Capítulo XV
El tiempo empezó a transcurrir con relativa calma. Tariq se sometió a un intenso entrenamiento como sacerdote, pero, a pesar de que pasaba horas estudiando, en compañía de Olafh y Kofjar, ellos le daban tiempo de recuperar horas de sueño, ya que el menor, noche a noche, se miraba con Keroh en el bosque.
Hark se convirtió en su mejor amigo, su más cercano sacerdote y confidente, algo que a Dalen y Carel no les agradaba del todo, pues de esa manera, el ojirrojo tenía más posibilidad de ser el líder, cuando Kofjar se retirara; pero esa no era la meta de Hark, pues le había contado sus secretos al pelinegro, especialmente las cartas que recibía casi cada semana de parte de Riokh Trallk, quien parecía sumamente interesado en consumar su compromiso y demostrarle que realmente quería casarse con él.
Tariq por su parte, pasaba noches en el árbol de vida de Keroh; algunos días, por medio del reflejo del agua, conoció a Nyrn, Neyr y sobre todo a Skoll, a quien admiraba y le preguntaba muchas cosas de ser sumo sacerdote. Entre los dos, empezó a crecer una amistad, que a Keroh y a Nyrn les agradaba, pues no se imaginaban que sus parejas podían tener tan buena comunicación. Skoll disfrutaba de platicar con Tariq y le ayudaba a entender algunas cosas de los rituales, así como de los canticos que debía aprender, pues en cuanto lo pudiera hacer solo, presidiría una ceremonia frente a la familia real de su país y el pelinegro quería hacerlo bien; así mismo, el albino le pasaba notas sobre lo que aprendía, no solo de Nyrn, sino de los otros dioses, a quienes Tariq aún no conocía.
El menor de los Dioses, no había aceptado que sus otros hermanos conocieran a su ‘panecito’; se mantenía renuente a ello y lo evitaba a toda costa, aunque no le daba una razón a su pareja y, por supuesto las demás deidades decidieron esperar, porque no estaban muy seguros de lo que podía suceder con su hermanito si lo hacían enojar.
Keroh estaba presentando cambios físicos que no comprendía y a Nyrn le causaba curiosidad, pues en poco tiempo, físicamente había crecido y ya no era tan pequeño; con eso, tanto el mayor, como los demás, empezaron a sacar conclusiones que, debido a su reciente actividad íntima con su sacerdote, su madurez se desarrollaba con mayor rapidez, contrario a lo que debía pasar normalmente. A pesar de todo, el carácter de Keroh se mantenía, pero sus celos salían a flote, especialmente cuando Tariq recibía visitas de hombres y mujeres casaderas, que iban a conocer al sumo sacerdote con intenciones de un acercamiento.
Al entrar el último mes del año, el ansia de Keroh por la luna de invierno se acrecentó. Se encontraba nervioso y preocupado, porque si la semilla no germinaba, significaba que Tariq no lo amaba y en el fondo eso le daba temor, pues significaría que esos meses a su lado no habían sido suficientes. Tariq por su parte, le preguntó muchas cosas a Skoll sobre la semilla, especialmente lo que sentiría; el peliblanco no supo cómo explicarle a detalle, pero le dijo que, en cuanto la tuviera con él, lo entendería.
Así, la tan ansiada fecha llegó.
El único que sabía lo que esa noche ocurriría era Hark, quien estaba preocupado de que algo no saliera bien, especialmente porque Tariq le contó que, el primer día, cuando se ponía la semilla, el cuerpo receptor enfermaba y, podía tener fiebre.
-Ten mucho cuidado – la voz de Hark fue un murmullo cuando se despidió de su amigo en las rocas – yo, prepararé todo para la mañana – intentó sonreír pero no pudo, mostrando la preocupación en sus ojos rojos – por cualquier cosa, ya sabes, precaución…
El menor sonrió, él no tenía miedo, al contrario, estaba sumamente emocionado. Ese día, llevaba una túnica nueva, en color carmesí y, portaba su dije en vez del medallón del sumo sacerdote; desde que Keroh le había dicho que prefería ese, lo usaba de esa manera.
Cuando Tariq se quedó solo en las rocas empezó a orar, elevando plegarias y llamando a Keroh, sin poder borrar la sonrisa de sus labios. Un sonido extraño se escuchó, alertándolo; abrió los parpados y observó a los lagartos de la deidad.
-Hola, Wilk, Welk… – sonrió el niño, pues, durante ese tiempo, había aprendido que esos animales, aunque se miraban feroces, eran sumamente dóciles, al menos con Keroh y con él – ¿dónde está mi señor?
-¡Aquí! – el rubio apareció tras su sacerdote, sujetándolo por debajo de los brazos, levantándolo en el aire y después, lo abrazó, restregando su mejilla contra la de Tariq.
La risa del sacerdote se escuchó, como el canto de un pajarillo y después, movió el rostro para buscar los labios de Keroh. El beso empezó dulce y delicado, pero la lengua del rubio buscó con rapidez el ingresar a la boca del menor, probando su sabor con ansiedad, mientras sus manos ejercían presión en el cuerpo, por encima de la ropa.
Un delicado gemido se ahogó en la garganta del pelinegro, mientras sus manos se movían con dificultad, buscando acariciar a su pareja, más, fue imposible, pues Keroh lo alejó con lentitud.
-Hora de irnos, ‘panecito’ – sonrió.
-Necesito quitarme… la túnica... – anunció el niño a media voz, pues la excitación y el deseo estaba a flor de piel y sus mejillas tenían un notable color carmesí.
-Bien, espero…
Keroh se sentó delante de él, esperando con paciencia, sin apartar su mirada castaña del cuerpo del otro. Durante esos tres meses de relación, había descubierto que le gustaba ver a Tariq quitarse la ropa y, aunque no lo hiciera por completo, pues era él quien siempre terminaba desnudándolo cuando intimaban, era en verdad placentero observar cómo se desvestía para acompañarlo a dónde quería.
Pero a Tariq aún le daba vergüenza, al menos hacerlo ahí, en las rocas sagradas. Porque cuando estaban solos, en el árbol de vida del rubio o en las mesetas, sus inhibiciones desaparecían con suma rapidez. Muchas veces se sintió culpable, pues creía que su comportamiento no era el de una persona educada, pero no podía evitar desear a su Dios, y comportarse de manera descarada cuando estaban teniendo relaciones, al grado de ser él quien la mayoría de las veces tomaba el control, para disfrutar del sexo hasta saciarse.
Por eso agradeció que la única vez que Keroh, por su curiosidad, intentó que el niño fuese el activo, el rubio desechó la idea con rapidez, ya que no le había agradado la sensación del primer estímulo que Tariq intentó, con su dedo índice. El pelinegro muchas veces se sintió culpable porque en el fondo, él no quería que su Dios dejara de poseerlo, así que sabía que no lo había hecho bien, pero cuando se lo contó a Keroh, arrepentido por haber sido egoísta, el rubio le dijo que estaba bien, pues realmente disfrutaba de la manera ‘normal’.
-Esa es nueva – dijo el rubio levantando una ceja y sacando a Tariq de sus pensamientos.
-¿Qué…? ¿Qué cosa? – preguntó el niño, con algo de confusión.
-La túnica de abajo, es nueva – señaló con el índice – el olor a tela nueva se nota, a pesar del olor de los aceites que usas para los rituales – explicó – y la tela es más transparente que la que normalmente usas.
-¡Ah! – el menor sonrió nerviosamente – si es que… bueno… hace semanas le conté a Hark lo que pasaría hoy y él, mandó pedir una ‘túnica de primera noche’, a la ciudad.
-¿Túnica de primera noche? – Keroh no entendía eso.
-Sí… – la sonrisa de Tariq tembló – es que… bueno, cuando se contrae matrimonio en una familia noble, el desposado usa una túnica especial para la… primera noche – se encogió de hombros – es más para chicas, pero… él creyó que sería bueno que la usara yo… hoy… por ser un día especial…
-Pero no estamos casados.
Tariq desvió la mirada – lo… sé… – respondió en un murmullo – pero, normalmente, las personas se casan antes de tener hijos – suspiró – y, aunque él sabe que no es mi primera vez con usted, pensó que era un buen… detalle… creo…
Los ojos de Keroh se abrieron con sorpresa – ¡¿de verdad?! – preguntó aun sin poder creerlo – no sabía eso… – frunció el ceño y arrugó la nariz, se cruzó de brazos y sin querer, rechinó los dientes.
-¿Mi señor? – el pelinegro dejó de doblar la ropa que se había quitado y caminó hasta el Dios – ¿qué sucede?
-Es que, Skoll se casó hasta después con mi hermano – explicó, “claro que fue cuando perdieron su primer semilla” pensó, porque era algo que Tariq no sabía, pero él no tenía conocimiento que las parejas debían casarse primero.
-Bueno, eso es lo común en los humanos – el niño se alzó de hombros – pero usted es un dríade, supongo que puede variar un poco y…
-¿Quieres casarte conmigo? – interrumpió el rubio.
La pregunta llegó por sorpresa, Tariq sintió que perdía el aliento y no supo qué responder por un momento, hasta que, volvió a la realidad; para él era algo importante, pero posiblemente, para Keroh no era algo así, después de todo el Dios no conocía del todo las costumbres humanas.
-Mi señor… ¿sabe lo que es casarse con alguien?
-Sí – asintió – cuando te cases conmigo, me llevo el castillo a mi árbol de vida y ya no tienes que irte de ahí – sonrió.
Tariq suspiró, era como imaginaba, Keroh no sabía qué era exactamente casarse; sonrió débilmente.
-Mi señor… – se hincó frente al rubio – el matrimonio es un compromiso de amor – dijo con suavidad – es una promesa de que estaremos juntos hasta que la muerte nos separe y…
-Nada nos va a separar – Keroh sonrió – por eso quiero que te cases conmigo… tal vez no hoy, porque hay que preparar algo bonito, como cuando se casaron Nyrn y Skoll, pero después…
El menor sonrió, tal vez el otro no entendía, pero no podía quitarle sus ilusiones; y no era que él no quisiera pasar toda su vida con el rubio, pero sabía que sería corto el tiempo, pues él era un humano, nada más.
-Está bien… – asintió – pero por ahora, ya estoy listo para esta noche – anunció y se puso de pie.
-Bien…
De un salto, el rubio se puso incorporó – vamos, ‘panecito’, porque ya tengo ‘hambre’ – le guiñó un ojo y Tariq se sofocó por esas palabras que, obviamente, eran en doble sentido.
* * *
Tariq ya conocía el camino al árbol de vida de Keroh, lo había recorrido infinidad de veces y el árbol siempre le parecía inmenso y maravilloso, algo que difícilmente podía encontrarse en la ciénaga, pero, esa noche, se quedó anonadado al verlo.
El Dios había ordenado a las luciérnagas y mariposas nocturnas que se quedaran cerca, para que alumbraran la noche y además hizo crecer distintas flores alrededor de su pequeño islote, todas esas que alguna vez le ofreció al menor; así mismo, había plantas que parecían helechos ligeramente verdosos, brillaban y hacían un delicado sonido cuando el viento las movía, casi como el sonido de su flauta, pero no era todo, ya que estas mismas plantas, liberaban un delicado polen brillante, como copo de nieve que flotaba alrededor, dándole un aire mágico.
Tariq no podía quitar la sonrisa de su boca; realmente no imaginaba que ese lugar, pudiese verse más hermoso de lo que ya era.
-Así… – la voz de Keroh lo sacó de sus pensamientos – puede ser la ciénaga – sonrió, mientras lo abrazaba pasando la mano por la cintura – pero necesita haber más dríades, para que podamos hacer crecer las plantas de nuevo… cómo antes…
El menor levantó el rostro, buscando la mirada de su Dios y tembló, al sentir la mano fría del rubio sujetarlo con delicadeza, acercándose con lentitud.
-‘Panecito’, ¿realmente quieres tener semillas conmigo? – preguntó con inocencia.
Tariq sintió que se derretía por la voz que el otro usó y, especialmente, por esa mirada de ansiedad, esperando su respuesta.
-Sí… – asintió y su sonrisa tembló en sus labios, estaba emocionado – quiero tener semillas con usted, para que algún día, pueda ver toda la ciénaga de esta manera, mi señor…
Keroh no pudo evitar mostrar su emoción, abrazó a Tariq y hundió el rostro en el cuello del niño, aspirando su aroma; el pelinegro pasó las manos por la espalda del mayor y respiró profundamente. Disfrutaba esas muestras de afecto de Keroh, tan diferentes a las que le prodigaba cuando hacían el amor, pero con la misma intensidad en cuanto a sentimientos; estos eran cariños dulces e inocentes, como si la deidad fuera un pequeño niño necesitado de amor, por eso, él se esforzaba por demostrar cuánto lo amaba, siempre.
Lentamente, el rubio rompió el abrazó y buscó los labios de Tariq besándolo con suavidad; el niño sonrió en medio del beso, especialmente al sentir como la deidad lo movía hacia dónde quería, a ese lugar que siempre les servía de lecho, a un lado de su árbol. El musgo, las hojas y lianas ya estaban listas para recibirlos y Keroh no tardó mucho en dejar el cuerpo del pelinegro contra las mismas.
-Tariq… – susurró el mayor, contra los labios del sacerdote.
La manera en que el Dios dijo su nombre consiguió que el niño se olvidara de todo lo que lo rodeaba; ese era el poder que tenía Keroh sobre él, podía hacer y deshacer con su voluntad y él, no quería poner resistencia, porque le gustaba sentirse voluble ante el otro.
-Mi señor… – musitó.
-Keroh… – corrigió entre besos – solo soy Keroh, cuando estamos así, ‘panecito’… – reclamó, pues tenían meses haciendo eso y su sacerdote parecía olvidar llamarlo por su nombre.
-Keroh… – sonrió el otro con debilidad.
Las manos del rubio no perdieron tiempo, acariciando el delgado cuerpo por encima de la delicada y delgada tela; por alguna razón, parecía que estaba acariciando directamente la piel de su sacerdote, pues esa túnica era tan fina como una telaraña, pero aun así, no la prefería sobre la calidez y suavidad del menor, pero le era divertido pues el pelinegro se estremecía con mayor intensidad y le causaba curiosidad el saber la razón.
Los labios de Kero recorrieron el rostro de Tariq y bajaron por su cuello, llegando a dónde empezaba la ropa que portaba, pero no se detuvo ahí, siguió bajando por encima de esta, humedeciendo con su lengua; el niño no pudo ocultar el temblor que lo sacudió, cuando el otro atrapó uno de sus pezones entre sus labios. La túnica que portaba los separaba, pero aun así, podía sentir la lengua rasposa de la deidad, así como su saliva fría, estimulándolo.
-Keroh… – las manos de Tariq se movieron hasta la melena rubia y acarició los mechones con insistencia.
La deidad sonrió, el cuerpo del niño parecía ansioso de recibirlo; noche a noche, se encontraba con que el menor respondía con suma rapidez a sus caricias, tanto, que no necesitaba estimular demasiado, pues Tariq, aunque parecía no poder recibirlo completamente al principio, siempre terminaba exigiendo más.
Keroh se movió al otro pezón y sus manos levantaron la túnica, dejando las piernas completamente expuestas, así como el sexo desnudo y erecto de su sacerdote; su mano derecha fue a estimular el suave miembro que siempre estaba dispuesto para él, que se rendía y le daba ese semen que le gustaba, incluso más que la crema dulce de los panes, pero esa noche no lo comería, esa noche, ese líquido tibio y espeso, se lo entregaría a su semilla.
El rubio conocía muy bien a su pareja, durante esos meses que lo había poseído, descubrió todo lo que le gustaba, lo que disfrutaba y aquello que lo hacía perder la razón; por eso al sentir como el cuerpo se ondulaba de manera insistente, tratando de ahondar la caricia que recibía y los gemidos del niño se escuchaban con mayor volumen, se dio cuenta que era el momento de cambiar. Poco a poco, Keroh tomó la forma que necesitaba para el acto de pasión, al mismo tiempo que su cuerpo quedaba completamente desnudo también.
Tariq tenía la mirada nublada, pero al darse cuenta de la desnudez de la deidad, sonrió débilmente; su respiración agitada conseguía que su pecho subiera y bajara con rapidez. No sabía lo que ocurriría realmente, pero ya deseaba que sucediera.
Keroh no postergó más el momento, se acomodó entre las piernas del menor y empezó a entrar con sumo cuidado. Tariq hizo el rostro hacia atrás, mordió su labio y arqueó la espalda; odiaba que la deidad se tomara las cosas con tanta calma, el ansiaba que entrara rápido y fuerte, invadiéndolo sin miramientos, pero sabía que se detenía porque él mismo, al principio siempre se quejaba mientras se acostumbraba.
Cuando el rubio estuvo dentro, se inclinó hasta besar los labios de su pareja y el otro se dejó hacer, entregándose a los cariños que recibía; los labios de Keroh reconocieron no solo la boca tibia, sino que bajaron por el cuello y mordisqueó los hombros, todo, mientras sus manos acariciaban toda la piel que alcanzaban. Tariq se estremecía ante cada roce, pues la temperatura fría del Dios contrastaba con la suya, produciendo que se estremeciera por escalofríos que conseguían que su piel fuese más sensible cada vez.
La deidad se estaba entregando en el acto, pero aun así, su mente estaba ocupada, esperando el momento y, lo encontró cuando Tariq se aferró al musgo del lecho, levantando la cadera para sentirlo más profundo; sabía que cuando el niño hacía eso, era para que lo penetrara con mayor fuerza y no tardaba mucho en llegar al orgasmo.
Sin que el pelinegro se diera cuenta, las lianas del árbol se movieron, enredándose en su cuerpo y, una de ellas, apresó con fuerza su sexo; sonrió de lado pensando que era Keroh, quien seguía un rítmico vaivén en su interior. Abrió los ojos, buscando la mirada castaña, para exigir más, pero se dio cuenta de las lianas.
-¿Qué…? – preguntó con desconcierto y una de esas formaciones verdes y rasposas ingresó a su boca para evitar que objetara.
Tariq quiso negarse y mordió la liana, más, ante esa acción, una dulce savia empezó a escurrir de la hierba, haciéndole recordar que también era parte de su señor, por eso, dejó de luchar y permitió que él árbol del Dios lo envolviera y manejara a su antojo; las lianas se enredaron en el delgado cuerpo sujetando las extremidades para inmovilizarlo y algunas pequeñas hojas rozaban las partes sensibles, como los pezones, el cuello y, especialmente, el pequeño sexo erecto, que era apresado para que no pudiese alcanzar el climax.
El menor se retorció de placer, pues Keroh seguía poseyéndolo, sin siquiera mover un solo dedo, pues su árbol hacía todo el trabajo; las lianas mantenían un movimiento rudo y rápido, para complacerlo, justo como a él le gustaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas y estuvo por alcanzar el orgasmo un par de veces, pero no podía y eso lo hacía perder la razón; estaba completamente a merced de la deidad y su árbol.
Mientras el pequeño sacerdote disfrutaba, Keroh se enfocó en lo demás. Introdujo su mano en el tronco de su árbol y éste empezó a brillar con fuerza; las ramas se llenaron de flores doradas que no tardaban en abrir y soltar el polen carmesí y, cuando terminó, extrajo del interior del tronco el pequeño capullo de flor roja, cubierto por savia y la sangre del Dios.
La extensión que estaba en la boca de Tariq se alejó, permitiéndole gemir con fuerza.
-¿Te gusta panecito? – preguntó el rubio al inclinarse y besarlo.
-¡Sí! – gimió el menor don deseo – más Keroh, ¡más fuerte! – exigió en medio del placer que experimentaba.
-Te complaceré – sonrió y se alejó – pero, primero…
La cadera del rubio se adecuó a un ritmo opuesto al que las lianas movían el cuerpo del niño, consiguiendo que el otro gimiera aún más fuerte. La mano de Keroh llevó el capullo al vientre de Tariq; el niño aún portaba su túnica, así que las lianas la rompieron sin consideración, dejando el cuerpo completamente desnudo. La flor fue depositada en el ombligo y se abrió con rapidez, liberando su polen mientras los pétalos desaparecían como un delicado polvo, para mostrar el pequeño cristal rojo.
La liana que apresaba el sexo de Tariq se alejó y la mano libre de Keroh fue a estimularlo; cuando la deidad empezó a introducir la semilla, el pelinegro gritó, se tensó y sin tardar, gritó al llegar al orgasmo, liberando todo su semen en su vientre y bañando el pequeño cristal con el mismo, el cual, empezó a brillar con intensidad.
Keroh apretó la mandíbula, el cuerpo de su sacerdote se contrajo tan fuerte, que sintió mucha presión en su sexo, pero le había fascinado esa experiencia; aun así, no detuvo su acción, siguió presionando la semilla para introducirla en el vientre y, momentos después, ésta desaparecía dentro, junto con todo el semen que el niño había liberado. En ese momento, no se contuvo, se inclinó sobre el delicado cuerpo, mordió con fuerza el cuello y libero su savia en el interior del pelinegro
El rubio respiraba agitado, se había sentido distinto esa noche, pues, ya se había acostumbrado a hacer el amor con Tariq, pero, ahora le había parecido demasiado especial, posiblemente por la semilla.
-Ya está… ‘panecito’… – dijo con suavidad, pero se dio cuenta que el menor había perdido el conocimiento al no obtener respuesta.
Suspiró, su hermano Nyrn ya le había advertido que eso podía ocurrir, pues al parecer, cada que él sembraba una semilla en el cuerpo de Skoll, el albino también se quedaba dormido inmediatamente.
-Es injusto… – reclamó haciendo un puchero – yo aún quería comer “panecito” – aseguró – supongo que no es correcto que siga si tu estas dormido, ¿cierto? – suspiró y empezó a regresar a su forma natural – no importa, si nuestra semilla germina, mañana tendremos que regarla – sonrió – y podré ‘comerte’ más veces de lo normal…
Keroh salió del cuerpo de su sacerdote y lo movió con delicadeza cuando las lianas lo liberaron, acunándolo en brazos y acariciando el vientre de su pareja.
-Tibio… – susurró y sonrió, le parecía que el abdomen de Tariq se sentía más caliente de lo normal y eso, según Nyrn, era bueno, aunque le preocupaba que enfermara, también sabía que era necesario – mañana sabremos si funcionó… – suspiró – por ahora, hay que descansar…
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