Capítulo XIII
Durante la tarde, Tariq se sintió extremadamente cohibido en el templo, como jamás imaginó que sucedería. Sus ‘hermanos’, los otros sacerdotes, lo trataron con extremo cuidado; días antes, era uno más de ellos, ahora lo trataban como si fuese sagrado y eso lo hacía sentir inquieto, pues no quería defraudarlos si esa noche, Keroh no le daba una sola flor.
El pelinegro debía usar la túnica de iniciación como sumo sacerdote y, obviamente, hacer todo el ritual como era debido. Se purificó en el baño del santuario, que era una especie de agua termal; jamás había entrado antes y le pareció un lugar enorme, a comparación del baño comunal donde los sacerdotes se aseaban, y más porque debía asearse solo.
Ya se había bañado en el castillo y ahí, Olafh le explico que debía hacer algunos cambios en su higiene, ya que siendo el sumo sacerdote, tenía que estar más limpio que cualquiera, por tanto, le explicó que debía quitarse el vello corporal; todos los sumos sacerdotes, y sacerdotisas, se quitaban el vello corporal y, solo podían dejárselo, cuando se casaran, porque ya no eran completamente ‘puros’, al tener que intimar con su pareja. Olafh y Hark lo cuidaron en el baño, pero no se atrevieron a verlo desnudo, solo miraban la silueta tras un biombo, mientras un par de criadas, supervisadas por Sadry, lo prepararon y enseñaron a depilarse con una práctica que al niño le resultó algo dolorosa. Mentalmente agradeció no tener demasiado vello o, seguramente, hubiese dolido más, pero al final, se sintió bien de haber quedado completamente ‘limpio’.
Al salir de las aguas termales en el templo, él mismo tuvo que ungirse unos aceites hechos de árboles y plantas, pues lo otros sacerdotes no se atrevían a tocarlo y menos, al saber que podía ser la pareja del Dios de la ciénaga.
Finalmente, debía colocarse la túnica del ritual, pero bajo la misma debía usar otras dos. La más delgada, era la ropa interior, pues no podía usar otra cosa aparte y se la colocó él solo, antes de salir, para que nadie más viera su cuerpo desnudo; Carel, junto a Dalen, le colocaron la segunda, que era plateada, como la luz de la luna y el manto final, a diferencia del que representaba a los sumos sacerdotes, era tan blanca como la leche, con bordados en plata bastante elaborados.
El ritual de aceptación era de esa manera, la ropa blanca representaba la pureza del sacerdote que se entregaría al dios y, si recibía la flor de sangre, entonces era digno de llevar el color rojo desde entonces, hasta su muerte.
Cuando Tariq se vio en el espejo se sintió completamente apabullado por la situación, esas prendas valían mucho más de lo que él podía llegar a imaginar.
Mientras él pensaba en eso, sus compañeros siguieron con la preparación colocándole lo accesorios que se miraban finos y costosos, entre ellos, el cinturón, de tela extremadamente suave, un manto que solo se sostenía en sus hombros y caía hasta el suelo, arrastrándose cuando daba algunos pasos y un pequeño broche que colocaron en su cabello. Pero, lo más importante y costoso, era el medallón de sumo sacerdote que, ahora, debía portar en su pecho; un colgante de oro puro con la figura de la flor sagrada, grabada en la superficie y con delicadas piedras brillantes que lo hacían relucir con intensidad.
Kofjar estuvo presente en la preparación, atento a los cuidados y tratos que Tariq recibía, asegurándose de que los otros sacerdotes no lo tocaran en demasía.
Cuando el sol empezó a ocultarse, el pelinegro fue llevado a las rocas sagradas sobre una litera, para que no se ensuciara en el camino y lo dejaron en el centro de las mismas.
Era obvio que el niño no conocía los rezos que debía decir, pues no tenía la misma educación que los sacerdotes de la familia Tralk, pero eso no detuvo la ceremonia; Olafh, la presidió durante casi dos horas, recitando los canticos por el menor y los otros sacerdotes lo secundaron. Finamente se despidieron del niño.
-Cuídate… – susurró el peliverde, parecía ansioso y emocionado, pero había un dejo de preocupación en sus ojos que Tariq pudo notar.
-Sí – sonrió el menor, tratando de calmarlo.
Los sacerdotes se acercaron a hacerle una reverencia y el último fue Hark, quien le entregó, sin que nadie se diera cuenta, lo que el pelinegro le había pedido que llevara; un pequeño bollo de crema dulce, envuelto en un delicado pañuelo y, su flauta.
Cuando se quedó solo, siguió hincado y esperó un momento, antes de empezar a tocar una canción con su instrumento.
-Ya me estaba impacientando – Keroh llegó haciendo un puchero – ¿por qué tenían que tardar tanto? – preguntó.
-¡Mi señor! – las mejillas de Tariq se encendieron con solo verlo frente a él.
-¡Hola! – sonrió el rubio – hoy te vez más bonito de lo normal – dijo con sinceridad y su mano se movió a acariciarle la mejilla – esa túnica te queda mejor que a la mujer esa – dijo con desprecio.
-Gra… gracias… – sonrió nerviosamente – me dijeron que era la túnica de iniciación como sumo sacerdote… – levantó un poco la mirada con nervios – piensan que… bueno, que usted me eligió por las flores de sangre, realmente, no supe cómo explicar que…
-¡Obvio que lo hice! – dijo el otro con emoción consiguiendo que el otro se sorprendiera – ahora eres mi sumo sacerdote y no voy a cambiar de opinión.
-¿De verdad? Pero… ¿por qué?
-Porque te quiero…
Apenas lo dijo, Keroh se inclinó y besó a Tariq en los labios; el pelinegro parecía un poco aturdido, tratando de entender la situación, pero terminó dejándose llevar y correspondiendo el beso con ansiedad. Cuando se separaron, el rubio sonrió emocionado.
-Vamos, debemos ir a dónde fuimos ayer.
-Ah, mi señor – el menor se mordió el labio – no quisiera ir con esta túnica para allá – se encogió de hombros.
-¿Por qué? – preguntó el otro, confundido.
-Bueno, es que es una túnica muy especial y, si algo llega a pasarle…
-Bien, entonces, quítatela – sonrió.
Las mejillas de Tariq se tiñeron de rojo y rió nerviosamente; él había pensado en ir al templo por otra o algo así, pero no le quedó más que asentir.
-Está bien, solo, sostenga esto, por favor…
Le entregó su flauta y el pequeño panecillo a Keroh; el rubio se sentó frente al pelinegro y desenvolvió el pan, comiéndolo con rapidez, observando como Tariq se desvestía con mucho cuidado, alejando las prendas superiores de su cuerpo, que eran las más elaboradas.
Cuando se las quitó, las dobló perfectamente y, con el cinturón que había mantenido la túnica en su lugar, hizo un delicado amarre, para que no se maltrataran. También dejó el broche que llevaba en su cabello.
-Listo… – dijo al incorporarse, solo con la prenda inferior, que era de una tela sumamente delgada y su figura se notaba a través de la misma.
Keroh repasó el cuerpo de Tariq con sus ojos castaños – ese no es el medallón que normalmente usas – señaló el dije que portaba.
-No – el niño sujetó el dije y suspiró – la verdad, el señor Olafh me dijo que usara este, porque es el de sumo sacerdote y… bueno… dejé el mío en mi habitación…
-No me gusta – negó el rubio – le dices que dije yo, que no quiero que lo uses, quiero que uses el tuyo, es más bonito…
-Pero… sabrán que hablo con usted…
La risa de Keroh se escuchó con fuerza y después negó – creo que, a estas alturas, ellos ya lo tienen muy claro
Tariq se mordió la uña del pulgar y por un momento, dudó en replicar, pero terminó asintiendo – creo que tiene razón – sonrió.
-Bueno, déjalo también – señaló la ropa.
El pelinegro se quitó el medallón y lo dejó sobre las prendas, al lado del broche.
-Podemos dejar la flauta también – dijo con seriedad el Dios – hoy no vas a tocar tampoco.
-Ah, bueno, solo que… me preocupa que le pase algo… es… importante para mí… – dijo con algo de renuencia.
-No te preocupes – Keroh negó – Wilk y Welk se quedarán aquí, cuidando tus cosas, especialmente tu flauta.
El pelinegro se estremeció. Él no había reparado en la presencia de los enormes lagartos, hasta que su Dios los mencionó; posiblemente, esa era la razón de los ataques, nadie se daba cuenta de sus presencias, hasta que era demasiado tarde.
-Ven… – Keroh extendió la mano hacia su sacerdote, después de dejar la flauta en un lugar seguro y ponerse de pie – hoy, es un día especial.
El pelinegro aceptó la invitación y, apenas sus dedos rozaron la piel de su Dios, sintió que su corazón se aceleraba; por alguna razón, ese simple toque, le prometía más de lo que el otro había dicho con palabras.
* * *
Keroh cargó todo el camino a Tariq. Una vez más, llegaron a la meseta y caminaron por la cueva, pero, a diferencia del día anterior, cuando llegaron a la cámara final, el pelinegro notó que no había lianas, ni flores. El lago se miraba enorme y en el centro, solo un pequeño islote sobresalía, con la formación de rocas de las que escurría el agua transparente.
Cuando cruzaron la ‘barrera’ entre el agua fangosa y el agua clara, Tariq se hundió completamente y empezó a manotear, con miedo. Keroh lo levantó, sujetándolo por debajo de los brazos y chasqueó los dedos, para que un enorme nenúfar brotara del fondo y los elevara sobre la superficie del agua.
-¿No sabes nadar? – preguntó el rubio al ver la cara de terror de su compañero.
-No – negó el niño temblando, pues había sentido que iba a ahogarse.
-Lo siento – la deidad lo abrazó y besó su mejilla – este lugar es muy profundo – señalo el agua – de hecho, es tan profundo, que ni un nadador experto podría llegar al fondo aguantando la respiración – dijo con orgullo.
-Y, ¿las lianas que había ayer? – preguntó el menor – con ellas pudimos caminar muy bien…
-Aun no siembro mis flores de sangre – Keroh sonrió – por eso no están, pero en cuanto lo haga, ya no tendrás que preocuparte – rió.
El nenúfar se movía con lentitud y los llevó hasta el centro del lago, donde estaba el pequeño islote. El rubio guió a Tariq hasta el centro y lo dejó sentado a un lado de la pequeña fuente natural.
-Ahora, ¿qué haremos? – indagó el pelinegro.
-Primero, debo hacer que mis flores nazcan – respondió el otro como lo más obvio del mundo.
El rubio, extendió la mano hacia el frente, hizo un movimiento con la otra y realizó un corte rápido en su palma; cerró los ojos y empezó a hablar de una manera que Tariq no entendió, mientras su sangre oscura escurría hasta el piso. Cuando las primeras gotas chocaron con la superficie, las lianas brotaron con rapidez, sorprendiendo al menor.
Las lianas cubrieron toda la cueva con rapidez, serpenteando por la superficie del agua cristalina y subiendo por las paredes, y rápidamente, se llenaron de capullos de flor.
-Nacen de… usted… – dijo en un murmullo el pelinegro, volviendo la vista a Keroh, quien, con un movimiento cerró la herida en su mano.
-Sí – asintió – son mías…
-Son hermosas… – sonrió el menor.
-Gracias…
Sin dar tiempo a nada, Keroh sujetó a Tariq por la cintura y lo levantó. El pelinegro rió por los movimientos, pues su Dios hizo que giraran antes de recostarlo con sumo cuidado en el suelo, sobre un lecho que se formó con rapidez; las manos del menor acariciaron el cabello rubio, momentos antes de que sus labios se unieran en un beso suave.
-Todas… – susurró la deidad – son para ti… – besó en repetidas ocasiones, las mejillas y los labios – solo… ayúdame a que florezcan…
-¿Cómo? – preguntó el niño con debilidad, cerrando sus parpados, dejándose llevar por los cariños que el otro le prodigaba.
Le gustaba como Keroh lo trataba, con cuidado, con delicadeza y, sobre todo, con amor, porque, aunque no pareciera, eso era lo que había entre ellos.
-Pues… – el rubio se alejó e hizo un mohín – no lo sé – rió – hagamos lo mismo que ayer…
Tariq abrió los parpados, buscando los ojos castaños de su Dios – usted, quiere que… ¿saque su savia? – preguntó con debilidad, no era que no quisiera hacerlo, solo que, esperaba algo más, pues deseaba algo mucho más íntimo y especial.
-No – negó – yo voy a obtener tu semen primero – respondió con sinceridad.
Los ojos de Tariq se abrieron, mostrando su sorpresa y, sus mejillas se tiñeron de rojo; esa declaración, tan sincera, no tenía nada de perverso, ni lujurioso, ni siquiera le había hecho sentir mal, mucho menos se sentía insultado, pues era todo lo contrario.
-¿De…? ¿De verdad? – indagó aun un poco desconcertado, pero no pudo evitar mostrar la emoción en su voz.
-Sí – asintió el otro – y empezaré, ahora, de todos modos, ya estamos limpios, por el agua del lago…
Keroh no dejó que Tariq dijera nada más, volvió a besarlo, pero en esa ocasión, su lengua se introdujo aún más profundamente que las veces anteriores, jugueteando con la otra. Las manos del niño se aferraron a los hombros de su Dios y sus ojos se llenaron de lágrimas; sentía que le faltaba el aire, pero no quería que se alejara, pues su cuerpo empezaba a reaccionar, especialmente por las demás atenciones. Las manos del rubio empezaron a moverse sobre el cuerpo del pelinegro, acariciando con las yemas de sus dedos, rozando la piel de las piernas mientras subía la túnica húmeda.
Cuando la deidad bajó por el cuello, el niño tomó una bocanada de aire y gimió, mientras ejercía presión con sus dedos, sobre las hojas y ramitas que formaban la ropa de su Dios.
-¿Te molestaría…?
La voz de Keroh se escuchó, pero Tariq no entendió a qué se refería, hasta que el ruido de la tela rasgarse lo sobresaltó por un instante.
Su Dios, había roto la delicada túnica que portaba, la misma que acababa de recibir ese día; esa de tela tan fina que hasta se había sentido culpable cuando se la puso al atardecer, de lo extremadamente costosa que se miraba a pesar de solo ser la ropa interior. Pero eso, obviamente al otro no le importó mucho; con su acción, Keroh dejó el cuerpo de Tariq completamente desnudo y a su merced.
-Te ves distinto – dijo con sorpresa al ver el cuerpo desnudo.
Las mejillas del menor se tiñeron rápidamente de rojo y desvió la mirada.
-Si… es que… me dijeron que… el sumo sacerdote debe ser más limpio y… bueno… tuve que… depilarme… – musitó la palabra.
Keroh no entendió a qué se refería, pero supuso que tenía que ver con el hecho de que ya no tenía vello en su cuerpo; aun así, tenía curiosidad por saber cómo había ocurrido, pero prefirió dejarlo para después, ya que, estaba decidido a probar el semen de su sacerdote.
Una vez más, el Dios se inclinó y depositó besos en la piel, bajando por el cuello con lentitud, pasando la lengua para humedecer y enfilándose hacia el pecho desnudo.
-Tiemblas… – susurró el rubio contra la piel del niño – ¿tienes miedo? – preguntó mientras acercaba sus labios a uno de los pezones sonrosados.
-No…
La boca de Keroh, atrapando un delicado botoncito, evitó que Tariq pudiera decir algo más; la succión insistente, consiguió que el pezón se pusiera erecto con rapidez y el menor gimió, pero llevó su mano a morder los nudillos, pues no quería gritar, al menos, no tan pronto, porque sabía que eso apenas empezaba.
Keroh dejó el pezón y fue al otro, realizando la misma acción, mientras sus manos acariciaban los costados, la cadera, las piernas, todo lo que alcanzaba del pelinegro; empezaba a gustarle esa suavidad, esa tibieza y, sobre todo, la dulzura que saboreaba en esa piel, cada que su lengua la probaba, aunque notó que sabía distinto al día anterior. No le disgustaba, pero prefería su sabor natural.
Bajó besando el vientre plano, lamiendo y dejando una estela de saliva, tomándose su tiempo, hasta que llegó al pequeño sexo erecto. Antes de probarlo, lo olisqueó curioso y, con la punta de su nariz, rozó la extensión, la suavidad le parecía perfecta; después, sacó su lengua y recorrió desde la base a la punta, dónde se detuvo, haciendo círculos y disfrutando el sabor húmedo.
El grito de Tariq se ahogó en su garganta, realmente le estaba gustando esa sensación y ese trato. Cerró los parpados y sus manos se movieron hasta los mechones rubios, acariciando con insistencia, ejerciendo una suave presión.
-Más…
El susurro apenas se escuchó y Keroh sonrió, mientras abría su boca para introducir el sexo completo de su sacerdote. Le parecía pequeño, a comparación suyo, aunque no tanto como el único que había visto aparte de ese; el de Skoll. Algunas cosas llegaron a la mente de Keroh, haciéndolo pensar que podía deberse al hecho de que Tariq era más alto que el sacerdote albino, aunque más pequeño que él, solo por unos pocos centímetros.
-Mi… ¿señor…?
La voz del pelinegro, sacó de sus divagaciones al otro; debido a que se puso a pensar, el rubio se detuvo por unos instantes, interrumpiendo su trabajo.
-¿Le… molesta algo? – preguntó el menor con miedo, pensando que algo en él no estaba bien para Keroh y por eso había detenido su avance.
-Perdón… – sonrió la deidad – me distraje… – explicó mientras pasaba su lengua, juguetonamente, en la punta – pero ya no volverá a pasar…
Volvió a retomar su trabajo, succionando con más insistencia aún. Tariq se dejó llevar una vez más con facilidad; momentos antes, si el rubio no se hubiera detenido, hubiese llegado al orgasmo.
Keroh acarició con una mano el miembro erecto; su lengua bajó por los testículos y se aventuró entre las nalgas, después de levantar las piernas del menor con su mano libre y colocarlas sobre sus hombros.
La punta de la lengua tibia y húmeda se aventuró en el orificio virgen; el grito de Tariq retumbó en la cueva, pues Keroh seguía masturbándolo con su mano sin darle tregua. El cuerpo del menor se estremeció y sus manos estrujaron con fuerza las lianas y las flores bajo su cuerpo.
-Mi… señor… no… – gimoteó – voy… a…
Por más que el pelinegro quería resistirse, no pudo hacerlo; toda su resistencia desapareció cuando Keroh introdujo un dedo en su interior. Su mente se puso en blanco y su cuerpo se estremeció al llegar al orgasmo.
El mundo desapareció para Tariq; los espasmos recorrían cada centímetro de su cuerpo. Keroh se incorporó y observó curioso el gesto de placer que el pelinegro tenía; su sonrisa, sus ojos acuosos, sus mejillas teñidas de un intenso tono rojo, su pecho subiendo y bajando debido a su respiración agitada.
-Creo que esto no debía ser así – dijo la deidad y llevó su mano impregnada de semen cerca de su boca – debiste decirme, se supone que debía comerlo – reprochó y sacó su lengua, lamiendo sus dedos.
El sabor no le disgustó, al contrario; siguió lamiendo su mano, comiendo todo lo que ahí había, incluso, limpió entre sus dedos, la palma y lo que había escurrido por su muñeca.
-Sabe rico… – anunció al terminar – ¡muy rico! – aseguró con emoción – como a la crema del panecito que siempre me das.
-¿Q…? ¿Qué? – preguntó el menor, aun recuperando el aliento.
Keroh se inclinó hasta el abdomen y limpió con la lengua concienzudamente, dejando la piel sin un solo rastro del semen que se había esparcido; después subió a los labios de Tariq y lo besó suavemente.
-Podríamos prescindir del pan, si tú te conviertes en mi panecito diario – dijo con diversión y relamió sus labios – ¿te gustaría?
El pelinegro se sorprendió y luego, una débil risita se ahogó en su boca; pasó las manos por el cuello del rubio y le ofreció sus labios sin reserva. Keroh lo besó y Tariq onduló su cuerpo, deseoso; estaba cansado, pero, él quería sentir algo más en su interior, pues, aunque le había fascinado el dedo que había entrado antes, no le parecía suficiente.
-Seré… – susurró contra los labios de Keroh – su panecito… – sonrió con picardía – a cambio de que… me devore todas las noches…
La frase confundió al rubio – no podría devorarte – negó – no soy Wilk o Welk, que comen humanos…
La manera tan inocente de hablar de Keroh, hizo que Tariq empezara a reír; jamás se cansaría de esa faceta de su Dios, tan dulce, tan inocente, tan lindo.
El pelinegro se movió, acercándose a la oreja de su deidad, atrapó el lóbulo entre sus dientes – no lo decía literalmente – susurró.
El rubio sonrió por la caricia – ¿entonces? – preguntó con curiosidad.
Tariq se mordió el labio y empujó al otro ligeramente, guiándolo hasta dejarlo contra el lecho y él se colocó sobre su pecho.
-Creo que debo enseñarle a devorarme de otra manera – le guiñó un ojo – pero, primero, ¿qué le parece si cambia?
-Está bien – Keroh no puso mucha objeción, pues tenía interés en saber a lo que el otro se refería.
Con un chasquido, su ropaje de hojas, dejó de cubrirlo, desprendiéndose con suma facilidad y, cerró los parpados concentrándose para cambiar, justo como el día anterior. El menor se movió, sentándose sobre las piernas del rubio y sus ojos brillaron al ver el sexo irguiéndose completamente; se relamió los labios y se inclinó, pasando su lengua por la punta. El rubio apretó la mandíbula, pues aun no terminaba su cambio y le había dado cosquillas la caricia.
Cuando su cuerpo se mostró tal cual era, observó a su sacerdote. Tariq estaba inclinado y tenía la boca abierta, dejando que su saliva descendiera lentamente y bañara el sexo que tenía enfrente, mientras la lengua hacía círculos en la punta; al rubio le gustaba eso, pues se sentía tibio, contrastando completamente con su calor corporal, especialmente, cuando el menor introdujo el miembro en su boca, estimulándolo con la lengua, rozándolo contra su paladar y llevando la punta a su garganta.
Keroh se dejó llevar, se sentía extremadamente bien, por eso, no pudo ocultar su molestia cuando Tariq se alejó.
-Aun no expulso mi savia – reprochó el rubio.
-Lo sé… – sonrió el menor, relamiendo sus labios – pero ya tengo un lugar reservado para su savia – dijo juguetón y se movió, sentándose en el abdomen de la deidad, levantando su cadera y acercando su entrada al miembro erecto – si sabe lo que haré ahora, ¿cierto, mi señor?
El Dios levantó una ceja, no entendía qué era lo que Tariq decía, realmente aun no comprendía muchas de las cosas que se suponía debía hacer.
-No creo – negó y las lianas que habían brotado de su cabello, se movieron al compás.
Las mejillas de Tariq se tiñeron de rojo, nunca imaginó que él le enseñaría a su pareja, cómo hacer el amor, pero, se sentía extremadamente dichoso de ser la primer persona, con la que Keroh aprendería algo como eso; por primera vez en su vida, sentía que estaba al lado de alguien a quien podía amar, como jamás imaginó.
-Hoy, mi señor… – sonrió y se inclinó hasta Keroh, besándolo con suavidad – vamos a hacer el amor – dijo con emoción – porque yo lo amo.
El rubio se sorprendió ante la declaración, pero no pudo decir nada, pues el otro se alejó y, sin darle tiempo a nada, se sentó sobre su sexo. El grito de Tariq hizo eco en la cueva, le había dolido, aunque no había entrado completo; pero al estar completamente excitado, no imaginó que iba a ser tan difícil. Keroh por su parte, se quedó sin aliento, sintiendo como una parte de él era apresada con fuerza, pero a pesar de todo, no había dolor, al contrario, era algo que le gustó experimentar.
La deidad apenas se estaba recuperando, cuando Tariq volvió a moverse, para llevarlo hasta el fondo; había hecho acopio de su fuerza de voluntad y esperaba que, el dolor desapareciera pronto. Aun así, el pelinegro no pudo evitar que algunas lágrimas escaparan de sus ojos, mientras trataba de acostumbrarse; se inclinó hacia enfrente y respiró agitado por su boca, mientras su cuerpo se estremecía.
Keroh había cerrado los parpados, sonriendo feliz, por lo que estaba pasando, pero la humedad en su rostro lo hizo salir de su ensueño.
-¿Qué pasa? – preguntó con preocupación, al ver que su sacerdote lloraba – ¿te duele?
-Un… poco… – susurró el menor.
El susto se hizo presente en el rostro del rubio, llevó sus manos al rostro de Tariq y lo acarició – será mejor parar – anunció.
-¡No! – el pelinegro encajó las uñas en el torso de Keroh – no quiero… – negó – solo… debo acostumbrarme…
El Dios no entendía esa lógica, cuando él hacía algo que le dolía, simplemente se detenía. Un recuerdo fugaz de lo que había leído en los libros que Nyrn le dio, logró que saliera de su ensimismamiento. Sin dudar, se incorporó un poco y buscó los labios de su sacerdote, besándolo de nuevo, pero de forma lenta y suave. El menor se sorprendió, especialmente al sentir la mano del rubio tras su nuca.
Poco a poco, Keroh empezó a tomar el control, girando junto con Tariq y dejando al pelinegro contra el lecho; los besos que el rubio repartía eran suaves, dulces, delicados, tratando de reconfortar a su compañero, intentando quitarle el dolor con los mismos, mientras sus manos lo acariciaban con sumo cuidado. La piel caliente de Tariq se erizaba ante el toque frío del rubio; algunos suspiros escaparon de su boca, cuando Keroh mordió su cuello, pero fue tan sutil la caricia, que parecía haber sido un suave roce con sus dientes.
El pequeño cuerpo blanco empezó a ondularse y sus piernas acariciaban la cadera de la deidad; las manos del pelinegro pasaron a la espalda de Keroh, ejerciendo presión con sus dedos, tratando de mantenerlo unido a él, pero sin conseguirlo completamente. El rubio estimulaba la erección de Tariq con una mano, y por eso, ambos pechos no podían unirse del todo. Cuando el menor se sintió listo, acercó su boca a la oreja del otro.
-Muévase… – susurró – por favor… – suplicó – devóreme de una vez…
En ese momento Keroh lo entendió; lo que Tariq quería decir con la palabra ‘devorar’ era que lo tomara. Sonrió ante ese descubrimiento y asintió. Antes de alejarse, le dio un beso fugaz y después, quedó hincado entre las piernas del menor; en ningún momento había salido de su interior, así que, empezó a salir lentamente, observando los gestos del otro, pues si había un dejo de dolor, se detendría, pero no fue así.
Tariq llevó las manos sobre su cabeza y levantó la cadera, tratando de moverse él mismo; le desesperaba la calma con la que Keroh se estaba tomando todo, en el fondo, quería que lo hiciera más rápido, más fuerte y más rudo, pues su cuerpo lo exigía.
El rubio entendió esa necesidad, así que se volvió a inclinar, colocó las manos a los lados de su sacerdote y su cadera empezó un vaivén más rápido, consiguiendo que el otro gimiera sin control y enredara las piernas en su cadera.
-Más… ¡más! – exigió el pelinegro, llevando las manos al cuello de su Dios, sonriéndole emocionado y buscando su mirada.
Keroh sintió que su corazón latía emocionado, observando esos iris bicolor que tanto le gustaban, mirándolo de una manera que nunca antes se imaginó; no lo comprendía, pero, realmente le gustaba.
Una mano del Dios, fue a la cintura de Tariq, serpenteó tras su espalda y bajó por sus nalgas, obligándolo a levantar la cadera y penetrarlo aún más profundo. Poco a poco, Keroh se estaba dejando llevar, lentamente, su mente dejaba de buscar razones, de tratar de encontrar los ‘por qué’, por primera vez en su vida, su cuerpo reaccionaba solo.
-Tariq… – susurró contra los labios del menor y cerró los parpados, mientras lo levantaba, junto con él, para que quedara sentado sobre su cuerpo, mientras él seguía hincado.
El pelinegro disfrutó esa manera en la que Keroh dijo su nombre y lo abrazó con ilusión; empezó a mover su cadera y los besos se reanudaron. Aún en medio del acto, ninguno se dio cuenta que las flores de sangre empezaron a reventar, una tras otra, liberando su polen carmesí.
Tariq dejó de moverse por sí solo, pues estaba por llegar al orgasmo, pero Keroh lo sujetó con fuerza de la cadera, moviéndolo aún más rápido que antes; el cuerpo del Dios había empezado a brillar con intensidad, no faltaba mucho para que liberara su savia. El pelinegro no pudo aguantar y gritó al cielo cuando llegó al climax, ensuciando el torso de su Dios.
El pequeño sacerdote quedó contra el cuerpo de Keroh y apenas pudo gemir, cuando sintió la savia regarse en su interior; intentó moverse, pero no le fue posible, ni siquiera tenía fuerza para ejercer presión con sus manos. El rubio había ahogado un gemido contra la piel del cuello del menor y, seguía ahí, respirando agitado, mientras terminaba de liberar su savia completamente; cuando el otro llegó al orgasmo, las contracciones del delicado cuerpo, consiguieron apresar su sexo con tanta fuerza, que no pudo contenerse más.
Momentos después, Keroh dejó a Tariq contra el lecho y él se recostó sobre él, volviendo lentamente a su forma original.
-Perdón – dijo en un murmullo – estoy cansado.
-Yo… también… – aseguró el menor y restregó su rostro contra el hombro de la deidad.
-¿Quieres dormir? – el rubio buscó la mirada bicolor y, cuando observó el rostro, se sorprendió, la piel blanca estaba cubierta de rojo.
-Mjú – asintió Tariq – un poquito… – suspiró.
Keroh sonrió y se acercó a besarlo en los labios. Lentamente salió del cuerpo del pelinegro, pero Tariq solo suspiró al sentir la ausencia del otro; el rubio se acomodó al lado del delicado cuerpo, manchado con el polen de sus flores y lo abrazó con cariño.
-Descansa… – besó la frente del menor – panecito… – sonrió al decirle así y cerró sus parpados.
El rubio estaba cansado, pero no tanto como la primera vez, aun así, era mejor que durmiera un poco, para recuperarse.
* * *
Keroh estaba recostado en el lecho, observando el cielo por el agujero de la cueva; Tariq estaba descansando plácidamente arrebujado sobre su pecho. El rubio acariciaba la espalda desnuda con la yema de sus dedos, un suave roce, tratando de no importunar el sueño de su pareja; no podía evitar el deseo de tocarlo, pero reprimía esa necesidad de hacerlo como lo había hecho antes.
“Hoy, mi señor, vamos a hacer el amor, porque yo lo amo.”
El recuerdo de esa frase lo hizo sonreír ilusionado, si Tariq lo amaba, entonces podían tener una semilla juntos, pues eso era lo que se necesitaba; aunque no entendía lo que sentía él por el menor, solo sabía que le gustaba verlo, sentirlo y tenerlo cerca.
Suspiró.
Sus ojos castaños repasaron la cueva, todas y cada una de las flores de sangre habían florecido en su primera noche; jamás había ocurrido antes.
-Mi señor… – el murmullo sacó de sus pensamientos al rubio.
-¿Te desperté? – preguntó el Dios.
-No – negó el menor y sonrió levantando el rostro, buscando la mirada castaña – realmente, tengo algo de hambre…
-¿Qué quieres comer? – preguntó el rubio y lo movió, sentándolo sobre su regazo.
El pelinegro se arrebujó contra el pecho de la deidad y se hizo un ovillo – manzanas… – musitó – quiero sus manzanas – repitió, levantando la mirada, viéndolo a los ojos, para que no quedara dudas.
Keroh lo abrazó y besó la melena negra con ternura.
-Te daré manzanas – sonrió – pero necesito mandarlas traer – anunció.
-Puedo esperar.
Keroh sonrió, miró hacia el cielo y, sin hacer nada, unas aves en la meseta levantaron el vuelo.
-En unos minutos vienen – anunció.
-Gracias – la mano del menor se movió hasta el cabello de la deidad y enredó los dedos en los hebras doradas – ¿sabe, mi señor…? – sonrió – me gusta su cabello cuando cambia…
-¿Por lo que hicimos? – indagó el rubio.
La risilla de Tariq se escuchó – no – negó – me gusta por lo mismo que me gusta su piel… – rozó la mejilla del Dios – porque es verde… me gusta el verde…
-Ah… – Keroh miró hacia arriba y frunció el ceño – entonces no te presentaré a mis hermanos o también te gustarán – dijo molesto.
Tariq volvió a reír y se movió, buscando las labios del rubio – nadie mi señor, nadie me gustará igual que usted, porque lo amo… – depositó un beso en la boca de Keroh.
El rubio correspondió la caricia y la profundizó.
-Aun así – susurró al separarse – no te presentaré a mis hermanos pronto – sentenció con seriedad y rozó la punta de la nariz de su pareja con el índice.
-Mi señor – el pelinegro suspiró – yo… quiero preguntar… si no le molesta decirme… ¿qué va a pasar ahora?
-¿Pasar?
-Si bueno – el niño abrazó a Keroh y restregó su rostro contra el hombro – ahora soy su sacerdote, y… pues, pronto lo sabrán las personas – suspiró – los visitantes de la familia Trallk, intentaron cortejarme y…
-¿Quieres que me deshaga de ellos? – preguntó el rubio sin mucho ánimo – es sencillo, una serpiente, un cocodrilo, incluso una rana venenosa y mueren con rapidez…
-¡No! – el pelinegro se alejó de un salto – no… – dijo con miedo – eso es… muy drástico…
-¿Por qué? – preguntó Keroh – si quieren hacerte algo, tengo que protegerte.
-Pero usted es un Dios – sentenció el menor – debe ser bueno, bondadoso, amable, piadoso – sonrió con dulzura.
-Pero todos me tienen miedo – el rubio se cruzó de brazos.
-Yo no le tengo miedo – estiró la mano y acarició la mejilla verde con amor – no haga cosas tan agresivas – pidió – en serio, no es bueno para su reputación.
-Entonces, si no quieres que haga nada, ¿por qué me dijiste que intentaron “cotejarte”? – indagó – y, realmente, ¿qué es “cotejar”?
Tariq parpadeo sorprendido y empezó a reír – ¿quería actuar sin saber qué es cortejar?
Keroh entornó los ojos e hizo un mohín – pensé que era algo malo, por eso me lo decías.
-Cortejar es… intentar acercarse a una persona, para enamorarla…
Los ojos castaños se abrieron enormemente y luego su rostro se ensombreció – están muertos – sentenció con ira.
-No mi señor… – Tariq le puso una mano en el hombro, tratando de calmarlo – yo, los rechacé – aseguró – pero, bueno, supongo que otras personas intentarán hacerlo… porque ahora soy su sacerdote y…
-No se puede – negó – eres mío, si te tocan, se mueren – aseguró sin dudar.
El menor suspiró cansado, no iba a llegar a ningún lado con su deidad.
-Yo arreglaré el asunto de los pretendientes – suspiró – pero, quiero saber si… bueno, al menos, puedo decir que, somos… ah… novios…
-¿Novios? – Keroh levantó una ceja ante la palabra.
-Ah… pareja, supongo que es la palabra más adecuada – el niño sonrió nerviosamente.
Keroh empezó a reír, se incorporó y abrazó a Tariq – sí… – dijo después de besarlo en los labios – tu eres mío, eres mi pareja, así que nadie puede tocarte, o de lo contrario, Wilk y Welk, se los van a comer…
Un temblor cimbró a Tariq, no sabía si Keroh podía cumplir eso, pero, era mejor que él mediara esas situaciones con las demás personas, de manera más sutil.
* * *
Tariq volvió a las rocas sagradas antes del amanecer, pues, durante la noche, después de comer las manzanas de su Dios, había vuelto a pertenecerle; se encontró con que Keroh era bastante activo sexualmente y eso, le había fascinado.
Nuevamente volvía con una túnica diferente, pues la interior que no se había quitado, Keroh la había roto y le mandó a hacer una nueva. Al llegar, las flores de sangre ya cubrían todo el lugar.
-Vendré en la noche, mi señor – dijo al despedirse del Dios.
-Te veo en la noche, panecito – Keroh le dio un beso en los labios y se alejó con rapidez.
El niño, por su parte sonrió emocionado, perdiéndose por un momento en su mundo, pero, después, se apresuró a buscar la túnica que había dejado ahí esa noche. Cuando la encontró, la desdobló con cuidado y se sorprendió de verla con algunas delicadas manchas del polen rojo, pues las flores, aunque habían abierto en la cueva, al ser llevadas ahí, todavía tenían rastros del mismo.
Intentó quitar las manchas, pero se dio cuenta que era imposible, así que decidió empezar a vestirse, lentamente, para no maltratarla; unos sonidos extraños se escucharon del lado contrario a los pantanos y Tariq levantó el rostro, pensando que eran los sacerdotes, aunque era demasiado temprano para que fueran por él, pues lo hacían al despuntar el alba.
-¡Vaya! – la voz de Fianna lo sobresaltó, era obvia su mala intención – menos mal que no traes mi túnica – dijo con descaro, levantando el farolito que traía en manos – así no la mancharás con tu sangre sucia…
-¿Qué…? – la voz del niño fue un murmullo al ver a los otros dos hijos de Olafh, acomodándose a los lados de la chica.
-No tengo nada contra ti – Riokh negó – al contrario, creo que eres lindo, pero debes comprender, que debo apoyar a mi hermana, tal vez si tuvieras familia lo entenderías – desenfundó su espada, pero no parecía con la intención de querer usarla realmente.
Lygred dudaba también, pero hizo lo que su hermano, sacó su arma y respiró profundamente – hagamos esto rápido – dijo con nervios – tenemos que volver a palacio antes de que venga alguien y nos descubran.
Tariq empezó a temblar; dio unos pasos hacia atrás y tropezó, cayendo sentado sobre las flores.
-Bueno, tal vez las flores de sangre son una maldición para ti – Fianna sonrió de lado – pero no te preocupes, hay suficientes para que no falten, aunque no reciba una sola cuando vuelva a ser la sacerdotisa.
Los tres dieron unos pasos, acercándose hacia Tariq, pero era Fianna la más amenazante, a pesar de que no trajera un arma, ella no podía disimular su deseo de deshacerse de él; cuando estaban a punto de subir a las piedras, un par de lagartos abrieron sus fauces e hicieron notar su presencia.
-¡¿Qué demonios?! – Riokh cambio de objetivo, observando a uno de esos animales, que caminaba con lentitud hacia él.
-¡¿Qué hacemos?! – preguntó su hermano, poniéndose a la defensiva ante el segundo animal.
Fianna dio un par de pasos hacia atrás, con miedo, tratando de poner distancia entre ella y los animales, pero, las lianas de un árbol que estaba cerca, la atraparon, elevándola por los aires.
-¡Ayúdenme! – la peliverde gritó con desespero y trató de zafarse sin conseguirlo, solo se cayó el pequeño farol y la vela se apagó.
Sus hermanos se desconcentraron al voltear a verla, para ver qué sucedía, algo que Wilk y Welk aprovecharon, para quitarles sus espadas, al atraparlas con sus enormes fauces.
Los dos chicos intentaron huir al ser desarmados, pero las lianas que mantenían cautiva a su hermana, los atraparon también. Tariq no daba crédito a la escena, seguía sentado en medio de las rocas, temblando sobre las flores de sangre, sin poder decir nada, porque estaba muriendo de miedo y, no era solo por los cocodrilos, sino por la situación en sí.
Wilk y Welk dieron media vuelta y se enfilaron al pantano; a pesar de que eran animales, Tariq pudo notar un brillo de diversión en sus ojos amarillentos, parecían satisfechos con lo que había ocurrido. Cuando se perdieron en las aguas oscuras, aún y a pesar de los gritos de los hermanos Trallk, el menor, empezó a sentirse mal; su cabeza empezó a dar vueltas, los sonidos de las voces se empezaron a perder y su vista se nubló, todo antes de desmayarse.
* * *
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