Capítulo XI
Keroh abrió los parpados, al escuchar el canto de un ave nocturna; bostezó y observó el cielo, la luna ya no se miraba y, al poner atención al pájaro, entendió que faltaban pocas horas para el amanecer. Movió el rostro y observó a Tariq dormido a su lado, sonrió y trató de no moverse, para no perturbar su sueño, pero notó algo en él menor; todo el cuerpo del pelinegro estaba cubierto por polen rojo. Su mano se movió y acarició una mejilla del otro, recogiendo con sus dedos el polvo carmesí; levantó el rostro y observó las flores de sangre, todas habían florecido, aunque la gran mayoría, ya se habían desprendido de las lianas, pues, ese mismo día, en la noche, debía volver a ‘plantarlas’.
El rubio sonrió emocionado; no sabía si lo que sentía por Tariq era amor, pero, sus flores de sangre le decían que realmente se sentía feliz a su lado. Sin pensar, se inclinó hasta el menor y depositó un beso en los labios; apenas un roce, pues no quería despertarlo.
La deidad se tomó su tiempo dando indicaciones al viento para los animales de la ciénaga, mientras el deshacía la pequeña tina de lianas, para dejar fluir libremente el agua, que había cubierto parte del cuerpo de ambos, toda la noche. Ordenó a algunas aves que se congregaran ahí y cada una tomó una flor de sangre, sacándola por el agujero de la cueva; después, sujetó a Tariq en sus brazos y, para que no despertara, usando un poco de su poder y gracias al polvo de unas polillas, lo hizo dormir aún más profundo.
Keroh salió de la cueva por el agujero del techo, realizando un salto, así no tendría que llevar a Tariq por la entrada sumergida de la cueva y evitaría que despertara. No se apresuró en lo más mínimo para llevar a su sacerdote a las rocas sagradas.
Al llegar, el centro estaba preparado, pues las aves habían dejado todas las flores de sangre, formando un lecho para su sacerdote, además, había sobre el mismo una nueva túnica plateada. El rubio sonrió complacido, los insectos de la ciénaga habían apresurado su trabajo, realizando una túnica para su nuevo sacerdote, justo como lo ordenó, antes de salir de la cueva; seguramente, fueron insectos de varios tipos, pues solo así habían acabado con ese trabajo tan laborioso. Con mucho cuidado, le colocó al menor la nueva prenda y dejó las otras, que estaban manchadas de fango, dobladas a su lado; finalmente le colocó el medallón el cuello y lo dejó descansando sobre el lecho rojo.
-Tal vez no es suficiente – susurró acariciando la mejilla con sus dedos – pero yo realmente quiero darte algo y, mis flores, es lo único que tengo…
El rubio se inclinó y rozó los labios de Tariq con los suyos, alejándose momentos después; sabía que pronto llegarían los demás sacerdotes, a buscar al menor y él no debería estar ahí.
Aun así, no se alejó mucho, solo se perdió tras unos árboles y la neblina de la ciénaga evitó que se alcanzara a notar su presencia, mientras esperaba con algo de impaciencia.
* * *
Apenas se notaba el sol entre la capa neblinosa que cubría los pantanos, cuando Kofjar y los otros sacerdotes, acompañados por Olafh Trallk, caminaban el sendero hacia las rocas sagradas.
El sacerdote mayor y la cabeza de la familia Trallk, iban liderando la peregrinación.
-Si falló, podemos intentarlo el otro mes – anunció el anciano de manera condescendiente.
-No creo que sea necesario – el peliverde sonrió ligeramente – solo debía aguantar toda la noche, no es como si tuviese que esperar la respuesta del Dios Keroh – dijo con más tranquilidad, pues de esa manera, no se le podía exigir más al menor.
Cuando se acercaron lo suficiente, les llamó la atención no ver a Tariq frente a la roca que le correspondía, que era la más cercana al sendero. El corazón de ambos hombres se aceleró, al pensar lo peor; si el niño no estaba ahí, ni en el templo, posiblemente le había ocurrido algo.
Olafh corrió lo que quedaba de trayecto, mientras que Kofjar apresuró el paso; al usaba un bastón para sostenerse y no le era posible hacer más.
-¡Dalen, Carel! – levantó la voz – vayan con el señor Trallk – ordenó y sus sacerdotes lo obedecieron con rapidez – Dios Keroh, por favor… – suplicó – que no le haya sucedido nada malo…
Cuando Olafh llegó a las rocas se quedó sin aliento, en el centro de las mismas, Tariq dormía plácidamente sobre un lecho de flores de sangre y estaba cubierto con una túnica, por demás delicada; pasó saliva con dificultad y sintió que el piso se movía, tuvo que sostenerse de una roca para no caer debido a la impresión. Cuando los sacerdotes llegaron, el asombro y los murmullos se intensificaron; nadie había recibido tantas flores de sangre en la familia Trallk, ni tampoco en sus antecesoras.
-¿Qué significa? – preguntó Hark, a media voz, sin atinar a cómo reaccionar.
-Significa que… – Kofjar también estaba pálido y su voz apenas era un murmullo – nuestro Dios, ha elegido un nuevo sumo sacerdote…
-No… – Olafh negó – lo que nuestro señor eligió fue… a su pareja…
Apenas terminó de hablar respiró profundamente, tratando de recuperarse del impacto; dio unos pasos hacia el pelinegro, tratando de no pisar con fuerza las flores sagradas para no dañarlas y se inclinó ante él.
-Tariq… – llamó en un susurro – pequeño, despierta – dijo con suavidad, para no importunarlo de más.
El menor se removió en su lecho y entreabrió sus parpados, mientras bostezaba; parecía confundido, pero cuando sus ojos bicolor se adecuaron a la ligera luz que había y se encontró con el rostro del peliverde frente a él, se incorporó de un salto.
-Yo… ah, perdón es que…
El hombre sonrió – está bien… – dijo con calma – supongo que tienes algo que decirnos – levantó una ceja.
-¿Yo?
-Sí – secundó el anciano Kofjar y señaló las flores con el bastón – el único que ha recibido tal cantidad de flores es el señor Eroim y eso es, porque el Dios del bosque Nyrn, lo tomó como su pareja – comentó con seriedad – lo que significa que tenía contacto con él…
-Tariq – los ojos celestes del dirigente de la familia Trallk buscaron la mirada bicolor, en busca de una explicación – quieres decirnos, ¿qué sucede?
-Ah… – el niño miró las flores y el susto lo invadió – yo… realmente no sé… no sé por qué… – negó, todo llegó a su mente como un recuerdo fugaz, pero no entendía el por qué Keroh le dejó sus flores – ¡perdón! – sus ojos se llenaron de lágrimas con rapidez – no quería ofender a su familia… perdón – sollozó, sintiéndose mal, sin atinar a qué decir.
Tariq no quería humillar a la familia Trallk, realmente, él no esperaba que Keroh le regalara una flor, mucho menos tantas como en ese momento tenía, pero ahora, no sabía cómo explicarlo.
-No llores… – Olafh lo abrazó – está bien, no pasa nada, al contrario – dijo con emoción – es bueno saber que nuestro Dios ha elegido a un verdadero sumo sacerdote, aunque no sea de mi familia – suspiró – pero yo no puedo oponerme a sus designios, al contrario, aunque ya no sea sumo sacerdote, debo tenerle respeto y obedecerlo hasta que muera…
-No… ¿no está enojado? – preguntó el niño, pasando las manos por sus ojos.
-No, pero ahora, tendremos que hacer algunos cambios – sonrió – ya no puedes quedarte en el templo.
-¡¿Por qué?! – el rostro del menor mostró su desconcierto.
-Porque el sumo sacerdote, debe tomar su lugar en el castillo – anunció Kofjar – aunque, necesitas un entrenamiento especial para llevar el título – pasó la mano por su barba – esto va a ser extenuante para ti, pero esperemos que sepas sobrellevarlo con facilidad, si pones un poco de esfuerzo, será fácil – animó.
-No sé… – Tariq negó – me sentiría raro…
-Lo tomaremos con calma – Ollafh se puso de pie y le ofreció la mano al pelinegro – ahora, hay que hacer las cosas debidamente, primero, llevar las flores al templo, segundo, llevar tus cosas al palacio para que empieces a prepararte y tercero, hacer el anuncio oficial – miró de soslayo al anciano.
-Por supuesto – asintió el hombre – en un momento, enviaré las noticias a los demás bosques.
Tariq no sabía qué decir o hacer, pero, ya no había marcha atrás, cuando empezó a caminar, alejándose de las rocas sagradas, miró hacia atrás.
-Mi señor… – musitó al viento.
Keroh había observado todo desde su lugar y se sentía tranquilo de saber que Olafh cuidaría a Tariq, al menos aún confiaba en ese hombre que en su momento, fue uno de sus sacerdotes más íntegros, aunque nunca sintió algo especial por él.
* * *
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