Capítulo X
Los últimos rayos del sol apenas se distinguían en la ciénaga, debido a que la neblina se alzó más temprano de lo normal. Olafh, en representación de su hija, guio a los sacerdotes de la ciénaga hasta las rocas; ahí, le otorgó a Tariq su lugar, el cual, debía ocupar cada que hubiese rituales de luna llena.
El pelinegro había pasado todo ese mes, aprendiéndose la oración que debía recitar ese día, delante de los otros sacerdotes, así que, estaba nervioso; no quería equivocarse o podían considerar que aún no estaba listo.
Suplicó en un murmullo a Keroh, para que le ayudara y empezó con el pequeño y sencillo cántico, dónde ofrecía su vida al servicio del Dios de la ciénaga. Hubo momentos en los que parecía tartamudear, porque estaba emocionado, pero aun así lo recitó sin problemas
Al terminar, cada uno de sus compañeros, le desearon suerte y se retiraron; los últimos en quedarse, fueron Kofjar y Olafh.
-No te preocupes… – dijo el anciano – si no puedes quedarte toda la noche, vuelve al templo, aún podemos intentar el ritual de iniciación las próximas lunas… no te presiones… eres pequeño y entenderemos si necesitas más tiempo…
-Estaré bien – sonrió el menor confiado.
-Mucha suerte – Olafh le acarició el cabello, despeinándolo un poco.
Después, ambos hombres se retiraron del lugar, dejando a Tariq solo. El niño empezó a orar, pero, Keroh lo interrumpió.
-¡Feliz iniciación! – dijo el rubio abrazándolo por detrás.
-Gracias – sonrió el pelinegro, sintiendo que sus mejillas ardían.
-¡Vamos! – dijo el Dios, poniéndose de pie y levantando al otro con rapidez.
-Pero… se supone que no debo moverme de aquí…
-No te preocupes – Keroh negó – yo te lo ordeno, así que, debes venir conmigo.
-Bueno… aunque no traje mi flauta y…
-A dónde te llevo en esta ocasión, no es para que me toques una canción…
* * *
Durante un largo tiempo, recorrieron los pantanos; Tariq se dio cuenta que, aunque su Dios, era solo unos cuantos centímetros más alto que él, era más fuerte de lo que aparentaba, pues podía cargarlo en brazos sin siquiera hacer un mínimo de esfuerzo. Realmente no conocía mucho de su deidad, pero lo poco que iba conociendo, le gustaba; ansiaba poder ir al seminario del que le habló Hark, así, podría preguntarle muchas cosas al sumo sacerdote del bosque de Nyrn y conocer más de Keroh.
-Llegamos – anunció el rubio, al estar frente a una extraña cueva.
Los ojos bicolor observaron la formación rocosa que se alzaba delante de ellos, la enorme abertura era tan oscura que era imposible saber que tan lejos llegaba y, además, algunas plantas colgaban en la entrada, dándole un aire lúgubre.
-¿Qué es este lugar? – preguntó el pelinegro.
-Estamos en una de las mesetas de la ciénaga.
Los ojos de Tariq se abrieron con sorpresa. Sabía muy bien que las mesetas de la ciénaga, estaban muy lejos del castillo Trallk, e incluso, solo se miraban desde la orilla de los pantanos en días completamente despejados, pues, estaban tan adentro de la ciénaga, que nadie se atrevía a ir allá; se decía que era el lugar donde los lagartos, tortugas y demás animales, incluso las aves, ponían sus nidos y procreaban, por eso nadie se atrevía a ir a investigarlas, por miedo a caer presa de las bestias.
-Pero eso está… muy lejos – dijo en un murmullo.
-Una distancia algo lejana para cualquiera – Keroh asintió – pero no está tan lejos para mí – se señaló con suficiencia.
-¿Podré volver a tiempo a las rocas? – indagó con precaución el menor.
-Te llevaré a las rocas antes del amanecer, lo prometo – sonrió el rubio y bajó a Tariq con sumo cuidado – ahora, vamos a entrar.
El pelinegro se estremeció al sentir como sus pies se hundían en el fango, al fondo del pantano; no estaba profundo, pero ya estaba empapado hasta las rodillas y seguramente, su túnica necesitaría ser lavada con urgencia.
-Agáchate – indicó Keroh al guiar a su compañero por el túnel, que parecía que se hundía cada vez más.
-Mi señor – Tariq empezó a ponerse nervioso entre más se adentraban al lugar – el agua está subiendo – su voz tembló.
-Lo sé – sonrió el otro – ven, ya casi llegamos.
Siguieron adentrándose y de pronto, una luz se observó; llegaron a una cámara en el centro de la meseta.
-¿Qué es este lugar? – preguntó el menor en un murmullo, al ver el agujero en el techo y como, toda la cueva era cubierta de lianas con capullos de una flor roja.
-Este es un manantial – explicó el rubio, subiendo a las lianas que cubrían la superficie del agua y ayudando a su compañero para que lo siguiera – es uno de los pocos lugares dónde hay agua cristalina – señaló.
Tariq puso atención y se dio cuenta que, el agua pantanosa y oscura de dónde venían, parecía no pasar de cierto punto, como si hubiera una barrera invisible que no lo permitía; y, todo lo demás, era agua clara y cristalina, aunque en algunos puntos no se alcanzaba a ver mucho, porque era cubierto por las lianas.
-No sabía que la ciénaga tenía lugares así…
-Nadie lo sabe – Keroh negó – tengo que protegerlos, porque son lugares especiales – sonrió con tristeza – además, aquí es donde nacen mis flores de sangre, aunque este mes, no han florecido… como todos los meses – dijo con un poco de decepción.
Esa confesión, consiguió que el pelinegro lo mirara con completo asombro, pues él no conocía las flores de sangre realmente.
-Ven… – llamó el rubio al menor y lo llevó al centro del lugar, ahí, parecía haber una pequeña formación de rocas, de las cuales, desde la punta escurría un poco de agua, cayendo como una delicada cascada.
-Es un lugar muy lindo – dijo el pelinegro, aun admirando ese lugar secreto.
-Mi madre me dijo que… – Keroh se sentó al lado de la fuente y Tariq lo imitó – hace mucho tiempo, cuando las dríades caminaban libres por los bosques, este lugar era muy distinto – explicó – el bosque era realmente hermoso, lleno de enormes árboles verdes, ríos de agua clara, césped y flores preciosas – bajó el rostro con tristeza – pero las dríades empezaron a morir y, la tierra, pareció entristecer por ello…
El menor observó a su Dios, jamás había visto ese semblante triste en su rostro.
-Poco a poco, todo cambió hasta convertirse en pantanos, llenos de neblina, con pocas plantas que crecen, la gran mayoría sin flores, a menos que yo intervenga… los árboles no tienen muchas hojas y solo son corteza reseca que se desgaja en cascaras… los animales de antaño fueron pereciendo y solo unos cuantos se quedaron, entre ellos, los lagartos… Toda el agua cristalina empezó a convertirse en zonas oscuras, con algas verdes en la superficie – rió, aunque no parecía feliz – el agua fluye lentamente y se pierde en el mar, pero este lugar, no puede volver a ser como antes... Los árboles son tan escasos, que más bien tenemos matorrales por casi toda la zona…
Keroh guardó silencio un momento y miró hacia arriba, dónde podía ver el cielo, como era temprano, aun no se miraba la luna en el punto más alto.
-Del bosque que mi madre conoció, no quedó nada, más que el recuerdo – suspiró – ni siquiera los humanos que empezaron a poblar estas tierras, conocieron la majestuosidad de lo que era antes este lugar… ni yo tampoco…
Tariq no sabía que decir y se notaba afligido por esa confesión; el rubio se dio cuenta de ello y le hizo sentir un poco mal, pues lo que menos quería, era entristecerlo.
-Pero no está del todo mal – dijo con algo de calma – los animales son felices, y yo no puedo quejarme, los sedimentos del barro y el lodo son buenos y, obviamente, los humanos temen entrar a mis dominios – se alzó de hombros – a diferencia de mis hermanos, que generalmente ponen barreras o cosas para ahuyéntalos, yo no lo necesito… Tienen miedo de morir ahogados por entrar al agua, ya que hay algas en el fondo que los atrapan o, lo que más les preocupa es ser alimento de mis cocodrilos, así que yo no tengo que hacer nada…
El pelinegro rió por la broma del Dios; incluso él tenía miedo de los animales y, en sí, de la ciénaga.
-Mi madre me dijo que… – Keroh prosiguió – algún día, yo podría plantar mi semilla y, con suerte, muchas más, para que en un futuro, este bosque volviera a ser como antes – sonrió débilmente – pero nunca pude hacerlo – ladeó el rostro – de hecho, nunca creí que podría – confesó – hasta que mi hermano Nyrn pudo hacerlo con Skoll, pero aun así, nunca había encontrado a alguien que me gustara tanto para intentarlo…
La respiración de Tariq empezó a acelerarse, se preparaba para lo que venía y, en el fondo, lo ansiaba.
-Hasta que te conocí – continuó el rubio – pero, no sé si es amor, como dice mi hermano y, eso es lo que se necesita para que yo pueda poner semillas contigo…
-Bueno – el menor sonrió nerviosamente – uno no puede saber eso, a menos que se intente, creo…
-Nyrn me dijo que, antes de poner mi semilla, necesito intimar contigo – confesó – y sería bueno que nos conociéramos más, por eso te traje a este lugar, para contarte de mí.
Tariq tembló, jamás pensó que su Dios se lo diría tan directamente.
-Me dio algunos libros, pero… bueno… – rascó su cabello – no creo que haya entendido todo – su voz sonaba con duda – entonces, yo… no sé realmente como empezar…
El menor rió – ¿eso es todo? – preguntó mirándolo de soslayo.
-Pues, sí – admitió el rubio – yo podría simplemente cambiar y hacerlo, pero, no sé si eso esté bien, ¿me entiendes?
-¿Cambiar?
-Leí que los humanos tienen una reacción natural para tener relaciones con su pareja – explicó – pero yo, para hacerlo, debo cambiar de forma…
El pelinegro pasó saliva, no podía imaginar a qué forma debía cambiar su Dios para intimar con él; le daba algo de curiosidad y también, algo de miedo, pues no sabía cómo iba a reaccionar al ver la forma nueva de la deidad.
Keroh notó la duda en los ojos de su compañero y suspiró – podemos esperar más – dijo con debilidad – tal vez, hasta que yo entienda un poco más de…
-¡No! – Tariq lo interrumpió – es decir, si usted quiere, podemos hacerlo – dijo con algo de vergüenza pero no se iba a echar para atrás – además, yo… realmente… bueno, desde el primer beso que me dio, yo… aunque suene mal que lo diga… busco algo más…
Guardó silencio un momento, estaba muriendo de nervios y no sabía cómo decir las cosas sin parecer una persona indecente, pero no quería que las cosas se retrasaran más, después de todo, cada que Keroh lo besaba, se moría por dentro, ansiando sentir algo más íntimo y especial.
-Yo soy su sacerdote y, estoy consciente que debo ser puro y célibe, pero de verdad, día a día que he pasado a su lado, yo… muy en el fondo de mi… he querido… – pasó saliva y buscó la mirada de Keroh, quien parecía confundido por todo el rodeo que le estaba dando al asunto – yo… quiero… hacer el amor con usted…
Keroh se sorprendió por la confesión pero no supo que decir.
Ambos se quedaron en silencio unos momentos; el rubio, porque estaba asimilando lo que el otro le había dicho y, el menor, porque se sentía avergonzado de lo que le había confesado, momentos antes.
-Ah… – la deidad sonrió – si estás de acuerdo, ¡podemos intentarlo! – dijo con emoción.
-De… de acuerdo – asintió el pelinegro, sintiendo su rostro arder completamente.
-Supongo que… bueno… la vez que vi a mi hermano regar su semilla, desnudó a Skoll – buscó la mirada bicolor con ansiedad – ¿puedo desnudarte?
Tariq se estremeció, sintió mariposas en su estómago y su labio inferior tembló; no imaginaba que el otro le pediría permiso de esa manera. Recordaba que, cuando escuchaba a su madre tener sexo con otros hombres, en ocasiones, ella pedía que le permitieran quitarse sus ropas, para que no las rompieran, pues eran demasiado brutos o impacientes; tenía una idea muy diferente de lo que sería empezar con el acto sexual.
-Pues… sí… – su voz fue un murmullo – si quiere…
Keroh sonrió y se movió, quedando hincado frente a su compañero; sus manos se movieron con lentitud, mientras observaba fijamente el rostro del otro, apreciando los gestos que tenía y le parecía muy bonito, debido al sonrojo que cubría su rostro. El rubio quitó el cinturón que portaba el menor y después, abrió la túnica con lentitud, dejándola caer, observando que llevaba otra prenda. Levantó una ceja al notar la tela blanca y delicada, aunque empapada y manchada de lodo; aun así, se parecía a la ropa que traía el primer día que lo conoció, pero al tocarla, se dio cuenta que era mucho más liviana y casi transparente.
A pesar de eso, otra cosa llamó su atención completamente; en el cuello, el menor portaba una delicada cadena en tono dorado y, cerca de su pecho, traía un pequeño medallón. La deidad desabrochó el pequeño cordón que tenía la túnica en el cuello y sujetó la cadena con cuidado, sacando el dije y observándolo detenidamente.
-Es… es un recuerdo de mis padres – anunció Tariq con debilidad.
Keroh sonrió – ¿puedo quitarlo, mientras seguimos? – preguntó – lo dejaré en un lugar seguro – prometió.
Tariq asintió y el rubio quitó el dije, dejándolo en una liana que se movió, para sostener ese pequeño tesoro; la deidad no se atrevería a perder algo que era valioso para su sacerdote.
Keroh volvió a su trabajo, quitando esa última tela y dejando el pecho del pelinegro desnudo, pues ambas prendas estaban ahora sobre las piernas del niño. Su castaño mirar recorrió el cuerpo de Tariq y, sin pensar, se inclinó hasta el cuello del otro; sacó su lengua y recorrió la piel con ella, degustando el sabor.
-Dulce… – susurró cerca del oído de su compañero.
Tariq suspiró y su respiración se agitó.
Keroh lo sujetó de los hombros y empujó con suavidad, para recostarlo; en ese momento, el menor se dio cuenta que, bajo su cuerpo, había una cama hecha de musgo, hojas y lianas, suave y cómoda, justo como su Dios preparaba siempre para él, en su árbol de vida.
-Mi… mi señor… – la voz del pelinegro apenas se escuchaba, no solo porque era un murmullo, sino porque le faltaba el aliento – qué… ¿qué hace? – preguntó al sentir la lengua recorrer su cuello.
-Quiero probarte – respondió con obviedad.
-Pero… estoy sucio, por el lodo… – dijo el menor con ansiedad – creo que… debería… bañarme primero…
El rubio se alejó y sonrió, con un chasquido, de la fuente que estaba al lado, el agua empezó a brotar con más intensidad, las lianas se movieron a su voluntad y los rodearon, creando una pequeña formación que parecía una piscina natural, mientras el agua iba subiendo con rapidez.
El cuerpo de Tariq tembló ante el agua fría, pero al sentir las manos de Keroh por su piel, limpiando con suavidad el barro que tenía, se limitó a cerrar los ojos.
Las manos del dios, se movieron con lentitud, rozando la piel desnuda mientras quitaba los restos de lodo, con ayuda del agua cristalina y luego, bajando por encima de la tela, sobre sus piernas, retiró la ropa con lentitud, observando con detenimiento a su sacerdote; hubiera seguido de no ser por una marca en la pantorrilla izquierda, por debajo de la rodilla. Los dedos de Keroh acariciaron la piel, que se notaba completamente distinta a todo lo demás.
-¿Qué es? – preguntó con suavidad.
Tariq abrió los parpados, levantó la pierna y suspiró – es una cicatriz – contestó – mi madre murió a causa de un incendio y yo me salvé, pero… me quemé la pierna – explicó con una débil sonrisa en sus labios.
Keroh frunció el ceño, levantó la pierna ligeramente y movió la mano hacia la fuente, habló en un idioma que Tariq no entendió y el agua pareció responder a su llamado; gran parte del líquido que brotaba para llenar la ‘tina’ dónde estaban, empezó a moverse como si tuviera vida propia, acercándose a la pierna del menor, flotando por el aire. El líquido cubrió la piel con rapidez, brilló con intensidad y, después, escurrió al suelo, pero el Dios se sorprendió al notar que no hubo cambio alguno.
-¡No puedo borrarla! – dijo con algo de incredulidad.
-¿Borrar? – preguntó el menor – ¿la cicatriz?
-Sí – asintió – es raro, debería poder quitarla, tal vez con el barro de mi árbol de vida pueda…
-Quizá no pueda hacerlo – la mano de Tariq rozó su pierna húmeda – porque fue hecha con fuego… el fuego y las plantas no se llevan – dijo con diversión – usted es un dríade y, posiblemente, use elementos benéficos para la naturaleza, pero el fuego… el fuego es malo para los bosques…
Keroh frunció el ceño; recordaba que por esa razón, no debía haber fuego en los bosques, su madre se lo dijo.
-Lo siento – se disculpó – si es así, no podré quitarla…
-No importa – Tariq negó y estiró la mano, acariciando la barbilla del rubio – ¿le incomoda mucho?
-Sólo, quería darte un obsequio – suspiró – pensé que, quitarla, sería algo que te gustaría…
El pelinegro sonrió ante la ternura de su Dios, se movió y acercó a su compañero – mejor, volvamos a nuestro tema principal – susurró contra los labios del otro – ya estoy completamente limpio – anunció, pues su piel ya no tenía rastro de barro.
Keroh asintió y ahondó el beso; ya se habían besado antes, pero en esta ocasión, Tariq se comportaba diferente, un poco más ansioso y necesitado por las caricias de la deidad. El pelinegro abrió su boca y le permitió el paso con suma facilidad; sus manos fueron al cabello rubio, acariciándolo con deseo y se movió, llevándolo junto con él, hacia el lecho húmedo.
El agua bajó un poco de nivel, pero las lianas y el musgo, se elevaron, creando un lecho inclinado, para que Tariq no quedara con todo su cuerpo dentro del líquido. Las piernas del pelinegro se abrieron sin pudor, para dejar al Dios entre ellas; lo deseaba tanto, que no podía esperar. Se había consumido durante días, tratando de imaginar cómo sería pertenecerle a Keroh, así que, su cuerpo estaba tratando de apresurar las cosas.
Las manos del rubio se movieron con cuidado, recorriendo la piel, poniendo atención en los cambios de la misma, en los sonidos que se ahogaban en su boca y los estremecimientos de su compañero; no imaginaba que un beso de esa manera, podía conseguir que Tariq respondiera de una manera tan diferente a lo normal.
Cuando se separó, sus ojos castaños observaron el semblante de su sacerdote; lo miraba como nunca antes lo había hecho, tenía los ojos acuosos, pero parecía suplicar con sus iris bicolor, algo que no entendía, aunado a eso, tenía una delicada sonrisa que le parecía preciosa.
Iba a seguir probando el cuerpo, pero el otro lo interrumpió.
-Mi… mi señor… – el menor respiraba agitado – por favor… – rogó a media voz – quiero… – pasó saliva – necesito… ser suyo…
Keroh se mordió el labio y desvió la mirada, lo único que se le venía a la mente era, cambiar y, tratar de hacer lo que vio en los libros.
-Necesito, un momento – sonrió y se alejó.
Tariq se sintió un poco confundido, así que se incorporó ligeramente, observando a su Dios, pero sus ojos se abrieron con sorpresa, al observar lo que Keroh hacía.
El rubio cerró los ojos y el ropaje de hojas y ramas que siempre portaba, se desprendió, dejando a la vista su cuerpo; era delgado, ciertamente, pero ahora que Tariq lo miraba desnudo, podía notar que sus músculos estaban ligeramente definidos. Aun así, lo que más le sorprendió, fue ver como su piel verde, desprendía un ligero brillo, mientras en algunas partes de su cuerpo, se cubría con una especie de corteza oscura y opaca; de su cabello, unas delicadas lianas de color verde pálido, crecían hasta su cintura y se cubrían con delicadas hojas, todo, mientras una capa del agua de la fuente recorría su cuerpo, limpiando con rapidez el fango que aún tenía. Pero los ojos del menor bajaron hasta la entrepierna de su Dios, que estaba bajo la superficie del agua cristalina; observó directamente el sexo que se irguió con rapidez, aumentando su longitud y grosor, además era completamente visible, pues carecía completamente de vello corporal.
Un gemido se ahogó en su garganta; jamás había experimentado ese deseo por otra persona, pero realmente, Keroh más que gustarle, le fascinaba.
-Bien, como el agua también ya me limpió – anunció el rubio con inocencia – yo, creo que ya podemos seguir – dijo con una sonrisa tranquila.
-Sí – dijo el pelinegro, respirando con ansiedad e incorporándose completamente.
-Ah, Tariq, creo que debes estar acostado… – señaló el lecho.
El menor no respondió, se acercó a la deidad y lo besó, consiguiendo que Keroh se sorprendiera por esa acción y, más, cuando el otro lo movió lentamente y lo empujó contra el lecho elevado, para que tomara su lugar. Tariq se separó, solo para bajar a recorrer con sus labios la piel verde de Keroh, bajando por su cuello, torso y pecho, dejando algunas marquitas de un tono verde más oscuro en los lugares donde succionaba; delineó con la punta de su lengua los pezones del rubio y después, bajó hasta el sexo erecto.
-Yo… creo que soy quien debe hacer… eso… – dijo el Dios con algo de inquietud, recordando lo que había hecho Nyrn, la única vez que observó cómo regaba la semilla, junto con Skoll.
-Lo siento… – Tariq levantó el rostro y su mirar bicolor se posó con anhelo, directamente en el rostro de su Dios – pero no puedo dejar pasar la oportunidad… he ansiado esto desde hace días… le prometo que no haré nada malo – relamió los labios – solo, déjeme probar por mi cuenta, la primera vez…
Keroh iba a replicar, pero en cuanto sintió la boca de su sacerdote envolviendo todo su sexo, hizo el rostro para atrás y abrió los ojos con sorpresa; no se imaginaba que podía sentirse tan bien, mientras alguien le acariciaba ese lugar. La deidad, siendo el más pequeño de todos, no tenía mucho conocimiento sobre relaciones de parejas, y lo poco que había leído ese día, no le había ayudado mucho en saber cómo comportarse; solo atinó a relajarse completamente, disfrutando las atenciones del menor.
El pelinegro engulló con placer el sexo de Keroh, especialmente al saborear la dulzura del líquido que escapaba de la punta; jamás pensó que le gustaría tanto, pues a su madre la escuchó devolver lo que había comido, por el asco que le daba probar ‘eso’ de sus clientes.
Más a él, con su Dios, le parecía una delicia; no sabía si era porque él realmente lo deseaba o simplemente era por alguna otra razón, pero lo disfrutaría completamente. Movió su lengua, delineando toda la extensión, jugando en el pequeño orificio en la punta y volviendo a llevar todo el miembro hasta el fondo de su garganta; se ahogaba, sí, pero algo lo incitaba a hacerlo así e incluso, llevarlo a lo más profundo.
El rubio apretó las lianas que estaban bajo su cuerpo; sentía su garganta seca, y su voz sonaba más ronca, pero realmente lo estaba disfrutando. Las flores de sangre empezaron a reventar, como jamás lo habían hecho antes, aunque Keroh no se dio cuenta. El cuerpo de la deidad empezó a cambiar un poco más, brillando con mayor intensidad, la corteza se llenó de un delicado musgo y las lianas en su cabeza empezaron a llenarse de pequeños capullos de flor, en un tono amarillo, parecido a su cabello, que se abrían con rapidez; no tardó mucho en llegar al orgasmo, liberando la savia en la boca del pelinegro, quien tragó con deseo y siguió succionando con insistencia, todo el tiempo que tardó el otro en soltar ese líquido dulce pegajoso, pues no quiso desperdiciar eso que le parecía tan delicioso.
Keroh respiraba con agitación; pasó saliva y sintió que las fuerzas se habían escapado de su cuerpo. Tariq por su parte, se incorporó, relamiendo sus labios.
-Dulce… – dijo con emoción.
-Yo… estoy… cansado…
Esas palabras consiguieron que el menor se sorprendiera.
-¿Mi señor…? – se inclinó hasta el rostro del rubio – ¿acaso, nunca se…? – no supo qué palabra usar – ¿nunca se tocó antes?
-No… – negó y cerró los parpados – es… la primera vez… que libero mi savia… – suspiró.
-¿Savia? – se preguntó el pelinegro.
-Sí… – el cuerpo de Keroh empezó a volver a la normalidad con lentitud – lo siento… – se disculpó – quería que tu… expulsaras tu savia… primero… – sus parpados se cerraban – ahora… no… puedo… ayudarte…
Un suspiro escapó de los labios del rubio y se quedó dormido instantáneamente. Tariq se sorprendió; sintió que la decepción se apoderaba de él, pero después de un momento, admitió que él había sido el culpable de lo que había ocurrido, pues, si su Dios le hubiera hecho eso primero, posiblemente él tendría más fuerza, porque ya se había tocado los últimos días y, la primera vez que se masturbó y tuvo un orgasmo, también quedó completamente exhausto. Se movió, buscando la túnica interior y se sorprendió de ver el agua cristalina cubierta por una delicada capa rojiza; levantó la mirada y sonrió emocionado, al ver las flores rojas, completamente abiertas, algunas se desprendían de las lianas y caían suavemente.
El menor observó una que estaba cerca, a orillas de esa pequeña charca dónde estaban, su mano se movió instintivamente para tomarla, pero, se detuvo a unos milímetros. Recordó que él solo era un sacerdote y no tenía derecho a hacerlo, así que negó y alejó la mano de la flor sagrada. Sacó la túnica del agua y notó como el polvo rojizo se quedó pegado a gran parte de la tela, pero no podía hacer nada para quitarlo, así que solo se la colocó, para recostarse a un lado de la deidad.
-Aun así… – susurró mientras descansaba la cabeza contra el hombro del otro – es lindo saber que soy el primero con quien hizo algo así… – sonrió complacido, mientras abrazaba al rubio y cerraba sus ojos para dormir.
* * *
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