, lanzando mordidas hacia sus pies, al mismo tiempo que algunas ranas de tonos brillantes saltaban, intentando meterse a su ropa.
Todos dirigieron sus pasos a la salida en medio de gritos y maldiciones, tratando de quitarse a los animales de encima.
-Olafh… – Keroh miró a su anterior sacerdote – dile a tus guardias y a los otros que se quiten, si no quieren salir lastimados – dijo con frialdad.
Olafh se puso de pie con rapidez y asintió – guardia Trallk, ¡retírense! – ordenó hacia la puerta.
Kofjar también levantó la voz – Hark – llamó al ojirrojo, imaginando que estaba junto a la guardia del peliverde – ¡diles que se hagan a un lado y no se metan!
Pero no hizo falta explicarles, pues todos se habían alejado, poniéndose en las orillas de los pasillos o escondiéndose en otros salones desde antes, al ver a varios lagartos, siendo guiados por dos mucho más grandes, que habían ingresado al palacio, recorriéndolo con mucha familiaridad, hasta llegar a ese lugar. Los mercenarios estaban aterrados y no sabían qué hacer.
-No importa lo que elijan – Keroh sonrió de lado – o mueren en las fauces de los hermanos de Wilk y Welk, o mueren por el veneno de las serpientes y las ranas, solo tengo que esperar y créanme, aunque no lo parezca, tengo mucha paciencia – dijo sin emoción, pues en esa ocasión, no iba a dar marcha atrás a su decisión de matar, no después de ver la determinación de la mujer de cabello rosa en hacerle daño a Tariq y lo que había escuchado de esos sujetos, a quienes no les importaba nada, más que el dinero que recibirían por su trabajo.
Los gritos no tardaron en hacerse presentes, todos los mercenarios intentaron salir de ahí y algunos fueron víctimas de los cocodrilos; los pocos que pudieron evitarlos, empezaron a caer, convulsionándose, muchos ni siquiera llegaban a la puerta principal del palacio al intentar huir; el veneno de los demás animales estaba haciendo efecto con rapidez e iban cayendo en el pasillo principal.
Gamih estaba a un lado de la puerta, pálida como una hoja, viendo con horror como los que iban a ayudarle con su ‘venganza’, eran devorados o caían como moscas por culpa del veneno. Miró con miedo al ser de piel verde, pero luego, su mirada azul se posó en el pequeño grupo dónde estaba su esposo, quien no le prestaba atención a lo demás, sino que parecía tratar de proteger a su hijo, para que no viera lo que ocurría; un destello de odio se hizo presente en sus ojos, ella aún no estaba dispuesta a darse por vencida hasta conseguir lo que quería.
Tariq estaba muriendo de miedo; jamás había visto a Keroh tan enojado, y realmente, no quería ver lo que era capaz de hacer. Aunque obvio que lo hacía solo para protegerlo, creía que era demasiado. Su padre lo había abrazado y sus manos le cubrían los oídos, para que el niño no escuchara del todo, los gritos de los hombres que estaban siendo destrozados por los cocodrilos; una vez más, iba a tener miedo de Wilk y Welk, siendo que ya había superado eso y hasta los miraba ‘lindos’. Aun así, podía escuchar el murmullo de su semilla, quien parecía feliz de lo que su padre estaba haciendo, justificándolo como deseo de protección hacia ellos.
“No voy a permitir que hagas algo así, por muy justificado que sea…” pensó, al imaginar lo que Keroh le iba a enseñar a su retoño en un futuro.
-Faltas tú… – Keroh miró con frialdad a Gamih y se acercó amenazante – ¿prefieres que Wilk y Welk te coman o, el veneno?
La pelirrosa pasó saliva con dificultad, sintiendo que el mundo se le venía encima al ver esa mirada fría y cruel en los ojos castaños del Dios.
El rubio entrecerró los ojos y luego rió – ¡es broma! – dijo con diversión, volviendo a su semblante tranquilo – tu castigo se lo dejaré a él – señaló al emperador quien levantó el rostro con sorpresa – yo ya hice lo que me correspondía – miró hacia la puerta – ya pueden irse…
Wilk y Welk abrieron sus fauces, hicieron su clásico gruñido y los demás parecieron seguir sus indicaciones. Momentos después, todos los animales se habían ido, aunque el pasillo quedó lleno de sangre, a causa del festín de los lagartos y uno que otro trozo que no se comieron.
El rubio dio media vuelta y caminó hacia el pequeño grupo, dónde estaba Tariq, mientras la mujer resbalaba por la puerta, hasta sentarse en el piso, aún aterrada; ya no iba a poder hacer nada, por ese miedo que la inundaba. Olafh y Kofjar bajaron la mirada a modo de sumo respeto cuando la deidad llegó hasta ellos, mientras que Brenio y Vent lo miraban con asombro y admiración. Keroh sonrió y estiró la mano, acariciando el cabello negro del menor, con cuidado.
-‘Panecito’ – dijo lentamente – ¿estás bien?
El pelinegro se alejó del pecho de su padre y lo miró de reojo, hizo un mohín y negó, volviendo a hundir el rostro en el torso del mayor – no – dijo en un murmullo.
-¿Qué tienes? – preguntó la deidad con preocupación – no vi que te hicieran algo, pero sí lo hicieron yo… – apretó los puños y giró el rostro.
-Ya los mató – reprochó – ya no puede hacer nada más, ¿o sí?
Keroh volvió el rostro y bajó la mirada – ¿eso es lo que te molestó? – preguntó en un murmullo, pasando la mano por su cabello, un poco apenado.
-Me molesta – el menor se alejó de Vent – que haga eso que lo convierte en un Dios cruel – regañó – ¿eso le enseña a nuestro bebé? – preguntó frunciendo el ceño y abrazándose por el abdomen abultado – ahora piensa que matar gente es bueno, si tiene justificación – reclamó.
-Pero cuando nazca de su árbol de vida no recordará nada – dijo el rubio a modo de disculpa.
-Eso espero… – Tariq hizo un puchero.
Finalmente, el pelinegro dio el paso y se aferró al cuerpo de la deidad, empezando a llorar contra el pecho del rubio, mientras este lo abrazaba con sumo cuidado y le acariciaba la espalda.
-Tenía miedo… – dijo el menor en un sollozo – tardó mucho en llegar – reclamó.
-Estaba aquí desde el principio – aseguró el rubio y miró de soslayo al pelinaranja – sí, desde el principio – ratificó con molestia y Brenio tembló ante esa voz amenazante – jamás dejaría que te pasara algo, ‘panecito’ – volvió a hablar con suavidad, centrando su atención en su pareja – pero no pensé que fuera a pasar nada hasta que me di cuenta que esa mujer iba en serio…
-Mi señor… – Tariq lloró con más fuerza, permitiendo que todos los sentimientos se desbordaran, habían sido demasiadas impresiones en tan poco tiempo que, llegó un punto en el que no pudo más y su cuerpo se rindió.
Keroh lo sostuvo con facilidad, aunque no se sorprendió de que el niño hubiese perdido el conocimiento, ya que su semilla le anunció que su ‘madre’ estaba demasiado alterado; lo levantó en brazos y salió de ahí, yendo hacia la habitación del pelinegro. Kofjar y Olafh lo siguieron y en el pasillo, Hark se unió al grupo, esquivando lo mejor que podía los restos de los muertos. Los guardias de la familia Trallk y la escolta del emperador salieron de los otros salones, y los líderes empezaron a dar órdenes para que algunos se llevaran los cuerpos de ahí, mientras que otros fueron al estudio a ayudar al rey; Vent y Brenio se acercaron hasta Gamih.
-Bueno, ‘querida’ – el castaño la miró hacia abajo – mi yerno dijo que yo me encargara de ti y, siendo él un Dios y yo el emperador, comprenderás que no le puedo fallar – sonrió con diversión, pasando la mano por su barba – así que, necesito darte un castigo ejemplar… podríamos recordar al ‘peregrino loco’, ¿tú qué opinas Brenio?
-Exagerado… – el aludido se cruzó de brazos – él sí hizo cosas malas, tu esposa solo intentó hacerlas…
-Ah, yo quería decretar algo así – el ojiverde frunció el ceño – pasaría a la posteridad a lo grande, ¡imagínate!
-Tus bromas, Vent – su amigo entornó los ojos – contrólate con ellas, no vienen al caso ahora…
-Aunque te quejes, sé que amas mi sentido del humor – sonrió con diversión – bien, tengo que pensar en el castigo, así que, por ahora – chasqueó los dedos e hizo una seña para sus guardias, quienes se acercaron con rapidez – lleven a la ex emperatriz a las celdas del castillo… ¿hay celdas verdad? – preguntó para el pelinaranja.
-Sí, ¿no recuerdas que jugábamos ahí cuando veníamos de visita con Olafh?
-Bien, llévenla ahí, más tarde hablamos…
* * *
Keroh dejó a Tariq en su cama y se sentó a su lado, mientras Hark y Kofjar se encargaban de llevarle agua fresca, paños y algunas esencias; Olafh había ido a buscar a su esposa, pues al parecer, los mercenarios habían hecho de las suyas atacando a algunos de sus guardias y esperaba que no le hubiesen hecho nada a Sadry.
-‘Panecito’, – la voz de Keroh era un susurro – despierta – pidió con ansiedad.
-Mi señor… – Hark llegó al lado del rubio – con estas ‘sales’ despertará, solo tiene que olerlas – acercó un pequeño botecito.
Keroh alcanzó a oler el contenido e hizo un gesto de desagrado – quiero despertarlo, no matarlo.
El ojirrojo se sorprendió y alejó el pequeño contenedor sintiéndose apenado, pero era muy común usarlo para los desmayos.
La deidad se inclinó hasta besar los labios del niño y lentamente, Tariq volvió en sí, correspondiendo torpemente el beso, abriendo con lentitud sus parpados y suspirando.
-Mi señor… – suspiró.
-Keroh – sonrió el rubio, corrigiéndolo.
-Keroh… – dijo el niño con una ligera sonrisa – tuve un sueño raro…
-¿Qué soñaste, ‘panecito’? – preguntó el otro acariciando la mejilla del niño.
-Soñé que… era hijo del emperador… – una débil sonrisa se ahogó en su boca – y que Wilk y Welk… se comían a unas personas… en el castillo…
El rubio arrugó la nariz y suspiró – Tariq, eso no fue un sueño…
-Q… ¿qué?
-No te preocupes, ‘panecito’ – dijo condescendiente y le besó la sien – no pienses en nada por ahora, solo descansa, yo me quedaré contigo – prometió.
Tariq no podía pensar correctamente, así que, decidió simplemente obedecer, ya después indagaría. Keroh se recostó a su lado y lo abrazó, acunándolo en brazos y con una de sus manos, acariciando el vientre; justo como noche a noche lo hacía, solo para darle seguridad y demostrarle cariño a su retoño.
Kofjar y Hark salieron de la habitación con sigilo, tratando de no importunar a ninguno de los dos y, mucho menos, hacer enojar a la deidad.
* * *
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